En algunos casos, los
muros de las
iglesias gótico-mudéjares se
adornan al exterior con primorosas
labores de ladrillo y apliques de cerámica
a imitación de torres y ábsides,
sobre todo en aquellas construcciones que presentan uno de los paramentos libres de
obstáculos, donde, por
consiguiente, cabe desarrollar una
composición de grandes
proporciones a base de temas ricos
y complicados.
Dichos muros son siempre los de mayor visualidad, fáciles de contemplar en conjunto, razón probable de
su especial ornamentación, puesto que
los demás aparecen desnudos. Y, así, unas
veces es el muro del imafronte,
como en Aniñón, apoyado sobre
una roca que domina las casas del
pueblo, o el de
Tobed, hoy tapado por obra
moderna, y otras es el muro izquierdo, como ocurre en
Morata de Jiloca, con terreno libre delante de él, más el de la
plaza, con mejor punto de vista.
Al ser
distintos los muros que
se embellecen, así como las dimensiones, diferentes han de ser también
los motivos o temas
empleados, que forzosamente han de equilibrarse, en cantidad y calidad,
con puertas, ventanas, pilares y demás
elementos constructivos que forman
partes indispensables del muro.
De ahí tipos
tan distintos como el
de Aniñón, sin
huecos y grandes
contrafuertes, y el de Tobed, donde debió abrirse
la primitiva puerta, ligado, además,
a las torres, cuyas labores
juegan con las suyas.
Pocos son los monumentos que, además
de torre mudéjar o
decoración interior del
estilo, tengan muros
decorados al exterior.
Aquellos en que
coinciden tales circunstancias pudieran
clasificarse, quizá, dentro del
apogeo del estilo,
edificados en el último
tercio del siglo XIV o principios
del XV, y atribuir a esta causa
más que a otras
su existencia, porque en otros similares
de tiempos siguientes, y de igual
o mayor importancia, desaparece la
exuberante decoración para
transformarse en otra más pobre, si bien
mejor distribuída, que decora
de manera simétrica todos los
muros.
El ejemplar más bello es, sin duda alguna,
el de la capilla de San Miguel,
de la Seo
de Zaragoza, descrito minuciosamente al
comienzo del capítulo por
considerarlo como tipo.
Sigue en importancia el
de Morata de Jiloca, el cual, cortado sin simetría por la
puerta primitiva de
entrada al templo, carece de or
namentación hasta llegar
a mitad de la
altura, donde comienza el decorado con un
fondo de tres líneas
de azulejos de
estrellas de ocho alternadas con octógonos y piezas cóncavas
pequeñas en mezcla con otras
cuadradas, encerradas dentro de un
rectángulo hecho con línea de azulejos
aplantillados en forma de espiga.
Toda la composición, cerámica entre las líneas de labor de
ladrillo en esquinillas.
Encima, faja no muy ancha
de rombos, que cortan la
puerta y un óculo,
viéndose dentro de los fondos cerámica
cóncava, otra banda de esquinillas encima
y vuelo de modillones.
Sobre las ménsulas o
modillones, soportando unos hilos
de ladrillos en retirada hasta
volver a la vertical del muro,
faja de arquitos mixtilíneos, puros, sin
enlazar, apoyados en pilares de ladrillo, y entre ellos estrellas dobles
de ocho puntas en cerámica
a dos colores.
Actualmente, el
muro remata con
una galería de tipo renacentista
aragonés, y sobre ella, gran alero de ladrillo
aplantillado.
El muro de Morata de Jiloca es
comparable con el de la Seo de Zaragoza y con el ábside
de la desaparecida iglesia
de San Pedro Mártir, de Calatayud, por su cerámica
abundante y de formas variadas,
perdida en gran parte, con
cuyas obras podía
estar enlazada ésta.
MURO DE LA IGLESIA DE ANIÑON.- De
grandes proporciociones, por
razón del desnivel
entre la calle que pasa a los
pies y la plaza de la iglesia, cuya diferencia se salva con fuerte
rampa, se apoya sobre obra de sillería
con partes de mampuesto.
Todo el muro es de ladrillo, cortado en sentido vertical por cuatro
contrafuertes muy pronunciados,
dos de ellos, los centrales, más
salientes que los otros, y horizontalmente por
tres vuelos, dos
de moldura aplantillada y el otro
de modillones, dividiéndolo éstos
últimos en tres zonas: la baja,
menos decorada, la intermedia, muy
vestida, y la alta, como la anterior y, además, con huecos fingidos con fondos de azulejería. Sobre esta
parte decorada sigue otra
sin decoración, con arquería
al modo aragonés renacentista y torres de remate sobre los
contrafuertes.
Los temas
decorativos se repiten
con poca variedad,
siendo unos de esquinillas
y otros de dientes de sierra dobles, ambos motivos
én forma de fajas
estrechas que recorren sin
interrupción el muro y sus
contrafuertes. Las molduras, amplias, de gran vuelo.
A pesar de la sencillez de los elementos que intervienen en él, su
conjunto no puede ser más armónico ni de
aspecto más rico.
MURO DE LA IGLESIA DE NUESTRA
SEÑORA DE TOBED. La parte decorada es la del pie de la iglesia, tapado
hoy en más de la mitad por la
Casa-Ayuntamiento adosada a él, y donde debió
abrirse la puerta principal, puesto que la que ahora
sirve de entrada al templo está
practicada en el muro de la derecha, junto a un contrafuerte y rompiendo un óculo de iluminación, sin simetría ni arte.
El muro de
referencia debió vestirse
totalmente de lazos y la
bores en distribución uniforme con los
huecos de luces
y entrada, cuya riqueza decorativa contrasta
con la sobriedad de los demás muros,
donde las proporciones y los motivos
bastan a darles belleza. La
decoración visible consiste en una faja ancha de lazos de seis, desarrollada de
igual manera que la del muro de la
capilla de San Miguel de la Seo, de Zaragoza, aunque ésta
sin fondo de
azulejos, y bajo ella otro fondo
de lazos de cuatro
cortado por doble
alfiz de un arco apuntado, que
tapa en parte la construcción moderna adosada al muro.
Por el costado forma
la construcción un saliente
igual que los contrafuertes, el cual debió
terminar a la altura de
éstos o con una torrecilla poco acusada
donde hubiera campanas. Hoy sirve de campanario mediante
el añadido de dos pequeños
cuerpos. La ornamentación de la parte
antigua guarda las proporciones fijadas
para el muro, al menos en la parte
visible de éste, y, probablemente, con las que ten dría la parte hoy
oculta. Comienza con un fondo
de arcos mixtilíneos, correctos,
repetidos para cruzarse o
enlazarlos, encerrados por recuadro,
sobre fajita de
esquinillas; encima, la faja de
esquinillas y vuelo de modillones que, recorriendo
los muros laterales de la igle sia, marca la separación del ándito sobre
las capillas; sigue una banda de esquinillas encontradas y otra sencilla,
y sobre ellas, dos fondos: uno
de lazos de cuatro, octogonales,
con sus cierres, y otro de lazos de cuatro idénticos a los del
muro del
pie, otra faja de esquinillas y nuevo
fondo de lazos de cuatro, también
octogonales, con la misma altura
que en el muro tiene el fondo de lazos
de seis.
La crujía del pie de la iglesia de Nuestra Señora de Tobed se dice fué construída por Benedicto
XIII en los comienzos del siglo XV.
La iglesia de la Virgen
de Tobed presenta nave única de planta rectangular con presbiterio recto
conformado por tres capillas de planta cuadrada que abren a la nave mediante
tres arcos apuntados, ligeramente más ancho el central y coro alto a los pies.
La nave consta de tres tramos rectangulares oblongos cubiertos con bóvedas de
crucería sencilla entre los que se disponen otros más cortos cubiertos con
cañón apuntados que se contrarrestan al exterior mediante torres-contrafuerte.
En los laterales abren capillas de escasa profundidad en los espacios entre las
torres-contrafuerte que se cubren con bóvedas de cañón apuntado transversales a
la nave de tal forma que desempeñan una función de entibo entre las citadas
torres-contrafuerte.
Como corresponde a su
tipología de iglesia-fortaleza por encima de las capillas laterales de la nave
y de las tres del presbiterio discurre un andito o tribuna de marcado carácter
defensivo. A esta galería abren al interior los ventanales que sirven para
iluminar la nave salvo en el testerp y primer tramo donde los ventanales están
cegados y cumplen una función meramente decorativa hacia el interior.
La tribuna abre al
exterior mediante arcos apuntados que en la zona del testero y del primer tramo
van en series de cuatro con los dos laterales cegados probablemente con función
de descarga. Esto no ocurre en los otros dos tramos, apreciándose un cambio de
planteamiento arquitectónico respecto a la cabecera y primer tramo. En la
fachada sur se aprecia como la parte alta de las torres-contrafuerte están
horadadas con un vano en arco apuntado que sirve de paso desde el andito en la
parte del presbiterio hasta la torre suroeste que no tiene otro acceso.
Al exterior la iglesia
presenta un aspecto militar, compacto, con cuatro torres-contrafuerte en cada
lado y exento de motivos decorativos excepto en la fachada principal de los
pies. En el resto de fachadas, este, norte y sur solamente rompen la monotonía de
los muros tres cornisas compuestas de una banda de esquinillas simples sobre
ménsulas en voladizo. La distribución de estas cornisas no sigue la estructura
real del edificio, ya que la primera de ellas que separa visualmente el cuerpo
de capillas del andito no coincide al interior con el suelo de la tribuna sino
que se sitúa ligeramente más abajo. Las dos superiores corren debajo de la
cornisa que sustenta los tejados de las capillas laterales y de la nave central
respectivamente.
En el segundo tramo de
la fachada sur abre una de las dos portadas de acceso al interior. De
estructura sencilla, es adintelada al interior y en arco carpanel al exterior
sobre el que apea un arco apuntado de descarga a modo de tímpano. Hasta el
derribo de la antigua casa consistorial que desde principios del siglo XX
cegaba la portada principal del hastial, este era el único acceso al interior
del templo.
La sencillez de los
muros norte, sur y este de la iglesia contrastan con la exuberante decoración
de la fachada principal recayente al oeste, solamente comparable dentro del
mudéjar aragonés con el muro de la parroquieta de la Seo zaragozana. Esta
fachada estuvo oculta en su mayor parte hasta el año 1984 por la antigua casa
consistorial que se había levantado a principios del siglo XX adosada a la
misma. El derribo del edificio en este año y la restauración del año siguiente
de 1985 devolvieron todo su esplendor a este parte de la iglesia.
El hastial aparece como
un espacio unitario, que combina en su decoración, al igual que el muro de la
parroquieta de la Seo antes citado, los motivos en ladrillo resaltado
dispuestos en grandes paños y la cerámica, aunque esta última adquiere aquí
menos protagonismo que en la parroquieta.
Esta decoración se
extiende de forma uniforme a lo largo de todo el muro, disimulando e integrando
en el conjunto las dos torres situadas en los laterales de tal manera que
solamente rompe la armonía del conjunto el cuerpo superior de la torre
campanario del ángulo suroeste.
El pequeño espacio
lateral del muro norte que es visible corresponde a uno de los lados de la gran
torre izquierda, torre de estructura solamente destacable al exterior en altura
ya que queda a la altura del andito que corre por encima de las capillas
laterales, mientras que el resto del hastial se eleva hasta el tejado de la
nave central.
El muro se divide en
altura en cinco grandes frisos con decoración en ladrillo resaltado enmarcados
por pequeñas cintas de cerámica. Entre ellos se intercalan bandas de
esquinillas. También abren a esta fachada la portada principal, dos ventanales
y un gran óculo que sirven de iluminación al tramo de los pies y coro alto,
además de dos vanos más pequeños en la parte de la izquierda correspondientes a
las estancias que ocupan el interior de la torre.
La parte inferior del
muro se presenta lisa. Una estrecha banda de esquinillas simples en dientes de
sierra da inicio a la ornamentación.
En primer lugar se
desarrolla una banda o friso a base de arcos mixtilíneos entrecruzados dividida
en dos por la portada. Por lo conservado parece ser que el interior estuvo
policromado no quedando actualmente prácticamente nada de lo correspondiente a
la parte inferior de las arcadas.
Sí que se ha conservado
una parte significativa del interior de los arcos, donde se aprecia sobre una
capa de yeso los mismos motivos que veremos decorando los muros del interior
como temática vegetal estilizada de color negro o formas cruciformes del mismo
color.
En otros espacios se
observa la imitación del despiece de aparejo de ladrillo con hiladas a soga y
tizón en las que se intercalan pequeñas formas romboidales formadas por una
soga de color rojo enmarcada por dos tizones de color azul, motivo con el que
se decoran las bóvedas del interior.
La segunda banda se
compone de una serie de arcos mixtilíneos curvos anudados interrumpidos por un
pequeño vano en la parte izquierda y divida en dos, al igual que la anterior,
por la portada.
También aquí los
espacios interiores y entre arcos se cubrían con decoración mural acompañada de
motivos heráldicos en baldosas cerámicas. En este caso la pintura mural está
muy perdida y de los motivos cerámicos solamente se han conservado tres
apreciándose que al menos había uno más en el interior del arco a continuación
de estos tres hacia la portada.
Los escudos heráldicos
ocupan el centro de un azulejo en forma de estrella de ocho puntas de fondo
blanco con motivos geométricos de color azul alrededor del emblema. Por lo
visible están enmarcados por otros azulejos de color verde.
Los tres escudos los
vamos a ver varias veces en el interior, el primero es cuartelado con cruz
patriarcal roja sobre campo de plata en primero y cuarto y torre almenada de
plata sobre campo de gules en segundo y tercero. En el central se representa el
escudo de la Orden del Santo Sepulcro con una cruz patriarcal de gules sobre
campo de plata. El último presenta un pelícano de plata sobre copa de sable
sobre campo de gules y bordura de plata con seis rombos de gules con castillo
de plata en su interior. El primero podría corresponder a Juan Pérez de Torres quien era prior de la Orden en 1385
cuando se toma el acuerdo capitular de continuar las obras de la iglesia. En
cuanto al motivo del pelicano parece tener una simbología religiosa ya que este
animal viene a relacionarse con el tema de la resurreccion de Jesucristo.
Alrededor de los
azulejos quedan restos de una cinta en zig-zag rojo y negro y de una hilada de
ladrillos dibujados con líneas negras sobre fondo blanco alternado soga y tizón
en la que los tizones estarían decorados con sencillos motivos al igual que las
bandas que separan en paños horizontales la decoración mural de las bóvedas del
interior. Esta hilada se adapta al contorno del interior del arco mixtilíneo
curvo.
Encima de esta banda, y
coincidiendo con la parte alta de la portada, aparecen dos bandas de
esquinillas interrumpidas únicamente por el pequeño vano antes citado.
