Arte Mudejar en Aragón
Noticias
acerca del proceso de la Reconquista
cristiana en Aragón.- Los sometidos.
Su organización social.
Cultura de los mismos
La reconquista de la tierra aragonesa, invadida por los
musulmanes africanos desde los primeros años
del siglo VIII, fué
iniciada en el último tercio
del siglo XI
por Ramiro I, al
cual considera la Historia primer
monarca netamente aragonés en dominio y gobierno del
territorio donde estaba refugiado el foco de población
cristiana que no
quiso soportar al invasor. El pequeño Estado, circunscrito al Pirineo y
zonas altas de los ríos
que de él
nacen, tuvo por límites inferiores
las fortalezas de
Uncastillo, Loarre, Alquézar, Graus y Benabarre, arrebatadas pronto
al enemigo tras violentas luchas en las cuales quedaron bien probados el valor y tesón de
nuestro pueblo.
Los
sucesores en el gobierno del
naciente reino -Sancho
Ramírez, Pedro I y Alfonso el
Batallador- avanzaron en la conquista
resuelta y decididamente, ocupando la tierra llana hasta hacer suyas las cuencas y vecindades
de los
ríos que afluyen
al Ebro. A la muerte del Batallador quedaba dominado el gran río, y
la nueva frontera se fijaba:
en Occidente, por debajo de
Monreal y Cutanda; en el Mediodía, en la margen izquierda del Ebro, y por
Saliente, hasta la derecha del
Cinca.
Aún
no había transcurrido un siglo
desde que la Reconquista comenzó,
cuando la Monarquía aragonesa, que había
quedado sin su cesión directa, hubo de entroncar con
la Casa que entonces gobernaba el Condado de Barcelona.
Su jefe Ramón Berenguer IV, primer
monarca de la dinastía aragonesa-catalana, prosiguió la
empresa con el mismo entusiasmo e interés demostrados
por los anteriores gobernantes, ganando a los musulmanes Lérida y Fraga, más
todas las tierras de la izquierda del Ebro
comprendidas entre dichas ciudades y la desembocadura del río;
conquista completada por sus
descendientes Alfonso II y Pedro
II, quienes ocuparon casi
toda la comarca que hoy se llama Bajo-Aragón y pusieron
la frontera más allá de los
límites que en la actualidad tiene la región aragonesa.
Muchos
pueblos conquistados, por
no decir todos, se
encontraban en el momento de la
ocupación poblados por
tres clases de elementos opuestos en creencias y de distinto origen, si bien unidos en apariencia porque el convivir de algunos
siglos había borrado, en
parte, las diferencias uniformando ciertas costumbres y el lenguaje. Eran estos
componentes: los mozárabes o
antiguos cristianos descendientes de los hispano-visigodos,
que al realizarse la invasión musulmana quedaron en sus residencias
habituales rendidos al
invasor y respetados por él; los
judíos, cuya existencia
en el país databa de muy antiguo,
probablemente del siglo IV, odiados por los godos, siendo natural
que al llegar los musulmanes a la Península
los recibieran como
libertadores, ayudándoles en
su arrolladora empresa con
la custodia de las ciudades invadidas, mientras los otros seguían su marcha,
recibiendo en premio a estos buenos servicios su protección y ayuda francas
durante la dominación; y, finalmente,
los musulmanes no guerreros, que preferían
perder la libertad
antes que dejar sus
hogares y sufrir las penalidades de una lucha enconada y fuerte cual la de la Reconquista.
Los mozárabes pasaron en calidad
de hombres libres a engrosar
la masa de cristianos pobladores del
nuevo territorio, formándose con ellos el núcleo mayor
de población; los judíos siguieron
como raza parásita sin
alterar su vida,
usando religión y
leyes propias, protegidos
ahora por los monarcas,
y los musulmanes quedaban en condición de sometidos, como vasallos
del señor al que
se le daba o correspondía el
pueblo o tierra
conquistados. Tiempos después,
el número de
sometidos aumentó de
modo extraordinario ante la tolerancia
que para ellos tenían
los cristianos, pudiendo así volver
muchos a sus antiguas residencias,
previo pacto con
el señor o dueño
a quien ahora pertenecían,
repoblándose de esta manera, rápidamente, gran parte
de Aragón.
A los musulmanes sometidos se les llama hoy mudéjares, derivado el nombre
de las palabras árabes mudecban, que
quiere decir tributario, o de mudejalat, que
significa sometido, mientras para
otros el vocablo
debe desprenderse de la
palabra dachana, que quiere
decir que darse en un lugar
o sitio. Pero en
su tiempo se
les llamó moros, y así se titulaban ellos cuando
sus nombres se consignaban en contratos
y documentos.
Durante los primeros tiempos
que siguieron a la Reconquista,
cristianos, judíos y mudéjares vivieron
mezclados y en perfecta
armonía practicando cada uno
religión y leyes propias,
respetándose a los no
cristianos templos, casas y haciendas, Pero a partir del siglo XIII, por rivalidades
que se produjeron entre unos y
otros, moros y judíos fueron separados de la cristiandad obligándoles a vivir
en barrios determinados,
formando aljamas o
ayuntamientos regidos por ordenanzas reguladoras de sus deberes y
derechos, concediéndoles Jaime I
fuesen juzgados en los delitos que
a ellos atañían
por sus jueces y leyes,
pero imponiéndoles la obligación
de reconocer como autoridad superior, en los asuntos de
administración y gobierno, al Bayle general
o administrador del patrimonio del Rey.
Después
de esta medida
radical, la convivencia
entre cristianos y musulmanes fué
casi fraternal hasta los primeros
años del siglo XIV, despertándose entonces nuevos odios
y luchas que
se traducían en constantes denuncias de
los cristianos contra los
mudéjares, y para templarios intervino Alonso IV en 1332
prometiéndoles para lo sucesivo
no atender las acusaciones
secretas que de ellos
se le hacían, origen de daños
sin cuento.
En 1492 fueron
expulsados de Aragón y demás
dominios de los Reyes Católicos
todos los judíos, motivada
tan radical determinación por
razones de índole política
y religiosa, según unos, o de or den económico, según otros,
pudiendo ser la verdadera
causa un motivo trivial
no consignado por la
Historia, que aparece
reseñado con todo detalle en un folleto
o libelo que vió la luz pública
en Zaragoza en los primeros
años del siglo
XVII con el título
de Libro Verde de Aragón.
Pocos
años más tarde, los mismos monarcas decretaron la con
versión al cristianismo de cuantos
sometidos hubiera en sus
reinos, y la disposición fué acatada
por la mayoría con aparentes
muestras de conformidad, rechazándola tan sólo una pequeña parte, que se vió obligada a dejar
sus hogares y
expatriarse. Por entonces, Don
Fernando, queriendo llevar
con rigor lo
dispuesto, prohibió se levantaran nuevas
mezquitas y extremó otras
medidas; pero, ante las peticiones de los señores y de las Cortes, cedió, volviendo
a confirmar los privilegios
que anteriormente gozaban los mudéjares, y aconsejó a los inquisidores no forzaran
la conversión.
Los conversos fueron llamados
en lo sucesivo moriscos o cristianos
nuevos; y aunque seguían
ocupándose en los
mismos menesteres de antes,
sin intervención alguna en las cosas
públicas, su condición
social se elevó algo, mereciendo muchos
la consideración y aprecio
de magnates y señores, sobre
todo de aquellos a quienes
interesaba continuaran entre
nosotros cultivando las tierras
de sus feudos. A pesar
del nuevo estado de cosas, el
odio entre cristianos y moriscos persistía
como tradicional, más
marcado en las clases humildes, que lo
reprimían por temor
a las represalias.
Doña
Juana la Loca dictó una disposición general
prohibiendo a los moriscos
usar ropas semejantes a las que
llevaban los cristianos,
orden que no fué cumplida a pesar
del largo plazo que se
dió para ello. En consecuencia,
se les señaló sus vestiduras con medias
lunas de paño azul, se cerraron las mezquitas y se les
obligó a bautizarse.
Al fin, las antigua y hondas rivalidades, lo
insincero de la
conversión y las
frecuentes rebeliones provocadas
por los moriscos, fueron preparando el terreno para que un día se
pensara en su expulsión. Mucho antes,
los moriscos llevaban
varios años cometiendo toda suerte de desmanes y crímenes, guiados siempre
por el profundo rencor
que, en reciprocidad, sentían por los cristianos, a los que
tenían constantemente en vilo. Existe
testimonio de sucesos ocurridos en
distintos pueblos de Aragón, donde
las luchas entre
ambos bandos fueron tan
frecuentes como encarnizadas,
acorralando los moriscos a los
cristianos, que se veían obligados a refugiarse
en las iglesias y castillos de los señores como
únicos baluartes capaces de librarles
de la furia de sus enemigos
y conservar la vida. En Codos,
Alpartir y Pina, donde en más de una
ocasión se libraron verdaderas
batallas, los cristianos, en
venganza, efectuaron espantosas matanzas
de moriscos.
Tras
sucesivos decretos ordenando la
salida de España de cuantos moriscos
había, derogados o
incumplidos muchas veces por
los ruegos e influencias de los perjudicados con su marcha,
los musulmanes españoles dejaron
al fin nuestro territorio,
su patria, el
año 1610, rigiendo los destinos
de la nación Don Felipe III.
Los historiadores que se ocupan de la Edad
Media, y quienes
la vivieron dejando noticias
de los acontecimientos más
salientes o pintando costumbres
y hechos particulares, dan muy poca
importancia a la grey mudéjar aragonesa,
júzgala como uno de los varios componentes de la clase
baja de la sociedad, dedicada, en su
mayo ría, a los menesteres más manuales
de la vida, sin concederles personalidad
alguna ni apreciar en ellos nada
meritorio ni de
relieve; es decir, como
un elemento social de cultura
inferior a la nuestra,
sin nada propio, viviendo única y exclusivamente de nuestra savia.
De ellos se dice igualmente que los núcleos
mayores residían en los pueblos de señores, entregados al cultivo de la tierra
como ocupación principal,
en cuya práctica ni ponían arte
ni obtenían provecho. En algunas
localidades desarrollaron pequeñas industrias de antaño, implantadas y explotadas por
sus ascendientes los primitivos
musulmanes, intensificándose
con este motivo
el curtido de pieles,
la fabricación de tejidos
ordinarios, y de modo
especial la cerámica,
destacándose por su producción artística
las alfarerías de Teruel, Calatayud y Mue!, que lanzaron
bellísimos azulejos y
rica loza de reflejos metálicos,
verdaderas obras artísticas de
gran estima dentro y fuera de Aragón.
No se conoce
exactamente el número de pueblos
que habitaban; pero se calcula,
por datos fidedignos, que en los últimos tiempos de permanencia en España hubo
moriscos en ciento treinta
localidades aragonesas, ocupando trece
mil ochocientas noventa y tres
casas o viviendas, incluyendo en
la cifra las almunias o casas de campo, emplazadas casi
todas en las
huertas próximas a las
ciudades. Hubo pueblos, como Nuez,
Villafranca de Ebro,
Gelsa, Alborge, Cinco Olivas, Sástago,
La Zaida, Puebla
de Híjar, Urrea
de Gaén, Foz Calanda, Letux, Mediana,
Mezalocha, Codos, Muel,
Mozota, Botorrita, Albarracín, Huesa, Alpartir, Maluenda, Riela, Mesones, Saviñán,
Sestrica, Gotor, Brea,
Arándiga, Morés, Purroy, Torrellas, Trasmoz, Fréscano,
Bisimbre, Ambel, Bureta y Calatorao, que
estuvieron poblados solamente por moriscos, tributarios de las casas nobles
de Aragón, dueñas y señoras
de sus términos y haciendas.
Los núcleos
de mudéjares aposentados en las ciudades, más cultos que los
agricultores, dedicaron sus
actividades a las artes puras, artes
industriales en gran escala y comercio, si bien esta última
profesión estaba casi por completo en
manos de los judíos,
y fué raro el mudéjar
o morisco que
practicara la Medicina
u otra ciencia semejante. Artistas
y artesanos, según
costumbre de la
época, estaban organizados
por gremios, siendo
los más destacados entre los
sometidos los de pedreros, albañiles, carpinteros y pintores -artes cultivadas
de preferencia-, subdivididos en grupos dentro de cada oficio según especialidades, y al frente de ellos un alarife, maestro
o perito en la materia. Los
gremios de Zaragoza, como los
de otras ciudades, dieron nombres a varias calles, tomados de la profesión o industria que en ellas se ejercía, cuyos
nombres perduran en
la actualidad, siquiera sea entre
el vulgo.
La separación de moros y
judíos de la población cristiana,
obligándoles a residir en
zonas determinadas para evitar discordias, dió origen, en: algunas
localidades, a la formación de
grandes barrios, muy extensos los
de moriscos por la costumbre de levantar
edificios de una
planta de regular
capacidad, y más reducidos los
de judíos. Las aljamas musulmanas de
Zaragoza, Huesca, Teruel, Daroca, Ariza, Calatayud, Tarazana, Borja,
Fraga y Albarracín tuvieron
verdadera importancia social,
tanto por el número de
asociados como por la
calidad de algunos. En casi todas
estas ciudades se conservan todavía
las zonas que ocuparon los moriscos, manteniéndose en
algunos puntos el carácter de
sus calles, estrechas y
tortuosas cuando la forma del
terreno obligaba a ello, no siendo difícil encontrar, empotrados en
construcciones modernas o formando parte de otras, restos de las murallas de cierre o de las puertas de separación entre unos y
otros barrios. La Morería de Zaragoza
ocupó una gran superficie entre
muros, por lo que se le
llamó así: Morería cerrada, la cual
comunicaba con la ciudad cristiana
mediante dos puertas situadas en
sus extremos, una en contacto con la parte
meridional de la parroquia de San
Pablo y la otra con la de
San Gil por el
lado de Occidente, extendiéndose
sus edificios por
terrenos que hoy constituyen
los barrios y
calles de Azoque,
Lezo, Morería, Plaza de San Lamberto, Peromarta, Serón y adyacentes, con una
plaza principal o mercado abierto en la
primera de estas calles, la cual continuaba hacia Poniente con los nombres del Carmen
o Aljeceros, y no lejos de allí la Mezquita, junto al convento de Santa Fe o de Arrepentidas. En la parte
opuesta estuvo la Alfóndiga o Mercado cubierto, donde se vendía la carne, y junto a ella, el Mesón del mismo nombre. El fosal o
cementerio de los moros se hallaba próximo
a la iglesia de Santa
Engracia, entre ella
y los terrenos
que más tarde
ocupó el Convento del
Carmen, mandándolo trasladar Pedro IV en 1337 fuera de los muros nuevos.
La población musulmana alojada en la Morería de Zaragoza constituía-según dice un cronista- una masa de
pueblo ignorante y supersticioso,
entregado a toda suerte ele hechicerías, sortilegios
y maldades, debiendo correr parejas
con su conducta la vida inmunda que
hacían, supuesto lo último
de las quejas expuestas al Rey por un vecino de
la parroquia de San Pablo
sobre los perjuicios
que a ellos y a los
parroquianos de San Gil
ocasionaban las aguas sucias que
despedía la Morería
deslizándose por el
Coso y Mercado actuales.
Al final
del siglo XVI se
hizo un censo de
población de Aragón rectificando
otro hecho en
1495 por acuerdo de las Cortes
celebradas en Tarazana, arrojando el segundo un número de
354.920 habitantes, de cuya cantidad total correspondía a
la morisma 64.000, menos de la quinta
parte del censo general.
Con estos datos
coincide el número de moriscos salidos
de nuestra región cuando se llevó
a cabo su expulsión.
Estas
noticias acerca del estado social de los mudéjares de Aragón se
refieren principalmente a la
época de su
apogeo, pues, por desgracia suya, los primeros tiempos de
sumisión no fueron para todos igualmente
gratos. Muchos sometidos sufrieron la
esclavitud con todas sus consecuencias,
y cuando no, la desigualdad de trato, nacida
de la posición en que quedaron al ser vencidos; y si
después, por concesiones de los cristianos, suavizáronse asperezas y mejoró su
estado hasta lograr
destacarse los de mayor
valía, siempre hubo entre las
dos razas una
prudente separación, más
marcada por parte
de los cristianos verdaderos, que
jamás se mezclaron con ellos.
El pueblo bajo cristiano no
desdeñó su trato ni reparó en uniones,
a pesar de la
prohibición, siempre y cuando las
conveniencias lo aconsejaban. Por eso
la masa mudéjar acabó siendo
muy semejante a la cristiana de su mismo nivel social.
Cerca
de seis siglos
vivieron juntos cristianos y musulmanes en tierras de Aragón,
en cuyo espacio de tiempo
apareció aquí y en el resto
de España un arte que,
por atribuirse su invención a los
sometidos, se le ha dado el mismo nombre
que a ellos: alfudéjara arte cuyas características más salientes en lo
arquitectónico son el empleo sistemático del ladrillo, el uso del arco de ojiva túmida o de herradura apuntada, y la ornamentación a
base de
figuras geométricas y flora
estilizada.
Sin embargo, es preciso remontarse a tiempos anteriores de los probables orígenes de algunos
de dichos elementos,
netamente españoles según afirmación de arqueólogos, para dilucidar
si son exclusivos de los
musulmanes sometidos, porque, si bien se
les adjudica la paternidad del arte mudéjar
por encontrar en sus componentes gran
semejanza con los del árabe
puro y porque el
florecimiento del estilo coincide
con el apogeo cultural de la raza, hay
razones poderosas para poner
en duda opinión tan arraigada, al menos por
lo que a
nuestra región se
refiere, donde las obras mudéjares tienen un carácter propio, reconocido.
Entre
los argumentos que se
aducen en favor del origen
musulmán, se dice que el uso
del ladrillo, elemento primordial
del estilo, es de procedencia
oriental -Asiria, Caldea, Persia-, de
cuyas civilizaciones aprendieron los árabes
su empleo aplicándolo con normas de
su arte, dando
como producto la creación de una arquitectura peculiar, queriéndose probar con ello
que la fabricación y uso del ladrillo
eran desconocidos de los hispanos
antes de la invasión musulmana.
Por eso se dijo era
necesario volver la mirada
atrás hasta encontrar sus fuentes
originarias o, en su defecto, algún nexo con otras, viendo,
en efecto, que la cultura romana dejó
en España no pocos
monumentos, algunos muy
importantes, fabricados única mente
con ladrillo, pareciendo lógico que la raza
indígena aprovechara la enseñanza
y siguiera utilizando en
sus obras material tan adecuado para resolver todos o la mayor parte
de los problemas constructivos.
Por
otra parte, los
cristianos que voluntariamente quedaron viviendo en sus antiguas
residencias tras la
invasión africana, tolerándoles
los dominadores costumbres y religión,
los llamados mozárabes, conservaron sus templos
construidos con arreglo al patrón
arquitectónico cristiano-visigodo, que tiene entre sus elementos constructivos el arco de
herradura, probablemente desconocido de los musulmanes hasta
su llegada a España. También
es sabido que
los mozárabes fabricaban por
tradición el ladrillo para sus
construcciones, y si la decoración de sus templos era pobre
y la raza dominado ra prohibía a
los cristianos levantar nuevas iglesias,
al permitir restaurarlas para la
conservación pudieron copiar de lo
árabe algunos motivos
ornamentales que, al ser interpretados en su esencia, quedasen reducidos a simples trazos geométricos, adquiriendo estos templos
un aspecto de conjunto algo semejante al de los monumentos que siglos
después levantaron los mudéjares.
