DOMUS y VILLAS EN ROMA
Hablaremos hoy de las construcciones más habituales: La vivienda romana
tradicional o Domus, tiene
tres formas con denominación propia, según la forma y el medio en el que esté
ubicada. La casa de campo se conoce como "villa", la casa patricia y de gente acomodada es la
"domus" y los
bloques de apartamentos (como diríamos hoy) se conocen con el nombre tan
expresivo de "ínsula".
La domus: características y partes
La vivienda romana
particular donde vive una sola familia y que generalmente tiene una sola planta
recibe el nombre de domus. Pompeya y Herculano ofrecen notables ejemplos de
este tipo de vivienda, de ahí que se conozca también como “de tipo pompeyano”.
En un principio, la
domus era una vivienda en la que cada habitación tenía un uso concreto: el cubiculum funciona como alcoba, el triclinium como comedor y el tablinum como sala de visitas. Estas
viviendas eran sencillas y baratas. Un ejemplo conservado es la casa de Livia
en el Palatino. No obstante, con las Guerras Púnicas se generaliza una
tendencia entre las familias ricas a ampliarlas al estilo heleno incorporando
junto a fauces, atrium, cocina, alae, lararium y tablinum otras partes cuyos
nombres indican su procedencia griega como son el peristylum, triclinium, oecus, exedra, nimphaeum, bibliotheca...
Estas viviendas son
mucho más cómodas, amplias, elegantes, ventiladas y soleadas.
Los planos no son
uniformes pues atienden a las necesidades, gustos y peculiaridades del terreno.
Ejemplos son la casa del fauno en Pompeya o la casa del atrio o mosaico en
Herculano.
1.- COMPLUVIUM.
Abertura en el techo para dar luz y hacer entrar el agua de la lluvia en el impluvium.
2.- PISO
SUPERIOR al que se accede por la escalera del lado del atrio.
3.- ATRIENSIS.
Custodio de la casa y vigilante del ingreso (vestibulum y fauces).
4.- CUBICULA.
Habitaciones para el reposo.
5.- ALAE.
Zonas de estar al otro lado del atrio.
6.- TRICLINIUM.
Comedor con tres camas especiales alrededor de las mesas (fijas de mampostería
o móviles).
7.- CULINA.
Cocina comedor con: lararium, es decir, para los Lares, dioses protectores;
patio de servicio; apotheca, o sea, despensa y horno.
8.- BALNEUM.
Baño con locales y agua a distintas temperaturas (frigidarium, caldarium,
tepidarium).
9.- GYNAECEUM.
Departamento femenino. En numerosas casas, esta zona, como la de la servidumbre
y la de los huéspedes, tenían ingreso y atrio propios, conectados a la zona
donde se dejaban los animales y las carrozas.
10.- Segundo PERISTYLIUM con un gran jardín, casi siempre en las moradas
mayores. En mayor medida que el primero, este jardín estaba enriquecido con un
canal con chorros de agua y peces (euripus), con templetes nínfeos, con fuentes
y estatuas de divinidades, pérgolas (vitea tecta) y triclinios para el almuerzo
al aire libre.
11.- OECUS
y DIAETAE. Salas de estar que daban al gran jardín. La casa, casi siempre,
tenía un acceso secundario o de servicio (posticum).
12.- Triclinios para las distintas estaciones,
o OECI o EXEDRAE, otras salas de estar distribuidas en torno al segundo
peristilo, más amplio.
13. VIRIDARIUM.
Jardín con fuentes y estatuas y, a veces, con el huerto de la casa (hortus).
Todo alrededor, la columnata cubierta (peristylium).
14.- ANDRON.
Corredor de acceso.
15.- IMPLUVIUM.
Pila para recoger el agua de lluvia, en el centro del atrio (atrium). Al lado
de la pila, la mesa sacra junto a la urna (cartibulum con situla).
La puerta de una casa particular era el paso
por el que, desde el mundo exterior, se ingresaba en el ámbito privado de la
familia que en ella habita y que ha encomendado el interior de la morada a la
protección de sus propios dioses familiares.
La puerta romana constaba del umbral (limen inferum), las jambas (postes)
y el dintel (limen superum). La puerta desde el exterior
se denominaba foris y la hoja, valva. Las puertas solían constar de
dos hojas y el espacio dejado al abrir una sola era suficiente para pasar una
persona. El soporte de la puerta era en realidad un cilindro de madera maciza,
algo más largo que la puerta y con un diámetro algo mayor que el grosor de la
puerta, que terminaba con unos pivotes en la parte superior e inferior. Estos
pivotes encajaban en dos agujeros arriba en el dintel y abajo en el umbral. La
puerta se ajustaba a este cilindro, para que el peso combinado de la puerta con
el cilindro recayera sobre el pivote de abajo.
La puerta de entrada se denominaba janua. El vano de acceso en la fachada
se enmarcaba con frecuencia por medio de pilastras decoradas con capiteles
corintios o cúbicos y rematados con arquitrabes y hasta con frontones. En
general se trata de puertas altas en madera, ocasionalmente de bronce, tachonadas con clavos de hierro o
bronce.
La puerta de entrada a una habitación solía
llamarse ostium y en algunos casos
una cortina (velum) la sustituía.
Las puertas se abrían hacia dentro, y las que
daban acceso al exterior se aseguraban por la noche con barras (serae) y
cerrojos (pessuli).
El dios Jano (Ianus) es el protector de las entradas y por ello es también el dios
tutelar de los comienzos, del principio y del fin, de los cambios que se
producen en el tiempo, como el paso de joven a adulto. Su fiesta es el primero
de enero. Se le representa con dos cabezas o dos caras mirando en sentido
opuesto:
"Toda
puerta posee dos frentes gemelas, a un lado y a otro, de las cuales, la una
mira a la gente y la otra, en cambio, al lar. Y de igual modo que vuestro
portero, sentado junto al umbral de la entrada principal, ve las salidas
y las entradas, así yo, portero de la corte celestial, alcanzo a ver a un
tiempo la parte le Levante y la parte de poniente." (Ovidio, Fastos,
I)
Los dioses de la puerta eran Forculus,
Limentinus y Cardea. San Agustín proporciona información sobre ellos en el
Libro IV de la Ciudad de Dios, criticando el hecho de que existieran tantísimas
deidades protectoras incluso para las cosas más nimias:
“Todo el
mundo pone un único portero en su casa, y porque es un hombre, es
bastante. Pero los romanos tenían tres dioses para la tarea: Forculus para la
puerta, Cardea para los goznes y Limentinus para el umbral. Forculus, sin duda,
era incapaz de vigilar los goznes y el umbral al mismo tiempo que la
puerta."
La puerta era el vehículo de comunicación entre
dos mundos, exterior e interior, público y privado. Pero también se convierte
en un símbolo de la imagen pública del individuo cuando se le quiere honrar con
un reconocimiento. En el caso a continuación el honor es la concesión de abrir
las puertas hacia fuera, cuando lo normal era que se abriesen hacia dentro.
“En
verdad le asalta a uno la reflexión de cuán pequeñas en proporción a
estas mansiones (los palacios de Calígula y Nerón) eran las casas construidas
por el estado para los generales invictos. El máximo signo de honor era éste:
que, por una cláusula de un decreto público, las puertas de sus casas se
abrieran hacia fuera y las hojas de la puerta giraran en dirección al público.
Ese era el símbolo más insigne para distinguir las casas triunfales.”
(Plinio, H.N. 36,249)
Para celebraciones y conmemoraciones se
ponían adornos en las puertas.
“Allí
aplacaré al Júpiter doméstico y echaré incienso a los Lares paternos y tiraré a
puñados coloridas violetas. Todo reluce, la puerta sostiene largos ramos y la
fiesta se oficia con lámparas mañaneras.” (Juvenal, Sat. 12)
Pintura con puerta, Villa Poppea,
Oplontis, Italia
El cumpleaños del emperador debía ser celebrado
por los ciudadanos colgando laurel de las puertas.
El senado concedió a Octavio el honor de
adornar con laurel las jambas de su puerta y colgar una corona cívica, hecha de
roble, por convertirse en libertador perpetuo y vencedor de los enemigos de la
República:
“En
virtud de ese acto meritorio fui llamado, por decisión del Senado, Augusto, y
fueron revestidas públicamente con laureles las jambas de mi casa y se colocó
la corona cívica sobre mi puerta.” (Gestas de Augusto, 3.4.1)
Los eventos sociales domésticos también exigían
el ritual de colocar símbolos en forma de coronas o ramas en las puertas para
anunciarlos socialmente. Se colocaban coronas en las jambas en los nacimientos:
“…adórnense las jambas y la puerta con
laurel crecido, para que desde su cuna con dosel y taraceas una noble
criatura te recuerde, Léntulo, las facciones de Euríalo el mirmillón.”
(Juvenal, 6)
Dar a conocer una defunción se hacía con ramas
de ciprés o abeto delante de la puerta, mientras ésta permanecía cerrada en
señal de duelo. En las ceremonias de boda se colgaban ramas de mirto en honor
de la diosa Venus y la novia ataba las jambas de la puerta de su nuevo hogar
con cintas de lana, además de untar los goznes con grasa de lobo
originariamente, con manteca de cerdo después y posteriormente con aceite.
“Masurio
cuenta que los antepasados daban la palma a la grasa de lobo. Este era el
motivo según él de que las recién casadas ungieran con ella las entradas de las
puertas para que no pudiera entrar nada nocivo.” (Plinio, H.N. 28,142)
Siendo el pueblo romano tan supersticioso, la
puerta de la casa se convirtió en el soporte de los remedios contra los
maleficios y elementos sobrenaturales que provenían del exterior. De esta forma
se colgaban los más extraños objetos que se creían con poderes benéficos.
Plinio ha dejado algunos ejemplos en su obra: “Niegan que los remedios maléficos puedan entrar, o al menos que puedan
provocar daño, si hay una estrella marina untada con sangre de zorro y clavada
al dintel de la puerta con un clavo de bronce.” (Plinio, H.N. 32,44)
El lamento del amante ante la puerta cerrada de
la amada se convirtió en un tópico de la poesía amorosa, conocido como
paraclausithyron. Muchos autores trataron este tema en sus obras:
“¡Puerta
de un amo inaccesible que la lluvia te azote, que te alcancen los rayos
enviados por mandato de Júpiter! Puerta, ojalá te abras ya para mí solo,
vencida por mis lamentos, y no resuenes al abrirte girando furtivamente
el quicio. Y si mi locura lanzó contra ti insultos, perdónalos: pido que
caigan sobre mi cabeza. Debes acordarte de todo lo que he perseguido con voz
suplicante, cuando dejaba floridas guirnaldas a tu puerta.” (Tibulo,
Elegías, I, 6)
El umbral estaba consagrado a Vesta, de ahí que
se mantuviera la costumbre de que la novia no lo pisara porque podría ser signo
de mal augurio. Algunos autores hacen derivar la palabra vestibulum, de Vesta,
por ser ahí donde se consideraba que empezaba el hogar.
El vestíbulo parece haber sido el espacio entre
la calle y la puerta de entrada a la casa. Es el lugar donde los clientes y
visitas esperaban a ser anunciados al señor. Allí se exponían, a veces objetos
que proclamaban la importancia del dueño e incluso su árbol genealógico. Se
disponía a veces un banco para sentarse que podía ser de obra. Podía estar
techado o no. Para dar la bienvenida se pavimentaba con un mosaico con un
saludo como Have o Salus.
En la obra de Petronio, El Satiricón,
encontramos una escena que muestra lo que un visitante podía ver nada más
llegar al vestíbulo de la casa de un señor rico:
“En la
jamba había un cartel con esta inscripción: Todo esclavo que salga fuera de
esta puerta sin permiso del amo recibirá cien azotes. En la misma entrada había
un portero vestido con una túnica verde, sujeta por un cinturón color cereza.
Que mondaba guisantes en una fuente de plata. Del dintel colgaba una jaula de
oro, desde la que una urraca pinta saludaba a los que entraban… Todos los que
entraban podían ver a su izquierda y no lejos del cuarto del portero, un enorme
perrazo pintado en la pared. Encima, en letras capitales, había un letrero con
este aviso “Cave canem”.
Detalle mosaico entrada Casa del oso
herido, Pompeya.
Junto a este lugar, en las casas
acomodadas, se encontraba la cella ostiaria o cuarto del janitor o
portero, que en los primeros tiempos solía estar encadenado, para que no
abandonase la vigilancia de la puerta. Posteriormente, ya sin cadenas,
cumplía la función de anunciar a los visitantes. Se le representa a veces como
insolente y antipático en su función de custodio de la intimidad del hogar y
consciente de su poder a la hora de admitir la entrada a determinados
personajes no deseados. Si estos se presentaban con algún obsequio, serían
mejor recibidos.
“¿No ha de llegar el sabio a las puertas
guardadas por un áspero y desabrido portero? Si se ve obligado por una
necesidad, probará llegar a ellas, amansando primero con algún regalo al que
las guarda como perro mordedor, sin reparar en hacer algún gasto, para que le
dejen llegar a los umbrales; y considerando que hay muchos puentes donde se
paga el tránsito, no se indignará por pagar algo, y perdonará al que se lo
cobra, sea quien sea, pues vende lo que está expuesto a venderse. De corto
ánimo es el que se ufana porque habló con libertad al portero y porque rompió
la vara y entrando le pidió al dueño que lo castigara.” (Séneca, De la
Constancia del Sabio, 14)
El portero vigilante aparece en la literatura como
protector de la honra de la casa o como el que impide al amante acceder hasta
su amada. Este suplica para ser admitido y espera que le ayude en su propósito
de entrar en la casa para ver a la que ama.
“Portero amarrado, ¡oh indignidad! A la dura
cadena, haz girar sobre sus goznes esa puerta tan difícil de abrir. Te pido
poca cosa, entreabrirla solamente. Y por su media abertura penetraré de lado…
Como lo deseas, las horas de la noche vuelan; corre el cerrojo del postigo,
córrelo presto; así quedes por siempre libre de tu dura cadena, y en adelante
no bebas jamás el agua de los esclavos… ¿Me engaño, o sus hojas resuenan al
girar los goznes, y su ronco son me da la señal apetecida? (Ovidio, Amores, VI)
Mosaico de entrada, Casa del Poeta
trágico, Pompeya
Para ayudarle en su tarea estaba el perro
guardián, que aparece reflejado en numerosos mosaicos atado con una cadena y
con la inscripción Cave Canem (Cuidado con el perro). La imagen del portero se
complementa con el bastón o virga para ahuyentar a los visitantes no deseados y
la llave que abre y cierra la puerta.
Los ciudadanos nobles no solían salir de su
casa con la llave encima. Si tenían un portero él la guardaba y si no era un
esclavo el que la llevaba. Es por ello que Marcial cuenta la anécdota de cómo
un individuo que pasa por rico se delata al caérsele una llave que él lleva
consigo, cuando al menos podría haberla llevado un esclavo, si lo hubiera
tenido.
“Mientras
Euclides, vestido de púrpura, clama que sus fincas de Patras le rentan
doscientos mil sestercios y más todavía las de los alrededores de Corinto;
mientras hace remontar su árbol genealógico hasta la hermosa Leda y protesta
ante Lato que quiere levantarlo, a nuestro caballero presumido, noble y rico,
de pronto, se le cayó del seno una gran llave. Nunca una llave, Fabulo, fue más
nefasta.” (Marcial, V, 35)
El posticum o puerta de servicio puede haber
sido la que se utilizaba por los esclavos para entrar y salir de la casa.
Situada en la parte posterior o en un lateral con salida a un callejón,
serviría al señor en el momento que quisiera escabullirse de los visitantes a
los que no deseaba encontrar, sin atravesar el atrio o el vestíbulo donde estos
esperaban.
“Di tú con cuántos quieres cenar; déjalo todo y
da esquinazo por la puerta de atrás al cliente que espera en el atrio.
(Horacio, Epis. I, 5)
La domus romana tiene
su origen en la casa itálica. Este tipo de residencia giraba en torno al atrio
(atrium), lugar central de la casa donde la familia realizaba sus actividades
domésticas. El atrio consistía en un espacio cuadrado cubierto con un tejado
con una abertura en el centro (compluvium) que dejaba pasar la luz y al mismo
tiempo permitía la entrada de la lluvia que caía en un depósito (impluvium) que
servía para abastecimiento de agua para el hogar.
Su función es la de
recibir las salutationes. En sus paredes, se adosan armarios, cajas de caudales
(arca) e imágenes del propio dueño de la casa; en uno de los extremos solía
encontrarse el lararium, una capillita (sacellum, aedicula) sencilla dedicada a
los Lares, al genius familiar u otras divinidades, hecho de mármol o estuco.
Originalmente el fuego del hogar y la cocina se
encontraban allí, por lo que el humo salía por el compluvium, de ahí que se
considere que el nombre de atrium pueda derivar de ater (negro en latín), por
el hollín y el humo que ennegrecía las paredes. El agua de lluvia se depositaba
en una cisterna bajo el pavimento de la estancia y se sacaba por medio de un
brocal de pozo, puteal. Cuando los acueductos hicieron posible la llegada de
agua a las casas y a las fuentes públicas, el impluvium pasó a ser
meramente decorativo y empezó a adornarse con fuentes y estatuas.
Junto al puteal y al borde del impluvium se
hallaba el cartibulum, una mesa de mármol, donde según Varrón se solía exponer
la vajilla para recordar los tiempos en que los romanos solían cocinar y comer
en el atrium: "Una segunda mesa para
cacharros era de piedra, un rectángulo oblongo con un pedestal; se llamaba
cartibulum. Cuando yo era niño solía situarse en las casas cerca del compluvium
en el atrio, y se ponían las vajillas de bronce encima." (De lingua
latina, 5, 125)
En el atrio podía encontrarse el lararium,
santuario doméstico de los dioses lares; el arca, caja donde se guardaban los
objetos valiosos de la familia; las imágenes de los antepasados (imago maiori)
en armarios.
El atrio tenía, además de la función de
distribuir las estancias de las casa, la de servir de lugar de espera para los
clientes que venían a cumplir con la obligación de la salutatio con el señor.
La decoración del atrio, pinturas murales y
elegantes columnas permitían al propietario mostrar su riqueza y gusto
artístico: " Se accedía a un
magnífico atrio en cuyos ángulos se alzaban columnas que sustentaban estatuas
representando a la Victoria....en el centro una estatua de Diana en mármol de
Paros....Por detrás de la diosa se representaba una roca en forma de gruta...
Por los bordes de las rocas pendían frutos y racimos finamente esculpidos... En
medio del follaje se veía un encorvado Acteón acechando a la diosa"
(Apuleyo, Metamorfosis, l. II).
Para regular la luminosidad, la temperatura y
la ventilación se utilizaba un toldo, velum, que protegía del calor y del frío,
sin impedir la entrada de luz y aire. Podían ser toscos de pelo de cabra,
aislante de corrientes e impermeable, o más elegante, confeccionado con telas
más exquisitas, como el descrito por Ovidio en el libro X de las Metamorfosis: "... como cuando un toldo púrpura tiñe
de sombras simuladas los albos atrios."
En el centro del antiguo atrio romano, el atrio
toscano, no había columnas. Su aparición fue posterior debido a la
influencia helenística, y supuso, además de una evolución estética una mejora
estructural. La introducción de las columnas pudo proporcionar una menor
presión en los muros y la reducción del espacio abierto del compluvio. El
aumento de la amplitud de los pórticos y la paulatina supresión del funcional
impluvium dio como resultado la desaparición del atrio tradicional y la
incorporación del peristilo como nuevo núcleo de la casa en la época imperial.
El atrio suele ser
porticado y adornado con columnas de mármoles preciosos, e incluso con
alabastro; sus paredes también aparecen lujosamente revestidas de piedra o con
pinturas al fresco, su artesonado suele lucir las más caras maderas y, en
ocasiones, bajo la apertura del impluvium llegaron a tenderse toldos de
magníficos tejidos. Con pebeteros de perfumes, mesas de mármol, estatuas y el
estanque central, el lugar podía llegar a ser verdaderamente delicioso.
Reconstrucción
virtual del atrio de una casa noble.
Son dos recintos
gemelos abiertos a ambos lados del fondo del atrio y comunicados entre sí, muy
cerca del tablinum.
En Roma consiste en el
corredor situado a un lado del tablinum que comunica el peristilo con el atrio
a través de un cortinaje.
Se trata de una estancia situada frente a la entrada sin más puertas que,
en ocasiones, unas cortinas colgadas de soportes de bronce.
Su nombre deriva de tabula, término que hace referencia a los documentos
familiares, archivos, imágenes y tablillas de los que se rodeaba el cabeza de
familia en esta habitación, un lugar donde también recibiría a las visitas e
incluso albergaría la escuela familiar con armarios-estanterías, escaños para
que los niños se sentaran, una silla (cathedra) para el maestro y alguna imagen
de Apolo, Minerva o de las Musas.
En su parte posterior, abierta al peristilo, se ofrecía la posibilidad de
cerrar la estancia para cenar allí en invierno o dejar abierto para hacerlo en
verano.
Cuando se impuso la vida social y aumentó el número de esclavos domésticos
se necesitó una zona de la vivienda señorial en la que se pudiese disfrutar de
la privacidad e intimidad familiar. Como Terencio indica, su valor reside en
que “a esta zona no llegan las conversaciones del atrio”.
Se trata de un espacio mayor que aquel, descubierto, rodeado por un pórtico
columnado, con un jardincillo y una fuente centrales. A él se abren las
habitaciones de la familia, más amplias y lujosas que las que rodean el atrio,
que quedan para el servicio. Las columnas presentan bases adornadas con pretil
entre las que macetas, rosales, plantas aromáticas, estatuas y fuentes
embellecían el espacio.
Las paredes lucían hermosos mármoles y el artesonado solía estar
magníficamente trabajado.
Casa del
Citarista
Ensayo
teatral en casa de un antiguo poeta romano,
Gustave Boulanger, 1855
Las fuentes y surtidores de los jardines se convirtieron en
un elemento decorativo sustancial de las zonas privadas de las casas y villas
romanas. Los ricos propietarios disfrutaban de agradables cenas en comedores al
aire libre acompañados del murmullo del agua y el frescor de la vegetación,
además de recrearse la vista con la ornamentación de estatuas y otros elementos
arquitectónicos dispersos por el jardín.
En la Casa de la Fuente
Pequeña de Pompeya, encontramos un nicho con forma de frontón cubierto de
mosaico de pasta vítrea y conchas marinas. Se vierte el agua desde una máscara
en el centro del nicho a un canal de mármol. Los frescos de colores brillantes
de las paredes ofrecen paisajes ilusionistas de los pequeños espacios del
jardín.
Pintura de Luigi Bazzani
El acueducto Aqua
Augusta, construido por Octavio, se edificó a finales del siglo I. a.C. y
proporcionó un suministro ininterrumpido de agua a varias ciudades, incluida
Pompeya. La llegada de una constante fuente de agua corriente en esas ciudades
permitió a los residentes cultivar jardines más elaborados. Los jardineros
pudieron incluir en sus diseños, surtidores, canales, estanques y fuentes
esculpidas según las estatuas griegas. Los propietarios también podían regar
los huertos.
Los primeros surtidores
surgían a un nivel bajo, y su borboteo parecería el de un pequeño manantial
natural. Su efecto sería mayor al poderse utilizar en las grutas cubiertas de
musgo que se incluían en los jardines. Nuevas tecnologías facilitaron el uso de
chorros más altos para lograr que el agua salpicara y se viesen efectos de luz.
El acceso al agua de
ríos, manantiales y cisternas se realizaba por tuberías, mediante la gravedad.
Si el agua se encontraba a un nivel por debajo de la fuente, se utilizaba una
noria para elevarla hasta un tanque por encima de ella. La limitación del agua
disponible en una cisterna obligaba a utilizar las fuentes solo durante algunas
festividades.
El agua procedente de
las fuentes se aprovechaba para irrigar los jardines y huertos de la casa, las
fuentes con agua corriendo sin interrupción solo podían funcionar con el
suministro del acueducto público, lo que suponía un gran gasto, y era muestra
de la riqueza y extravagancia de los dueños.
Las fuentes de pared solían tener forma de cabeza de león u otros animales salvajes, esculpida en piedra por cuya boca caía el agua, que se recogía en un pequeño canal. La grotesca cabeza de Sileno y otras testas inspiradas en el cortejo dionisiaco servían, con sus fauces abiertas, como boca de fuente. Las fuentes más elaboradas constaban de varias cabezas, cada una con un chorro, que iba a dar en un canalón común.
"Hacia la mitad de la galería hallamos
adosada a ella y ligeramente metida hacia dentro, un ala del edificio que
incluye un pequeño patio interior al que dan sombra cuatro plátanos. En medio
de estos árboles una fuente de mármol rebosa siempre de agua y baña con suave
riego los plátanos de alrededor y la vegetación que crece a los pies de
éstos." (Plinio, V,6)
Casa de Venus en la concha, Pompeya
Las características fuentes de pila del jardín
romano consistían en recipientes de piedra o mármol llenos de agua, de los que
emergía un chorro bajo de agua. Las pilas, acanaladas a veces, solían tener un
reborde ancho. Algunas se elevaban sobre pedestales o bases talladas. En
frescos con temas de jardín, las fuentes de pila se incluían en una línea de
balaustrada.
Las escaleras de agua eran cascadas
artificiales situadas en el muro de un jardín, en las que el agua se derramaba
por un tramo de escalera para terminar en un estanque debajo. La luz se
reflejaba en el agua al caer y el murmullo al salpicar inundaba el jardín. Los
escalones se construían de piedra o cemento cubierto de mosaico.
Fuentes de menor tamaño o talladas en mármol,
eran ornamento para un patio exterior o una sala de recepción interior, como un
triclinio o atrio.
Los estanques variaban en tamaño desde el
pequeño en un patio exterior a una piscina donde disfrutar de un refrescante
baño o realizar ejercicio físico. En su forma el diseño comprendía formas
geométricas simples como un cuadrado o rectángulo, hasta grupos complejos de
formas entrelazadas, a veces a distintos niveles y unidas por cascadas. Recesos
a lo largo de su perímetro alternaban formas semicirculares y rectangulares.
Proporcionaban retiros sombreados y huecos para alimentar los peces que se
criaban en ella, se daba mucho valor a los reflejos de luz de sus superficies.
Se construían en cemento, y en las grandes éste
se vertía sobre los pilares de madera, para conseguir mayor estabilidad, las tuberías se hacían de madera o plomo.
Aunque la superficie interior a veces se pintaba de azul, en otras se
utilizaban baldosas. Las más artísticas se decoraban con mosaicos geométricos o
con motivos marinos. En el borde se utilizaba mármol o piedra.
Largos canales artificiales que imitaban los arroyos naturales se incluían en los jardines. El agua se hacía fluir por una cascada escalonada y caía en un canal estrecho y alargado que atravesaba el jardín. Es posible que por algún mecanismo hidráulico se consiguiese el efecto producido en el Euripus, estrecho natural en Grecia, por el que el agua fluye primero en una dirección y luego en otra, según la marea; y de ahí que así se llamasen algunos de los canales de los jardines.
Largos canales artificiales que imitaban los arroyos naturales se incluían en los jardines. El agua se hacía fluir por una cascada escalonada y caía en un canal estrecho y alargado que atravesaba el jardín. Es posible que por algún mecanismo hidráulico se consiguiese el efecto producido en el Euripus, estrecho natural en Grecia, por el que el agua fluye primero en una dirección y luego en otra, según la marea; y de ahí que así se llamasen algunos de los canales de los jardines.
El repertorio de estatuas que decoraban las
fuentes y estanques incluían personajes mitológicos, como divinidades, ninfas,
delfines, tritones, faunos y niños. Las que se hacían de bronce solían ser más
pequeñas y podían ocultar las tuberías del mismo material.
Las náyades eran las ninfas de agua dulce
protectoras de fuentes y manantiales. El dios romano de las fuentes, cascadas y
pozos era Fontus, cuyo festival, Fontinalia, se celebraba el 13 de octubre en
Roma. Ese día se arrojaban flores a las fuentes y se adornaban los brocales de
pozos con guirnaldas.
Cubicula (Cubiculo) aut conclavia
La evolución del lecho
en la época antigua nos lleva desde el primitivo uso del suelo cubierto de
hojas y paja: "cuando una esposa
montaraz extendía un lecho campestre de hojas y paja y pieles de las fieras
vecinas..." (Juvenal, sat. 6) al lujoso refinamiento en los materiales
y decoración del mueble en el Imperio Romano.
Podemos imaginar el lecho propio de las cabañas de los primeros romanos, humilde y de madera: "En medio de la habitación había un lecho de madera de sauce, cubierto de hojas de árbol. Para adornarle extendieron sobre él un tapiz del que solo se servían en las grandes solemnidades." (Ovid. Met. 8, IV)
Podemos imaginar el lecho propio de las cabañas de los primeros romanos, humilde y de madera: "En medio de la habitación había un lecho de madera de sauce, cubierto de hojas de árbol. Para adornarle extendieron sobre él un tapiz del que solo se servían en las grandes solemnidades." (Ovid. Met. 8, IV)
Los lechos de los
romanos en los primeros tiempos de la república fueron probablemente similares
a los de los griegos; pero hacia el final de la república y durante el imperio,
cuando se introdujo el lujo asiático, la riqueza y magnificencia de los lechos
de los romanos ricos sobrepasaron a las de los helenos.
Los romanos utilizaban
los lechos para dormir (lectus cubicularis), comer (lectus triclinaris) y
trabajar (lectus lucubratorius). Algunos se tendían para meditar, leer y
escribir, apoyando el brazo izquierdo sobre los almohadones: "Por la mañana, trabaja reclinado en el
lecho, cuando llega la hora segunda, pide que le traigan sus calceos y camina
durante tres millas, tonificando, así, tanto su espíritu como su cuerpo." (Plinio,
III, 1)
En los dormitorios más
comunes se han encontrado lechos empotrados en las paredes de las hornacinas,
que podían cerrarse con cortinas o tabiques plegables.
El lectus genialis, tálamo nupcial en honor del Genio, se coloca al principio en el atrio, enfrente de la puerta, por lo que a veces se le llama lectus adversus.
"Pero ved, el lecho matrimonial real se está disponiendo para la diosa en medio del palacio, elaborado con colmillos de la India, cubierto con púrpura del tinte rojo de la concha." (Catulo, 61)
El lectus genialis, tálamo nupcial en honor del Genio, se coloca al principio en el atrio, enfrente de la puerta, por lo que a veces se le llama lectus adversus.
"Pero ved, el lecho matrimonial real se está disponiendo para la diosa en medio del palacio, elaborado con colmillos de la India, cubierto con púrpura del tinte rojo de la concha." (Catulo, 61)
Las Bodas Aldobrandini, Museos Vaticanos
El estilo de diván
elegante de los primeros tiempos del imperio se diferenció del modelo heleno,
más sencillo y bajo. Los romanos diseñaron un lecho de patas torneadas, con
extremos decorados con figuras de animales, como el delfín. Introdujeron el
respaldo, pluteus, aunque los lechos para comer carecen de reposabrazos y parte
posterior. El lado por el que uno asciende al lecho utilizando un escabel,
puesto que eran muy altos, se conoce como sponda.
En el mundo antiguo se conocen varias formas de construir un bastidor que sujetase el colchón. En Egipto se utilizaban principalmente las cuerdas de tipo vegetal y las tiras de cuero. Los griegos y los romanos también las usaron, así como un entramado de bandas de bronce.
En el mundo antiguo se conocen varias formas de construir un bastidor que sujetase el colchón. En Egipto se utilizaban principalmente las cuerdas de tipo vegetal y las tiras de cuero. Los griegos y los romanos también las usaron, así como un entramado de bandas de bronce.
Los lechos más comunes
se fabricaron de distintas maderas, Para recubrimientos se generalizó, ya antes
de nuestra era, el uso de maderas caras, marfil y concha de tortuga. Como sustituto
barato sirvió el hueso de diversos animales, como el caballo.