La banda inferior está
formada por dos hiladas dobles dispuestas al tresbolillo y la superior por una
simple también doble en dientes de sierra. Enmarcan todas las bandas y los
vanos unas cintas cerámicas a base de azulejos en forma de punta de flecha o
espiga que combinan los colores blanco, verde y azul.
La siguiente banda, que
queda interrumpida al igual que la que le sigue, por los dos vanos que abren
encima de la portada, presenta un motivo de lazo de cuatro octogonal en
ladrillo resaltado.
Esta lacería genera
estrellas octogonales entre las que se intercalan otras alargadas del mismo
tipo.
Por lo que se observa,
a partir de esta banda se abandonó la decoración mural que de esta manera quedó
reducida a la parte inferior del muro.
La banda o friso
superior desarrolla un motivo de lazo de cuatro con complicados
entrecruzamientos que generan alargadas estrellas octogonales con formas
romboidales en extremos y centros.
Con esta banda remata
la fachada de la torre izquierda en una línea de ménsulas en forma de pirámide
invertidas que sustentan la cornisa sobre la que descansa el tejado.
Ya hemos visto un
pequeño vano en el centro de este muro de la izquierda que cortaba las bandas
inferiores. Cierra en arco conopial que se extiende para cruzarse encima de la
clave y girar hacia los lados para formar una especie de pequeño alfiz. Los dos
pequeños huecos se rellenan con cerámica de color verde.
Encima de la portada
abren dos amplios vanos en arco apuntado con alfiz anudado en el centro en
forma romboidal.
La fachada todavía se
extiende en altura en el espacio del hastial y torre suroeste.
De anchura ligeramente
superior a la del óculo que abre en el centro, la ocupa un motivo de lazo de
seis raro y complicado que también aparece en el muro de la parroquieta de la
Seo.
La lacería genera
estrellas de seis puntas que se prolongan radialmente en otros tantos alargados
hexágonos que se intercalan con otras estrellas cuyas prolongaciones alternan
tres de los dichos hexágonos largos con otros tantos grupos de dos más
pequeños.
En el centro del paño
abre el óculo citado que sirve para proporcionar luz al coro alto, enmarcado
por una cinta de espiga como las del resto del muro. Termina esta parte de la
fachada con una cornisa sobre ménsulas en forma de pirámide invertida igual a
la vista en la torre.
La portada principal
abre en el centro del hastial. Hay que matizar que aunque observando la fachada
en su conjunto parece descentrada hacia la derecha no lo está en realidad, ya
que tenemos que separar el tramo correspondiente a la torre noreste quedando de
este modo perfectamente centrada con respecto a la nave y simétrica con los
ventanales y óculo superior.
La portada, adintelada
al interior, cierra al exterior con arco apuntado sobre un dintel que apoya en
las jambas y está enmarcada a modo de alfiz con una banda de cerámica formada
por azulejos en forma de estrella octogonal en blanco con otros verdes que
rellenan los huecos. Las pequeñas cintas en ladrillo resaltado que enmarcan
esta banda se anudan encima de la clave del arco. Está pintada de color blanco
con líneas de color rojo y negro simulando despiece de piedra sillar en jambas
y arco. El tímpano aparece liso, aunque es de suponer que se cubriese con algún
motivo ornamental hoy perdido.
MUROS DE LA PARROQUIA DE ENCINACORBA.- Iglesia sin ándito
sobre las capillas abiertas entre los
contrafuertes, tiene visibles los muros
de la nave, que se decoran en la
parte alta, bajo la galería renacentista, por faja de rombos horizontales de doble fondo entre faja de tres líneas de dientes de sierra
y otra de esquinillas, cuyas
labores recorren igualmente las
caras de los contrafuertes. El muro de
las capillas tiene por decoración
ancha faja formada
por dos líneas de rombos
verticales entre dos de
dientes y esquinillas iguales a las del muro de la nave, cortada a trechos por
óculos que dan luz a las capillas.
MURO DE LA IGLESIA DE URREA
DE JALON.- La fachada donde se abre la puerta
de entrada, única visible,
presenta sobre el arco
apuntado de ingreso
un vuelo sencillo,
y su terminación se adorna
con faja de dos
líneas de rombos horizontales
bajo otra de dientes, y sobre ellas
modillones para soportar dos
vuelos en dientes. Un
pequeño cuerpo que avanza
con la misma decoración en toda la altura
de la fachada señala la
torre de campanas,
que, des pués de salvar el vuelo del alero
de la iglesia, sigue decorada con fajita de esquinillas, faja algo
más ancha en zig-zag y fondo de rombos horizontales en tres líneas.
Esta iglesia presenta la particularidad de que conserva en su hastial la
decoración mudéjar original, decoración que debió de ser bastante habitual en
este tipo de iglesias levantadas en el siglo XVI en el valle bajo del Jalón,
pero que se ha perdido en su mayoría debido a reformas posteriores.
Esta ornamentación cubre la parte superior del muro y se extiende a lo
largo de todo él, incluido el contrafuerte de la esquina izquierda, ocupando
también a la parte alta del cuerpo inferior de la torre. La componen los
clásicos motivos decorativos utilizados en este siglo: una banda de rombos, y
encima una franja de tres hileras de esquinillas dispuestas al tresbolillo. Se
completa con ménsulas en forma de pirámide invertidas que sustentan el alero en
el que apea el tejado.
MURO DE LA
IGLESIA DE SAN MATEO DE
GALLEGO. Sólo está
decorado el cuerpo que sirve de atrio a
la iglesia, con más carácter de construcción civil que religiosa.
Es decoración hecha
a la vez que el muro, y consiste
en faja de esquinillas, fondo de rombos
horizontales, arquería ciega, de
medio punto, corrida, que se corona
con rombos horizontales, y en los fondos de los arcos, un
rehundido en cruz. Remata
el cuerpo con galería de tipo aragonés del Renacimiento y vuelo de
dos líneas de dientes.
MUROS DEL
CONVENTO DE LAS
LUCIAS, DE ZARAGOZA.- Como en el caso anterior,
la parte
decoratíva de los muros de la iglesia obedece al mismo
orden que preside
en el ábside: grandes contrafuertes y
huecos fingidos de
arco de medio
punto entre ellos, faja de
dientes a la altura del arranque de los
arcos, que recorre muros y contrafuertes¡ por encima
de éstos, fajita de dientes y
banda de labor de dos
líneas de rombos¡ inmediatamente, el vuelo de cubierta, de gran saliente, descrito ya al
tratar del ábside de la misma iglesia.
Claustro
RESTOS
DE MURO
EN LA ERMITA DE NUESTRA
SEÑORA DE MAGALLON, DE LECIÑENA.- Carece de
importancia, por cantidad y calidad del tema:
labor de rombos y
pequeñas fajas de esquinillas
en un trozo de
muro aislado que
quizá formó parte del cuerpo cuadrado de un pequeño campanario
junto a la cabecera de la iglesia.
ERMITA
DE NUESTRA SEÑORA DE SALAS, DE
HUESCA. Son los
muros de un edificio adosado a la ermita, que se visten
con labores de rombos horizontales entre
fajitas de dientes,
obra seguramente tardía, de
poco valor artístico.
MURO DE
LA IGLESIA DE PANIZA.- La tradición mudéjar de vestir con labores, arquerías, óculos, etc.,
los muros visibles
de las iglesias, llega hasta épocas
muy avanzadas. Ejemplo es
el muro izquierdo de esta iglesia, donde figura una gran portada de líneas renacimiento, labores mudéjares
degeneradas y arquería
al modo aragonés, sin muestras de cerámica.
Los huecos practicables y de iluminación de las iglesias gótico mudéjares aragonesas
obedecen, como otros elementos, a formas Y proporciones muy diversas. No hay
en ellos, así como tampoco
en los motivos que los
decoran, uniformidad bastante para clasificarlos en grupos.
Si nos referimos a las
puertas, y de ellas a las portadas de
iglesia, sólo han llegado hasta
nuestros días dos o tres
ejemplares; uno, magnífico.
PORTADA PRIMITIVA DE LA IGLESIA DE
MORATA DE JILOCA.- Cuatro archivoltas de ojiva poco
apuntada, hechas con
ladrillo aplantillado, se coronan
con gablete o triángulo
del mismo material, encerrado todo ello por alfiz, sobre el cual, como
remate, figura un friso de
arquillos mixtilíneos cortado por
tres pináculos asentados en las
verticales del alfiz y ángulo del gablete.
Los fondos triangulares o albanegas,
así como los
de la arquería,
estuvieron adornados con azulejos
de estrellas, cuadrados, lisos y
redondos, cóncavos, aplicados alternativamente según tamaños y formas, en tal proporción que debieron cubrirlos materialmente. Como refuerzo del alfiz, estrellas unidas
por líneas de
espiga. La puerta, bajo arco abocinado que se liga con las archivoltas y deja un espacio triangular, donde, como tímpano, figura un
pequeño grupo escultórico. Aun perdida la
cerámica y maltrechas las líneas,
no cabe conjunto más bello que el que
forman esta portada y el
muro de los costados, con ornamentación
idéntica.
Aproximadamente
a 13 kilómetros de Calatayud, en la orilla izquierda del río Jiloca y junto a
la sierra de Atea, se encuentra la localidad Morata de Jiloca. Su edificio más
emblemático es sin duda la parroquial de San Martín de Tours, uno de los
mejores exponentes conservados del mudéjar aragonés.
La iglesia se levanta
ocupando el lateral sur de una gran plaza con sus fachadas oeste, y sobre todo
norte o septentrional, frente a un amplio espacio abierto que permite una
perfecta contemplación de la esplendida decoración que la cubre.
Como en la mayoría de
construcciones mudéjares, no se han localizado hasta la fecha datos
documentales ni epigráficos que permitan datar la fecha de su construcción, que
por sus aspectos tipológicos, estructurales y decorativos se data en torno al
año 1400; tipológicamente se incluye dentro del grupo de iglesias fortaleza que
presentan testero recto con tres capillas.
La parte más
interesante de esta iglesia, y por la que merece incluirse en el elenco de los
monumentos mudéjares aragoneses, se concentra en su fachada norte o principal.
Decorada con ladrillo resaltado y cerámica, es uno de los pocos exponentes de
este tipo que restan en Aragón, entre los que cabe reseñar el muro de la
parroquieta de La Seo zaragozana y la fachada oeste de la iglesia de la Virgen
de Tobed, sin olvidarnos del desaparecido ábside de la iglesia de San Pedro
Mártir de Calatayud. Es precisamente en relación con el primero, que se data a
finales del siglo XIV, donde se sitúa este muro de Morata que podría haber
tomado como referencia la obra de La Seo.
Dentro de su
composición llama la atención la asimetría con que están dispuestos los
elementos ornamentales que quedan cortados por la portada que abre a la capilla
del segundo tramo, que en la construcción original se correspondía con el de
los pies. De esta manera, la parte izquierda, que cubre la parte
correspondiente a la cabecera, primer tramo y parte del segundo, es
considerablemente más extensa que la derecha, que pasa prácticamente inadvertida
al ocupar únicamente la parte derecha de ese segundo tramo hasta el primitivo
hastial. El amplio abanico de motivos cerámicos se reduce en su policromía a
los colores blanco y negro, aunque se suelen describir como azul o cobalto.
Antes de continuar es
preciso hacer referencia a la restauración que sufrió esta fachada en 1995 bajo
la dirección del arquitecto Javier Ibargüen, donde se repusieron la mayor parte
de los azulejos que ahora se ven ya que de la cerámica original apenas quedaban
restos que hay que buscar minuciosamente, ya que únicamente suponen en torno al
diez por ciento del total, siendo el resto de nueva factura.
La
portada que es sobria en su estructura, se decora profusamente en la parte
superior que cierra en alfiz con gablete en su interior. De esta forma se
combinan elementos del gótico levantino con otros del arte hispano-musulmán.
La
portada abre en arco carpanel enmarcado por cuatro arquivoltas abocinadas en
arco apuntado que apean en fustes, todo realizado con ladrillo aplantillado,
sobre un zócalo de piedra sillar al igual que el resto de los muros del templo.
Las arquivoltas se
sustentan en capiteles corridos sobre los fustes antes citados; junto con el
grupo escultórico del tímpano es la única parte de la portada no construida en
ladrillo.
De tipo gótico, estos
capiteles se decoran con figuras que debido a la mala calidad y conservación de
la piedra, se han perdido en su mayor parte. Así solamente se pueden ver parte
de dos del lado derecho que parecen corresponder al busto barbado de una figura
masculina y otra de un personaje con los brazos levantados que podría ser una
mujer.
El tímpano lo ocupa un
pequeño grupo escultórico de piedra que representa a San Martín partiendo su
capa y entregándole la mitad a un peregrino.
El llamativo alfiz de
la portada se completa con tres pináculos que asientan en su vertical y en el
ángulo del gablete. Se decoran con un fondo de ajedrezado en el que se insertan
tres platos negros en cada lado contorneados el central e inferior por seis
azulejos aplantillados blancos formando un círculo.
El espacio entre los
pináculos se rellena con un friso de arquillos mixtilíneos continuación de los
del muro. Son dos series de cuatro arcos que apean en fustes cerámicos con
estrellas de ocho y dameros en su interior, además de discos negros en las
albanegas.
El interior de las
albanegas, o triángulos laterales, y del gablete están ornamentados con
azulejos de los tipos ya vistos: estrellas de ocho, dameros, discos y espiga.
El espacio que ocupa la
portada lo cierra en la parte superior una pequeña cornisa sobre ménsulas que
en los laterales se prolonga hacia la parte baja en forma de pequeña columna
adosada a base de ladrillo abocelado. También se utilizó el ladrillo
aplantillado para realizar los mástiles de los pináculos y el gablete,
cubriéndose en su parte superior con cerámica en forma de espiga.
El friso de arquillos
mixtilíneos sobre fustes cerámicos que hemos visto entre los pináculos del
gablete se extiende por el resto del muro, con la diferencia de que aquí el
interior únicamente se decora con una estrella de ocho y tampoco se colocaron
discos en las albanegas.
Debajo de este friso de
arquillos se dispone una cornisa sobre ménsulas en voladizo entre las que hay
discos de color negro. Tal vez por ser la zona más resguardada de la fachada es
donde se conserva un número más elevado de piezas originales
Debajo de la cornisa la
decoración se concentra en la mitad superior de su altura, dividida en dos
grandes franjas enmarcadas por un motivo de espiga o flecha y ribeteados
horizontalmente por bandas de esquinillas simples.
El motivo superior combina
el ladrillo resaltado con la cerámica, y está compuesto por una franja no muy
ancha de rombos que queda cortada por la portada y por un gran óculo. Los
espacios interiores de los rombos se decoran con platos o discos de color
negro. Alrededor del óculo se distribuyen una serie de platos negros que
alternan con estrellas de ocho blancas enmarcadas de negro.
La ornamentación de la
parte inferior es de tipo exclusivamente cerámico, y se divide en tres líneas.
