La
pintura moderna de estilo occidental (Yo-ga)
En 1889 se funda la Asociación de Bellas Artes
de Meiji (Meiji Bijutsukai), de la que forman parte todos los artistas
japoneses que habían estudiado en el extranjero. Quizás el más sobresaliente
sea Asai Tadashi (1856-1907): fue seguidor de Fontanesi, y por eso en sus obras
primeras resalta el color resina, en las
que pinta una atmósfera poética. Indudablemente
la figura más importante entre los pintores japoneses de estilo occidental en
el Período de Meiji es Kuroda Seiki (1866-1924), el introductor del
Impresionismo en Japón. Cuando estudiaba en París, envió la obra Muchacha
leyendo un libro (1891), que llamó la atención por sus cualidades
impresionistas. Este pintor, junto con otros que formaron el grupo Hakuba-kai,
se distinguieron por las tonalidades moradas (murasaki) en sus cuadros. En 1896
se estableció la Academia de Artes de Tokyo, y Kuroda fue nombrado director del
Departamento de pintura occidental. La importancia de la obra de Kuroda Seiki
en la formación del estilo occidental del arte japonés fue significativa:
Kuroda,
con su influencia transmitida a través de la Escuela de Bellas Artes de
Tokyo y de la “Hakuba-kai”, llegó a ser
la fuerza central, y formó el estilo “standard” de la pintura de estilo
occidental en Japón. Pintores de los períodos posteriores, bien siguiendo sus
ideas o reaccionando contra ellas, comenzaron con este estilo establecido por
él.
Vizconde
Seiki Kuroda
(9 de agosto de 1866 - 15 de julio de 1924) fue el seudónimo de un pintor
japonés y profesor, conocido por llevar las teorías occidentales sobre el arte
al vasto público japonés. Fue uno de los líderes del Yōga (o de estilo
occidental) movimiento a finales de la pintura japonesa del siglo XIX y principios
del siglo XX. Su verdadero nombre era Kiyoteru Kuroda.
Kuroda nació en Takamibaba, dominio de Satsuma
(actual prefectura de Kagoshima), como el hijo de un samurái del clan Shimazu,
Kuroda Kiyokane, y su esposa Yaeko. Al nacer, el niño fue llamado Shintarō, lo
que fue cambiado a Kiyoteru en 1877, cuando tenía 11 años.
Incluso antes de su nacimiento, Kuroda fue
elegido por su tío paterno, Kuroda Kiyotsuna, como heredero, formalmente, fue
adoptado en 1871, después de viajar a Tokio con su madre biológica tanto y
madre adoptiva de vivir en la finca de su tío. Kiyotsuna fue también un retén
de Shimazu, cuyos servicios al emperador Meiji en el período Bakumatsu y en la
Batalla de Toba-Fushimi llevaron a su nombramiento en altos puestos del nuevo
gobierno imperial, y en 1887 fue nombrado vizconde. Debido a su posición, el
mayor Kuroda estuvo expuesto a muchas de las tendencias e ideas de
modernización que llegaron a Japón a principios del periodo Meiji, como su
heredero, el joven Kiyoteru también aprendió de ellos y tomó lecciones de
corazón. En su temprana adolescencia, Kuroda comenzó a aprender el idioma
Inglés en preparación para sus estudios universitarios, el plazo de dos años,
sin embargo, había optado por cambiar de lugar al francés. A los 17 años, se
matriculó en los cursos pre-universitarios en francés, como preparación para
sus estudios jurídicos previstos en la universidad. En consecuencia, cuando en
1884 Kuroda hermano-en-ley Hashiguchi Naouemon fue designado a la Legación
francesa, se decidió que Kuroda lo acompañaría a él y a su esposa a París para
iniciar sus estudios reales de derecho. Llegó a París el 18 de marzo de 1884, e
iba a permanecer en ella durante la próxima década.
A principios de 1886 Kuroda había decidido
abandonar el estudio del derecho para una carrera como pintor, había tenido
clases de pintura en su juventud, y había recibido un set de acuarelas por su
madre adoptiva, como regalo a la salida para París, pero él nunca consideró a
la pintura como algo más que un hobby. Sin embargo, en febrero 1886 Kuroda
asistía a una fiesta en la legación japonesa para los nacionales japoneses en
París; aquí conoció a los pintores Yamamoto Hosui Masazo Fuji, así como el
negociador de arte Tadamasa Hayashi, un especialista en ukiyo-e. Los tres instaron
al joven estudiante a dedicarse a la pintura, diciendo que mejor podía ayudar a
su país por aprender a pintar como un occidental en lugar de aprender la ley.
Kuroda acordó formalmente abandonar sus estudios para el estudio de la pintura
en agosto de 1887 después de intentar, y fallar, llegar a un compromiso entre
los dos para complacer a su padre. En mayo de 1886, Kuroda entró en el estudio
de Rafael Collin, un famoso pintor académico de arte que había demostrado el
trabajo en varios Salones de París. Kuroda no fue el único pintor japonés
estudiando con Collin en el momento; Fuji Masazo fue también uno de sus
alumnos.
En 1886, Kuroda conoció a otro joven pintor
japonés, Kume Keiichiro, recién llegado de Francia, que también se unió al
estudio de Collin. Los dos se hicieron amigos, y pronto se convirtieron en
compañeros de cuarto también. Fue durante estos años que empezó a madurar como
pintor, siguiendo el curso de estudios tradicionales en el arte académico
mientras que también el descubrimiento de pintura al aire libre. En 1890,
Kuroda se trasladó de París a la localidad de Grez-sur-Loing, una colonia de
artistas que había sido formado por los pintores de los Estados Unidos y del
norte de Europa. Allí encontró la inspiración en el paisaje, así como una mujer
joven, María Billault, que se convirtió en uno de sus mejores modelos.
En 1893, Kuroda regresó a París y comenzó a
trabajar en su obra más importante hasta la fecha, mañana Toilette. Esta Gran
obra, que lamentablemente fue destruida en la Segunda Guerra Mundial, fue
aceptada con grandes elogios por la Académie des Beaux-Arts; Kuroda tenía la
intención de traerla a casa con él a Japón para romper el prejuicio contra los
japoneses en la representación de la figura desnuda. Con la pintura en la mano,
tomó el camino de casa a través de los Estados Unidos, llegando en julio de
1893. De vuelta a Japón.
Poco después de llegar a casa, Kuroda, viajó a
Kyoto para empaparse de la cultura local, que se había perdido después de pasar
todo un tercio de su vida en el extranjero. Tradujo lo que vio en algunos de
sus mejores cuadros, como una Chica Maiko (ND, Museo Nacional de Tokio) y
"Talk" en la antigua Romance (1898, destruido). Al mismo tiempo,
Kuroda fue adquiriendo un papel cada vez mayor como un reformador, como uno de
los pocos artistas japoneses que habían estudiado en París, él estaba
especialmente calificado para enseñar a sus compatriotas acerca de lo que
estaba pasando en el mundo del arte occidental en ese momento. Por otra parte,
Kuroda se preparó para enseñar la pintura, pasando por las lecciones que había
aprendido a lo largo de una nueva generación de pintores. Se hizo cargo de la
escuela de pintura fundada por Yamamoto Hosui, el Seikokan, y le cambió el
nombre al Dojo Tenshin, los dos hombres juntos se convirtieron en sus
consejeros. La escuela se inspira en los preceptos occidentales, y a los
estudiantes se les enseñó los fundamentos de la pintura al aire libre.
Hasta el regreso de Kuroda de Japón, el estilo
prevaleciente se basaba en la Escuela de Barbizon, lo que se abogó por el
artista italiano Antonio Fontanesi en la Gakko Kobu Bijutsu desde 1876. El
estilo de Kuroda de los tonos de color brillantes haciendo hincapié en los
cambios de luz y la atmósfera se consideraban revolucionarios.
Seiki
Kuroda, Al borde de un lago (1897)
En abril de 1895, Kuroda ayudó a organizar la
Cuarta Exposición doméstica para promover la industria, que se celebró en
Kyoto, a su vez, también presentó la mañana Toilette para su exposición en el
mismo lugar. Aunque se le concedió un premio a la pintura, la anterior
exposición de una imagen de una mujer desnuda, indignó a muchos visitantes así
que, se condujo a un escándalo en la prensa donde los críticos condenaron la
ostentación de las normas sociales percibidas. Ninguno criticó los aspectos
técnicos de la pintura, eligiendo en su lugar lambaste Kuroda por su tema.
Kume, amigo de Kuroda en sus días de París, escribió una enérgica defensa de la
figura desnuda en el arte de la publicación del periódico, pero esto ayudó poco.
Por su parte, Kuroda mantenido un silencio público sobre el tema; en privado,
sin embargo, se expresó la opinión de que, moralmente, al menos, había ganado
el día. Más controversia estalló en octubre del mismo año, cuando se exhibió
Kuroda 21 de sus obras hechas en Europa en la 7 ª Exposición de la Bijutsukai
Meiji (único grupo de Japón de los pintores de estilo occidental a la hora).
Kume entró en algunas de sus obras en la exposición, al igual que varios
estudiantes en el Dojo Tenshin. Los visitantes quedaron impresionados por las
grandes diferencias entre el estilo de plein-air-derivados de Kuroda y el
trabajo más formal de los otros artistas, los críticos que conducen a centrarse
en la diferencia como una entre lo viejo y lo nuevo. Algunos incluso fueron tan
lejos como para sugerir una diferencia entre dos facciones "escuelas"
de la pintura. Enfadado por los métodos burocráticos inherentes a la jerarquía
de la Bijutsukai Meiji, Kuroda encabezó la formación de la sociedad de artistas
nuevos al año siguiente, se le unieron en su esfuerzo por Kume, así como por
varios de sus alumnos. El nuevo grupo fue bautizado Hakubakai, después de una
marca de sake sin refinar llamada Shirouma favorecido por los hombres. El
Hakubakai había reglas establecidas, sino que fue una reunión libre, igual de
artistas como de pensamiento cuyo único objetivo era encontrar una manera para
que los miembros presentaran sus obras. El grupo celebró exposiciones todos los
años hasta que se disolvió en 1911, en total, trece espectáculos fueron
creados. Varios artistas recibieron su primera exposición en estas
exposiciones, entre ellas se Fujishima y Shigeru Aoki Takeji.