"...nadie consideraba seriamente que valiera la pena
ninguna clase de tortuga que nadara en las corrientes del océano para
fabricarles a los troyúgenas relucientes y noble lecho, sino que en pequeñas
yacijas de lisos cortados, el frontal de bronce mostraba la cabeza barata de un
rucio coronado, al lado de la que jugaban retozones los críos del campo."
Los lechos de metales
preciosos, oro y plata, y los de bronce de Delos no se diferenciaban de los
modelos de madera, aunque parece que no se convirtieron en objeto de lujo hasta
comienzos de la era cristiana: "El
bronce de Delos fue el primero que se hizo famoso, viniendo todo el mundo a
Delos a comprarlo; de ahí la atención prestada a su fabricación. Fue en esta
isla donde el bronce primero obtuvo celebridad para la elaboración de pies y
soportes de triclinios. (Plinio, XXXIV,4)
Se adornaban con incrustaciones de plata, cobre, e incluso, piedras preciosas. Fueron introducidos por Carvilio Polio, aunque no se sabe si éste se dedicaba al negocio de su importación o era solo un ricachón que impuso la moda:
Se adornaban con incrustaciones de plata, cobre, e incluso, piedras preciosas. Fueron introducidos por Carvilio Polio, aunque no se sabe si éste se dedicaba al negocio de su importación o era solo un ricachón que impuso la moda:
"Durante mucho tiempo ha estado de moda
forrar de plata los lechos de las mujeres y los triclinios. Carvilio Polio, un
caballero romano, fue el primero, se dice, en adornar estos últimos con plata,
no por completo, ni siquiera siguiendo el modelo de Delos; siendo el modelo
Púnico el que adoptó. Fue siguiendo éste último como los adornó con oro
también, y no fue mucho después cuando los lechos de plata se pusieron de moda,
imitando los de Delos." (Plinio, XXXIII, 51)
Unos lechos más sencillos son los llamados Púnicos, más pequeños y bajos, y se conoce el nombre de dos artesanos del siglo I, Archias y Soterichus.
Unos lechos más sencillos son los llamados Púnicos, más pequeños y bajos, y se conoce el nombre de dos artesanos del siglo I, Archias y Soterichus.
Los lechos griegos y
romanos se equipaban con cojines, almohadones, colchas y doseles, que solían
ser un lujo accesorio que escondía unas estructuras bastas o unos feos
somieres: "Vestido de verde claro,
se tumba en un lecho ocupado y achucha a derecha e izquierda con sus codos a
los convidados, apoyado en la púrpura y en los cojines de seda."
(Marcial, III, 82)
En los inicios se
cubrirían con pieles de animales y telas de fibra vegetal. De Oriente se
importaban las colchas Babilónicas y las sedas también vinieron a los lechos de
los más ricos. Se decoraban con bordados y color púrpura y el uso excesivo de
ésta para la ropa de cama hizo que cayera en desuso para las togas: ¿Quién no tiene colchas púrpura para sus
lechos de banquete? (Plinio, IX,63)
El lino se empleó para recubrir colchones y almohadas, y la lana que sobraba al tratar las ropas (borra) era utilizada para rellenar los colchones: "¿Que está el bastidor demasiado próximo a las plumas aplastadas? Toma estos vellones raídos a los capotes militares leucónicos." (Borra leucónica, Marcial, XIV,159)
El lino se empleó para recubrir colchones y almohadas, y la lana que sobraba al tratar las ropas (borra) era utilizada para rellenar los colchones: "¿Que está el bastidor demasiado próximo a las plumas aplastadas? Toma estos vellones raídos a los capotes militares leucónicos." (Borra leucónica, Marcial, XIV,159)
Pero los más pobres se
conformaban con rellenos de paja y heno.
El uso de plumón de
aves fue frecuente durante el dominio romano. El plumón de cierta especie de
ganso salvaje (gantae) que ya utilizaban los celtas y germanos, encontró favor
entre los romanos y alcanzaba un alto precio, ya que cohortes enteras de
soldados romanos eran enviadas a buscar las aves a la región de Bélgica:
"Cansado, podrás descansar en plumas de Amiclas que el plumón interior del
cisne te ha dado." (Marcial, XIV,161)
Al inicio del Imperio
se introdujo un nuevo tipo de lecho semicircular para utilizarse con una mesa
redonda. Se le llamó sigma, por su parecido a la letra griega C: "Al final de todo ello, nos encontramos con
un amplio lecho semicircular para comer construido con mármol blanco y cubierto
por un emparrado." (Plinio, V, 6)
En muchos autores se
encuentra la denominación de stibadium para esta clase de lecho, que parecía
tener capacidad para unas siete u ocho personas. El colchón se curvaba por la
parte interna del diván, y, aparentemente era compartido por todos los
invitados, los lugares de honor estaban los extremos, y el principal, el locus
consularis, era el del extremo derecho.
El lecho cubicular se
convertía a menudo en lecho fúnebre en el que el difunto era expuesto a las
visitas durante el duelo en el hogar antes de ser enterrado. Si el fallecido
era una persona notable, su riqueza se extendía hasta su último lecho, como
describe Suetonio en el caso de Julio César: "... colocaron en ella un lecho de marfil cubierto de púrpura y
oro, y a la cabecera de este lecho un trofeo, con el traje que llevaba al darle
muerte." (Suet. Jul. 84).
En los sarcófagos y
lápidas aparecen los difuntos retratados en sus lechos, solos o acompañados de
sus familiares y representados con mesas con alimentos, como si estuviesen en
una cena o banquete.
Sus pavimentos suelen adornarse con mosaicos en blanco con ornamentación
diversa, sus paredes presentan pinturas murales de diverso color y contenido.
El techo sobre la cama era más bajo, creando una especia de dosel abovedado. La
antecámara (procoeteon) era para el siervo de confianza, el cubicularius.
Solían cerrarse con llave, de ahí el nombre.
Horti
Son unos jardincillos, tras el peristylum, donde podía haber un systus,
pórtico abierto, un solarium o una pérgola.
Pintura de Casa de Livia en Prima Porta,
Museo Nacional de Roma
El escritor Plinio describió el huerto
como el campo del pobre porque tenía originalmente la función de proveer la
despensa familiar con hortalizas e hierbas medicinales, y se ubicaba
generalmente en la parte posterior de la domus. Pero después se convirtió en un
jardín ornamental en la domus urbana, aunque en las villas del campo el terreno
dedicado a la horticultura aumentó y un cultivo extensivo permitió vender los
excedentes en los mercados cercanos y sacar beneficio a su producción.
"Era el primero en coger la rosa en primavera y en otoño las frutas. Y
cuando el invierno triste hacía todavía estallar de frío las rocas y frenaba
con el hielo el curso de las aguas, él ya estaba recortando las hojas del
blando jacinto, maldiciendo el retraso del verano y la tardanza de los céfiros.
De modo que era también el más abundante en abejas productivas y número de
enjambres y el primero en sacar la miel espumosa de los panales escurridos.
Tenía tilos y pinos riquísimos, y toda la fruta de que se había ataviado el
fértil árbol con la flor nueva esa misma tenía maduras en otoño. El también
trasplantó a las hileras olmos crecidos, el peral bien duro, endrinos que
echaban ya prunas y el plátano que ya proporcionaba sombras a los
bebedores". (Virg. Georg. IV)
Según Plinio, la
jardinería ya la practicaron los reyes romanos con sus propias manos. En la ley
de las XII tablas, del siglo V a. C. el jardín se llamaba heredium, mientras
que la finca no se llamaba villa, sino hortus.
Para Catón la palabra hortus indicaba el
huerto irrigado y él aconsejaba al que iba a comprar un terreno que prestase
atención a la calidad de sus viñas y al lugar del huerto, que requería
tierra fértil y acceso al agua. Por ello se aconsejaba aprovechar las
aguas procedentes de la casa para regar los huertos. Estos solían limitarse con
un muro, una cerca o un seto, para evitar que el ganado echase a perder las
plantas.
“Conviene
también que pomares y huertos estén cercados por un seto, cercanos a la casería
y en sitio adonde puedan ir a parar todas las aguas y desechos del corral y los
baños, así como el viscoso alpechín de las olivas prensadas; que hortalizas y
árboles se abonan también con nutrientes como éstos.” (Columela, L.I)
Muchos textos romanos describen
qué plantas se cultivaban en los huertos, ya fuera como alimento o como
saborizante, para decorar retratos de los dioses, para deleitar a los
huéspedes, proporcionar fragancias o alimentar las abejas – pero sobre todo
para asegurar a los residentes de la casa un suministro de medicinas.
¿Qué
dirías, si benignos zarzales llevaran rubicundas cerezas y ciruelas, si roble y
encina surtieran de frutos al ganado, de sombra a su señor? Dirías que han
traído Tarento con su verdor más cerca. Además, una fuente capaz de dar nombre
a un arroyo, tan frío y tan puro que ni el Hebro, que atraviesa Tracia, lo es
más, fluye eficaz para la cabeza enferma, eficaz para el vientre. Este refugio
dulce y, si me crees, ameno, se me mantiene incólume en las horas
septembrinas.” (Hor.
Ep. I,16)
El mirto y el laurel eran parte sustancial del
huerto. Sus bayas y hojas eran condimentos populares, y sus ramas
proporcionaban material para hacer coronas.
Antes de beber, los romanos solían filtrar el
vino mediante un saco de lino empapado en aceite de mirto que, a la vez que
retenía las impurezas, perfumaba el vino.
“Más aún,
el aceite de mirto, cosa singular, tiene también un sabor de vino, es a la vez
un líquido graso, de gran eficacia para corregir los vinos, regando previamente
con él los coladores para filtrarlos. En efecto, retiene los posos, no deja
pasar más que el vino purificado y acompaña el licor clarificado, cuyo sabor
aumenta especialmente.” (Plinio, NH, XV, 125)
Los huertos proporcionaban hierbas,
originarias principalmente del Mediterráneo, con diferentes propósitos, como
medicinas para aliviar dolores, como aditivos en cosméticos y condimentos en
gastronomía.
“Las
delicias y el lujo nos hacen la vida más deliciosa, ¿pero quién honra las
hierbas que nos alivian el dolor y evitan la muerte? Consideramos que de
nuestra salud deben ocuparse otros y esperamos que los médicos sean tan buenos
para aliviarnos de la tarea.”(Plinio, NH XXII, 7)
Las
hierbas se troceaban, picaban, molían, secaban y mezclaban con líquidos, para
hacer una pasta; la miel las hacía comestibles. Para bálsamos, plantas como
camomila, mejorana y menta eran usadas. Tintes se confeccionaban con
malvas, clavos dulces y ruda.
“Observar las famosas hierbas que nuestra
madre tierra Tellus produce solo para medicinas me llena de admiración por el
buen sentido de nuestros padres, que no dejaron nada sin explorar, nada por
probar, y así descubrieron cosas que benefician a sus descendientes.”
(Plinio, NH XXV, 1)
El uso cosmético y aromático de hierbas era
importante y muchas hierbas eran ingredientes de perfumes. Hierbas aromáticas
eran parte de rituales en la adoración de los dioses – aromas de plantas en
particular se creían consagradas a un dios. Se conseguía aire fragante quemando
ramas o ramitas de hierbas o esparciendo hojas aromáticas y flores en un altar
o templo, o en una habitación. En la antigüedad los malos olores eran
frecuentes debido a los alimentos perecederos, orina, enfermedad y muerte. Para
contrarrestarlo se utilizaban aromas frescos y agradables. Estas mismas hierbas
se usaban para preparar los aceites corporales.
El ajenjo aliviaba el dolor de las mujeres en
el parto y Columela recomienda una bebida para tomar al final de las comidas,
glechonites, en la que esta hierba se mezcla con vino y tomillo.
El anís, procedente de Oriente, se
mezclaba con leche y cebada para recuperarse de los alumbramientos. Plinio da
una receta de enjuague para la boca: “Al
levantarse por las mañanas, en ayunas, deberías mezclar semillas de anís con un
poco de miel, mastícalas, y enjuaga tu boca con vino.” (Plinio, XX, 72)
Se empleaba como saborizante para panes y
dulces. Sus hojas verdes se cocinaban como verduras y en sopas, y se
consideraba que su jugo aliviaba el insomnio y las náuseas, además de actuar
como digestivo.
Los romanos comían muchas verduras y
hortalizas. Las recolectaban silvestres o las cultivaban. Plinio el Viejo
comentó sobre el elevado precio de las verduras y citó que los espárragos
cultivados no podían servirse en hogares humildes, pero, si podían recolectarse
libremente los que crecían por el campo:
“Las tiernas espinas que crecen en la marítima Rávena no serán más agradables que los espárragos silvestres.” (Marcial, XIII, 21). Los ajos y los puerros se comían como hortalizas y condimentos y tenían propiedades terapéuticas.
“Las tiernas espinas que crecen en la marítima Rávena no serán más agradables que los espárragos silvestres.” (Marcial, XIII, 21). Los ajos y los puerros se comían como hortalizas y condimentos y tenían propiedades terapéuticas.
Entre los vegetales que podían consumir los
romanos estaban los nabos, zanahorias, acelgas coles, lechugas, berros, cardos
y calabazas. Se cocinaban de muchas maneras, hervidas, aliñadas con vinagretas,
en puré, con cereales y acompañando carnes y pescados.
“Cecilio,
el Atreo de las calabazas, tal como a los hijos de Tiestes, las descuartiza y
las corta en mil pedazos. Las comerás en seguida, en el mismo aperitivo, las
servirá en el primero y en el segundo plato. Te las volverá a poner en el
tercero; de ellas preparará los postres finales. De ellas hace el repostero
unos pasteles insípidos; de ellas guarnece no solo piezas variadas sino también
los dátiles conocidos en los teatros.” (Marcial, XI, 31)
Pintura con flores, casa de Livia en
Prima Porta, Museo Nacional de Roma
Las flores se utilizaban como elemento
decorativo para la realización de coronas y guirnaldas. Se tomaban vinos
a los que se añadían pétalos de flores. También se utilizaban en ritos
domésticos, como matrimonios y funerales. Por ejemplo la violeta se depositaba
sobre las tumbas de los difuntos en la fiesta de las Parentalia.
Los romanos también creían que la violeta
prevenía la borrachera y por ello lucían coronas con esta flor en los
banquetes.
La rosa y el mirto se consagraban a Venus y la
hiedra y las uvas era atributos de Baco en las representaciones artísticas.
La rosa se cultivaba en tiempos remotos en el
valle del Nilo y en Mesopotamia, de donde fue importada a Grecia en época
anterior a Homero y luego se introdujo en Roma.
Niño llevando cestas con rosas. Mosaico
Piazza Armerina, Sicilia
Con hierbas y flores se producían aceites
y cremas utilizados en cosmética. El famoso ceratum de Galeno era una crema
fría elaborada a partir de cera de abejas, aceite de oliva y agua de rosas.
Durante las fiestas de Floralia, las casas se
adornaban con flores y las figuras de los lares se coronaban con guirnaldas
entrelazadas de flores.
Pintura con frutas, Museo Arqueológico
de Nápoles
La fruta empezó siendo un símbolo de frugalidad
derivado de la actividad originaria de las antiguas civilizaciones, la
recolección de frutos y raíces para la alimentación. Luego se convirtió en
signo de refinamiento y lujo entre los ricos cuando se consumía fresca. Se
empleaba en las comidas como entrante, como ingrediente de platos principales y
en la elaboración de salsas.
Para hacer conservas, sobre todo en el entorno
rural, se introducía en miel, vino, vinagre, salmuera o una mezcla de
todo. Dejadas secar al sol, se consumían como postre, junto a la fresca.
Las frutas se denominaban por el lugar de
procedencia, higos de Siria, granada de Cartago, ciruela de Damasco, membrillo
de Creta, albaricoque de Persia.
Detalle de Pintura con higos frescos,
villa de Popea, Oplontis, Italia
“Hay
algunos que ponen higos frescos poco maduros en un recipiente nuevo de barro,
cogiéndolos con los rabos y separándolos unos de otros, y dejan flotando el
recipiente en un tonel lleno de vino.” (Paladio, L. IV, IX)
El higo era un fruto consumido por todos los
pueblos del Mediterráneo, se tomaba fresco, seco, en conserva y añadido al
vino. La higuera se consideraba un árbol sagrado porque la loba Luperca
amamantó a Rómulo y Remo debajo de una.
Los higos tuvieron una importancia vital en la
historia de Roma, según el historiador latino Floro que cuenta como el senador
Catón, interesado en la guerra contra Cartago, mostró a los senadores un higo
fresco y les preguntó.” ¿Cuándo creéis que
ha sido arrancado del árbol?” Ellos respondieron que recientemente y Catón
añadió: “Hace tres días nada más y de un árbol en la propia Cartago. ¡Tan cerca
se halla nuestro mortal enemigo!”. Y entonces declararon la que se
convirtió en la tercera guerra púnica.
Pintura con membrillos, casa de Livia en
Prima Porta, Museo Nacional de Roma
El membrillo, llamado manzana cidonia, era una
fruta consagrada a Venus, que se representaba, a menudo, con uno en la mano.
Columela aconseja conservarlo en miel.
“Los
membrillos deben cogerse maduros y conservarse así: o bien metiéndolos entre
dos tejas cerradas con barro por todas partes, o cocidos en arrope o vino de
pasas… otros los introducen en tinajas de mosto y luego las cierran, lo que da
aroma al vino.” (Paladio, L. III, XXV)
El granado, procedente de Asia, se cultivaba en
los países del norte de África; se tenía por fruto sagrado de la diosa Juno y
simbolizaba la fertilidad.
Los vinos se mezclaban y aromatizaban con
frutas en los banquetes, y algunos se consideraban remedios medicinales.
Dependiendo de la época del año, se añadían al vino violetas, pétalos de rosa,
o semillas de hinojo y comino. Con el postre se servía un dulce moscatel hecho
con las uvas de la última vendimia.
“Se hacen
también vinos de frutas, de dátiles,…de higos, de peras, de todas las
variedades de manzanas, de serbas, de moras secas, de piñones de pino [estos
últimos se ablandan en el mosto y se prensan]…” (Plinio, NH, XIX, 102)
Los árboles frutales se plantaban en hileras y,
a veces, entre árboles sin fruta, para adornar los jardines.
Para proteger las plantas y acelerar su
crecimiento se utilizaban invernaderos (specularia) hechos con láminas de lapis
specularis, material transparente que dejaba pasar la luz y el calor. El
emperador Tiberio comía pepinos todo el año, porque los cultivaban de forma que
con el frío y por la noche los metían bajo estos vidrios.
“Para que
tus vergeles de pálidas rosas de Cilicia (azafrán) no teman al invierno y el
viento helado no perjudique a los tiernos planteles, unas cristaleras puestas
cara a los vientos invernales del Sur dejan pasar uno rayos de sol limpios y
una luz sin sombras.” (Marcial, VIII, 14)
Donde no se podía tener un huerto, se plantaban
hierbas y flores en macetas que adornaban jardines y balcones, especialmente
recipientes con agujeros para el drenaje (ollae perforatae) y que por
encontrarse en grandes cantidades en algunos jardines, sugiere el cultivo de
plantas para la venta.
Príapo era una deidad protectora de huertos y
jardines, que guardaba las puertas de las villas rústicas, vigilaba las lindes
de los campos y participaba en la fertilidad de la tierra y en la fecundidad de
hombres y animales. Se le ofrecían las primicias de las cosechas, entre ellas
las espigas de trigo y los pámpanos, leche y miel y sacrificios de
animales. Se le representaba como una estatua de un hombre feo con un enorme
falo y se colocaba en jardines y huertos para espantar pájaros y ladrones.
Es una sala espaciosa, bien decorada, abierta totalmente al pórtico en su
extremo, se utilizaba para recibir a las visitas y ofrecer un lugar privado
donde conversar y discutir.
Allí también se sesteaba en divanes y llegó a imitarse en edificios
públicos como palestras, termas, foros, bibliotecas,...
Es una estancia
redondeada, de uso íntimo, que sirve de comedor más amplio y lujoso que el
triclinium.
Solía orientarse hacia levante para que la luz de la mañana iluminase la
estancia cuando se trabajara en ella y para evitar la humedad del viento del
oeste. Albergaba los volúmenes en armarios de maderas preciadas o en cajones
(armaria, loculamenta, feruli, nidi) según estuviesen enrollados o
encuadernados. Según parece, la biblioteca solía estar decorada con estatuas de
importantes intelectuales, de Minerva o de las Musas, que inspiraban y
supervisaban el trabajo que allí se llevaba a cabo.
En las casas opulentas otras estancias que aparecen son el sacrarium, una especie de
basílica o salón; los cenacula,
terrazas; y el solarium de invierno, en el piso superior.
Cuando el refinamiento de la civilización griega y la riqueza doméstica se
establecen en la vida romana, en el atrium se crearon habitaciones para comer
recostados, si bien antes se hacía en el tablinum o en una habitación sobre él,
el cenaculum.
Para los ricos aristócratas romanos el
entretenimiento de amigos y clientes a la hora de la cena se convirtió en el
principal foco de vida social. El triclinium o comedor donde se celebraban los
banquetes se estableció como elemento indispensable para mostrar el status
social y el nivel de bienestar del propietario. La decoración de la habitación,
la provisión de los alimentos más exóticos, la calidad de las vajillas y
recipientes para servir la comida y la cantidad de esclavos que atendían a los
invitados, además de la oferta de entretenimiento durante la cena se alzaban
como expresión de la riqueza y elegancia del dominus que invitaba.
“Del otro
lado tiene que alzarse apoyado en largas columnas de Numidia y recoger el sol
de invierno un cenador.” (Juvenal, VII)
Los triclinio elaborados como espacio de
representación para recrear la vista e impresionar acogían decoraciones
pictóricas en los muros, techos abovedados o artesonados sostenidos por
columnas, suelos de mosaico diseñados, a veces, para delimitar la ubicación de
los lechos, en las zonas más visibles. Estas lujosas estancias podían disponer
de ventanas protegidas con piedra especular que permitían entrar la luz y
también podían ser calentadas por hipocausto o tubos por los que pasaba aire
caliente que quedaban ocultos tras las paredes.
En las casa con peristilo, el triclinium se
organizaba como un amplio espacio abierto hacia él, para poder disfrutar de la
vista del jardín, del aroma de las flores y del murmullo del agua que surgía de
las fuentes o estanques. En las villas rústicas se apreciaba tener amplias
vistas a los campos o montañas y en las villas marítimas que los comedores
dispusiesen de ventanas por las que se pudiese ver el mar y permitiesen entrar
las brisas marinas.
“Al
otro lado del pórtico, a la altura de las columnas que forman el centro del
arco de la D, hay un patio cubierto lleno de encanto, y a continuación, un
comedor bastante elegante que se mete casi en la playa, de modo que, cuando el
mar es agitado por el viento de África, es suavemente salpicado por las puntas
de las olas una vez ya rotas. Esta estancia está provista por todos sus lados
de puertas y ventanas del tamaño de aquellas, y así, parece que mira hacia tres
mares por sus dos paredes laterales y por la que está frente a los comensales.
Por la parte que queda a la espalda de éstos, da hacia el patio cubierto ya
citado, hacia el pórtico, hacia el patio abierto, hacia la continuación del
pórtico, hacia el atrio, y más allá de él hacia bosques y lejanas montañas.”(Plinio,
Epis. II, 17)
La disposición del comedor tradicional romano
consistía en tres lechos alrededor de una mesa donde colocar la comida.
Los lechos de obra solía tener el lado hacia la mesa más elevado para facilitar
la postura. La colocación de los invitados seguía un orden jerárquico muy
estricto. Los invitados se tendían en oblicuo en el lecho, con el codo
izquierdo apoyado sobre un cojín, y la mano derecha libre para comer.
Se les lavaba los pies al entrar y se quitaban
el calzado durante la cena. Más adelante se impuso un lecho en forma de media
luna, stibadium, en el que cabían alrededor de siete personas. En Pompeya
se han encontrado comedores de verano con dos lechos (biclinium), en los que
cabrían dos o tres personas en cada uno.
En las casas o villas más grandes se podían
encontrar triclinios de verano o invierno, emplazados en distintos lugar según
la orientación de la casa. El arquitecto Vitruvio da consejos sobre la
ubicación de estas habitaciones:
“Los
triclinios de primavera y de otoño se orientarán hacia el este, pues, al estar
expuestos directamente hacia la luz del sol que inicia su periplo hacia
occidente, se consigue que mantengan una temperatura agradable, durante el
tiempo cuya utilización es imprescindible. Hacia el norte se orientarán los
triclinios de verano, pues tal orientación no resulta tan calurosa como las
otras durante el solsticio, al estar en el punto puesto al curso del sol; por
ello permanecen muy frescas, lo que proporciona un agradable bienestar”.
(VI, 4)
Muy frecuente era contar con un triclinium en el jardín de verano, con
lechos de mampostería cuya parte más cercana a la mesa tenía cierta elevación,
con cojines y almohadones que evitaban la dureza del asiento. La mesa también
era de mampostería, a veces portátil. En las casas más pudientes, llegaron a
construirse un triclinium orientado hacia el mediodía para comer en invierno (triclinia hiberna) y otro con
orientación norte para el verano (triclinia
estiva).
Los triclinia de invierno que necesitaban
calentarse con braseros e iluminarse con lucernas serían espacios en los que se
concentraba una atmósfera densa por el calor y el humo, por lo que Vitruvio
recomienda pintar zócalos sencillos en color negro combinado con ocre o rojo,
con pavimentos en colores oscuros y capaces de absorber las manchas provocadas
por los alimentos y bebidas derramados.
“Así, por
ejemplo, en los comedores de invierno no están bien ni son necesarios
refinamientos en la ornamentación, ni pinturas de gran importancia, ni
adornos delicados en las cornisas de las bóvedas porque todas estas cosas se
echan a perder con el humo de los fuegos y con el espeso hollín de las
lámparas.” (Vitr. VII, 4)
En muchas casas, sobre todo, en Pompeya se han
encontrado triclinios en los jardines, protegidos por una pérgola, un toldo o
un tejadillo, y normalmente, frente a una fuente.
“En la
cabecera del hipódromo está el stibadium de blanquísimo mármol, cubierto por
una pérgola que está sostenida por cuatro columnas de mármol caristio. Debajo
del stibadium el agua sale a chorros, casi como expulsada por los que están
sentados encima; el agua se recoge en un canal y pasa a rellenar una pila de
fino mármol, regulada de modo invisible para que esté siempre llena y nunca se
desborde. Las viandas de mayor peso, si las hay, se apoyan en el borde de la
pila, mientras que las más ligeras se llevan flotando en barquitos o aves
simuladas. Enfrente hay una fuente que lanza y recoge el agua mediante un juego
de cañerías que primero la echa hacia arriba y luego la traga abajo para volver
a elevarla después.” (Plinio, V, 6)
El emperador Tiberio mandó habilitar una gruta
en Sperlonga para disfrutar del entorno y del agua marina junto a la que se
sitúa la cueva. En su interior había numerosas estatuas para amenizar el lugar.
Aquí es donde pudo ocurrir el accidente citado por Suetonio, en el que mientras
el emperador cenaba con sus invitados se cayeron varias piedras del techo que
causaron la muerte a varios de los comensales y sirvientes, aunque Tiberio
salió ileso.
El Emperador Adriano construyó en su amplia
residencia de Tíbur (actual Tívoli) un ostentoso comedor al aire libre con un
lecho semicircular con plazas suficientes para albergar a unos cuantos
comensales, el cual tenía por detrás rampas por las que supuestamente caerían
cascadas de agua y por delante un enorme estanque rodeado por estatuas.
Los comedores al aire libre forman una prueba
más del naturalismo romano que degustaba los placeres de las comidas campestres
a la sombra de un árbol y en contacto con la naturaleza, aprovechando los días
festivos.
A la hora de disfrutar de lugares
originales en donde disfrutar del placer de la gastronomía en entornos
agradables a la vista, destaca la celebración de comidas con varios convidados
en los que el protagonista era un enorme y frondoso árbol, como el famoso
“nido” de Calígula:
“El
emperador Calígula pudo admirar en la campiña de Velitres un tablado construido
sobre un solo plátano cuyas ramas, ampliamente expandida, servían de asientos: celebró
un festín, donde el árbol mismo proporcionaba una parte de la sombra, en este
comedor, que fue capaz de contener a 15 convidados y los sirvientes, y que él
llamó “el nido”. (Plinio, H.N. XII, 10)
Mosaico nilótico, Praeneste, Museo de
Palestrina, Italia
Es posible que algunos encontraran más
placentero cenar en un ambiente tan rustico y sencillo que en un lugar cerrado
y profusamente decorado a la moda del momento. Otra vez un árbol gigantesco es
el centro de atención:
“Actualmente
hay en Licia un plátano famoso, al que va asociado la amenidad de una fuente
fresca; colocado cerca del camino, esta horadado por una profunda cueva de 81
pies, formando una especie de casa, cuyo tejado es una selva frondosa, ya que
está rodeado por vastas ramas tan gruesas como árboles y cubre la campiña con
sus largas sombras. Y para que nada falte para asemejarse a una gruta, el
interior de su oquedad está tapizado de un revestimiento circular de piedras
pómez cubiertas de musgo. La cosa es tan maravillosa que Licinius Mucianus,
cónsul por tercera vez y últimamente legado de esta provincia, ha creído deber
transmitir a la posteridad que había cenado en su tronco con 17 convidados,
sobre lechos de follaje proporcionados generosamente por el propio árbol al
abrigo de todos los vientos, sin oír el ruido de la lluvia sobre las hojas; y
que él se había recostado más a gusto que entre el brillo de los mármoles, la
variedad de las pinturas y el oro de los artesonados.” (Plinio, H. N. XII,
9)
En las partidas de caza que organizaban los
ricos propietarios que residían en las villae en el campo, no faltaba el
importante acto de la comida, para lo que los sirvientes cargaban con todos los
enseres y alimentos necesarios para que sus señores pudieran disfrutan de ese
momento sin que echaran en falta nada de lo que tenían en los lujosos
triclinia de sus casas.
También el agua que corre de forma natural en
un paisaje campestre es un punto de atracción para los que quieren gozar de una
comida sencilla en un lugar agradable.
“Existe
allí un arroyo que nace en las montañas, corre a través de las rocas y llega
hasta una pequeña gruta acondicionada por la mano del hombre a modo de comedor;
a continuación, tras detenerse brevemente en ella, desemboca en el lago Lario.
Te tumbas a su lado, comes e incluso bebes del propio arroyo, pues es muy
refrescante, y durante todo ese tiempo, obedeciendo a unos intervalos fijos y
bien precisos, sus aguas se retiran y vuelven a aparecer.” (Plinio, Epis.
IV, 30)
Con el deseo de ofrecer a sus invitados el espacio
más sofisticado y poco común donde relajarse y comer en compañía, el anfitrión
podía buscar el lugar más inédito en sus posesiones, aunque el efecto
conseguido podía ser contrario al pretendido, impresionar al convidado y que la
cena fuera un éxito. Este es el caso del comedor-aviario de Lúculo, cuya
pretensión de agradar a los comensales cenando entre aves que entran y salen
volando, se ve defraudada porque los invitados no parecen contentos por tener
que cenar entre el olor producido por las aves.
Lúculo deseó tener un aviario diferente, pero
que se pareciese a otros, que se hizo en Túsculo; que pudiese tener el
triclinium bajo el mismo techo que el aviario, donde pudiese cenar con
estilo, y donde pudiese ver algunas aves servidas, y otras volando por las
ventanas, pero que no encontró útil, porque las aves volando por las ventanas
no son agradables de ver y que el desagradable olor es ofensivo a la nariz.
(Varrón, III, 1)
Los emperadores edificaban construcciones en
sitios excepcionales para disfrutar de sus cenas. Domiciano mandó construir una
pérgola para utilizar como cenador (cenatio) en el monte Celio, desde donde se
divisan unas vistas extraordinarias de la ciudad de Roma y desde donde se puede
apreciar el mausoleo de Augusto.