A pesar
de las trabas puestas por
los musulmanes a los mozárabes,
éstos mantuvieron con toda pureza, dentro de un medio a todas luces
hostil, sus costumbres, industrias
y arte,
es decir, toda su cultura hispana, transmitiéndola al Norte del país cuando la reconquista les permitió unirse
a los suyos. Estos hispanos viejos
fueron poco a poco
huyendo del opresor a medida que las circunstancias eran apropiadas. Así, por ejemplo, al regresar Don
Alfonso el Batallador en 1126 de la
incursión llevada a cabo
por tierras de Andalucía, trajo consigo más de diez mil mozárabes, con los
que pobló ciertos
lugares de su reino. Nada extraño sería
que esta gran masa
difundiera entre nos otros,
además de su vieja cultura, las innovaciones que
introdujera en ella y las nuevas
adquisiciones que en materia
de arte hubiera hecho
durante su permanencia entre
los árabes. Esto,
por lo que se refiere a los elementos que integran el estilo.
Al estudiar la distribución topográfica del
arte mudéjar en nuestra
región, se observa un hecho
sin explicación lógica
si se
admite sean los musulmanes
sometidos los verdaderos y únicos creadores del estilo que lleva su nombre. Nos
referimos a la escasez de
monumentos del estilo en la provincia de Huesca
y Norte de la de
Zaragoza, siendo así que el primer
terreno reconquistado fué éste, y, por tanto, donde primeramente
hubo sometidos. Para que la
duda arraigue más, los núcleos de arte
mudéjar se hallan alrededor de
Zaragoza, Teruel y Calatayud, como
nacido en centros donde la cultura
debió ser mayor, y en momento en que el arte en general estaba completamente desarrollado, cual si nuestro
arte mudéjar, más
que obra de
musulmanes sometidos, fuese producto de
una cultura propia de
los tiempos y, por
tanto, común a cristianos
y musulmanes, en cuyo caso es difícil precisar a quién
corresponde la invención y de
igual modo la ejecución.
Hay quien define la arquitectura
mudéjar como «Obra
hecha para uso de
cristianos mezclando elementos de la arquitectura de
éstos y de la de los árabes, ejecutada unas veces por moros al servicio de los conquistadores y otras por
éstos, aleccionados por
los conquistados; probándonos la definición que tanto unos
como otros estaban
capacitados para producirla
Y, por consiguiente, para
concebirla, concepto que confirman los
muchos datos que se
encuentran consignados en libros de
fábrica, actas capitulares,
contratos y notas
de cuentas en
iglesias y archivos oficiales, en los que, en
íntima mezcla, aparecen nombres
de cristianos y musulmanes trabajando simultáneamente en obras
y trabajos reputados hoy de pura
traza mudéjar.
En consecuencia, si el material que de
preferencia se utiliza en el estilo no es exclusivo de los árabes
ni de los mudéjares, ni las formas constructivas típicas se dan en nuestros monumentos, ni tampoco la
ejecución es por entero suya, no queda
otra cosa como
aportación propia que lo
decorativo¡ y esto, como se verá luego,
hay que creerlo inspirado en un
motivo local, musulmán, sí, pero muy
nuestro, raro, casi único,
que igual pudo impresionar o servir de inspiración a musulmanes
sometidos como a cristianos.
Lo expuesto, sin otro fin que el de intentar la búsqueda de los
orígenes de tan bello estilo, no merma en nada el mérito de la obra
de los mudéjares, aun en el supuesto de no ser ellos más que meros
colaboradores, porque, en
definitiva, cristianos y moros, directores o dirigidos, consiguieron
caracterizar un estilo que sin
reparo puede titularse regional y, además, preparar el arribo del siguiente,
el Renacimiento, que
por mediación suya
adquirió aquí detalles muy particulares y acabó por
ser otro estilo
regional, confirmándose una
vez má s cómo las formas artísticas llegadas a nosotros se modifican
siempre bajo el influjo de la cultura
indígena.
Caracteres generales
del arte mudejar. - Particularidades que
presenta la rama
aragonesa. - Temas decorativos
principales y sus probables
fuentes de inspiración.- Otros
motivos ornamentales
El arte
mudéjar hizo su aparición en el
Sur de España mucho
antes que en el Norte, donde los monumentos en apariencia más antiguos, decorados con ornamentación del estilo, datan,
según noticias documentales,
de la
segunda mitad del
siglo XIV; pero cabe estimar como
precursores de ellos,
y, por tanto,
de época algo anterior a la señalada, otras
manifestaciones aisladas que no
tienen la importancia artística de
un monumento completo.
La aparición tardía del mudéjar
aragonés no es opinión que compartan cuantos
lo han estudiado, fundados para
ello en la
presencia de elementos románicos
en algunos monumentos netamente mudéjares, por lo que se pretende clasificarlos como obra
ejecutada en los siglos XIII y aun XII. Mas no
debe olvidarse la lentitud
con que se llevó la reconquista
de la tierra, y los
tiempos que forzosamente
habían de transcurrir hasta la consolidación del dominio; momentos
poco adecuados para que arraigase
un arte nuevo y se
desarrollara ampliamente.
Nuestra creencia se ve robustecida por
las fechas de
construcción que dan las iglesias puristas de: Tobed, edificada en 1 459; Torralba de Ribota
(1 367); capilla de San Miguel, en la Seo de Zaragoza (1382); Santas Justa y Rufina, en Maluenda (1413), y Cervera de la Cañada
(1426), seguidas de otras más tardías, registradas documentalmente, por las cuales podía
intentarse fijar la cronología
del estilo en Aragón desde
que se iniciara
hasta su muerte,
señalándose la aparición en la
segunda mitad del siglo XIII o comienzos del XIV, su
apogeo desde la segunda
mitad del XIV hasta fines del XV, y la
decadencia en el XVI, para llegar
al barroquismo en el XVII y finar en el XVIII.
Siguiendo en este orden
de razonamientos, a la iglesia
de Montalbán (Teruel) se le asigna como fecha
de construcción el año 1210, y
para la Catedral de Teruel, la de 1278; habiendo servido estos
datos para que se considere el mudéjar de Teruel formado y en pleno desarrollo dentro del siglo XIII, lo
que no es verosímil, pues la fecha de 1210 es la de la orden que Don
Pedro II da al Maestre de la Orden de Santiago para que
conquiste Montalbán y levante la
iglesia, construyéndose entonces un magnífico
templo de estilo
ojival, del cual todavía
se conservan el pie y la torre
octógona, ambos de piedra de sillería. Y la de 1278, en que se dice terminada la Catedral de Teruel, no
puede referirse a su parte
mudéjar, porque el cimborio no
estaba, y su magnífica techumbre se sabe
la pintaba en
1355 Domingo Peñaflor.
Recientemente, en obras
realizadas para reconstruir la Catedral, maltrecha por
la guerra civil, se
descubrió en las naves laterales,
a nivel de la cabecera de
la mayor, la
cimentación de unos
ábsides semicirculares juzgados propios de una construcción
románica, y a ella, aunque
tardía como tal, debe
referirse la fecha de
1278.
En las regiones
Sur de la Península existen
construcciones de elementos, proporciones y líneas
tomados de la arquitectura árabe o inspirados en ella, que, en conjunto, tienen carácter distinto al de origen,
comunicado por la adaptación; son
verdaderos ejemplares de
arquitectura mudéjar -hija de
aquélla, según definición-, en los cuales
miembros constructivos y
ornamentación van hermanados obedeciendo normas
propias exclusivas de un estilo
puro. En nuestra
región no hay arquitectura
semejante ni que se le parezca, es
decir, que su traza general sea francamente
mudéjar, a excepción, si se quiere, de algún campanario que, como elemento aislado de una construcción, cabe suponerlo alminar de mezquita levantada tardíamente.
Puede
decirse que el arte mudéjar se manifiesta en Aragón cuando
la arquitectura ojival se halla en todo su apogeo
constructivo, después de haber
resuelto de manera terminante el
problema de cubrir grandes
superficies sin necesidad de fabricar
potentes muros capaces para resistir
el empuje de
las bóvedas, y quedar solucionada, a la vez, la posibilidad de
utilizarse el ladrillo en sustitución de la piedra, no por la escasez
de ésta, sino ante
la ventaja de obtener el material
con mucha economía
y facilidad, fabricándolo, puede decirse,
en la misma obra.
Por esta
causa se ven en Aragón
numerosas iglesias francamente ojivales,
de pequeñas proporciones,
muy modestas, generalmente de una nave, con ábside
poligonal o cabecera
cuadrada, sin crucero, con capillas abiertas entre los robustos contrafuertes y decoración
mudéjar al exterior; tan sencillas
o pobres en arte que,
comparadas con sus similares
andaluzas o con algunos templos
toledanos, tan clásicos en todo,
se aprecia en seguida la falta
de sus pequeños ajimeces y ventanales de lindas arquerías lobuladas, tan ingeniosamente
dispuestas entre los elementos
constructivos, como en todas ellas se encuentran. En el
interior de estas iglesias
nuestras, nada o muy poco
delata la presencia del estilo:
son en absoluto templos ojivales fabricados con
ladrillo, cuya circunstancia
ha servido para
orna mentados exteriormente con
el mismo material,
sin intentar para nada
reproducir en los
interiores decoración semejante que
diera unidad al conjunto, y
únicamente en las claves
de las bóvedas
y claraboyas o ventanas es donde se ve alguna filigrana decorándolas.
Junto
a estas diferencias
entre el mudéjar
aragonés y el
castellano o andaluz,
tiene nuestro arte
otras particularidades que todavía
lo distancian más de aquéllos.
Son éstas, además de su condición más decorativa que
constructiva en lo externo, la
presencia de cerámica como complemento de la dec0ración. Ambas particularidades se acusan con toda
intensidad en los monumentos primitivos o apreciados como tales,
en los que
minuciosos dibujos trazados con
los vuelos del
ladrillo quedan destacados mediante fondos de
azulejería de vivísimos
colores combinados con arte
o encerrados en marcos del mismo
material. Este carácter
decorativo se perpetúa a través de la
evolución que sufre
el estilo hasta
degenerar y dar origen
a de terminadas características que
aparecen luego acentuándose
en proporciones abrumadoras durante el apogeo, en cuyo
momento se llenan
las obras de labores minuciosas, variadas y abundantes, cual si la ornamentación pretendiera anular
la forma.
De igual modo, los artistas mudéjares
aragoneses utilizaron relativamente poco
el yeso en la decoración
interior, discrepando en esto igualmente nuestro arte del producido por los mudéjares
castellanos y andaluces, muy dados
a los entalles de atauriques y
lacerías ejecutadas sobre aquel
material para revestir
los muros interiores, bocas de capilla, intradós de
arcos, bóvedas, etc., etc.
Bien es verdad que nuestros monumentos han sufrido modificaciones tan intensas, por renovaciones sucesivas,
que la afirmación no puede
hacerse en términos categóricos por no haber
llegado hasta nuestros días
lo suficiente para
sostenerla, como tampoco
basta lo conservado
en cuatro o cinco iglesias para
juzgar de la intensidad.
La
talla de la
madera, llenando de
labores primorosas zapatas, vigas
maestras y puertas de las construcciones
mudéjares toledanas, motivo de
embellecimiento prodigado en ellas, no
debió tener entre las nuestras el desarrollo debido,
paralelo al alcanzado por
la albañilería, reducida la aplicación
en límites pequeños y en
normas puramente geométricas, desdeñando la rica fantasía
que en aquéllas predomina
con el empleo
de motivos a base
de flora estilizada.
Las techumbres de madera que tiene
Aragón valoradas como mudéjares adolecen de
lo mismo: labores
con temas de
figuras geométricas que, a
veces, se simulan
mediante la pintura, y
presencia de composiciones
florales, con mucho
carácter ojival o
renacentista, según la época
de su construcción. Y esto, que
pudiera apreciarse como defecto del
estilo regional al
compararlo con el
de otras partes, viene a ser una prueba
más de su peculiar característica.
Todas las diferencias que se han señalado
como particularidades del
mudéjar aragonés se mantienen
con igual intensidad en el
desenvolvimiento o fases por
que pasa el estilo,
pues si bien el empleo de la
cerámica va decreciendo conforme la
evolución tiene lugar, queda compensada
su ausencia con las nuevas
formas, tanto o más decorativas
que las anteriores, viéndose en la decadencia invadir las construcciones renacentistas, donde detalles
por completo mudéjares borran la
monotonía de los grandes
muros de ladrillo, o filigranas hechas con este
material, colocado en formas y
disposiciones atrevidas,
parecen anunciar la
decoración rica, fastuosa,
que llegan a alcanzar
los aleros de los edificios del
Renacimiento aragonés.
Como
se ve, no
es la arquitectura mudéjar
aragonesa de gran tipismo.
Tiene, sí, elementos
constructivos similares a los de los monumentos de otras regiones,
más pobres y sencillos siempre
que en aquéllos, los arcos de puertas, bocas de
capillas y ventanas
no son de ojiva túmida ni de herradura: predominan los ojivas sencillos
sin vestiduras de archivoltas, encerrados en
alfiz unas veces
y sin él otras.
Las bóvedas suelen ser de
crucería sin grandes complicaciones de
nervios que, por
otra parte, tienden
a la rectitud, y en las iglesias de mayor carácter alternan los tramos
de crucería con otros de cañón apuntado. Los nervios, de perfil sencillo, se apoyan en
ménsulas de raquítica decoración.
Acaso sean lo más típico, dentro de
lo constructivo, los ánditos que cercan
la nave sin comunicar con ella, y las linternas de armadura
hispano-mahometana que se levantan en
los cruceros de algunas catedrales.
La importancia del mudéjar no está
en su arquitectura: es lo
decorativo, con sus temas propios, más otros incorporados que se
interpretan y aplican de
distintas maneras, lo que se la da.
No está
en nuestro ánimo
demostrar -a pesar de lo
dicho en líneas anteriores- que
el arte mudéjar aragonés
se aparte por completo
de su similar de otras
regiones, ni tampoco que
naciera aquí como arte
espontáneo. No obstante, al pensar
que de la cultura del pueblo
musulmán del Sur de España derivó el estilo para llegar a nos otros, como a otras
regiones, puro, íntegro, llama la atención que en la rama aragonesa se perdieran
pronto los caracteres fijos y adquiriera modalidades diferentes, tanto en lo
constructivo como en la
parte decorativa.
Si la ornamentación típica mudéjar
tiene como motivos
fundamentales el lazo engendrado
por estrellas y
polígonos regulares de infinitas formas y la
flora estilizada obediente a normas
fijas, es raro que ambas
fuentes se agotaran rápidamente en manos de los artífices
aragoneses¡ porque la primera no da
más allá
de dos o
tres temas, aplicados en
todas las ocasiones de igual forma o, a lo sumo, modificados con
tendencias a la
simplificación, y la otra se manifiesta raquítica, como
tema pictórico nada más, aplicado en
la decoración de techumbres de
madera. Eso, al menos, dicen las obras.
Por
lo mismo que
la decoración mudéjar
aragonesa difiere no poco
de la de otras regiones, hay que
pensar, aunque la idea
parezca atrevida, en un posible origen local. Nada se sabe del arte que
desarrollaron en Aragón los musulmanes mientras dominaron el país. Se ignora
igualmente el número y calidad
de los templos
o mezquitas que tuvieron
en las ciudades más importantes, que
por lógica ha de suponerse fueran verdaderos monumentos de arte.
Ni tampoco se sabe si los cristianos los destruyeron
todos, o si, por el contrario, los utilizaron para su religión con las reformas indispensables respetando
lo accidental. Sólo ha perdurado
de todo el Aragón musulmán una obra en
Zaragoza, el llamado Castillo o
Palacio de la Aljafería,
emplazado fuera de la ciudad; edificio
civil que no
tenían por qué destruir los creyentes de una religión
contraria, porque ningún
significado religioso tuvo;
construcción árabe o
musulmana conceptuada como
obra singular sin
punto de contacto,
en lo decorativo, con las
similares del Sur de España; obra, en fin, cuya
belleza había de perdurar en el
recuerdo de quienes la tenían por suya y la perdían.
Los
monumentos mudéjares de
Aragón están ornamentados al exterior con dos
tipos de dibujos dominantes, que aparecen
en las obras de arcaísmo
más acentuado, de los cuales
pueden derivarse, y seguramente
se derivan, algunos otros temas decorativos,
incluso aquellos que, simulando tipos nuevos,
estuvieron en boga durante la decadencia o degeneración del estilo.
Uno de
los dibujos está compuesto por arcos
de líneas rectas
y curvas, repetidos simplemente o
bien enlazados, hasta llenar
la superficie que
decoran, cuyos arcos,
al repetirse y entrecruzar
sus líneas, dan origen a una figura en losange o rombo.
El otro tipo es producto de la prolongación en sentido
horizontal, vertical y diagonal de los lados
de un polígono regular que,
en sus cruces y enlaces, da lugar
a bellísimos motivos llamados
lazos o labores según la
disposición que adoptan.
Ambas formas
se encuentran aplicadas en calidad de motivos principales en la decoración de las torres de las iglesias de San Martín y del Salvador,
de Teruel, y con mayor pureza en la de la Magdalena, de Zaragoza;
las mismas que también, como temas
únicos, tuvo el ábside
de la iglesia de San Pedro
Mártir, de Calatayud, hoy desaparecida.
La ornamentación por arcos
mixtilíneos se ve en algún monumento
de Andalucía, muy pocos, reducida
a la mayor simplicidad, abundando
más -como ocurre en
Toledo- la decoración con arcos ojivos, mejor
dicho, de ojiva
túmida, solos o encerrando otros
de perfil polilobulado, forma que aparece
en Aragón en un solo
monumento cuyo aspecto de conjunto difiere bastante del
que podemos llamar tipo
regional.
Esta persistencia
del arco mixtilíneo en las construcciones mudéjares aragonesas
significa, a nuestro entender, la adopción de un motivo local visto y juzgado
corno elemento de fuerza
decorativa suficiente para elevarlo
a la categoría de tema indispensable.
Y, en efecto, el arco mixtilíneo -· cosa exótica en todos los
estilos, porque no puede ser considerado como miembro
constructivo, sino tan sólo
ornamental- aparece en los restos de
la Aljafería mostrando todo su poder decorativo con la
bella combinación que
supieron dar a sus líneas rectas y curvas.
La visión repetida debió
despertar la idea de su aprovechamiento, y de la simple copia
surgió el motivo
hábilmente interpretado por
nuestros albañiles. De
no ser ésta
la fuente donde se
inspirasen los mudéjares
aragoneses, admiradores obliga
dos del arte de sus
mayores, hay que atribuir a pura coincidencia su aparición como
base en el decorado de obras
tan iguales como
el muro de la capilla de San
Miguel, en la Seo de Zaragoza, y
la torre de San Martín, en Teruel, a las que se niega parentesco por razones de
fecha de construcción
y presencia de
elementos extraños al estilo.
En cambio, el lazo y sus combinaciones, prodigados en lo andaluz y
castellano desde el siglo XIII, donde
adquiere desarrollo pleno en el XIV con
la obra de la Alhambra, extendiéndose por el resto de España
durante el XV, después de
conquistada Granada -según supone
Prieto en su estudio sobre la
materia-, es, en lo nuestro, motivo pobre, sin grandes
variantes que se repiten
constantemente, cual si no se conocieran otras; es decir,
tema local, que no se modifica
ni transforma por
influencias de fuera.
Y si se examina
detenidamente y se estudia sin
prejuicios cuanto constituye la
decoración del oratorio privado de
la Aljafería, y con ello los
cuantiosos restos del mismo
palacio guardados en el Museo
Provincial de Zaragoza, es allí
donde se
encuentran los dos temas utilizados por los mudéjares aragoneses en las
escasas variedades y con
todas las limitaciones que se ven
en su obra. En la mezquita -como le
llama el vulgo-, en los capiteles
de las cuadras
o habitaciones que tuvo el palacio, en frisos, tableros y celosías, se hallan los temas originales,
y en la obra mudéjar, la copia servil.