En la central se intercalan estrellas de ocho blancas enmarcadas por piezas
negras triangulares que forman una composición romboidal, con estrellas del
mismo tipo ribeteadas por piezas negras que siguen la misma forma estrellada, y
pequeñas piezas alternando blanco y negro, a manera de damero o ajedrezado, que
crean formas octogonales. En las líneas superior e inferior, se alternan discos
cerámicos negros con composiciones tipo damero de forma de medio octógono.
A continuación unas
fotografías de los diferentes tipos de azulejos y composiciones que salpican el
muro.
PUERTA
EN LA IGLESIA DE SAN MARTIN, DE LA ALJAFERIA DE ZARAGOZA.- Si,
como parece desprenderse de documentos, el Castillo de la Aljafería se éntregó a una Comunidad religiosa a raíz de conquistada la ciudad por Alfonso
el Batallador, imponiéndole la
obligación de levantar en su recinto
una iglesia en
honor de San Martín, es de creer que
la construcción fuese del tipo que
imperaba entonces: románico,
de una
o tres naves,
con la puerta en
el muro de Poniente, no en el de Mediodía, como hoy está.
Claro que la capilla
sufrió después transformaciones
de tal
magnitud, incluso en lo referente
a orientación, que cuanto se diga
respecto a ello no pasa
de sospecha, porque, trastrocados
sus principales elementos, nada queda para
una afirmación rotunda.
A pesar de
esto, se aprecian en el muro Oeste del
cuerpo donde está la iglesia de
San Martín signos evidentes de
un gran hueco que allí hubo; y en el muro de
Mediodía, junto al ángulo que
forma con el otro, se halla oculta hoy
día una magnífica portada de
ladrillo, muy mudéjar, que pudo ser
la del templo
al cerrarse la
supuesta entrada de Poniente en
reforma que se ignora.
Dicha portada se
respetó, al modernizar la iglesia
o capilla real, por traslado del ingreso al centro del muro, cambio
obligado por la nueva orientación dada al templo, quedando aislada dentro del
pequeño recinto que pudo ser el atrio. Sólo así se
explica la presencia de
obra mudéjar tan interesante.
Forma la
portada un arco
rebajado dentro de
otro ojivo de doble archivolta, y por
fuera de éste, alfiz bordeado de
faja. Los diminutos capiteles de
la arquería inician
una imposta que corre hasta
el límite de la faja decorativa que refuerza
al alfiz. Dentro del espacio
comprendido entre la ojiva y el
arco rebajado aparece un recuadro
vertical dispuesto para recibir
alguna imagen, y a sus
lados, dos grupos de arquería mixtilínea sin enlazar. En las
enjutas, dos estrellas de ocho con
cuatro de sus
puntas transformadas en semi círculos, en cuyos fondos, enlucidos, se
ven restos de escudos
pintados. En la faja externa de
cierre, labor de cuadrados en
posición diagonal, hechos con
tacos cuadrados.
El acceso al interior
de la capilla se realiza a través de una interesante portada mudéjar que abre
en el arco correspondiente al último tramo de la nave derecha. Esta portada es
claramente posterior a la fábrica de 1339, pudiendo datarse por sus
características formales en la primera década del siglo XV, probablemente
durante el reinado de Martín I (1396-1410), estimándose coetánea de la portada
de la iglesia de la misma advocación en Morata de
Jiloca.
La portada está
construida en ladrillo aplantillado, y en su composición se conjugan elementos
cristianos e islámicos. A los primeros corresponden el arco carpanel de perfil
deprimido rectilíneo resaltado mediante doble bocel que cierra la puerta, y que
Gonzalo Borrás relaciona formalmente con el arco de la portada de San Blas en la iglesia de San Pablo de Zaragoza;
sobre este arco, cerrando el espacio del tímpano, hay otro apuntado de un solo
bocel entre molduras en nacela. Ambos arcos se encuadran en la tipología de
portada gótica aragonesa de comienzos del siglo XV.
Estos elementos
cristianos están encuadrados mediante un doble alfiz, al modo de una fachada de
mihrab, potenciándose el espacio entre ambos recuadros con un paño de rombos a
base de ladrillo taqueado, motivo típico del mudéjar aragonés que vendría a
sustituir a la decoración epigráfica árabe propia del modelo citado.
En las albanegas se
disponen sendos escudos de armas enmarcados en cuadrilóbulos con el Señal
cuadribarrado de la Casa Real Aragonesa. Lo más sorprendente de esta portada, y
para Borrás, lo que parece un recurso de última hora mal resuelto, es la
reducción decorativa del tímpano a un recuadro rectangular dispuesto
verticalmente, ocupado por un relieve moderno obra de Minguell Corman, por lo
que se habría de completar con un friso de arcos mixtilíneos para evitar la
sensación de horror vacui.
A causa de estas
anomalías formales, tal vez debidas a la celeridad exigida para su
finalización, el mismo autor considera que esta portada constituye un unicum en el
arte mudéjar aragonés. La portada tuvo una vida útil relativamente corta, ya
que cuando se habilita el palacio para uso del Tribunal de la Inquisición, se
adosaron cuerpos de edificio a las fachadas norte y este del patio de San
Martín, quedando oculta, a la par que se abría un nuevo acceso a la iglesia en
el tramo contiguo, el central, momento éste en el que tal vez se llevó a cabo
la reorientación litúrgica de la capilla hacia el Norte.
PUERTA DE
LA IGLESIA DE
QUINTO.- La que hoy está
en servicio se abre en el centro
del muro derecho de
la nave, junto
al campanario, primitiva puerta,
quizá, de la obra que se
dice ordenó el arzobispo de
Zaragoza Fernández Heredia durante
su gobierno (1387-1416), a cuyo
personaje se atribuye la erección de esta
iglesia y las de
Ojos Negros, Aladrén, Paniza,
Riela, Encinacorba, Ejea y Maella, sin
unidad constructiva o tan
reformadas que han perdido el primitivo carácter, siendo más
lógico suponer que D.
Carda Fernández Heredia hiciera
tan sólo obras parciales, borradas hoy casi todas.
La puerta de Quinto, como todas
las aragonesas de esta
época, consta de arco rebajado bajo
otro ojivo de tres archivoltas encerrado en alfiz. En el
tímpano quedan restos
de tres capillitas
con sus correspondientes doseletes y
las ménsulas o repisas de
sostén de imágenes ya
desaparecidas, más dos escudos
encerrados en cuadrados.
Las enjutas las llenan dos ojos o circunferencias que tocan
en los lados del triángulo,
ocupados por blasones, y completando la
decoración del fondo unas ojivas.
Completamente
alterada por reformas
hechas en el muro
donde se abrió, restan vestigios de la primitiva entrada
de la iglesia de Torralba de Ribota,
de tipo semejante a éstas.
Las pequeñas puertas
del oratorio de la
Aljafería, Sala Capitular del convento de Santa Catalina
y convento del Sepulcro, de Zaragoza, se describen en el capítulo que trata
de la decoración
en yeso tallado.
Menos importancia que las puertas tienen
los huecos destinados a campanas, los de
iluminación de algunas torres, los de
ábsides y muros, por cuya razón
se mencionan con arreglo
a su función y formas.
Los huecos de
campanarios cabe separarlos
en tres
variedades bien acusadas. Una es la de arcos de medio
punto repetidos en dos, tres o cuatro planos, en retirada, a
imitación de las ventanas románicas, forma que se ve en las torres de Teruel, Magdalena, de Zaragoza, etc., y en dos planos nada
más, en casi todas las que
se juzgan construcciones de la última
época y barrocas.
El arco ojiva
sencillo, sin molduras, único,
se encuentra en campanarios
toscos y pobres, como el de la
1glesia de Belmonte, y otras veces, en torres
más ricas, bajo
alfiz. Pero es más
frecuente verlo junto a otro
igual, o dos apareados y
protegidos por otro mayor
de la misma forma, como están
en la mayoría de las torres octogonales primitivas.
La tercera variedad
es simplemente de huecos alargados
y estrechos que cierran en pabellón, y tienen por objeto dar luz a la
escalera, forma que se halla tan sólo en
torres arcaicas y de gran volumen.
En los ábsides, las
ventanas son todas
del mismo tipo:
de arco apuntado, desde el sencillísimo que aparece
en el de Belmonte hasta el
ampuloso, de rica tracería, que figura
en el ábside de la Seo de Zaragoza,
pasando por los esbeltos y
bellísimos, de moldura
aplantillada, que conserva el de
Magallón.
Las ventanas
abiertas en los muros
de la nave
de las iglesias gótico-mudéjares no se exteriorizan;
si tienen ándito, dan a él, con la
forma corriente, pero desprovistas de ornato, que se derrocha en la parte
interior, y coinciden con
sencillos arcos apuntados abiertos en el muro para que
la luz llegue a ellas.
Cuando se proyectan al exterior muestran su tracería,
modesta o rica, según la
categoría de la iglesia.
Con las ventanas se mezclan
óculos con derramo exterior, que
no se decoran porque ello queda encomendado a
la celosía que cubre el hueco.
La misma falta de
unidad que, en general, presentan en lo externo las iglesias
gótico-mudéjares aragonesas,
bien por predominio de estructura ojival o debido a
reforma borrando lo mudéjar, se observa
en sus intereses, donde, salvo
las construcciones señaladas como puristas, que forman el grupo
de Calatayud, es difícil hallar
dos elementos iguales.
No obstante, todas coinciden
en lo sustancial: una sola nave que se cubre con bóveda
de crucería, de gran
sencillez, y capillas abiertas en los
lados mayores de la nave, entre los contrafuertes. Pero aun
así, el parecido entre los
elementos no es tan
marcado como debiera dentro de proporciones semejantes.
Esta desigualdad no puede
atribuirse a fases de evolución
del estilo, desde el
momento en que se conocen
construcciones contemporáneas con
formas distintas; más bien
pudieran ser modalidades de región, o impuestas por criterio de los constructores. Véanse las diferencias.
Al estudiar los
ábsides según el aparente arcaísmo de
sus motivos decorativos, se vió figuraban en los de mayor número
de lados, mientras en los de tres
los temas eran más pobres y degenerados; dato que, si se aprecia como
suficiente para establecer su cronología, no coincide con las fechas constructivas de algunos. .
Ahora, al
tratar de este elemento como
cabecera de la
iglesia, ocurre otro tanto
entre las formas poligonales
de siete, cinco y tres lados
y las cuadradas, con fechas contemporáneas de las de aquéllas.
Los ábsides poligonales
reproducen interiormente su forma, pero no la decoración exterior,
figurando como único ornato las ventanas con sus tracerías, cuando las tienen, la cornisa que
marca el arranque de la bóveda y los
nervios de ésta; todo, salvo las
celosías que ocupan el vano de las
ventanas, de igual carácter que
en las construcciones góticas.
En cambio, las cabeceras cuadradas acusan más fijeza, tanto en la parte constructiva como en los elementos que se
emplean para decoradas.
En las iglesias de
cabecera no poligonal, la planta de la nave es un paralelogramo rectángulo formado por los muros
de cabeza y pie y los laterales, con capillas
más o menos acusadas abiertas en los últimos. El muro cabecera
se rasga por tres huecos
de arco apuntado, de mayor altura
el central, apoyados en pilares ochavados o
haces de columnitas, cuyos huecos
hacen las veces de bocas de
capilla a otros tantos altares
puestos en el fondo y
comunicados entre sí, como ocurre en la iglesia de
Torralba de Ribota. En otros casos,
el arco central da paso a una
capilla profunda, quedando los altares la terales en un plano anterior y comunicados como en
aquéllas.
La forma
de dichas cabeceras impide cubrirlas
con bóveda de crucería, como se hace con las poligonales, por
cuya causa la de
la nave llega hasta ellas, donde queda
cortada, como lo haría una bóveda de
cañón seguido. En el
muro de la
cabecera, sobre los arcos bajos,
queda un triángulo de grandes
dimensiones donde se abre una ventana
de iguales proporciones
que las del
resto de la
iglesia, y sobre ella un óculo
(Santa María, de
Maluenda, y San Pablo, de
Zaragoza), o dos ventanas y un óculo, como
se ve en la iglesia de Nuestra Señora
de Tobed.
Así como
en las iglesias
ojivales aragonesas la
bóveda de sus naves tiende a la complicación de nervios, cruzándolos en todas
direcciones en forma de ricas
estrellas, en las mudéjares ocurre
todo lo contrario: los nervios
son rectos y huyen de enlaces; reducidos a dos en cada tramo, van desde un ángulo
al opuesto cruzando en los cen tros, y en la divisoria del tramo, un arco apuntado. En
ciertos ejemplares, los tramos de
crucería alternan con
otros de cañón apuntado,
como grandes fajas
de refuerzo en estructuras
de aparente sencillez. (Torralba de
Ribota).
En contraste con ellas
están las complicadas bóvedas de
crucería que hicieron nuestros mudéjares
en cúpulas ciegas o con linterna,
interesantísimos ejemplares.
Como obra
típica e interesante dentro de
lo arquitectónico corresponde calificar
las bóvedas de crucería
hispano-mahometanas de algunas iglesias aragonesas, por fortuna conservadas. No son muchas,
ciertamente, ni ello aminora su
importancia, pues cualquiera
basta para representar cumplidamente esta
nueva manifestación de arte
mudéjar aragonés.
Levantadas en los
cruceros de las catedrales de Tarazana, Teruel y la Seo, de
Zaragoza, tienen por misión
dar luz a la cabecera de las iglesias, embelleciéndolas notablemente con la claridad
comunicada y sus grandiosas proporciones, sin las cuales
hubieran seguido lóbregas y pobres.
Las tres citadas corresponden al
mismo tipo de
crucería. Un espacio cuadrado, o en forma de paralelogramo rectángulo, se con· vierte en otro
octogonal mediante trompas colocadas en
los ángu los, y de cada ángulo
del octógono sale un
nervio que enlaza
con otro ángulo en trayectoria recta, habiendo salvado tres
lados de la figura.
Vista la disposición en planta
resulta un polígono estrellado inscrito en un
octógono, en el cual el cruce
de los nervios deja un
espacio en el centro que
es otro octógono semejante al externo.
Sobre el ojo o hueco central
se levanta un pequeño cuerpo en forma de cupulín. Tanto los lados del
octógono como los del cuerpo
alto permiten abrir huecos
de iluminación. Así es el
tipo estructural que predomina en las linternas o cimborios aragoneses, y dentro de estos elementos varía el aspecto de conjunto según la naturaleza y abundancia
de la decoración que los viste.
Bóveda también
hispano-mahometana, pero de
traza diferente, es la de la capilla de
la Purificación en la Catedral de Tarazana. De planta cuadrada, cada nervio
se dirige desde
los ángulos del cuadrado
a los centros de los lados fronterizos, cuya disposición
deja, como en las otras, un hueco
central que es igualmente un octógono sobre el que se levanta el cupulín,
ciego, sin huecos de iluminación a la capilla.