“Me llamo
Mica aurea. Estás viendo lo que soy: un pequeño cenador. Fíjate que desde aquí
ves el mausoleo del César. Rompe los lechos, pide vino, corónate de rosas,
perfúmate con nardo: un dios en persona te invita a que te acuerdes de la
muerte.” (Marcial, Epi. II, 59)
Biclinium, Casa de Octavio Cuarto,
Pompeya, foto de Panoramio
La palabra cenatio, sinónimo de triclinium,
designa un comedor grande o pequeño, que por tanto podía ser sencillo o tan
complejo como albergar mecanismos en el techo para dispensar regalos u otras
sorpresas a los convidados. Como en la Domus Aurea de Nerón:
“El techo
de los comedores estaba formado de tablillas de marfil movibles, por algunas
aberturas de los cuales brotaban flores y perfumes.” (Suetonio, Nerón, 31)
Pintura con comensales, Museo Nacional
Romano
Séneca describe algunos de los artilugios que
se empleaban para sorprender a los invitados, tuberías para dejar salir
perfumes con los que enmascarar los posibles desagradables olores procedentes
del sudor y vómitos de los asistentes a estas cenas, mecanismos que permitían
la entrada y salida de agua para abastecer los canales y cascadas que servían
para refrescar el ambiente y la construcción de diferentes techumbres que
permitían su intercambio según el momento de la cena.
“Hoy en
día, ¿cuál de los dos consideras más sabio: el que ha encontrado cómo hacer
salir el agua perfumada de azafrán a gran altura, pasando por tubos escondidos;
el que de pronto llena o vacía los canales con aguas impetuosas y de tal
manera dispone para la sala de los festines los movibles artesonados que
sucesivamente van renovando su aspecto y tantas veces cambian los techos
cuantas veces los manjares…” (Séneca, Epis. Ad Luc. XC, 15)
Si nos remontamos a las primeras descripciones que conservamos en la
literatura, observamos que los palacios de los héroes homéricos no tenían
cocina. Tampoco existía en la primitiva casa romana donde las comidas se
preparaban en el atrio.
En los primeros años de la república en
las casas cocinaban los esclavos, o las mujeres de la familia en el atrio. Para
la celebración de fiestas y banquetes se recurría a los servicios de cocineros
profesionales que aportaban su propio equipo y utensilios, sobre todo los
cuchillos.
En la literatura romana aparecen los
cocineros como personajes de comedia, a los que se atribuye aptitudes
delictivas. Se les acusaba de ladrones y de apropiarse de la comida guardada en
la despensa de los patronos.
Cuando el cocinero formaba parte del
servicio, el señor le exigía que la comida estuviese a su gusto: “Sosias, tengo que comer. El cálido sol ya ha
pasado de la hora cuarta, y en el reloj la sombra se acerca a la quinta.
Prueba y asegúrate – porque a menudo te engañan- que los platos sazonados
estén bien condimentados y sean sabrosos. Remueve tus ollas humeantes; rápido,
mete tus dedos en la salsa caliente y humedece tu lengua con ellos….”
(Ausonius, Ephemeris, VI)
La expansión de Roma trajo el gusto por
nuevos sabores y alimentos que necesitaban de un profesional que supiese
acertar en la elección, la condimentación y presentación de los platos, por lo
que un experto cocinero se convirtió en un bien codiciado y un lujo.
“Los
banquetes, además, empezaron a planearse con más cuidado y mayor gasto. En
aquel tiempo el cocinero, que para los antiguos romanos era el más vil de los
esclavos, tanto por su valor como por la forma de tratarlo, empezó a ser
valorado, y el que había sido solo un servicio necesario (ministerium) empezó a
ser un artista. (Livio, Historia de Roma, 39, 6.7)
Los romanos importaron cocineros de sus
tierras conquistadas y los incorporaron a su servicio como esclavos para que
cocinaran en sus banquetes y enseñaran a otros esclavos sus artes culinarias.
Principalmente llegaron de Grecia, Sicilia y Asia Menor.
“Los
partos, también, han enseñado su moda a nuestros cocineros; e, incluso, después
de todo, a pesar de su refinamiento en el lujo, ningún artículo puede
satisfacer igualmente en cada parte, porque por un lado es el muslo, y por otro
la pechuga solo, lo que se estima." (Plinio, X, 71)
Los cocineros griegos aportaron arte y
saber hacer a la gastronomía romana pero tenían fama de fanfarrones.
La cena era el eje del banquete en el
que el dominus intentaba demostrar su status económico y social y los errores
del cocinero encargado de preparar las viandas podían suponer una deshonra del
señor de la casa ante sus invitados. Es por ello que los cocineros se
esforzaban en satisfacer las exigencias de sus amos o de los señores que les
habían contratado. De no tener éxito, el castigo podía suponer una paliza, pero
agradar a los comensales podía conllevar una alabanza o incluso un premio.
“También
el cocinero fue cumplimentado con una copa que le fue servida en una bandeja
corintia, imponiéndosele además una corona de plata”. (Petronio, Satiricón, 49-50)
El ejemplo de Petronio nos muestra el
miedo del cocinero a ser castigado ante un posible error para finalmente ser
recompensado por su maestría al cocinar el plato de forma que todos los
invitados fueran engañados y creyesen que no sabía hacer su trabajo.
El cocinero siempre debía
estar preparado para que toda la comida estuviese al gusto del señor y sus
comensales, incluso teniendo previsto de antemano lo que al amo pudiese
antojársele durante la cena.
El gusto romano se desarrolló hasta el
punto de valorar más los productos que no estuvieran en su estado natural, sino
artificiosamente elaborados, componiendo así un producto distinto y más
original y novedoso. La combinación o la mezcla de alimentos,
transformada a veces en revoltijo, conseguía sorprender al comensal, que
efectivamente, no podía adivinar qué estaba comiendo, de qué ingredientes
reales estaba compuesto el plato que tenía delante. Esta sofisticación y
refinamiento se veía como una muestra de civilización frente a los pueblos bárbaros
que preparaban sus alimentos de forma más sencilla.
“Cecilio,
el Atreo de las calabazas, tal como a los hijos de Tiestes, las descuartiza y
las corta en mil pedazos. Las comerás en seguida, en el mismo aperitivo, las
servirá en el primero y en el segundo plato. Te las volverás a poner en el
tercero, de ellas preparará los postres finales. De ellas hace el repostero
unos pasteles insípidos; de ellas guarnece no sólo piezas variadas, sino
también los dátiles conocidos en los teatros. De ellas sale para su
cocinero una variada menestra, de forma que creería uno que le han servido
lentejas y habas, imita los hongos y los botillos y la cola de atún y la
diminuta morralla.” (Marcial, XI, 31)
La preparación de un banquete de tales
características supuso un incremento de personal en las cocinas y los comedores
además de una especialización en el trabajo que implicaba la elaboración de
salsas, la condimentación de carnes, pescados y verduras y la confección de
repostería.
Estas tareas, consideradas serviles, gozaban
de cierta relevancia en la sociedad romana, pero se realizaban en lugares poco
sanos y sucios, lo que implicaba que los cocineros fueran descritos como
personas tiznadas de negro y manchadas de grasa.
“Quién,
pregunto, tan mal nacido, quién ha sido ése tan chulo que te ha ordenado,
Teopompo, que te hicieras cocinero? Esta cara, ¿aguanta alguien mancillarla con
una negra cocina? ¿Mancilla con el fuego grasiento esta melena? (Marcial,
X, 66)
La cocina, lugar de trabajo del
cocinero, era una parte de la domus que debido a los humos y olores procedentes
de la preparación se construía en un lugar apartado y normalmente mal
ventilado, donde se amontonaban los cacharros utilizados para la preparación de
los guisos. En los fogones se colocaban las brasas donde sobre parrillas
se cocinaban los alimentos en sartenes y ollas. Para moler el trigo se
utilizaba el molino manual, los moldes se utilizaban para dar formas y hornear
repostería y el mortero para machacar y mezclar los ingredientes para las
salsas y los condimentos.
Otro oficio culinario, el de repostero,
alcanzó gran popularidad por el gusto que los romanos desarrollaron por los
dulces. Para endulzar se utilizaba la miel y como otros ingredientes leche,
frutos secos y frutas frescas o en conserva.
“Mil
dulces figuras de productos te elaborará esa mano: para éste únicamente trabaja
la ahorradora abeja.” (Marcial, Epigramas)
Desde
muy antiguo se hacía pan en las casas, pero en las ciudades proliferaron las
panaderías en las que se elaboraban panes con diversos ingredientes y variadas
figuras. Conseguir un pan sabroso y tierno que ofrecer a sus invitados era un
firme propósito del anfitrión. Según Aulo Gelio, Varrón escribió:
“Si le hubieras dedicado a la filosofía una duodécima parte del esfuerzo que pusiste
en que tu panadero te proporcionase buen pan, te habrías convertido en un buen
hombre hace tiempo.”
(XV,19)
Al multiplicarse el trabajo en las
cocinas más aristocráticas se necesitaba una persona responsable que
dirigiera a los especialistas en cada uno de los quehaceres:
trinchadores, pasteleros, panaderos, despenseros, ayudantes, y otros esclavos
con tareas más generales. Este puesto parecía ser desempeñado por el
archimagirus. Los obsonatores eran los encargados de hacer las compras, mantener
bien provista la despensa y conocer el gusto particular de los señores a los
que servían, para saber que alimentos presentarles según su ánimo.
Mosaico romano con esclavo en la cocina
Las habilidades en el despiece de las viandas, especialmente necesario al no usarse los cubiertos para comer, pasaban a formar parte del espectáculo. Mientras algunos ciudadanos se contentan presentando los alimentos ya troceados para no requerir los servicios de un trinchante, otros exhiben los animales cocinados enteros, para deleitar la vista antes que el gusto y hacer gala de los manjares que ofrecen en su plenitud, junto con un personal de servicio especializado y de espectacular maestría. Había maestros en el arte de trinchar las carnes y se llegaba a hacer prácticas con figuras de madera.
Los cocineros son retratados como
pendencieros siempre riñendo entre sí y discutiendo la profesionalidad de sus
colegas o de los miembros de otros oficios afines. En la Antología Latina, se
describe un debate entre un cocinero y un panadero (pistor) sobre quién es más
necesario, mientras el dios Vulcano es un juez imparcial.
Sale primero el panadero a defender su
causa con la cabeza llena de canas que son obra de la harina: Me
extraña, pues, lo confieso, y apenas puedo creer que ahora ese cocinero se
disponga a responderme a mí, de cuyas manos siempre sale el pan que al
pueblo sacia, y se atreve a discutir conmigo quién de los dos es más
útil…….
Como que a todos es necesario el pan,
que nadie rechaza, pues sin él ¿qué comidas pueden servir los
mortales?.......
Hasta la actualidad han llegado gran
variedad de recetas romanas y platos sencillos o más complejos recogidos en
libros publicados por famosos gastrónomos griegos y romanos. El más conocido es
Apicio, que se dedicó a disfrutar del arte culinario, debido a la enorme
fortuna que poseía. En su libro De Re Coquinaria, recopila numerosas formas de
cocinar los alimentos, incluyendo los ingredientes que integran cada plato,
pero sin especificar las cantidades. Otros escritores, también incluyeron en
sus obras algunas recetas para preparar ciertos alimentos, incluso aquellas que
provenían de los territorios conquistados por Roma.
Cuando la casa crece, el hogar se convierte en la parte principal de la
misma. La cocina calienta las habitaciones más cercanas de los niños y
sirvientes aunque no era más que un habitáculo pequeño y mal dispuesto como
puede deducirse de los restos conservados de la casa de los Vecios en Pompeya o
la domus Livia en Roma. Con el tiempo, la cocina fue un refinamiento, su
espacio contaba con un fogón de albañilería, colocado en un ángulo y adosado a
las paredes sin chimenea, lo que constituía una molestia enorme para los
cocineros y un peligro por los incendios. Algunas eran metálicas, portátiles
como se ve en Pompeya; otras, de buen tamaño, contaban con un horno de pan y
albaños para el desagüe, retretes y baños.
Junto al atrio se encuentra la
cocina y la despensa. Hay un horno para cocer el pan y la cocina propiamente
dicha: una gran plataforma para las brasas con un espacio inferior donde se
guarda la leña. En las paredes cuelgan lasa cazuelas y parrillas. Durante la
época imperial la cocina era muy elaborada solía sorprender a los comensales.
El cocinero, miembro muy querido de la casa, era, sin embargo, un esclavo. Solía
dormir en la propia cocina.
Su utilidad como espacio para el aseo es limitado, en el baño de la casa
(lavatrina) los miembros de la familia se lavan brazos y piernas cada día; el
cuerpo lo hacían una vez a la semana en las termas o baños públicos. El baño
solía encontrarse cerca de la cocina para poder abastecerlo con rapidez de
barreños y agua caliente.
"Viene luego una estancia amplia y espaciosa destinada
a los baños de agua fría, y que contiene dos piscinas de forma circular, enfrente
la una de la otra, que parecen haber surgido de forma natural y que son
bastante grandes si se tiene en cuenta la proximidad del mar. Allí encontramos
también la sala para las friegas de aceite, el horno que calienta el agua y los
baños templados, seguidos de dos habitaciones muy agradables, pero sin llegar a
ser suntuosas. Contigua a ellas se halla una maravillosa piscina de agua
caliente desde la que los bañistas ven el amar. No lejos de allí hay una sala
para jugar a la pelota, la cual durante las últimas horas del día recibe un sol
muy cálido."
(Plinio, 2,17).
Desde principios del
siglo III a.C., y por influencia griega y con la aparición de las termas
públicas los romanos más adinerados empezaron a introducir baños privados en
sus casas.
Con la construcción de
los acueductos y a la mejora de las obras públicas se hizo accesible el uso de
agua para todos y su calentamiento para el baño. Los propietarios de las
grandes villas ubicaban éstas cerca de los cauces de los ríos.
El baño privado o
balneum pudo en un principio haber consistido en una bañera aislada, hecha de
distintos materiales, o una de obra encajada en una habitación.
Cuando estos baños se
hicieron más amplios y suntuosos se incorporaron más salas. En las postrimerías
del imperio cuando se produjo la extensión de los latifundios y las grandes
villas, los ricos propietarios instalaron baños impresionantes en sus
mansiones, puesto que el acceso a las termas públicas ya no era posible, debido
a que su residencia permanente estaba ya en el campo.
En las villas rurales
podía encontrarse el atrio con un impluvium
central que daría paso al apodyterium,
sala donde el bañista se desnudaba y colocaba sus ropas en hornacinas o
estanterías en la pared. Adosados a la pared podía haber bancos para sentarse.
"Viene, a
continuación, el vestidor de los baños, una habitación grande y alegre, y sigue
a ésta la estancia destinada a los baños de agua fría, en la que hay una
piscina amplia y umbría. Si deseas tener mayor espacio para nadar o hacerlo en
un agua más templada, dispones para ello de otra piscina en un patio adyacente,
y junto a ella tienes un pozo en el que puedes refrescarte luego, si no te
agrada la tibieza del agua." (Plinio, 5,6)
La siguiente sala
normalmente era el frigidarium,
donde se tomaba baños de agua fría tras haber realizado ejercicios físicos o
después de haber pasado por las salas de baños calientes. En las casas donde el
espacio era más reducido se pudieron unificar el apodyterium y el frigidarium.
Los propietarios de las
grandes villas romanas solían construir piscinas donde relajarse tras la
práctica de algún ejercicio físico o deporte, y compartir horas de ocio con sus
invitados. En la Historia Augusta encontramos una cita sobre el emperador
Alejandro Severo: "Después de leer se dedicaba al ejercicio, juego
de pelota, correr o algo de lucha suave. Entonces, tras untarse el mismo con
aceite, se bañaba, pero raramente en un baño caliente, porque siempre usaba una
piscina, permaneciendo en ella alrededor de una hora".
La presencia de una
piscina (natatio) en las que
podía tomarse un baño hace suponer que no siempre se incluiría una sala
específica para tomar baños de agua fría.
El tepidarium era una sala intermedia entre el frigidarium y el
caldarium que servía para adaptarse a la diferencia de temperatura de estas
salas. En algunos casos sería posible tomar un baño de agua templada, aunque
mayormente esta sala carece de lugar para el baño. El tepidarium pudo haber
aprovechado su cercanía a salas calefactadas para recoger calor.
"A la estancia de
los baños de agua fría está adosada la de los baños de temperatura intermedia,
sobre la que la luz del sol cae con mucha generosidad, si bien ésta cae con
mayor generosidad aún sobre la habitación de los baños de agua caliente, dado
que ésta sobresale respecto al resto de la villa. En ella hay tres piscinas:
dos expuestas al sol, y la tercera un poco más retirada, lejos de la influencia
directa del sol, pero no lejos de la luz." (Plinio, 5,6)
La última sala en la
que se tomaba un baño caliente era el caldarium. Esta estancia se calentaba con un horno (praefurnium)
o dos, sobre los que se disponía el alveum (gran
bañera) para mantener la temperatura del agua elevada. El bañista accedía a su
interior por unos peldaños que, a su vez, podían servir de asiento.
Caldarium
Un labrum, especie de lavabo
grande, que podía estar en el centro de la estancia, permitiría a los bañistas
refrescarse para aliviar el calor de la sala. Desde aquí volvería el bañista al
frigidarium antes de vestirse y abandonar el balneum.
Los romanos solían
practicar algún ejercicio gimnástico antes de entrar en los baños. Asimismo se
untaban con aceite que retiraban con un strigilus y también gustaban de
recibir masajes. Estas actividades podrían realizarse en el apodyterium
o en el tepidarium, aunque en caso de baños amplios había una sala
específica para tal uso, el destrictarium, donde había esclavos
dedicados a realizar esta labor.
El balneum doméstico
fue un espacio público dentro de la domus que se convirtió en símbolo del poder
y la riqueza del propietario que manifestaba su status ante sus
invitados con la ostentosa decoración de sus baños, que solían decorarse con
pinturas murales, ricos mosaicos y variedad de materiales, como el mármol.
"Qué diré
de los baños de los libertos? ¡Qué cantidad de estatuas, de columnas que no
sujetan nada, solo construidas para decorar y gastar dinero! ¡Y qué masas de
agua cayendo de nivel a nivel! Nos hemos hecho tan ostentosos que no tendremos
más que piedras preciosas sobre las que caminar! (Séneca, Ep. 86)
Estas cámaras servían
para guardar las provisiones (penus), solían ubicarse con orientación norte
para que no entrase ni el sol ni los insectos. A cargo de su supervisión estaba
un superintendente que daba al cocinero la ración diaria de los productos que
necesitaba. Tenía diferentes cámaras: para la miel, las uvas, las frutas, los
salados, el aceite... El vino y el aceite se guardaban en bodegas subterráneas,
en cubas o tinajas empotradas en el suelo o en bancos de mampostería integrados
en las paredes.
Designa propiamente la habitación hecha de tablas, muy pobre. En sentido
lato, es una tienda donde se vende algo: sutoria,
vinaria, argentaria, libraria, carnaria etc. Cuando era un quiosco
desmontable se denominaba tentorium
o también tentoriolum, nombre que
también se daba a las tiendas de campaña militares. En tiempos de los reyes
romanos ya se conocían. Luego, pasaron a ser hosterías más o menos respetables
(meritoria o diversoria caupona) que deriva en lasciva taberna o salax taberna y
que se adosaban a las murallas, como barracones, y a las casas.
En la domus, las tabernae
ocupan los ángulos interiores que dan a la calle y poseen una puerta
exterior que les da independencia. En muchas de las de Pompeya, hay mostradores
de albañilería para la mercancía con tinajas empotradas en las paredes, para
conservar las bebidas, y en su parte baja hay espacio para el fuego, si se
sirve caliente y para el hielo o nieve si se toma fría. Las tabernae son
pequeñas, por eso en ellas se compraba desde fuera y se conocía lo que ofrecían
gracias a muestras colgadas en la puerta de la calle. Así, ocurrió que las
calles se especializaron en vender determinados productos, por ejemplo, la Via
Sacra era de artículos de lujo. Junto a las muestras aparecía sobre el dintel
de la puerta el nombre del tendero. En el interior solía haber una o dos
trastiendas separadas por una pared. La vivienda estaba en un piso superior al
que se accedía por una escalera interior o desde la calle.
Podía vivir en ella el tendero o tenerla alquilada a los pobres. Esta
estancia se denominaba, irónicamente, pergula. Podía haber a ambos lados
de la puerta una casa con igual profundidad que las fauces. La taberna,
por lo general, es propiedad del dueño de la domus que regentaba un
liberto o el esclavo del atrio. Se cerraban por la noche con postigos (lenones).
Petronio recoge un refrán que denota lo miserables que eran estas
viviendas: qui in pergula natus est, aedes non somniatur.
Larario
El larario es un altar, generalmente
en forma de edículo, en el que se representa al Genius del pater
familias (dios personal del señor de la casa) flanqueado por dos lares
(deidades que velan por el territorio familiar) y la serpiente Agathodaemon
(deidad protectora de los difuntos). En él, el señor hacía ofrendas como miel,
vino y flores. Estaba situado en el atrium, cerca de la puerta de
entrada principal, o en zonas privadas de la casa, ya que era de uso exclusivo
del señor y su familia. Los esclavos tenían su larario en la cocina, donde se
representaban a los penates, espíritus guardianes de la despensa. En la imagen
superior, larario de la casa de los Vettii; abajo, larario de la casa de
Menandro (s.III a.C.) en Pompeya. Más abajo, larario de la casa de Octavius Quartio
en Pompeya; un larario de Herculano y una reconstrucción ideal de un larario.
El perfecto cumplimiento de los ritos
domésticos garantizaba la fertilidad, prosperidad y el buen
funcionamiento de la domus.
El culto doméstico podría definirse como el
conjunto de ritos desarrollados en el interior de la casa por la familia, y que
estaban destinados a la veneración de las divinidades encargadas de proteger y
garantizar la subsistencia y la perpetuación de todos los miembros.
Las principales divinidades veneradas eran: los
Lares, divinidades tutelares de la casa que cuidaban de la salud y
prosperidad de la familia y su entorno doméstico, incluidos los esclavos. Los
Penates, protectores de la despensa. El Genio, espíritu tutelar del pater familias.
Los Manes, espíritus de los antepasados familiares. Pero no eran las únicas,
pues, como en cualquier otro aspecto de la vida romana, todos los lugares de la
casa y todas las actividades cotidianas así como los momentos destacados de la
vida familiar (nacimientos, matrimonios…), estaban protegidos por divinidades
específicas, a las que en muchas ocasiones se veneraba sólo en momentos
puntuales del año.
“Entonces
he comprado este poquillo de incienso y estas coronas de flores, que le pondré
a nuestro lar en el hogar, para que haga feliz a mi hija en su matrimonio.”
(Plauto, Aulularia, 385).
El culto privado y de ámbito doméstico entre
los romanos estaba vinculado desde antiguo a las fiestas de
carácter agrícola y familiar, y el pater familias, al que se reconocía su
dominio sobre la religión doméstica, actuaba como sacerdote. Podía organizar el
larario como él desease, incluyendo a todos los dioses por los que sintiese una
devoción especial.
“Hacía un sacrificio por la mañana en su
larario en el que tenía las estatuillas de los emperadores divinizados, aunque
solamente una selección de los mejores, y las de seres de gran honorabilidad,
entre los que se hallaban Apolonio y, según el testimonio de un escritor
de su época, Cristo, Abraham, Orfeo y otros personajes parecidos a ellos,
y las estatuas de sus antepasados.” (Hist. Aug. Alex. Sev. 29,2).
Pintura con lares, Museo Arqueológico de
Nápoles
El paterfamilias como máxima autoridad
religiosa doméstica podía delegar determinadas funciones en otros
miembros de la familia, incluidos los esclavos.
“Todo está callado y en silencio, y raramente
una criada el primer día de mes acostumbra a abrir la cerrada capillita de los
dioses Lares.” (Propercio, IV, 3, 53)
Otro miembro del hogar podía encargarse del
culto y el cuidado del Larario si el pater familias no podía o quería hacerlo.
El propio Lar familiaris se encarga de narrar en el Aulularia de Plauto cómo
recibía las atenciones de la hija del paterfamilias, ya que éste descuidaba sus
obligaciones como oficiante.
“Pero qué, cada vez se ocupaba menos de mí y me
hacía menos ofrendas. Yo por mi parte hice exactamente lo mismo, o sea que se
murió tan pobre como había vivido. Dejó un hijo, que es el que vive actualmente
aquí en la casa, que es de la misma condición que el padre y el abuelo, y tiene
una hija única que no deja pasar un día sin venir a rezarme, me ofrece
incienso, vino o lo que sea y me pone coronas de flores”. (Plauto, Aulularia,
Prólogo).
Catón recoge en su obra que las obligaciones
religiosas recaían en el villicus y la villica (el capataz
o su esposa) en ausencia del dominus en una villa
rustica en el campo.
Los Lares recibían muestras de piedad por parte
de la familia en sus actividades cotidianas a la vez que eran objeto de
veneración periódicamente, en las calendas, nonas e idus de cada mes y en la
fiesta anual de las Caristia.
“Vosotros
también, custodios de un campo feliz en otro tiempo y ahora pobre, tenéis
vuestros regalos, dioses Lares. Entonces una ternera inmolada purificaba
innumerables terneros; ahora, en cambio, una cordera es la modesta víctima de
un exiguo campo. Una cordera os será sacrificada para que alrededor de
ella la juventud campesina grite: «¡Ea, dadnos trigo y buen vino!".
(Tib. I, 1)
Las ofrendas del larario eran variadas, pero
principalmente consistían en flores y guirnaldas para decorarlo, vino para
tomar en honor del genio, incienso, cereales, además de miel, perfumes,
frutas, pastelillos o sacrificios de animales. El señor de la casa les
dedica una plegaria: “Que este hogar sea para nosotros una fuente de
bienes, de bendición de felicidad y de buena suerte.” (Plauto, Los tres
escudos).
Mediante la celebración de los ritos
preceptivos ante el larario, la familia buscaba la protección de su propiedad,
que incluía inicialmente el campo del que dependía la subsistencia y se
restringió posteriormente a la casa; buscaba también la protección del
alimento, así como de los medios de los que dependía y de su lugar de
almacenaje; buscaba, igualmente, garantizar la perpetuación de la estirpe.
Cada familia contaba con sus dioses propios,
intransferibles, que debían pasar por transmisión hereditaria de padres a hijos
y que existían mientras la línea familiar se mantuviese.
Las divinidades protagonistas del culto
doméstico están también ligadas a los orígenes míticos de Roma. Los Lares,
según narraba Ovidio, se consideran hijos del dios Mercurio, identificado con
el Hermes griego, y cumplían algunas de las funciones que se adjudicaban
a esta divinidad.
En cuanto a sus atribuciones, parece que el Lar
familiaris entró en la casa como un numen dedicado a la protección y la
vigilancia que proporcionaba bienestar y prosperidad, a la vez que defendía la
morada de intrusos y era el representante divino de la familia.
“Yo soy
el dios lar de esta familia de aquí, de donde me habéis visto salir ahora
mismo. Ya hace muchos años que estoy instalado en esta casa y encargado de su
tutela, en tiempos ya del padre y del abuelo del que vive ahora en ella.”
(Plauto, Aulularia, Prólogo).
Pintura con lar, Museo de Minneapolis
Las primeras fuentes se refieren a él en
singular y, sólo a partir de finales de la República, en plural. Inicialmente,
las imágenes de culto se realizaban con materiales modestos, madera, y
posiblemente, terracota, pero son las hechas en bronce y piedra, así como las
pinturas, las que han llegado hasta la actualidad.
“Lares de
mis antepasados, salvadme: vosotros sois los mismos que me criaron,
un chiquillo corriendo delante de vosotros.
No
sintáis vergüenza por estar hechos de madera antigua: Así erais
cuando vivíais en casa de mi abuelo. En aquellos tiempos se
mantenía mejor la fe, cuando un dios de madera pobremente vestido, se guardaba
en un estrecho nicho.” (Tibulo,
Lib. I, 10)
Generalmente se representa a los Lares bajo la
figura de esbeltos adolescentes con atributos característicos en sus
manos, un rhyton (cuerno para beber), una patera o una sítula, una cornucopia o
cuerno de la abundancia. Sus piernas a veces aparecen simular un movimiento de
danza. Su indumentaria, como conviene a las divinidades ágiles, suele ser
corta.
Dioses Lares, Museo Arqueológico de
Nápoles
El romano dirigía al lar su plegaria de la
mañana y en las comidas le reservaba una parte de cada plato. Es al Lar
al primero al que el pater familias saluda al entrar en el hogar.
Cada acontecimiento feliz, nacimiento, boda o retorno de un viaje sin
sobresaltos, implica la ofrenda de un sacrificio a los dioses lares ante el
fuego, verdadero punto neurálgico que no debía extinguirse nunca puesto que
simbolizaba el alma de la casa.
Los Penates eran los espíritus protectores de
la despensa y procuraban que no faltara el alimento. Se los llama dioses
troyanos porque Eneas los trajo de Troya durante el periplo que le llevó a
Roma. En la Eneida, Virgilio recoge la tradición según la cual Eneas huyó de
Troya en su viaje hacia la Península Itálica llevándose consigo no sólo a su
padre y a su hijo, sino también a los dioses de su familia, los Penates, a lo
cuales rindió culto al desembarcar en el Lacio (Virg., Aen. VIII, 121).
“¿Hay
algo más sagrado y más protegido por toda la religión que la casa de cada
ciudadano? En ella se encuentran los altares, el fuego, los dioses penates; en
ella tienen lugar los sacrificios, las prácticas religiosas y las ceremonias;
es un refugio tan sagrado para todos que está prohibido arrancar a nadie
de él”.
(Cic. De su casa)
Los Penates llegaron a personificar cualquier
divinidad que, a ojos del paterfamilias, pudiera ofrecer protección a la casa y
la familia, y por su ambigüedad original pudieron adoptar cualquier forma
divina, e incluso humana. Sufrían las vicisitudes de la familia y estaban
unidos de forma indisoluble a la casa. También pasaron a tutelar los negocios y
las profesiones.
“Númenes
habitadores de estas mansiones vecinas, templos que ya nunca volverán a ver mis
ojos, dioses que abandono y que residís en la noble ciudad de Quirmo, recibid
para siempre mi postrer salutación. Aunque embrazo tarde el escudo después de
recibir la herida, no obstante libertad ni destierro del odio que me persigue,
y decid al varón celestial el error de que fui víctima, no vaya a juzgar mi
falta un odioso crimen. Lo que vosotros sabéis, sépalo asimismo el autor de mi
castigo; porque aplacando a este dios, ya no puedo llamarme desdichado." Tal
plegaria dirigí a los dioses; mi esposa estuvo más insistente y entrecortaba
con los sollozos sus palabras. Postrada ante los Lares y los cabellos en
desorden, besó con sus trémulos labios los fuegos extintos y elevó a los
adversos Penates cien súplicas que no habían de reportar ningún provecho a su
desventurado esposo.” (Ovidio, Tristes, I, 3)
Su vínculo con el penus, la despensa, pudo
verse reducido, cuando la familia, por efecto de la evolución de la sociedad,
dejó de depender únicamente de los alimentos almacenados en ella. Asimismo su
lugar de culto se trasladó junto al fuego desde el atrio a la cocina cuando la
nueva distribución de las casas se impuso.
Los Penates mantenían el vínculo de las
divinidades domésticas con la continuidad de la estirpe, pues son llamados
paternos o patrii en diversas fuentes literarias, en referencia a que se
transmitían por herencia, como dioses de la familia, de padres a hijos a través
de las generaciones.