Kuroda Seiki, Sentimiento (de Sabiduría, Impression,
Sentimiento), c. 1900, aceite sobre Lienzo, Kuroda Memorial Hall, Tokio
En 1896, un Departamento de la pintura
occidental se formó en el Tokio Bijutsu Gakko (el precursor de la Universidad
Nacional de Tokio de Bellas Artes y Música), y Kuroda fue invitado a
convertirse en su director. Esto le permitió diseñar un currículo más amplio,
destinado a estudiantes de arte en general, y de estar mejor equipados para
llegar a un público más amplio. Un papel de la academia, con su énfasis en la
estructura y la conformidad, en contraste con el interés del pintor en la
individualidad, pero sin embargo, Kuroda se acercó a su nuevo papel con celo.
Kuroda también insistió que cursos de anatomía y el dibujo de un modelo de
desnudos en vivo fueran incluidos en el plan de estudios. En última instancia,
Kuroda estableció como su objetivo la enseñanza de la pintura de historia,
sintiendo que era el género más importante para los estudiantes a aprender. En
su opinión, pinturas que representan los mitos, la historia, o temas como el
amor o el coraje, en el que figuras pintadas en poses y composiciones que
reflejan estos temas tuvieran el mayor valor social. Coincidiendo con esto fue
la creación de una de sus obras más ambiciosas, la discusión sobre el Antiguo
Romance. La pintura fue una gran empresa, sino parecer haber sido uno de los
primeros para los que trabajaba Kuroda dibujos a carboncillo y bocetos al óleo.
Se iba a emplear esta técnica en la mayoría de su obra posterior, la enseñanza
a sus alumnos también. Hablar sobre el Antiguo Romance parece haber sido
concebido como un panel de pared, como con gran parte del trabajo de Kuroda,
que fue destruida durante la Segunda Guerra Mundial, dejando sólo los estudios
preparatorios para indicar su grandeza posible.
Kuroda fue por aquella época bien considerado
no sólo por los japoneses, sino por el mundo del arte en general, su tríptico
Sabiduría, Impresión, Sentimiento (terminado 1900) fue exhibido junto a su
trabajo junto al lago 1897 en la Exposición Internacional celebrada en 1900 en
París; recibió una medalla de plata. En 1907, los miembros de Hakubakai, Kuroda
entre ellos, expuesto en la primera exposición Bunten, patrocinado por el
Ministerio de Educación; su participación continuada condujo a la disolución
del grupo en 1911. Por otra parte, Kuroda ha sido nombrado pintor de la corte
en la Corte Imperial en 1910, convirtiéndose en el artista el yoga tal honor.
Desde entonces hasta el final de su vida su actividad artística se redujeron,
se convirtió en más de un político y un administrador, sólo la creación de
pequeñas obras destinadas a exhibición. En 1920, fue nombrado a la Cámara de
los Pares; en 1922, fue nombrado jefe de la Imperial Academia de Bellas Artes.
En 1923, fue galardonado con la Gran Cruz de la Legión de Honor, lo siguieron
numerosos otros honores del gobierno francés en los años anteriores. Kuroda
murió en su casa en Azabukogaicho el 15 de julio de 1924; inmediatamente
después de su muerte, el gobierno japonés le confiere una condecoración.
Para la mayoría de su carrera, Kuroda pintados
en un estilo que, aunque básicamente impresionista, debe mucho a su formación
académica también. En términos generales, sus obras plein air-son más
pictórico, menos terminado, que sus composiciones más formales.
Estilísticamente, se puede decir que debo mucho a pintores como Edouard Manet,
así como a la Escuela de Barbizon y su maestro de Collin.
"Maiko"
(Geisha-Lehrling) (1893)
En la cocina (1892)
Lectura 1882)
Jardín
(1912)
Entre los pintores pertenecientes al
Hakuba-kai, sobresale la figura de Fujishima Takeji (1867-1943): quizás haya sido
el que mejor ha fusionado el arte de Occidente con el tradicional de Japón: Su
obra se considera una de las fusiones más logradas del sentimiento japonés en
arte con la pintura de óleo de Occidente. La obra de Fujishima tiene aspectos
parecidos con la de un contemporáneo suyo español, Joaquín Sorolla (1863-1923),
sobre todo por el protagonismo que tiene la luz en las obras de los dos
artistas. Otros pintores de esta época fueron Okada Saburosuke (1869-1939),
Wada Sanzo (nacido en 1883) y Aoki Shigeru (1882-1911). El Perído de Meiji tuvo
una importancia incalculable en la formación del arte moderno de Japón. Por una
parte, el arte de estilo occidental terminó de aclimatarse en Japón y fue
adquiriendo características propias al ser asimilado por los artistas
japoneses. Por otra parte, el mismo arte de estilo tradicional japonés adquirió
nuevos valores y se renovó por completo al asimilar las nuevas técnicas
llegadas de Occidente. Esta renovación cultural, que tuvo lugar en Japón
después de los siglos de aislamiento del Período de Edo, no fue más que el
comienzo de una gran transformación, que se iba a realizar en los períodos
siguientes.
La
pintura japonesa de estilo occidental en el periodo Taishō, Kishida Ryūsei
En los anteriores artículos comenté muy por encima
el drástico cambio político y social que se produjo en Japón durante la segunda
mitad del siglo XIX, así como la obra de artistas pioneros que se dedicaron a
la pintura al óleo, una técnica prácticamente desconocida en el archipiélago
nipón hasta esos años.
Tras aquellos tanteos iniciales, una segunda
generación de pintores japoneses descubrió los innovadores movimientos
artísticos que iban surgiendo durante los comienzos de la nueva centuria en
Europa. Me estoy refiriendo al fauvismo, el cubismo, la abstracción o el
dadaísmo.
Eso ocurrió durante la segunda y tercera
décadas del siglo XX.
Pues bien, en este artículo hablaré de los
artistas que trabajaron en ese ambiente, todavía más innovador y rupturista que
el que se había respirado en la anterior época Meiji. Vamos a entrar en el
conocido como periodo Taishō.
El
ambiente del periodo Taishō
Tras el fallecimiento del emperador Meiji, se
inició un nuevo periodo histórico, denominado Taishō y que abarcó de 1912 a
1926. Centrándonos en los aspectos culturales, durante ese corto lapso de
tiempo se extendió por las grandes ciudades de Japón una fiebre modernizadora
entusiasta e imparable.
En la década de los veinte, no resultaba
extraño ver en locales y cafeterías de Tokio a jóvenes con pantalones de pata
de elefante y largas cabelleras escuchar ensimismados los primeros gramófonos
donde sonaba música de jazz, o a muchachas de cabello corto fumar indolentemente
al tiempo que saboreaban algún cóctel. En la ilustración siguiente vemos a una
de esas chicas modernas de la época, las denominadas moga, vocablo nipón creado
a partir de la expresión inglesa moderl girl.
Kobayakawa Kiyoshi: Alegre,
de la serie Estilos de maquillaje moderno, 1930, xilografía, 43x27 cm.
Como consecuencia del incesante incremento de
emigrantes procedentes de núcleos rurales, las grandes ciudades de Osaka y
Tokio crecieron de manera imparable. Sin embargo, en 1923, un terremoto asoló
la capital. En pocos minutos desaparecieron dos terceras partes de sus
edificios y fallecieron más de 140.000 personas. Pero una vez más, la gran urbe
desplegó toda su energía, y con gran decisión y celeridad se construyeron los
nuevos cimientos de la futura metrópolis.
La
pintura del periodo Taishō
En lo que respecta a la pintura, los cambios no
fueron ni menores ni menos radicales que los sociales. En concreto, el dadaísmo
se puso de moda siguiendo la estela desenfadada y hedonista de Berlín, la
inquieta capital germana. Pero no adelantemos acontecimientos.
En esta serie de artículos, voy a intentar
exponer de manera lo más clara posible la vorágine artística de la época,
aunque acepto que se trata de una misión imposible.
A principio del periodo Taishō, los artistas
que regresaban a Japón después de haber residido en Europa varios años,
sacudieron los cimientos de las tendencias pictóricas occidentales recién
introducidas en su país. En ese momento, eran el fauvismo, el cubismo, el
futurismo o el expresionismo los movimientos que estudiaban e intentaban
imponer en el panorama nipón, siempre ávido de recuperar el tiempo perdido. La
distancia entre las vanguardias europeas y japonesas se iba reduciendo
claramente.
Lo que se respiraba en esa segunda década del
siglo XX, no era más que el preludio de los movimientos verdaderamente
radicales y vanguardistas que proliferarán en los años veinte.
Pero vayamos por partes y veamos antes la obra
de otros artistas no tan rompedores.
Kishida
Ryūsei (1891-1929)
Kishida Ryūsei quizás sea el pintor del siglo
XX más valorado en el mercado japonés. Desde muy pronto, Kishida estuvo
influenciado por los impresionistas y postimpresionistas franceses, a los que
estudió “a distancia” copiando de forma autodidacta reproducciones que
encontraba en el estudio de Kuroda Seiki, donde había entrado a trabajar en
1908.
Como ejemplos de ese fase inicial de su carrera
citaría su primer autorretrato, el de Bernard Leach (del quien hablé en uno de
mis artículos sobre cerámica) y, sobre todo, su célebre Zanja en la colina que
se muestra en la ilustración siguiente.
Kishida Ryūsei: Zanja en la colina,
1915, óleo sobre tela, 53x53 cm. Museo Nacional de Arte Moderno de Tokio.
Se trata de una obra de atrevido encuadre y en
la que el protagonista de la composición es un polvoriento camino erosionado
por surcos producidos por el agua. Una sólida valla de tono blancuzco contrasta
con los dos colores dominantes, el azul del cielo y el ocre del terreno, una
vereda que no podemos saber a dónde conduce.