Los arcos
mixtilíneos sueltos aparecen
en los ochavos del oratorio, y enlazados con
ojivas túmidas en un friso
recogido en una de las desaparecidas estancias¡ la
arquería polilobulada que
corona los arcos mixtilíneos
pudo inspirar el
motivo que, formando
rombos por repetición, se ve en
las torres de San Martín
y Salvador, de Teruel, y con
mayor carácter en la de San Gil, de Zaragoza. El polígono regular
de seis lados
y su estrella, así como las de ocho,
las dos variedades que con
preferencia reproducen los artistas
en labores, lazos y lacerías,
patentes están, encerrando motivos vegetales
con los cuales se enlazan, en
diversos tableros que adornaron el palacio.
Además
de los dos temas principales,
de obligada presencia
en las obras mudéjares aragonesas
más importantes, cuyos modelos
creemos haber encontrado en la Aljafería, hay en ella
otros que seguramente inspiraron algunos
de menos calidad vistos en la
decoración regional del estilo
como motivos secundarios: uno, en
las piezas supletorias de las
ménsulas de una
cámara del palacio,
talladas en forma de
venera, figura que se imita en la talla de las cabezas de las
vigas de algunas techumbres al
volar sobre apoyos, otro,
el lazo desfigurado y reducido a
combinaciones sencillas, que se utiliza para llenar los cruces de madera
en techos profusamente decorados,
que igualmente se encuentra en un
tablero procedente ele la Aljafería.
Ante prueba
tan clara señalando los
probables orígenes ele los principales temas
decorativos usados por los mudéjares
aragoneses, es natural
pensar que, al
recibirse aquí
las primeras noticias sobre las nuevas orientaciones artísticas y contemplar más
tarde las construcciones del estilo que se hubieran levantado en el punto
ele origen, surgiría la
comparación entre lo decorativo de ellas y lo similar ele la Aljafería,
adoptándose lo ele ésta como medio
seguro ele co piar fielmente, con
todo carácter, lo necesario.
Elementos
aprovechados ele la Aljafería
que pasan al
mudéjar aragonés y se interpretan
sin modificarlos son: el arco de herradura
y el arrabal en que se inscribe, o alfiz; el arco mixtilíneo,
el de ojiva túmida y el lobulado, los atauriques utilizados en lo mudéjar como traza; las palmetas, venera,
cruces en forma
de nudo y los
lazos a base ele polígonos de pocos
lados.
Si a la suma
de estos elementos
decorativos tomados de la Aljafería, más
los propios del estilo con que se
hermana el mudéjar aragonés, el ojival, se incorporan otros
sacados del románico, la mezcla dió lugar, forzosamente, a un estilo desde
luego no nuevo, pero
con diferencias lo bastante acusadas para caracterizarlo y convertirlo en arte verdaderamente regional.
Este criterio
particular, propio, basado en
la observación y
estudio de nuestro arte
mudéjar, sin recurrir a
comparaciones siempre subjetivas que conducen, de ordinario,
a errores injustificables, se consolida y adquiere posibilidades de certeza
al analizar separadamente cada
uno de los elementos, tanto
constructivos como de finalidad decorativa, que integran
el mudéjar aragonés, en los cuales no sólo se reflejan las características de
origen sin admitir otras
modificaciones que las
propiamente locales, sino que en ellos se ve
incluso la particular manera de
estar ejecutados, copiando hasta los
propios defectos del original.
Pasemos al análisis de tales elementos:
ARCOS.-En nuestros monumentos mudéjares puros figura como parte de los elementos constructivos el arco apuntado, confirmando con su presencia el enlace del arte mudéjar
con el ojival. Pero en los primeros
monumentos, en aquellos en que todavía
no se dan plenamente las características decorativas
del mudéjar, se encuentran también arcos
de medio punto, en
disposición simple o en
retirada, como en lo románico.
Para lo decorativo, la aplicación del arco
es motivo de diversas
utilizaciones respecto a sus formas, ya
que se
encuentran arcos de medio
punto enlazados, ojivos
sencillos y cruzados, de ojiva
túmida, mixtilíneos y lobulados,
aunque esta última no
figure como arquería,
sino como labor simplemente.
La variedad
primera aparece en la parte
baja y primitiva
de las torres de la iglesia de
San Pedro y Catedral de Teruel, apoyados en columnas
de piedra en la de San Pedro y
sobre mensulitas en la de la Catedral.
En las torres de Tauste, Utebo, San
Pablo, de Zaragoza, y restos de la que
tuvo la portada de Sama Engracia, de
la misma ciudad, tienen
pilaretes de ladrillo de igual saliente y grueso
que ellos. Un gran arco
de medio punto cortado
por dos mitades
de otros iguales apoyados
en su correspondiente pilar,
sirve de marco
a los motivos que
ornamentan la torre, muy tardía,
de la iglesia de La Almunia de Doña Godina.
Iglesia de San Pedro, Teruel
Catedral de Teruel
Arcos
ojivos entrelazados constituyen el único tema
de ladrillo que decora
los dos cuerpos de la torre de
Belmonte, y en
disposición idéntica se ven en la
parte media del cuerpo cuadrado de la de Ateca, donde, además, una faja de arcos ojivos sin pilares limita por arriba la decoración.
De ojiva
túmida sólo existen en
la torre de
Ateca, muy toscamente fabricados, como toda
la obra, pero curiosos por no sobresalir del muro y ser el fondo el que los destaca.
Torre de la Iglesia de Ateca
Aceptado por
origen del arco mixtilíneo
el de igual
traza entre los restos árabes
de la Aljafería, es la variedad
más abundante de las señaladas.
Este motivo aparece casi siempre
en la parte baja
de las composiciones como expresión
de un elemento constructivo
capaz de soportar las labores que
sobre él se desarrollan; por eso su
traza es robusta, fraguados con piezas
adecuadas de ladrillo, formándose el
dibujo en algunos casos
al fabricar el muro,
no como las
demás labores, hechas, de ordinario, mediante cajas. Forma
y proporciones son muy semejantes
a aquellas que se han supuesto las
originan, fielmente interpretadas en los que
decoran la torre de la
Magdalena, de Zaragoza. Pocas veces se le encuentra suelto, como en este caso,
en contacto con los vecinos, sin
cruzar, pues lo corriente es verlo
enlazado, bien para mayor efecto decorativo o para dar lugar con su cruce a
nuevas labores. En igual disposición
está en la torre de Peñaflor, muy burdamente trabajado.
Torre de la Magdalena, de Zaragoza
El arco mixtilíneo puro, es decir, como los de
la Aljafería, va poco a poco simplificándose,
tal vez por dificultades de ejecución;
pierde sus líneas curvas y se
enderezan las rectas para formar
una sola que convierte el arco en
ángulo o pabellón (torres de Herrera
y de San Juan y San Pedro, de
Zaragoza). Sin llegar a la deformación, pero convertido en motivo desfigurado, lo vemos en el muro de
la capilla de San Miguel, en la
Seo de Zaragoza, formando una faja enlazada sobre la arquería
mixtilínea de la parte baja. El arco
con su cabecera cruzada como los
de la Alfafería se reproduce inversamente
y da lugar a una especie de
círculo mezclado con líneas quebradas, enlazado con
otros semejantes, nuevo
motivo que juega admirablemente
con la arquería desarrollada debajo.
Arco
mixtilíneo
Palacio de la Aljafería. Zaragoza. Siglo XI.
Palacio de la Aljafería. Zaragoza. Siglo XI.
Arcos
trebolados o lobulados en
forma de arquería
no existen en el mudéjar aragonés, se encuentran, eso sí, en la
decoración de algunas
torres, en labores que
remedan rombos de
diagonales curvilíneas.
Volviendo a ocuparnos del arco en misión
constructiva referente a grandes
huecos de iluminación, hay que
añadir que en lo mudéjar aragonés, además de la
ojiva, se encuentran arcos
de medio punto únicos
o gemelos, ambos sencillos
o en retirada ojivos gemelos sin
otra combinación, o
también enmarcados por
otro apuntado. Además, se ven pequeños
huecos de iluminación
parcial o quizá para
defensa de algunas
torres y hasta
de paso a
través de los muros,
que se cierran, no por
arco verdadero, sino por
el avance gradual de las
hiladas del ladrillo
formando un arco
en frontón o pabellón. Quizá
de este tipo de cierre
saliera la forma de interpretar
ciertos motivos decorativos del estilo
hechos con líneas quebradas que
imitan el perfil de dichos cierres.
ALFIZ.-Muchas veces,
tanto los arcos ornamentales como los constructivos se encierran dentro de
un cuadrado de trazo delgado simplemente, o también orlados
de lazos limitados por
dos cuadrados. Pero lo típico es el arrabal
o alfiz al modo musulmán, como
cierre de la cabecera, aplicado en Aragón
con formas propias.
LOSANGE.-EI cruce
del arco mixtilíneo
y la repetición de su parte alta en un
compuesto uniforme produce
una labor o
dibujo en rombos, que, como es natural, no están formados por
líneas rectas, sino mixtilíneas,
y aunque en realidad no sean tales
rombos, su aspecto es el de
esta figura geométrica.
Igualmente
hay ricas labores
en losange hechas
con arquitos, dando la sensación
de rombos horizontales polilobulados, ya citadas, que
aparecen en las torres de San
Gil, de Zaragoza, y ábside de Magallón.
Abside de Magallón
Los
rombos de líneas mixtas, puros y correctamente trabajados,
figuran en los monumentos de Zaragoza y Teruel; pero su degeneración
en busca de la simplicidad se da
pronto para aparecer como
verdaderos rombos de
líneas que tienden
a ser rectas en
torres como la de San Miguel, de
Zaragoza, Terrer, Herrera y ábside de Belmonte, construcciones todas
de buena factura. Si los
lados del rombo están hechos con
tacos de ladrillo, la figura
geométrica se re produce
aparentemente con toda pureza; pero, a
veces, se emplea el ladrillo puesto
en posición vertical y horizontal, alternativamente, y entonces se forman los lados con
líneas quebradas (ábside de
Magallón).
Del
rombo puede suponerse derivado el hexágono por relaciones de
construcción, no geométricas,
separados en sentido horizontal sus lados para añadirles dos
verticales, tal y como se
ven en la torre de Tierga. Y de igual
manera el hexágono irregular,
alargado, en la forma en que aparece decorando en masa
el cuerpo cuadrado de la torre
de la iglesia parroquial de
Villamayor.
La última
derivación de esta figura
es el cuadrado en posición diagonal, aprovechado en la
decoración de construcciones pobres, a veces
mal ejecutados.
Rombos y hexágonos se enriquecen poniendo en
los centros de los fondos un
pequeño motivo formado por una
cruz o una línea vertical, según las
proporciones de la figura, o
también con doble resalte, es
decir, uno sobre otro
en vuelos distintos (torres de Herrera
y Peñaflor, y
ábsides de San
Miguel y Magdalena, de Zaragoza).
LAZOS Y
LABORES.-Motivos
ornamentales de positivo origen musulmán, puesto que en los estilos cristianos se desconocen, no
tie nen en arquitectura mudéjar
aragonesa la aplicación presumible, dada su
gran belleza, Sin
duda, la ejecución, además
de complicada era costosa, y por eso se
encuentran tan sólo en ornamentaciones
verdaderamente suntuosas y ricas,
tales como el muro de
la capilla de San
Miguel de la Seo, de
Zaragoza, iglesia de Tobed y torre de la de
Quinto.
Lazos y
labores están engendrados por la
prolongación de todos o la mitad de
los lados de un
polígono estrellado,
generalmente, sin otras diferencias que
las de contactar las prolongaciones en las labores y montar
alternativamente en los lazos. En arquitectura
predominan éstos sobre aquéllas, y
de ordinario se desarrollan
en dos variedades: en lazos llamados de
seis y en lazos de ocho.
Iglesia de Tobed
El polígono estrellado de seis,
reproducido en masa para
llenar un fondo, faja o muro
de grandes dimensiones, aparece en la decoración exterior de la capilla
de San Miguel,
de Zaragoza, y en la
iglesia de Santa María de Tobed, tema que, a
pesar de la repetición, da una
composición asimétrica, sin duda porque
los enlaces no se
prestan a ser cortados con
regularidad, de modo artístico, dentro de ciertos límites.
Por eso quizá no se prodiga,
prefiriéndose la traza de ocho,
cuyo elemento, además de más rico de por sí, puede
encerrarse con simetría, a pesar
de todas sus
prolongaciones y enlaces
resultantes. Lazos de
ocho constituyen la decoración
del cuerpo ciego de la torre de la iglesia de Quinto, y la mitad derecha
del gran muro de la Seo de
Zaragoza.
El
lazo de cuatro,
octogonal, derivación o modalidad
del de ocho, es el más adecuado para pequeños fondos de dos o tres líneas,
como están en las
torres del Salvador y San
Martín, en Teruel, o bien en fajas que recuadran huecos (torres de
San Miguel, de Zaragoza, Longares
y Torralba de Ribota, con
otras varias).
Torre del Salvador, Teruel
En yeserías que visten bóvedas de capillas,
tableros de púlpitos, fondos de ventanales, celosías y óculos,
los lazos se ofrecen
en variedades mucho más
ricas que las
citadas, viéndose además
de las corrientes un lazo de cinco,
recto, en mezcla con líneas curvas, en los óculos de
la torre de San
Andrés, de Calatayud de seis, mixto,
en Santa María de
Tobed de siete,
en igual mezcla,
en el óculo
del muro del pie de la iglesia de
Cervera de la Cañada, doble, de
diez y cinco, en la
bóveda de una
capilla de la Colegiata de Caspe,
éstos rectos¡ y en mezcla de curvos
y rectos o
curvos solos, hechos por moriscos
y continuadores, es tal la abundancia y variedad existente, que
puede afirmarse no
hay iglesia en
Aragón sin una capilla cuya bóveda no esté cuajada de complicados lazos curvos.
Las techumbres de madera,
planas, artesonadas o
cupuliformes tienen lacerías de
relieve o pintadas, en todos los tipos
vulgarizados en Aragón, más
algunos otros no corrientes. Como ejemplo,
merecen citarse los artesonados
de la Sala Capitular del Monasterio de Sigena, de ricos lazos destruidos
por la guerra,
y algunas cúpulas y techumbres de los palacios de Zaragoza.
En carpintería
usaron los mudéjares
aragoneses lazos y
labores de seis y ocho,
preferentemente en polígonos regulares y sus correspondientes
estrellas, conservándose algunas puertas, tales como
la de la iglesita de San
Miguel, de Tamarite, otra en la ex catedral
de Roda, las laterales del
coro de la Seo
de Zaragoza, sacristía de la misma, y armario en la del Pilar, con lazo de diez.
BANDAS.-Constituyen el ornato
más mezquino como decoración.
Los motivos utilizados no son,
ciertamente, invención mudéjar:
copian siempre, dentro de lo posible, dibujos
vistos en otros es tilos,
con preferencia el románico.
De ordinario, aparecen dividiendo grandes composiciones y fondos, o como
un compás de
espera dentro de la
monotonía de un muro liso; otras
veces encierran líneas de azulejos,
y también (esto como
excepción) son ellas toda
la ornamentación de
tma obra, o gran parte. Tal sucede en las torres de la iglesia de Santa María, de Maluenda, y
en la de Aguilón.
Entre
los tipos de bandas
más usados por los mudéjares aragoneses están las de esquinillas, formadas por ángulos
entrantes y salientes, hechas a
expensas del ladrillo colocado
diagonalmente con relación al
muro en número de
cuatro o cinco hiladas;
ajedrezado, hecho con tacos de ladrillo
que se colocan alternativamente
sobre un fondo enrasando con el muro, en tres
hiladas, sin corresponderse; hojas de helecho o
espina de pez, dibujo
logrado por medio
de ladrillos inclinados en un sentido, puestos sobre otros en
igual disposición, pero en sentido contrario
y separados por
línea de un ladrillo colocado horizontalmente; y bandas en zig-zag, hechas por
dos hilos de ladrillo siguiendo una línea quebrada de ángulos agudos. Con ellas, otras más sencillas y menos
bellas.
De
las bandas descritas, la de esquinillas fué la
usada en mayor proporción, encontrándose tanto en las obras
de tipo y decoración arcaica como
en las modernas. Tras ésta, las
de espina de pez y en zig zag que sólo se hallan en las construcciones
arcaicas o toscas.
SALEDIZOS
O VUELOS.-Si se entiende por
tal toda ornamentación que sale ostensiblemente
fuera de la superficie del muro, debe considerarse vuelo tanto a la línea de ladrillo
saliente que limita una
labor cualquiera como
la traza más complicada y de mayor resalte que en
disposición variadísima se ve en la
decoración mudéjar. La forma más elemental, por consiguiente, es la hilada sencilla
o doble que corta una composición o justifica la necesidad de una faja o
banda entre dos
motivos ornamentales; otras veces
su misión es señalar un
cuerpo de la construcción que a no ser de este modo
no se diferenciaría bien por
tener igual saliente que
los otros.
El vuelo en línea, sin otro aditamento, se ve
casi siempre en las construcciones pobres en labores.
Hay
vuelos de remate en ciertas
torres de iglesia y otros que
sirven de apoyo a los aleros de cubierta, de tipos en apariencia
iguales, aunque no en realidad.
Unas veces simulan piezas de sostén, y tienen cierto parecido con los canecillos románicos; otras, afectan
la forma de ménsulas o
modillones. Los dos tipos
llegan a construirse
con tales diferencias en número de
alturas de ladrillo, anchos,
disposición, etc., que dan
lugar a un sinfín de variedades que no merece la pena describir con detalle.
En calidad
de piezas de sostén
que soportan dos o
tres hiladas de ladrillo cerrando rápidamente el espacio, disposición más corriente, figuran en las torres
de San Martín y Salvador, de
Teruel, ábside de Magallón,
torres de Herrera,
Alagón, San Pablo,
San Gil, San Juan y San Pedro,
Magdalena y San Miguel, de Zaragoza. En la
torre de Tauste, el canete toma el aspecto de
modillón al marcar mejor los escalones de avance,
y la unión se hace simulando una
arquería de medio punto. Otra
disposición consiste en cuatro,
cinco y hasta seis hilos de ladrillo
achicados proporcionalmente por
sus tres caras, visibles en forma piramidal,
contactando por la parte
más ancha, y entre
ellos un espacio triangular (torres de Daroca, Peñaflor, Leciñena, Aniñón,
Terrer, Alfajarín, Riela, Quinto, Bubitarca, imitación
de las ménsulas ojivales).
Los vuelos en ménsulas o modillones finando con un trozo corto de muro liso o aspillerado aparecen en algunas
torres cuadradas con adiciones posteriores que restan
carácter a la construcción; pero éste sería, probablemente, el modo de terminar todas las torres
primitivas, a juzgar por
algunos restos.
Los saledizos, cuando se unen a elementos
aplantillados, acaban produciendo
molduras de gran número de formas, algunas
tan bellas y primorosas como las
que tiene el cuerpo cuadrado de la torre de Utebo, o una casa aneja a la
iglesia de Leciñena.
Finalmente, los canecillos y cornisas
unidos a vuelos atrevidos, de
gran saliente, figuran en construcciones mudéjares como
la iglesia de las Lucías, de Zaragoza, esta vez en forma
de alero perfecto.
Tales cornisas, convertidas
en vuelos de
cubiertas, tienen representación
abundante y variada en nuestro país, en
pueblos y ciudades de algún carácter, cuajados de ejemplares notables, verdaderamente interesantes por la ingeniosa forma
de construcción y
efectos logrados con tanta
sencillez. Por las fechas de construcción de algunos podría
deducirse que de esta
manera de coronar los muros de
ladrillo los al bañiles
mudéjares salió el gran
alero de madera que más tarde
embellece las obras renacentistas
aragonesas. Tal es su riqueza
decorativa.