Todas ellas tuvieron un
proceso de construcción largo, como se verá al
describirlas. Las de Zaragoza y
Tarazana tardaron muchos
años a
terminarse; la primera
se supone comenzada
al final del siglo XIV, y quedó concluída
dentro del primer cuarto del
siglo XVI; para la de Tarazana
transcurrió cerca de un siglo entre
recomposiciones y decorado.
Tan larga duración
en obras de
aparente sencillez se explica
porque fueron levantadas sobre otras
seguramente no dispuestas para recibirlas, y,
aunque se reforzaran con
arreglo a cálculos y se tuviera
en cuenta el peso de la mole que había
de gravitar sobre la vieja, ésta
cedía y amenazaba con la ruina de la nueva.
En construcciones de
tanta duración es
natural intervinieran
muchos y distintos artistas, y aquí, como
prueban los documentos, se
observa, una vez más, la mezcla de maestros y obreros mudéjares y
cristianos actuando como directores o
ejecutantes de las obras, indistintamente.
La terminación
definitiva de ellas
raya en los
comienzos del siglo XVI para
unas, y el último
tercio del mismo
para otras; por tanto, se
consideran obras de
esta época, con
los distingos de mudéjares-ojivales y
mudéjares-renacentistas, según el carácter
comunicado por la decoración.
CIMBORIO
DE LA SEO, DE ZARAGOZA.- El de hoy
no es, ni mucho menos, el primitivo, ni tampocó el construído a
expensas de Benedicto XIII, reformado mucho
después. El profesor
Galindo, único investigador que
estudió detenidamente su
historia en los libros
de fábrica conservados en el
archivo de la Seo, da noticias de suficiente
valor para conocer, si no en detalle con cierta
precisión, la marcha de la obra.
Según nota del año 1376, se estaba
terminando por entonces el
cimborio que ordenó construir D. Lope Fernández de Luna, arzobispo de
Zaragoza, interviniendo en
la construcción, según cuentas de la
obra, varios maestros
moros, y los cristianos Joan de Barbastro y Domingo Serrano, éstos, probablemente, en calidad de directores, puesto que en
documentos contemporáneos re ferentes
a otros asuntos figuran como
maestros de obras
de la Catedral. En el momento a
que alude la nota se estaba trabajando en los tejados que cubrían el cimborio. Es evidente, por tanto, que
en el siglo XIV el
crucero de la capilla mayor
de la Seo tenía
su linterna, ignorándose las
características de forma y pormenores de ornamentación.
Pocos años
después aparece el
nombre del Papa Luna,
Benedicto XIII, ocupando
rentas propias en
las obras de
la Catedral, entre las cuales
se consideran incluídas
-por suposición, no por pruebas- la reforma o
decoración del cimborio que
hiciera Don Lope de
Luna, porque no existe nada que
dé a entender si la obra primitiva
fué deshecha. Pero parece
ser que, además de las modificaciones que el Papa ordenara se hiciesen en el cimborio, se levantó por
entonces la obra gótico-mudéjar
correspondiente al exterior del ábside, tal como
hoy se encuentra.
De la intervención de
Benedicto XIII no hay que dudar: lo dicen la inscripción
que lleva el
cimborio, donde se le alude;
su Bula de 1409, en que
habla de rentas
propias que destina
a obras en la Seo y, además,
un documento fecha 1403, del que se colige iban
a comenzar las obras del
cimborio acordadas por el Papa,
y otro de
1409, capitulación o contrato
con Mahoma Rami, encargado de la decoración pintada.
Dicen los documentos
que a los seis o siete años, en 1417, fueron requeridos los maestos
Isambart y Carla para reconocer el estado del cimborio, que, sin duda, ofrecía peligro,
porque de la consulta salió el consejo
de ligar los pilares mediante arcos como
antes estaban, según dicen
los consultados, arcos suprimidos tal vez en la reforma del Papa. Los consejos no debieron atenderse, y, a pesar de ello,
nada ocurrió en una porción
de años.
Los cronistas de tiempos
pasados que reseñaron
la obra de Benedicto XIII la describen como
una grandiosa tiara representativa
de la alta jerarquía de su
mecenas, cuando nunca
pudo tener la forma de tiara, porque los puntos de
apoyo limitan un paralelogramo y no un cuadrado,
del que se obtiene
un octógono irregular de
radio desigual, imposible de
inscribir en un círculo,
figura no muy adecuada
para aquella forma.
En 1498 ocurrió una verdadera catástrofe por
hundimiento de uno de los sostenes, que
arrastró parte de la
obra, y a
toda prisa hubo de remediarse el daño, interviniendo en esta ocasión
los maestros cristianos
Sarinyena y Gil, ayudados de trece moros
y gran número de peones, sin lograr
una solución decisiva,
puesto que a los dos años volvía
a amenazar ruina. Entonces se llamaron
maestros de fuera, viniendo de
Toledo, Barcelona, Valencia, Huesca y Monasterio de Montearagón los más
hábiles y reputados, quienes dieron
su parecer recomendando derribar
el cimborio y volver a levantarlo sobre apoyos
más sólidos, añadiendo, además,
otras naves laterales que consolidasen el conjunto.
Esto ocurría gobernando
la diócesis D. Alonso de Aragón, y se trabajó en la
Seo por espacio de quince o
dieciséis años, sin distinguir los libros
de fábrica y
cuentas cuándo la inversión de fondos se aplicaba a las
obras del cimborio o a las de las naves, siendo por esta causa poco menos que
imposible saber la cuantía de las obras
llevadas a cabo en el cimborio. Poco después de acaecida la muerte del arzobispo (1520) quedaban terminadas. El alarife más
destacado en esta última intervención
fué el maestro cristiano Juan Botero,
ayudado de otros de su misma religión y moriscos.
De la
historia del cimborio, rápidamente expuesta en párrafos anteriores, se deducen varias
consecuencias. Una de ellas
se refiere a su forma, que nunca,
a pesar de lo ocurrido en
él, debió alterarse
en lo fundamental, es decir: levantado en un espacio de dimensiones fijas, tuvo siempre
las mismas proporciones de
planta, e igual crucería mahometana, y de las modificaciones que en estos
elementos hubieran podido
hacerse jamás hablan
los documentos. El primitivo pudo ser menos esbelto, de remate pobre, huecos mezquinos y decoración más mudéjar
que ojival, y
hasta, si se quiere, únicamente pintada y con yeserías en las ventanas, a
semejanza de otros
monumentos de la época. El Papa Luna, por su parte,
al emprender la reforma del
templo, debió suprimir
en el cimborio los arcos de
apoyo de los pilares
-a que se refieren
los técnicos que
informan en 1417-, abrir huecos en
la parte baja coronándola
con gran vuelo, recrecer los
que hubiera en
la alta y
dar mayores proporciones al cupulín, consiguiéndose de este modo, con la ayuda de la decoración adecuada, el aspecto de
tiara a que aluden
los papeles viejos.
Supuestas así
las cosas, debilitados los apoyos y
recargada la masa, la obra se resintió,
originando la alarma motivo de la consulta hecha a Isam bart
y Carla pocos años
después de terminada. No
remediado entonces el
daño, en 1498
se produjo la catástrofe
que relatan los documentos,
y fué
precisa la presencia
de los maestros Egas, Font, maese Carlos
y maestre Conde, llamados con toda urgencia para decidir
lo necesario. Estudiado el
caso, aconsejaron, de acuerdo con los
maestros de Zaragoza, suprimir o
aminorar cargas y reforzar apoyos y
consolidar la obra toda mediante dos
naves más. Quince años duraron los
trabajos, y es de
suponer que se hiciera cuanto indicaron
los técnicos, tanto por
necesidad como por
la buena disposición del
arzobispo.
Con esta
reforma, realizada en los comienzos del siglo XVI, debió quedar el
cimborio en el estado actual, ya que
ninguna otra modificación se registra posteriormente, ni nada se aprecia en él de carácter moderno.
La obra se apoya,
mediante cuatro arcos ojivas,
sobre dos fuertes
columnas y los
muros laterales del
presbiterio, en un espacio mayor
que el señalado por la
intersección de la nave del crucero y la central, y aun así no se consigue un cuadrado, sino un paralelogramo. En
consecuencia, los arcos son desiguales de luz, mayores los correspondientes a la nave central,
viéndose en los
otros dos desfigurada su forma
aguda con la
adición de otros arcos
menores y bajos, y entre los dos, sendos calados ojivales. En cada ángulo del paralelogra mo hay una trompa,
por cuyo
medio se convierte en
un octógono. El primer
cuerpo octogonal no tiene
hueco alguno, pero
pudo haberlos en la obra
de Benedicto XIII y por ellos rasgarse los
muros al hundirse la columna,
cerrándose después. La decoración de esta zona, en dos fajas limitándola, y
entre ellas columnas en los ángulos y hornacinas
en las caras conteniendo aquéllas grandes
estatuas representando a los cuatro evangelistas y a los
cuatro grandes Padres de la Iglesia latina. La faja alta está ocupada por
una inscripción latina, de caracteres góticos, alusiva a la obra
y sus patrocinadores. La baja se
corta en frentes y ángulos por escudos con
las armas de Don Alonso,
sostenidos por figuras que se
mezclan con la decoración.
La bóveda comienza
inmediatamente, desparramándose los nervios con fuerte curva para elevarla en proporciones grandiosas, sendos ventanales
partidos por dos columnitas dejan pasar
la luz a torrentes por los lados
del cuerpo, donde los nervios se cruzan aparecen sendos florones dorados, de madera calada y tallada.
Por el ojo o hueco central asoman sus pequeñas ventanas los nervios de
la bóveda que se reúnen en
el centro, y los
correspondientes platillos
de madera, todo en un conjunto severo y majestuoso.
No corresponde lo
externo a la riqueza derrochada en el interior.
Por encima
de los tejados de la nave mayor aparece el cuerpo de ven tanas y apoyo
de nervios de la bóveda, muy airoso, sí, pero con
los elementos al natural, apenas decorado. Los
frentes del ochavo, calados por
ventanales de sencilla ojiva,
y por encima dos calles
de molduras con una
faja intermedia de
cuadrados en posición
diagonal como único ornato.
Los contrafuertes, que terminan en plano inclinado, llegan en su
altura a tocar la faja de
labores, y se visten en frentes y
costados de la parte baja con rehundidos dibujando arquitos canopiales, y
en la alta, con
vuelos de molduras mezcladas
con fajas de dientes. Protegiendo el cupulín hay una
especie de templete de planta octógona, no
muy esbelto, con huecos de arco canopial en
retirada en los frentes, y contrafuertes delgados en los ángulos, y
por remate, vuelo de
molduras donde apoya el del
tejado. Decóranlo faja de esquinilla alternada bajo la de
moldura.
Gracioso es el cambio
de planta en este
cuerpo final alternando sus
contrafuertes con los frentes del
bajo, en vez
de coincidir cada elemento
con su
semejante. Esta manera de
combinar las plantas de dos cuerpos de
igual forma debió hacerse para
evitar la monotonía y, a la vez, aumentar la esbeltez del conjunto, a la
que ayuda no poco el corte de los contrafuertes del cuerpo
mayor, que de este
modo dibujan tres planos en vez
de dos.
CIMBORIO
DE LA CATEDRAL DE TARAZONA.- Si bien la obra que
hoy se admira cae dentro del
segundo tercio del siglo XVI, parece ser, por lo consignado en un libro de actas cápitulares de 1519, que el cimborio se encontraba hecho antes de finar
el siglo XV, y
que para la fecha
citada el arcediano convocó al
Capítulo con pro pósito de notificarle
el mal estado de la Qbra en aquel
momento, que exigía una reforma de
importancia.
Poco explícitos, los
libros se limitan a consignar el importe de los jornales devengados en 1519 por
obreros y maestros ocupados en el arreglo
del cimborio, entre los cuales se
citan a Berroz padre, Ma homa, Berroz hijo, Yaye y Mahomica, todos
moriscos domiciliados en
Tarazana, donde trabajaron en distintas
obras de la ciudad antes y
después de hacerlo en la Catedral.
De otros
escritos más detallados
se desprende que
en 1519 Berroz, Mahoma y demás
compañeros se ocupaban con toda
urgencia en remediar algo grave ocurrido
en la linterna, que, sin duda, no
se había construído con todas las reglas del arte.
Dice el cronista de
Tarazona Sanz Artibucilla,
de quien son
las noticias anteriores, que al
hacer una reparación en el cimborio el año
1578 apareció un
documento en el que se hacía constar
que dicha obra estaba hecha
a expensas del arcediano
Muñoz, tercero de la
familia en el cargo, quien destinó gran parte de su fortuna particular a
pago de trabajos ejecutados por
Juan Botero, de Zaragoza, el cual, en unión de
otros maestros, trabajó
en la linterna de la
Catedral desde el año 1543 hasta 1545.
Más datos prueban
que en 1557 terminaba la parte de albañilería y se daba comienzo a la
decoración. El arcediano don Juan Muñoz
falleció el año 1546.
El proceso
que en su
construcción siguió esta magníAca obra arquitectónica tiene mucho parecido
con el de su
similar de Zaragoza. Como allí,
hubo primero una linterna, quizá
modesta en pro porciones y arte,
construída en el siglo XV,
que pronto amenaza ruina
y requiere una reparación urgente
que llevan a cabo en 1519 unos moriscos. El arreglo hecho
por éstos es muy probable que
no bastara a contenerla, necesitando,
por consiguiente, radical
reforma, que años después lleva a cabo
por sí solo una Dignidad de opulenta
familia tarazonense. De ella se
encarga un maestro
de Zaragoza, pro bablemente especializado, de gran renombre: Juan de
Siguas, conoci· do igualmente por Juan Botero, el mismo precisamente que
había realizado la última modificación que sufrió el cimborio de la Seo, de Zaragoza. Los libros de fábrica
de la Catedral nada dicen de lo hecho por Juan Botero respecto a aprovechamiento de elementos viejos, ni tampoco hablan
de nuevas reformas, siendo motivo
esto ú!timo para adjudicar a Botero la obra que hoy
se admira.
De estructura interior semejante a la
de Zaragoza, se apoya la bóveda
en los ángulos del crucero y en
los grupos de columnas que van
adosados. La planta
que limitan es
cuadrada, cerrándola en la parte
alta los arcos tendidos de uno a otro
ángulo. Conviértese el cuadrado
en octógono mediante las trompas levantadas en los
án gulos del cuadrado, y en los del octógono van los apoyos de los nervios principales que han de
cruzarse, formando estrella de
ocho, con un hueco octogonal en el centro, que se cubre mediante
un cupulín; es decir, la disposición típica de las bóvedas de crucería hispano mahometana.
Las trompas de la
bóveda que nos
ocupa son gallonadas, con graciosos repliegues, en forma de concha, que sirven de asiento a magníficas figuras representando los cuatro evangelistas.