Sin embargo, Kishida se encontró muy pronto
incómodo con el empleo que hacía de unos avances pictóricos que se debían
precisamente a una tradición, la europea, no solo muy alejada de la suya, sino
de la que no se sentía con derecho para extraer beneficios en forma de estilos
que supuestamente rompiesen con ella.
Como consecuencia de tales planteamientos, se
exigió a sí mismo explorar un camino que los artistas de su país no habían
recorrido aún, a diferencia de los europeos. Debía dirigirse hacia las raíces
de la pintura del Viejo Continente. Poco a poco, estudió profundamente, primero,
la obra de Goya, a continuación la de Rembrandt, luego la de Mantegna y sobre
todo la de Durero, quien se convirtió en su paradigma a seguir.
Fruto de esa época es el retrato de 1916 que se
muestra en la ilustración siguiente. En esta obra vemos un personaje
representado con un realismo extremo y sosteniendo una casi escuálida flor en
su mano derecha, una pose muy “dureriana”.
Kishida Ryūsei: Retrato
de Koya Toshio, 1916, óleo sobre tela, 46x34 cm. Museo Nacional de Tokio.
Tras esa etapa, en los años veinte, Kishida
abandonó su obsesión realista y volvió su vista hacia el arte oriental y el
chino clásico para estudiarlo profundamente. No obstante, su producción más
celebrada de esa época parece poco deudora de su investigación de la tradición
asiática. Me refiero a la serie de retratos de su hija Reiko que pintó a lo
largo de una década, desde 1918, cuando solo tenía 5 años, hasta la muerte del
artista. Uno de ellos es el de la ilustración siguiente.
Kishida Ryūsei: Reiko
bailando, 1924, óleo sobre tela, 91x53 cm. Museo Ōhara de Kurashiki.
Durante sus últimos años, Kishida se vio
obligado a vivir casi recluido en su residencia a causa de la tuberculosis.
Hasta su fallecimiento a los 38 años, su única forma de practicar la pintura
fue retratar a su entregada hija convertida en musa. En sus primeros retratos
todavía es palpable la búsqueda de un cierto realismo y el gusto por contrastar
sus suaves facciones con la textura de sus vestidos. Sin embargo, muy pronto
comenzó a alterar las proporciones de la cabeza, manos y ojos de su modelo, un
rasgo que se convirtió en recurrente en su etapa.
Yorozu
Tetsugorō (1885-1927)
Yorozu Tetsugorō se graduó en la Escuela de
Bellas Artes de Tokio en 1912 con un óleo titulado Belleza desnuda que se
reproduce en la ilustración siguiente. La obra despertó un gran interés desde
el primer momento y se convirtió en un verdadero hito en el panorama artístico
japonés.
Yorozu Tetsugorō: La
belleza desnuda, 1912, óleo sobre tela, 162x97 cm. Museo de Arte Moderno de
Tokio.
Aunque en esa tela, verdadero pistoletazo de
salida de su corta pero brillante carrera, todavía se podían encontrar rasgos
impresionistas, ya se apreciaba en ella un toque fauvista que rompía con el
estilo de Kuroda Seiki, comentado hace unas semanas y que por esos años ya se
había aceptado oficialmente en Japón.
Yorozu no dejó nunca de experimentar con los
movimientos europeos más vanguardistas de la época, ya fueran el cubismo, el
futurismo o la abstracción. Su Autorretrato con ojos rojos, que se muestra en
la siguiente ilustración, es una perfecta muestra de su época fauvista y el primero
de una intrigante serie de autorretratos en los que siempre aparece con mirada perdida
en entornos irreales pero subyugantes.
Yorozu Tetsugorō: Autorretrato
con ojos rojos, 1912, óleo sobre tela, 60x45 cm.
Museo Nacional de Arte
Moderno de Tokio.
En otros casos, como el de la reproducción
siguiente, incorpora unas enigmáticas nubes semejantes a la que aparecía en su
Belleza desnuda.
Yorozu Tetsugorō: Autorretrato
con nubes, 1912, óleo sobre tela, 59x49 cm.
Museo Ōhara de Kurashiki.
Yorozu fue un inquieto artista que no solo
estaba al día de las últimas tendencias europeas, sino que no dudaba en
experimentar constantemente con ellas. Lo meritorio de su caso es que todas sus
investigaciones y estudios los hizo a través de publicaciones y libros, sin
haber viajado nunca a Europa. Su producción está tachonada de jalones
históricos: fue él quien realizó el primer cuadro fauvista japonés, el primero
cubista y el primero abstracto, algo realmente difícil de encontrar en la
historia del arte moderno de cualquier país.
En la ilustración siguiente se reproduce esa
obra no figurativa que Yorozu ejecutó entre 1912 y 1913. Si tenemos en cuenta
que las primeras pinturas cien por cien abstractas las realizaron en 1911 el
ruso Kandinski (1866-1944) y el checo Kupka (1871-1957), debe reconocerse el mérito
de Yorozu. Recién comenzado el periodo Taishō, los artistas japoneses ya no
estaban muy atrasados respecto a los movimientos vanguardistas europeos.
Yorozu Tetsugorō: Sin
título, 1913, óleo sobre tela, 24x35 cm. Museo de la Prefectura de Iwate,
Morioka.
Esa obra abstracta de Yorozu se titulaba Mu
dai, es decir, Sin título, algo muy adecuado para un cuadro abstracto. En él y
rompiendo con la tradición pictórica japonesa, Yorozu manipulaba sutilmente la
superficie de óleo para crear una especie de vibrantes oleadas de color, por
una vez no confinadas entre líneas.
El óleo que se muestra en la reproducción
siguiente es otro ejercicio pionero del pintor japonés. En este caso se trata
de un sugerente juego cubista que cuando se expuso por primera vez en 1917
levantó enfervorizadas críticas.
Yorozu Tetsugorō: Mujer
reclinada, 1917, óleo sobre tela, 162x112 cm.
Museo Nacional de Arte
Moderno de Tokio.
La importancia de la obra de Yorozu no radica
tanto en la forja de un estilo propio, como en la constante y atrevida
experimentación con técnicas y estilos. Desde el primer momento, cuando todavía
era estudiante, el artista japonés reconoció la influencia que ejercieron en
sus planteamientos las obras de Van Gogh y Matisse, algo que en el Japón de
1912 resultaba realmente innovador.
Umehara
Ryūzaburō (1888-1986)
Umehara Ryūzaburō estudió en el taller de Asai
Chū antes de marchar a París en 1908, donde conoció a Renoir y Picasso, entre
otros. Precisamente, el pintor malagueño le recomendó que viajara a España para
familiarizarse con un tipo distinto de luz. En 1913 regresó a Japón.
Uno de los rasgos más evidentes de la obra de
Umehara es su fuerte cromatismo, una característica que algunos especialistas
consideran que es una influencia del ambiente que se respiraba en el negocio de
su familia en Kioto, un local donde se realizaba el teñido y estampado de telas
para kimono.
Tal y como manifestó él mismo varias veces,
Umehara quedó muy pronto prendado del color y optimismo que desprendían los
cuadros de Renoir, de quien fue pupilo y admirador incondicional; algo parecido
a lo que le ocurrió cuando conoció los murales de Pompeya, lugar que visitó en
1912 por recomendación de su maestro francés. Los frescos de Pompeya, que copió
y estudió in situ, le inspiraron una serie de obras que tituló Narciso. Una de
ellas se reproduce en la ilustración siguiente.
Umehara Ryūzaburō: Narciso,
1913, óleo sobre tela, 75x59 cm. Museo Nacional de Tokio.
Las figuras de Umehara no pueden negar la
influencia de Renoir. Incluso él mismo escribió:
“Últimamente, no sé bien cuánto de mi obra es
mío y cuánto es de Renoir”. Una duda que puede resolverse contemplando el óleo
de la ilustración siguiente. A diferencia de Yorozu, de quien hablé en el
artículo anterior, Umehara fue fiel a un único estilo que fue depurando y refinando
a lo largo de su extensa carrera.
Umehara Ryūzaburō: Desnudo
parcial, 1913, óleo sobre tela, 51x41 cm. Museo Nacional de Arte Moderno de
Kioto.
Cuando Umehara visitó Pekín en 1939, quedó
impresionado por la prestancia de los edificios de la ciudad. A partir de los
apuntes que tomó durante su estancia en China, una vez en su país, pintó
numerosos óleos donde dominaban el rojo y verde aplicados con vigorosas y espesas
pinceladas, algo que se aprecia en la ilustración siguiente.
Umehara Ryūzaburō: El
palacio de Tzu-chin-ch’eng, 1940, óleo sobre tela, 59x45 cm. Fundación Eisei
bunko, Tokio.
En la última etapa de su vida, Umehara intentó
fusionar las posibilidades de su paleta impresionista con las de los pigmentos
tradicionales japoneses. Para ello, no dudó en mezclar ambos medios en busca de
nuevos efectos. De esa época es la obra de la ilustración siguiente, unos años
durante los cuales el artista realizó un giro radical en su obra. Fue entonces
cuando abandonó su temática preferida, la figura humana, para dirigir su mirada
al paisaje.
Umehara Ryūzaburō: El
volcán Asama en otoño, 1959, temple sobre papel, 22x31 cm.
Museo Municipal de Arte de
Kioto.
Yasui
Sōtarō (1888-1955)
Yasui Sōtarō estudió pintura occidental en el
taller de Asai Chū, donde tuvo de compañero a Umehara. Ya dije al hablar de
este último que ambos coincidieron en muchas cosas, amén de ser buenos amigos.
Nacieron en la misma ciudad y en entornos familiares semejantes, de jóvenes
estudiaron en el mismo instituto, se encontraron en París a principios de siglo
y, tras la guerra, los dos impartieron clases en la Escuela de Bellas Artes de
Tokio. Pero, a pesar de todas esas semejanzas, su obra y su personalidad fueron
muy diferentes.
En 1907, Yasui viajó a París, donde asistió a
la misma academia de pintura que su amigo Umehara. Durante su estancia de ocho
años en Francia, descubrió la obra de Pisarro, la de Matisse y sobre todo la de
Cézanne, un artista que le impresionó enormemente.