Por la descripción de los temas ornamentales ejecutados en ladrillo de
mayor uso en las construcciones aragonesas, quedan determinadas
las diferencias, señaladas de
antemano, entre los nuestros y los castellanos
y andaluces. No
hay por qué
insistir en la
riqueza de éstos, a la que
ayudan los elementos constructivos,
también distintos a los aragoneses¡ nuestros pobres motivos han de combinarse y repetirse de manera tal, que por sí solos
suplan la falta
de aquellos elementos o, a lo
sumo, reciban ayuda
de otro tan
decorativo como ellos: la cerámica,
puesta aquí, sin duda
alguna, para realzarlos.
Próximo Capítulo: Capítulo 4 - Arte Mudejar en Aragón
CERAMICA.-Dada la variedad de formas
y aplicaciones de este
elemento decorativo, su estudio merece
capítulo aparte, por lo que aquí sólo se hará mención
de sus fines como medio para
dar relieve a determinadas trazas, que,
tanto por pobrez,
como por excesiva complicación, no destacarían
lo bastante, ésa parece ser
su misión principal.
En
efecto, en aquellas construcciones de
cierto arcaísmo con temas
de ladrillo pobres, aislados,
de grandes proporciones, aparece
la cerámica gruesa de plato o en forma
de columna, dando una nota fuerte de color dentro de la tosquedad de los elementos de ladrillo con
que se adornan, que sin ella
apenas tendrían valor.
Lo mismo sucede en los enrevesados temas de lazos y labores que se
desarrollan en grandes masas, en los
cuales las numerosas prolongaciones de las figuras repetidas con la misma pauta llegarían a anularse como decoración si no estuvieran puestas de relieve por el contraste entre el color
del ladrillo y el de la cerámica colocada en los fondos.
Uno de
los azulejos más característicos
fabricado por los mudéjares aragoneses
para la decoración exterior de los monumentos consiste en un cuadrado dividido
diagonalmente en dos triángulos, uno de
los cuales se tiñe de verde dejando el otro en blanco.
Con él pueden hacerse múltiples
combinaciones: puestos en línea simple e idéntica posición, se
consigue una banda de dientes de sierra; en dos líneas,
logra bien una faja en zig- zag o
un compuesto simétrico de
cuadrados blancos y verdes.
En cualquiera de las tres
disposiciones se ven llenando fondos de
lacerías o en zócalos de iglesias.
Pero el azulejo
más bello y rico es el aplantillado
en forma de estrella de ocho
puntas, colocado en el fondo de lazos
octogonales, o en bandas, orlado en este caso por cuatro piezas que a
modo de cinta agrandan la
estrella, estando ésta teñida
de blanco y la
cinta de negro.
Este tipo
de azulejo constituía el ornato más destacado del ábside de la iglesia
de San Pedro Mártir, de Calatayud, decorando la estrella el
blasón de la poderosa familia de los
Lunas, unas veces, y otras, las barras
de Aragón, acompañados ambos de dibujos
de hojas para llenar las partes vacías de las puntas de la estrella.
Dicha
variedad de azulejo figura
todavía puesta en los
campanarios de iglesias de Teruel y muro
de la iglesita
de San Martín,
de Morata de Jiloca, compuestos de estrella blanca y cerco negro,
nada más, mientras en Calatayud, tanto los blasones como
la ornamentación de hojas y
letras estaban hechos con colores
púrpura, azul manganeso y reflejo
metálico de tono dorado fuerte.
Nombres de artistas y fechas de obras mudéjares,
según los documentos.- Núcleos de esta cultura
y su expansión.- Dos obras tipo.- Clasificación adoptada para describir lo arquitectónico. Torres de iglesia.- Ábsides.- Muros.- Huecos.- Cabeceras
Bóvedas.
Si fuera
posible aceptar como
ciertas y bien fundadas las apreciaciones
que se han hecho referentes a
época de erección
de algunos monumentos
mudéjares aragoneses, las
torres o campanarios de las iglesias de San Martín y del Salvador, de Teruel, con elementos
estructurales de tradición románica, se
clasificarían, al igual que
la de
la Magdalena, de
Zaragoza, como obras del
siglo XIII, y de época
anterior a éstas, las de la
Catedral y San Pedro, de Teruel, con
sobrados indicios de mayor arcaísmo. Pero no hay prueba documental que autorice la
afirmación, ni cabe
sostenerla por sistema,
así como tampoco,
por noticias nebulosas,
creer sean anteriores a éstas, como
se sospecha, las de
Tauste y San Pablo,
de Zaragoza, salvo el caso en que estudios de técnicos vengan a demostrar fueron antes alminares
de mezquitas musulmanas,
aprovechadas luego por los cristianos.
Por hoy
no hay otros apoyos firmes
para el estudio de la cronología
de las obras
mudéjares de Aragón
que las noticias
suministradas por documentos que
se conservan en archivos oficiales y
privados, los cuales han sido estudiados y dados a conocer por
los infatigables investigadores
Serrano Sanz, ya
desaparecido, Abizanda, Galindo,
Sanz Artibucilla, Arco, López
Landa y otros. Lástima
que tan meritísima labor, todavía
en marcha, tenga por límites, en
el momento actual,
fechas que no rebasan
la primera mitad del siglo
XIV, para que pudiera
puntualizarse con toda exactitud
el comienzo del estilo
y otros problemas relacionados con él.
Con las
fechas de construcción que
dan las iglesias
de Tobed {1359), Torralba de
Ribota (1367), capilla de San
Miguel en la Seo de Zaragoza (1382), Maluenda (1413) y
Cervera de la Cañada (1426), podía intentarse la cronología de las evoluciones
que sigue el estilo en Aragón desde
que se inicia hasta el final de la decadencia; fijando su
formación en la segunda mitad del siglo XIII y comienzos del XIV, su
apogeo desde la segunda
mitad del siglo XIV hasta fines del
XV, iniciándose la decadencia en el XVI, para llegar al barroquismo
en el XVII y finar en el XVIII.
Siguiendo en el orden de los razonamientos, a la iglesia de Montalbán
se le asigna como fecha de construcción el año 121O, y
para la Catedral de Teruel, la de 1278, habiendo servido estos
datos para que el mudéjar de Teruel
se considere formado y en pleno
desarrollo dentro del siglo XIII, lo que
no es verosímil, pues la fecha de 121O es la de la orden que Don
Pedro 11 da al Maestre
de la Orden
de Santiago para que conquiste Montalbán y levante la iglesia, construyéndose entonces una de
estilo ojival, de la que todavía
pueden admirarse el pie y la magnífica torre o campanario, ambos de
piedra de sillería. Y la de 1278, en que
terminan las obras de la
Catedral de Teruel, no puede
referirse a su parte mudéjar, de
fecha mucho más tardía, como se verá luego, sino a otra construcción anterior, románica, de la
que, en obras iniciadas
para reconstruir la Catedral,
maltrecha por la guerra, se han descubierto en las naves
laterales, a la altura de la cabecera, unos ábsides
semicirculares propios de una construcción de aquel período,
y a ella,
aunque tardía como
tal, debe referirse la fecha de 1278.
De la iniciación del estilo
gótico-mudéjar aragonés y de
cuando aparece como obra
definitiva no hay nada que
pueda juzgarse verdadero, exacto. Respecto
a la primera, juzgamos prematura toda fecha anterior a la segunda mitad
del siglo XIII o comienzos del XIV, porque, lógicamente pensando, si la
conquista y posesión de la
tierra donde se levantan los monumentos considerados como primeros no se consolidó hasta el siglo XIII, la formación de un estilo
no es cosa que se improvise, aunque, como
en este caso
ocurre, tuviese donde imitar o copiar, y bien pasarían
bastantes años hasta llegar
a lo definitivo.
El estudio de los documentos viene a demostrar,
entre otras co sas, que
no todos los artistas autores de las
obras reputadas como mudéjares eran sometidos, habíalos cristianos, con capacidad
reconocida para ejecutar el trabajo, puesto que figuran
como directores de las obras. También se prueba por ellos las variadas aptitudes de unos y otros, ya que no es raro
descubrir a un artista
construyendo un edificio y
encontrarlo, simultáneamente, decorando otro
o emitiendo su opinión
acerca de un trabajo de
índole distinta.
Siguiendo
en orden natural las fechas
de los documentos, y recogidas y relacionadas las noticias que
consignan, llegase a
averiguar detalles por demás
curiosos, que confirman una
vez más las
sospechas que venimos apuntando. Véanse algunas:
La techumbre mudéjar de
la Catedral de Teruel,
construída en los comienzos del siglo XIV, sin precisarse la fecha
ni el nombre del artista
autor de la armadura, se pintaba
en 1335 por un afamado artista
zaragozano, Domingo Peñaflor, según
consta en el, 'Diario" de
su obra que guarda el Archivo
de la Catedral, tal vez el
mismo artista que años
más tarde hacía la decoración
pintada de la capilla de San
Miguel, en la
Seo de Zaragoza, enterramiento del
arzobispo Don Lope Fernández
de Luna, aunque, por la diferencia
de fechas de ambas obras,
el Domingo Peñaflor que
pinta la capilla
de Zaragoza pudiera ser un descendiente del otro.
Mahoma
Bellito o Bellico es el autor de
la reforma de la capilla de la
Trinidad, en el Monasterio
de Sigena, realizada
en 1350 a expensas
de la Priora Doña María Cornel, condesa de
Barcelhos, el mismo a quien Don
Pedro IV, en 1354,
nombra maestro de obras de la Aljafería, en cuyo cargo
sucedió a su padre, Juce.
A las órdenes del arzobispo Don Lo pe Fernández de Luna, quien, además de construir la capilla de San Miguel,
hizo grandiosas reformas en la Seo,
entre otras, seguramente, dar luz al crucero mediante el
cimborio que hubo con anterioridad al del Papa Luna, trabajaban en 1376 Domingo
Serrano y Juan de Barbastro, y con ellos
un número grande
de moros. Parece probable que
dichos maestros cristianos, auxiliados
de los sometidos que con ellos trabajaron en el cimborio, fuesen los autores de la capilla
de San Miguel y
del famoso muro decorado con
la espléndida ornamentación mudéjar
que ostenta, porque Juan de Barbastro sigue siendo, años después, maestro de obras de la Catedral, y la capilla se levantó en vida del
arzobispo, y debió quedar
terminada antes de su muerte, ocurrida
en 1382. En la decoración interior
intervinieron, como se dijo, Domingo
Peñaflor, pintor, y dos maestros
ceramistas llamados de Sevilla
por el arzobispo para
fabricar los azulejos que,
por lo visto,
tuvo. Garci Sánchez y un tal Lop son los nombres de los
ceramistas que estuvieron en Zaragoza para este objeto, los
cuales trabajaron durante la
segunda mitad del año 1378 y parte de 1379, según se acredita en cuentas y recibos de cantidades entregadas por sus
trabajos en las fechas citadas. Dichos artistas
hicieron también gran
cantidad de azulejos con
destino a la decoración del
palacio del Arzobispo
y muros de la capilla de San
Miguel.
Según
referencia no comprobada
documentalmente, Mahomet de
Borja trabajaba por el año
1402 en la sillería
primitiva de la Catedral
de Huesca.
En 1403,
Juan de
Barbastro sigue figurando
como maestro de obras
de la Catedral cesaraugustana, y es consultado por el Cabildo, a la vez
que otros maestros moros, sobre el estado del cimborio o linterna, construído pocos años
antes, y peligros que
ofrece. Dieron su parecer, con
Juan de Barbastro, Juce de
Gali, Hibrayn de
Pina, Alii de Ronda, Farag de Gali,
Hibrayn Belito, Mahoma
Rami, Muza el Calvo y Alii Aljedemi, resultando de la
opinión de los consultados que había
de reforzarse toda la obra vieja por
estar movida, a cuyo fin proponen soluciones. Se
ignora si la reforma la llevó a cabo Juan de
Barbastro solo o con la ayuda de alguno
de éstos. Desde luego, el
nombre de Mahoma
Rami, uno de
los consultados, figura en cuentas de 1409 como
pintor de ella.
La modificación o
refuerzo hecho en el
cimborio de la Seo
quedó terminada, según se
cree, antes de 1412, y la costeó
de su peculio el Papa Luna.
La
iglesia de Santas
Justa y Rufina,
en Maluenda, fechada en 1413, y la titulada de Santa
María, del mismo pueblo, que
lleva la firma de
su constructor, Muza Abdolmelic,
son muy interesantes obras mudéjares, que se cree contemporáneas. Este Muza pudiera
ser un mudéjar
de la aljama
de Calatayud, que intervino más tarde como
práctico o perito en la tasación
de unas casas que luego compraron los dominicos de Calatayud cuando, en 1368, intentaron reedificar la iglesia de San Pedro
Mártir, maravilloso monumento mudéjar
que se levantó en los
comienzos del siglo
XV por el Papa Luna, para
enterramiento de su familia.
D. Manuel Serrano Sanz cita a un tal Mahoma
encargado por el pintor
Juan Solano en 1405 para
hacerle el fuste
de un retablo, y pudiera ser el Mahoma
de Borja que en 1402 trabajaba en
la sillería del coro de la Catedral de Huesca como
fustero y tallista.
Obra de
mudéjares es el mueble facistol del
coro de la Seo de Zaragoza,
precioso trabajo en madera ejecutado
en 1413
por Chamar y Alii de Ronda con la ayuda
de Lop o Lopico, Muza
el Calvo y Farach de
Rondi; dos de
ellos, Alii de Rondi
y Muza el Calvo, consultados años antes
por el Cabildo con
motivo de la reforma que
necesitaba el cimborio de la Catedral.
Issambart y Carla, dos maestros
mudéjares, dan un informe
al Cabildo de la Seo, en
1417, sobre el estado en que se
hallaba el famoso cimborio, que, a
pesar de su
reciente reforma, amenazaba ruina
de nuevo.
Entre
los tallistas y fusteros mudéjares
aparece Juce Alcalahorri haciendo en 1421 el fuste y la talla de un retablo que pintaba
Juan Just.
Mahoma
Rami, cuyo nombre figura entre
los artistas llamados por
el Cabildo en la primera
información sobre el cimborio que
en 1409 pinta, se descubre en 1426 como
autor de la iglesia de Cervera de la
Cañada, según la inscripción que se
ve al pie de la barandilla del
coro; pero en verdad se ignora si fué
tan sólo autor de la
decoración pintada -que parece'
ser su especialidad- o si en realidad
hizo la fábrica y la decoración.
En 1431 trabajaron en unas obras
que se hacían en la Seo de
Zaragoza un tal Muza -no se precisa si Muza
el Calvo, ya citado- y un hijo
suyo. Por estos años
se encuentran los nombres de
Maestre Zalema, Maestre Farache, Ibrain Lobar y otros más con motivo de
reparaciones llevadas a
cabo en algunas
torres de iglesia,
o bien ocupados en construir de
planta unas casas en Zaragoza.
Mahoma
Rafacon toma a
su cargo la construcción de las techumbres de dos
cámaras de las Casas de la Diputación del Reino, en 1467, al que
ayuda, en calidad de obrero, Hibrayn de Cepta.
Un maestro de obras muy notable, Ali Darocano, que tuvo
con el Cabildo de Tarazana
ruidosas discusiones, intervenía
al final de siglo en la construcción del cuerpo bajo de la
torre de la Catedral, así
como en la fachada del pie y en la galería que protege el cuerpo de la iglesia, obras que no
llegó a terminar.
En el año
1486, Audalla de Brea, en
unión de
Mahoma Moferriz, levanta el
cuerpo octogonal de la
torre de la iglesia
de Alfajarín sobre el cuerpo cuadrado que la constituía.
Por
hundimiento de uno de los pilares
y parte del
crucero del tantas veces citado cimborio de la Seo de
Zaragoza, catástrofe que ocurrió a comienzos del año 1498, mediaron
en la reparación Palacio
el Joven, Maestre Gil, Maestre
Sarinyena, Audalla de
Brea y trece moros más,
trabajando con tal ardor
que a los pocos
días estaba contenido el
derrumbamiento que se temía. Pocos
meses más tarde, cuando las obras
estaban a término o poco
menos, practicaron una visita los maestros Arrami Brahen
de Cepta y
Audalla de Brea, llevado Arrami
por Audalla sin duda
para oír su parecer sobre lo hecho, cosa que también hizo
Palacio el Joven con
Calema Xama; y, por fin, los tres maestros cristianos Palacio, Gil y Sarinyena visitaron
las obras, ya terminadas, el día
3 de agosto, acompañándoles Xama.
En los
primeros años del siglo XVI se construía en Zaragoza la torre del reloj
de la ciudad, llamada después Torre Nueva, siendo sus constructores, según todas las probabilidades, individuos de las
familias de alarifes
entonces en auge: Gali, Lavar
o Allovar, Sarinyena y Gombao, que
años antes y tiempos después
dirigen o ejecutan las obras más importantes de la región.
Los documentos de la primera mitad
del siglo XVI siguen dando
nombres de artistas mudéjares y moriscos,
e igualmente de cristianos, como autores de trabajos diversos y estilos distintos. En la primera decena aparecen: Mahoma de
Brea, construyendo una casa o
palacio en Alagón;
Ismael Allovar, que
fabrica la capilla-enterramiento de
los Alagón en el claustro del
Pilar; Calema Xama, levantando, por disposición del Conde de Aranda, la iglesia de Epila, que ya no existe; Mahoma
el Rubio, en reparaciones o
reformas que ejecuta en la
torre de la Magdalena de Tarazana¡ Muza de Vera,
haciendo lo propio en la torre de la iglesia de San Miguel de la
misma ciudad, y Mahoma de Gali en
obras de la Aljafería. En los años 1510 a
1520 figuran: Mahoma Berroz, en trabajos que se llevan a cabo en la Catedral de Tarazana y después en su
cimborio¡ Ali Buenaño y Ali el
Morisco, que hacen unas
casas en Zaragoza¡ Juce Mocaten, en obras de Tarazana, Yayel Ambasil y
Yuce Xama, obrando casas en la capital, Yaye, Putefar y
Mahomica, ocupados en
reedificar el cimborio de la
Catedral de Tarazana, y Mahoma de Ceuta, que
fabrica y decora la portada de la
capilla de los Conchillos en la cabe cera de la iglesia de la
Magdalena de Tarazana, que se conserva
en parte. Desde 1520 a 1550 trabaj3n: Juan Gombao, en la terminación y reforma
de la torre mudéjar de la iglesia del
Monasterio del Car men, Hibrayn
Benamir y Ali Calanda, en
casas de Zaragoza,
Amet de Tortoles y Amet de
Cat, en .la Catedral de Tarazana, Ali
Sotillo, Mahoma Toledano, Mahoma Tendiella, Ali Guarras, Maestre Berroz y
Maestre Hibrayn, en Huesca, ocupados en la fabricación de azulejos y colocación
de los mismos
como pavimento de la Catedral; Joan Botero
y Jerónimo de Gali, en distintos trabajos, y, finalmente, Juan de Sariñena,
que dirige y construye la Lonja
de Zaragoza.
A la relación
de artistas cristianos-Domingo
Peñaflor, Domingo Serrano,
Juan de Barbastro, Maestre Gil, Maestre
Sarinyena, Palacio el Joven,
etc.-, que se les ve trabajar e intervenir en obras
francamente mudéjares y al
lado de sometidos, debe añadirse los
nombres de Antonio de Lances, autor de
la reforma de la iglesia del Pueyo, de Villamayor, en 1507, Antonio Sariñena,
que en 1514 arregla la de Utebo;
Alfonso de Leznez, que
pocos años más
tarde reforma la
torre de la iglesia de Utebo, y Juan
Fanegas, autor de las cubiertas de la casa de Don Lope.
Los documentos, al perpetuar nombres de artífices
que intervinieron en
construcciones y obras
artísticas de Aragón
en los siglos
XIV, XV y XVI,
dicen claramente que
el arte mudéjar
no fué exclusivo de los
sometidos, y citan como autores de ellas
a musulmanes y cristianos, indistintamente.