“Veranio, el preferido para mí entre todos mis
trescientos mil amigos, ¿has regresado a casa, a tus penates y a tus
queridísimos hermanos y tu anciana madre? Has regresado. ¡Noticia dichosa
para mí!” (Catulo, IX)
Los Penates domésticos no tenían una
iconografía concreta, sino que todos los dioses del panteón romano podían aparecer
representados en las capillas domésticas como Penates e, incluso, personajes
considerados por el paterfamilias como modelos a seguir.
Lares, Genio, Penates y Mercurio,
Pompeya
Los Penates eran venerados en el momento del banquete, en el que se unían señores, hijos y siervos y les agradecían la comida y la bebida a punto de ser ingeridas, mediante la ofrenda en el fuego de una pátera llena de sal y harina, o bien arrojando a éste su parte correspondiente de los víveres, acción a través de la cual quedaban todos bendecidos.
El Genius era, en el mundo romano, el principio
generador, la esencia y la fuerza vital de todo ser, lugar o cosa. Su origen se
encuentra, como el de los Lares, en las etapas formativas de Roma. Estaba
íntimamente ligado a la perpetuación de la estirpe y a la continuidad del
nombre de la familia, conceptos que se encontraban en la base de la religión
romana, como el propio Genius. Todas las personas contaban con esta especie de
alter ego, incluidas las mujeres, protegidas por la Iuno. Sin embargo, según
una concepción únicamente romana, la familia se perpetuaba solo por línea
patrilineal, precisamente porque se consideraba que su esencia se encontraba,
desde su origen, en el Genius del paterfamilias. El Genius, por tanto, se perpetuaba
en el hijo tras la muerte del padre y así sucesivamente. Según Cicerón:
"conservar los ritos de la familia y de los padres es como conservar una
religión transmitida por los dioses, porque la antigüedad se aproxima mucho a
los dioses." (De Las Leyes, II, 11)
Genio, Museo Arqueológico de Nápoles
Como fuerza procreadora, el Genius se
convirtió en la manifestación de las facultades relacionadas con la juventud y
la inteligencia. Se identificaba, asimismo, con todo acto bueno y agradable.
Estaba vinculado al lectus genialis, el lecho matrimonial, en el que se materializaba
la continuidad familiar, y presidía el acto de la generación, manifestándose
especialmente el día del nacimiento. Era él quien determinaba el carácter del
recién nacido y protegía su existencia.
“Muy
antiguo es, Póstumo, aquello de violar el lecho ajeno y burlarse del Genio que
preside la sagrada cámara nupcial.” (Juvenal, VI)
El Genius del paterfamilias se
representaba como un hombre maduro vestido con una toga,
normalmente praetexta, que le cubría la cabeza, en actitud de oficiante.
Los atributos que portaba podían variar, siendo los más comunes una
cornucopia, en la mano izquierda, y una patera, en la derecha. En cuanto a la
Iuno, en las escasas ocasiones en las que aparece representada, lo hace como
una mujer madura, vestida con túnica larga y con una palla sobre ella, con la
que se cubre la cabeza en actitud piadosa.
En el culto del Genius del paterfamilias
participaban todos los miembros de la familia, lo cual reforzaba la autoridad
del pater y dominus, a la vez que servía para rendirle pleitesía y mostrarle
fidelidad, especialmente por parte de los miembros no de sangre (esclavos y
libertos).
“Ven aquí, festeja al Genio con juegos, al
Genio con danzas y rocía sus sienes con mucho vino y que de su
resplandeciente cabello destilen perfumes y lleve ensortijadas guirnaldas en la
cabeza y el cuello”. (Tib. I, 7)
El Genius podía ser objeto de veneración
cotidiana, pero, como fuerza vital de cada persona, su fiesta principal
era el natalicio del paterfamilias, momento en el que recibía ofrendas
incruentas, como vino, incienso, guirnaldas y pasteles de miel.
“Digamos palabras favorables: el Cumpleaños
llega a los altares. Cualquiera que esté presente, hombre o mujer, calle su
lengua. Que se quemen los píos inciensos en los hogares, que se quemen los
perfumes que el exquisito árabe envía desde su opulenta tierra. Que el Genio en
persona asista para ver sus ofrendas, que delicadas guirnaldas ornen su sagrada
cabellera, que sus sienes destilen nardo puro y esté saciado con la ofrenda y
ebrio de vino y te conceda, Cornuto, cualquier cosa que le pidas.” (Tib. II, 2)
Pero también en las fiestas de los muertos, en
las Larentalia y Parentalia, se veneraba a los Genii de los antepasados con ofrendas
propiciatorias (Ov., fast. II, 545-547)
El culto al emperador también estaba presente
en el larario:
“Pasa el
día el labriego en sus colinas ligando vides a desnudos troncos; vuelve alegre
al hogar, y allí se invita, igual que a un dios, a su banquete sobrio.
Te invoca
en sus preces. De su copa vierte en tu honor el vino generoso; y te asocia
a los Lares, como Grecia a Cástor y a su Hércules heroico. (Hor. Odas IV, 5)
La diosa Fortuna formó también parte de las
divinidades merecedoras de culto privado. Los romanos consideraban la fortuna
como una fuerza nacida con el ser humano que le acompaña hasta la muerte y que
de forma caprichosa puede serle propicia o desfavorable en sus cometidos
privados y públicos, por lo que merecía las atenciones proporcionadas a los
demás dioses protectores del hogar.
“Cuando
la fortuna nos ayuda y sonríe con benévola faz, todos siguen al esplendor de
las riquezas; pero así que truena la tormenta, todos huyen y desconocen al
mortal poco antes asediado por una turba de aduladores. Esta verdad que conocí
en los ejemplos de los antepasados, ahora me la confirma la experiencia de mi
propia desventura.” (Ovid., Tristes, I, 5)
Antes de que la casa fuera la morada de los
Lares o los Penates, ésta fue sagrada por contener a la primera y más sensible
forma divina, el fuego del hogar. La sacralización del fuego se remonta a los
tiempos prehistóricos, en los que éste era garante de luz, de calor, de
alimento o de protección, y al que había que conservar por la propia dificultad
de obtenerlo. La reunión alrededor del hogar, en el que se mantenía siempre
vivo, hizo que se convirtiera en símbolo de unión de la comunidad y de la
familia. Así, como centro de la vida, llegó a la cultura romana, en la que
simbolizó, tanto en la esfera privada como pública, la perpetuación de la
estirpe, pues, al igual que el fuego debía mantenerse encendido de forma
continua, lo mismo debía hacerse con la llama de la familia.
Ofrenda a los lares, John William
Waterhouse
La divinidad identificada de forma más directa
con el fuego ha sido tradicionalmente Vesta, encargada de cuidar el hogar
en el que ardía. El fuego de Vesta fue, con toda probabilidad, cuidado y
atendido por las hijas o la mujer del paterfamilias. En él, la diosa recibía un
plato con alimentos y otras ofrendas similares a las de los demás dioses
domésticos.
Los Manes eran los espíritus de los muertos,
objeto de veneración y de terror porque salían para atormentar a los vivos. Los
romanos pensaban que los espíritus podrían castigarles si no les rendían culto,
por lo tanto se ocupaban de mantener las tumbas y ofrecer flores y alimentos
como leche, miel, vino puro o huevos. Por ello se hacían ritos nocturnos
de purificación para alejarlos. En las lápidas sepulcrales se encuentran las inscripciones
DIS MANIBUS (D.M.), como fórmula de consagración del difunto a los Manes
divinos.
El culto a los antepasados tenía su escenario
principal en la tumba. Sin embargo, los ancestros gozaban también de un espacio
en la casa como protectores de la familia y se les rendía culto.
Casa de Julio Polibio, Pompeya
Las representaciones pictóricas del lararium
presentan a los lares, solos o acompañados, y frecuentemente en actitud
danzante y situados de forma simétrica en torno a una escena. Entre ellos
aparecen altares, en ocasiones con serpientes que se enroscan en su fuste, o
más frecuentemente el Genius haciendo el sacrificio. A la escena se
puede sumar un flautista, un esclavo que lleva a la víctima propiciatoria e
incluso la figura de la Juno. Sus diferentes tamaños representan su posición
jerárquica. También se dibujan alimentos y objetos de uso cotidiano. La
parte inferior de estas escenas, perfectamente separada, suele estar reservada
a la representación de una o dos serpientes, que se acercan o se enroscan
alrededor de un altar con ofrendas en su parte superior.
Pero muchas otras divinidades, con la función
de Penates, aparecen también representadas en las pinturas de lararios, junto a
los Lares y al Genius o en composiciones independientes: Apolo, Mercurio, Baco,
Venus, Hércules, Vesta, Fortuna, o divinidades orientales como Isis.
En cuanto a su cronología, si bien algunas de
ellas son de comienzos del gobierno de Augusto, la mayoría fueron realizadas a
lo largo del siglo I d.C., coincidiendo con la difusión del IV Estilo.
Los lararia en forma de nicho suelen
estar realizados con estuco, con una losa de piedra o, más frecuentemente, con
una tegula (teja), que sobresale de la pared creando una repisa en la
que colocar las estatuas u objetos de culto. Existen casos en los que un
larario pictórico engloba un nicho, el cual forma parte de la propia escena
representada.
La aparición de un altar marca un lugar
destinado al culto y a la veneración de los dioses. Suele estar realizado
en mampostería y, menos frecuentemente, en piedra.
Larario, Casa de Narciso, Pompeya
Las formas son también diversas, bien
cuadrangulares o rectangulares, bien cilíndricos, pudiendo aparecer exentos o
adosados a la pared. En la parte superior presentan pulvini laterales y un focus
para el fuego o una depresión en la superficie que actúa como tal. La mayoría
de los altares aparecen revestidos de estuco o pintados, con una decoración
variada: imitaciones de mármol, objetos religiosos, como guirnaldas o
candelabros; motivos vegetales, como flores; escenas de serpientes acercándose
a un altar; etc.
Larario, Casa de los Amorcillos dorados,
Pompeya
La palabra “aedicula” en el ámbito doméstico se refiere al tipo de larario que sigue la forma de un templo (aedes) en miniatura, con dos partes diferenciadas: un templete con columnas y frontón y su basamento. Aparecen adosados a la pared en uno o dos de sus lados. Su decoración es variada, pintura con colores lisos, lastras de mármol auténticas o de imitación y motivos figurados más o menos complejos.
Otro tipo es el edículo que presenta un bloque
macizo de mampostería con un interior hueco en forma de nicho.
Los que combinan la madera con la mampostería
solían utilizarse también como armarios para guardar enseres domésticos.
“Y en el ángulo
un gran armario en cuya hornacina había unos lares de plata, una Venus de
mármol y una naveta de oro, no pequeña, en la que, según nos dijeron, se
guardaba la barba del patrón.” (Petronio, Satir., 29)
El sacrarium privado de una domus se
trata de una habitación reservada por entero al culto, de dimensiones variables
pero, por lo general, no muy grande. En su interior puede haber nichos,
altares, basamentos para estatuas, pinturas e incluso edículos, así como mesas
o bancos corridos para el asiento de los participantes en el ritual, formando
todo ello el conjunto del larario. Algunos aparecen ricamente decorados con
pinturas, estucos y mosaicos.
Sacellum abierto al atrio, Villa San
Marco, Stabia, Italia
Los sacella privados se consideran equiparables
a los sacraria y a los lararia. Podían ubicarse en espacios abiertos o en el
interior de las casas.
Estos espacios de culto doméstico podían
encontrarse en casi cualquier ambiente, desde los atrios hasta las cocinas,
pasando por peristilos, cubicula o zonas de paso. De todos ellos, son los
peristilos y viridaria (jardines interiores), las cocinas y los atrios las
zonas en las que más lararios se han encontrado. Las casas podían, además,
tener más de un larario, con independencia de la riqueza de la domus.
Casa del Larario del Sarno, Pompeya
Los lararios más monumentales coinciden, por
tanto, con las zonas públicas de la casa, pues esta exposición a la vista
de todo el mundo implicaba que el dominus deseaba que se supiese que observaba
los ritos de forma estricta y que respetaba la tradición familiar. La
ostentación decorativa de algunos lararia podría responder más a la
importancia que se daba a la representación social que a un sentimiento
religioso verdadero.
El larario privado incluyó a todo tipo de
dioses e incluso personajes a los que el señor de la domus debía admiración o
favores.
“Fue tanto el honor que tributó a sus maestros,
que mantenía imágenes suyas de oro en su larario.” (Hist. Aug, Antonino,
III,5)
El culto a los dioses domésticos continuó
durante todo el Imperio a pesar de la introducción de nuevas religiones y ritos
procedentes de otros países que no tenían nada que ver con la religión
tradicional romana.
Descanso ante el lararium, J.W.
Waterhouse
Cuando el cristianismo estaba ya ampliamente
extendido por el Imperio, los lararios mantuvieron y aumentaron su importancia
en la casa romana incrementando la riqueza se su decoración. Por lo que la
veneración de los dioses del hogar continuó hasta el siglo V d.C., cuando el
Codex Theodosianus lo prohibió expresamente. De este testimonio se puede
deducir que compartiendo espacio con personajes diversos, los Lares, los
Penates y el Genio seguían recibiendo las mismas ofrendas que los romanos,
desde sus orígenes como pueblo, les habían dedicado:
“Ninguna persona, de ninguna clase u
orden, ya sean ciudadanos o dignidades, ocupe una posición de poder o haya
revestido tal honor, sea poderoso por nacimiento o humilde en linaje, posición
legal y fortuna, sacrificará una víctima inocente a imágenes sin sentido
en ningún lugar y en ninguna ciudad. No venerará, mediante sacrificios más
ocultos, su lar con el fuego, su genius con vino, sus penates con
fragancias; no encenderá fuegos en su honor, no colocará incienso delante de
ellos ni colgará guirnaldas para ellos”. (Cod. Theod., XVI; 10,12).
Letrinas
Sólo las domus de los ricos
disponían de agua corriente y de algo parecido a un baño (lavatrina) que
también incluía retrete; el resto de los mortales usaba las fuentes y letrinas
públicas conectadas con la red subterránea de alcantarillas. El antiguo inodoro
que usaban los romanos era similar a una plancha o placa agujereada apoyada
sobre dos soportes de mampostería; en otras ocasiones era un simple agujero en
el suelo. Las clases más pudientes contaban con verdaderas letrinas, que no
eran otra cosa que fosas cubiertas con una placa horadada por agujeros
circulares para uso de todos los habitantes de la casa, incluidos los esclavos.
Mientras, las clases más humildes que vivían aglomeradas en las insulae disponían
de tinajas a modo de orinales, alojadas en el hueco de la escalera de la planta
baja, o una fosa, que se empleaba para hacer las necesidades de los vecinos.
En la imagen superior una
letrina, de las mejores conservadas, de Ostia.
Los escusados de tipo público eran
conocidos como los foricae y se construían sobre una sala cuadrada o
rectangular espaciosa, provista de un banco corrido adosado a la pared en todo
el contorno. Este banco, de losas de piedra fina, tenía orificios ovoides con
una abertura más estrecha en forma de gota delante; situados a distancias fijas
donde se acomodaba el público que disponía de espacio suficiente para dejar
objetos a su alrededor. En el suelo solían correr unos pequeños canales con la
inclinación suficiente para que el agua estuviera permanentemente en
movimiento. Junto a estos canales había unos cubos con unas escobillas con el
mango de madera y con una bola de esponja que se usaban a modo de nuestro papel
higiénico actual, limpiándolas en el canalillo de agua.
Solía abonarse una pequeña cantidad
de dinero por su uso con el fin de mantenimiento y limpieza de las
instalaciones, así como también para pagar el sueldo de los foricarium o
limpiadores. De tal guisa se convertía en un espacio de encuentro social, donde
los romanos se citaban y departían un rato.
El ajuar de la domus
En general, la casa
romana apenas estaba amueblada. Más allá de los armarios donde guardaban
documentos familiares e imágenes de los antepasados o los asientos para las
reuniones familiares, en los cubicula no cabía más que la cama y un escaño y,
en el comedor, más allá de la mesa y tres lechos a su alrededor, poco más
habría. Quizá sea la biblioteca la habitación más completa y el oecus, con sus
scrinia para recoger los volúmenes, sus asientos y alguna mesa.
El mobiliario pretendía
mostrar la dignidad del dominus más que ser confortables. En la decoración se
empleaban maderas, tapices, vasos y vasijas carísimas fabricadas con materiales
que han soportado el paso de los años, las inclemencias climatológicas y los
desastres humanos. Entre los útiles de la casa cabe distinguir:
Instrumenta: todo lo necesario para la conservación de la
casa como los uela cilicia, toldos que aplicaban a los techos para protegerlos
de la intemperie; reservas de vigas, estucos, tejas para reparaciones, menaje
de escaleras, cubos, mangas de riego...
Supellex: todo el mobiliario que servía para adornarla
(cuadros, estatuas, doseles, cortinas, alfombras, adornos de columnas, láminas
de talco y yeso para proteger las ventanas del viento y filtrar la luz o lapis
specularis, toldos o uelaria,...) y los muebles propiamente dichos.
Lecti
Soportaban más uso del
que lo hacen hoy en día porque además de para dormir (lectus cubicularis)
servían para trabajar (lectus lucubratorius) y para comer (lectus triclinaris).
El cubicularis se componía de un bastidor de madera rectangular
sostenido por cuatro o seis patas. Los más lujosos constaban de un respaldo en
la cabecera (fulcrum). Al lecho se subía con ayuda de la sponda, un escabel
bajo. A veces, el bastidor podía ser de bronce, concha, hueso, marfil, plata e
incluso oro o guarnecido con estos materiales. Sobre él, un jergón de paja u
hojas (institae, fasciae) y un colchón (torus, culcita) de lana (de Mileto,
preferiblemente) o plumas (las más caras, de ganso) servían de acomodo. Las
almohadas (puluini, cervicalia) y las mantas o cobertores (stramenta, stragula,
peristromata) se colocaban debajo y sobre el cuerpo. Los mejores eran de
Sardes, Tiro, Sidón, Cartago, Mileto, Corinto y Alejandría, que presentaban
bordados muy vivos y en invierno eran sustituidos por pesadas pieles. La
cubierta arrastraba hasta el suelo por todos los costados y era la prenda más
lujosa.
El lucubratorius era como un diván, revestido de almohadones y cojines
cómodos, donde el dominus escuchaba al lector mientras saboreaba una chuchería,
dictaba al amanuense, escribía apoyado en sus rodillas o en un atril (pluteus),
leía, meditaba.
Los triclinares eran más bajos que las
camas y muy lujosos en su confección y revestimiento. La literatura nos ofrece
un claro ejemplo en el banquete de Trimalción. Algunos se hacían de mampostería
para ahorrar espacio.
En cualquier caso, el
romano común dormía en míseros petates y comía sentados en un taburete o en el
propio suelo.
Mensae
Unas servían de adorno
en el atrio o en otras habitaciones; otras exponían la vajilla y joyas antes de
comenzar el banquete (abacus) -
costumbre muy popular sobre todo a principios del II a.C., cuando con la
conquista del mediterráneo los romanos fueron llenando sus casas de vasos y
vasijas) -, otras soportaban los platos de los comensales en el banquete sobre
los triclinios (tabula vinaria,
cartibulum, cilybathum, urnarium), otras, muy pequeñas se colocaban junto a
los lechos de trabajo para facilitar bebida y comida (mensa lunata y abacus, nombre que también recibía la mesa de
trabajo de matemáticos y geómetras, derivada de a b c, mesa de estudio, sobre
la que espolvoreaban arena para dibujar las figuras). Otras servían para el
juego (mensae lusoriae), alueus o abacus (Suetonio describe a
Nerón de niño en una jugando a carreras de circo). También las hay para oficios
como el de cambistas, usureros y banqueros y se denominan argentarii, trapezitae,...),
para comerciantes, con sus pesos y medidas (ponderari), y mostradores. En los templos, junto al ara, también en
una se exponen los instrumentos del sacrificio, las ofrendas.
Antiguamente eran
sencillas y las más valoradas, por su calidad, eran las de nogal.
Paulatinamente, fueron empleándose maderas exóticas y decorándose con metales
preciosos y patas de marfil, bronce, plata, oro, con incrustaciones de
pedrería, labradas con forma de animales, leones, panteras, grifos,
esfinges,... El limonero, la cidra o tuya eran maderas valiosas porque el
diámetro de sus troncos eran pequeño de modo que cuando se lograban planchas lo
bastante anchas como para fabricar una tabla de una sola pieza se llegaban a
pagar cantidades insultantes. Como dueño de una gran riqueza, se dice que
Séneca poseía 500 mesas de cidro. Estas maderas en cualquier caso servían para
el tablero (orbis), las patas y el soporte central (trapezophorus) solía ser de
marfil, hueso, o metal fino. El nogal y el olivo eran valoradas por el dibujo
de sus fibras. Capricho de hombres, Marcial las hace hablar en 14. 88-101.
Hemos hablado del cartibulum, mesa de mármol, que en el
atrio, entre el estanque y el tablinio sustituía el primitivo ara familiar. Se
han encontrado preciosos ejemplares en Pompeya, de mármol blanco con las patas
decoradas. Éstas eran un recuerdo del ara, no tenía más fin que el decorativo y
jamás se empleaban para comer.
Había mesas de un solo
pie (monopodia) que se introdujeron
en Roma tras la conquista de Asia Menor y eran muy valoradas. Construidas de cedro
o acebo de Mauritania, su pie era esculpido artísticamente, eran objeto de lujo
y alguna se ha encontrado en Pompeya. La tripes,
sin embargo, era modesta, también llamada Delphica porque recordaba el trípode
de Delfos, solía ser de metal bien trabajado y muy valiosa, era fácil de
llevar, ocupaba poco y algunas eran plegables. Las de cuatro patas son
abundantes. El tablero suele ser redondo o rectangular, este último era más
frecuente en las casas pobres, construidas con maderas ordinarias.
Sedes y sedilia
Entre los sedes, o
sedilia, de mampostería, adosados a la pared en las fauces o en el jardín,
podemos distinguir:
El tabuerete (scamnum, subsellium),
banquillo de madera sostenido por dos o más patas destinadas a siervos y niños
o a los parásitos en los banquetes (sub, indica subordinación y sella,
mando).
El banco (subsellium)
sólo se distinguía del taburete por acomodar a más de una persona. Lo usaban
los senadores en la curia, los jurados en los tribunales y los niños en la
escuela, así como en casas privadas. Una forma especial de sella era la famosa
silla curul (sella curulis), con patas curvas de marfil.
El bisellium es
semejante pero para dos personas y de él tenemos una representación pompeyana
con un joven y una muchacha tocando la lira. En los municipios, como en Roma a
los magistrados con sella o subsellium, se concedían en recompensa a
funciones bien realizadas. Como escabel, el suppedaneum o scamnum,
puesto delante del solium, la cathedra y junto a la cama, era
rectangular, con cuatro patas y algunos, como los que se ponían ante el solium,
artísticamente decorados.
La silla (sella) se apoya
en cuatro patas rectas, sin respaldo y con brazos opcionales. Es ligera y fácil
de transportar, se fabricaban de madera y bronce y eran muy usadas según
podemos ver en las pinturas de Pompeya y Herculano. La sella curulis,
plegable, con asiento de cuero y patas curvadas en forma de s fue introducida
según Silio Itálico de la Etruria en tiempos de Tarquinio el Soberbio. De
marfil la usaban en público los magistrados mayores pero las de las casas (sella
familiarica) eran sencillas. La sella gestatoria o lectica era
una silla de mano, cubierta o no, que se empleaba para ser conducido por las
calles, fue usada principalmente por mujeres.
La utilizaban los altos cargos públicos,
políticos y militares. La silla curul se plegaba para facilitar su transporte y
tenía tiras de cuero en la parte superior para soportar el cojín que formaba el
asiento.
Mujer sentada en silla curul, Pompeya,
Museo de Nápoles
La cathedra
La cathedra era una silla con un respaldo curvo
fijado a veces con una suave inclinación, lo más parecido a un asiento cómodo
que conocían los romanos. Por la utilización de cojines se consideraba
demasiado lujosa para los hombres, por lo que al principio sólo la utilizaban
las mujeres, pero su uso acabó por generalizarse para todos, como puede
deducirse de la carta de Plinio El Joven (II, 17,21), donde describe un
gabinete con un lecho y dos sillas, en este caso del tipo cathedra. Para este tipo
de asiento describe Plinio en su Historia Natural el uso del mimbre del sauce.
Las patas podían ser torneadas y con adornos en
metal y marfil. Las tallas en forma de garra o cabeza eran comunes en la
cultura mediterránea. En la parte que estaba en contacto con el suelo se solía
poner un pequeño cilindro o rodillo para proteger la talla o el adorno.
“Teniendo
ya encerrada tu sexágesima cosecha y resplandeciendo tu cara, blanca por tu
poblada barba, andas sin rumbo fijo por toda la ciudad y no hay un asiento
matronal (cathedra) a donde, sin poder estarte quieto, no lleves de mañana `tus
buenos días’. (Marcial, Epi. IV, 79)
Ni el solium ni la cathedra estaban tapizados,
pero se utilizaban cojines o cobertores con los dos igual que con los lecti y
proporcionaba oportunidad para una lujosa decoración.
Solían usarse cojines para estar más cómodos usaban sobre todo mujeres y
hombres afeminados (Juvenal 6,90) aunque también se denomina así al asiento del
maestro en la escuela, con apoyo y respaldo recto.
Mujer sentada en una cátedra, Museo
Capitolino, Roma
El solium o trono
era una cathedra lujosa, más alto que aquella, por eso solía acompañarse
de un escabel para apoyar los pies. Era el asiento propio de los dioses, reyes,
príncipes y, en casa, del paterfamilias. Es el asiento de honor y su
posesión pasaba de padres a hijos. Se compone de un asiento cuadrangular, alto,
y recto respaldo, con apoyo para los brazos, con patas torneadas, simples y
sobrias, con un almohadón o cojín. Solían hacerse de madera con algunas
incrustaciones en bronce, marfil o hueso en el apoyabrazos y con patas
talladas. Se cree que es un derivado del que usaban los etruscos, delicadamente
cincelados con elementos vegetales, estilizados e incrustados de finos
cristales y piedras preciosas. No suelen ser zooformes. El solio estaba
en el atrio de la casa y cuando no lo usaba el padre se cubría con un tapiz de
lana de vivo colores. Se usaba en recepciones y en las salutationes
matutinae, cuando había consejo de familia, more antiquo, en el
atrio. En los teatros los había en forma de trono para la autoridad y en
tiempos cristianos para el obispo o preste.
Los almohadones de lechos, divanes, sillas, tronos, se denominan ceruicalia, puluinar, puluinis
o puluillus, son fundas de tela (culcita o torus) rellenos de material resistente y
elástico (paja, alga, heno, hojas secas, borra o tormentum, plumas, de
cisne las más cotizadas, lana, etc). Podía ser de lino finísimo, en púrpura
recamada de oro, con bordados de flores, animales, escenas mitológicas, de
cuero, rellenos de aire que inflaban según la conveniencia. Se traían y
llevaban según se necesitasen: al salir de paseo, ir al circo, al teatro, a la
escuela, o para honrar a un huésped. Los había de todos los tamaños y formas.
Apuleyo en Met., 10, 20, los elogia.
Solium, San Juan de Letrán, Roma
Los griegos y etruscos no usaron armarios si bien para los romanos sí que
fueron unos muebles muy populares y usados según se atestigua en el último
siglo de la República.
Su nombre indica que eran el lugar donde se guardaban las armas. Eran
parecidos a los nuestros sólo que en lugar de cajones tenían tablas corridas a
lo ancho que distribuían su interior según lo que guardase: en las tiendas,
según las mercancías; en los talleres, según los productos; en las bibliotecas,
según los libros que contuviesen... No conservamos ejemplos en madera más allá
de las representaciones que nos ofrece la pintura Pompeyana, aunque sabemos que
también los hubo practicados en la pared, como nuestras alacenas, grandes como
los que contenían numerosos anaqueles en las alae y en el tablinum los
documentos familiares y las imagines maiorum, o más pequeños como aquellos
otros donde se guardarían las ropas, vajillas, alhajas, etc. Todos podían
cerrarse con llave.
Los cofres o arcas eran de variadas formas según su fin: grandes de madera
para la ropa (arca vestuaria), las
de guardar el dinero o los objetos de valor, protegidas con bronce u otros
metales ricamente claveteadas (arcae ferratae o aerata), de las que sí se
conservan diversos ejemplares en Pompeya; la pequeña arca (loculus, cista o scrinium) para las joyas y productos femeninos o
para guardar las provisiones y objetos de uso cotidiano (arculae, cistae, capsae). Juvenal dice que las arcas eran cosa de
ricos, que los pobres, por su pobreza, se bastaban con un sacculum para guardar
sus pertenencias. Las arcas se colocaban en el atrio, adosadas a alguna
pilastra, puestas sobre base de mampostería y fijadas al suelo por un fuerte
clavo que atravesaba el fondo. Eran auténticas cajas fuertes y de un tamaño tal
que se entiende la anécdota de Apiano (B.C. 4,44), la de un ciudadano proscrito
que se mantuvo varios días escondido en una en casa de un liberto suyo metido
en uno de estos muebles.
Era una auténtica pasión la que sentían los romanos por la vajilla fina.
Vasa escaria es el
nombre que se da al conjunto de recipientes y utensilios utilizados por los
romanos en su mesa a la hora de comer. Formaba parte del ajuar familiar y
representaba una de las posesiones más preciadas de la familia. En un
principio, la vajilla romana de mesa se distinguía por la sencillez del pueblo
campesino, utilizándose sobre todo la madera y cerámica, pero la influencia del
mundo helenístico y oriental enriqueció la cocina romana y la transformó hasta
conseguir un refinamiento que llegó al servicio de mesa e hizo incrementar el
número de piezas de la vajilla, asi como su forma y materiales.
Coincidiendo con la conquista y romanización del Mediterráneo, aparece la cerámica campaniense o de barniz negro que se utiliza hasta la época de Augusto. Ya en esta época surge entre las cerámicas de lujo las primeras cerámicas sigillatas, la aretina:
Coincidiendo con la conquista y romanización del Mediterráneo, aparece la cerámica campaniense o de barniz negro que se utiliza hasta la época de Augusto. Ya en esta época surge entre las cerámicas de lujo las primeras cerámicas sigillatas, la aretina:
"La vajilla aretina no la desprecies
demasiado, te lo aconsejo. Un exquisito era Pórsena con sus cacharros
etruscos." (Marcial, 14,98)
La cerámica de terra sigillata se denominaba
así debido a los sellos que se imprimían en ella con el nombre del fabricante y
caracterizada por su brillante color rojo coral y con refinados diseños y decoración
lisa o en relieve.
La producción de costosas vajillas de cerámica
se extendió y su precio podía ser tan alto como las de metales preciosos:
"Vitelio, cuando era emperador,
mandó hacer una fuente que costó un millón de sestercios, y para cuya fabricación
hubo de erigirse un horno en el campo. Se llegó a tal exceso de lujo como para
vender la cerámica a un precio superior que el de los vasos de murrina."
(Plinio, XXXV,46)
La innovación de la técnica del soplado en la fabricación del vidrio permitió crear delicadas formas inspiradas generalmente en prototipos metálicos, acercando estas costosas piezas a las clases populares. La ligereza, transparencia y elegancia de los vasos de vidrio, contribuyeron al incremento de su uso.
Las clases altas hacían gala de su riqueza utilizando durante los banquetes vajillas de lujo sobre todo, de plata, para resaltar su posición social y provocar la admiración de sus invitados. Los nuevos ricos como el Trimalción de Petronio, en su extravagante banquete, se dedican a elogiar sus vajillas y el alto valor de la plata de la que están hechas.
La innovación de la técnica del soplado en la fabricación del vidrio permitió crear delicadas formas inspiradas generalmente en prototipos metálicos, acercando estas costosas piezas a las clases populares. La ligereza, transparencia y elegancia de los vasos de vidrio, contribuyeron al incremento de su uso.