Cuando la Primera Guerra Mundial le forzó a
regresar a Japón en 1914, Yasui se convirtió en uno de los personajes más
notables del panorama artístico japonés. Sin embargo, seguramente debido al
diferente ambiente que se respiraba en su país respecto al que conoció y al que
se había acostumbrado en la capital francesa, entró en una profunda depresión
que duró una década y durante la cual apenas nada salió de sus pinceles.
Yasui Sōtarō: Retrato
de mujer, 1930, óleo sobre tela, 115x87 cm.
Museo Nacional de Arte
Moderno de Kioto.
Las pinturas más reconocidas de Yasui son los
retratos. La reproducción anterior es de una de las primera obras que realizó
el artista tras superar su crisis creativa. En ella aparecen ya muchos de los
rasgos que definen su estilo: elegancia del personaje, valor formal del kimono,
fondos de tonos neutros y un marcado interés por extraer todas la posibilidades
expresivas del trazo. Respecto a este último elemento, comprobamos que a pesar
de que la línea ya no delimita tan claramente los objetos como en la pintura
tradicional japonesa, desempeña un notable papel en la composición del cuadro,
generalmente centrado en representar el diseño de la vestimenta.
Yasui Sōtarō: Retrato
de Ching Jung, 1934, óleo sobre tela, 71x57 cm.
Museo Nacional de Arte
Moderno de Tokio.
En el retrato de la ilustración anterior, Yasui
encontró la forma de complementar la técnica realista occidental con la
tradición pictórica de su país; me explicaré. En este cuadro ya no aparecen
colores densos y pastosos, pues no le habrían servido para plasmar las
sutilezas del estampado, en este caso un vestido no japonés, sino chino.
Gracias a esa ligereza, Yasui logró con el óleo la misma frescura que hubiera
obtenido empleando medios tradicionales nipones.
Había alcanzado ya un nivel en el que la
técnica no le suponía obstáculo alguno para su expresividad.
Por otro lado, la composición de esa obra está
llena de “toques” japoneses. El fondo es un telón neutro y vacío donde apenas
existen sombras, la silla y el cojín del respaldo están delineados con trazos
que cierran parcialmente su color, y el claroscuro es muy sutil, casi inapreciable,
resaltando de esa manera la importancia de las superficies planas, una constante
en la pintura tradicional del Japón.
La ilustración anterior muestra uno de los
pocos paisajes que Yasui realizó durante el año en que Japón se embarcó en la
guerra del Pacífico contra Estados Unidos. Se trata de una obra Yasui.
Yasui Sōtarō: El monte
Yakedake, 1941, óleo sobre tela, 52x64 cm. Museo de Arte Menard, Komaki, prefectura
de Aichi.
La ilustración anterior muestra uno de los
pocos paisajes que Yasui realizó durante el año en que Japón se embarcó en la
guerra del Pacífico contra Estados Unidos. Se trata de una obra donde resulta
muy fácil rastrear las reminiscencias de la serie de cuadros que su admirado
Cézanne realizó sobre la montaña de Sainte Victoire cuando vivió en Aix. Uno de
ellos se reproduce a continuación.
Paul Cézanne: La
montaña de Santa Victoria vista desde Bibénius, c. 1897, óleo sobre tela,
65x81 cm. Museo de arte de Baltimore.
En la ilustración siguiente vemos un retrato de
la nieta de Yasui, en el cual intentó plasmar la frescura, despreocupación y
vitalidad de una modelo que, por obvias razones, difícilmente podía quedarse
quieta. Precisamente, lo que el artista buscaba era diferenciar esa obra de otras
similares realizadas por encargo y en las que, según sus propias palabras, a
pesar de la adecuada técnica, podían carecer de espontaneidad y vitalidad.
Yasui Sōtarō: Nieta,
1950, óleo sobre tela, 90x71 cm.
Museo Ōhara de Kurashiki.
En los dos últimos artículos he hablado dos
artistas, Umehara y Yasui, que marcaron el panorama pictórico nipón de la
década de los treinta del siglo XX. Ciertamente, esos años ya no pertenecían al
periodo Taishō, que finalizó en 1926, pero el arte nunca se ha dejado encasillar
ni en fronteras geográficas ni en temporales, por mucho que se haya intentado.
Las
asociaciones de artistas
Por poner una fecha, se podría decir que 1920
marcó un hito en la evolución de la pintura japonesa más rompedora. Por un
lado, en ese año se fundó la Asociación de Arte Futurista, conocida como
Mirai-ha (su nombre completo era Mirai-ha bijutsu kyōkai), cuyos socios rechazaban
frontalmente el sistema institucional que giraba en torno a la Escuela de
Bellas Artes de Tokio. Por otro, en octubre de ese mismo año, se inauguró en
Tokio la Exposición de Pintura Rusa en Japón, donde se exhibieron más de
cuatrocientas obras de artistas como Malevich (1879-1935) y Tatlin (1885-1953).
Esa misma muestra se presentó más tarde en Kioto y Osaka, lo que permitió a
muchos japoneses descubrir la producción de casi treinta pintores del país
eslavo que abarcaban un amplio abanico de tendencias, desde el primitivismo al suprematismo.
La década de los veinte en Japón fue muy
fructífera en movimientos que repudiaban las corrientes pictóricas occidentales
más tradicionales. Además de la Mirai-ha, en 1922 se fundó el grupo denominado
Action, cuyo nombre japonés (Akushon) era la transcripción directa de la
palabra inglesa, y que como su predecesora también desapareció pocos años
después. Pero la asociación que más actividad desplegó durante esa década fue
Mavo, fundada en 1923 poco después de haberse disuelto la Mirai-ha.
El ambiente de los dorados veinte propiciaba
todo tipo de investigaciones y experimentos pictóricos y que no pocos artistas
se incorporasen sucesiva o incluso simultáneamente a varias asociaciones que
proponían diferentes planteamientos o teorías. A partir de hoy y durante unas
pocas semanas comentaré la obra de algunos de ellos.
Kanbara
Tai (1898-1997)
El manifiesto futurista de Marinetti
(1876-1944) se tradujo al japonés en 1909, el mismo año de su publicación en
Francia, un hecho que demuestra que los japoneses estaban al día de lo que
acontecía en la Europa más inquieta y vanguardista. Cuando, en 1916, Kanbara
Tai lo descubrió quedó tan impresionado que no dudó en ponerse en contacto con
el italiano y mantener con él una larga correspondencia durante años.
Sin embargo, a Kanbara no le interesaba
demasiado el aspecto meramente mecanicista de lo que proponía Marinetti, sino
que prefería interpretar el dinamismo de manera más emocional y próxima al
fauvismo, dos posiciones que parecen contradecir los estereotipos que solemos asignar
a italianos y japoneses.
Kanbara estuvo muy relacionado con las dos
asociaciones mencionadas, Action y Mavo, y precisamente en 1922 redactó el
manifiesto fundacional de la primera.
Durante la década de los veinte, el artista
japonés realizó una serie de obras de flamígeras formas abstractas, como las
que aparecen en las dos ilustraciones siguientes, cuyos títulos aludían a
piezas musicales.
Kanbara Tai: Corrientes
de vida, creación musical, Sinfonía nº 35, 1919. Óleo sobre tela, 116x90
cm. Museo Municipal de Arte de Tokio.
En el óleo de la fotografía anterior, Kanbara
creó una casi crepuscular atmósfera que debía producir en el observador
sensaciones semejantes a las que sugería su título, unas impresiones abstractas
y casi físicas como las que se experimenta al escuchar una composición musical.
Kanbara Tai: Sobre El
poema del éxtasis de Scriabin, 1922-25,
óleo sobre tela, 117x90
cm. Museo Nacional de Arte Moderno de Tokio.
La fotografía anterior es de una obra realizada
en los años veinte que también incorporaba una alusión musical, que en este
caso resultaba muy explícita y tenía que servir de guía para percibir
determinadas sensaciones al escuchar la pieza a la que se refiere su título.
Kanbara Tai: Notas de
un pesimista C, 1923, óleo sobre tela, 60x50 cm.
Museo Nacional de Arte
Moderno de Tokio.
La ilustración anterior y la siguiente son de
sendos cuadros que forman parte de una extensa serie titulada Notas de un
pesimista. En ella, Kanbara creó amplias superficies de color con una
paleta más oscura de lo habitual en él, aunque no por ello menos sutil.
Kanbara Tai: Notas de
un pesimista E, 1923, óleo sobre tela, 60x50 cm.
Museo Nacional de Arte
Moderno de Tokio.
Las composiciones de Kanbara Tai son fruto de
su personal interpretación del futurismo italiano y ruso pasada por el filtro
de su desbordante vena expresiva. En todas ellas, a pesar de su abstracción,
late el impulso vital de un gran artista.
Koga
Harue (1895-1933)
Koga Harue tuvo, como muchos de sus colegas,
una corta vida, que en su caso quedó marcada por una insistente sucesión de
tristes acontecimientos. Todavía muy joven, vio como su compañero de habitación
se suicidaba; en 1920 su único hijo nació sin vida, y en 1924 su mujer fallecía
de una enfermedad.
Los primeros años de la corta carrera de Koga
pueden interpretarse como un indeciso recorrido por diversos movimientos
europeos como el primitivismo o el cubismo, o quizás como una simple fase de
aprendizaje antes de forjarse un estilo propio. De cualquier forma, después de
una serie de obras creadas a mediados de los veinte, en las que la influencia
de Paul Klee (1879-1940) era palpable, a finales de esa década realizó los que,
en mi opinión, son sus mejores cuadros.
Koga Harue: Una
sencilla noche de luna, 1929, óleo sobre tela, 117x91 cm. Museo de Arte
Bridgestone, Tokio.
El óleo de la ilustración anterior es de una de
las obras de Koga que preludian su última fase abiertamente surrealista. La
yuxtaposición, aparentemente aleatoria, de los diferentes elementos de la
composición no deja de resultar poética.