Verdad es que la investigación da más nombres de artistas mudéjares que de cristianos, sobre todo durante el siglo XV; pero no
excluye a los últimos, que se les encuentra como consultados, directores o ejecutantes de
obras monumentales. De donde se deduce
que el arte mudéjar, practicado indistintamente por
cristianos y moros, debe considerarse producto de una cultura común a las dos
razas.
Prueban
de igual manera los documentos que los sometidos no limitaron sus habilidades a la práctica exclusiva
del estilo que se les atribuye. En los contratos de obras se obligan
muchas veces a interpretar las indicaciones hechas por
quienes las encargan, y se ajustan en un todo a otros estilos que convivían
con el mudéjar. De este modo,
también se explica la presencia de elementos decorativos mudéjares en
composiciones de tipo ojival y renacentista, cuando el constructor, libre de
presiones, podía concebir y ejecutar el trabajo sin traba alguna, o, siguiendo las evoluciones naturales en arte, aceptara las nuevas formas
sin relegar al olvido lo
tradicional.
De los propios documentos se deduce que los
mudéjares aragoneses no extendieron sus actividades
ni sus aptitudes artísticas a todas las ramas que comprende el Arte. No
figuran como pintores de
retablos ni en calidad
de escultores, tampoco
suenan sus nombres entre
los de orfebres,
tapiceros, vidrieros, etc. Cultivan
con preferencia la albañilería,
cerámica y arte de la
madera¡ es decir,
lo relacionado íntimamente
con la construcción.
El hecho es indicio de
cultura pobre, limitada, mejor aún, supeditada a otra superior: la cristiana, de más arraigo.
Comparado el
arte mudéjar aragonés
con el similar del resto de España, y vistos sus puntos de contacto con otros locales y contemporáneos que pudieron
servirle de base, no
puede ser considerado como producto de cultura importada. Si así fuera,
habría de buscarse su expansión dentro
de nuestro territorio a lo largo de los
caminos naturales que siguieron
otras civilizaciones venidas
de fuera, y
aparecería como jalones puestos
en la marcha, marcando su avance
en fases graduales de evolución. Por el contrario, tanto los monumentos como las demás manifestaciones de arte mudéjar
aragonés, se encuentran situados
alrededor de un núcleo cuya
situación geográfica no explica
por sí sola la formación del foco.
Tampoco la presencia de aljamas de moros de gran contingente es razón para que en las ciudades donde asientan predomine lo mudéjar, es más, muchos
pueblos ocupados exclusivamente
por moros, muy ligados
a las aljamas principales de sus
zonas, carecen de
monumentos o de cualquier otra prueba de arte
mudéjar. Este se da con abundancia en comarcas ricas por su suelo, en localidades a veces insignificantes, registradas como cristianas, donde, por
consiguiente, apenas hubo un sometido.
Al juzgarlo
como arte que
se forma entre
nosotros a expensas de
elementos muy locales
que llegan a
caracterizarle -aunque se
admita que para
su perfecto desarrollo se
sirviera de influencias externas- hay que
buscar el foco
inicial donde, por
razones de mayor cultura y riqueza del suelo,
era más fácil darse.
De todas
las ciudades aragonesas,
ninguna para ello como
Zaragoza, capitalidad del reino tras la
reconquista, centro de una
zona muy extensa de población musulmana situada
en la ribera del Ebro; ciudad
cabeza de un pequeño reino y corte, con numerosas
mezquitas y suntuosos palacios de
reyes y señores, refugio
obligado de artistas y amparo
de su arte.
Zaragoza, primer foco
de arte mudéjar aragonés
por fuente de inspiración del estilo,
con sus numerosos monumentos musulmanes, entre ellos el palacio de la Aljafería, suma de todas
las bellezas, fomentaría
el nuevo arte en proporciones
que no
es posible calcular, llevándolo más allá de sus
límites de influencia. Formada
o no escuela
de alarifes, los
primeros maestros que
lograran destacarse, bien
fuesen cristianos o moros,
desarrollarían sus habilidades
en otros puntos de Aragón,
dejando en ellos,
con sus obras,
semilla para futuros núcleos. A
este propósito sería interesante
buscar en el estudio de materiales,
manera de ejecutar el trabajo, repetición de temas decorativos, etc., etc., la semejanza
entre los monumentos del
foco inicial y los de otros distantes de él, en la
seguridad de hallar confirmadas sospechas que hoy se apuntan, tan elocuentes
casi como los propios documentos.
Foco de
arte mudéjar, con número
de obras tan grande
como el de la capital, es el núcleo
Daroca-Calatayud, cercado de pueblos de moros entregados a trabajos artísticos e
industriales desde tiempos remotos. Sus monumentos cabe clasificarlos en dos grupos: uno,
el de Daroca, con obras
que imitan o copian a los de Zaragoza, y otro, el de Calatayud,
con características de estructura y
decoración algo distintas.
Un
tercer foco debe
señalarse en Tarazona;
centro igualmente de comarca de
mudéjares, también con industrias
peculiares y arte, si no
abundante, rico, con puntos de
contacto con la capital
del reino.
En cambio,
las ciudades de Huesca
y Teruel, aisladas
del gran foco que
forman los tres citados, no logran, a pesar
de su importancia, destacarse como
núcleos de cultura mudéjar. La primera carece de monumentos, siendo de escaso
valor los pequeños restos que
se encuentran y las obras dentro de
la provincia, de exiguo
número, están en los límites de la de Zaragoza como
extremos de su expansión. Teruel tiene
obras muy destacadas, de gran
parecido con las zaragozanas, y su presencia no influye
para nada o muy poco en la Comarca, donde las pocas obras
que se conocen están
influidas por el foco
de Daroca.
La expansión
de dichos núcleos no está clara. Sin características propias en cada
etapa del estilo, se repiten los distintos tipos dentro de cada foco,
haciendo imposible su separación.
Volvemos
a repetir que todo
intento de clasificación de las obras arquitectónicas mudéjares
basada en la
cronología resulta punto menos que imposible ante las pocas y obscuras noticias que se
tienen. Algunas otras recuerdan
como generoso patrocinador una figura relevante
de la Iglesia, un prócer, Consejo
municipal o Cabildo, otras,
tienen la fecha de erección
reconocida en algún documento, y
con ella consignados los nombres de los artistas que intervinieron
en la ejecución. Pero la
mayoría carecen, hasta
ahora, de autor conocido, y se ignora igualmente
el momento en que se hicieron.
Aun con
tanto inconveniente podía
intentarse una clasificación por épocas
partiendo de aquellos monumentos
cuyas fechas de construcción son
conocidas, jalonándolas debidamente e interpolando las anónimas, teniendo en cuenta su
forma y esencia
decorativa. Pero este método, tras caer posiblemente en los mismos errores que
pudiera tener otro
cualquiera, interesaría tan sólo
en el aspecto
histórico, sin llegar a
conseguirse deducciones artística. A nuestro juicio, y sin
creerla perfecta, debe apoyarse la
clasificación en la cronología cuando sea posible y, además,
en el carácter de las forma$ arquitectónicas y ornamentales,
reuniendo en grupos las obras de
mayor semejanza para estudiar
debidamente, por separado,
elementos tan distintos como torres de
iglesia, muros y ábsides, bóvedas, etc., etc.
El estudio debe comenzar con la descripción de
una obra valorada como maestra, la cual pudo servir
de patrón para las sucesivas y ahora de comparación
con las demás, porque en ella aparecen to dos cuantos detalles se reproducen o copian en
las restantes, y la fecha de construcción, conocida,
garantiza su arcaísmo.
Nos referimos al muro
de la capilla de San Miguel
en la
Seo, de Zaragoza.
El arzobispo Don Lope
Fernández de Luna, de la poderosa
familia aragonesa de ese
apellido, y rama de los
Fernández, después Casa de
Camarasa, rigió la metrópoli cesaraugustana desde 1352
a 1382. A su iniciativa y apoyo
se deben grandes reformas en la Catedral
y la capilla de San Miguel,
levantada hacia 1370 y tantos
en el lado izquierdo de la cabecera de la iglesia
mayor, derrochándose en ella todas las
galas y primores del arte mudéjar. Difícil es suponer
e imaginar el aspecto interior que
ofrecería entonces esta obra, que, a pesar de las reformas sufridas, conserva de su fábrica primitiva una bellísima cúpula de
madera y el maravilloso sarcófago donde se enterró al arzobispo. Pero, juzgando
por la fastuosa decoración exterior, es de
creer que toda ella resultara de
una belleza extraordinaria original, digna de admiración, siendo, como se presume, uno
de los primeros ejemplares
completos del e tilo
que se construía
en Aragón.
Adosada la capilla a la cabecera de la Catedral, en la dirección
de la nave del crucero, quedaron libres,
nada más, uno
de los muros mayores y el correspondiente al
pie de la construcción, donde,
con toda seguridad, se abriría la
puerta de la capilla, hoy
desaparecida o tapada por la
fachada que se levantó mucho después en
su frente. El muro visible, de
dimensiones descomunales, debió
sugerir al artista
la idea de desarrollar en él una gran
composición de traza minuciosa para combinar con las labores de
ladrillo cerámica de las más variadas coloraciones y simular un gran
paño de rica
decoración. Y a fe que su
propósito quedó cumplidamente
satisfecho, pues aun ahora, maltrecha y desfigurada la traza
general y deteriorada
gran parte de la cerámica, el conjunto es algo que sorprende y
maravilla.
Sobre un trozo de muro liso, hasta salvar la
decoración de posibles ataques, comienza
ésta con unas líneas
de gruesas labores
y cerámica, corriendo a lo largo
del paramento, y sobre
ellas aparece una faja de arquitos mixtilíneos entrelazados de bastante relieve, que enrasan
con el muro, coronada por otra no tan ancha
con dibujo poligonal, construída de igual manera; ambas fajas
tienen en los fondos abundantes piezas
de cerámica en forma de estrellas
grandes y chicas, lisas o con el escudo de los Lunas, mezcladas con otras de relieve, que forman un conjunto muy lindo. Por encima de la segunda faja se
ve otra de muro liso, cortada en su mitad por
una labor de ladrillo en dientes
de sierra, en la que hay
también profusión de cerámica;
esta última faja completa la simetría
con la parte baja del muro
con un todo fuerte como base de la decoración que se
desarrolla en la parte alta.
El resto
del muro, hasta alcanzar
la cubierta, está dividido
por dos tipos de ornamentación en dos grandes cuadros de dibujos distintos, sin diferenciarse aparentemente
mucho porque las proporciones son
iguales y la policromía de los azulejos
de los fondos los uniforma. El de la izquierda está cubierto por
un dibujo de lazos
a base de un polígono de
seis lados prolongados
en todos los
sentidos, dando lugar a figuras
triangulares o hexagonales, según
se aprecie el conjunto. La composición
de la derecha tiene por
fundamento de su labor un
polígono regular de ocho
lados, que, al prolongarse vertical,
horizontal y diagonalmente,
produce en sus cruces y enlaces combinaciones geométricas que, aunque
distintas de las otras, armonizan bien
con aquéllas. Cierra la
parte alta de la composición general
una banda en
zig-zag de ladrillo
saliente, coronada por el apoyo
del tejado, ahora sin arte ni
estilo.
Cortan la decoración de la parte más próxima
al ábside de la Catedral las
huellas de dos ventanales
de arco ojiva, hoy
condenados, pero que se ve fueron practicados en la obra primitiva
para dar luz a la cabecera de la capilla, cuyos arcos
están decorados con una cenefa o faja de azulejería menuda.
Dentro de la decoración del paño
derecho hay otros dos restos
de ventanas similares a éstas, también condenadas,
que probablemente debieron dar
luz al corete de la capilla.
El muro
del pie de la capilla, oculto por la masa
arquitectónica que se le adosa al construir una de las entradas
laterales de la Catedral, deja ver como restos
de la obra mudéjar unas
labores gruesas y arcos de
ladrillo, más unos cierres de azulejos
encuadrando un fon do donde aparece el blasón
del fundador. La disposición del decorado
parece indicar haber
servido de complemento a la
puerta de la capilla, cuyas proporciones, líneas y decoración, si se
asemejaron a lo visto, debieron ser suntuosas.
En esta grandiosa manifestación de arte
mudéjar se descubre la manera singular de construir seguida por
los artistas aragoneses en este género de obras.
La parte de más relieve y
dibujo suelto se lograba
con el material, haciendo
los resaltes necesarios;
pero la fina, que
por su minuciosidad era imposible
realizarla de este
modo, se hacía fraguando
primero el muro liso, y después de dibujar sobre
él la ornamentación
concebida, abríanse a
cincel unas cajas
o rehundido de todo el trazado, que se rellenaban
con pequeños tacos de ladrillo dándoles el vuelo necesario,
consiguiendo de esta sencilla
manera minuciosos y correctos dibujos sin perjuicio para la solidez de la obra.
Salvo las piezas de cerámica
de un solo azulejo, con
las armas de los Lunas colocadas
en las claves de las ventanas sobre las
bandas de ornamentado, y las losas o platos de
los centros de las
arquerías decorativas, gran parte de
la cerámica empleada en
esta construcción la
integran diminutas piezas
hechas con plantilla,
de formas y tamaños distintos, esmaltados en
blanco, amarillo, azul, verde
y castaño, que en sus
combinaciones forman un alicatado primoroso, ver dadero mosaico o alicer cerámico. La que tapa
el fondo de las lace rías son dos
azulejos pequeños, triangulares,
blancos y verdes, colocados alternativamente para uniformar con la mezcla el conjunto. En la
parte baja de una de las cenefas de
cierre hay restos
de una inscripción
en cerámica que
decía así: «CEDIFICATA BENE FUNDATA FIRMAN PETRAM».
De las dos
variedades de cerámica se
tratará, con la extensión debida, al estudiarla en su capítulo correspondiente.
Hubo
otro monumento -San Pedro
Mártir, de Calatayud -,
contemporáneo o poco posterior a éste,
similar por la
decoración exterior de ladrillo,
algo más rica, que también
tuvo cerámica, pero no como
la descrita, sino de reflejos
metálicos, fabricada en Calatayud; cuyo monumento, al igual que la capilla
de San Miguel, de Zaragoza,
fué modelo de las construcciones mudéjares de fines del siglo XIV. La iglesia de San Pedro Mártir, por
desgracia para el
arte desaparecida, se erigió en los primeros años del siglo XV por otra
personalidad de la familia de los
Lunas, Benedicto XIII, quien la
mandó levantar a sus expensas, dedicando parte de ella
a enterramiento de los suyos. El
ábside de esta iglesia
fué lo más interesante de la construcción, y
gracias a los dibujos o apuntes que obtuvieron Carderera y Plana/ y a la descripción hecha
por Sabirón, puede hoy
tenerse una idea
completa de tan singular
obra mudéjar.
El arqueólogo Sabirón la describe en estos
términos:
«11n zócalo de sillares marca
la planta de asiento
del primer cuerpo (habla del
ábside), compuesto de tres faciJadas
formando las laterales
ángulo obtuso con la central. Los espacios entre éste y la
arquería que termiuaba los
frentes se veían decorados de
este modo: el paño comprendido desde los ángulos de
ladrillo de uno a otro botarel, ofrecía en la base de agramilado resalte lindísima arquería de
entrelazados festones mixtilíueos,
ocupando los espacios
resultantes de la unión de los
arcos preciosos azulejos y platillos cóncavos bajo
la forma trebolada de aquéllos, que daban al conjunto
un efecto admirable.
Separaba a esta zota de la
superior una faja de hiladas horizontales
de ladrillo, y entre éstas
lucía en toda su extensión un liste/ compuesto de piezas esmaltadas y unidas por
ángulo que, alternando,
presentaban el color con el
púrpura y refleio metálico.
Seguía a éste otro compartimento
cuyo sistema decorativo consistía
en cruzadas fajas de ladrillo
saliente que, en acertada colocación,
formaban rombos, cada uno de los cuales cobijó
en su centro, incrustado
en losange, un
precioso azulejo. Estos fueron
de varias especies y dibujos, deseminados en toda la obra que se describe, unos, con el fondo
color púrpura y reflejo
wtálico, y sobre él una estrella blanca de ocho puntas
con ligeros adornos azules, ocupando
el centro un escudo del mis mo color con las barras de Aragón1
otros, sobre fondo azul la estrella blanca y adornos
de color púrpura
y el blasón de los
Lunas, por último, los había de fondo
verde, estrella blanca,
variando dentro de ella con prodigulidad
el sistema decorativo, en
forma de hojas, escamas o remedo de caracteres cúficos con
profusión embellecidos. En cada
uno de los rombos
centrales de este paño,
llenando el espacio superior
e inferior del azulejo, había
dos platillos circulares cuyos
colores variaban de los antes dichos. Seguía como
terminación una hermosa faja com puesta de unidas estrellas de ladrillo;
sobreponíase a ésta otra esmaltada
de los colores indicados, y al
dibujo en zig-zag que
formaban le servía de fondo el brillo de
acoplados azulejos, cortados
en la parte
superior por otra faja. Una
sección de azulejos
pareados concluía esta bella
ornamentación, sobre la cual descansaba una arquería ojival
de cuatro huecos
por frente que, si bien
eran macizos al interior,
descargaban al mismo.
Ristanos hablar
de la parte superior de la
iglesia, que si no afectaba gran profusiótt de esmaltes, como la ya
descrita, tenia, sin embargo, el
indiscutible y superior mérito de la
fábrica, rico alarde de
entendidos alarifes que en aquella época dejaron patente muestra de su bábil
trabajo en mucbas comarcas de Aragón.
Elegantes
ventanales de ojival
estructura ocupabalos vanos
de uno a otro botarel, diferenciándose el central
del ábside por contener bajo
el arco dos gemelos sostenidos
por esbelta columttita. Bella lacerit
veíase en el muro simulat1do pequeñas arcadas y recuadros que en igual
sistema seguían decorando
todo el paramento exterior de la iglesia, in omitir
el avance de los co11trafuertes, a los
que adornaba el mismo dibujo simétricamente acompariado
de azulejos, y, por último,
precirso friso de cruzadas cintas,
resultado estrellas y otras combinaciones de exquisito primor y
no menor gusto,
acompatiaba el saliente
cornisamento de multiplicadas mensulillas que circuian todo el
edificio".
Los
dos monumentos que acaban de ser
descritos reúnen en su decoración cuantos elementos figuran en las demás
obras aragonesas del estilo, hallándose con el arco
mixtilíneo las derivaciones
que de él se desprenden: lazos en distintas combinaciones geométricas,
representadas en masa o en bandas y fajas; labores; vuelos pequeños; cornisas y canecillos; arcos constructivos; cerámica de
formas regulares, aplantillada, de fondos lisos y decorados con blasones o
dibujos ornamentales a todo color
y de reflejos metálicos. Todos estos
elementos, justa y magistralmente
representados, como si su presencia
no tuviera otra finalidad
que exhibir cuantas
combinaciones cabía hacer con
ellos, alardeando de un poder decorativo insuperado.
Entre las
afirmaciones hechas en líneas
anteriores al valorar el arte
de los mudéjares aragoneses,
quedó expuesto considerarlo únicamente decorativo, es decir,
falto del tipo arquitectónico
de todo estilo verdadero.
Unido siempre a construcciones
ojivales, éstas no pierden
su carácter por la presencia de los detalles
ornamentales recibidos, ni
siquiera en el caso de vestirlas interior y
exteriormente, como ocurre en algunas iglesias de la región
del río Jalón,
consideradas como mudéjares puras.
Las iglesias gótico-mudéjares aragonesas,
fabricadas con ladrillo, tienen todas
una sola nave
cubierta con bóveda de
crucería, los muros mayores, reforzados por contrafuertes
cuadrados soportando los empujes, y
entre ellos, a través de los muros, capillas en ambos lados de
la nave, la cabecera
poligonal de tres,
cinco o siete
lados iguales; los huecos de iluminación, ventanales de arcos apuntados.