Acusada la forma octogonal, los muros
se levantan verticalmente hasta
cierta altura para justificar la robustez necesaria de
las columnas de sostén de los nervios.
Por la parte
baja de esta
faja corre un
vuelo reforzado en los
ángulos con sendos
mascarones en función
de ménsulas, sobre las cuales se
apoyan o descansan las
columnas, en los centros,
grandes hornacinas con las estatuas de
ocho Apóstoles, y recorriendo los
muros, dos impostas, una a la altura del arranque de los arcos de las hornacinas y otra
por encima, como
ligadura de los capiteles
de las
columnas. Bajo el vuelo de la parte
inferior va inscrito el
texto siguiente: «]oANNEs MuNNoz ADRIAN
P [A] P...E CAMERARIUS HIC ARCEDIANUS [H] oc OPUS ESTRUENS OB!IT AN. DMNI. 1546, RELICTI [S) AD CONSUMANDUM SUPTIBUS».
A los nervios principales
se suman otros
más finos, exclusiva mente decorativos, que, naciendo encima
de las ventanas
de ilumi nación abiertas
sobre las hornacinas, cruzan sobre
aquéllos y reco rren las plementerías, cubriendo sus uniones
vistosas arandelas de madera
calada en distintos tamaños.
Apoyado el cupulín en
las secciones de nervios
principales que torman el octógono interior de la estrella, se alza, como
remedo del cuerpo
oct<!>gonal inferior, con los mismos
elementos constructivos y decorativos que aquél
tiene: columnas, bóveda, ventanas, vuelos y figuras, ejecutados
con tal
corrección y belleza que no
discrepan de los otros.
El cimborio de la
catedral de Taraz: Una, exteriormente juzgado, es un monumento arquitectónico difícil de superar como
arte, en el cual proporciones
y disposición de
los miembros constructivos se encuentran ligados con
tal habilidad que no es
fácil concebir nada más bello, más genial, dentro de lo
sencillo. Si Botero, su autor, realizó
la obra después de la experiencia alcanzada
al construir el cimborio de Zaragoza
y, probablemente, el de Teruel,
vería la posibilidad de
sumar a la grandiosidad interior
la externa, corrigiendo de fectos
apreciables en las otras; no en balde
era ésta la
última obra de un maestro ya
especializado en ellas.
Muy destacado
del resto del
edificio, deja ver claramente
el cuerpo octogonal bajo
casi desde el
arranque, y con él, el de los
gigantescos contrafuertes que lo
arman, acusando el conjunto una masa fuerte y robusta.
El segundo cuerpo, protector
del cupulín, cambia de planta,
como en el de Zaragoza, y remata
con otro muy agudo,
octogonal como los
demás, cuya planta
tiene la misma orientación que el primero,
logrando con él
disimular la mezquindad
del segundo, y un juego de
contrastes con los
planos de los tres; disposición habilidosa que revela
conocimientos profundos en el arte
de la construcción, y un concepto no corriente de la belleza.
Analizado por
separado cada componente-cuerpos,
contrafuertes, ventanas, barandillas, pináculos, etc.-, el interés aumenta
y el mérito se agiganta.
Las ventanas que iluminan el
crucero de la iglesia, grandes, de arco
de medio punto, tienen archivoltas de fino perfil y apliques de
cabecitas adornándolas, y
las enjutas, cuajadas
de labores. Los contrafuertes, labor
de dientes en
la parte baja,
rehundidos de arcos
canopiales en frentes y costados, y gran
moldura de ladrillo aplantillado para final; todo
semejante a los de Zaragoza, pero
con la adición de torres caladas, muy
altas, de cuatro pilarcitos,
como remate. El cuerpo
segundo, de planta en posición encontrada con relación
a los otros y que cobija al
cupulín, de suyo bajo, aumenta en
proporciones por aditamentos incorporados con verdadero arte. Una
barandilla que sigue los
planos del cuerpo
inferior, adornada con una arquería
con apliques de
cerámica, soporta en los
ángulos torres caladas, octogonales, y en los
centros, los ángulos del cuerpo,
cuyos frentes de arco
coinciden con las torres.
Fina el cimborio
con un tercer cuerpo más esbelto que los otros, ochavado,
con los planos en la misma orientación
que los del cuerpo bajo, y un hueco con
arco en pabellón por
frente; tiene contrafuertes y cornisa de terminación bien acusada.
El conjunto es
extraordinariamente bello.
CIMBORIO DE LA CATEDRAL DE TERUEL.- De igual
estructura que los de las
catedrales de Tarazana y Zaragoza, su
forma se acomoda más al de ésta, mientras
la decoración guarda mayor pare cido
con el de la primera.
De planta de
paralelogramo, origina un octógono de lados desiguales dentro del cual se desarrolla
un polígono estrellado de ocho,
forzosamente asimétrico.
La parte
octogonal donde se abren las
ventanas que dan
luz al crucero y se apoyan
los nervios principales
de la bóveda no tiene la altura
de los otros, y por
esta causa carece
de hornacinas y faltan igualmente las
columnas de los
ángulos del octógono,
aparente sostén de los nervios
principales, que aquí nacen directamente de una
ménsula cubierta en
parte por escudos
que sostienen dos ángeles.
Tampoco el cupulín tiene la bóveda estrellada, como en aquéllos; sus nervios
rectos parten del
centro y se dirigen
a los ángulos sin otras complicaciones.
En general, en lo
decorativo se asemeja más al de Tarazana.
Las trompas gallonadas son verdaderas conchas con
figuras de evangelistas recostadas dentro de ellas; cada trompa,
además, con dos
cabezas de ángeles
puestas en los ángulos
del octógono. Los nervios
principales se cortan
por otros secundarios en disposición
algo parecida a la que tienen
en Tarazana. Y, finalmente, las rosas
o platillos de madera
con que se
adornan y cubren los
cruces de los nervios
también son iguales.
Al exterior, el cimborio de
Teruel no tiene la
esbeltez de los otros, ni el cupulín
se halla protegido como en
aquéllos; de ahí la desproporción tan marcada
entre el cuerpo de la bóveda
y el de su remate.
El cuerpo
de la bóveda con sus ventanas
aparece reforzado en las ángulos por
grandes contrafuertes decorados
con fajas de esquinillas, dientes y
rombos, que se achican para
terminar en torrecitas cuadradas
puestas en sentido diagonal al de sus apoyos. Los huecos de iluminación
tienen arco de medio
punto en retirada, viéndose en
el tímpano de algunos de estos medattones con
cabezas de figuras. Remata este cuerpo con una
barandilla que señalan dos vuelos,
decorada con labor de rombos, y en los
ángulos, torrecitas o pináculos.
El cupulín sobresale como si fuese
el final de una torre estribada, dejando ver su último cuerpo de huecos de arco
de medio punto sencillos, y
sobre él, otro menor
con óculos por
toda decoración.
Se carece de noticias
documentales que determinen fecha
de construcción. Lampérez, en su
obra 'Historia de la Arquitectura Cristiana Española en la Edad :Afedia,
dice que en 1538 se caló la techumbre de madera
por encima del altar
mayor para elevar
una linterna o cimborio,
a imitación del de la Seo de
Zaragoza. Dicha fecha pudiera ser la verdadera, como intermedia
entre la que se da para terminación
del cimborio de Zaragoza
y la que los documentos
fijan para el de Tarazana, ya que en lo estructural
copia al primero, y en lo decora tivo parece
ser precursor del de Tarazana.
Si en este orden
se c0nstruyeron los tres cimborios, reformado el primero y obrado el último por
el maestro zaragozano Juan
de Siguas o Juan
Botero, bien pudiera
adjudicarse al mismo
el de Teruel.
BOVEDA DE LA CAPILLA DE LA PURIFICACION, EN LA
CATEDRAL DE TARAZONA.- De tipo
hispano-mahometano, como las de los cimborios descritos, los nervios
principales que forman la
estrella de ocho
no arrancan de
los ángulos de
un oc tógono, como en
aquéllas, sino de
los de un
cuadrado y de los centros de los lados,
uniendo de este modo
los centros de los lados con los
ángulos opuestos. La resultante
del trazado es también una estrella de
ocho, que deja un hueco octogonal en el centro¡ pero la posición
de la estrella es distinta y, si
se quiere, más bella.
Con los
nervios que dibujan
la estrella se funden otros de
igual perfil, que, naciendo de
las puntas de la
estrella que tocan
en los centros de los lados,
bordean con sus graciosas
curvas al octógono central. Sobre éste
asienta el cupulín, que aquí es ciego,
recibiendo luz la capilla
por un óculo abierto en el muro que da al exterior.
La
cerámica como elemento
decorativo complementario en
arquitectura mudéjar aragonesa.- Algunas
noticias acerca de ella. Cerámica de aliceres.- Cerámica de mesa.
Parte integrante de la
decoración mudéjar en muchos
monumentos aragoneses es la cerámica, aplicada
en unos casos
para imitar elementos constructivós
y en otros como realce de
sus labores y lazos. Se ofrece al estudio
en variedad de formas
y matices susceptibles de
agrupación, siquiera sea de
manera imperfecta, con
arreglo a ellos, sin intentar clasificarla según su evolución, hoy de todo punto
imposible por falta de datos
y documentos suficientes.
Al primer grupo corresponde la cerámica
gruesa: columnitas y piezas de torno en forma de
plato o fondo de
botella, barnizadas en un solo
color, verde, azul o
blanco, y aplicadas como decoración movida o resaltada en los fondos de
los grandes huecos
formados por arquerías relevadas.
Como arte no encierran gran
mérito, pero completan
perfectamente los efectos de
la decoración de
ladrillo. Esta forma de
cerámica se ve en las torres de
Teruel, Magdalena y San Gil,
de Zaragoza; en las de Ateca y Belmonte, y muro mayor
de la capilla de San Miguel, en
la Seo de
Zaragoza, y parte alta del
ábside central.
Otra variedad
es la de azulejos planos de formas
octógona, cuadrada y triangular,
en colores blanco, verde,
azul y amarillo, de ordinario
en un solo color
de los citados y, a veces, en dos, cortado un
cuadrado en dos triángulos. Esta clase
de azulejos se halla en fondos de lacerías
de ladrillo de las torres más
antiguas y en arrimaderos o
zócalos de patios.
Distinto por
completo de la variedad
anterior es el grupo de azulejos
en forma de estrella de ocho
puntas, con fondo de la
misma figura en distinto color,
adornados a veces con lazos, labores o inscripciones; variedad no prodigada que constituyó la principal decoración del ábside de la iglesia de San Pedro Mártir, de Calatayud, derribada en los
últimos años del siglo
pasado. Según el arqueólogo Savirón, que los vió, dichos azulejos
eran de tres tipos:
fondo púr pura y dibujos azules, y estrella blanca
con el escudo de los Lunas; estrella
blanca, adornos púrpura, y en el
centro, como en los ante riores,
blasón de Luna; y fondo verde, estrella
blanca, y dentro de ella dibujos de hojas vegetales, escamas
o remedo de letras
cúficas. Estrellas blancas orladas
de negro figuran en el muro de la
iglesia de San Martín, en Morata de Jiloca.
Los azulejos decorados con
blasones o leyendas alusivas,
típicos de las obras hechas a expensas
de algún personaje, como se ve en el muro de la
Seo de Zaragoza, en
el pavimento de
las habitaciones reales del Castillo
de la Aljafería,
revistiendo la parte baja
de los muros en una habitación del palacio del Conde de
Aranda, en Epila, y que
estuvieron en el ábside de
Calatayud, no son frecuentes ni caen
dentro de la obra de aplicación corriente y producción industrial ordinaria
fueron fabricados para ellas y bajo
normas decorativas adecuadas.
Otro grupo, no
muy abundante, pero distinto a los descritos, está formado por azulejos
de lazos hechos mediante la prolongación de los lados de un
polígono regular
a imitación de las
lacerías que se construían en
ladrillo y en madera. Generalmente de un solo color, se destinaron para pavimentar habitaciones. Quédan muy pocas muestras en edificios
particulares y en una dependencia
del conven to del Sepulcro, de
Zaragoza.
Variedad más importante, no por arte,
sino por número, constituyen los azulejos
de cuencas. Las oquedades que los
caracterizan se estampaban a presión
mediante plantillas o moldes.
Es cerámica re nacentista, utilizada de
preferencia en la decoración
de interiores, patios y escaleras
de palacios aragoneses, así como
en iglesias y capillas. Esta
clase de cerámica se encuentra en algunas
torres mudéjares tardías o
barrocas, aplicada como
remedo de la
que osten tan las
antiguas, y suele ser, en casi todos los
casos, residuo de otras construcciones; tal acontece
con parte de la que se ve en la torre de Utebo y en la
de Villamayor, entre otras.
Extraordinarias son las
piezas cerámicas que tuvo
el cimborio de la catedral de
Tarazana en la parte externa, modeladas
con cabezas de guerreros, y otras planas de tonos negros; ejemplares que, por
su carácter y alguna particularidad de forma, pudieran
estimarse como producto de arte
extraño al nuestro; pero, en realidad,
su técnica no difiere gran cosa de la aragonesa, y como obra suya hay que
conceptuarla.
Tan sólo
en un monumento aragonés -muro de
la Seo- aparece la cerámica de aliceres o pequeñas piezas aplantilladas, de
coloraciones, tamaños y
formas diversos, dispuestas para combinarlas de manera tal que
sus contrastes, los de color
especialmente, den sensación
de mosaico. La cerámica de aliceres
no es corriente o común en
Aragón; no se halla en ninguna torre de iglesia, y menos en
decoraciones interiores, como
ocurre en el Sur de España. Realmente, no fué cerámica que
hicieran aragoneses, porque semejante a
ella no hay nada, ni
siquiera en los monumentos de mayor riqueza.
Por otra parte, está probado documentalmente que sus
autores fueron dos ceramistas
andaluces llamados para fabricarla en
Zaragoza.
Grandes discusiones ha suscitado siempre
el problema de los
orígenes de la cerámica de
nuestros monumentos, y hora es ya
de hacer un poco
de historia sobre
su fabricación, para destruir
las dudas existentes.
El uso de azulejos y loza
de colores vitrificables fué
introducido en España por los almohades,
llegados, en el siglo XII, durante el apo geo de Ia cultura musulmana de
Córdoba; manifestación de arte adoptada seguidamente por los musulmanes españoles al apreciar
en ella un poderoso auxiliar de
su arquitectura, ya por
sí decorativa, aplicándola
tan pronto como surgieron los primeros ceramistas y la fabricación tomó carácter industrial. Según todos
los indicios, los focos
de producción no quedaron
circunscritos a la parte baja
de la Península, donde
primeramente asentó el nuevo
arte; con toda rapidez
se propagaron por las demás regiones, incluso la nuestra.