Koga Harue: El Mar,
1929, óleo sobre tela, 130x162 cm. Museo Nacional de Arte Moderno de Tokio.
Sin duda, la obra más reconocida de Koga es la
titulada El mar, un optimista collage visual sobre los avances técnicos de la
época. Un dirigible, un centro fabril y un submarino, curiosamente seccionado para
mostrar su interior, eran los emblemas de la sociedad moderna, a la que parece
saludar una inesperada bañista que parece a punto de saltar al agua.
Para la figura de esa mujer, el artista se
inspiró en una foto de la actriz americana Gloria Swanson, en la que aparecía
de puntillas en la cubierta de un yate y con ese atuendo. La instantánea era de
una escena del corto mudo titulado Teddy at the Throttle, de 1917. Teddy era el
perro que vemos tras ella con las patas sobre el timón, es decir, "al
acelerador" del bote.
Koga Harue: Paisaje en
el mar profundo, 1933, óleo sobre tela, 129x161 cm. Museo de Arte Ōhara de
Kurashiki.
De 1933, el año de su muerte, es la obra
reproducida en la fotografía anterior, una buena muestra del surrealismo que se
puso de moda en Japón tras la traducción de los manifiestos de André Breton en
1930.
Nakahara
Minoru (1893-1990)
Nakahara Minoru se graduó en el Instituto Nipón
de Odontología en 1915 y completó sus estudios de esa especialidad en Harvard
en 1918. A continuación se trasladó a Francia, donde, además de servir en el cuerpo
médico del ejército, decidió estudiar pintura. Cuando regresó a Japón en 1923,
ingresó como profesor en el instituto donde había estudiado de joven. A partir de
ese momento alternó su profesión como dentista con su afición por el arte
pictórico.
Nakahara, Minoru: El
nacimiento de Venus, 1924, óleo sobre tela, 115x90 cm.
Colección particular. Foto
en The Dream of a Museum, 120 years of the concept
of the “bijutsukan” in
Japan. Museo
de Arte de la prefectura de Hyōgo, 2002.
La anterior reproducción es de la obra más
conocida de Nakahara. Cuando, en 1924, la presentó en la segunda exposición de
Action, levantó duras críticas de los vanguardistas más puristas, quienes le
acusaban de plagio por el empleo de una iconografía demasiado similar a la de
los alemanes George Grosz (1893-1959) y Otto Dix (1891-1969), artistas que
realizaron su producción más representativa durante la década de los veinte.
No se puede negar que, además de los rótulos
escritos en alemán, el uniforme del soldado que aparece en el centro de la zona
inferior, el individuo con frac, el violín y otros muchos elementos de su
composición reflejan un ambiente claramente germano, incluso podría decirse que
berlinés. No había nada en el cuadro que recordara, aunque fuera mínimamente,
un ambiente nipón; sin duda, un hecho que, para los más radicales, resultaba poco
justificable en una obra no abstracta de un artista japonés.
No obstante, creo que no se puede negar el
impacto que produce ese óleo. El contraste casi brutal que genera la anónima mujer,
con su medio cuerpo escarlata, entre la gran cantidad de elementos de colores
grises y terrosos es evidente. Son los símbolos de una sociedad ensimismada
ante los nuevos placeres que le aportan los felices veinte, una situación que recuerda
los tiempos cuando el también efímero “mundo flotante” nipón se reflejaba en
los grabados ukiyo-e.
Nakahara, Minoru: Cielo
y tierra. (Atómico nº 1), 1925, óleo sobre tela, 196x200 cm. Colección
particular. Foto en The Dream of a Museum, 120 years of the concept of the
“bijutsukan” in Japan. Museo de Arte de la prefectura de Hyōgō, 2002.
En la obra de la ilustración anterior, también
conocida con el título de Cosmos, Nakahara empleó los mismos métodos para
ensamblar objetos abstractos que hacían referencia a su título, aunque esta vez
lo hizo de forma algo menos abigarrada. El resultado recordaba el surrealismo
onírico occidental.
Llegado a este punto, después de haber
comentado, muy sucintamente, la obra pionera de Kanbara, Koga y Nakahara, me
gustaría hablar de la producción artística surgida alrededor de una de las más
notables asociaciones de artistas japoneses de los años veinte de la pasada centuria.
Me estoy refiriendo a MAVO.
Murayama
Tomoyoshi (1901-1977)
Murayama Tomoyoshi nació en el seno de una
familia de médicos y profesores, aunque no demasiado solvente desde el punto de
vista económico. Tras el fallecimiento de su padre, la vida del joven Murayama
creció bajo dos importantes influencias. Por un lado, la del entorno cristiano
de su madre, gracias al cual conoció la cultura y arte europeos. Por otro, la
de sus contactos con importantes activistas sociales que conformaron sus
tendencias contestatarias.
En el fondo, Murayama fue un autodidacta en lo
que se refiere a la pintura. Primero practicó la acuarela y más tarde se inició
en el óleo; pero lo que marcó indeleblemente su futuro como artista fue su
viaje a Berlín en febrero de 1922. Por esos años, la capital alemana atravesaba
una enorme crisis económica y en su ambiente artístico imperaba la crítica y el
activismo social del dadaísmo anarquista, representado por George Grosz y Otto
Dix, entre otros.
De vuelta en Japón, Murayama comenzó a publicar
artículos sobre arte y a exponer sus obras. En mayo de 1923, presentó una serie
de cuadros en una muestra que tituló, en japonés y alemán, Pequeñas obras de
constructivismo consciente de Maruyama Tomoyoshi.
La que aparece en la ilustración siguiente es
la única de las que incluyó en esa exhibición que ha llegado hasta nuestros
días.
Todas las reproducciones que incluyo en este
artículo pertenecen al libro de Gennifer Weisenfeld: Mavo. Japanese artists and
the avant-garde, 1905-1931. Berkeley: University of California Press, 2002.
Murayama Tomoyoshi: Dedicado
a las hermosas jóvenes, 1922, collage y óleo sobre tela, 93x80 cm. Colección
particular.
Ese cuadro de Murayama es una superposición de
formas, unas planas y otras con efecto de claroscuro; guarismos de palabras y
números, y elementos en collage, como el trozo de tela acolchada con aspecto de
L invertida. Su composición tiene poco que ver con el título de la obra,
excepto por haberlo rotulado en el lado izquierdo de la tela con unas
sorprendentes letras de estilo gótico en sentido vertical.
A partir de ese momento, Murayama elaboró una
teoría, que denominó del constructivismo consciente, en la cual repudiaba el
realismo al tiempo que proponía un sistema basado en una abstracción no
necesariamente anti figurativa. En el fondo, era un rechazo directo del postimpresionismo
y del expresionismo.
El
nacimiento de Mavo
El bautizo del grupo Mavo se produjo en julio
de 1923 cuando se reunieron, además de Maruyama, cuatro artistas adscritos al
movimiento futurista (la asociación Mirai-ha): Yanase Masamu (1900-1945), Ogata
Kamenosuke (1900-1942), Ōura Shūzō (1890-1928) y Kadomaki Shinrō (1900-1924).
Como los fundadores de Mavo nunca aclararon
suficientemente de dónde provenía el nombre que habían otorgado a su
asociación, muy pronto aparecieron varias teorías al respecto, algunas incluso
basadas en declaraciones del propio Maruyama. Como he dicho ya varias veces en
otros artículos, siempre que se da este tipo de casos resulta interesante, e
incluso divertido, conocer algunas de esas hipótesis.
La más extendida de esas teorías afirmaba que
el vocablo Mavo surgió como resultado de lanzar al aire papeletas en las que se
había escrito, en alfabeto romano, cada una de las letras de los nombres de los
participantes en aquella reunión del mes de julio de 1923. Sin embargo, a
partir de ese punto, vuelven a existir divergencias entre las diferentes
hipótesis sobre cómo se eligieron únicamente cuatro de ellas. Unas consideraban
que se escogieron las caídas en la mesa donde estaban reunidos. Otras sostenían
que se seleccionaron las más cercanas o quizás las más alejadas. Sin embargo,
con la aparición de la V en la palabra MaVo se producía una contradicción: esa
letra no existe como tal en la transcripción de ningún vocablo japonés.
Ante ese inconveniente, había quien decía que
en la reunión fundacional también estaba presente la pintora rusa Varvara
Bubnova (1886-1983), una artista que vivió en Japón de 1923 a 1958.
Curiosamente, si hubiese sido así, también se habría tenido que hacer la transcripción
al alfabeto romano de su nombre, que en cirílico se escribe Bapвáрa, sin ninguna
“v”, aunque es cierto que esa “в”, en el idioma eslavo, es una consonante
fricativa que suele transcribirse empleando la “v”.
Creo que en este blog ya he dicho bastantes
veces que me resulta divertido conocer las elucubraciones que llegan a
pergeñarse para intentar demostrar teorías preconcebidas que muchas veces están
basadas en simples suposiciones. O ¿es que no es posible que semejantes
artistas, iconoclastas como el que más, eligieran el nombre de otra forma aún más
aleatoria? Pero volvamos a la pintura.
La
primera exposición de Mavo
Casi inmediatamente, la recién nacida Mavo
organizó una exhibición en la que se aceptaba a todos los pintores rechazados
por la Nika-kai.* Con ello pretendía mostrar su deseo de hacer tabla rasa y
enfrentarse no solo a los estilos ya aceptados oficialmente y a las
organizaciones institucionales, sino incluso a los movimientos pretendidamente
vanguardistas que se apoyaban en reglas establecidas y fijas. El espíritu
rupturista de Mavo quedaba patente ya desde esos inicios.
* La Nika-kai, o Grupo de la Sección Segunda,
fue una agrupación de pintores fundada en 1914 con el fin de organizar
exposiciones de los artistas que habían sido rechazados por los salones e instituciones
oficiales.
Muy pocas obras de esa primera muestra de Mavo
han llegado hasta nuestros días y de otras solo ha quedado constancia
fotográfica. Una de las primeras es la que se muestra en la siguiente
ilustración, precisamente un óleo que Murayama había pintado en Europa y que acarreó
consigo en su regreso a Japón.