Las clases altas hacían gala de su riqueza utilizando durante los banquetes vajillas de lujo sobre todo, de plata, para resaltar su posición social y provocar la admiración de sus invitados. Los nuevos ricos como el Trimalción de Petronio, en su extravagante banquete, se dedican a elogiar sus vajillas y el alto valor de la plata de la que están hechas.
"En
el reino de Claudio, uno de sus siervos, Drusilo Rotundo, que era tesorero en
la provincia de Hispania, tenía una fuente de 500 libras de peso, que necesitó
una fábrica para hacerlo, y había otros ocho que pertenecían al mismo set, que
llegaban a pesar 250 libras de peso." (Plinio, XXXIII,53)
Vasa caelata son los recipientes de oro
y plata con figuras grabadas o sobresaliendo hacia fuera. Este tipo de platos
debían ser muy apreciados y deseados por su exquisita decoración, como
demuestra el siguiente extracto del caso de Cicerón contra Verres, durante su
gobierno en Sicilia:
"Hay un hombre llamado Cneo Pompeyo Philo, nativo de Tindaris; ofreció a
Verres una cena en su villa en el campo cerca de esta ciudad; hizo lo que
ningún otro siciliano se atrevía a hacer, pero al ser ciudadano de Roma, pensó
que podía hacerlo con impunidad, le presentó un plato en el que había unas
figuras extraordinariamente bellas. Verres, en cuanto lo vio decidió robar a la
mesa de su anfitrión el recuerdo de sus Penates y los dioses de la
hospitalidad. Pero, de acuerdo a su gran moderación ya mencionada, él le
devolvió la plata tras arrancar las figuras, ¡así se ve su falta de
avaricia! (Cic. Verres, 4, 22)
Chrysendeta son costosos platos de plata
con adornos de oro que podían arrancarse y ponerse como decoración en otros:
"Enormes salmonetes cubren tus
fuentes doradas (chrysendeta); tú, camarón, apareces rojo en mi bandeja de tu
mismo color." (Marcial, II,43)
En el periodo bajo imperial (siglos
III-IV d. C.), las grandes dimensiones de los platos y escudillas responden a
una transformación de los hábitos en la mesa, pues los comensales, en vez de
utilizar un plato individual, comen de un recipiente común más amplio. La
comida no se servía en platos individuales, sino que los esclavos lo traían en
bandejas que se ponían en la mesa. Cada servicio (ferculum) se llevaba sobre
una bandeja (repositorium) que se depositaba en la mesa grande. El repositorium
era una caja de madera, redonda o cuadrada, y a veces hecha de varias maderas y
con lujosos adornos. Se dividía en pisos, unos encima de otros, y cada uno con
una bandeja separada (ferculum) para los platos:
"No bien hubo dicho estas palabras aparecieron cuatro bailarines,
quienes al son de la música retiraron la tapa superior del repositorio. Esto
nos permitió ver debajo, es decir, en otro plato, pollos sabrosos y ubres de
cerda, y en el centro una liebre, adornada con alas para que se pareciese a
Pegaso." (Pet. Satyr. 36)
Hasta que no se terminaba la comida en
el repositorio no se traía más de la cocina.
La tradición hacía que toda familia poseyera alguna pieza de plata, como un salero (salinum) y una patera o patella, derivada del griego phiala, que se usaba para el vino y ofrendas de alimentos. De la hermosa decoración y del lujoso material que se empleaba en estos recipientes queda un magnífico ejemplo en este epigrama de Marcial:
La tradición hacía que toda familia poseyera alguna pieza de plata, como un salero (salinum) y una patera o patella, derivada del griego phiala, que se usaba para el vino y ofrendas de alimentos. De la hermosa decoración y del lujoso material que se empleaba en estos recipientes queda un magnífico ejemplo en este epigrama de Marcial:
"El trabajo de quién es la
escudilla (phiala)? "El del maestro
Mis o el de Mirón? ¿Es ésta la mano de Méntor o la tuya, Policleto' No pierde
su color oscurecida por humareda ninguna y no teme su cuerpo central a las
llamas que lo recorren. Menos reluce el auténtico ámbar que su amarillo metal y
su feliz aleación de plata supera al níveo marfil. El trabajo no desdice del
material: así cierra su disco la luna llena cuando brilla con toda su
luz." (Marcial, VIII, 50)
La fuente para servir (lanx) podía ser
de diferentes formas y debía tener un tamaño lo suficientemente grande para
traer pescados y mariscos bien presentados a la mesa:
"Mira con qué largo talle divide su bandeja (lancem) la langosta que se
le sirve al señor, y de qué espárragos está guarnecida todo en derredor
despreciando con su cola el banquete...(Marcial)
Los potajes y sopas se
servían en cuencos hondos, como el catinus o catillus. La patina es el plato en
el que se cocinaba y luego se servía la comida en la mesa. No era tan plano
como la patera, ni tan honda como una olla. Quizás el ejemplo literario más
conocido de una patina sea el famoso "Escudo de Minerva" de Vitelio,
citado por Suetonio: "El más famoso
banquete fue la cena que le dio su hermano el día de su entrada en Roma; se
dice, en efecto, que sirvieron en ella dos mil peces de los más exquisitos y
siete mil aves. Su hermano colmó aquel día su esplendidez con la inauguración
de un plato (patina) de enormes dimensiones, al que llamaba fastuosamente
"Escudo de Minerva Protectora" (Suetonio, Vitelio, XII)
Las clases más altas del Imperio Romano
dispusieron ya de complejas vajillas con diferentes tipos de cucharas
destinadas a alimentos muy específicos: la cuchara pequeña y puntiaguda o
cochlear, que se empleaba para vaciar y recoger huevos, mariscos y caracoles;
la ligula, algo mayor, usada para tomar sopas y purés; y la trulla, especie de
cazo, con capacidad de un decilitro, que tenía como función trasvasar líquidos.
En el Imperio Bizantino, cuya existencia se prolongó hasta el final de la Edad
Media, el diseño de la cuchara apenas evolucionó y se emplearon los mismos
modelos que en la Roma clásica. Las cucharas más valiosas, como las de plata,
llevaban inscripciones o adornos labrados. Las mesas de las clases bajas
aún debían conformarse con una escudilla de madera o barro, que se
llevaban a los labios para beber, o de la que tomaban el alimento con las
manos.
Aunque en las mesas romanas era habitual
traer los alimentos ya desmenuzados de la cocina y comerlos con las manos, el
cuchillo era una posesión muy valiosa y también se utilizaban distintos
materiales para los mangos:
"Es más, hasta los mangos de mis cuchillos son de hueso." (Juv.
11,133)
Las múrrinas, de oriente, hechas
de material misterioso aún no identificado (ágata, ónice o sardónica), con
forma de vaso o copa eran tan apreciadas como el oro. El nombre quizá
provendría de murrha o murrhitis, porque olería o tendría el color de la mirra.
Había una pasta artificial de vidrio que lo imitaba, pocula murrhina, de menor valor. Esta imitación tiene sentido si
consideramos que el precio rondaría los 300.000 sestercios. Su calidad era
excelente y las formas que se lograban con este material, maravillosas. Sabemos
que Nerón se mandó hacer una fuente de mesa que ascendió al millón de
sestercios y logró una colección de vasos murrhinos tan abundante que le
sirvieron para adornar un pequeño teatro donde cantaba para sus allegados.
Preciosas eran también las vajillas de ónice, sardónica y cristal.
Algunas se conservan porque con el paso de las generaciones no se han
perdido debido a su valor y así podemos contemplar las que se exhiben en el
Louvre, el museo de Nápoles o las que se han conservado por haber pasado del
culto pagano al cristiano, como el Tesoro de San Marcos de Venecia, auténticas
joyas de arte. El cristal de Roca también era preciado aunque la más común y antigua
fue la vajilla de plata.
Los antiguos romanos se contentaban con tener un salero de plata sagrado en
la mesa, pero conquistada España y descubierta sus minas de plata, su presencia
en la casa fue notable. Desde Tiberio hasta Aureliano, se prohibió el uso de
vajillas de metales preciosos fuera del ámbito religioso, pero sin éxito. La
razón era que la continua depreciación del dinero llevaba a considerar que la
inversión en estos objetos, fáciles de transportar y difíciles de consumir o
estropear, era un valor seguro. Suetonio cuenta que Galba no salía de casa sin
que le acompañara un carro donde transportaba sus vajillas, por lo que pudiera
pasar. En Pompeya salvo en villa Boscoreale, se encontraron pocas vajillas
preciosas, a pesar de ser tan comunes como estamos comentando, ya que quienes
tuvieron tiempo las pusieron a buen recaudo.
En la casa antigua, los tapices y cortinas son una reminiscencia de las
telas que en la primitiva cabaña revestían los interiores, las puertas y las
ventanas. Este uso provenía de Oriente y evitaba que se viesen las paredes de
ladrillo y protegían del calor, de ahí la rica industria persa de tapices y
alfombras. Los griegos, conocieron pronto estas comodidades y las emplearon en
los pórticos para dar sombra y en los templos para tapar las imágenes de los
dioses en determinadas festividades.
Entre los romanos, el uso de uela es el de ver sin ser visto. Son numerosas
las citas donde se acredita esta afirmación: Tácito (Ann., 13, 5) cuenta que
Agripina seguía las sesiones senatoriales oculta tras un tapiz; Suetonio
(Vitae, 10,1) cuenta que Claudio fue proclamado emperador al encontrarlo los
soldados tras unas cortinas cuando murió Calígula. No obstante, en las casas
particulares, se emplean para evitar luz y curiosos.
Eran complicadas en las casas ricas y sencillas en las normales (cena sine
aulaeis era señal de condición humilde). En algunas casas de Pompeya y
Herculano se han encontrado anillas o escarpias para sostener cortinajes
tendidos sobre el atrio, ante el tablinum, para aislarlo del atrio. También se
usaban en las lecticae (plagae o plagulae), en las sellae gestatoriae y en los
carruajes de viajeros.
La calefacción de las casas se lograba con hornos fijos de leña construidos
en un lugar bajo la casa cuyo humo y calor pasaba bajo el piso por aberturas
creadas bajo el suelo o a lo largo de las paredes entre dos tabiques o
tuberías.
Hipocausto o hypocaustum
El hipocausto era un sistema
inventado para calentar el suelo en las casas más ricas. En el exterior del
edificio se construía un horno y el aire caliente producido se llevaba por
canalizaciones situadas bajo el suelo que estaban en el centro de la casa. Las
baldosas se sustentaban sobre pilas de ladrillos. Se calcula que la temperatura
obtenida en las viviendas no pasaba de los 30 grados. El sistema se utilizaba
también en las termas pero con una modificación importante para conseguir más
calor. En la imagen superior, hipocausto de la villa de Vieux-la-Romaine (Normandía);
abajo, en la villa romana de La Olmeda (Palencia); más abajo, la villa romana
de Mendigorría (Navarra).
También contaban con hornos portátiles (foculi), más comunes, grandes recipientes con forma de cubo donde
se quemaba leña. Para éstos últimos, la primera quema se hacía en el atrio o en
el peristilo y luego se introducía en las habitaciones donde con fuelles podía
animarse el fuego. El problema es que enrarecía el ambiente y causaba dolores
de cabeza.
El alumbrado se lograba a través de antorchas (taedae, faces), candelas (candelae) y las lámparas de aceite (lucernae):
Las antorchas, sacadas de madera
resinosa, fueron al comienzo un sistema de iluminación usual en las casas. Con
el tiempo, su uso se reservó para bodas y funerales aunque los rústicos
mantuvieron su uso.
Las candelas, también de uso
antiquísimo, se lograban envolviendo en capas de cera o sebo un pabilo vegetal
(papiro, estopa, esparto, junco, cáñamo, cuerda con pez, cera o sebo) retorcido
en ellas para formar gruesas hachas que resistían y se llamaban funalia o
funales cerei o simplemente cerei. Eran llevadas por un esclavo
que acompañaba al señor cuando salía de noche y en los triunfos.
Cuando se generalizó el uso del aceite, la lucerna o lychnus
fue el sistema de iluminación más común en las casas romanas. Son recipientes
oblongos y aplastados, provistos de un asa por la parte posterior y de un pico
o más (rostrum, myxus) en la anterior por donde sale el pabilo (ellychnium).
En el centro tiene un agujero por donde se mete el aceite y la mecha de estopa,
cáñamo o papiro. Fuera del uso doméstico, también se empleaban en las fiestas
públicas, en las solemnidades religiosas, colgadas en las ventanas alumbrando
la calle, en los espectáculos nocturnos -como los juegos en el circo que Domiciano
presenció a la luz de enormes lámparas de aceite-. Con frecuencia, se regalaban
por el cumpleaños a un niño, antiguamente no se apagaban hasta que se agotaban
y existía la costumbre de llevarlas a los muertos. Estas costumbres se deben a
la creencia en el carácter sagrado del fuego. Las más ordinarias eran de
arcilla, aunque las había también de bronce y de materiales preciosos, con
incrustaciones en oro, piedra, alabastro, vidrio y ámbar, destinadas para los
templos y sepulcros de hombres ricos. Las formas que presentan son muy
variadas: las que iluminaban la mesa de trabajo del tablinum tenían la
apariencia de un trípode; otras, para poder ser colgadas, tenían una cadenita
por la que podían pender del techo; otras lucernas podían tener un
soporte o agruparse en candelabros (se han encontrado preciosos lampadarios en
Pompeya) con forma de árboles de los que cuelgan frutas, en forma de ganso, rana,
columnillas y estatuillas.
Las linternas (laternae),
portátiles, fueron de uso es temprano. En casa o en la calle tenían la ventaja
de que no se apagaban ni había riesgo de quemarse pues encerraban la luz del
viento entre sus transparentes paredes de vitela fina, cuerno (laterna
cornea), vejiga (laterna de uesica) y más tarde de cristal. Sus
formas eran semejantes a las nuestras y las más preciadas venían de Cartago:
Plauto se ríe de la delgadez de un cordero comparándola con la de una linterna
púnica (Aul. 567).
Los candelabros eran
originariamente soportes para colocar las candelas o lámparas de aceite. Constaban
de una caña con una arandela en la parte superior donde se colocaba una tea o
una piña de pino ardiendo, un soporte base que podía simular una columna o
figura humana y el pie triple con la apariencia de las patas de un animal que
lo fija al lugar deseado. Así eran los más primitivos y con esta forma perduró
entre los rústicos. Aunque empezaron siendo sencillos y baratos, su popularidad
los acabó convirtiendo en un objeto precioso con incrustaciones de todo tipo de
material noble que lo encarecía enormemente y dotaba de gran sofisticación
cualquier hogar pudiente. Los más cotizados eran de Egina y se vendían hasta
por más de 50.000 sestercios. Espectacular debió ser el que el rey de Siria
regaló al templo Capitolino de Júpiter Optimo Maximo y que se quedó Verres
según cuenta Cicerón en Verr., 4, 64-67.
Iluminación interior de la casa romana
El lapis specularis o
piedra especular es una variedad del mineral del yeso que se utilizó en época
romana para permitir la iluminación de interiores con luz natural y proteger de
las inclemencias atmosféricas.
Su gran resistencia
hacía de la piedra especular un material muy resistente, superior incluso al
vidrio, lo que permitía instalarlo en lugares expuestos a fuertes lluvias y
granizo. Además se conocían sus propiedades como aislante acústico y térmico.
El lapis specularis se
conoce como espejuelo porque cuando la luz natural o artificial incidía sobre
el mismo, brillaba, literalmente, como en un espejo. Por este efecto se
empleaba como ornamento para bóvedas, paredes y pavimentos en edificaciones
públicas y privadas.
Según el historiador
Plinio, en Hispania se desarrolló un complejo minero en la provincia de Cuenca
para la extracción del lapis specularis, que conoció un gran auge y dio lugar a
la ciudad de Segóbriga.
“Efectivamente, estas piedras se pueden cortar, en cambio,
la especular, a la que también se califica como piedra, tiene unas
características que permiten cortarla con mayor facilidad en láminas todo lo
finas que se quiera. Antiguamente sólo se encontraba en la Hispania Citerior, y
no en toda ella, sino exclusivamente en un área de cien mil pasos alrededor de
la ciudad de Segóbriga.” (Plinio, H.N. XXXVI, 160).
El material, una vez
extraído de la mina, se cortaba con sierras, se separaba en láminas y se
embalaba para su distribución y exportación.
Las láminas se montaban
en bastidores ajustables al tamaño de los vanos de las edificaciones. Los
armazones se hacían principalmente en madera, aunque también se usaba cerámica
y metal.
Con acristalamiento de
yeso especular, se construyeron invernaderos para proteger las plantas y
obtener cosechas fuera de temporada:
“Para que tus plantas de azafrán llenas de flores no teman
al invierno o una recia brisa dañe el tierno bosque, unas vidrieras especulares
evitan el cierzo invernal y dejan pasar el limpio sol y la luz sin sombra…” (Marcial, Ep. VIII, 14)
El emperador Tiberio
cultivaba en la isla de Capri pepinos, a los que era muy aficionado. Los
hortelanos del Emperador, en invierno, ponían la producción al amparo de
vidrieras e invernaderos de lapis specularis.
Otras aplicaciones de
esta piedra son las vidrieras en ventanales o celosías, o ventanas de
literas de transporte, además de elemento decorativo en espectáculos o
banquetes.
“Después de un breve intervalo, Trimalción mandó servir los
postres. Los esclavos retiraron todas las mesas y pusieron otras. Espolvorearon
el suelo con serrín coloreado de azafrán y cinabrio, y – cosa nunca vista por
mí – con piedra especular en polvo.” (Pet. Satyr. 68)
Plinio describe la
aplicación de piedra especular en los juegos circenses, extendiéndola en forma
de virutas sobre el suelo del Circo Máximo, para conseguir una agradable
blancura.
Otras piedras similares
también se utilizaban con el propósito de proporcionar luminosidad a las
construcciones. Suetonio cita la fengita o lapis penghites (variedad de mineral
de silicio de color plateado y brillo nacarado) al escribir sobre la obsesión
de Domiciano a ser asesinado:
“Cada vez más angustiado hizo revestir de brillante fengita
las paredes de los pórticos por los que solía pasear para poder vigilar,
mediante las imágenes reflejadas en su superficie pulida, lo que acontecía por
detrás de él.”
(Suetonio, Vida de los Doce Césares, Domiciano).
Los exteriores de las casas eran muy austeros, para promocionar
hipócritamente dicha virtud romana. Pero las Domus Patricias en su interior
albergaban lujos como:
· Bronces corintios.
· Esculturas de autores como Mirón, Polícleto, Fidias, Lisipo.
· Orfebrería de Mentor.
· Tapices de Babilonia y Corinto.
Las insulae
Las ínsulas es un tipo
de casa urbana popular. Es el precursor de nuestros edificios de viviendas
actuales. Para aprovechar el espacio de las ciudades, se proyectaron
construcciones de hasta cuatro pisos. En la planta baja se abrían tiendas y en
las superiores, apartamentos de varios tamaños. Todas las estancias comunicaban
con un patio central comunitario adornado con fuentes o jardines.
Eran también viviendas
urbanas de alquiler. Construidas en varios pisos de altura con materiales de
dudosa resistencia, constituían la residencia de las clases populares. En duro
contraste con la domus, las ínsulas eran poco confortables, oscuras y pequeñas.
No tenían agua corriente ni retrete y las habitaciones, de pequeñas
dimensiones, solían utilizarse para todo uso.
La deficiencia en los
materiales y la superpoblación de ciudades como Roma, hicieron muy frecuentes
los derrumbamientos e incendios.
Equivalía a una manzana
de casas. Sin embargo, se extendió para acabar denominando a cada una de las
casas que había en las ínsulas. Eran casas de pisos, más humildes que las
anteriores y de alquiler. Tenían un patio interior y al exterior tenían
ventanas y balcones. En la parte había tiendas.
Los ciudadanos del
periodo imperial que no podían tener viviendas particulares, vivían en ínsulas,
viviendas colectivas de muchos pisos, construidas de ladrillo y argamasa,
similares a los edificios de apartamentos actuales. El mejor ejemplo
conservado, está en Ostia, el puerto de Roma en la desembocadura del río Tiber.
Los edificios en Roma,
llamados ínsulas eran edificios de varias plantas entre 3 y 4 pisos, estos
contaban de unos bajos a menudo llamados domus. Los pisos superiores cenáculos,
y un último piso que era siempre el más económico, él porque era bien sencillo,
en los libros de la época se nos hace una referencia muy clara a los grandes
incendios que asolaban la ciudad de manera continuada, Algo que ocurría con esa
frecuencia ,dejaba a los habitantes de los últimos pisos más desprotegidos que
los que tenían la suerte de vivir en el primero, las posibilidades de
supervivencia eran menores cuanto más alto vivía, y por lo tanto el que pagaba
más por su casa eran los habitantes del primer piso. También existía otra clase
de ínsulas o edificios en los que la parte baja se designaba tabernas o a otras
actividades económicas, tiendas, artesanos, etc.
Los precios de los
cenáculos en Roma eran bastante caros, exactamente como hoy ocurre en las
principales ciudades de nuestro país, juvenal y Marcial que comentan el coste
de estos habitáculos que les parecen más caros que la compra de una casa en
cualquier pueblo de los alrededores de Roma.
Estos cenáculos eran de alquiler, tal y como sucede hoy se le pagaba al propietario la suma acordada, y eran el propietario de la finca el que debía correr con los gastos de la reforma de la finca, aunque es bien sabido que en la mayoría de los casos se dejaban abandonadas a su suerte y el paso del tiempo.
Estos cenáculos eran de alquiler, tal y como sucede hoy se le pagaba al propietario la suma acordada, y eran el propietario de la finca el que debía correr con los gastos de la reforma de la finca, aunque es bien sabido que en la mayoría de los casos se dejaban abandonadas a su suerte y el paso del tiempo.
Las fachadas eran de
ladrillo visto dispuestos de manera muy ordenada, los bajos que se designaban a
una taberna poseía un pórtico de madera que resguardaba la entrada, y en las
calles más anchas de la ciudad, las ínsulas disponían de un balcón para cada
cenáculo, construidos o con ladrillo o bien con vigas de madera que se posaban
sobre la fachada, en estos balcones los romanos ponían plantas y flores para
dar un toque de color. Para entrar a cada cenáculo, tenían escalera interna que
daba a cada puerta, bien hecha de ladrillo o de piedra.
La ínsula, solucionaba
el problema de espacio en las ciudades populosas, la gente con bastantes
dineros podía costearse una domus o una casa extendida. Estos edificios tenían
en los primeros pisos tiendas, tabernas. Eran construcciones de ladrillo y madera,
por la mala calidad y no era raro que se desplomasen sin mediar causa.
La ínsula es una
topología residencial urbana que se desarrolla en Roma durante el siglo III
a.C. como solución a la falta de espacio en el interior de las murallas
Servianas.
Estas ínsulas son
construidas por promotores privados que con el tiempo buscaran obtener la
máxima rentabilidad del suelo, por lo que aumentan el número de plantas que
componen las ínsulas. Estas inicialmente tres o cuatro plantas y llegaran a alturas
de siete y ocho plantas.
Para intentar poner
freno a este crecimiento vertical, las leyes impusieron una altura máxima a las
ínsulas, por esto Julio Cesar impuso una altura máxima de sesenta pies (dieciocho
o diecinueve metros-siete u ocho plantas).
En un principio las
ínsulas fueron construidas en madera y adobe, materiales muy débiles que no
soportaban grandes alturas. Por esto se hicieron habituales los hundimientos y
la propagación de fuegos (por la madera). Estos incendios abarcaban grandes
espacios. Para dar solución a los hundimientos, unas leyes posteriores
obligaron a que las ínsulas se construyeran el ladrillo cocido. Así se
aumentaron las medidas de las ínsulas (treinta y tres metros), y para evitar
los incendios se decidió que entre dos ínsulas debía de haber un espacio sin
especificar (ambitus, de unos ochenta centímetros).
Esta disposición no fue
cumplida debido a la escasez de suelo urbano. Al final del imperio se
agrandarían las murallas.
Exteriormente la ínsula
se diferenciaba de la domus no solo en la altura, sino también por la profusión
de su fachada (también balcones). En planta la ínsula viene a ser una espacie
de domus sobre la que se elevan una serie de pisos. De hecho en la planta baja,
al igual que la domus tiene tabernae, un patio central, e incluso algunas
viviendas de mayor tamaño y comida para las clases altas. En planta la ínsula
es más o menos igual que la domus.
Sobre la planta baja se
eleva un distinto número de pisos y cada una de estas plantas se subdivide en
distintas viviendas (cenáculas). Conforme se elevan los pisos, el tamaño de las
cenaculas disminuye. Esto lleva a que las cenaculas de la primera planta tengan
varias habitaciones (cubícalas), mientras que las del último piso pueden tener
una sola cubicula. Al ser viviendas en régimen de alquiler, las primeras
plantas eran de las clases sociales medias y altas, y en los pisos superiores
la plebe.
En cada una de estas
cenaculas habría habitaciones abiertas a la calle y otras al patio interior
(con menos ventilación e iluminación). También habría habitaciones interiores.
Los habitantes de la
ciudad vivían en edificios de unos 18 metros de altura y unos 300m de
superficie horizontal, así mismo los pilares que sujetan la edificación dejan
mucho que desear teniendo en cuenta la cantidad de derrumbes de los que se
tiene constancia. El aumento de la demanda hizo que Roma creciera
desordenadamente y con un alto riesgo.
El interior de cada
cenáculo, hay muy poca iluminación en cada uno de ellos, los grandes muros eran
escasamente dorados con ventanas desprotegidas, es por ello que no es extraño
pensar en el frío que se pasaba en los crudos inviernos dentro de esas casas,
ya que estas a diferencia de las villas y las casas rurales no disponían de
calefacción central ni tampoco de chimeneas por lo que debían calentarse de una
manera muy rudimentaria con braseros caseros, que aunque efectivos les ponían
en peligro por el riesgo de incendios o por ahogo por una mala combustión..
También es erróneo pensar que todos los romanos disponían de agua corriente, si
era posible una canalización subterránea en las villas y en los bajos de
algunos edificios pero no así en los pisos superiores, los inquilinos debían ir
a recoger agua diariamente a las fuentes más cercanas. Los habitantes de los
cenáculos debían limpiar sus letrinas ellos mismos o bien acudir a los baños y
letrinas públicas. Estas letrinas, en el caso de los acaudalados estaban
decoradas finamente y eran para varias personas a la vez, es decir, son unas
losas de piedras o mármol que rodean las paredes con unos agujeros, podían ser
10, 8,6, orificios con unos reposa brazos ornamentados. En el caso que las
personas más pobres no quisieran pagar el “as” que costaba pagar a los foricae
por el uso de las letrinas públicas, podían hacer uso de las tinajas de los
talleres de los bataneros que eran gratuitas y que necesitaban la orina para
sus trabajos, o bien directamente hacerlo en el estercolero más próximo, aunque
no es raro encontrar a gente que tiraba por la ventana sus orines directamente
poniendo en un grave aprieto al transeúnte que pasara en aquel momento, aunque
podía ser denunciado y penalizado por orden imperial.
La decoración interior
era más bien austera, exceptuando las paredes decoradas con pinturas y los
suelos con mosaicos, los romanos disponían de
bancos(scamna),taburetes(subsellia) o sellae (sillas plegables),el resto de
mobiliario era un simple camastro, telas para cubrir asientos y camas alfombras
y cojines. Las vajillas eran mayoritariamente de plata, excepto en los casos de
pobreza en que eran de arcilla, aquellos personajes más ricos, disponían de
vajillas llenas de ornamentaciones, oro y filigranas. En Roma, no usaban las
sillas como en la actualidad lo hacemos nosotros, de hecho ellos utilizaban uno
o varios triclinios dispuestos uno al lado del otro formando una U, que eran
unos asientos donde se recostaban para comer o charla, en medio había una mesa
baja donde los sirvientes colocaban los diferentes platos para su degustación.
Generalmente el lote
era comprado por un empresario que invertía en la ínsula y trataba de sacar el
mayor provecho de estas. Era una inversión donde se trataba de invertir lo
menos posible, ahorrando en materiales y calidad de construcción y a la vez
aprovechando de la mejor manera posible, construir más plantas. Esta búsqueda
de un mejor suelo adquirido llevaba a que algunas ínsulas superaran los 7 u 8
pisos y los derrumbes se hicieron eco de esto. Los incendios eran moneda
corriente. Uno de los factores que promovió la propagación del impresionante
incendio que tuvo suceso durante el imperio de Nerón fueron las ínsulas
incendiándose una tras otra. Luego de este incendio, y es por lo que fue
provocado intencionalmente, se construyó en una ciudad mejor planificada arriba
de las ruinas.
En su origen la ínsula
era una vivienda completamente aislada y rodeada por todas partes de un jardín
o una calle, es decir, lo que hoy llamamos una manzana o finca.
Surgieron por la superpoblación, la falta de espacio y las duras
condiciones económicas de la vida en Roma. Tenían hasta cinco o seis pisos y, a
diferencia de las domus, tenían abundantes balcones y ventanas al exterior,
para aprovechar más el espacio interior. Las dependencias no tenían
características especiales en cuanto a disposición y estructura y se utilizaban
según las necesidades familiares.
Eran en general estrechas, poco confortables, carentes de agua corriente y
retrete, con poca luz y hechas con materiales de mala calidad, por lo que los
incendios y los hundimientos eran muy frecuentes. Las más grandes, como la de
los Julio, tenían un patio interior de luces y una o varias escaleras, para uso
común de los vecinos.
La ínsula solía alquilarse a personas pertenecientes a las clases
populares. Pero entre los pobres y los ricos había una especie de clase media,
que, teniendo como deshonra vivir en casa alquilada, se juntaban para comprar
la ínsula y distribuirla luego en propiedades privadas. A esto se unía la
especulación de quienes las realquilaban por pisos, por apartamentos (cenacula),
por habitaciones e incluso partes de una habitación. Los realquilados no son un
invento moderno, como vemos.
Los peores estaban en el barrio de la Subura, que poseían ciertos patricios
con grandes fortunas (una finca decente, podía llegar a costar 4 millones de
sestercios) y se alquilaban a los habitantes menos afortunados de la gran Roma.
Más adelante, dejaron de estar rodeados de calles y estaban tan cerca unas
de otras, que los vecinos podían tocarse con las manos, si las sacaban por la
ventana.
Los tuguria:
Una palabra que ha pasado de forma casi invariable al castellano actual,
pero que tuvo diferentes connotaciones según pasaban los años.
La vivienda primitiva en Italia debió ser una sencilla cabaña redonda,
habitadas por labradores y pastores, llamadas casae y tuguria, término
relacionado con el verbo “tego”,
cubrir.
La construcción del tugurio era de materiales ordinarios con techumbre de
paja. Presentaban una abertura rectangular en el techo que dejaba salir el humo
y entrar la luz y el agua. Éste es el principio de la abertura en el centro de
la casa romana, llamada compluvium
en su parte superior, impluvium
en el pavimento y atrium en
el conjunto. El atrio (de “ater”,
negro, por el humo del hogar), es un pequeño patio central rodeado por un
pórtico, en torno al cual se disponen las habitaciones.
Con el tiempo, los tuguria
fueron la denominación de las casas más inmundas de Roma, más chabolas que otra
cosa. Y así se ha mantenido el sentido de la palabra hasta nuestros días.
Las cofradías de los cruces:
En la visión cosmogónica de los romanos, los dioses estaban “arriba” y
desde el cielo observaban a los romanos, pudiendo dañarles si veían algo que no
era de su agrado o si se rompía la Pax
Deorum. Por ello, veían las encrucijadas de las calles como un lugar vulnerable
a estos posibles ataques divinos, ya que eran puntos que imaginaban visibles
desde la perspectiva aérea de los dioses.
Por ello instalaron capillas en cada cruce de caminos, en honor de unos
genios protectores: Los Lares Compitales
o dioses de las encrucijadas. Una cofradía de gentes del barrio las custodiaba,
pero poco a poco se convirtieron en verdaderas organizaciones “mafiosas” que
ofrecían “protección” a los conciudadanos del barrio.