Esta disposición de los elementos
constructivos, de sobriedad no exenta de
belleza, da un conjunto comparable en aspecto al que
presentan los primitivos templos ojivales
de la transición
del románico al gótico, tipo en el cual pudieran haberse inspirado y en el que
encajan el mayor número de iglesias.
Frente a
este grupo existe
otro, menor, en el que,
sin haberse alterado la disposición general de los
elementos, éstos sufren ligeras modificaciones - cabecera cuadrada,
bóveda de crucería sencilla- y con ellas muros
y bóvedas cubiertos de temas pictóricos mudéjares, más algún otro
aditamento accesorio. De las
iglesias de este grupo cabe decir son menos góticas que las
otras: no por la traza, por
la decoración nada más.
El aspecto exterior no es tan uniforme. A las
primeras acompaña la torre de grandes
proporciones, cuadrada, octogonal o mixta, colocada
a distintas alturas de cualquiera de
los lados mayores
de la nave, ángulo
derecho o izquierdo del pie
y, en ocasiones, aisladas, bien porque la iglesia
se hubiera construído junto a un
alminar aprovechado para
torre cristiana, o añadirse
después donde el terreno
o los demás elementos de la construcción
lo permitieran.
Sus ábsides, poligonales,
aparecen libres, proyectados fuera del cuerpo total del edificio,
ornamentados en grados distintos,
desde la sencilla faja en el remate del muro
hasta cubrirlos totalmente.
Las puertas pudieron tener el carácter propio de
la arquitectura ojival, sin
conservarse ejemplares que lo confirmen o rechacen.
Las características exteriores del grupo menor
de iglesias señalan mejor las
diferencias entre ambos. En ellas falta siempre la torre
monumental o de
grandes dimensiones,
sustituida por otra
pequeña alzada en un ángulo del pie de
la construcción, o dos
similares, una en cada
ángulo.
La cabecera, bien sea poligonal o
cuadrada, con tres capillas
de frente, no se proyecta al exterior, la envuelve y oculta
un muro de la anchura de la nave
o prolongado hasta el saliente de las capillas para cerrar el ándito que
corre sobre ellas.
Los contrafuertes, siempre cuadrados, se escalonan
en armonía con las fajas decorativas que los cortan; desaparecen, sumados a los
muros de las capillas, cuando éstos
se decoran en masa, o son
atravesados por el ándito, en cuyo caso,
dada su robustez necesaria, se elevan hasta
sobresalir de la nave mayor y se
rematan con torrecillas para dulcificar su mole.
Además, los muros donde se abre
la entrada se decoran ampliamente,
no sólo con
lazos y labores, sino
también con cerámica, a imitación de
las torres arcaicas. Las
puertas, del más puro gótico-mudéjar,
enlazan su decoración
con la del
muro, roto en
algunos casos por óculos
de iluminación con caprichosas celosías
de yeso en temas muy del estilo.
Y, finalmente, entre los
elementos arquitectónicos
aislados, que no se dan en las construcciones del grupo segundo, ni tampoco
en las del primero como indispensables, están las bóvedas de crucería
mahometana, tan típicamente aragonesas, que se
encuentran en las grandes catedrales de la
época constituyendo la más
rica muestra del arte mudéjar regional.
Tan
diversos elementos, en
parte constructivos y en
mayor número ornamentales,
obliga a separarlos para su
estudio metódico, porque la
complejidad de formas y la variedad de temas
decorativos impediría
clasificarlos, como cabe hacerlo,
si de ellos
se tratara en conjunto.
De
aquí el ocuparnos
primero de las torres de
iglesia como elemento de
mayor importancia y más numeroso dentro de
lo arquitectónico.
Torres
La estructura de las torres mudéjares aragonesas obedece a formas y ornamentaciones diversas no siempre
en íntima relación, por cuya causa, al agruparlas para su estudio,
es la primera, más
que su decoración, lo que las une, imponiéndose la clasificación en
primer término con arreglo a las formas
de sus plantas y en
segundo lugar por la ornamentación, que, además,
por la abundancia
de motivos y
variaciones que sobrevienen,
no se presta a una
ordenación metódica.
Ateniéndonos, por consiguiente, a las
formas, hay que clasificar las torres en tres grupos generales bajo los títulos siguientes: Torres prismático-cuadradas, prismático octogonales, y
mixtas, incluyendo en el
primero las de planta cuadrada e igual forma
hasta su terminación; en el segundo, las octogonales
en planta y en todo
su alzado, y en el tercero, las de planta cuadrada en el cuerpo inferior
y octogonal en los restantes.
Las torres cuadradas remedan el
alminar árabe o
musulmán de las mezquitas.
Algunas, las primitivas, tienen
temas decorativos más puros que
otras, y están decoradas,
además, con loza
vidriada o azulejería como
complemento. A todas luces, estas obras
son las más arcaicas, y fueron
construidas, con toda seguridad, en fechas anteriores a las de los monumentos
que hemos señalado
como modelos de nuestro arte mudéjar.
Con el natural temor
de incurrir en error,
incluimos entre las primitivas las
de Ateca y
Belmonte, con elementos
particulares; los restos de las de San
Pedro y Catedral, de Teruel; las de San
Martín y San Salvador, de la misma ciudad;
Magdalena y San Gil, de Zaragoza,
y la de Quinto, a las que podían
incorporarse algunas otras.
Torre de Santa María, Ateca. Zaragoza
Torre de
la iglesia de San Miguel, Belmonte de Gracián
Torre de
la Iglesia de San Pedro. Teruel
Torre de
la Catedral de Teruel
Torre de
san Martín, Teruel
Torre de
la Iglesia del Salvador, Teruel
Torre de
la Magdalena, Zaragoza
Torre de
San Gil Abad, Zaragoza
Corresponden al mismo grupo ciertas torres ornamentadas con motivos
menos puros y a
veces más sencillos, en las que
falta con frecuencia la cerámica
y se ha intentado compensar su ausencia
con la intensificación de labores hechas
con el ladrillo. Pueden ser incluidas en la variedad las torres de San Miguel y San Juan y San Pedro, de Zaragoza; las de Herrera,
Longares y Magdalena,
de Tarazona, todas muy bellas, acusando algunas diferencias
de conjunto la de
Santa María, de Maluenda, en la que la decoración se ha
hecho en bandas y no
en espacios grandes como
la presentan las demás,
y la de Aniñón,
con varias fajas
de dibujos aplicados
sin orden ni concierto.
Completan el grupo de torres cuadradas
unas cuantas con
una modalidad que revela el
abandono de las formas clásicas de decoración
para admitir una nueva: los
ventanales ciegos bajo arcos dobles que se colocan en el segundo cuerpo para
quitar monotonía inevitable
en los cerrados, y que más tarde
se copia en
la fase barroca. Tipos de la variedad pueden
ser las torres de Bubierca,
la del reloj, de Ateca, y la de Tierga.
Torre de San Miguel de los navarros,
Zaragoza
La iglesia de San
Juan y San Pedro era una iglesia modesta, de barrio, de ladrillo y tapial con
una torre cuadrada con decoraciones mudéjares, disponiendo de una nave diseñada
en el siglo XIV que finalmente fue derribada en el año 1969. Hace poco más de
40 años. Se sabe que era una torre alminar posiblemente no tanto como lugar
para la llamada a voces para la oración sino como lugar para otear toda la
parroquia pues los huecos tabicados a la altura de donde estaba la campana eran
espacios muy pequeños para poder colocar más.
Torre de San Juan y San Pedro, Zaragoza
Tras su demolición sus
valores interiores corrieron diversa fortuna (estuvo varios años cerrada antes
de ser destruida, como para dar pena o ganas de decidir si era mejor tener un
edificio de viviendas o la torre mudéjar); se sabe que el retablo llamado del
Rosario está ahora en el Stadium Casablanca. Y varias piezas menores están en
el Arzobispado de Zaragoza, en La Seo o en el Seminario nuevo.
Torre de Longares, Zaragoza
Torre de la iglesia de la
Magdalena, de Tarazona
Torre de Santa María,
de Maluenda, Zaragoza
Torre mudejar de Nuestra Señora del
Castillo (Aniñón)
De lo más interesante resulta
la decoración exterior de esta torre de Aniñón. Lo primero que llama la
atención en el cuerpo inferior es como esta decoración se extiende más en uno
de los lados que en los otros tres. En el lado suroeste, que resulta ser el más
visible desde el pueblo, la decoración comienza a unos 8 metros de altura,
mientras que en los otros tres lo hace a unos 13 metros. Esta diferencia parece
responder a una intención de enfatizar la ornamentación en el lado de mayor
vista. Hay que tener también en cuenta, que si en algún momento la torre estuvo
adosada a un templo anterior, éste sería de escasa altura, unos 10 metros y
orientado hacia el noroeste o suroeste, ya que no se observan señales en los
lados visibles de que haya habido un edificio yuxtapuesto a la torre. También
es posible que la torre se plantease exenta en origen.
La torre se inicia con una base de cuatro
hiladas de piedra sillar con un suave biselado en la parte superior que da paso
a la obra de ladrillo. No se puede afirmar que esta base sea de la fábrica
original de la torre, ya que utiliza la misma piedra que la iglesia construida
en el siglo XVI, por lo que podría tratarse de un añadido de la época para
reforzarla o para integrarla constructivamente con el nuevo templo.
La ornamentación se inicia en el lado suroeste,
que como se ha dicho es el más ampliamente decorado, con un paño de cruces de
múltiples brazos formando dos filas de siete rombos cada una.
A continuación, una doble banda de zig-zag, a
base de ladrillos inclinados alternativamente a izquierda y derecha.
Le sigue un amplio paño de cruces rehundidas,
en número de cuatro por alto y dieciséis a lo largo.
Encima aparece un friso a base de arcos
mixtilíneos entrecruzados, que en número de ocho apean sobre finas pilastras y
se cruzan dos veces.
En la parte alta se repite la doble banda de
zig-zag. Todos los frisos decorativos van separados por una fina banda de
esquinillas simples. Se remata este primer cuerpo con una cornisa a base de
ménsulas en voladizo que en la parte alta se unen por aproximación de hiladas.
En cada uno de los lados del cuerpo superior,
algo más estrecho que el inferior, abre un gran vano geminado rehundido en un
rectángulo a modo de alfiz, con arco apuntado y parteluz del que salen
semiarcos hasta los ángulos superiores del rectángulo.
A continuación, y entre sendas bandas de
esquinillas, un entrecruzamiento de arcos de medio punto genera cinco vanos en
arco apuntado.
En las albanegas, sobre fondo de yeso blanco,
van colocados discos acuencados de cerámica vidriada. Son cinco de color verde
en cada albanega dispuestos en forma de “T”. La gran mayoría de estos discos
fueron colocados en la restauración.
Estos arcos apoyan en columnillas cerámicas del
mismo color verde anilladas en blanco. Al igual que los discos, son producto de
la última restauración, ya que hasta entonces los arcos aparecían colgados, lo
que hace presuponer que, o bien se habían perdido todas, o bien no llegaron a
colocarse.
El remate original de la torre sería, como ya
se ha comentado al tratar del interior, en forma de pirámide de base octogonal.
Esta terminación fue demolida para sobre elevar la torre unos metros más con un
cuerpo en el que abre, en cada lado, un vano en arco de medio punto
entrecruzado, imitando claramente a los del cuerpo inferior. Este recrecimiento
parece obra del siglo XVI, coetáneo de la fábrica del nuevo templo.
En cuanto a la cronología de esta torre, como
es habitual en las torres mudéjares aragonesas, no existen datos documentales y
es muy complicado establecerla por sus elementos formales. Algunos de éstos son
arcaizantes, y otros propios del siglo XV, aunque con precedentes mucho más
antiguos. Gonzalo Borrás la data en la primera mitad del siglo XIV en base a
aquéllos, aunque no hay que descartar una posible reutilización de un elemento
islámico anterior, tal vez el alminar de la mezquita que ocuparía el solar de
la actual iglesia.
Lo que parece indudable es su función de
atalaya, dada su privilegiada situación, y el amplio campo visual que desde
ella se domina. Además como bien dice Agustín Sanmiguel “su perfecta y rica
decoración sugieren un valor simbólico, y quizá más propio que de un pueblo, de
un distrito o un reino”
Torre de la iglesia de San
Juan Bautista, Tierga
El segundo
grupo, inspirado según algunos
en las gótico-catalanas, lo forman las torres
de planta octogonal, más
esbeltas que las otras,
con decoración generalmente de
ladrillo, abundante y variada a
veces y repetida con monotonía otras, dando
la sensación de estar dominado el
ornato por la forma. Se ofrecen en
dos tipos: de planta octogonal pura y con los ángulos reforzados exteriormente por
contrafuertes. Del primero
es expresión fiel la
torre de la
iglesia de San Pablo, de
Zaragoza, y de las otras, la Torre Nueva,
de Zaragoza, en mala hora derribada, cuya riqueza
ornamental no es
fácil describir. Las que carecen
de contrafuertes se consideran
más antiguas, tanto por la sencillez
de su traza como por la ornamentación, en la
que figuran motivos arcaicos,
y además porque las de contrafuertes tienen algunas fecha
de construcción relativamente moderna.
Torre
de la iglesia
de San Pablo, de Zaragoza
Torre Nueva, de Zaragoza
En 1878 la torre fue desmochada, retirándole su
triple chapitel. En 1892 el ayuntamiento decidió demolerla, justificando la
decisión por la inclinación y la presunta ruina de la obra. La decisión contó
con la oposición de muchos intelectuales y de parte de la población, pero los
esfuerzos por salvarla fueron en vano.
Entre los defensores de la torre destacaron los
hermanos Gascón de Gotor, que publicaron numerosos artículos denunciando el
"torricidio" de la más
bella torre mudéjar, calificándolo también como el mayor crimen artístico
cometido en España.
El derribo duró un año, empezando en el verano
de 1892 con la instalación de unos andamios. Los ladrillos de la torre se
vendieron para cimientos de nuevas casas de la ciudad, con lo cual se
demostraba que eran perfectamente sólidos, y que la torre se demolía
arbitrariamente. En el verano de 1893, definitivamente, Zaragoza se quedó sin
su Torre Nueva.
Durante los años noventa, del siglo XX, se construyó un primer monumento
conmemorativo en el lugar en el que había estado la torre. Hoy tan solo queda
una marca en el pavimento del perímetro de la torre y una escultura de un
muchacho que la contempla sentado en el suelo, como si aún existiese.
En uno de los locales comerciales de la plaza,
se halla un pequeño espacio museístico dedicado a la torre, con fotografías y
piezas de la misma.
De la presencia
de las torres octógonas debió
nacer la idea
de combinar la forma cuadrada con
la octógona, creándose de esta manera el tercer
grupo, llamado por nosotros mixto. Quizá
también la mezcla de las
dos formas pudo
surgir de la necesidad
de descargar algunas construcciones primitivamente alminares,
transformados luego en torres de
templos cristianos, con la adición de otro
cuerpo destinado a campanas
que, por más
débil, se arruina y
vuelve a rehacerse con planta
octógona, mezcla que, en definitiva, no resulta arbitraria, artísticamente considerada.
Pero frente a esta
opinión de técnicos, muy
racional, está el
caso de la
torre de Alfajarín,
que, siendo de un cuerpo cuadrado
no muy alto, los alarifes zaragozanos
Audalla de Brea y Mahoma Muferriz la
continúan en 1486 con otro
octógono.
En estas
torres mixtas se encuentran
con frecuencia tramos
decorados con labores en
cuyos fondos se han colocado azulejos que no fueron hechos
para ellos ni tienen las
características de la
cerámica destinada a este fin; cerámica
procedente casi siempre de otras obras,
puestas allí sin otra misión que la de dar más vistosidad y realce
a labores o lazos. Tipo
de esta clase
de torres es
la popular de Utebo, en la que, a pesar de la corrección constructiva, se descubre claramente la finalidad.
Torre
de Alfajarín
Adoptado en la construcción aragonesa el
arte del Renacimiento, sigue imperando por su
condición decorativa el mudéjar, fuerte
mente infiltrado en el espíritu
de los constructores, los cuales,
a pesar de las nuevas
normas, procuran no olvidar
la tradición artística. Por ello se ven
en tierras de
Aragón muchas obras
ornamentadas con labores en ladrillo,
que, dado su sabor
mudéjar, debieran
clasificarse dentro del estilo; pero,
en pugna con ellas, líneas y
traza general se consideran producto del nuevo arte.
Son, en una palabra, esas torrecitas de ladrillo, de aspecto barroco, que se levantan en los
finales del siglo XVI y durante el XVII, aun
después de la
expulsión de los moriscos,
como expresión artística
de un modo peculiar de la región del que participan
moros y cristianos.
Torres
prismático-cuadradas
Encabezan
el primer grupo cuatro ejemplares
que en la ornamentación no tienen arcos
mixtilíneos, labores en losange
ni lazos; dos, con más elementos constructivos y decorativos de carácter románico mezclados
con mudéjares; las otras,
predominando los detalles
musulmanes sobre aquéllos. De sus características deducimos la necesidad de figurar a la cabeza en la descripción.
CATEDRAL DE TERUEL.- Aspecto de gran arcaísmo. Dos cuerpos
iguales separados por saledizo sencillo.
El inferior tiene por
decoración en cada lado una faja de
arcos de medio
punto enlazados sobre ménsulas,
y entre éstas, piezas de cerámica cóncava.
Sobre la arquería dos
huecos genielos de tres arcos
de medio punto, en
retirada, que debieron tener columnitas de cerámica. Encima banda
de esquinillas alternadas con
columnitas de barro vidriado, y sobre
ésta tres fajas de azulejos y tres grupos de esquinillas y columnitas a semejanza de la inferior, orlados
con cerámica cóncava.
El segundo cuerpo, muy deformado, conserva de
su ornamentación rehundidos
y apliques de
cerámica, y grupos
de ajimeces donde no se abrieron
huecos para campanas.
La casa del Deán, edificio del siglo XVI. Como las otras tres
mudéjares de la ciudad también ésta posee paso en su base para la calle. Es en
el lado que mira a la Plaza de la Catedral, el sur, en el único que se aprecia
en toda su extensión ya que el norte queda encajonada su parte baja en un
estrecho y corto callejón que, desde el paso inferior, desemboca en la Plaza
del Obispo y que limita la visión de su parte baja.
La torre mudéjar está dividida al exterior en
tres cuerpos que se separan por medio de dos sencillas cornisas. El cuerpo
superior, cuarto, corresponde a un recrecimiento del siglo XVII.
En cuanto a su cronología es, junto con la de
San Martín, las dos de las que se dispone de referencias claras que permiten su
datación. Así, de esta de Santa María de Mediavilla se conoce que su
construcción se inició durante la judicatura de don Juan de Montón que duró
desde el martes de Pascua de 1257 hasta el mismo día de 1258. Es de suponer que
la construcción se cimentase en el otoño de 1257 y se levantase durante el año
siguiente.
Además de esta nota documental de las
Relaciones de los Jueces de Teruel, los análisis dendrocronológicos realizados
por el Dr. Klaus Richter, y más recientemente por don Eduardo Rodríguez Trobajo
han datado las maderas utilizadas en la construcción entre los años 1243 y
1250. Teniendo en cuenta que la madera que se iba a utilizar en construcciones
de este tipo era cortada y preparada con antelación para garantizar su secado,
estas fechas coinciden plenamente con las citadas para la fábrica.
Actualmente el acceso al interior se realiza
por un comercio situado junto a la Casa del Deán. Es de suponer que en una
futura restauración se habilite una entrada más accesible para el público así
como que se acondicione para la visita.
Presenta estructura hueca de torre cristiana
dividida en salas superpuestas. Algo que es interesante es la parte de los
arcos que decoran la parte baja exterior del segundo cuerpo que quedaron
ocultos y que son visibles en el actual acceso cuando se entra en la sala
situada encima del primer cuerpo. A continuación hay una segunda sala iluminada
por las ventanas del cuerpo central con el suelo a ras de las mismas que abren
por el interior dentro de retalles del muro.