Murayama Tomoyoshi: Retrato de una
joven judía, 1922, técnica mixta y óleo sobre tela, 40x27 cm. Museo
Nacional de Arte Moderno de Tokio.
Se trata de una obra muy similar a la que he
comentado en primer lugar, Dedicado a las hermosas jóvenes, y que como ella
tiene la particularidad de incorporar textos hebreos y jugar con efectos
ilusionistas que representan objetos tridimensionales pegados al lienzo a modo
de collage.
Otra de las piezas que Murayama expuso en esa
muestra, y de la que solo existe constancia gracias a una fotografía, debió
resultar para el público de la época verdaderamente inverosímil. Se trataba de
la obra que se reproduce en la siguiente ilustración y que superaba el concepto
de pintura para convertirse en un cúmulo de “objets trouvés” al estilo de Duchamp.
Murayama Tomoyoshi: Trabajo empleando
flor y zapato, 1923, técnica mixta, obra perdida. Fotografía del catálogo
de la primera exposición Mavo.
Murayama utilizó una vieja caja de madera que
convirtió en un insólito escaparate, en el cual un elegante zapato femenino de
tacón y un ramillete de flores con un lazo parecían encontrarse fuera de
contexto. Guiándonos por la fotografía de la obra, en el fondo de esa especie
de cajón también se vislumbran unas figuras y una caligrafía.
A pesar de que 1923 fue el año de nacimiento de
Mavo, por lo que realmente se recuerda esa fecha es por el devastador terremoto
que arrasó Tokio apenas un mes después de clausurar la primera exposición de la
asociación.
La imperiosa necesidad de acometer los trabajos
de reconstrucción en una ciudad que había perdido dos terceras partes de sus
edificios y más de 150.000 habitantes, estimuló los ímpetus radicales, tanto
sociales como artísticos, de Mavo. No voy a comentar aquí los planteamientos
políticos de la asociación y sus artistas ante esa situación; solo hablaré de unas
pocas de sus propuestas, algunas de ellas realmente insólitas.
El año 1924 fue uno de los más efervescentes en
la actividad de Mavo. Sus integrantes organizaron sendas exposiciones en los
meses de julio, noviembre y diciembre, en las cuales, además de presentar
rotativamente la obra de sus artistas, ofrecieron un tipo de actuaciones que
podrían considerarse un insólito precedente de los happenings que aparecerán
cincuenta años más tarde.
Todas las fotografías que incluyo en este
artículo pertenecen al libro de Gennifer Weisenfeld:
Mavo. Japanese artists and the avant-garde,
1905-1931. Berkeley: University of California Press, 2002.
Sumiya Iwane, Okada Tatsuo
y Takamisawa Michinao: Danza, 1924,
fotografía aparecida en el
número 3 de la revista Mavo.
De la ilustración anterior puede extraerse una
ligera idea de lo insólito que debían de ser en esa época semejantes acciones,
algo que hoy consideraríamos sin más como una verdadera performance. Se trata
de una fotografía realizada en agosto de 1924 y que apareció en el número tres
de la revista Mavo de septiembre de ese año. En ella vemos a Okada Tatsuo (1900-1935)
y Sumiya Iwane (1902-1995) en calzoncillos y en un precario equilibrio haciendo
la vertical y a Takamisawa Michinao (1899-1989) colgado boca abajo con los
brazos en cruz.
Está documentado que ese tipo de acciones de
los artistas de Mavo se convertían en improvisadas coreografías sobre un
acompañamiento musical ejecutado por los mismos integrantes del grupo, quienes
empleaban los más insólitos objetos a modo de instrumentos, siguiendo algunas
de las propuestas futuristas del italiano Luigi Russolo (1883-1947).
Seguramente, las escenificaciones sin
significado aparente que realizaba Mavo eran aportaciones personales de
Maruyama y fruto de su estancia en Alemania de 1922 a 1923, donde pudo asistir
a espectáculos de danza de Mary Wigman (1886-1973) y teatrales de Max Reinhart
(1873-1943). Gracias a ello, el pintor pudo ir más allá de su especialidad y adentrarse
en el campo del teatro, de la música y de la danza. Como resultado, muchas de las
actuaciones de los integrantes de Mavo eran productos que echaban mano de
diversas especialidades artísticas, mezclándolas, pero sin ánimo de fusionarlas
de forma ortodoxa.
A pesar de la implicación inicial de Maruyama
en la organización de Mavo, su dedicación a las acciones extrapictóricas
comentadas provocó que, poco a poco, se fuera introduciendo más y más en el
mundo del arte escénico, un medio que desde su estancia en Alemania le atraía
por su potencial integrador.
Quizás el definitivo punto de inflexión se
produjo cuando Maruyama diseñó la escenografía para la obra De la mañana a la
noche de Georg Kaiser (1878-1945), estrenada en diciembre de 1924 en el Pequeño
Teatro de Tsukiji, verdadero panteón del nuevo teatro japonés. La pieza de
Kaiser era una muestra del expresionismo alemán que se había estrenado en su
país en 1919. La fotografía siguiente es de ese montaje teatral.
Murayama Tomoyoshi:
Escenografía para De la mañana a la medianoche de Georg Kaiser,
representada en diciembre de 1924 en el Pequeño Teatro de Tsukiji.
En su trabajo, Maruyama organizó las escenas de
la obra en zonas diferenciadas dentro de un único decorado con varios niveles.
La abigarrada yustaposición de temas figurativos, motivos abstractos,
geométricos y tipográficos la extendió incluso al vestuario de los personajes.
Su escenografía no podía negar su parentesco constructivista, algo muy lógico
porque ese mismo año Maruyama había traducido un ensayo de Kandinsky
(1866-1944) titulado Sobre la composición de la escena.
Ese gradual distanciamiento de Maruyama de la
actividad pictórica de Mavo y las desavenencias entre algunos miembros del
grupo provocaron el abandono de varios de ellos y, finalmente, la definitiva
desaparición de la entidad en 1926.
Murayama Tomoyoshi: Construcción,
1925, óleo y técnica mixta sobre madera, 84x112 cm. Museo Nacional de Arte Moderno
de Tokio.
En la ilustración anterior se reproduce una
obra pictórica realizada mediante lo que suele denominarse técnica mixta,
debido a la cantidad de elementos heterogéneos utilizados en su ejecución. Por
un lado, Maruyama empleó objetos reciclados por su apariencia desgastada y envejecida
y, por otro, rompió el teórico marco proyectando fuera de él uno de los
listones de su collage.
La revista Mavo Los integrantes de Mavo
publicaron, entre 1924 y 1925, siete números de una revista titulada con ese mismo
nombre. Su ideario se planteaba llegar al límite del conocimiento y de la pasión
mediante la poesía, la danza, el teatro, la pintura y la arquitectura. Por
cierto, no he comentado que, a raíz del terremoto de Tokio de 1923, la
actividad de Mavo en este último campo fue notable, aunque discutible.
El aspecto tipográfico del boletín resultó
verdaderamente innovador para la época, como no se podía esperar menos de los
integrantes del grupo. En su interior se incluían tanto reproducciones como
originales de pintores, artículos literarios, traducciones de ensayos europeos,
manifiestos y referencias a artistas vanguardistas del Viejo Continente, con
especial hincapié en los constructivistas rusos.
Como ejemplo de su radicalismo, en la
ilustración siguiente se muestra la portada del número de septiembre de 1924 de
Mavo, una verdadera proclama de radicalidad. En ella, además de textos con
diferente cuerpo, tamaño y orientación, aparecía un collage de etiquetas comerciales,
pelo humano e incluso un petardo que la censura obligó a retirar. En los magazines
de 1924 predominaban los artículos sobre artes plásticas, pero a partir de
junio de 1925 las colaboraciones literarias ocuparon gran parte de su
contenido.
El fuerte compromiso ideológico de sus
integrantes, provocó que los enfrentamientos entre los anarquistas y los
marxistas se volvieran insostenibles en 1926, año de la completa disolución de
Mavo.
Portada del nº 3 de la revista Mavo,
septiembre de 1924, collage de pelo humano,
etiquetas y un petardo que la censura
ordenó retirar. Colección particular.
Pintura
moderna japonesa: la pintura yōga del periodo Shōwa
El
ambiente del periodo Shōwa hasta 1945
El periodo imperial Shōwa fue el más largo de
todo el siglo XX, pues abarcó desde 1926 hasta 1989. Sin embargo, en sus más de
60 años existen dos etapas claramente diferenciadas: la que abarcó de 1926
hasta el final de la Guerra del Pacífico en 1945 y la que discurrió desde esa
fecha hasta 1989. Hoy solo hablaré de esa primera fase, pues la segunda tuvo
unas características muy, pero que muy diferentes en todos los aspectos.
Aunque oficialmente el periodo Shōwa comenzó en
1926, el ambiente social y artístico durante sus primeros años apenas se
diferenciaba del que había reinado en el anterior, el Taishō. Sin embargo, en
la década de los treinta, la atmósfera que se respiraba en el país comenzaba a
cambiar. Primero, la gran depresión de 1929 afectó a Japón profundamente.
Luego, una serie de decisiones políticas y
militares desembocaron, fatalmente, en la debacle atómica.
La situación social y económica a lo largo de
la década de los treinta y durante la primera mitad de los cuarenta, no resultó
nada favorable para la creación artística. Cómo fue evolucionando ese ambiente
lo descubriremos viendo las tendencias de la pintura japonesa durante esos
años.
El final
de una época
Cuando estaba finalizando la década de los
veinte, a grandes rasgos, los medios pictóricos más avanzados y comprometidos
se dividían en dos grupos. En un lado se encontraban los que insistían en
continuar con la renovación formal. En el otro, aparecían los que consideraban
que el único avance lo podía ofrecer el arte proletario y de izquierdas. Sin embargo,
ambos no tardaron mucho en encontrarse en el mismo bando cuando tuvieron que
enfrentarse a un sistema que rechazaba las propuestas de ambos.