Recibían suculentos pagos para que nada violento ocurriera. Se organizaron
en bandas y tenían sus límites de jurisdicción, en donde eran los amos y
señores. Se reunían en locales sitos en los cruces que controlaban y allí
maquinaban sus fechorías.
La Villa romana
originalmente era una morada rural cuyas
edificaciones formaban el centro de una propiedad agrícola en Roma Antigua.
Constituyen uno de los ejemplos más notables de edificación romana.
La Domus de Caecilius Iucundus en Pompeya
En marrón la Domus de Caecilius Iucundus, parte sur, dentro del conjunto de la Regio V 1. La denominación de las casas fue acuñada por los excavadores, según los hallazgos particulares u otras circunstancias. En este caso se sabe a ciencia cierta quién era su propietario, Lucio Caecilius Iucundus, un importante banquero romano, puesto que apareció su busto presidiendo el acceso al tablinium y distintos documentos financieros firmados por él.
La casa, situada en la vía de salida hacia el camino que se dirigía hacia el Vesubio, estaba flanqueada por dos tiendas que ahora están en estado ruinoso. Era una domus con un gran atrio, que se desarrolló con el tiempo en una residencia aún más lujosa de doble atrio después de la anexión de otra domus por encima suya (1,23 V) en el período imperial temprano.
La vía en la que se encuentra la domus y que se dirige hacia la calzada de
salida de Pompeya en dirección norte. Al fondo el Vesubio.
Dependencias en torno al atrio.
Por las investigaciones suecas sabemos que las paredes del atrio estaban decoradas con el tercer estilo de las pinturas murales de Pompeya donde predominaba el rojo y el negro en el piso inferior y el blanco en el superior. El suelo era hermosísimo con un fondo de mosaico negro en opus teselatum en el que se le incrustaron en filas regulares piezas de mármol de diferente color. Un marco ancho de diseño geométrico blanco y negro cercaba el impluvium central. A lo largo de los bordes exteriores del piso corren dos finas bandas de teselas blancas.
Atrio visto en dirección a la puerta de entrada. Se ve el mosaico del suelo y
parte del impluvium. Las puertas que flanquean la entraba podrían dar a las
tiendas. En una esquina se situaba el larario y en el cerca un podium sobre el
que posiblemente se situara un arcón que podría contener las efigies de sus
antepasados de Iucundus. Las puertas tendrían marcos de madera de hasta 20
centímetros y una altura considerable.
En la base cuadrada del lararium había dos relieves. En uno se representaba objetos utilizados en los sacrificios; y en el segundo, mucho más interesante, sucesos del terremoto del año 62 d. C. Esta decoración puede conectarse directamente con las actividades de reparación del edificio después del terremoto del 62 d. C.
Relieve del lararium. De izquierda a derecha. Un arco de triunfo o posiblemente la puerta vesubiana de la ciudad. Un templo tetrástilo sobre un alto podio y un altar delante (podría ser el templo de Júpiter en el Foro de Pompeya). Flanqueando el templo en ambos lados se pueden dos jinetes. Todo está inclinando ligeramente. Y, por fin, en la parte derecha del relieve se ve a un buey siendo conducido al sacrificio en un altar por un asistente. A ambos lados hay representados objetos de sacrificio.
Las habitaciones que rodeaban el atrio (c, d, f, g en el plano de la planta) se destinaban a dormitorios y posiblemente alguna servía como lugar de almacenamiento por los agujeros hechos para estantes (¿biblioteca o archivo?). Alguna podría tener una escalera de madera que daba acceso a un piso superior, pero lo que se ha conservado de ellas hace muy difícil reconstruirlas, aunque los arqueólogos de Lund lo han intentado.
Al fondo del atrio se abrían las alae o salas de acceso a otras dependencias (e y h). La que da al norte (e), servía a su vez de pasillo de conexión con la casa superior, con un pasillo de servicio que llevaba del atrio al peristilo (k) y con la habitación aledaña del atrio (d). Además se abrió en ella una gran ventana a un triclinium cuyo acceso se hacía desde el peristilo (m). Un piso de mosaico blanco que tiene un borde negro y blanco con el motivo pelta define los límites de la ala y el atrio.
El ala norte. La foto tomada desde el ventanal del triclinium. Se puede ver la
puerta que da acceso a la habitación contigua (derecha) y de frente el atrio
con el pedestal de uno de los hermas, el impluvium y el ala sur con dos
habitaciones.
Dos hermas, hechas de cipollino, estaban flanqueando la entrada al tablinum en el este. La más septentrional llevaba el famoso busto de bronce de Lucius Caecilius Iucundus que ahora se conserva en el Museo Nacional de Nápoles. Ambas hermas conservaron la inscripción dedicatoria GENIO L NOSTRI FELIX L., "Del libertador Felix, al genio de nuestro Lucius".
En el lado derecho, un estrecho pasillo de servicio que unía el atrio con el
peristilo, a su lado la herma de Caecilius Iucundus que presidía el acceso a un
abierto tablinium o despacho del dueño de la casa donde recibía a los clientes.
Al fondo las puertas se abrían al patio peristilo.
El peristilo y las dependencias en torno a él.
El peristilo está enmarcado arquitectónicamente en tres lados: en el oeste y el norte con pórticos, y en el lado este por un conjunto de tres cuartos (s, r y t). El lado sur está formado por el muro medianero con la casa vecina y se dejó decorada con pintura solamente.
El pequeño jardín visto desde uno de los pórticos en dirección a la pared
pintada (al fondo).
Las columnas del peristilo estaban hechas de ladrillo con estuco. Las paredes conservan algunas de sus yeserías en la que se encontró escenas eróticas. Al pórtico dan algunas habitaciones que fueron creadas para la casa de más al norte, pero que fueron algunas tapiadas e incorporadas al peristilo como el gran triclinium (o). Otras habitaciones que la flanquean posiblemente servían de conexión con las cocinas y el área de servicio que se encontraban en la casa norte.
El triclinium (o) fue profusamente decorada en
el cuarto estilo. La combinación de colores incluye un una retícula en rojo y
una zona media amarilla. La zona superior está mal conservada. Los paneles
principales de la zona media tenían escenas mitológicas. Sólo uno de ellos, que
muestra el juicio de Paris, está todavía in situ. Los paneles laterales tienen
retratos femeninos inscritos dentro de medallones.
El emperador hizo entrar en juego todas las posibilidades de la arquitectura de su tiempo, todo lo que se había hecho no sólo en palacios y villas, sino muy especialmente en termas, donde las bóvedas tenían su gran terreno de aplicación.
Lo cierto es que el ritual parece estar centrado en Dionisos, el dios griego del vino, la agricultura y el éxtasis y que hay presencias de sacerdotisas como para guiar a la joven a través del proceso de iniciación. El mismo Sileno, amigo y protector del dios, y los sátiros y las ménades de Baco también están presentes en esta habitación y en otra más pequeña de al lado formando parte de este rito femenino.
La imagen de abajo nos
muestra la misma puerta desde el espacio que había al otro lado, el vestíbulo.
En este periodo era muy frecuente la combinación de mampostería y ladrillo en
diferentes hiladas. El arte bizantino continuará esta disposición.
La planta.
Historia del edificio y estado actual.
El foro-peristilo o centro del palacio.
El peristilo tiene columnas en tres de sus lados, quedando abierto el norte, lo que viene a coincidir con el cruce del cardo y el decumanus. La disposición del peristilo recuerda la que adoptarían los atrios de las basílicas paleocristianas. Las columnas del lado este han sido reutilizadas para apuntalar las viviendas que se levantan en ese lado, pero las del lado oeste se muestran magníficas.
Los capiteles corintios son muy hermosos. Desde el punto de vista de la evolución arquitectónica, se advierten ya diversas rupturas con el lenguaje arquitectónico clásico, como que los arcos descansen directamente sobre las columnas, anticipando así soluciones que habría de alcanzar pleno desarrollo en la arquitectura renacentista.
Esta estructura arquitectónica, que mezcla arcos y dinteles, serviría de inigualable escenario a la persona imperial para cuando quisiera mostrarse al pueblo y a su corte demostrando su poder. Era como una tribuna teatral desde donde destacarse del público y recibir la aclamación, incluso la adoración. A menor escala tal disposición la recordaría la escena representada en el Disco de Teodosio de la Real Academia de la Historia.
El templo principal, sin embargo, se conserva ya que fue transformado en baptisterio en el siglo VII. Es de planta rectangular romana típica y está hecho con sillares calizos. Se eleva sobre un podio y, aunque ha perdido su pórtico tetrástilo, muestra todavía cornisas y pilastras corintias de bella decoración. Bajo la cella del templo se halla una cripta con bóveda de idéntica disposición, pero hecha de hormigón y menor ornamentación.
La parte más sorprendente del templo es la excelente bóveda de medio cañón que sustituye al tradicional techo adintelado. Está decorada con ocho filas de otros tantos casetones de piedra, decorados con elementos florales y cabezas humanas. Bajo ellos sobrevuela una cornisa sostenida por mútulos cubiertos por abigarrada decoración de ovas y motivos vegetales.
El panteón de Diocleciano.
El interior del mausoleo ha sufrido muchas reformas desde que fue adaptado desde el siglo VII como catedral de culto cristiano. Su planta que hemos es circular, no es exactamente así en la planta baja, porque allí se alternan ocho nichos de forma cuadrada y semicircular. Tiene dos pisos de columnas corintias y monolíticas que sólo ejercen una labor decorativa puesto que, como ya hemos dicho, son los espesos muros los que sostienen el techo. Las del piso inferior soportan un rico entablamento con cornisa sobresaliente, solución que en otra época nos haría pensar en el barroco. Sobre este tramo separado se apoya un segundo cuerpo de columnas cuyo entablamento, semejante al inferior, tampoco ayuda a sostener a la media naranja que lo cubre. Este segundo piso conserva todavía varios relieves historiados, entre los que aparecen dos medallones bastante deteriorados con el busto del emperador Diocleciano y de su esposa Prisca, junto a otros relieves de carácter funerario como un Hércules Psicopompo o conductor de almas al más allá.
Es de suponer que el interior de esta sala abovedada estuviese recubierto de mosaicos y aplicaciones de mármoles para lograr un efecto ornamental de gran vistosidad, pero no quedan restos de unos y otros. Algunos especialistas estiman que la cubierta tendría forma de cúpula semicircular totalmente cerrada, aunque también podría ser que tuviera un óculo a modo de lucernario como el Panteón de Roma.
Sin embargo, esto no es suficiente para entender para que servían la mayor parte de ellas. Por ejemplo, una de las salas principales es basilical con tres naves y está finalizada en un ábside semicircular. Las conjeturas de un uso privado de este espacio nos harían pensar en una sala del trono con un lugar de presidencia, pero al encontrarse en un piso subterráneo tal idea parece improbable. En cambio, si esta misma sala pudiera ser de acceso público, entonces la basílica, que acabamos de describir, tendría su sentido pleno como lugar destinado a mercado y juicios, evidentemente en una escala que en nada tiene que ver con las grandes basílicas que se levantaban en Roma en aquellos momentos como la de Majencio- Constantino.
La casa de Livia y la Casa de Augusto.
En el círculo rojo dependencias públicas y privadas de la casa de Augusto y Livia. 1.- Palacio de Tiberio. 2.- Domus Flavia. 3.- Casa de Livia. 4.- Casa de Augusto. 5.- Templo de la Gran Madre. 6.- Templo de Apolo. 7.- Supuesto Lupercale.
El nivel del parapeto se mantiene con la preparación para el mármol que cubren con los agujeros de las abrazaderas que poseía, las placas de pared.
La Domus Tiberiana y la Domus Transitoria.
El palacio de Domiciano en el Palatino. La Domus Flavia y la Domus Augustana.
La villa
Interior de una
villa rural romana.
Sus orígenes se
remontan a las villas griegas del siglo V a. C. y aparecen en la zona
del Lacio un siglo más tarde. Estas propiedades podían consistir en pequeñas
haciendas dependientes de trabajo familiar o por el contrario en grandes
propiedades, con trabajadores esclavos, o siervos. En los siglos II y
I a. C. se produce un crecimiento económico y la paulatina
desaparición de los pequeños agricultores paralela a un significativo aumento
de los latifundios. Esto repercute positivamente en las villae, cuya
parte residencial pasa a ser cada vez más sofisticada y elegante
constituyéndose en magníficas domus.
En sus posesiones en el campo (de 25 a 60 hectáreas) los romanos solían
tener la villa rustica, destinada a ganado y a las tareas agrícolas.
Posteriormente, se construyó la villa urbana en lugares pintorescos y
aireados, convirtiéndose en una finca de lujo destinada al recreo y al placer
del dueño y su familia, para descansar de los ajetreos de la vida política y
social de la urbe, dejando la villa rústica al cuidado del villicus. Lugares
de recreo famosos en tiempos de la república fueron Cumas (Nápoles) y Baiae.
También había una pequeña zona a orillas del Tíber, a las afueras de Roma,
hacia el puerto de Ostia.
La villa suburbanae (urbanas)
La villa romana (en latín villa,
plural villæ -"casa de campo, granja"-, vocablo relacionado
con vicus -"pueblo, grupo de casas"-, ambos derivados de la
raíz indoeuropea weik sla -"clan"-) originalmente era una
vivienda rural cuyas edificaciones formaban el centro de una propiedad agraria
en la Roma Antigua.
Se convirtieron en grandes residencias
aristocráticas que combinaban funciones residenciales y productivas. Desde el
punto de vista arquitectónico y artístico constituyen una de las modalidades
más notables de edificación romana. Las villas romanas han adquirido una
connotación simbólica en los estudios modernos, reflejo del simbolismo que las
villas tenían en la mentalidad romana y con el que aparecen la literatura
antigua.
Sus orígenes se remontan a las villas griegas
del siglo V a. C. y aparecen un siglo más tarde en la zona del Latium
(la región cuyo centro es la ciudad de Roma, en el centro-oeste de la península
italiana). Estas propiedades podían consistir en pequeñas haciendas
dependientes de trabajo familiar o por el contrario en grandes propiedades,
explotadas con trabajadores esclavos o mediante el colonato (muy distintas
relaciones de producción que históricamente convivieron, con predominio del
modo de producción esclavista en la Antigüedad clásica hasta el predominio del
modo de producción feudal -servidumbre- tras la transición del esclavismo al
feudalismo -de la crisis del siglo III a la época carolingia del siglo VIII-).
Con la crisis de la República romana, en los
siglos II y I a. C., se produce un crecimiento económico y la
paulatina desaparición de los pequeños agricultores paralela a un significativo
aumento de los latifundios (propiedad de patricios o de plebeyos enriquecidos -homines
novi-). Esto repercute positivamente en las villæ, cuya parte
residencial pasa a ser cada vez más sofisticada y elegante constituyéndose en
magníficas domus. Construidas frecuentemente en torno a un jardín,
comenzaban a ser edificadas como casas de campo para los ricos, siendo
cultivadas por arrendatarios y supervisadas por un villicus
(administrador). La relación entre villas y ciudades romanas es plenamente
característica de su civilización.
La mayoría de estas villas son abandonadas a
finales del siglo II d. C. y las que perduran son transformadas de
forma radical en la coyuntura secular de la crisis del siglo III. Sobre todo en
Occidente, la relación entre villas y ciudades deviene totalmente distinta,
ahora en un proceso de ruralización en que la aristocracia (honestiores)
se desentiende del gobierno de las ciudades, que decaen con el aumento de la
inseguridad y las cargas fiscales, y con la restricción del comercio. El propio
concepto de ciudadanía romana deja de valorarse, precisamente tras haberse
generalizado. Las villas se adaptaron a un reestructuramiento de la producción
motivado por la concentración de tierras y la competencia con la producción
africana. A partir del siglo IV muchas se transformaron en lugares de culto y
algunas compaginaron ambas funciones, constituyéndose en un factor importante
de la cristianización del mundo rural. Las invasiones bárbaras, unidas a los
cambios sociales, culturales y jurídicos (como los de las formas de propiedad)
acabaron con las últimas villas al desaparecer tanto su forma arquitectónica
como su forma característica de ocupación y explotación del espacio rural.
La compleja organización de las villæ
suscitó la producción de la literatura agronómica latina (geopónicos): De
agri cultura de Catón el Viejo, De re rustica de Marco Terencio
Varrón o las obras de Columela (Res rustica, De arboribus) y
Palladio (Historia Lausiaca). También hay descripciones de villas
romanas en las obras de Plinio el Joven, de Vitruvio, Ausonio, Sidonio
Apolinar, Gregorio de Tours, Gregorio de Nyssa, etc.
Desde
Magón, cartaginés de origen, a quien podemos considerar como el verdadero padre
de la agronomía, que escribió en el siglo VIII a. C. un tratado sobre la
agricultura, la viticultura y la vinificación, hasta los tratados de
agricultura romanos, tanto los de Catón o Varrón, como los posteriores de
Columela o Palladio, se expresa una preocupación por explotar las tierras de
las villas con el máximo provecho, detallando los peones y jornadas que
resultan necesarios para llevar a cabo con la mayor eficacia cada una de las
labores agrícolas. Catón en el primer tomo de su obra De agri cultura (o De Re
Rustica) recomienda como la finca ideal, aquella que tenga cien yugadas de
extensión (una yugada, iugerum, 2.500 m2) y esté dotada de toda clase de
suelos. «Lo primero ha de ser la viña, si produce vino de buena calidad; lo
segundo, un huerto irrigado; lo tercero, un saucedal; lo cuarto, un olivar; lo
quinto, un prado; lo sexto, un campo de trigo; lo séptimo, un bosque; lo
octavo, una arboleda; lo noveno, un encinar.» ... Plinio incide en la
importancia de la proporción entre villæ y fundus, "que ni la finca
(fundus) haga de menos a la casa (villæ), ni la casa a la finca" y también
Palladio "debe levantarse el edificio según lo que valga el campo y la
fortuna del amo. Columela nos dice también que la capacidad y el número de las
partes de una villa deben ser proporcionadas al total de su recinto y que la
villa ha de dividirse en tres partes: urbana, rústica y fructuaria. ... Para la
ubicación de las villæ los agrónomos romanos aconsejaban situarlas sobre un
pequeño promontorio, en la ladera de una colina, o en el aterrazamiento de un
río, de forma que tuviesen abierto el horizonte... Otros elementos importantes
a tener en cuenta para la elección del lugar, eran la cercanía de alguna fuente
o curso de agua... y la proximidad de una vía de comunicación que facilitase la
distribución de los productos y el transporte de las personas... Aunque
también... advierten que la villa "se encuentre cerca de la vía, pero no
demasiado, ya que las buenas comunicaciones favorecen la exportación de los
productos, pero la excesiva proximidad a la calzada determina daños a las
cosechas y continuas solicitudes de hospedaje por parte de los
viajeros".... Finalmente aconsejaban que, si lo permitían los anteriores
factores que eran determinantes, se construyese la villa en el centro de la
explotación, buscando la equidistancia, porque de esa forma se accedería con
mayor facilidad a cualquiera de los parajes de la misma.
Es
significativa la recomendación que hace Catón sobre las funciones (officia) de
la villica, centradas en el ámbito doméstico y en clara subordinación al
villicus:
... que
cumpla con sus deberes, que no sea excesivamente luxuriosa, que apenas tenga
trato con uicinae, que no sea ambulatrix, que no guarde contacto con la res
diuina ni mande a quien lo tenga sin la autorización del dominus o de la domina
y que sea aseada (munda), de modo que tenga la uilla limpia y barrida, cuestión
por la que debe velar a diario. ... con motivo de determinadas festividades
depositará en el fuego del hogar (focus) una corona y suplicará al lar
familiaris. Debe asimismo ocuparse de preparar la comida al uilicus y al resto
de esclavos y que en la hacienda haya, además de suficientes gallinas y huevos,
otra serie de productos algunos de los cuales debe disponer en conservas que
fabricará anualmente, y todo ello lo hará de modo diligente (diligenter).
Finaliza la descripción de sus deberes indicándose que debe ser ducha en hacer
una buena harina y un trigo fino.
... el
uilicus tiene entre sus obligaciones velar porque a la llegada del dominus [1]todo
esté preparado, misión ésta de la que ha de ocuparse de manera concreta la
uilica, que, una vez más, diligentemente (diligenter) debe mantener en orden, cuidadas
y listas para su uso todas las cosas.
La extensión de la
villa de Catón el Viejo (primera mitad del siglo II a. C.) era de 100 iugera[2],
mientras que la de Horacio (segunda mitad del siglo I a. C.) estaba entre 100 y
200. Ya con dimensiones comprobadas arqueológicamente, las 20 villas de Pompeya
(año 79 d. C.) estaban entre 50 y 80 iugera. Estimaciones referidas a
toda Italia se sitúan entre 80 y las 500 iugera. El poeta Ausonio (siglo
IV) en su célebre poema dedicado al río Mosela, recuerda nostálgicamente la
pequeña heredad paterna de "doscientos arpendes de labor" y
"cien arpendes de viña", cuando ya él era un gran latifundista en el
actual vignoble bordelais, entre Langon (Gironda) y La Réole, con seis o
siete dominios o villæ, que pasaban de las 250 hectáreas.
Por
Claudiano (In Ruf., 16 ss.) y
por Sinesio (De regn., 15) se
sabe que algunas villæ tenían
su propia guarnición. ... Palladio (HL., 61.5) escribe [acerca de las
propiedades de Melania la Joven]... : «vendidas sus fincas en Hispania, en
Aquitania, en la región de Tarragona y en la Galia, se reservó sólo las de
Sicilia, Campania y África y las utilizó para mantener los monasterios»....
También tenían, ella o su esposo, otras fincas en Numidia que se vendieron
igualmente (VM, 20). No se conocen
las fincas de Melania en Hispania... Su extensión debía ser algo más pequeña
que las del sur de la Galia, que se ha calculado en 1.200 iugera. Ausonio (III, 1, 21-24), en
la segunda mitad del siglo IV, describe la Civitas Vasatica, finca de su propiedad en la Nouempopulonia próxima a Navarra.
Esta finca tenía 1.050 iugera,
de los que 200 se dedicaban a tierras de labor, 100 a viñas, 50 a prados y 700
a montes. En Navarra, Caro Baroja se inclina a pensar que la propiedad era algo
menor, oscilando entre 500 y 1.000 hectáreas. Los grandes latifundistas no se
encontraban en el norte de Hispania, sino en el centro. La misma toponimia
indica una gran dispersión de fundi,
lo que prueba que la propiedad estaba relativamente dividida. ... El autor de
la vida de Melania [VM] ha
conservado datos muy interesantes sobre las rentas del matrimonio de Melania y
de su esposo. Estas cifras son importantes para conocer los ingresos de los
grandes terratenientes del Bajo Imperio, con posesiones en muchas diferentes
provincias. Las cifras son de gran valor por proceder de un personaje del
círculo de Melania, que convivió con ella y que se ha supuesto con buenos
argumentos que era Geroncio, citado por Cirilo de Scitópolis, que figura como
sucesor de Melania (V. Euth.
27; V. Sab. 30), y que dirigió
durante cuarenta y cinco años los monasterios fundados por la santa (V. Euth. 45). Geroncio (VM, 15) afirma, como dato oído a
Piniano (el texto latino se refiere a su esposa [Piniano es el esposo de
Melania la Joven]), que «los ingresos anuales alcanzaban la suma de 12 miriadas
de oro, más o menos, sin contar los bienes propios procedentes de su esposa. En
cuanto a los bienes mobiliarios eran tan importantes que no se les podía
calcular»... se supone que esta cifra está calculada en monedas de oro, o sea
en sólidos áureos y no en libras de oro.
La villa rustica romana se dividía en
dos sectores: la Pars Dominica (zona residencial, destinada al dominus
y su familia) y la Pars Massaricia, que a su vez se dividía en Pars
Rustica (zona destinada a los trabajadores de la hacienda) y Pars
Fructuaria (zona destinada a la elaboración de los productos).
La
necesidad de que el dueño habite en su hacienda campestre en períodos
significativos para la supervisión de la misma, obliga a la creación de un
edificio que cumpla con una función residencial. Lógicamente, la condición
ciudadana de éstos requerirá espacios de habitación semejantes a los urbanos.
Así, en las villas mediterráneas, encontramos que la pars dominica reproduce en gran medida el esquema de la casa de
la ciudad, de la domus o
vivienda particular de una sola planta, donde residían habitualmente los
propietarios. ... Columela, cuando trata la distribución de las habitaciones de
la villa, señala, en primer lugar, que la parte urbana ha de dividirse en
habitaciones de invierno y de verano, y a continuación menciona estancias, como
los dormitorios, comedores, baños y paseos, haciendo hincapié en la orientación
de las mismas. Según Carandini, en las villas itálicas la pars dominica o urbana consta de un
ingreso (uestibulum, fauces), un atrio y el tablinum, que comunica el atrio con
el patio columnado (peristilo). Pero, en las villas mejor diferenciadas de las
casas de la ciudad, según las indicaciones de Vitrubio, el peristilo precedía
al atrio en la sucesión de ambientes. A continuación, nos encontramos con el
resto de habitaciones, los dormitorios (cubicula)
y los comedores (triclini). Los
huéspedes se alojaban en la hospitalia,
que podían tener independencia propia y difícilmente se encontraban en el
sector más privado, más bien cerca de la parte servil. ... otras estancias
principales como las salas columnadas, exedras, pinacotecas, bibliotecas e
incluso museos; en distintas salas, las vistas se abrirán a jardines o al
paisaje campestre a través de un porticus
(o galería columnada) sobre uno o más lados, y las torres con palomares
resaltarán sobre los tejados animando la arquitectura o dándole el aspecto de
un castrum. También podían
encontrarse en torno al cuerpo principal: acuarios, jardines zoológicos y
paseos. El jardín señorial por excelencia es el gimnasio (gymnasium) o palaestra con decoración estatuaria destinados al ocio
filosófico, e incluso, con el tiempo se ampliaron dotándose de estadios e
hipódromos en miniatura. Este tipo de jardines podía disponer de xysti o avenidas, a menudo asociadas
con el baño (balneum) donde se
concluía el cuidado del cuerpo. ...
Los
domicilios del procurator y el uilicus, personal vinculado a la
gestión de la villa, en un primer momento, tal como se desprende de la obra
columeliana, estuvieron vinculados a la parte rústica, junto a la puerta y
cerca de donde se guardan los instrumentos y herramientas. Más tarde, según se
observa en el aspecto arquitectónico de algunas villas, pueden aparecer ligados
a la parte urbana y mostrando un cierto decoro. También aquí, podemos encontrar
la estancia del portero (cella
ostiaria), las estancias de los ayudantes del uilicus, la enfermería (ualetudinarium)
y almacenes para instrumentos de trabajo.
... la pastio uillatico [Animales de pequeña
talla como: ovejas, cabras y cerdos; los de talla grande: vacas, bueyes, asnos
y caballos; y los de servicio: mulos, perros y pastores.] se guarda en establos
y cuadras, mientras que la pastio
agreste se reparte entre corrales (para gallinas, palomas, tórtolas,
patos, pavos, etc.), bosques cercados (para las cabras salvajes, jabalís,
ciervos, abejas, etc.) y piscinas (para la fauna lacustre y marina). Parte del
personal encargado de su cuidado, podía alojarse cerca de estos establos, que,
como muestra la documentación arqueológica, se encuentran, unas veces aislados
y separados del cuerpo central, otras, anejos al granero. ... el pozo de agua,
la cocina y el baño anexo, ambas con una estancia superior (apotheca, fumarium) para secar la leña y envejecer el vino... las letrinas
y los basureros (purgamenta)....
tabernas, algunas casas de colonos, eventuales almacenes de instrumentos,
cabañas de pastores, hornos, molinos y charcas.
La pars fructuaria, es donde tienen
lugar las actividades de elaboración, conservación y almacenaje de los
productos del campo. Catón menciona dependencias para la prensa, despensas para
el aceite y bodegas para el vino, mientras que Columela, más explícito, divide
la parte fructuaria en bodega de aceite, molino y lagar, bodega de vino,
pajares, despensas y graneros... Las bodegas de aceite y vino, se encontraban
preferentemente en locales bajos, mientras que los graneros se pueden localizar
al nivel del suelo o en alto (tabulatum),
para conservar el forraje (al nivel del suelo?), cereales, legumbres, frutas,
carne salada y queso (estos tres últimos en el carnarium). Los graneros disponían, además, de un horno para
tostar el cereal y un molino para hacer la harina (pistrinum); habitualmente, se hallaban apartados del cuerpo
central para evitar el peligro de incendios y su propagación. Por último, nos
encontramos con los cultivos que rodean la villa. Los más cercanos se sitúan,
generalmente, dentro del recinto mural de la misma (jardines florales, huerto
de hortalizas y frutas [hortus]),
para ser fertilizados con sus residuos. Le seguían, más alejados y repartidos
en distinta proporción por el territorio cultivable, el viñedo, el olivar, la
arboleda, los campos frumentarios [tierra de labor dedicada a cereales] y los
prados.
La villa suburbanae (urbana), residencia
de la aristocracia romana, tiene su origen en el palacio helenístico. A partir
del siglo I a. C. el peristilo es el espacio dominante, desplazando
al atrio. Se han hallado en la Campania y el Latium. La mejor conservada es La
villa de los misterios en Pompeya del siglo II a. C. Las villas suburbanae
pueden ser de varias clases: con atrio; con atrio y peristilo, con peristilo,
con pabellones y en forma de hemiciclo o de "U".
Las villas imperiales
son edificaciones donde residía el emperador, por ello están bien protegidas y
su grandiosidad y exquisita decoración dan muestras del poder imperial.
Comienzan a construirse a partir del siglo I d. C. con la llegada del
nuevo régimen.
Las más espectaculares fueron las villas
imperiales (la de Laurentum, la Villa imperial de Pompeya, la Villa Jovis de Tiberio en Capri,
la Villa di Tiberio en
Sperlonga, la Villa imperial de Nerón
(Villa di Nerone o Villa Neroniana) en Antium (Anzio), la Villa Hadriana en Tívoli, la Villa de Licinio Lúculo en Nápoles).
Ejemplo de villas rústicas de la Italia central
son la Villa Settefinestre. La Villa de Boscoreale o la Villa del Tellaro.
Villas suburbanas son la Villa del Casale (Sicilia), la Villa
de los Quintili (afueras de Roma -sus ruinas fueron llamadas Roma
Vecchia-) y las numerosas villas en el entorno de Pompeya (Villa de los
Misterios) y Herculano (Villa de los Papiros).
La Domus de Caecilius Iucundus en Pompeya
Un equipo internacional de investigadores
dirigido por arqueólogos de la Universidad sueca de Lund ha reconstruido
virtualmente la domus del banquero pompeyano Lucio Caecilius Iucundus.
El proyecto de exploración y visualización se ha realizado gracias a una
colaboración de investigación entre la Universidad de Lund y el Laboratorio de
Computación Visual, CNR, Pisa.
El proyecto
sueco en Pompeya.
Después del terrible terremoto que asoló el 23
de noviembre de 1980 las regiones italianas de Campania y Basilicata, en el sur
de Italia. La superintendencia arqueológica de Pompeya invitó a la comunidad
científica internacional a ayudar a documentar y rescatar la antigua ciudad
romana antes de que se perdiera más información. A este proyecto se apuntaron
universidades de distintos países entre las que destaca el proyecto sueco, que
comenzó sus trabajos en 2000.
El objetivo del proyecto sueco fue investigar,
registrar y analizar toda una ínsula pompeyana, la Insula V.1 dentro de
la Regio V. Esta ínsula ya había sido excavada en el siglo XIX, por lo que el
objetivo principal era recuperar este espacio arqueológico y documentarlo. Las
excavaciones de las décadas de 1830 y 1870 apenas se documentaron, en todo
caso, de acuerdo con los estándares de la época, sólo se puso atención a las
piezas decoradas de las casas más grandes. El trabajo del equipo sueco
consistió, por lo tanto, en volver a examinar la escena.