La sala superior se corresponde con el cuerpo
de campanas. Su planta está configurada por los cuatro pilares de esquina y los
cuatro del centro de cada lado, perfectamente apreciables desde el exterior.
Entre ellos quedan paños de pared en los que abren los vanos, dobles en la
parte baja y cuádruples en la alta. En la parte alta los machones se unen entre
sí por medio de arcos que unifican el espesor del muro.
De vuelta al exterior, el
primer cuerpo o inferior está formado por el paso de calle y un friso de
esquinillas y fustes cerámicos. En la fachada norte, entre ambos elementos se
dispuso una franja a base de rehundidos que quedan ocultos, al igual que el
friso de esquinillas por el arco que comunica la Casa del Deán con la Catedral.
La cornisa que separa este cuerpo del superior, de clara influencia románica,
está compuesta por un doble filete superior y un baquetón.
El paso de calle se cubre con
bóveda de cañón apuntado con tres arcos perpiaños de refuerzo, dos en las
embocaduras y otro más estrecho en el centro. Estos arcos arrancan de un zócalo
de cantería que se remata en la parte superior en una cornisa a modo de imposta
de moldura clásica, lo que denota ser obra posterior. Es posible que en origen
los arcos apeasen en pilastras de escaso saliente. El zócalo pétreo se aplicó
en todos los muros hasta la imposta citada. En el lado este del interior del
paso se aprecia un fuerte abombamiento hacia el exterior, producto posiblemente
de la concentración de carga en esta zona.
En los dos frentes visibles está exenta de
decoración hasta la parte superior del paso de calle. Aquí difieren los dos
lados visibles ya que, mientras en el sur que mira a la plaza queda un espacio
liso encima de la clave del arco y a continuación se coloca el friso de
esquinillas, en la norte este espacio intermedio lo ocupa un motivo a base de
rehundidos.
Este tema solamente se repite en la torre de la
iglesia de Santa María de Ateca, una de las más extrañas y sorprendentes
construcciones mudéjares de Aragón. En esta torre, al igual que ocurre con la
de la Catedral turolense, extraña su inclusión dentro del repertorio decorativo
así como que solamente sea visible en esta fachada, no pudiendo precisar si
también se aplicó en los dos lados laterales ahora ocultos. Se trata de una
banda formada por rehundidos rectangulares con una inclinación hacia la derecha
de unos treinta grados. En Ateca los huecos se cubrieron con baldosas
rectangulares.
En cuanto al friso superior está formado por
diecisiete esquinillas entre las que se insertan dieciocho fustes cerámicos de
color verde formado por dos piezas unidas en el centro en el lado sur, y por
catorce esquinillas y otros tantos fustes cerámicos verdes de una pieza en el
lado de los rehundidos.
Al igual que sucede con el resto de torres
mudéjares, también en ésta la mayor parte de la decoración se concentra en el
segundo cuerpo o intermedio. La separación con el último cuerpo se realiza
mediante una cornisa del mismo tipo que la vista en el cuerpo inferior.
Un elemento curioso lo constituyen las
esquinas, que en este cuerpo están formadas por sillares de piedra dispuestos
alternativamente a soga y tizón. Completando el espacio de ladrillo entre las
sogas superior e inferior se colocó un plato de cerámica verde al lado del
tizón. Siguiendo a Gonzalo Borrás hay que decir que este refuerzo de esquinas
en el cuerpo intermedio parece obedecer más a un deseo ornamental que
estructural, ya que no parece coherente colocar sillares de esquina en la
parte superior mientras que la inferior se hace en ladrillo.
Encima de la cornisa de separación de cuerpos
apoya un friso de arcos ciegos de medio punto sobre seis columnas exentas con
basas y capiteles de piedra. En los laterales el tejado de la Casa del
Deán oculta por un lado un pequeño tramo de esta arquería, mientras que en el
contrario el recrecimiento de las naves del templo oculta más de la mitad del
cuerpo incluidos los arcos.
Los arcos, que también son de piedra, se
entrecruzan al arrancar de columnas alternas, formándose entre cada dos
columnas contiguas arcos apuntados. Las columnas presentan un anillo en el
centro del fuste que parece querer imitar de esta manera a los cerámicos que
suelen estar formados por dos piezas tubulares unidas en su centro por otra en
forma de anillo o anular.
El arco de medio punto central y el arranque de
otro del muro sur se decoran en el intradós con puntas de diamante con forma de
flores de cuatro pétalos, elemento de clara influencia románica al igual que
las cornisas ya vistas y los sencillos capiteles en los que apean los arcos.
En el lado contrario, norte, la rosca de los
arcos se decora con un friso tallado a base de estilizados tallos curvos de los
que salen hojas, motivo también relacionado con el románico y con la decoración
pintada mudéjar de interiores.
En cuanto a la decoración cerámica de este
friso de arcos, está compuesta por discos cerámicos verdes dispuestos: dos en
la parte intermedia de cada vano a la altura de los anillos, un tercero más
grande en el centro a la altura de los capiteles y un cuarto en el interior del
apuntamiento del arco. Se completa la ornamentación con otro disco o plato en
la parte superior encima de la clave de los arcos apuntados, ocupando el
pequeño espacio que queda entre el entrecruzamiento de los arcos de medio
punto.
Encima de los arcos se presenta un tema de
esquinillas y fustes cerámicos que separa el motivo anterior de un rehundido
con dos vanos en amplio derrame al exterior. Las esquinillas y fustes cerámicos
se disponen en tres rehundidos rectangulares, más anchos los exteriores aunque
de longitud desigual.
El izquierdo contiene cinco esquinillas con
seis fustes intercalados entre las mismas, el central tres esquinillas y cuatro
fustes, y el derecho seis esquinillas y siete fustes. En este último
encontramos la particularidad de que aparece la cerámica vidriada de color
melado en los dos últimos fustes del lado derecho. Parece como si su colocación
aquí respondiese más a haberse agotado los verdes y terminar de rellenar los
huecos con los melados preparados para la parte superior que a un esquema
decorativo predeterminado.
Encima del triple rehundido de esquinillas y
fustes cerámicos del segundo cuerpo abren dos vanos unidos por un alfiz formado
por un rehundido de escasa profundidad que cubre desde las impostas hasta un
pequeño tramo encima de las claves de las arquivoltas más externas. La única
decoración cerámica, además de los fustes en que apoyan los arcos, la conforman
dos platos colocados en el espacio central entre ambas ventanas.
Los vanos cierran en arco de medio punto
formado por tres arquivoltas al exterior que apean en fustes o columnillas de
cerámica vidriada compuestas por cuatro tramos cada una. Por segunda vez
aparece junto al color verde el melado.
A partir de aquí, en el resto de los elementos
decorativos aparece con más profusión la cerámica de color melado, incluso en
los espacios atizonados de las esquinas discos de este color se alternan con
los verdes.
El friso que ocupa la parte superior del
rehundido de los vanos está formado por la ya clásica combinación de
esquinillas y fustes cerámicos, esta vez todos de color melado. Consta de
veinte fustes de tres cilindros superpuestos intercalados entre diecinueve
esquinillas.
A continuación una serie de discos cerámicos
alternando el verde con el melado dejan paso a tres bandas de azulejos
dispuestos a cartabón que combinan el color verde de las exteriores con el
melado de la central.
En la fachada que mira a la Plaza de la
Catedral ocupando el centro de este espacios se abrió un hueco donde se colocó
un moderno reloj que durante mucho tiempo estuvo parado y roto hasta que fue
repuesto no hace muchos años gracias a una afortunada campaña en medios de
comunicación que movió conciencias y ayudó a conseguir la financiación
necesaria para su sustitución.
Ya en la parte alta, tres nuevos recuadros
albergan esquinillas y fustes cerámicos verdes. De menor tamaño que los
inferiores, los espacios lisos entre ellos se completan con dos platos
cerámicos verdes. Una última serie de discos alternando colores melado y verde
colocados debajo de la imposta completa la ornamentación de este segundo
cuerpo.
En esta ocasión los tres recuadros sí que están
estructurados simétricamente, de tal manera que los exteriores los componen
tres esquinillas y cuatro fustes mientras que el central, un poco más alargado,
consta de cuatro esquinillas y cinco fustes.
El tercer cuerpo de la torre de la Catedral de
Teruel, con función de cuerpo de campanas, se levanta desde la cornisa de
separación con el cuerpo inferior hasta otra a base de ladrillo aplantillado
que sustituyó a la primitiva cuando se recreció la torre con el actual remate.
En la parte inferior del cuerpo se disponen
tres bandas de azulejos colocados a cartabón en color verde los exteriores y
melado el central, idénticas a las vistas en el cuerpo inferior a la altura del
reloj.
El resto del cuerpo lo ocupan los cuatro huecos
que abren en cada lado entre los cuatro pilares de las esquinas y otros tantos
centrales.
En la parte inferior abren dos vanos geminados
con parteluz formado por columna, basa y capitel de piedra. Los arcos cierran
en medio punto con el trasdós decorado con una fila de pequeños platos de cerámica
vidriada alternando colores verde y melado. En la parte superior un pequeño
rehundido a modo de alfiz. En los pilares centrales, a la altura del arranque
de los arcos se disponen en horizontal dos platos de colores verde y melado.
Separando estos vanos inferiores de los
superiores se encuentra una doble banda de azulejos a cartabón igual que los
vistos que ocupan la anchura de los huecos a modo de antepechos de los
superiores. En el centro un rehundido con cinco fustes verdes de dos piezas.
Sobre estas bandas cerámicas se abren otros dos
huecos formados por cuatro vanos en arco de medio punto. Apean los arcos en
tres columnas de basa, fuste y capitel pétreos al igual que en los inferiores.
Igualmente, el trasdós de los arcos se ornamenta con una línea de discos
cerámicos alternando el verde con el melado.
También aquí el pilar central y los laterales
se decoran con elementos cerámicos. El primero con un rehundido en el que se
insertan cuatro fustes verdes muy cortos; debajo tres platos, melado el central
y verdes los exteriores. En los pilares laterales se repiten los motivos con
las diferencias de que el rehundido es mayor con lo que son seis los pequeños
fustes que lo ocupan y los platos inferiores cambian su composición de color,
siendo verde el central y melados los laterales.
Completa la decoración del cuerpo una banda
cerámica que combina y alterna azulejos verdes dispuestos a cartabón con discos
de color melado.
Como ya he comentado, en el siglo XVII se
recreció la torre de la Catedral con un cuarto cuerpo octogonal, añadiendo la
cornisa sobre la que asienta y que sustituyó a la original formada seguramente
por ménsulas de ladrillo en voladizo.
El cuerpo octogonal asienta sobre un basamento
cuadrado de planta ligeramente inferior a la de la torre. En cada esquina se
levantó una pequeña torrecilla a base de un fuste cuadrado de ladrillo rematado
en forma piramidal terminada en bola, ambos elementos de piedra.
Presenta pilastras adosadas en las esquinas con
un vano doblado que cierra en arco de medio punto en cada uno de sus ocho
paños.
Sobre la parte superior de cada pilastra, ya en
el tejado de la cúpula, apoya otro plinto rematado en bola pétrea como los
vistos en las esquinas inferiores, aunque más estrechos de base. El tejado
cubre con teja árabe de color verde que alterna con el blanco en las filas que
bajan coincidentes con las ocho esquinas.
Remata el cuerpo, una linterna de planta
hexagonal con un alargado vano en arco de medio punto abierto en cada lado.
Cierra con tejado piramidal metálico.
SAN PEDRO.
TERUEL.- Sobre bóveda
de cañón apuntado, el cuerpo bajo tiene carácter
mudéjar muy rudo, de
gran semejanza con la de la
Catedral. La decoración consiste en una
faja ancha de es quinillas alternadas con columnas de cerámica
en los ángulos entrantes, y
sobre ellas una arquería de medio
punto, enlazada con columnas en
parte perdidas. Un gran trozo de muro
liso donde se abren dos huecos que marcan arcos
de medio punto, en retirada, con columnas de nudos,
de cerámica. Por
encima de estos
ventanales otra gran banda
de esquinillas y columnitas de cerámica
en igual disposición que la situada en la parte
baja. Cerca del remate del cuerpo, grupitos de pequeñas
columnas de barro vidriado y cerámica cóncava.
El conjunto de la
Iglesia de San Pedro de Teruel está conformado por una serie de elementos
arquitectónicos de lo más interesante dentro del mudéjar aragonés: una de las
cuatro torres puerta de la ciudad, el propio templo con su estructura de
iglesia-fortaleza y uno de los pocos claustros de este estilo que quedan en
Aragón. A todo ello hay que añadir el Mausoleo de los Amantes, situado en una
de sus capillas y que constituye el destino turístico de Teruel por excelencia.
A partir de esta página te ofrezco un recorrido por todos ellos, excepto del
claustro del que de momento no dispongo de fotografías, algo que espero poder
subsanar en breve.
La torre es la de
menor altura de las cuatro medievales que se levantan en la Ciudad. A pesar de
no disponer datos sobre su construcción, sus rasgos arcaizantes la sitúan como
la más antigua, o al menos pareja con la de la Catedral en su cronología. Al
igual que en el caso de esta última, es posible que se tratase del campanario
de la primitiva iglesia románica que se levantaba en el lugar, de la que
tenemos noticias de su existencia en 1196, y de la que nada queda después de
levantarse el actual templo mudéjar en el siglo XIV. A diferencia de las demás,
presenta planta rectangular fuertemente deformada en lugar de cuadrada. Si que
comparte con aquéllas el ser una torre puerta, con paso de la calle por su
parte inferior. Dividida al exterior en dos cuerpos, se encuentra adosada por
su lado este a la iglesia.
La torre se levanta sobre dos
grandes machones rectangulares, uno de ellos prácticamente empotrado en el muro
de la iglesia y otro, con forma de talud hacia el exterior, ha quedado exento
al derribarse los edificios anexos. Las jambas del paso bajo la torre están
revestidas de piedra sillar hasta el arranque de la bóveda delimitado por una
imposta de tipo clasicista lo que denota tratarse de una actuación posterior,
seguramente debida a la descomposición del ladrillo por la humedad de
capilaridad ascendente del suelo.
El pasaje cubre con bóveda de cañón
apuntado con sus frentes a base de doble rosca. El intradós de la bóveda está
enlucido. A partir de la imposta sigue el primer cuerpo hasta una sencilla
cornisa formada por ménsulas en voladizo que sirve de paso al cuerpo superior.
Este cuerpo inferior es ligeramente más ancho en la parte baja que en la
superior.
La decoración del primer cuerpo se
compone de un friso de esquinillas y otro de arquillos ciegos en cada uno de
los lados. El friso de esquinillas tiene una altura de 70 centímetros y en los
lados norte y sur se completa con columnas de cerámica vidriada compuestas de
dos piezas colocadas entre las esquinillas. En total son 17 esquinillas y 18
fustes cerámicos en cada friso.
En la cara oeste de la torre, al
ser más ancha, el friso de esquinillas también se alarga llegando hasta las 22.
Aquí no se completa con fustes cerámicos entre los huecos, seguramente por no
haberse repuesto en la restauración, ya que es de suponer que sí los tenía en
origen.
Entre este friso y la cornisa de
separación de cuerpos hay un segundo de arquillos ciegos de 2,20 m de altura.
Los arquillos de ladrillo apean sobre columnas exentas de piedra con
basas y capiteles.
Sobre estas columnas apean arcos de
medio punto que apoyan en las columnas alternativamente. El entrecruzamiento de
estos arcos genera arcos apuntados entre las columnas contiguas. El número de
columnas es de ocho en cada uno de los lados menores y de diez en el oeste.
Los capiteles que sustentan los arquillos se
decoran con motivos de tipo románico. En todos aparecen las esquinas con
pequeños motivos en forma de piñas o de rostros esquematizados. Por su
ubicación son visibles las caras recayentes al frente siendo bastante
complicado saber que motivos se desarrollan en los laterales.
En uno de ellos podemos ver talladas las llaves
de San Pedro. En otro se distingue en su composición la figura de un animal de
cuatro patas.
El motivo más curioso aparece en varios
capiteles de estos frisos y en uno de los ventanales del cuerpo superior. Se trata
de la “hamsa”
o mano de Fátima, signo de procedencia norteafricana introducido en España por
los almohades y que se documenta en la primera mitad del siglo XIII en
cerámicas esgrafiadas. Su significado simboliza fundamentalmente la fe del
Islam y la protección contra los maleficios.
También hay motivos circulares y cruciformes,
así como otros difíciles de identificar.
El segundo cuerpo se divide, tanto al interior
como al exterior en dos pisos con series de vanos en ambos separadas por sendos
frisos con decoración de cerámica y esquinillas.
En el piso inferior abren en cada lado dos
ventanas, salvo en el recayente a la iglesia que solo hay una y una puerta. Los
vanos están recuadrados por un rehundido a modo de alfiz.
Estos vanos son de medio punto con triple
arquivolta al exterior sobre columnillas cerámicas de cuatro piezas.
Sobre los vanos corre un friso de esquinillas
con columnas cerámicas de tres piezas entre los huecos. Este friso de 92 cm de
altura es del tipo ya visto en el cuerpo inferior.
Encima de este friso hay tres bandas de
cerámica vidriada con azulejos dispuestos a cartabón. Tanto los azulejos de
estas bandas como las columnitas del friso inferior son de color verde.
El segundo piso de este cuerpo corresponde al
campanario. En sus lados norte, sur y oeste abren en cada uno dos vanos
geminados en arco de medio punto con una columna con basa, fuste y capitel de
piedra.
Los arcos de ladrillo apoyan en sus
extremos en ménsulas del mismo material y el trasdós se decora con una línea de
discos cerámicos de color verde.
Cierra cada uno de los dobles huecos una línea
de ladrillo saliente y sobre la misma, dentro del mismo resalte que enmarca,
cuatro bandas de cerámica vidriada con azulejos dispuestos a cartabón. En los
machones, a la altura de estas bandas, se disponen pequeños rehundidos que se
rellenan con discos y columnitas cerámicas de color melado.
La torre remata con una cornisa de ménsulas en
saledizo.
Al interior la torre se presenta hueca. Se
accede al primer cuerpo a través de una puerta en el ángulo izquierdo del lado
este a la que se llega desde el coro de la iglesia a través de una escalera. La
planta superior ha sido totalmente modificada en sus dos pisos. Un segundo
acceso se realiza a través de una puerta abierta en el muro oriental que
comunica con el paso exterior que recorre las cubiertas de las capillas
laterales.
Los muros se organizan con machones en los
ángulos y en el centro de cada lado con paños de menor espesor entre ellos
donde abren las ventanas. Tres arcos de medio punto voltean en la dirección más
corta de la torre estribando en los machones de los lados más largos para
soportar el peso del piso superior. Los dos arcos extremos adosados a los muros
norte y sur tienen su clave reforzada por los machones intermedios de estos
lados que suben hasta el piso de arriba. En los lados este y oeste otros arcos
más pequeños voltean sobre los machones de modo que en la parte alta de la sala
el espesor del muro vuelve a ser el mismo que en todo el perímetro.
El último piso, destinado a campanario,
presenta el lado este ciego, con la excepción de una puerta que sirve de acceso
al tejado de la nave los otros muros quedan reducidos en casi toda su altura a
cinco pilares, dos angulares y tres centrales entre los que se abren las
ventanas. Desde aquí se observan perfectamente los motivos que decoran los
capiteles de los parteluces de los ventanales.
IGLESIA DE
SANTA MARIA. ATECA.-Es la única obra mudéjar aragonesa donde aparece
la ojiva túmida, apartándose de las
demás no sólo por este
interesante detalle, sino también
por la manera de estar hecha la ornamentación, pues mientras
en la generalidad
el decorado se aplica después de construído el muro,
aquí está hecho casi todo al fraguarlo.