La enorme variedad de planteamientos que
coexistían en esos años hacía que, como en el periodo Taishō, aparecieran y
desaparecieran numerosas asociaciones de artistas con ímpetus renovadores, pero
casi siempre de muy corta vida.
Voy a presentar la obra de unos pocos creadores
que, de una u otra forma, consiguieron que los logros obtenidos con ímprobos
esfuerzos desde principio de siglo no se perdieran en el enrarecido ambiente
que se respiraba esos años. Algunos de ellos pudieron proseguir su carrera
artística tras la contienda mundial, otros no tuvieron la suerte de
sobrevivirla.
Debo dejar bien sentado que la selección que
hago no presupone ningún tipo de
minusvaloración de la obra de los que no
aparezcan en esta serie, todo lo contrario. Las elecciones son siempre
discutibles y sobre todo muy variables, pues dependen del momento e incluso del
estado de ánimo de quien las hace. No obstante, intentaré que los hoy ausentes sean
protagonistas de mis artículos en otra ocasión.
Fukuzawa
Ichirō (1898-1992)
Fukuzawa Ichirō fue uno de esos pintores que
formaban parte de casi todas las asociaciones de artistas que aparecieron en
los años treinta. De familia solvente, Fukuzawa pudo viajar a París en 1924 y
permanecer en la capital gala hasta 1933. Eso le permitió conocer en persona a
Giorgio de Chirico (1888-1978), Max Ernst (1891-1976) y el surrealismo. Cuando
regresó a Japón, se dedicó a escribir artículos y libros sobre ese movimiento,
del cual él mismo reconocía que tenía gran influencia en su propia obra.
Incluso afirmaba que era un estilo especialmente adaptado a la mentalidad
japonesa.
El cuadro que se muestra en la ilustración
siguiente lo creó Fukuzawa en París, cuando la influencia de Chirico y Ernst en
su pintura era evidente. Collages, encuadres insólitos (aunque muy familiares
para un japonés como vimos en mi serie sobre el grabado japonés), ambientes enigmáticos
y un cierto humor e ironía, ausentes en la producción de los europeos, eran algunos
de los rasgos de su obra en esos años.
Fukuzawa Ichirō: Los
profesores durante la reunión tienen el espíritu en otra parte, 1930, óleo
sobre tela, 81x117 cm. Colección del artista.
Fukuzawa Ichirō: Poisson
d’avril, 1930, óleo sobre tela, 116x80 cm. Museo Nacional de Arte Moderno
de Tokio.
En 1930 se tradujo al japonés Le surrealisme et
la peinture de André Breton (1896-1966), manifiesto publicado en Francia dos
años antes. Gracias a Fukuzawa y al crítico Takiguchi Shuzō (1903-1979), a
mediados de la década de los treinta, el surrealismo ya había calado en muchos
pintores nipones. Igualmente, aunque con algo más de retraso, la abstracción también
comenzaba a ganar adeptos gracias a la labor de otro inquieto artista: Hasegawa
Saburō, de quien hablaré en el siguiente artículo.
La obra de Fukuzawa a finales de los años
treinta se volvió mucho más violenta y comprometida, y en 1941, ya iniciada la
contienda mundial, fue arrestado por supuestas relaciones con el movimiento
comunista. Su producción, una vez finalizada la guerra, reflejaba la desesperanza
tras una experiencia desoladora.
Fukuzawa Ichirō: Grupo
de figuras vencidas en la batalla, 1948, óleo sobre tela, 194x259 cm. Museo
de Arte Moderno de Gumma.
El óleo de la fotografía anterior es una de las
obras más apreciadas de Fukuzawa. También se conoce como Guerra perdida o
incluso Nación derrotada; pero, en cualquier caso, su alegato en contra de la
guerra no parece limitarse a Japón, dado que los cuerpos amontonados no tienen
constitución nipona, ni siquiera sus cabelleras son de color negro. El tema más
bien parece desarrollarse en cualquier sitio del planeta, sin especificar
ninguno en concreto.
Los cuerpos se amontonan, se entrelazan.
Seguramente algunos ya están muertos. La sangre fluye por el terreno. Sus rudas
anatomías forman una pirámide humana de la que, con toda seguridad, solo unos
pocos saldrán vivos. Así parece indicarlo el cielo azul que quizás presagia tiempos
mejores, aunque unos nubarrones de extraños colores aún recuerdan lo sucedido.
Entre 1952 y 1954, Fukuzawa inicia un largo
viaje por Europa y Latinoamérica, y a finales de los años setenta crea una
serie de litografías basadas en las corridas de toros que permiten compararlas
con las de Picasso sobre el mismo tema.
Fukuzawa Ichirō: Aleteo
de muleta roja, de la serie Corrida de toros española, 1979,
litografía, 76x56 cm.
En las reproducciones que incluyo de la serie
consagrada a la corrida de toros, vemos que Fukuzawa siente la necesidad de
“salpicar” con manchas de tinta los momentos más peligrosos, y también vistosos
desde el punto de vista plástico, de la corrida. Curiosamente, frente a la
espontaneidad del trazo y la simplificación del detalle de la obra picassiana,
el japonés parece sentirse empujado a ejecutar nerviosas, casi indecisas,
líneas y pormenorizar los adornos de los vestidos de luces.
Fukuzawa Ichirō: Picadores
de la serie Corrida de toros española, 1979, litografía, 41x57 cm.
Hasegawa
Saburō (1906-1957)
Después de finalizar sus estudios en la
Universidad de las Artes de Tokio, Hasegawa Saburō viajó durante varios años
por Estados Unidos y Europa, donde logró exponer en el Salon d’Automne de París
en 1930. Cuando volvió a su país, en 1932, participó muy activamente en la
fundación de varias asociaciones vanguardistas.
Durante la década de los treinta, Hasegawa
trabajó con formas geométricas y colores de una manera insólita en Japón.
Ejemplo de esa fase es la pintura de la ilustración siguiente. Sin lugar a
dudas, su obra anterior a la guerra mundial fue una de las más notables de
entre los artistas no figurativos de su país.
Hasegawa Saburō: La huella de la
mariposa, 1937, óleo, 130x163 cm. Museo Nacional de Arte Moderno de Kioto.
Hasegawa Saburō: Formas, 1937,
óleo y collage, 39x50 cm. Konan Gakuen.
En los años cincuenta, Hasegawa viajó
frecuentemente a Estados Unidos para impartir conferencias y clases en varias
universidades, así como para asistir a sus exposiciones y otras actividades,
por lo que pudo conocer a muchos artistas de la vanguardia americana del momento.
Fue en esa época cuando, superando las influencias de Kandinsky que aparecían
en su obra primera, volvió su mirada hacia medios y técnicas japonesas
tradicionales, renunciando al empleo del óleo y del color, pero manteniendo su
fidelidad a la abstracción. La ilustración siguiente es de una pintura de esa
fase de su carrera.
Hasegawa Saburō: No-figura,
1953, tinta sobre papel, 129x70 cm.
Museo de Arte Moderno de
la Prefectura de Hyōgo, Kōbe.
La ilustración anterior muestra una obra
realizada con tinta china sobre papel y pensada para colgar, como los
tradicionales kakemono. Las manchas y salpicaduras nos recuerdan la obra de
Sesshū, pero también la de los pintores expresionistas abstractos o tachistas,
que Hasegawa conoció personalmente en esos años.
Otro notable exponente de la abstracción
japonesa de preguerra fue Murai Masanari.
Murai
Masanari (1905-1999)
Nada más graduarse en la escuela de bellas
artes en 1928, Murai Masanari viajó a París, donde permaneció hasta 1932. Allí
conoció, entre otros, a su colega Fujita Tsuruharu, artista polémico
nacionalizado francés y a quien tendré que dedicar un artículo en otro momento.
Una vez en Japón, Murai organizó con Hasegawa
diversas sociedades de artistas. A lo largo de su larga vida, mantuvo su
ideario no figurativo, fundando y asociándose en numerosas agrupaciones de
pintores abstractos.
En los años treinta, Murai creó una serie de
óleos de gran tamaño que tituló Urbano o Ciudad, como el de la ilustración
siguiente. En ellos organizaba composiciones con rectángulos vacíos, unos con
gruesos bordes y otros rellenos de color, que distribuía aleatoriamente sobre
un fondo uniforme y neutro. Una de las interpretaciones posibles, basadas en su
título, era que se intentaba aludir a la visión de una gran urbe desde lo alto.
La obra siguiente pertenece a esa serie.
Murai Masanari: Urbano,
1937, óleo sobre tela, 233x72 cm. Museo de Arte Moderno de Tokio.
Ya en la posguerra, a partir de la década de
los cincuenta y durante más de treinta años, Murai siguió trabajando con formas
abstractas y tonos planos. De esa fase resultan especialmente sugerentes sus
litografías de grandes superficies de color y limpia factura. La obra que se
muestra en la ilustración siguiente fue realizada por un Murai casi
octogenario.
Murai Masanari: Sin título, 1984,
litografía, 60x50 cm. Museo Nacional de Arte Moderno de Tokio.
Para acabar, aunque por supuesto sin agotar el
tema, voy a comentar la obra de uno de los miembros de la asociación que dije
habían fundado Hasegawa y Murai, me refiero a Onosato Toshinobu.
Onosato
Toshinobu (1912-1986)
Onosato Toshinobu no empezó a practicar la
pintura hasta 1932 y fue uno de los primeros integrantes de la Asociación de
Artistas Libres. En 1942 fue llamado a filas y no regresó a Japón hasta 1948.
Su obra anterior a la guerra, escasa pero de gran interés, marcó la línea de
exploración en su producción posterior.
La pintura de ilustración siguiente es de un
óleo de 1940 donde ya se aprecian los elementos en los que Onosato centró su
investigación a lo largo de una carrera siempre basada en la abstracción
geométrica.
Onosato Toshinobu: Círculos
blancos y negros, 1940, óleo, 116x89 cm. Museo Nacional de Arte Moderno de
Tokio.