El área
arqueológica de Pompeya abarca alrededor de 66 hectáreas, de las cuales tan
sólo unas 45 fueron excavadas. La subdivisión de la ciudad en regio (barrios) e
insulae (manzanas) ha sido realizada por Giuseppe Fiorelli en 1858, por razones
de estudio y para que resultara más fácil orientarse. En el mapa de situación
de las regios de Pompeya, nuestra domus estaría en la Regio V (verde oscuro),
ínsula 1 (número en blanco).
La dirección de la investigación y de la
operación de rescate fue llevada a cabo por Anne-Marie Leander Touati,
directora del instituto sueco en Roma, ahora profesor de Arqueología Clásica y
de Historia Antigua de Universidad de Lund. El proyecto se llevó a cabo en dos
fases. La primera, entre 2000-2006, incluyó la formación del personal y la
experimentación de diferentes métodos de documentación. La primera actuación
fue la limpieza de los pisos antiguos hasta los niveles del 79 d. C. y, a
continuación, se fotografió, analizó y describió minuciosamente las estructuras
permanentes y pinturas. La segunda fase del trabajo de campo, entre 2007-2012,
fue la restauración de los elementos más dañados y la digitalización de la
ínsula -y especialmente de la Casa de Caecilius Iucundus-,
utilizando el escaneado láser 3D y técnicas fotográficas. El trabajo técnico de
investigación y de reconstrucción virtual se publica en la
revista SCIRES-IT.
En marrón la Domus de Caecilius Iucundus, parte sur, dentro del conjunto de la Regio V 1. La denominación de las casas fue acuñada por los excavadores, según los hallazgos particulares u otras circunstancias. En este caso se sabe a ciencia cierta quién era su propietario, Lucio Caecilius Iucundus, un importante banquero romano, puesto que apareció su busto presidiendo el acceso al tablinium y distintos documentos financieros firmados por él.
La domus de Caecilius Iucundus.
Lucius Caecilius Iucundus era un banquero, como
demuestra el excepcional descubrimiento en su casa de su archivo en la
habitación de la parte trasera del peristilo. En las excavaciones que tuvieron
lugar en 1875 se rescataron 154 tablillas de cera con las cantidades pagadas,
entre los años 52 y 62 d.C., a las personas por cuenta de las que había vendido
bienes (especialmente esclavos) o percibido rentas, ganando él mismo una
comisión entre el 1 y el 4%. Las tablillas eran como trípticos cerrados y
envueltos con una cadena para cerrarlas, sobre la cual los testigos pusieron
sus sellos de cera. Esto impidió que el propio documento fuese alterado. Había
una breve descripción en el exterior con fines de identificación.
Las tablillas
y el busto del banquero. Las anotaciones terminan en el año 62, año del
terremoto que asoló previamente Pompeya, lo que ha hecho pensar que el banquero
murió en esa fecha y que probablemente fuera su hijo quien sostuviera la casa.
La casa, situada en la vía de salida hacia el camino que se dirigía hacia el Vesubio, estaba flanqueada por dos tiendas que ahora están en estado ruinoso. Era una domus con un gran atrio, que se desarrolló con el tiempo en una residencia aún más lujosa de doble atrio después de la anexión de otra domus por encima suya (1,23 V) en el período imperial temprano.
La fase más
antigua de la casa se puede fechar por medio de la técnica de construcción
utilizada para la fachada monumental en bloques de toba en opus quadratum
y por la decoración de las habitaciones en torno al atrio en el siglo segundo
antes de Cristo. La casa se sometió a una redecoración a fondo en el
tercer estilo pompeyano junto con la domus colindante que se anexionó, lo que
sitúa esta ampliación en época del emperador Claudio (medidos del siglo I d.
C.).
La gran puerta de entrada con cornisa daba entrada a un vestíbulo o fauces,
flanqueándola las dos tiendas.
La monumental entrada principal conduce a las
fauces o vestíbulo que tenía 4 m de largo por 2,22 m de ancho. Estaba dividido
en dos parte por un escalón, la más alta tenía un pavimento de mosaico en
blanco y negro, donde se representa un perro acostado, el típico "cave
canem".
Dependencias en torno al atrio.
Un gran atrio de estilo toscano era el centro
de la parte occidental de la casa. Las aberturas a todas las habitaciones que
lo rodeaban se hicieron en grandes bloques de piedra caliza de Sarno mientras
que las paredes entre ellas se hicieron en opus incertum.
Esto es la estructura de lo que queda del atrio hoy en día.
Por las investigaciones suecas sabemos que las paredes del atrio estaban decoradas con el tercer estilo de las pinturas murales de Pompeya donde predominaba el rojo y el negro en el piso inferior y el blanco en el superior. El suelo era hermosísimo con un fondo de mosaico negro en opus teselatum en el que se le incrustaron en filas regulares piezas de mármol de diferente color. Un marco ancho de diseño geométrico blanco y negro cercaba el impluvium central. A lo largo de los bordes exteriores del piso corren dos finas bandas de teselas blancas.
El lararium consistía en un templete
(desparecido), apoyado sobre la esquina de la sala y sostenido por tres
columnas de madera (desaparecidas). Todo ello descansaba sobre una base
recubierta con placas de mármol y con forma de altar. Sobre él dos repisas
donde se expondrían los lares protectores de la casa (no encontrados).
Reconstrucción
de la esquina del atrio donde se situaría el lararium.
En la base cuadrada del lararium había dos relieves. En uno se representaba objetos utilizados en los sacrificios; y en el segundo, mucho más interesante, sucesos del terremoto del año 62 d. C. Esta decoración puede conectarse directamente con las actividades de reparación del edificio después del terremoto del 62 d. C.
Relieve del lararium. De izquierda a derecha. Un arco de triunfo o posiblemente la puerta vesubiana de la ciudad. Un templo tetrástilo sobre un alto podio y un altar delante (podría ser el templo de Júpiter en el Foro de Pompeya). Flanqueando el templo en ambos lados se pueden dos jinetes. Todo está inclinando ligeramente. Y, por fin, en la parte derecha del relieve se ve a un buey siendo conducido al sacrificio en un altar por un asistente. A ambos lados hay representados objetos de sacrificio.
Las habitaciones que rodeaban el atrio (c, d, f, g en el plano de la planta) se destinaban a dormitorios y posiblemente alguna servía como lugar de almacenamiento por los agujeros hechos para estantes (¿biblioteca o archivo?). Alguna podría tener una escalera de madera que daba acceso a un piso superior, pero lo que se ha conservado de ellas hace muy difícil reconstruirlas, aunque los arqueólogos de Lund lo han intentado.
Al fondo del atrio se abrían las alae o salas de acceso a otras dependencias (e y h). La que da al norte (e), servía a su vez de pasillo de conexión con la casa superior, con un pasillo de servicio que llevaba del atrio al peristilo (k) y con la habitación aledaña del atrio (d). Además se abrió en ella una gran ventana a un triclinium cuyo acceso se hacía desde el peristilo (m). Un piso de mosaico blanco que tiene un borde negro y blanco con el motivo pelta define los límites de la ala y el atrio.
Reconstrucción
del sector norte del atrio con dos habitaciones con puertas de madera y el ala
norte ya descrita.
Dos hermas, hechas de cipollino, estaban flanqueando la entrada al tablinum en el este. La más septentrional llevaba el famoso busto de bronce de Lucius Caecilius Iucundus que ahora se conserva en el Museo Nacional de Nápoles. Ambas hermas conservaron la inscripción dedicatoria GENIO L NOSTRI FELIX L., "Del libertador Felix, al genio de nuestro Lucius".
El tablinium, de buenas dimensiones, tendría
una mesa de despacho para que el propietario recibiera a sus principales
clientes e invitados. Era la pieza principal de la casa puesto que era el lugar
de representación del dueño. Por eso no nos extraña que tuviera las mejores
pinturas y muebles. Detalladas imágenes de la más alta calidad decoraban las
estructuras con las que se compartimentaba la sala: esbeltas columnillas,
guirnaldas y seres mitológicos aparecían dando un tono teatral y de buen gusto
sobre fondos negros y rojos.
Las pinturas
todavía están relativamente bien conservadas in situ.
El hecho de
que falten varias secciones en la zona central es porque fueron arrancadas para
ser mostradas en el museo durante las excavaciones del siglo XIX. Esas escenas
cortadas representaban escenas mitológicas.
Sátiro
abrazando a una ménade. Pompeya, (V, 1,26), L. Cecilio Giocondo Casa, tablinium
1-50 d.C Museo Arqueológico Nacional, Nápoles.
Ifigenia en
Táuride. Es el título de una tragedia de Eurípides. Pompeya, (V, 1,26),
Domus de L. Cecilio Giocondo, tablinium 1-50 d.C. Museo Arqueológico Nacional,
Nápoles.
El peristilo y las dependencias en torno a él.
La zona del peristilo fue modificada
grandemente con la ampliación, puesto que antes debía ser sólo un pequeño
jardín con uno o dos pórticos. Pero al anexionarse la casa contigua al norte,
se abrieron nuevos espacios en dirección a este patio (q, p, o y n).
El peristilo está enmarcado arquitectónicamente en tres lados: en el oeste y el norte con pórticos, y en el lado este por un conjunto de tres cuartos (s, r y t). El lado sur está formado por el muro medianero con la casa vecina y se dejó decorada con pintura solamente.
El intercolumnio al que se accedía desde el
tablinium funcionó como entrada al jardín y también como eje de visión
potencial desde allí hasta las fauces, a través del tablinium y del atrio. En
el lado opuesto, dos salas (s y t), se abrían al jardín a través de ventanas.
La tercera sala (r), tenía un frente abierto sostenido por dos columnas,
posiblemente fuera una exedra o lugar de ofrendas por el nicho que había en él.
Reconstrucción
de la exedra.
Las columnas del peristilo estaban hechas de ladrillo con estuco. Las paredes conservan algunas de sus yeserías en la que se encontró escenas eróticas. Al pórtico dan algunas habitaciones que fueron creadas para la casa de más al norte, pero que fueron algunas tapiadas e incorporadas al peristilo como el gran triclinium (o). Otras habitaciones que la flanquean posiblemente servían de conexión con las cocinas y el área de servicio que se encontraban en la casa norte.
Reconstrucción
del triclinium.
Lo que queda
de este triclinium.
Villas Imperiales
Villa Jovis ("Villa de
Júpiter" también Villa Iovis) es un palacio romano de Capri, en el
sur de Italia, construido por el emperador Tiberio que gobernó desde allí entre
el 27 DC y el 37 DC.
Es la más grande de las doce villas tiberinas
de Capri mencionadas por Tácito; el complejo entero ocupa 7.000 m² (1,7 acres)
y se dispone en varias terrazas con una diferencia de elevación de cerca de 40
m. Los restantes ocho niveles de los muros y las escaleras permiten entender la
grandeza que la construcción ha tenido en su tiempo y recientes
reconstrucciones nos muestran que la villa es un exponente extraordinario de la
arquitectura romana del siglo primero.
Villa Jovis está situada al noreste de la isla
en la cima de "Monte Tiberio"; su elevación de 334 m la hace la segunda
cumbre más alta de Capri, después de "Monte Solaro" (589 m de
elevación) en Anacapri.
En el ala norte de la construcción se situaba
el sector de la vivienda, en el ala sur el administrativo, el ala este estaba
pensada para recepciones, mientras que el oeste presentaba una entrada de muros
abiertos (ambulatio) que ofrecía una vista pintoresca hacia Anacapri.
Ante la dificultad de llevar el agua a la
villa, los ingenieros romanos construyeron un complicado sistema de recolección
del agua de lluvia de los tejados y una gran cisterna proveía al palacio de
agua fresca.
Al sur del edificio principal hay restos de un
faro para el rápido intercambio telegráfico de mensajes con el resto del
Imperio, por ejemplo, con fuego y humo.
El acceso al complejo es solo posible a pie a
través de un paseo de alrededor de dos kilómetros desde la ciudad de Capri.
Aparentemente, la razón por la cual Tiberio se
trasladó desde Roma a Capri fue el temor a ser asesinado. La villa está situada
en un punto de la isla muy retirado y los cuartos de Tiberio en el norte y el
este de la lujosa villa fueron particularmente difíciles de alcanzar y estaban
fuertemente protegidos.
Según Suetonio La Villa Jovis era el escenario
en el que se producían las salvajes orgías sexuales que organizaba Tiberio. Sin
embargo, si estas versiones del libertinaje de Tiberio son verdad o meras
calumnias de sus detractores es todavía objeto de debate. Del mismo modo se
acusa a Tiberio de deshacerse de tres mujeres en una cueva cercana a la villa.
Villa Adriana (Tívoli)
Entre los años 118 y
134, según indican los sellos latericios, Adriano construyó su villa de Tibur (Tívoli) como la más personal e
íntima de sus obras arquitectónicas. En ella reunió, según la Historia Augusta,
los recuerdos de ciudades y paisajes que le habían impresionado vivamente en
sus viajes por el mundo, la Stoa poikile[1]
de Atenas, el Valle del Tempe, en Tesalia, por ejemplo. El único de éstos que
hoy se puede identificar con absoluta certeza es el Cánopo, un lugar
residencial próximo a Alejandría y unido a ella por un canal, o euripo, de 22
kilómetros de largo, orlado de suntuosas mansiones.
Más que un palacio como
el de Versalles, con el que se la ha querido comparar, Villa Adriana es un
conjunto de edificios independientes y de ejes divergentes, situados en una
pendiente llana, con un desnivel de algo más de 50 metros de uno a otro
extremo.
Entre ellos se
intercalan pórticos, palestras, palacetes, teatros, bibliotecas, piscinas,
jardines y demás ingredientes de las villas señoriales. Dada la circunstancia
-escribe Aurigemma- de que Adriano fue un arquitecto de altos vuelos, y así lo
consideran algunos como verdadero creador de una escuela, la villa fue para él,
con suma probabilidad, el lugar en que dio rienda suelta a su estilo
arquitectónico. Su fecundidad y su audacia se manifiestan sobre todo en la
multiplicidad de plantas, alzados y, sobre todo, bóvedas (de cañón, de arista,
de lunetos, cúpulas, etc.) que se encuentran en la villa. El hecho de que en
Borromini, el arquitecto más valiente del barroco romano, se aprecie clara la
huella de la villa de Tívoli revela desde cuándo y hasta dónde se ha hecho
sentir su influencia. En ella encontró la Italia de la era moderna una fuente
de sugerencias y una cantera de materiales arqueológicos (entre ellos unas
1.500 estatuas).
El emperador hizo entrar en juego todas las posibilidades de la arquitectura de su tiempo, todo lo que se había hecho no sólo en palacios y villas, sino muy especialmente en termas, donde las bóvedas tenían su gran terreno de aplicación.
El puro afán de
construir debió de ser para Adriano una verdadera obsesión. La bóveda de
lunetos rampantes del llamado Serapeum -en realidad un inmenso triclinio en
gruta, animado por fantásticos juegos de agua- parece el sueño de un demente.
Pero donde estaba la mayor originalidad de esta residencia era en las plantas
de algunos edificios, movidas, llenas de entrantes y salientes, de cuerpos
radiales, de exedras, de nichos, que a la hora de cubrirlos imponían soluciones
difíciles y sorprendentes.
El llamado Teatro
Marítimo en el extremo nordeste, un palacio en miniatura con todos sus
elementos, para uso personalísimo del dueño de la casa; la Piazza d'Oro, así
llamada porque los hallazgos realizados en ella hicieron creer a Pirro Ligorio
y demás buscadores renacentistas que se encontraban en una mina; la llamada por
Kähler coenatio, un comedor que parece inspirado en la coenatio lovis de la
Domus Flavia, exagerando la nota. En todos estos edificios predominan las
plantas centradas que habrán de alcanzar tanto desarrollo en la arquitectura
del siglo IV.
El nombre propio
Euripos designaba al estrecho que separa la isla de Eubea de la Grecia
continental, pero con el tiempo se aplicó a todos los estrechos y canales;
también, desde el Renacimiento, al largo estanque situado delante del llamado
Serapeo de Villa Adriana. En los años 1950-55 se practicaron en él unas
excavaciones que si no reconstruirlo (cuatro siglos de excavaciones de saqueo
lo impedían), han permitido recuperar algunos elementos arquitectónicos de su
encuadre de columnas, arquitrabes y arcos y, sobre todo, escultóricos. Gracias
a éstos sabemos hoy algo más del uso que los romanos hacían de las copias y
variaciones de estatuas griegas y de cómo las instalaban según su criterio -no
el de los griegos- en relación estrecha con el paisaje.
Por lo pronto parece
que era de rigor tratar los temas por pares y buscando la simetría bilateral:
cuatro copias de dos Cariátides de las seis del pórtico sur del Erechtheion, y
precisamente dos de la que estaba a la izquierda en la pareja central (hoy en
el Museo Británico), y otras dos de la que está a la derecha. Obsérvese esto:
todas las demás copias que hoy conocemos de las Cariátides repiten también
estos mismos modelos, señal de que los copistas disponían únicamente de los
vaciados de las dos centrales.
Las cuatro Cariátides,
con sus pedestales y capiteles, sostenían, con dos silenos canéforos, parte de
la columnata del euripo en el lado oeste del mismo, pero no cumplían la función
de guardianes de la tumba de Cecrops como en Atenas, sino otra desconocida para
nosotros. Las copias son muy exactas; el escultor se esmeró en copiar, por el
procedimiento del sacado de puntos, los rasgos y los pliegues uno a uno; pero
hizo una reproducción mecánica, sin un soplo siquiera de la vida que tienen el
cuerpo y el vestido de los originales, toda una lección de lo infieles que
pueden ser las copias aun sin tomarse libertades como las de Aristeas y Papías.
1Teatro Greco, 2
Palestra, 3 Ninfeo e Tempio di venere, 4
Terrazza di Tempe, 5 Terrazza inferiore
delle Biblioteche, 6Terrazza del Teatro Marittimo, 7 Biblioteca Greca, 8 Terrazza superiore
delle Biblioteche, 9 Biblioteca Latina, 10 Triclinio Imperiale, 11 Padiglione
di Tempe, 12 Hospitalia, 13 Cortile delle, 14 Biblioteche, 15 Teatro Marittimo,
16 Sala dei Filosofi, 17 Criptoportico con volta a mosaico, 18 Terme con
Heliocaminus, 19 Pecile, 20 Palazzo Imperiale, 21 Peristilio externo, 22
Giardini di Palazzo, 23 Caserma dei Vigili, 24 Edificio con pilastri dorici, 25
Casa colonica, 26 Piazza d'Oro, 27 Arena dei gladiatori, 28 Stadio, 29 Casa a
sud della Piazza d'Oro, 30 Edificio con Peschiera, 31 Ninfeo-Stadio, 32
Edificio con tres esedre, 33 Cento Camerelle, 34 Quadriportico, 35 Piccole
Terme, 36 Criptoportico presso le Grandi terme, 37 Area fra le Grandi e Piccole
Terme, 38 Vestibolo, 39 Grandi terme, 40 Padiglione del Pretorio, 41 Canopo
sostruzioni ovest, 42 Rocca bruna, 43 Spianata di Roccabruna, 44 Canopo, 45
Spianata dell'Accademia, 46 Accademia, 47 Canopo sostruzioni est, 48 Odeon.
Teatro marítimo
En la curva del extremo
norte del euripo, dos variantes de un atleta desnudo de mediados del siglo V,
convertida una de ellas en un Mercurio, como indica la parte superior de un
caduceo adherida al brazo derecho, y la otra en un Marte muy apuesto, de casco
corintio, con pintoresco penacho romano, y en su mano izquierda el borde de un
escudo redondo muy del gusto de la época.
La segunda pareja la forman dos de las cuatro Amazonas del famoso concurso de Efeso, una copia acéfala, pero de excelente calidad, de la Amazona de Fidias, y otra de la de Crésilas. Aquí el copista procedió con mayor libertad, pues por acortar la diferencia con la anterior suprimió el pilarcillo en que Crésilas había apoyado el brazo izquierdo de su Amazona.
La segunda pareja la forman dos de las cuatro Amazonas del famoso concurso de Efeso, una copia acéfala, pero de excelente calidad, de la Amazona de Fidias, y otra de la de Crésilas. Aquí el copista procedió con mayor libertad, pues por acortar la diferencia con la anterior suprimió el pilarcillo en que Crésilas había apoyado el brazo izquierdo de su Amazona.
El tercer pendant lo
forman las estatuas acostadas del Nilo (apoyado en la esfinge) y del Tíber
(acodado sobre la loba y los gemelos), versiones muy libres del mismo original
que el coloso del Nilo y sus afluentes, del Vaticano.
Se ha podido comprobar
que estas estatuas se encontraban, como hoy sus vaciados en cemento, en los
intercolumnios de la columnata puramente decorativa que rodea este extremo
curvo del euripo, en cuyo entablamento alternaban los tramos curvos
horizontales con los arqueados. Los plintos son iguales y las basas molduradas
tienen los perfiles típicos de la época de Adriano y de los Antoninos. Detrás
de la decoración había, pues, un programa, en el que a las estatuas les
correspondía despertar ciertas asociaciones de ideas. La de los dos ríos parece
clara: el Nilo, Egipto; su amistad con Italia; la comunidad del culto de Isis,
tan arraigado en Roma.
Los pedestales de las
Amazonas sobresalen del borde como suspendidas sobre el agua. La evocación
deseada aquí sería la de la belleza del arte clásico a través de estas dos
celebérrimas obras maestras. La del Mercurio y el Marte, dependientes de un
mismo prototipo, habría que buscarla en un contexto mitológico. Pero había y
hay más: de la superficie del agua sobresalían pedestales de estatuas: una de
ellas, la de Escila, apareció hace tiempo; la otra, un cocodrilo, copiado
rigurosamente del natural, mirando de cerca, como lo haría en un islote del
Nilo, a quien recorría en barca las aguas del embalse; mientras, Escila le
hacía sentir al viajero el escalofrío que la visión del monstruo provocó en el
ocurrente Ulises.
Tras un minucioso
estudio de lo aquí expuesto, llega Zanker a esta conclusión: la peculiaridad
del gusto, acreditada desde el siglo I a.C., de incrementar el disfrute de la
naturaleza mediante obras de arte, y de las obras de arte mediante la
percepción de la naturaleza, está llevada aquí al límite de la agudeza. Ante
tamaña exageración uno se siente tentado a hablar de la desertización tópica
del mundo figurativo de los clásicos.
Villa de Casale
La villa romana del Casale es una villa
tardo-romana cuyos restos se sitúan en la localidad siciliana de Piazza
Armerina. Desde 1997 forma parte del Patrimonio de la Humanidad de la Unesco.
Es famosa sobre todo por la excepcional colección de mosaicos, perfectamente
conservados a través del tiempo gracias a una capa de barro, producto de una
inundación antigua.
Aunque las primeras excavaciones se iniciaron a
finales del siglo XIX, dándose por finalizadas en el año 1929 en un primer
momento, y posteriormente en 1935, sin que se hubieran obtenido resultados
satisfactorios, el descubrimiento efectivo de la villa y del extraordinario
conjunto de mosaicos que alberga se debe a Gino Vinicio Gentili, arqueólogo
italiano, que en 1950 retomó las excavaciones en la zona, basándose en las
indicaciones que le habían proporcionado los habitantes del lugar.
Basándose principalmente en el estilo de los
mosaicos que de manera tan profusa se pudieron encontrar, la villa recién
descubierta fue fechada en un primer momento en la primera mitad del siglo IV.
Posteriores estudios, sin embargo, han permitido afinar más la datación,
situándola entre los años 285 y 305. En un primer momento se estimó que el
tiempo de construcción de la villa fue de unos cincuenta años, siendo
prolongado luego hasta los ochenta, y posteriormente reducidos a cinco o diez
años. Hoy en día se tiende a considerar una duración relativamente corta de las
labores de edificación.
Entre los restos de la villa se individualizan
cuatro núcleos diferentes, con decoraciones diversas, pero estrechamente
conectadas entre sí:
·
Entrada
monumental o atrio;
·
Cuerpo
central de la villa, organizado en torno a un peristilo cuadrangular, con
jardín y estanque en el centro;
·
Complejo
del triclinium precedida de un peristilo ovoide circundado a su vez por un
grupo de estancias;
·
Complejo
termal, con acceso desde la zona noroccidental del peristilo cuadrangular.
Muchas de las estancias de la residencia
presentan el pavimento decorado con mosaicos, formados por teselas coloreadas.
Las diferencias estilísticas de los diversos habitáculos son evidentes. Esto,
sin embargo, no indica necesariamente una ejecución realizada en diferentes
épocas, sino que denota más probablemente la ejecución de los mismos por
maestros artesanos diferentes.
Cada uno de los cuatro núcleos de la villa está
dispuesto siguiendo un eje direccional propio. Sin embargo, todos ellos
convergen en el centro del estanque del peristilo cuadrangular. A pesar de las
aparentes asimetrías, es probable que la villa haya sido edificada siguiendo un
proyecto orgánico unitario que, partiendo de un modelo clásico de villa con
peristilo, se le han introducido una serie de variaciones tendentes a dotar de
originalidad al conjunto. La unidad de la construcción se evidencia en la
funcionalidad de los corredores internos, y en la subdivisión entre las
estancias públicas y las privadas.
Durante los primeros dos siglos del Imperio
romano, la isla de Sicilia había atravesado una fase de depresión económica,
debido al sistema de producción latifundista, basado en el trabajo de los
esclavos. La vida urbana había sufrido un declive y el campo se había
desertizado. La Sicilia rural entró en un nuevo periodo de prosperidad al inicio
del siglo IV, con una expansión del comercio. Restos de esa actividad, son aún
visibles en localidades como Filosofiana, Sciacca, Punta Secca y Naxos. Una
señal evidente de trasformación lo constituye el hecho del nuevo título
asignado al gobernador de la isla, que de corrector pasa a ser llamado consularis.
Los motivos parece que fueron de dos tipos: por
un lado la renovada importancia de las provincias del África proconsular, como
granero de Roma, después de que la producción de Egipto fuera transferida a
Constantinopla, nueva capital imperial desde el 330. Sicilia asumió así un
nuevo papel central en las rutas comerciales entre los dos continentes. En
segundo lugar, los caballeros y senadores romanos, comenzaron a abandonar la
vida urbana, retirándose a sus posesiones en el campo, a causa de la creciente
presión fiscal, y de los gastos que estaban obligados a soportar para el
mantenimiento del aparato público de la ciudad. De este modo, los propietarios
comenzaron a ocuparse de manera personal de la explotación de sus propias
tierras, que se cultivaban no ya con la mano de obra de los esclavos, si no con
colonos. Grandes sumas de dinero fueron destinadas a engrandecer y embellecer
las residencias fuera de las ciudades.
Sistema
de caldeamiento de los baños
Famoso mosaico
con «chicas en biquini
La cuestión de la identificación del
propietario ha sido muy discutida, estableciéndose numerosas hipótesis. Según
una primera teoría, el propietario de la villa habría sido el tetrarca
Maximiano (285–305), que se habría retirado aquí después de su abdicación. Los
estudios posteriores han demostrado, sin embargo, que Maximiano pasó sus
últimos años en la Campania, y no en Sicilia. Estudios más recientes han
apuntado la posibilidad de que el propietario de la villa pudiera haber sido
Majencio (305–312), hijo de Maximiano.
Realmente no hay ningún indicio que nos obligue
a ver en la villa de Piazza Armerina una residencia imperial. En los últimos
años, las excavaciones han demostrado que la posesión de suntuosas residencias
era un fenómeno muy extendido en la época que nos ocupa entre la alta
aristocracia romana.
La hipótesis más acreditada actualmente
identifica al propietario con una prestigiosa figura de la época de
Constantino, Lucio Aradio Valerio Próculo Populonio, gobernador de Sicilia
entre los años 327 y 331 y cónsul romano en el año 340. Los juegos que había
organizado en Roma en el 320, mientras desempeñaba el cargo de pretor, fueron
tan fastuosos que su fama duró durante mucho tiempo, y quizá alguna de las
representaciones de los mosaicos de la villa (la gran caza, los juegos del
circo) sea un intento de evocación de aquel evento.
Otras teorías apuntan a los siguientes
personajes, como candidatos al título de propietarios de la villa:
Gaio Ceionio Rufo Volusiano prefecto urbano y
cónsul bajo Majencio y Constantino (306–337), que tenía grandes propiedades en África,
de donde era originario.
Un procurator imperial, Ceiono Lampadio,
hijo de Volusiano Lampadio, prefecto bajo Constancio II (353–359).
Memmio Vitrasio Orfito, prefecto urbano bajo
Constancio II (353–359), y gobernador en Sicilia. Era la persona encargada del
transporte por nave de los animales provenientes de las provincias africanas y
orientales. Según una crónica coetánea de Amiano Marcelino, a él se debe la
erección en el Circo Máximo del conocido actualmente como obelisco
Lateranense, el cual podría estar representado en unos de los mosaicos de
la zona de los gimnasios de la villa.
Claudio Mamertino, famoso rector de los tiempos
del emperador Juliano (361–363).
Y Por último Virio Nicomaco Flaviano el joven,
un aristócrata romano que vivió a caballo de los siglos IV y V, quién según
algún testimonio había corregido la obra Annales de Tito Livio mientras
residía en alguna localidad siciliana no distante de Enna.
Descripción de las diferentes estancias
Entrada
El atrio, en realidad, era un patio rodeado de
columnas con capiteles jónicos. Quedan restos en el centro de una fuente. Su
entrada monumental está adornada con fuentes, da paso a un pórtico que conecta
con la zona de los baños, compuesta de frigidarium y tepidarium, y con un
vestíbulo en el que supuestamente se recibía a los invitados. Al dejar el
vestíbulo se llega a un peristilo cuadrangular, el cual conecta con todas las
otras áreas de la villa, en el lado norte están las cámaras de invitados y a
las estancias de los siervos. Al este encontramos el Corredor de la Gran
Cacería, famoso por la representación de la escena en que se observa el proceso
de captura de diferentes especies animales que usarían en el circo romano.
Peristilo
Desde el atrio se accede al peristilo, decorado
con mosaicos con cabezas de diferentes animales (felinos, antílopes, cabras
salvajes, caballos, ciervos, elefantes.
Triclinium
Es un comedor romano que incluye sofás o una
plataforma de tres lados con un área abierta en la que se colocan los
alimentos.
Complejo termal
Directamente desde la entrada de la villa se
accede al complejo termal. La primera estancia, fue probablemente utilizada
como apodyterium y está decorada con mosaicos pavimentales que
representan a la matrona propietaria de la casa.
De aquí se pasa a un corredor terminado en
ábsides en sus extremos, y decorados con escenas del Circo Máximo de Roma. Muy
rico en detalles, incluyendo una carrera de cuadrigas, en la que se aprecia que
ha sido la facción verde, o Prasina, la vencedora. Este corredor era
utilizado probablemente para los ejercicios gimnásticos realizados a cubierto.
Detalle del
Salón del Circo.
Sigue el frigidarium, una sala
octogonal, con seis nichos absidados en las paredes, dos de los cuales eran
utilizados como entradas. También hay una piscina natatio absidada. El
mosaico de la habitación central representa una escena de pescadores y
nereidas, tritones y caballos de mar, dispuestos todos siguiendo la forma
octogonal del habitáculo.
Corredor con escenas de
caza
Este largo corredor, de 65,93 metros de
longitud y 5 de anchura, acabado en sendos ábsides, representa una gran partida
de caza de bestias salvajes, destinadas a los juegos del anfiteatro, en Roma.
De hecho, ningún animal es abatido. Hay una diferencia estilística evidente a
lo largo del pasillo, evidenciando la labor de dos maestros operarios, siendo
destacables las figuras del lado norte, dotadas de más riqueza volumétrica.