Pudo muy
bien ser alminar de una
mezquita, aprovechado más tarde
para campanario de
iglesia cristiana. Así
parece indicarlo su singular
decoración y la carencia de
huecos en el
cuerpo primitivo del que nos ocupamos.
Siete
arcos de herradura
apuntada decoran la parte
más baja de la fachada
de Mediodía, apoyado{ en
columnas de cerámica,
y sobre ellos una línea
de apliques del
mismo material, redondos
y cóncavos, que se repite entre los arcos.
Encima, a modo de faja
interrumpida, cinco rehundidos decorados
con unas especies de equis
o medios rombos. Sigue a esto
dos líneas de
ladrillos de canto
for mando espiga, y después dos
fajas de esquinillas con una intermedia de cerámica cóncava
en forma de plato. Más alta aparece una banda de arcos apuntados que se apoyan en pilares de ladrillo, cuyos
arcos se han suplementado con
otros de igual forma colocados sobre ellos para imitar una arquería
enlazada; una imposta
ya medio destruída cobija a los lados de cada pilar una columnita de cerámica. Los
mismos arcos se repiten en la parte
alta del cuerpo, pero éstos
sin pilares, con
un revoco de
estuco en el fondo para
hacerlos resaltar. Entre las dos
arquerías, dos bandas de esquinillas, y entre ellas, otras dos con cerámica
de dos clases.
Su decoración es idéntica por sus tres lados
visibles, siendo casi seguro que se repetiría de igual manera por su cara norte
hoy oculta tras ampliaciones posteriores.
La parte baja es totalmente lisa, abriéndose
tan solo sencillos vanos destinados a la iluminación de la citada escalera de
acceso.
A partir de aproximadamente la mitad para
arriba del cuerpo bajo, esa austeridad se convierte en una magnífica profusión
decorativa a base de variados frisos o bandas horizontales aderezados además
con el singular efecto cromático que producen las incrustaciones cerámicas
vidriadas policromadas.
La primera de las bandas ornamentales se
compone de arcos de herradura ligeramente apuntados que descansan sobre
pilastrillas a las que adosan pequeñas columnas de cerámica vidriada en tonos
miel y verde oscuro. Entre cada arco, justo en las enjutas, se incrustan
platillos o ataifores también de cerámica vidriada alternándose los mismos
colores que en las columnillas.
Sobre esta primera banda ornamental se
despliega un nuevo registro decorativo en el que, dentro de cinco casetones
ligeramente cuadrangulares por cada cara de la torre, se dibujan composiciones
a modo de aspas resultantes del efecto creado por la propia colocación de los
ladrillos.
A continuación se sucede una composición en
espina de pez y varios frisos de ladrillos en esquinilla entre los que se
alternan de nuevo platos cerámicos en tonos verde y miel.
En la parte más elevada de la torre y separados
entre sí por más ataifores vidriados y sendas bandas de ladrillos en esquinilla
se despliegan otras dos bandas de arcos apuntados y entrecruzados de clara
raigambre hispanomusulmana, distinguiéndose la superior ya que, en lugar de
sobre pilastrillas con columnas adosadas, los arcos descansan directamente
sobre columnas exentas también vidriadas y en alternancia cromática.
En el lugar
donde hoy en día se eleva el campanario barroco superior, en origen se situaría
un segundo cuerpo mudéjar contemporáneo al inferior y con función de albergar
las campanas. Según la mayoría de especialistas, este respondería al modelo
que, por fortuna, si se ha conservado por ejemplo en la torre de Belmonte de
Gracián.
PARROQUIA DE BELMONTE.- La torre
estuvo aislada, y si hoy
contacta con la iglesia es
mediante un edificio anejo que las
comunica.
En
cierto modo tiene gran
parecido con la de Ateca, por la manera
de estar construída y motivos decorativos que
ostenta, aquí más pobres que en
la otra y ejecutados con mayor
rudeza.
Consta de dos cuerpos desiguales en dimensiones de planta. El inferior tuvo
en la parte baja varias
líneas de cerámica cóncava
en dos bandas, y sobre ellas, y entre dos fajitas
de esquinillas, otra
de ladrillos inclinados en forma
de espiga o espina de pez. Este
primer cuerpo remata con
arquillos apuntados que
se enlazan, y
unos apliques de cerámica encima.
El segundo
cuerpo, de planta más
reducida, presenta un
gran hueco bajo arco apuntado, que
pudo ser de herradura, y alfiz,
sobre el que está
otro grupo de
arquitos decorativos semejante
al del cuerpo inferior, que
tiene columnitas de
cerámica y fondo estucado. Como final,
tres arcos de medio
punto con columnas de cerámica,
hoy cerrados sus huecos.
Sigue a éstas
en orden decorativo otro grupo
más nutrido, con parte de los
elementos de las primeras, más
otros no usados en ellas: arquerías mixtilíneas,
labores de rombos, vuelos de mensulitas y cerámica plana de
formas y coloraciones variadas, dándoles otro aspecto muy distinto.
TORRE DE LA
IGLESIA DE LA MAGDALENA. - Juzgamos primer monumento de
la serie la torre de la iglesia de la Magdalena, de Zaragoza, donde se ve reproducido
fielmente, en forma
y proporciones, el arco mixtilíneo
de la Aljafería
que hemos supuesto inspirador de los de igual
tipo mudéjares.
De
la obra primitiva
quedan tres cuerpos, coronado el último por otro moderno. El bajo tiene
una gran parte sin decoración, y
el resto con un fondo de arcos mixtilíneos
sin cruzar, correctamente dibujados, que
se apoyan en pilastritas de
ladrillo, dentro de un re cuadro
sencillo y dos fajas de esquinillas, una encima
y otra debajo; después, el vuelo
indicador de !a división, el cual
se encuentra hoy deshecho. Segundo
cuerpo, rico en labores
y cuajado de cerámica; comienza en cada
lado con un gran
fondo de rombos verticales a doble
hilada de ladrillo,
lo que da
la sensación de
estar formados por líneas quebradas, y debajo
y encima del fondo las líneas de
esquinillas como cortándolo.
Sobre esta composición
sencilla, un grupo de
tres pequeños arcos de medio
punto, dobles, en retirada, con capiteles y columnitas de piedra, todo de marcado sabor románico, limitada la
composición también con fajas de
esquinillas. Encima otro fondo de las mismas proporciones que el inferior,
hundido, con cinco arquitos mixtilíneos
en igual disposición que los del cuerpo inferior, sostenidos por columnas de cerámica con nudos, y el fondo vestido con cerámica
menuda y azulejos
en forma de estrella. Completa
la parte restante una ancha faja de esquinillas profundas conteniendo columnitas
de cerámica con
nudos. Estas dos composiciones estuvieron
orladas de abundante
azulejería cuadrada, en espiga y estrellada, de gran vistosidad.
Finalmente, un vuelo de ménsulas para separar
el tercer cuerpo, de gran sencillez, con
dos rectángulos verticales rebajados en cuyo fondo se ven dos arquitos apuntados en cada uno
y su correspondiente
pilastra; este cuerpo tuvo
también cerámica gruesa
incrustada y cerámica menuda.
La parte inferior
del cuerpo la ocupa un paño de rombos con cruces en el interior entre bandas de
esquinillas.
A continuación del paño de rombos encontramos
un elemento muy interesante que solamente se da en esta torre, y que recuerda a
la turolenses: un rehundido en el que se inscriben tres pequeñas ventanas entre
dos pilastras.
Las ventanas cierran en arco de medio punto de
dos anchas arquivoltas, lo que les confiere un amplio derrame hacia el exterior
además de reducir la luz a un espacio poco más amplio que una saetera.
Las arquivoltas apean en capiteles sobre
columnillas adosadas, todo en piedra. Estos capiteles presentan al frente dos
esquinillas en el ábaco más dos cuadrados en las esquinas que parecen cartelas,
composición que los emparenta con los capiteles taifales; dos volutas muy
esquematizadas y un motivo en forma de rehundido apuntado en el centro, son
elementos que encontramos en capiteles del palacio hudí de la Aljafería.
Al igual que en las columnas o maineles y
capiteles de los ventanales geminados del cuerpo superior, se interpreta que
todos estos elementos fueron reutilizados de una construcción islámica
anterior, algo que no terminada de “cuadrar del todo” a no ser que la torre
mudéjar se fuese levantando en función de estos elementos, algo difícil de
defender, dada su perfecta integración en el conjunto.
A partir de aquí, la decoración de la torre
pasa a incluir la cerámica vidriada verde, blanca y melada como complemento del
ladrillo aplantillado, lo que la emparenta con las torres turolenses de San
Pedro, la Catedral, San Martín y El Salvador, y con el muro exterior de la
Parroquieta de la Seo zaragozana.
Comienza con un paño de cinco arcos mixtilíneos
con dameros, estrellas de ocho puntas blancas ribeteadas en melado, y platos o
discos de dos tamaños en el interior y albanegas de los arcos.
Enmarca este paño una cinta exterior de
cerámica en espiga o punta de flecha y una banda interior con el motivo de lazo
ya visto en el ábside de la iglesia, a base de una doble cinta que se cruza
formando nudos. Los espacios rectangulares entre nudos se rellenan con líneas
de estrellas de ocho puntas en la mitad inferior formando un motivo de lazo de
cuatro octogonal, y de azulejos blancos en losange en la superior, con
complemento de cerámica verde en ambos casos. En el interior de los nudos se
dispone un disco verde.
A continuación, encontramos un friso de
esquinillas en vertical enmarcado por una banda de azulejos blancos dispuestos
a cartabón. Los dieciséis rehundidos que se forman en el friso se cubren con
fustes vidriados verdes a base de dos piezas entre las que se intercalan tres
anillos blancos.
El último motivo decorativo de este cuerpo
intermedio está formado por el ya visto de lazo anudado. En este caso con tres
nudos enmarcados por una orla de azulejos blancos y verdes con forma de espiga.
Los espacios interiores intercalan azulejos en forma de estrellas de ocho y
cuadrados a cartabón.
Una imposta a base de ménsulas en voladizo
entre las que se inscriben estrellas de ocho puntas blancas enmarcadas en verde
remata el cuerpo.
El cuerpo alto de la torre de la Magdalena, tal
y como lo contemplamos en la actualidad, es fruto de la restauración, más bien
restitución, que Francisco Iñiguez Almech llevo a cabo en la década de 1960-70,
eliminando el cuerpo octogonal barroco del siglo XVII, levantado por Jaime
Busiñac y Borbón y Bernardo Mondragón tras demolerse el original a causa de su
ruina tras la caída de un rayo. Al no estar muy claro como era en origen este
cuerpo, sobre todo en la zona superior, se optó por seguir el modelo de las
torres turolenses, dado el gran parentesco con ellas que presentaba el cuerpo
intermedio y los restos de la parte inferior conservados del tercero.
Al igual que en Teruel, este cuerpo de campanas
se dispone a base de cuatro machones esquineros y otros tantos centrales que
delimitan los espacios rectangulares donde se abren dos series de vanos
superpuestos en cada lado.
En la parte inferior hay dos vanos geminados en
sendos rehundidos, que abren en arco apuntado con columnas o maineles y
capiteles de piedra, a los que me refiero a continuación y en las páginas
siguientes. La decoración cerámica sigue las pautas de la turolense, es decir
una línea de platos verdes ribetean exteriormente los arcos y una estrella de
ocho puntas verde y blanca ocupa el centro de la parte superior lisa del
rehundido.
En este cuerpo encontramos el que quizás sea el
elemento más interesante de la torre, y que la relacionaría con ese primitivo
alminar de la mezquita reutilizado como campanario para el templo cristiano. Se
trata de una serie de capiteles, cimacios y fustes de clara procedencia
islámica que se conservaron a pesar de la profunda transformación barroca de
esta zona de la torre en el XVII, y que vamos a ver con detalle en las páginas
siguientes.
En la serie de dobles vanos geminados de la
parte inferior del tercer cuerpo de esta torre de la Magdalena se alojan una
serie de capiteles y fustes islámicos del siglo XI, que han sido estudiados
detalladamente por Bernabé Caballero Subiza y Carmelo Lassa Gracia en su
artículo “Presentación de cuatro
capiteles de época taifa reutilizados en la torre de la iglesia de Santa
Magdalena de Zaragoza”, publicado en la revista Artigrama del año 2002, y a
él me remito en cuanto a su detalles, pero no en lo referente a su posible
procedencia que estimo como parte de la misma torre y no como aprovechamiento
de otro edificio situado en las inmediaciones del templo. En total se conservan
tres capiteles completos y la mitad de otro, dos fustes y la mitad de otros
dos, y un cimacio completo y la mitad de un segundo.
Algo a tener en cuenta, y que así hacen constar
los autores citados, es que Francisco Iñiguez, al abrir estos vanos que habían
sido condenados para la construcción del nuevo campanario barroco, modificó la
posición de los capiteles, de tal manera que las caras mejor conservadas, así
como los dos medios cimacios de alabastro de la misma época, miran hacia el
interior de la torre.
En la ventana oriental del lado norte de la
torre se encuentra el primero de los capiteles islámicos sobre fuste de la
misma época con dos tambores también islámicos. Este fuste, al igual que el
resto, presenta la particularidad de que carece de basa. Sobre el capitel se
dispone un cimacio de gran vuelo, que es el único conservado íntegro de los de
época musulmana. Tanto el capitel, como el fuste y el cimacio están tallados en
alabastro blanco.
El capitel lleva talladas en cada esquina dos
coronas de hojas lisas sobre las que se superpone una tercera, también lisa.
Sobre estas hojas van cuatro pequeñas volutas con los caulículos saliendo de
pequeños fustes lisos con sus correspondientes capiteles también lisos. Estas
columnas se disponen entre las hojas de la corona superior. El capitel carece
de hojas de envoltura y de hélices. Entre las volutas de esquina de la cara
oriental se dispuso una flor, mientras que en las otras tres caras hay un lazo
circular en cuyo centro discurre el tallo de una flor, probablemente de seis
pétalos. El tallo lleva en la parte inferior de la flor dos hojas con perfil de
nacela.
En la ventana septentrional del lado este de la
torre encontramos el segundo de los capiteles islámicos que se apoya sobre un
fuste de alabastro también original que tiene la particularidad de presentar un
diámetro ligeramente mayor en su base que en la parte superior, y al igual que
el anterior, carece de basa. Del cimacio situado sobre el capitel solamente se
conserva original del siglo XI su mitad occidental, que coincide con la que es
visible desde el interior de la torre. En la restauración de Iñiguez se
completó con otra mitad de características similares en caliza blanquecina.
Para Caballero y Lasa, este segundo capitel es
el más novedoso de los cuatro conservados de época islámica. Al igual que el
resto, está tallado en alabastro blanco con hojas lisas y una única corona de
flores muy estilizada. Su peculiaridad radica en la zona superior, donde se
disponen en cada cara las volutas de esquina hacia en interior, en lugar de
hacia el exterior, como sería lo habitual. También, las hélices, en lugar de
estar enfrentadas, están yuxtapuestas por el dorso y contrapuestas a las
volutas de esquina. Igualmente, las hélices tienen un tamaño idéntico a las
volutas de esquina en lugar de ser menor, como es habitual en los capiteles
corintios de la época.
El tercer capitel islámico se ubica en la
ventana oriental del lado sur de la torre, y al igual que los demás es de
alabastro blanco. Se levanta sobre un fuste con dos tambores, de los que sólo
es original el superior, que también es de alabastro, mientras que el inferior,
repuesto en la restauración de Iñiguez, es de caliza. Del cimacio que corona el
capitel, solamente se conserva la mitad recayente al interior de la torre,
reponiéndose la otra mitad con una pieza de caliza de dimensiones similares a
la original.
Este capitel presenta la particularidad de
estar tallado solamente en tres de sus caras, colocándose la que está sin
tallar mirando hacia el exterior, lo que hace pensar que fue concebido para
adosarse a un muro o se colocó inconcluso. El capitel tiene dos coronas y
carece de los otros dos registros del capitel clásico romano: las hojas de
envoltura, que serían el tercer registro, y las volutas de esquinas y hélices,
que forman el cuarto. De las dos coronas, las hojas de la parte inferior son
completas, mientras que en la superior las dos hojas extremas son medias hojas.
A destacar la tosca ejecución de las hojas de acanto, la estrecha cenefa
decorada con líneas oblicuas simulando un sogueado de la parte superior, y el
pequeño círculo de sección cóncava tallado en cada una de las cartelas de la
zona del ábaco.
El cuarto y último capitel islámico de esta
torre de la Magdalena de Zaragoza, está situado en la ventana meridional del
lado oeste de la torre. Tanto el fuste sobre el que se levanta, como el cimacio
que lo corona son de caliza y fruto de la restauración de Francisco Iñiguez.
Este capitel solo conserva original su mitad
este, habiéndose repuesto la otra mitad en la restauración de Iñiguez con el
mismo aspecto que el primitivo, pero tallado en caliza. Es el más tradicional
de los cuatro, ya que se trata de un capitel de hojas lisas de orden compuesto.
Consta de dos coronas de hojas y un tercer registro con las volutas de esquina
y el “ovalorio”. Llama la atención
como la zona del “ovalorio” destaca
mucho sobre las volutas, al tener una forma muy convexa.
Además de lo expuesto y visto en fotografías
hasta el momento, se conservan de la misma época islámica del siglo XI dos
tambores de fuste en la ventana septentrional del lado oeste que corresponden
con los dos inferiores del fuste, mientras que el superior, el capitel y el
cimacio son producto de la restauración. Los otros cuatro capiteles de este
piso inferior del tercer cuerpo de la torre de la Magdalena de Zaragoza son
réplicas en caliza de los originales islámicos conservados.
La parte superior del tercer cuerpo de la torre
si que podemos catalogarla como producto íntegro de la restauración de Iñiguez,
no conservándose nada de su primitiva construcción. En el mismo abren dos
series de cuatro huecos inscritos en sendos rehundidos que cierran en arcos de
medio punto con basas, fustes y capiteles en piedra, siguiendo el modelo de los
inferiores. También aquí el trasdós de los arcos se ribetea con una línea de
discos verdes.
En cuanto a la decoración cerámica y en
ladrillo resaltado de este último cuerpo, la misma comienza con una amplia
banda enmarcada por un motivo de espiga. En el interior tres pequeños
rehundidos, uno en cada lado y otro central, que encierran dos fustes cerámicos
en cada uno. Los dos espacios que quedan entre ellos se cubren con estrellas de
ocho enmarcadas y cuadrados a cartabón.
El amplio espacio entre ambas series de vanos
se rellena con dos motivos rectangulares, igualmente enmarcados por uno de
espiga, en cuyo centro se inscribe una pequeña banda, también en espiga, entre
dos más anchas a base de cuadrados en losange. En el centro del muro, dos
dameros octogonales y dos discos verdes.
La misma composición, reducida a una banda de
cuadrados en losange la vemos encima de la serie de vanos superior.
Ya en la parte superior, un estrecho motivo a
base de cinco estrellas de ocho intercaladas con seis rehundidos con fustes
cerámicos completan la decoración del cuerpo. Las estrellas son las que se
repiten en toda la torre, en blanco con una orla verde, mientras que en cada
rehundido se disponen cinco fustes formados por dos piezas cerámicas
cilíndricas superpuestas, apreciándose perfectamente su unión en el centro. Un
friso de esquinillas simples completa el conjunto.
Tanto en este cuerpo como en el inferior, los
machones laterales y esquineros se decoran con cerámica. En el primer caso
repiten una secuencia a base de platos verdes y estrellas de ocho blancas
ribeteadas en verde, excepto a la altura del enmarcado final de fustes, donde
también en los laterales se dispone un rehundido con fustes verdes en el
interior. El machón central del tercer cuerpo se decora también con motivos
cerámicos combinando discos con dameros.
Por último, esa banda de esquinillas simples ya
vista, deja paso a la cornisa sobre ménsulas en voladizo que sustenta el remate
almenado con un pequeño cuerpo octogonal en el centro, con el que culmina la
torre.
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