La presencia
de alfareros musulmanes en Aragón desde
los primeros momentos es un
hecho probado. Los hubo en Calatayud tan pronto como en otras
ciudades, y, probablemente, en Teruel, de cu yos centros derivaron otros inmediatamente, pues la industria, casi siempre de familias, podía imphntarse sin diflcultades en cualquier punto donde hubiera primeras
materias, aquí abundantes.
Los cronistas
musulmanes, muy dados a
ensalzar sus méritos, dicen
sin reservas que las piezas de cerámica
aragonesa de la primera época
eran tan perfectas como las
obtenidas en los hornos de Sevilla, Granada y Valencia,
centros industriales de arte
maravilloso, superándolas o poco
menos las salidas de los alfares de
Calatayud, que, con su hermosa loza de reflejos metálicos de tonos dorados y bronceados, consiguió abrirse
camino y mercado dentro y fuera
de la Península; juicio expresado de manera
categórica por el geógrafo árabe Idrisi en su libro Descripción
de .Africa y España, escrito en el si glo XII a raíz de su visita a
nuestro país.
Por tradición se dice
que con
Teruel y Calatayud se disputaban las
glorias del arte
de la cerámica
Daroca, Calcena, Almonacid, Muel, Cuarte, Maluenda y otras
localidades, donde vivieron legiones de obreros dedicados a él, quedando,
no sólo
memoria de ello, sino la
propia industria. En Muel, a pesar de su
arte decadente, vivió próspera hasta tiempos recientes.
Los cristianos, al reconquistar
Aragón, respetaron la industria
musulmana de sus dominios,
y de ella la que nos ocupa,
fomentada, además, con el
impulso que en la Baja
Edad Media recibieron
las construcciones cristiano-musulmanas, en las cuales la cerámica figuró
como elemento decorativo
de gran importancia. En aquellos tiempos, los alfares aragoneses
debieron trabajar mucho
y producir interesantes ejemplares, perdidos hoy tanto
por su fragilidad
como por incuria, sin transmitirse en sucesivas
imitaciones, porque la industria fué
decayendo como arte,
en pleno apogeo
del mudejarismo, para quedar
reducida a la manifestación vulgar y anodina
Ileada a nuestros días.
Las noticias de Idrisi sobre la singular cerámica
de reflejos metálicos
de Calatayud, que se fabricaba antes
de caer en poder de los cristianos, ha
motivado no pocas
veces apasionadas discusiones acerca de la localidad española
que los produjo
primero: mientras unos, basados
en la
referencia del geógrafo
árabe, se inclinan
por nuestra ciudad como
la que los lanzó antes
al mercado, los más
adjudican la gloria a Málaga,
Granada o Manises. Y no merece la pena
cualquier discusión en este sentido, porque sabido es que los reflejos
metálicos se produjeron por puro
azar o defecto de técnica,
en cuyo caso la primacía no tiene gran valor. Sin embargo,
mientras la duda persista
y la discusión no acabe,
quédanos el honor dispen sado
por Idrisi al señalar a Aragón
como uno de los
sitios donde se fabricaba la loza de reflejos metálicos
con más perfección y belleza.
De cuantas localidades
aragonesas se citan como productoras de cerámica y de
otras que no recogemos,
pero que la gente
señala como tales adjudicando a la industria una antigüedad remota, sólo
tres nombres quedaron vivos: Teruel, Calatayud y Muel.
Pero de todos tres, las
noticias que pudieran dar luz sobre las primeras épocas de producción no bastan para
imaginar lo que
fueron, ni guar dan siquiera un
nombre destacado, ni señalan
la obra cumbre que en ellas se hiciera.
Ejemplares de la
primera época de
Calatayud podían estimarse
algunas piezas de brillantes
reflejos metálicos que
allí se conservan en colecciones
particulares, y otras de ciertos museos, como
sería continuación de éstas toda la
variedad mudéjar de
reflejos y color que decoró el
maravilloso ábside de la iglesia de San
Pedro Mártir, de la que
todavía quedan contados ejemplares en
poder de algún coleccionista de Calatayud.
Referencias exactas, casi documentales, relacionadas con
este problema y la materia que nos
ocupa, no hay otras que las de
Idrisi, ya citadas, y otra que detalla las bases de contrato entre un ceramista mudéjar de Calatayud y un mancebo, para
que el primero aleccione al otro en su arte¡ ambas divulgadas por Lafuente en
su obra 'Histo ria de Calatayud.
Tampoco son muchas
y claras las noticias acerca
de la
produc ción de Muel en sus
primeras épocas. En el siglo XVI, Enrique Cokc, hombre de espíritu observador que
como archero de Felipe II acom
pañó al monarca en el viaje de 1585 por Aragón, Cataluña y Valencia, puso cuidado en recoger en un diario
de la excursión los hechos más salientes
de ella, más cuanto despertó su curiosidad o impresionó su temperamento
de artista, dando a conocer, sin calcular la
transcen dencia que encerraba,
el procedimiento seguido por los moriscos
de Muel para obtener la loza de
reflejos metálicos, tan
celebrada en todo tiempo
y en el presente imitada sin
éxito por los alfares de Sevilla y Manises.
Junto a estos testimonios hay otros más recientes que, si nada dicen de
los productos fabricados en
Muel, dan fe de su pujante yremio de olleros
al actuar en un litigio que decidió
la Audiencia de Zaragoza, en cuyo
archivo se halltodo el proceso seguido. También en los libros parroquiales del pueblo quedaron consignadas noticias de la Cofradía de ceramistas, con expresión de
las fiestas religiosas que celebraba; y en la iglesia, el altar de Santas
Justa y Rufina, de la
Cofradía, con un antipendio de
azulejos representando a las Patronas.
Respecto a Teruel
son más escasas, si cabe, las referencias de la clase de obra que hiciera, y tiempos de producción. De antiguo viene diciéndose que tuvo un arte
muy bello, expresado en infinitas
formas de vasijas y azulejos,
caracterizándolo de modo especial su típica coloración verde
y morada, propia
de las piezas
fabricadas en el siglo XV.
De las demás localidades donde se
sospecha se explotó
como industria la cerámica, no
resta la menor huella
que atestigüe existió
siquiera en tiempos remotos. Unicamente en Maluenda,
pueblo con abundantes muestras
de arte mudéjar, queda
la iglesia de este
tipo dedicada a las Santas
Justa y Rufina,
mártires españolas, Patronas de los ceramistas; y este detalle, coincidente con el altar de la misma advocación que existe en Muel como
de la Cofradía de ceramistas, pudiera tomarse como
prueba de haber
funcionado en Maluenda un
Gremio poderoso de ceramistas.
Al referirnos a la
técnica seguida en la cerámica
de los monumentos
aragoneses es conveniente
señalar algunos particulares detalles. Toda ella es
homogénea en tonalidad, como si estuviera hecha con tintas siempre
iguales, ejecutada por las mismas manos y vitrificada en un solo horno mediante procedimientos rigurosamente
iguales: así es de uniforme. Los fondos blancos
adolecen todos del mismo de fecto, cual
es la pobreza de
estaño, que motiva un
esmalte poco blanco y
además transparente, aumentando el defecto a medida que el arte
degenera y la industria se
empobrece. La tierra, mal seleccionada y
peor depurada, contiene abundantes
partículas de cal que, al cocer los piezas en barro o después de barnizadas, explotan y quebrantan el esmalte en términos tales que inutilizan la obra o la afean.
No diremos que lo señalado sirva para reconocer la
cerámica aragonesa, pero no estará de más tenerlo presente cuando se trate de estudiar o clasificar una pieza
de procedencia aragonesa
sospechada.
Tras la enumeración de
los tipos de cerámica que presentan los monumentos mudéjares es
conveniente detallar sus características en relación con la calidad de las obras
en que aparecen, para deducir, siempre
mediante suposiciones, su probable arcaísmo y evolución.
En la
descripción de las
torres o campanarios
figuraron en primer lugarjuzgadas
por sus elementos constructivos y decorativos,
las de
las iglesias de
Ateca, Belmonte, catedral de
Teruel y San Pedro, de la misma ciudad. En ellas se encuentra,
cerámica que llamamos gruesa - columnas y
platos -, dos variedades que se utilizan
igualmente en obras al parecer
posteriores, con algunas diferencias
que acusan un
avance. En la
de Belmonte, las
columnas son lisas, uniformes, apoyándose en ellas los arcos ojivos
enlazados del segundo cuerpo.
La de Ateca
muestra columnas lisas
de sostén, y otras más pequeñas,
también lisas, en los costados de una de las fajas de
arcos cruzados, y debió tenerlas
como apoyos la arquería final del cuerpo.
Las torres de San Pedro y
catedral de Teruel
figuran con columnas de mayor
tamaño que las
citadas, lisas unas, y
otras con nudos en cabeza y pie y
en las uniones de
las distintas piezas que las
forman; colocadas en los ventanales
como verdaderas columnas y en fajas y rehundidos, alternando con labores
de esquinillas o en
grupos pareados. Las columnas descritas revelan, por su
sencillez, un primitivismo grande; arte
tosco muy en armonía con el
de los monumentos de los cuales
forman parte.
Evolución de
ellas y progreso en
técnica y belleza suponen las de la torre de la
Magdalena de Zaragoza, con nudos bastante pro nunciados y color distinto al de los fustes, que se
encuentran reci biendo la arquería mixtilínea simple de
uno de los fondos, y en los ángulos entrantes de la
faja de esquinillas colocada encima
de él. Copia exacta de ellas
son las que conserva la torre de
San Martín, de Teruel, en fondo de esquinillas, y las que
figuran agrupadas en los paramentos y contrafuertes de la parte
mudéjar del ábside de la Seo de Zaragoza. La
torre del Salvador, de Teruel, tiene
columnitas de nudos muy
finas, puestas en forma de
fondos y aplicadas en venta nales;
pero, además, aparecen en ella
otras exclusivamente de nudos muy
pequeños en una
faja de esquinillas,
tipo seguramente más avanzado.
Las piezas de
cerámica redondas y cóncavas en
forma de plato, elemento
sencillísimo que emplean como ayuda en
la decoración mudéjar, se encuentran colocadas en disposiciones diversas,
obedientes a las de lo constructivo. En Belmonte, cuyo cuerpo
bajo de la torre carece de ornamentación
de ladrillo en
los dos tercios
inferiores, está distribuída la
cerámica de platos en bandas equidistantes, hasta llenar una superficie cuadrada; en Ateca, en
líneas y en las
enjutas de los arcos; en San
Pedro, de Teruel, poca y en grupos
de tres;
y en la de la catedral, aplicada en bandas, en grupos de dos y
suelta.
En torres de mayor riqueza, donde aparecen labores de
ladrillo no vistas en
aquéllas, como son arcos
mixtilíneos, lazos, losanges,
etc., etc., la
loza cóncava en forma de
plato se halla mezclada con otros tipos y dispuesta de manera
que contribuye notablemente
al efecto de conjunto. Así, en la de la
Magdalena, de Zaragoza, se ve por
parejas alternando con estrellas, y a lo largo de
los muros altos, junto a las aristas¡ en la de San Martín, de Teruel, en fondos de ar querías, orlando los arcos
de medio punto, y en
el límite de los muros
lisos, mezcladas con estrellas.
En la del Salvador, de la misma
ciudad, las piezas son
más pequeñas que
las empleadas en
la de San Martín, repartidas con más profusión y en forma semejante a la otra. Grandes y pobres los del cuerpo bajo de la torre de San Gil,
de Zaragoza.
En el muro de Morata de Jiloca se ven los platos en los fondos de los rombos trazados con el
ladrillo y dispuestos en líneas orlando otra
de estrellas. En el de la capilla
de San Miguel, de la Seo de
Zaragoza, están colocados en los fondos de
las arquerías y en los de las labores gruesas
de la parte baja, de tamaños pequeños y combinados con estrellas de dos
tonos. Finalmente, en la
parte mudéjar del ábside de la
Seo de Zaragoza se
encuentra la loza cóncava
de dos tamaños: uno, grande,
junto a cerámica
de piezas en
forma de estrella, y otro,
diminuto, que bordea los arcos.
Azulejos cuadrados
tienen la mayoría de las torres
y muros como relleno de los
fondos de labores y lazos, siendo sus
tamaños, dispo sición y matices
variadísimos. El cimborio
de la
catedral de Ta razana
se viste al exterior con
piezas de esta forma
en tonos negro, verde y azul,
colocados en los antepechos de uno
de los cuerpos si mulando colgantes, y como fondo en los pilares de otro cuerpo. El hastial del mismo
monumento está ornamentado
con azulejos cuadrado: de tono negro
e irisaciones doradas. Cuadrados
pequeños imitando tableros de damas
tienen las torres de laMagdalena, de Zaragoza, y las de
San Martín y el Salvador, de Teruel, dentro de las arquerías y lazos de su ornamentación de ladrillo.
Triangulares y
romboidales son los que llenan los espacios
de las lacerías del muro de
la Seo de Zaragoza y orlan las arquerías
ciegas de la torre de Utebo.
Decorados con temas
heráldicos en tinta azul figuran en el
muro de la capilla de San Miguel de la Seo de
Zaragoza, con el
escudo de Don Lope Fernández de Luna, cuyos blasones, dibujados en una sola pieza, van mezclados con otra
de cerámica gruesa en los fondos de la arquería de ladrillo
de la parte baja. Idéntica clase de cerámica aparece en
el zócalo de
una estancia del
palacio del Conde
de Aranda, en Epila:
azulejos cuadrados lisos, muy
toscos como obra, con el escudo
de la Casa
a un lado y trofeos en otros dos, todos idénticos, puestos en forma de faja entre otros clásicos de
cuencas. Motivos tomados del escudo de los Reyes Católicos
sirvieron como tema para los azulejos del pavimento de una sala del palacio real
de la Aljafería, formado por una
pieza cuadrada que orlan cuatro hexagonales, constituyendo las cinco
un octógono regular; la central,
cuadrada, lleva pintado el haz de
flechas en unas y
la granada en otras, y las de cierre, dos
granadas cada una,
más unos dibujitos en los ángulos extremos. El conjunto es muy bello.
Inscripciones o le yendas sobre
azulejos figuran en algunos
monumentos mudéjares. En el muro
de la Seo de Zaragoza, a la izquierda del pie de la ornamen
tación, hay una
banda con la
siguiente inscripción: «.EDIFICATA BENE FUNDATA
SUPRA FIRMAM PETRAM>> y en la
torre de Utebo, otra con el
nombre del constructor y la fecha en que
se hizo
o reformó; ambas con caracteres
góticos más o menos correctos.
La azulejería de
cuencas en dibujos no muy variados, y con
ella fajas de recuadro o remate,
se halla aplicada, en la
mayoría de los casos,
en interiores de edificios, bien
como arrimaderos de patios y galerías
de los palacios
renacentistas o forrando muros
de capillas y refectorios de conventos, tal y como están en el refectorio del Monasterio de Veruela
y en la parte de catedral de Zaragoza ampliada
por el arzobispo Don Hernando
de Aragón.