En esa obra, el artista juega con la
alternancia de dos únicos colores, blanco y negro, no solo desplazando los
rectángulos y círculos de uno a otro, sino incluso haciendo que el tradicional fondo
vacío japonés, por una vez, sea negro.
El óleo de la ilustración siguiente puede
incluirse en la colección que Onosato realizó en la segunda mitad del siglo XX
y en la que mantuvo su línea de investigación con círculos y cuadrados. En este
caso incluyó como fondo una sutil rejilla polícroma que produce un efecto casi
hipnótico.
Onosato Toshinobu: Tres negros,
1958, óleo, 162x132 cm. Museo de Arte de la prefectura de Aichi, Nagoya.
Como vemos, estos artistas, y otros muchos, a
pesar de haber iniciado su andadura pictórica en los años treinta o principios
de los cuarenta, desarrollaron gran parte de su carrera durante la segunda
mitad del siglo XX.
Ai Mitsu
(1907-1946)
Ai Mitsu fue uno de los numerosos artistas
japoneses que cambió de nombre varias veces.
Realmente se llamaba Ishimura Nichirō, pero en
1923, al comenzar sus estudios de pintura, adoptó el alias artístico de Aikawa
Mitsurō. Tres años más tarde, cuando recibió el primer premio en la tercera muestra
de la Nika-kai, decidió acortar su apodo y dejarlo como Ai Mitsu.
El óleo que aparece en la fotografía siguiente
es, en mi opinión, una de las obras más impresionantes de la época que, además,
tiene algo en común con el Grupo de figuras vencidas en la batalla de Fukuzawa
Ichirō, ejecutado ya en la posguerra, en 1948.
Ai Mitsu: Paisaje con
un ojo, 1938, óleo, 102x193 cm. Museo Nacional de Arte Moderno de Tokio.
El cuadro de Ai Mitsu muestra un sombrío
paisaje en un ambiente crepuscular y misterioso donde, inesperadamente, surge
un enorme ojo que parece espiarnos. La inquietante atmósfera que se crea en el
óleo nos produce una sensación que nos permite imaginar el agobio que debieron
experimentar muchos de los artistas de vanguardia durante esos años.
Recordemos que a finales de los treinta, la
situación política y social en Japón comenzaba a ser crítica.
Durante sus apenas dos décadas de carrera, Ai
Mitsu estudió los estilos de muchos artistas europeos que admiraba. Matisse,
Roualt, Van Gogh y otros creadores inspiraron e influyeron en su obra en
distintos momentos, algo por otro lado muy frecuente en pintores japoneses del primer
tercio del siglo XX.
Ai Mitsu: Autorretrato,
1944, óleo, 79x47 cm. Museo Nacional de Arte Moderno de Tokio.
El autorretrato que se muestra en la
ilustración anterior es uno de los muchos que realizó Ai Mitsu y una de sus
últimas obras antes de ser llamado a filas y enviado a China, donde falleció a
los pocos meses, en enero de 1946.
Voy a comentar ahora la obra de otro de los
artistas de esta época que, en mi opinión, refleja de manera
extraordinariamente sincera y emotiva su compromiso ante el paulatino deterioro
de la situación política y social de Japón en los años treinta y cuarenta. Pero
con solo esa postura no se hace arte, un término que sin duda debe aplicarse a
la obra de Matsumoto Shunsuke.
Matsumoto
Shunsuke (1912-1948)
El verdadero apellido de Matsumoto Shunsuke era
Satō, pero cuando se casó en 1936 decidió cambiárselo por el de su mujer,
Matsumoto. Desde 1935, fecha en la que presentó por primera vez su obra, y
hasta 1943 expuso cada año en la Nika-kai.
La primera época de Matsumoto suele calificarse
como azul por el predominio de ese color en su paleta. El cuadro de la
ilustración siguiente pertenece a esa fase. En él, con claras influencias de
Rouault y Grosz, se crea una atmósfera irreal que envuelve a unos personajes distantes
y aislados que pululan en un entorno urbano.
Matsumoto Shunsuke: Ciudad,
1940, óleo sobre tabla, 90x116 cm. Museo de Arte de la ciudad de Shimonoseki.
Foto
La reproducción siguiente es de un óleo en el
que Matsumoto ya comienza a distanciarse de los modelos europeos para
adentrarse en la abstracción, un estilo del que huirá muy pronto.
Los tonos blancos de esta obra recuerdan la
técnica de Fujita, un artista del que tendré que hablar en otra ocasión, pero
de quien comenté un cuadro en este artículo dedicado a la bomba atómica de
Hiroshima.
Matsumoto Shunsuke: Composición,
1941, óleo sobre tabla, 60x45 cm. Museo de Arte Moderno de la Prefectura de
Kanagawa, Kamakura.
En 1941, Matsumoto, consciente de la situación
de su país, escribió un artículo en la revista Mizue, titulado “Artistas
vivos”, en el que mostraba claramente su oposición a un asfixiante régimen
militar que quería imponer sus propias reglas a los artistas.
Matsumoto Shunsuke: Retrato del pintor,
1941, óleo sobre tela, 162x112 cm. Museo de Arte de Miyagi, Sendai.
La obra de la ilustración anterior es una
muestra de los temas intimistas elegidos por Matsumoto durante la contienda
mundial. En ella aparece el propio autor, su mujer y, casi oculto, su hijo. En
el fondo se vislumbra un frío paisaje del centro de Tokio. Los tonos son terrosos,
casi monocromos. La pose casi mayestática del artista adquiere una monumentalidad
cercana, consecuencia de la asunción de su papel como pintor. Su mirada rehúye
la del espectador y se dirige a un más allá invisible, pero que se nos antoja esperanzador.
Matsumoto no fue alistado debido a su sordera, pero las noticias que recibía de
sus amigos en el frente le empujaban a intentar mantenerse a la altura de ellos
en su trabajo, sin duda mucho menos arriesgado. Desde su posición, el
compromiso social de
Matsumoto fue en todo momento modélico.
Los paisajes forman un corpus muy importante en
la producción de Matsumoto. Sus cielos son opacos, sin sol que ilumine un
entorno urbano abatido por la desesperanza. Algunas de esas obras han quedado
inacabadas, como la que muestra la ilustración siguiente. Un paisaje que rezuma
silencio, con un cielo de un color que no presagia nada bueno. En el centro,
bajo la aparentemente inestable estructura del puente, aparece una solitaria
silueta de un hombre con sombrero. A pesar de la enorme desolación que emana
del entorno que nos presenta Matsumoto, el cuadro no deja de tener un hálito
intimista.
Matsumoto Shunsuke: Puente en Y, 1944,
óleo sobre tela, 80x65 cm. Matsumoto kan.
El sentido de la responsabilidad de Matsumoto
le llevó a crear en 1943, en plena contienda, una asociación de artistas que
bautizó como Sociedad del hombre nuevo. Gracias a su enorme ímpetu, logró
organizar varias exposiciones en 1943 y 1944, algo insólito en una sociedad que
por esos años estaba padeciendo las penurias más extremas a causa de la guerra.
Para poder exponer, solo se impuso una condición a los pintores: sus cuadros no
debía reflejar situaciones bélicas.
Matsumoto Shunsuke: Elefante, 1943-46,
óleo sobre tela, 31x14 cm.
Museo de Arte Moderno de la Prefectura
de Kanagawa, Kamakura.
El compromiso no beligerante de Matsumoto se mantuvo
una vez finalizada la contienda mundial. En los primeros años de posguerra,
surgieron muy pronto enfrentamientos entre los artistas que habían colaborado
con el régimen militarista, en la mayoría de los casos la única forma de
subsistencia posible para ellos, y los que se habían negado a costa de grandes sacrificios
y penurias.
Sin embargo, Matsumoto, uno de los pocos
opositores que intentó y consiguió que la actividad artística llegara a las
gentes a modo de un mínimo y emotivo analgésico, se mostró una vez más como un
noble e independiente árbitro que proponía a sus colegas olvidar las rencillas
y volcarse en su trabajo: pintar y organizar exposiciones para el pueblo. En
las situaciones más angustiosas el arte se convierte en un alimento imprescindible.
Matsumoto Shunsuke: Niño, 1944, óleo
sobre tela, 27x22 cm. Museo de Arte Okawa, Gunma.
En 1946, Matsumoto publicó, corriendo con los
gastos, un manifiesto que tituló Llamada a todos los artistas de Japón. En él
proponía la creación por todo el país de cooperativas de artistas para
organizar una red de galerías de exposiciones en el mayor número de ciudades.
Matsumoto falleció con solo 38 años, trucando
la prometedora carrera de un gran pintor y, sobre todo, de una persona noble
que ofrecía su arte al pueblo japonés cuando este se encontraba en sus peores
momentos. El retrato de la ilustración anterior refleja muy bien su deseo de un
mundo mejor.
Matsumoto Shunsuke y Ai Mitsu, a pesar de su
corta vida y escasa producción, fueron dos artistas que al margen de disputas
sobre teorías pictóricas, supieron ofrecer algunas de las más sentidas y
emotivas obras de arte de las dos décadas más negras de la historia japonesa.
Su pintura nos emociona como pocas. Sin
aspavientos de ningún tipo, los crepusculares ambientes de Ai Mitsu y los
desolados paisajes urbanos de Matsumoto nos turban, nos estremecen, nos
conmueven como sin duda les ocurría a los japoneses en esos años.
Con este final, quizás un poco triste, doy por
finalizada esta serie sobre la pintura japonesa de estilo occidental entre 1868
y 1945. No dude el lector que seguiré avanzando en la historia del arte nipón
hasta llegar a nuestros días, pero creo que es momento de tomarse un respiro.
Los otros
estilos de pintura japonesa
Desde finales del siglo XIX, los artistas que
se dedicaban a la pintura de técnica occidental tenían frente a sí a otros
colegas con planteamientos diferentes y que se agrupaban en dos bandos. En un
lado estaban los que seguían utilizando los medios y estilos tradicionales. En
el otro se situaban los dedicados casi exclusivamente al grabado.
Próximo Capítulo: Cerámica y Porcelana japonesa
Próximo Capítulo: Cerámica y Porcelana japonesa
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