Azulejos lisos, cuadrados, en
piezas de múltiples
tamaños, pintados imitando los
temas de los de cuencas o bien con
motivos geométricos y
florales de gran tamaño, a
todo color y marcado gusto
barroco, se ven en pavimentos y arrimaderos de muchas iglesias y viviendas aragonesas. Su estudio no encaja
aquí, pero sí su cita, siquiera sea
como límite que
marca los nuevos modos
tras los de la extinguida morisma.
Piezas de otro
orden, vidriadas en colores
blanco, verde, amarillo
y azul, son
las tejas que
se fabricaban en Calatayud como última
manifestación de su
industria cerámica, utilizadas
en los siglos XVIII y XIX para
cubrir las cúpulas de iglesias de dicha época, visibles todavía en muchos templos aragoneses.
Todas las sospechas que
venimos apuntando sobre la posibilidad
de haberse fabricado en
Aragón la cerámica
de sus monumentos mudéjares seguirían
en el mismo estado si no hubiera
más pruebas que las
proporcionadas por los documentos relacionados
con su industria, los Cotales,
ciertamente, carecen del
valor necesario para convertir la duda en certidumbre. Y, convencidos de la
imposibilidad de dar
solución al problema por ellos
solos, creímos indispensable recurrir a otra
fuente informativa de igual o mayor
elocuencia en sus pruebas, cual es la obra de tiempos
pasados acumulada como residuos
de fabricación en los mismos focos donde se produjo.
El estudio de
estos restos -expresivos, aun mudos- había
de proporcionar, sobre variedad y
calidad artística de la obra,
datos in teresantes que
sirvieran por lo menos
para marcar etapas
de fabricación. Claro está
que para realizar
el trabajo de
manera perfecta convenía extender
la investigación a
todos los puntos señalados como centros de fabricación de cerámica que
se supone existieron en Aragón; labor de grandes
dificultades que, seguramente,
no hu biera rendido todo
el provecho esperado
si, como es
natural en todos ellos,
simultáneamente se siguieron las
corrientes en boga y se admitieron cuantas modificaciones
imponían los tiempos.
Aceptado el argumento
como verosímil, limitamos la exploración
a uno de
los focos calificado
como núcleo importantísimo, según documentos y referencias escritas que se
ocupan de la fabricación y corroboran los continuos
hallazgos que en él se realizan.
Con la autorización necesaria
concedida por la
Junta Superior de Excavaciones a
la Academia Aragonesa de Nobles
y Bellas Artes de San Luis, de
Zaragoza, procedimos a estudiar, en la parte señalada por los ceramistas, las
escombreras de Mue! que aun quedan
en la localidad como
sitio donde estuvieron los
primitivos talleres, punto en el cual se conservan tres
grandes hornos inutilizados
y una
in mensa cantidad de fragmentos de cerámica y piezas defectuosas
mezclados con la tierra, restos
de distintas épocas de la
fabricación.
Los cortes practicados
en el terreno dieron resultados
positivos, muy convincentes. En las capas
profundas de las
escombreras se encontraron trozos
de vasijas de
múltiples formas: de
concavidad muy acusada, planas, chicas, grandes, escudillas con asas planas treboladas,
platos, etc., etc.,
todos decorados con dibujos correctos de gran sabor mudéjar,
hechos en reflejos metálicos,
y con ellos las mismas variedades pintadas de azul claro
y tono uniforme.
En plano inmediato y
superior siguen viéndose las mismas
vasi jas en mezcla con
azulejos planos, cuadrados, romboidales y cuadra dos con división
diagonal para dos
colores, azulejos de cuencas
y sus piezas marginales.
Las capas próximas a la superficie dieron piezas
de cerámica, de formas nuevas y tamaños mayores, decorada
a dos y tres colores, con
dibujo de mala traza y
composición ramplona, de gran parecido con la cerámica fabricada en la localidad durante los siglos
XVIII y XIX, todavía con
ejemplares sobrados para hacer comparaciones.
Respecto a las características de la cerámica
recogida en las escombreras de la primitiva industria de Muel, deben fijarse
dos muy destacadas, coincidentes
con las que presentan las
piezas que conservan los monumentos. Son éstas la calidad de
los barros empleados
y la del barniz de fondo, barros
de tierras mal
depuradas, con abundantes partículas de
cal, que al cocerlos, antes o
después de bañados con la mezcla
de plomo
y estaño para hacerlos blancos,
explotan rompiendo el esmalte
y el barniz,
rico en estaño
al principio y después empobrecido por restricción del producto, de coste
ele vado; los mismos defectos apuntados en la cerámica que figura
en los monumentos. Con ellos, la
tosquedad en la ejecución
de las piezas, la dureza del dibujo y
algún otro defecto que
no merece la
pena señalar.
Puestas en comparación la cerámica de las construcciones aragonesas y la
hallada en Muel,
no admite dudas
su parentesco. Es la misma,
hecha en este foco de producción conocido o en otro
cualquiera de los aragoneses,
donde es
lógico presidieran igual
técnica y los mismos gustos, impuestos, más que por el progreso cultural
de los artistas, por lo que los tiempos exigieran.
Muel, lo mismo que
Calatayud, está reconocido como centro importantísimo de producción
cerámica. Ambas localidades se hallan
enclavadas en los focos de mayor
mudejarismo, donde funcionaron
distintas industrias y las artes
tuvieron amplio desarrollo, reflejado en gran número de monumentos
todavía en pie. Muel, desde los comienzos del siglo XIV, era feudo
del señor de
Riela, Don Fernán Lope de Luna,
de una de las tres ramas de la
poderosa familia ara gonesa de Luna, y descendiente suyo Don Lope
Fernández de Luna, arzobispo de
Zaragoza, quien mandó levantar la capilla de San Miguel en la Seo, pareciendo
natural que para
decorar con cerámica el famoso
muro de su
capilla-enterramiento
recurriera a los
ceramistas feudatarios de su Casa.
Benedicto XIII, otro
Luna de la rama de los
Martínez, erigió, al comenzar el
siglo XV, la iglesia de San Pedro
Mártir, en Calatayud,
bellísimo monumento gótico-mudéjar
con ábside del
más puro estilo,
completamente cuajado de
cerámica rica en
formas y color, mucha
de dibujo de reflejos
metálicos, variedad que desde
el siglo XII se producía allí.
Pedro de Luna, nacido en Il!ueca,
pueblo de la comarca
de Calatayud, residió
largos años en tierras aragonesas antes de su elevación al Pontificado, y bajo su
protección y ayuda se construyeron y reformaron varias
iglesias en momentos en que el arte
mudéjar debía estar
en pleno apogeo;
suposición ésta basada en la
riqueza y perfección de los
monumentos del último
tercio del siglo XIV y
primero del XV, período vivido por
nuestros personajes aludidos.
Dichas obras
ponen de relieve la corrección
alcanzada en el arte de la froga, así como
en los de la cerámica, alfarjía y pintura decorativa al uso, que no
necesitan servirse de más
elementos para lograr el grado máximo de belleza en un conjunto perfecto.
Respecto a la
cerámica de pequeñas
piezas aplantilladas, colo
cada de manera particular en el muro de la capilla
de San Miguel de la Seo de
Zaragoza, cerámica de carácter
andaluz, mejor dicho, propia de
Andalucía, donde se aplica
en interiores de palacios,
y que aquí se sabe, por documentos, fabricaron dos
ceramistas andalu ces llamados
por Don Lope
Fernández de Luna, hay
que insistir para destacarla de
la aragonesa, con la
que no tiene
ningún punto de contacto.
Los dos ceramistas andaluces vinieron
a Zaragoza sin otro objeto que el de decorar el palacio del arzobispo y la capilla citada; fabrican
las piezas necesarias, y, una
vez cumplida su
misión, regresan a su tierra sin haber
intervenido en otras obras ni dejar
formada escuela que perpetuara el nuevo modo.
Si éstos hubieran
continuado en Zaragoza trabajando
libremente, hoy se encontrarían
restos de su cerámica especial
en otros monumentos, o aparecerían en las escombreras
investigadas como novedad o
evolución adoptada, y no es así.
Hay más:
poco después de terminada la capilla de San Miguel,
Benedicto XIII levantaba y ponía
a tono con las edificaciones vecinas el ábside mayor
de la catedral de Zaragoza
contiguo a ella, obra
ojival-mudéjar decorada, como
todas sw; contemporáneas, con labores realzadas con cerámica,
y en ella no se encuentra ni una sola pieza que pueda
llamarse de tipo
andaluz, como la del muro de San
Miguel, volviendo a emplearse
las clásicas y muy aragonesas columnitas de nudos, los
platos grandes y
chicos y las fajas de espiga que encontramos en otros
monumentos ante riores y
posteriores a éste, es decir, cerámica
netamente aragonesa.
Al describir los tipos
de cerámica que decoran
las obras mudéjares aragonesas seguimos un criterio
basado en la evolución que parece natural tuviera su arte,
con períodos iniciales de
apogeo y decadencia, por
cuya causa comenzó el estudio por las piezas de
mayor rusticidad y sencillez, seguido de las perfectas con
dibujos complicados, hasta llegar a aquellas que, sin
perfección ni belleza, marcan francamente la degeneración del
arte de la cerámica.
Con la supuesta cronología adjudicada por nosotros a los monumentos coinciden las variedades señaladas, marchando de
menos a más, es decir, de lo pobre y mezquino a lo rico y fastuoso,
para caer luego en lo feo e incorrecto, reminiscencias de un pasado.
Algo semejante,
por no decir lo mismo, indican los hallazgos conseguidos en las escombreras de Muel,
donde las piezas de reflejos
metálicos, que, además
de imitar mejor el dorado
puro, están decoradas con motivos razonados sobre fondos blancos purísimos y
uniformes, representan la
primera época de producción, la clásica de los ceramistas
musulmanes continuada por los mudéjares,
y con ellas los azulejos
planos bañados de colores
brillantes que aparecen
mezclados en las capas profundas
del terreno. Como propias de períodos siguientes hay que
clasificar las piezas de reflejos metálicos de extensa
gama de matices
dorados, de distintas formas y
dibujos des cuidados,
faltos de tema, juntamente con azulejos
de fajas en relieve para la separación de colores, todo ello encontrado formando la capa
intermedia de la escombrera. Y, finalmente,
la fase de la
decadencia representada por los fragmentos de
objetos recogidos en las
capas superficiales del terreno investigado: cerámica de
piezas grandes a tres
y más colores
mal cuajados, sin motivos
decorativos gratos técnica defectuosa que se acentúa al pasar la industria de manos
de los moriscos a las de cristianos, cuya obra,
en los siglos XVII y XVIII, es francamente mala como arte,
testimoniado por Víacrucis, frisos, antipendios y grandes vasijas que
todavía se conservan
en Muel y pueblos de sus cercanías.
A estos datos de mera observación, insuficientes para fijar el curso evolutivo que siguió la
cerámica aragonesa, falta ligar las noticias documentales que, a la vez que acreditan la existencia de la industria en Aragón, señalan las
características ele cada período.
Pero los
documentos qué se conocen no son muy expresivos, ni tantos que por sí solos
basten para historiada, siendo ésta
la razón que ha
movido a muchos tratadistas de cerámica a
suponer que no hubo
ceramistas aragoneses, o, a lo
sumo, de tan
poca importancia que su
arte no transciende ni llega a
satisfacer las necesidades ele la región. A pesar de todo, es ele interés conocer cuanto se ha dicho en pro y en contra
del arte de la cerámica en Aragón.
La primera alusión
a la industria la hace el geógrafo
Idrisi, al señalar
en Calatayud uno
de los focos
más importantes ele España, donde
se producen ricas piezas de reflejos metálicos.
Tres documentos de 1378,
publicados por Serrano Sanz,
nos hablan de dos ceramistas andaluces llamados
por el arzobispo de Zaragoza
Don Lope Fernánclez de Luna para decorar su palacio
y capilla de San Miguel. Otro de 1412, dado a conocer por Osma, se refiere a un envío ele 1.800 rajolas embarcadas en el
puerto del Grao con destino al Papa, y del mismo autor, unos
comentarios acerca ele dos cartas
de la reina María, consorte de Alonso
V de Aragón, dirigidas a Don Pedro
Boyl, señor de Manises,
encargándole una vajilla de mesa, completa, obra de
elica o de reflejos metálicos.
Los críticos
olvidan o no dan valor a la cita de
Idrisi sobre la obra de Calatayud, que
desdeñan tanto por falta de pruebas
documentales como por no haberse perpetuado la industria, siendo así
que ésta llegó a tiempos
presentes, siquiera sea con productos vulgares.
La presencia de los ceramistas sevillanos para trabajar en
las obras de la Seo de Zaragoza se interpreta como demostración de falta
de artistas locales, y, en el afán de negar competencia incluso
a los ala rifes aragoneses, se dice que
el muro de la capilla de San
Miguel es obra totalmente andaluza. Los documentos de
Serrano Sanz y la interpretación suya, que los acompaña, no prueban
eso:
«Como complemento
de las obras hechas por Don Lope
en su palacio y en la capilla
de San :Miguel, quiso que hubiera
en ellas elegantes azulejos, y no
pareciéndole suficientes los
maestros que del arte bahía en zaragoza, llamó a dos artífices sevillanos,
a quienes pagaba, como siempre,
con la generosidad
que se ecba de ver en estos dos albaraneS>>:
•<14 de enero
de 1379. :Nos yarci Sanchez e Lop, maestros de
obra de azurejos, de la ciudat
de Sevilla, alargamos
& de vos el honorable :Miguel Cillero, sobrestant de la obra
quel senyor arcobispo manda
facer en la ca pilla suya de
Caragoca, son a saber, por los
meses de agosto, setiembre, oc
labre, noPemhre e diciembre
del anyo primero pasado XXVIII, a
razón de XVIII florines por mes, qucl dito senyor nos manda dar fJOr
razón del tre balla que sostenemos m
facer obra de azurejos para la
dita capiella, son a saber cient
florines d'oro d'Aragon.
«2 de
junio. :Nos yarci Sanee: e Lop, maestros de
obra de azureios alargamos &
XXX VI fbrines de oro de Aragon los
quales vos nos das tes por los
meses de abril e mayo mas
cerqua passados a
razon de IX
flo rines por mes .. por
el tréallo que sostenemos en facer obra de azurejos para la
dita capiella".
Es natural que la decoración hecha
por estos artistas se destinara
a los interiores de las dos
obras, de la que no quedan
restos por las sucesivas reformas
hechas en ellas, y no al
exterior, cuya cerámica debía estar colocada, desde el momento en que Don Lope
muestra su descontento y no quiere se
siga llecorando de igual manera. Los sevillanos trabajaron en Zaragoza en la segunda
mitad del año 1378 y parte del 79, fechas en que las obras se supone llegaban a término.
Si Don Lope quedó poco satisfecho del trabajo de los ceramistas
aragoneses colocado en el exterior del muro
de la capilla, pudo consultar
con los sevillanos la manera de enmendar lo hecho, bien completando la decoración o
intensificándola. Lo cierto es, por
lo que se ve
en el monumento, que allí aparecen dos clases
de cerámica: una en
armónica combinación con
el trazado de los lazos
de la drillo, llenando o
completando los fondos de las arquerías en un todo bien estudiado, cuyas piezas
también están en las
torres mudéjares de la época y se encuentran en las escombreras de Muel;
la otra variedad, conjunto de pequeñas piezas cuadradas, romboidales, en jota, etc.,
etc., formando bandas,
cintas y recuadros de
matices distintos a la nuestra y aplicada
de diferente manera: incrustada en
las partes de mayor relieve o
anchura sin decoración
de ladrillo y enrasando con la superficie. Además, esta
cerámica de aliceres, al limitar los dos
ventanales bajos de la izquierda y los dos altos
de la derecha,
que sin duda, se hicieron entonces para dar luz a la cabecera de la
capilla y al corete del pie, corta
en algunas partes el
trazado general de las labores de ladrillo,
cosa que no pudo
hacer quien ideara
un conjunto razonado. Tanto los
huecos bajos como
los otros, se harían, probablemente, al construir el muro,
con vanos de
menos luz, sin que
rompieran la simetría de
la decoración, agrandándose después por
indicación de los artistas
sevillanos o ante
necesidades no pre vistas. Lo cierto es que dichos
ventanales, de arco apuntado,
no están moldurados; planos, con el mismo saliente que el muro
y vestidos de abundante cerámica,
indican haberse hecho
con posterioridad.
La cerámica que
fabricaron Sánchez y Lop
para Don Lope
Fernández de Luníl, imitando
mosaico, es de diminutas
piezas cuadradas, triangulares, en figuras
de paralelogramo y trapecio para
formar octógonos cortados por una
banda, curvas imitando
jotas que se enlazan en forma
de nudo, y también con los
cuarteles del escudo familiar de Don
Lope; tipo de cerámica,
volvemos a repetir,
jamás empleado en Aragón.
Con él alternan las piezas gruesas- platos, es trellas,
-tan regionales, y algunos
escudos pintados en azul,
cuya técnica delata su origen
aragonés.
El segundo documento se
refiere a una
remesa de 1.800
rajolas que se embarca en el
puerto del Grao, de Valencia, el año
1412, con destino al Papa, sin indicación
de su nombre
ni el punto
donde se recibe la
mercancía. Osma, que
cita y comenta el
documento de referencia en su libro
sobre Los maestros alfareros de
Manises, Paterna y 'Valencia, supone que
las rajolas valencianas fuesen para
Don Pedro de Luna. Y si el hecho quiere
interpretarse como
demostración de carencia de ceramistas en tierras aragonesas, y por ello Benedicto XIII encarga
a Valencia los materiales que
necesita, falta saber
en qué obra iban a aplicarse; porque residiendo el Papa
en Aviñón, o dis
puesto a preparar su refugio en Peñíscola, más fácil le era recurrir a los alfares de
la costa, si se trataba de los
palacios de uno
u otro punto.
El mismo
Osma, en La loza dorada de Manises
en el año 1454,
da cuenta de dos cartas
de la reina María, esposa de Don
Alonso V de Aragón,
dirigidas, desde Borja
y Zaragoza, respectivamente, a
Don Pedro Boyl,
señor de Manises,
encargándole una vajilla de mesa, completa, en obra de
Melica, que la Reina, al recibirla,
celebra con elogios por lo
bella y perfecta, gustándole tanto que
vuelve a encargar nuevas piezas.
Osma no hace otro
comentario que dedicar alabanzas a la industria de Manises del siglo
XV, como continuadora de la celebérrima cerámica de
reflejos metálicos que
dió fama a Málaga
fabricándola desde el
siglo XIII, y
supone que la vajilla hecha en
Manises con destino
a la reina aragonesa sería
digna de tal persona. El caso debe considerarse como excepción, dada la
categoría de quien encarga el trabajo, hecho probablemente
a talleres donde se pudiera
realizar con toda
urgencia, obligada por
alguna circunstancia particular mejor
que por deficiencias
de la producción aragonesa,
acreditada de antiguo.
Curiosa es la reseña
del viaje de Felipe II a Zaragoza, Barcelona y Valencia en 1585,
hecha por su
notario y archero
Enrique Cokc, quien, al describir
los pueblos de Aragón que se encuentran en el tra yecto del camino
real seguido por los viajeros
desde Castilla, se ocupa de Muel
y de su industria, en aquel momento en manos
de mo riscos. No por
divulgada debe callarse la pintura que
hace Cokc de la cerámica de Muel, en laque desciende a detalles
tan interesantes sobre su
técnica de reflejos
metálicos, que, gracias
ella y a los
descubrimientos logrados en las escombreras de la
vieja industria, se identifican ambas, sirviendo a la vez como
prueba elocuentísima de la
importancia que tuvo en Aragón
la fabricación de cerámica. Dice así Cokc:
«Acabado el camino,
como a las tres
despues de comer
venimos a JVtuel,
pueblo muy nombrado
de cristianos nuevos de la
Marquesa de Camarasa, puesto en la
ribera de 11uerba que
alli pasa aliado de mediodía.
Este rio nace
en las sierras de Daroca y corre
siempre hacia levante, donde se
desagua en Ebro no muy lexos de Zaragoza, tiene muy buenos pe es
que los moros
pescan ca redes y an uelos.
Estos moros, desde el tiempo que
los sus antepasados ganaron a
España, año del Seíior
sietecieutos y cator e. siempre han quedado en sus leyes,
110
comen to ino ni beben vino, y esto vimos allá que todos los vasos de barro y vidrio que habían
tocado tocino o vino, luego despues
de nuestra partida los rum pian para que 110 sentiesen olor ni sabor dello, fados
los vecinos cuasi deste lugar son olleros y todo
el barro que se vende en
Zaragoa lo mas haren aquí y desta
manera. Primeramente ha en los
vasos de cierta materia
que allí la tierra les da, de tal
suerte como los quieren, fechas, los co
en en un horno que para esto tienen aparejado, vueltos despues a quitar para
que les den
lustre blanco y los hagan llanos, ha en un lavatorio
dciertos materiales desa manera: toman una arroba de
plomo con la cual mezclan tres o cu;¡tro libras de estaño
y luego otras tantas libras de rierta
arena que allí
tienen, de todo
lo cual hacen
una masa como de _yelo y lo
hacen en
menudas pieras y muelenlo como
harina, y hecho ansi polvo lo
guardan. Este polvo de: pues
mezclan con agua y tiran los
platos por ella y los cacen otra
vz en el horno, y entonces con
este calor conservan su lustre. Despues
para que toda la vajilla hagan dorada, toman vinagre muy fuer te con el cual
mezclan como dos
reales de pl:1ta en polvo
y bermellon y almagre y un poco
de alumbre, lo cual todo mezclaJo escriben
co11 una pluma sobre los platos y escudillas todo lo que quieren y los
meten tercera vez en el
hcrno, y entonces quedan
con el color que no se les
puede quitar basta que caigan en peda ros. Esto me contaron los mismos
olleros. La dicha villa de Jvfuel tienpoco mas o menos que
dosrientos ve inos. Tiene tambien su
iglesia, pero muy poco visitada de los
ve inos delta, porque siempre esta cerrada,
si no es los domingos y fiestas cuando por fuerra han de oir misa. Dixeronme que en
todo el lugar no babia mas que tres cristianos viejos, el cura, el notario
y el tabernero, el cual tambien
es meso nero, los demas irían de
mejor gana en rorneria a l rl casa de Jlfecba que-a Santiago de yal1ria. 'Hacia el mdiodia
del lugar, junto al rio, está u ;1
b!Wl castillo de la dicha 7vf:mjuesa,
la cual pone aquí justicia y castiga los delincuentes cuando los hay. J'Jo lexos de
aqui esta la
villa de Riela, a la ribero dd
Xalon, ca beza de condado, y
no tiene mas que
otros cuatro pueblos,
conviene a saber:
:Muel,
Alfamen; 'Villa 'He/iche y yodojos,
los cuales hacen el dicho condado,
y la dicha Condesa de Ca marasa
es madre del Conde de Riela . ... •
La obra de los ceramistas aragoneses
no se limitó exclusivamente a la
producción de azulejería
y motivos ornamentales de las
formas que acaban de reseñarse,
aplicadas con profusión
en el ornato de campanarios y muros
de iglesia, alcanzando quizá
tanta o mayor importancia que ésta
la llamada cerámica
de mesa y la aplicable
a usos industriales.
Ya en el siglo XII,
antes de ser reconquistado Calatayud, los musulmanes ceramistas
que allí residían fabricaron
numerosas cantidades de platos,
escudillas y otros útiles de servicio
doméstico, decorándolos con temas
vegetales y animales, pintados en
la variedad que se llama reflejo
metálico. Así lo prueban
el testimonio de Idrisi, expuesto
en líneas anteriores, y, además, los abundantes hallazgos ha bidos
en la ciudad, que desde tan
lejana fecha vienen ocurriendo
y se conservan en colecciones de
arte de gentes originarias
de Calatayud; cerámica semejante
en técnica a la
que Cokc describe
en su diario de viaje por
tierras de Aragón,
practicada por los
mudéjares que habitaban en Muel.
Azulejo de cerámica esmaltada en verde y
negro, siglo XV.
Gran cantidad de fragmentos de vasijas descubiertos en las
escombreras viejas del citado
pueblo se ajustan exactamente al modo de obtenerla citado por el
archero y aposentador de Felipe II
en el relato del viaje que
el Monarca hiciera
desde Madrid a Cataluña
y Valencia pasando por Aragón, donde
en diversas poblaciones
cele bró Cortes.
Esta técnica de
reflejo metálico importada a España por
los almohades, que en Málaga,
Valencia y otros puntos de la Península se explotó intensamente y se mantuvo en
auge durante siglos, en Aragón desapareció relativamente pronto, transformándose en
otra limitada a producir piezas sin carácter artístico,
arrollada por la competencia que hicieran
aquéllas. Unicamente Muel siguió
floreciente hasta los comienzos
del siglo XX, continuada primero
por los moriscos
y después por cristianos,
decayendo visiblemente más tarde.
Por este proceso de evolución degenerativa, la industria cerámica aragonesa, de tan
puros orígenes musulmanes, pasó a convertirse en algo
sin importancia; incapaz de
competir con la de
Manises que todavía perdura, aunque,
a decir verdad, sin carácter alguno.
Dos tipos
de decoración completamente
opuestos produjeron los alfares
aragoneses: una, la obtenida en el foco
de Teruel, semejan te en técnica
y coloración a la que se
hizo en Paterna, y otra, la de reflejo metálico producida en Calatayud, de tono cobrizo, en contraste con su similar
salida de los alfares de Muel, de
tono metálico dorado.
Las características del
foco segundo, en lo que respecta a temas y distribución en las
vasijas en que figuran, acusan originalidad propia, pues si en el reparto de
los motivos ornamentales coincide con
las valencianas por la forma
de las vasijas, dividido el fondo de las mismas simétricamente en
dos, tres o cuatro partes, el
motivo que las llena revela nuevas y originales
composiciones no vistas en las otras cerámicas.
Los artistas que tanto en Calatayud como en
Muel estaban dedicados a decorar
las vasijas, sirviéronse, como Cake nos
cuenta, de un simple pincel hecho
con una pluma
de ave para trazar con
extraordinaria seguridad los dibujos que
en ellas figuran,
confirmadas las noticias por la propia
obra, y así podían citarse innumerables
ejemplos en los cuales el trazo
hecho con la pluma de ave dejó
sus huellas terminales
características e inconfundibles.
La sencillez de
los temas y
su ejecución han
servido para que distintos ceramólogos
hayan clasificado la cerámica
aragonesa de pobre y poco artística, y
también de copia
servil. Pero, a
nuestro entender, la estimación
es injusta, pues si bien es
verdad que en muchos casos los temas
empleados acusan cierta mezquindad, hay
otros en que la originalidad es patente,
e incluso propia de la cerámica aragonesa, que ha
servido para ser copiada por otros focos
de producción más acreditados que los aragoneses. Nos
referimos concre tamente al
ejemplar conocido con el nombre de
"plato de Herves", de la familia Ram de Víu,
de Calatayud, en la que se ve,
correcta mente trazada en el
fondo del plato, una estrella de seis puntas orlada con
una faja en la que figuran, repetidas cuatro veces, unas ini ciales en
negativo, cerrando la composición unos
grupos de espigas y hojas. Es una pieza
que, por
su técnica y por estar
el dibujo de las letras
en negativo, ha de calificarse como
obra del siglo XVI. Idéntico
grupo de letras, fielmente
copiadas, se encuentra en dos
únicas vasijas, hoy en museos
extranjeros, apreciadas como
obras valen cianas de
Manises. Que su origen
es puramente aragonés y no copia
de aquéllas se prueba por los cuantiosos ejemplares que
en Zaragoza, Daroca y otras
ciudades aragonesas se han
recogido con motivo de excavaciones, apertura de cimientos
y hallazgos casuales.
Por ellos puede verse la evolución que la
frase o leyenda
sufrió a través de
los tiempos, trastrocados sus
elementos unas veces, toscamente dibujados otras y, por fin, convertidos en simples trazos,
remedo de letras.
La explicación del fenómeno cabía atribuirla a copias hechas
por obreros analfabetos desconocedores del verdadero significado de la frase, sin valor para ellos, o a competencia industrial
que, por
razones económicas de tiempo, obligara
a ejecutarlas rápidamente.
Los temas que visten
esta cerámica aragonesa de reflejo metálico tanto la que
se estima fabricada en Calatayud como la salida de
los hornos de Muel, están
compuestos a base de figuras
geométricas en forma de enrejillados, líneas quebradas, bandas de
círculos concéntricos, hojas
vegetales, flores estilizadas,
frmos, etc., y, en ocasiones, pájaros
dibujados mediante trazos hechos
a golpe de
pincel, constituyendo en este caso toda
la decoración de la vasija.
La cerámica de Teruel, en su apogeo, se estima hija de la de Paterna, e incluso
iniciada por ceramistas valencianos¡ suposición
verosímil hasta cierto punto,
pues dada la
vecindad de ambos
focos, cabía pensar que, de
momento, Teruel imita la técnica
de Paterna sirviéndose de los
colores que la
caracterizan -verde y manganeso-, y más tarde toma
rasgos propios, pues ni los
temas ni la ejecución apreciada en las obras
conocidas dicen fué nunca copia servil de aquélla.
Con estas
dos variedades de
cerámica se encuentran
otras pin tadas con
cobalto sucio en la de Teruel y
cobalto puro en la de
Muel, sumándose a ellas, tiempos
después, amarillos, verdes y
alguna tierra, tal y como se
ve en la
cerámica popular de la
última fase o decadencia.
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