Probablemente, los operarios de este lado norte hayan sido más innovadores a la
hora de plasmar en mosaico las figuras, adoptando modelos provenientes de
Grecia y Asia Menor, al contrario que sus compañeros del lado sur, más
conservadores, y que han desarrollado su labor siguiendo estrictamente los
cánones estilísticos propios del siglo III.
Escena de caza.
Villa de
los Quintili
La Villa de los Quintilii es una antigua
Villa Romana situada más allá del quinto miliario de la Via Appia Antica a las
afueras de los límites tradicionales de Roma, central Italia. Fue construida
por los ricos hermanos Sextus Quintilius Maximus y Sextus Quintilus Condianus
(cónsules en el 151 d.C.) en el siglo II d.C.
Las ruinas de esta villa suburbana son
de tal extensión que cuando fue excavada por primera vez, el sitio fue
denominado como Roma Vecchia por la población local, ya que ocupaba un
terreno muy grande, pensando que podía haber sido una ciudad.[3] El complejo de la
villa incluye unas extensas termas, las cuales eran abastecidas por su
propio acueducto, y lo que es más inusual, un hipódromo, el cual se ha datado
el siglo IV, cuando la villa ya formaba parte del patrimonio Imperial.
La villa fue levantada a lo largo de la Via
Appia Antica, aunque la entrada monumental se hacía por la Via Latina. Dicha
villa se extendía hacia el norte sobre un montículo natural creado por una
erupción de lava del Volcán Lazial, hasta el flujo acuífero conocido como Fosso
dello Statuario) que la erosión había excavado en la falda de dicho monte.
Ruinas dela Villa de los Quintili.
Los sellos de los ladrillos que se encuentran
en el núcleo de la villa han hecho que sea datada a finales del reinado de
Adriano, es decir, en la primera mitad del siglo II d.C. El nombre de los
propietarios fueron grabados en las tuberías de plomo. Se trataba de dos
hermanos Sexto Quintilio Condiano y Sexto Quintilio Valerio Massimo, de rica,
culta y noble familia, ambos cónsules en 151, y grandes terratenientes. Tenidos
en alta estima por Antonino Pio y Marco Aurelio, su riqueza y fortuna suscitó
las ansias del emperador Cómodo, quien acusando a sus propietarios de conjura
en el 182, confiscó los bienes de dicha familia y los anexionó a los bienes
imperiales. La gran propiedad se convirtió así en una villa imperial y sus
funciones como tal parecen haberse mantenido, basándonos en las fechas de
restauraciones inscripciones, citas y retratos, hasta el emperador Tácito, a
finales del siglo III.
El complejo todavía quedó parcialmente en uso
hasta finales del siglo VI (existen sellos en ladrillos de la época de
Teodorico el Grande). En el periodo altomedieval también se ven niveles de
utilización posteriores consistentes en restos cerámicos y sepulturas
individuales en algunas partes del complejo de la villa.
Al igual que todos los bienes imperiales, el fundus
de los Quintili pasó a lo largo de los siglos, a pertenecer a distintas
instituciones eclesiásticas. En el siglo X lo encontramos citado como bien
patrimonial del monasterio de San Erasmo del Celio, y después, en el siglo XII,
en el de Santa Maria Nova (hay en día la Basílica de Santa Francesca Romana).
La finca, también conocida como Roma Vecchia, seguramente por la
grandeza de sus ruinas, pasó (a finales del siglo XVIII) a ser propiedad del 'Ospedale
del Santissimo Salvatore ad Sancta Santorum (hoy Hospital de San Giovanni
in Laterano), y en 1797 fue vendida al Monte di Pietà, cuyo gestor era Giovanni
Raimondo Torlonia.
Las excavaciones
En 1776 Gavin Hamilton, el pintor y proveedor
de antigüedades romanas, excavó algunas partes de la villa, la cual aún seguía
denominándose "Roma Vecchia", y las esculturas que halló, revelaron
inevitablemente la naturaleza imperial de dicho emplazamiento:
Unas
considerables ruinas son vistas cerca última, a manos derecha, y es
generalmente considerada el haber sido las ruinas de una Villa de la niñera de
Domiciano. Los fragmentos de Colosales estatuas encontradas cerca de estas
ruinas confirman en mi opinión, el excelente escultor que refuerza esta
suposición. }}».
Aquí el encontró cinco esculturas de mármol,
incluyendo un "Adonis dormido",la cual fue vendida a Charles Townley
y que actualmente se encuentra en el Museo Británico y "Una Bacante con tigre"
que figura que se vendió a Charles Greville. El largo relieve de Asclepio
encontrado también aquí, pasó a formar parte de Hamilton a la colección del
Conde de Shelburne, y después al Marqués de Lansdowne. La "Venus
Brachi" desde el yacimiento, fue adquirida por el sobrino del Pius VI,
llamado Luigi Braschi Onesti.
"Venus Braschi", de la Villa
de los Quintilii (Glyptothek, Munich).
Hoy en día, el yacimiento arqueológico está
musealizado y es una "casa-museo" con frisos de mármol y esculturas
que una vez adornaron la villa. El nympheum, el recibidor del tepidarium
ay los baños, pueden ser también visitados. Una gran terraza con vistas a la
Via Appia Nuova, la cual se remonta a 1784, domina una hermosa vista de los
distritos de los Castelli Romani. La extensión originaria de la villa se
extendía más allá de la Via Appia Nuova.
Villa de
los Misterios
La Villa de los Misterios o Villa dei
Misteri es una ruina bien conservada de una villa romana que queda a unos
800 metros al noroeste de Pompeya y a unos 200 de la Puerta de Herculano. Se
puede llegar a ella desde Pompeya. Queda en las afueras de la ciudad principal,
separada de ella por una carretera con monumentos funerarios a ambos lados (una
necrópolis) así como las murallas de la ciudad. La Villa de los Misterios está
considerada una villa suburbana, con una relación cercana con la ciudad, pero
en las afueras de ella. Desde el año 1997 forma parte del sitio Patrimonio de
la Humanidad llamado «Zonas arqueológicas de Pompeya, Herculano y Torre
Annunziata», en
Aunque cubierta por metros de ceniza y otro
material volcánico, la villa sufrió sólo daños menores en la erupción del
Vesubio en el año 79, y la mayoría de sus paredes, techos, y más en particular
sus frescos sobrevivieron en gran medida intactos.
Fue construida en la primera mitad del siglo
II a. C. y fue muchas veces remodelada y ampliada. Se presenta como
una construcción de cuatro lados circundada por una terraza panorámica. Después
del terremoto del año 62 la Villa cambió de propietarios y de usos: de vivienda
señorial pasó a establecimiento agrícola. La propiedad de la Villa es
desconocida, como ocurre con muchas casas privadas de la ciudad de Pompeya. Sin
embargo, algunos objetos proporcionan claves tentadoras. Un sello de bronce
encontrado en la villa menciona a L. Istacidius Zosimus, un liberto de la
poderosa familia Istacidii. Los eruditos lo han propuesto como propietario de
la villa o supervisor de la reconstrucción después del terremoto del año 62. En
lugar de ello, la presencia de una estatua de Livia, esposa de Augusto, ha
hecho que algunos historiadores consideraran que ella era la propietaria.
Planta y
reconstrucción de la Villa de los Misterios.
Reconstrucción
integrada en el paisaje de la Villa de los Misterios. Criptopórtico sosteniendo
la terraza en donde sobresale una exedra porticada.
La Villa tenía bellas salas tanto para comer
como para el ocio, y espacios más funcionales. Una prensa de vino fue
descubierta cuando se excavó la Villa y ha sido restaurada a su ubicación original.
No era infrecuente en las casas de los muy ricos incluir zonas para la
producción de vino, aceite de oliva u otros productos agrícolas, especialmente
desde que muchos romanos de la élite eran propietarios de granjas o huertos en
la proximidad de sus villas. Es un ejemplo de una vivienda de gran lujo unida a
una explotación agropecuaria. Se integra en el paisaje mediante grandes
pórticos y galerías que dan a jardines colgantes. En este sentido, la Villa de
los Misterios resulta muy distinta de las casas encontradas en la ciudad.
La Villa recibe su nombre por las pinturas en
una habitación de la residencia. Este espacio pudo haber sido un triclinium,
y está decorado con frescos del siglo I a. C. Aunque el tema real es
objeto de controversia, la interpretación más usual de las imágenes es que se
trata de la iniciación de una mujer en un culto especial a Dioniso, un culto
mistérico que requería ritos específicos y rituales para convertirse en
miembro. Del resto de interpretaciones, la más destacada es la de Paul Veyne,
quien cree que representa a una joven pasando por los ritos del matrimonio.
Villa de los
misterios. Reconstrucción del triclinium.
Primeras
escenas. Mujeres solemnes realizando un rito, Sileno tocando la lira y sátiros.
La música marca la entrada en un nuevo estado psicológico. Una mujer entre
aterrorizada y atraída por la música danza...
Sileno y los
sátiros, Baco ebrio y Ariadna. La cista mística que oculta bajo un pañol el
falo revelado.
Un ángel o
demonio flagelador gira hacia el otro muro para golpear el torso de una
mujer...
Novia siendo
peinada por una doncella, cupidos y matrona o dómina contemplando toda la
escena. Reconstrucción uniendo las pinturas de tres paredes.
Lo cierto es que el ritual parece estar centrado en Dionisos, el dios griego del vino, la agricultura y el éxtasis y que hay presencias de sacerdotisas como para guiar a la joven a través del proceso de iniciación. El mismo Sileno, amigo y protector del dios, y los sátiros y las ménades de Baco también están presentes en esta habitación y en otra más pequeña de al lado formando parte de este rito femenino.
Una mujer
velada avanza, mientras otra sedente la mira fijamente. Un niño lee en voz alta
un rito. Difícil interpretación iconográfica.
Las figuras están distribuidas por una pequeña
cornisa pintada de verde que las eleva y contribuye a crear la sensación de que
se trata de un escenario. Este recurso tridimensional junto con el del
solapamiento introduciendo personajes de espalda inscribe el fresco en el
segundo estilo pictórico y hace que los personajes parezcan estar presentes en
la habitación. La pintura es de calidad y denota un pintor con mucho oficio,
pero posiblemente sería una copia hecha por un pintor local campaniense de algún
modelo previo helenístico.
La representación
se encuentra en una habitación luminosa no sólo porque está abierta a través de
su gran puerta, sino porque también tenía una ventana orientada al sur por el
que entraba la luz más potente durante todo el día y se podía ver el pórtico y
el jardín exterior. Por lo que mi conclusión personal es que no se puede
interpretar la escena tanto en un sentido religioso de un rito esotérico,
oculto y misterioso, como insisten casi todos los estudiosos porque para ello se
hubiera buscado la oscuridad o la penumbra, sino que hay que verla en el
contexto de dónde se encuentra y entonces comprenderíamos que se trata de un
conjunto escénico, una representación teatral y estética de puro goce sensual.
El uso además de colores como el rojo y el azul, tan costosos, al igual que el
suelo tan elaborado indican que el propietario deseaba hacer ostentación de su
comedor ante sus invitados.
Atrio
principal. En el centro el impluvium y a través de las puertas
(una de ellas reconstruida con calco de escayola) se accedía al peristilo. Al
fondo se puede ver el arco de acceso a la vivienda.
Las imágenes son muy elocuentes: un niño
leyendo el ritual bajo la supervisión de una matrona, una joven que lleva una
bandeja con ofrendas, un grupo de señoras en una celebración sacramental, un
sileno que toca una lira mientras una jovencita ofrece su seno a una cabra,
otro viejo sileno ofrece bebidas a un pequeño sátiro mientras otro más joven le
alcanza una máscara teatral, entre muchas otras. También se representan las
bodas de Dioniso y Ariadna.
Como en otras zonas de Pompeya y Herculano, se
encontraron una serie de cuerpos en la villa de los que se hicieron modelos en
yeso.
Villa de
los Papiros
La Villa de los Papiros o Villa dei
Papiri es una casa particular de la antigua ciudad romana de Herculano. Situada
al noroeste de la ciudad, la residencia queda a medio camino en la ladera del
volcán Vesubio sin otros edificios que obstruyan el panorama. Fue propiedad del
suegro de Julio César, Lucio Calpurnio Pisón Cesonino. En el año 79, la
erupción del Vesubio cubrió todo Herculano con unos 30 metros de ceniza
volcánica. Los restos fueron excavados por vez primera entre 1750 y 1765 por
Karl Jakob Weber a través de túneles subterráneos. Su nombre deriva del
descubrimiento de una biblioteca en la casa con 1.785 rollos de papiro
carbonizados. Desde el año 1997 forma parte del sitio Patrimonio de la
Humanidad llamado «Zonas arqueológicas de Pompeya, Herculano y Torre
Annunziata», en concreto con el código 829-004.
El frente de la villa discurría a lo largo de
más de 250 metros paralelo a la línea de la costa. Estaba también rodeada por
un jardín cerrado por pórticos, pero con una amplia franja de jardines de
verduras, viñedos y bosques hasta una pequeña bahía. Situada a unos cientos de
metros de la casa más cercana en Herculano, la casa de Pisón tenía cuatro
niveles dispuestos en una serie de terrazas en la ladera y era una de las casas
más lujosas de todo Herculano y Pompeya. La Villa de los Papiros también albergaba
una amplia colección de ochenta esculturas de magnífica calidad, muchas de
ellas conservadas actualmente en las salas de los grandes bronces en el Museo
Arqueológico Nacional de Nápoles.
La villa permanece fiel en su disposición
general al esquema estructural y arquitectónico fundamental de una villa
suburbana en el campo alrededor de Pompeya. El atrio funcionaba como un
vestíbulo y un medio de comunicación con las diversas partes de la casa. La
entrada se abría con un pórtico de columnas hacia el lado del mar. Alrededor
del cuenco del impluvio del atrio había once estatuas surtidor representando a
sátiros vertiendo agua de un cántaro y putti lanzando agua de la boca de
un delfín. Otras estatuas y bustos se encontraron en las esquinas alrededor de
las paredes del atrio.
El primer peristilo tenía diez columnas a cada
lado, y una piscina en el centro. En este recinto se encontraron el herma de
bronce de un Doríforo, una réplica del atleta de Policleto, y el herma de una
amazona hecho por Apolonio hijo de Arquias de Atenas. El segundo gran peristilo
puede alcanzarse pasando por un gran tablinio en el que, bajo un propileo,
estaba la estatua arcaica de Atenea Promacos. Una colección de bustos de bronce
estaba en el interior del tablinio. Entre ellos estaban la cabeza de Escipión
el Africano.
Las auténticas dependencias para vivir y
recibir están agrupadas alrededor de los pórticos y las terrazas de manera que
la luz del sol y la vista del campo y el mar pueden disfrutarse más
directamente por los ocupantes e invitados a la casa. En la zona de habitación,
instalaciones de baños fueron sacadas a la luz y la biblioteca de papiros
carbonizados colocados dentro de capsae de madera, algunos de ellos en
baldas ordinarias de madera y alrededor de las paredes y algunas en los dos
lados de una serie de baldas en el medio de la habitación.
Las tierras incluyen una gran zona de jardines
cubiertos y descubiertos para pasar a la sombra o en el calor del sol. Los
jardines incluían una galería de obras de arte consistentes en estatuas,
bustos, hermas y estatuillas de bronce y mármol. Estaban colocadas entre
columnas en medio de la parte abierta del jardín y en los bordes de la gran
piscina.
Estatuas
de los corredores.
Calpurnio Pisón creó una biblioteca sobre todo
de carácter filosófico. Se cree que la biblioteca fue reunida y seleccionada
por el amigo de la familia y cliente de Pisó, el epicúreo Filodemo de Gadara.
Los seguidores de Epicuro estudiaban las enseñanzas de este filósofo natural y
moral. Esta filosofía enseñaba que el hombre era mortal, que el cosmos es el
resultado de un accidente, que no hay ningún dios providencial, y que el
criterio de una buena vida es el placer y templanza. Las conexiones de Filodemo
con Pisón le dieron la oportunidad de influir a los jóvenes estudiantes de
literatura griega y filosofía que se reunían alrededor de él en Herculano y
Nápoles. Gran parte de su obra se descubrió en alrededor de mil papiros en la
biblioteca filosófica recuperada en Herculano. Aunque su obra en prosa es
detallada en el estilo nervioso típico de la prosa griega helenística anterior
al resurgimiento del estilo ático después de Cicerón, Filodemo superó el
estándar literario medio al que aspiraban la mayor parte de los epicúreos.
También tuvo éxito al influir en los romanos más cultos y distinguidos de la
época. Ninguna de sus obras en prosa era conocida hasta que los rollos de
papiro se descubrieron entre las ruinas de esta villa.
Al tiempo de la erupción del Vesubio en el año
79, la valiosa biblioteca estaba empaquetada en cajas preparadas para el
traslado a un lugar más seguro cuando fue sorprendida por un flujo
piroclástico; la erupción con el tiempo depositó unos 20-25 metros de ceniza
volcánica sobre el lugar, chamuscando los rollos pero conservándolos, de manera
que es la única biblioteca que ha sobrevivido de la Antigüedad, cuando la
ceniza se endureció para formar toba volcánica.
Aún quedan 2,800 m² por excavar en esta villa
suburbana, la más lujosa del lugar de vacaciones de Herculano. Bajo la zona
excavada, nuevas excavaciones realizadas en los años noventa revelaron dos
plantas previamente desconocidas de la villa, que estaba construida sobre una
serie de terrazas que daban hacia el mar.
La razón de que el resto del lugar no se haya
excavado es que el gobierno italiano está practicando una política de
conservación y no excavación, y está más interesado en proteger lo que ya ha
sido descubierto. David W. Packard, que ha dotado de fondos a la obra de
conservación en Herculano a través de su Packard Humanities Institute, ha
manifestado estar dispuesto a financiar la excavación de la Villa de los
Papiros cuando las autoridades lo permitan; pero ninguna obra se permitirá aquí
hasta que se complete un análisis de viabilidad, que se ha estado preparando
durante varios años. La primera parte del estudio ha aparecido en 2008 pero no
incluye calendario o coste, puesto que la decisión sobre seguir excavando es de
carácter político.
Usando imagen multiespectro, una nueva técnica
que se desarrolló a principios de los noventa, es posible leer los papiros
quemados. Con estas imágenes multiespectro, muchas imágenes de papiros
ilegibles se toman usando diferentes filtros en el registro infrarrojo o
ultravioleta, muy afinada para capturar ciertas longitudes de onda de la luz.
Así, la porción espectral óptima puede encontrarse para distinguir la tinta del
papel en la superficie oscurecida del papiro. Mediante escáneres no
destructivos podrán, se espera, proporcionar descubrimientos importantes al
leer los frágiles rollos de pergamino no abiertos sin destruirlos en el
proceso.
Museo J. Paul Getty
El museo original J. Paul Getty en Pacific
Palisades es una copia libre de la Villa de los Papiros, tal como se publicó en
Le Antichità di Ercolano. El edificio del museo se construyó a
principios de los setenta por la firma arquitectónica de Langdon y Wilson. El
asesor arquitectónico Norman Neuerburg y curador del Getty de antigüedades Jiri
Frel trabajó estrechamente con J. Paul Getty para desarrollar los detalles
interiores y exteriores. Puesto que la Villa de los Papiros estaba quemada por
la erupción y gran parte de ella permanece sin excavar, Neuerburg basó muchos
detalles arquitectónicos y paisajísticos del museo en otras casas romanas
antiguas en las ciudades de Pompeya, Herculano y Estabia.
Con el traslado del Museo al Centro Getty, la
«Villa Getty» tal como se la llama actualmente, fue renovada; se reabrió el 28
de enero de 2006.
En la literatura moderna
Varias escenas de la novela superventas de
Robert Harris Pompeya se ambientan en la Villa de los Papiros, justo
antes de que la erupción la tragara. Se menciona la villa como propiedad del
aristócrata romano Pedius Cascus y su esposa Rectina. (Plinio el Joven menciona
a Rectina, a quien llama esposa de Tascio, en la Carta 16 del Libro VI de sus Epístolas.)
Al comienzo de la erupción, Rectina prepara la biblioteca para evacuarla y
envía un mensaje urgente a su viejo amigo, Plinio el Viejo, quien comanda la
Armada romana en Miseno al otro lado del Golfo de Nápoles. Plinio
inmediatamente envía un barco de guerra, y llega a la vista de la villa, pero
la erupción le impide tomar tierra y llevarse a Rectina y su biblioteca, de
manera que queda la misma para que los arqueólogos modernos la encuentren.
Palacio
de Diocleciano
Es un monumento construido en la ciudad de
Split, Croacia, por encargo del emperador Diocleciano entre los siglos III y IV
d. C. Diocleciano mandó construir este palacio para pasar sus últimos días
luego de su abdicación en mayo de 305. Hoy, el palacio se ha transformado en el
corazón de la ciudad de Split y a su alrededor se hallan todos los edificios y
monumentos importantes de la ciudad. El palacio se encuentra muy bien
conservado y es reconocido como uno de los lugares arquitectónicos más bellos
de la costa adriática de Croacia. En 1979 la Unesco declaró al conjunto
histórico de Split, incluyendo el palacio de Diocleciano, como Patrimonio
cultural de la Humanidad.
La superficie del palacio está conformada por
un rectángulo irregular con torres que se proyectan en las fachadas al este,
oeste y norte. El palacio combina características de una lujosa villa con
aquellas de un campamento militar. El palacio se encuentra amurallado y en sus
tiempos logró albergar hasta 9000 personas. Solamente la fachada sur del
palacio, la cual se encuentra mirando hacia el mar, no se encuentra
fortificada.
Aspecto original del palacio de
Diocleciano
Cada una de las fachadas cuenta con un portón
de acceso que guía hasta un patio privado. El portón de la fachada sur es un
poco más pequeño, probablemente era utilizado para el acceso del emperador
hacia los botes o quizás para el ingreso de mercaderías que llegaban desde los
botes. Una columnata monumental forma el acceso norte hacia los apartamentos
imperiales. Además da acceso hacia el mausoleo de Diocleciano hacia el este
(hoy convertido en la Catedral de Split) y hacia tres templos al oeste (dos
actualmente están perdidos y el tercero fue convertido en baptisterio). El
palacio está construido con piedra caliza y mármol de alta calidad.
Vista del peristilo del
Palacio de Diocleciano.
En la imagen de abajo
observamos el arco central del pórtico que daba acceso al palacio privado de
Diocleciano. Las dovelas de los arcos y los sillares del entablamento y del
frontón son de caliza y contrastan con los pobres materiales (mampostería y
hormigón) de la pared trasera, que ha perdido los bloques decorativos que
seguramente tendría.
La planta.
El edificio se dispone como un rectángulo, algo
deformado a causa de la adaptación a la topografía. Sus dimensiones eran de 213
x 177 metros, es decir, una superficie de aproximadamente 37.000 metros
cuadrados. A nadie le ofrece duda de que la planta se inspira en la planta
tradicional de los castros o campamentos romanos, con dos calles que se cruzan
en el centro, cardo (norte-sur) y decumanus (este-oeste). Esta disposición
divide el rectángulo en cuatro cuadrantes,
Los dos al norte estuvieron destinados a
alojamientos de la guarnición y a distintas dependencias comunes como oficinas
y talleres. Hoy se alzan sobre ellas pequeñas callejuelas y viviendas
de varias épocas que hacen casi irrecuperable el espacio;
En los dos cuadrantes del sur, se levantaron
los espacios públicos de culto y la vivienda y salones imperiales, que es lo
mejor conservado y sobre lo que trabajaremos.
Historia del edificio y estado actual.
No sabemos con seguridad lo que sucedió
con el palacio al morir el emperador, suponemos que al ser enterrado
en su mausoleo, el edificio se convertiría en un lugar de culto imperial. Sí
sabemos que, a la caída del Imperio, fue utilizado como residencia por los
habitantes de la ciudad surgida en su derredor, de manera especial a raíz de la
invasión eslava del año 629, en que los habitantes de la cercana localidad de
Salona hallaron sólida defensa tras sus muros al tiempo que su ciudad era
arrasada.
Durante la Edad Media y el Renacimiento, el
palacio fue utilizado, por desgracia, como como cantera para levantar
nuevas viviendas y construcciones de la ciudad. Sin embargo, los edificios principales perduraron adaptándose
y transformando sus funciones. Así, por ejemplo, el mausoleo, el edificio más
importante, se salvó al ser reconvertido en iglesia alrededor del siglo IX,
pero tuvo que adaptarse a las nuevas necesidades e incluso admitir a su lado un
sobresaliente campanario románico (siglo XIII).
A mediados del siglo XVIII, el arquitecto
inglés Robert Adam, padre del
neoclasicismo en Gran Bretaña, acudió a Split para realizar un detenido estudio
del recinto y lo publicó en 1764, Ruins
of the palace of the Emperor Diocletian at Spalato in Dalmacia. Adam dio a conocer al público
occidental este grandioso edificio olvidado y se atrevió a reconstruirlo dada
la cantidad de estructuras que todavía se conservaban.
El
Palacio del emperador Diocleciano en Split, según Robert Adam (1764).
La valoración de este colosal
edificio tendría continuación en monografías del siglo XX como las
de E. Hébrard y J. Séller (Spalato. Le palais de Diocletien;
París, 1912) a la que debemos la magnífica reconstrucción a color del conjunto
que habitualmente sirve para mostrarnos el edificio en todo su esplendor.
Trabajos de arqueólogos posteriores siguieron investigando y restaurando el
edificio. El descubrimiento más importante se produjo entre 1956-59, cuando se
desenterró un conjunto de salas abovedadas en muy buen estado que
constituían los sótanos de la zona noble.
Detalle del dibujo de reconstrucción del palacio de Diocleciano en Split,
1912.
En la actualidad el Palacio de Diocleciano es parte
del casco antiguo de la ciudad de Split, lo que en cierto modo, y a pesar de
las inevitables transformaciones, ha permitido salvaguardar algunas
construcciones que iremos analizando como: las puertas y parte de las murallas;
el peristilo central que servía de antesala al vestíbulo de acceso al palacio;
el ya mencionado mausoleo, reconvertido en catedral; un pequeño templo dedicado
a Júpiter; los sótanos de los apartamentos privados del emperador; y restos de
la antigua loggia que daba al mar, embutidos entre las edificaciones actuales,
y que luce hoy como fachada del paseo marítimo.
Centro histórico de Split. Desde el aire todavía se distingue la forma
del antiguo palacio y algunos de sus edificios más representativos: las
murallas, el vestíbulo de entrada y el Panteón.
Las puertas y las
murallas.
El conjunto rectangular del palacio estaba
rodeado por una imponente muralla de dos metros de espesor por veinticuatro
metros de altura, que todavía puede contemplarse en algunos lugares. Para
reforzarla, el constructor levantó en ella 16 torres sobresalientes hacia el
exterior en las tres caras orientadas hacia el continente. Las de las esquinas
eran especialmente fuertes y altas, de ellas sólo subsistente tres. En el
centro de cada lado se abrían cuatro puertas. Tres de ellas estaban flanqueadas
por torres octogonales y ofrecían idéntica distribución: un vano
adintelado sobre el que volteaba un arco de medio punto y, a los lados nichos
semicirculares, quedando encima varias ventanas que se abrían al piso superior.
En vez de dar directamente a la calle, las puertas servían para acceder a un
vestíbulo o punto de control, por lo que había una puerta exterior, que es la
que fundamentalmente ha permanecido, y otra interior, desmanteladas en gran
parte.
Puerta
Argenta. Estructura básica de la puerta hacia el exterior.
La puerta norte recibía el nombre de Porta
Áurea, en tanto que la del este era denominada Porta Argenta y la occidental
-hoy apenas visible- tenía el nombre de Férrea. De las tres puertas que daban a
tierra, la más monumental era la Áurea, por lo que tenía el carácter de
principal. En ella habría esculturas en los nichos y columnillas exentas en el
primer cuerpo, sobre las cuales fingían descansar varias arquerías de medio
punto. Rematando la decoración sobre la arquería se levantarían cuatro
esculturas, de las que en la actualidad tan sólo subsisten los basamentos. La
cuarta puerta, la Aena o de Bronce era la más pequeña y daba al mar. Era mucho
más austera que las tres restantes por lo que se puede suponer que tan sólo era
un acceso privado del emperador al embarcadero.
Palacio de
Diocleciano en Split, Croacia. Puerta Áurea. 305 d. C. Arriba, reconstrucción
hipotética; debajo, estado actual.
El foro-peristilo o centro del palacio.
La calle norte-sur, el cardo, comunicaba la
Porta Aurea con una pequeña plaza con un bello peristilo de columnas y arcos
que hacía función de foro o lugar de encuentro.
Palacio de Diocleciano desde la puerta Aurea. Maqueta.
El peristilo tiene columnas en tres de sus lados, quedando abierto el norte, lo que viene a coincidir con el cruce del cardo y el decumanus. La disposición del peristilo recuerda la que adoptarían los atrios de las basílicas paleocristianas. Las columnas del lado este han sido reutilizadas para apuntalar las viviendas que se levantan en ese lado, pero las del lado oeste se muestran magníficas.
Peristilo occidental y pórtico de entrada al palacio propiamente dicho.
Los capiteles corintios son muy hermosos. Desde el punto de vista de la evolución arquitectónica, se advierten ya diversas rupturas con el lenguaje arquitectónico clásico, como que los arcos descansen directamente sobre las columnas, anticipando así soluciones que habría de alcanzar pleno desarrollo en la arquitectura renacentista.
Peristilo del lado oeste y detalle de capitel corintio.
El foro o plaza
estaba ligeramente hundido puesto que desde él se debía subir unas escaleras
corridas que nos daban acceso, por un lado, a un espacio templario; por otro,
al mausoleo del emperador; y en frente al pórtico de entrada a las dependencias
del palacio público y privado del emperador.
El pórtico de entrada
al palacio.
La fachada principal o pórtico se levantaba
escenográficamente. Cuatro gigantescas y monolíticas columnas de orden corintio
sostienen un entablamento que, extrañamente a la tradición clásica, se arquea
invadiendo el tímpano del frontón. Tal estructura era rara en edificaciones
romanas de la época del Imperio de Occidente, pero no lo era tanto en
el ámbito oriental. El ejemplo mejor conocido es el pórtico de acceso al recinto de Júpiter Heliopolitano en Baalbek.
Foro-peristilo
del palacio de Diocleciano en Split. Al fondo el pórtico de entrada al palacio;
a mano derecha las escaleras que daban acceso a la zona de templos; a la
izquierda las que llevan al mausoleo-catedral.
Esta estructura arquitectónica, que mezcla arcos y dinteles, serviría de inigualable escenario a la persona imperial para cuando quisiera mostrarse al pueblo y a su corte demostrando su poder. Era como una tribuna teatral desde donde destacarse del público y recibir la aclamación, incluso la adoración. A menor escala tal disposición la recordaría la escena representada en el Disco de Teodosio de la Real Academia de la Historia.
Disco de Teodosio. 388-393. Clípeo de plata de 74cm de diámetro. Muestra
al Emperador en una fachada monumental tetrástila de orden corintio. Teodosio,
como soberano absoluto y en un tamaño mucho más grande que el resto (jerarquía
de tamaño), aparece sentado en el trono bajo el arco de un frontón parecido al
del peristilo de Split. Está haciendo entrega de un decreto (posiblemente un
nombramiento) a un oficial. A su lado sus hijos como co-emperadores.
El recinto sagrado de Júpiter
Al lado oeste del peristilo se encontraba el
recinto sagrado dedicado a Júpiter, el dios inspirador de Diocleciano y cuyo culto estaba
íntimamente ligado al del emperador divinizado. Estaba precedido de dos
templetes redondos perípteros de los que únicamente nos queda restos de
cornisas.
Zona de culto destinada a Júpiter.
El templo principal, sin embargo, se conserva ya que fue transformado en baptisterio en el siglo VII. Es de planta rectangular romana típica y está hecho con sillares calizos. Se eleva sobre un podio y, aunque ha perdido su pórtico tetrástilo, muestra todavía cornisas y pilastras corintias de bella decoración. Bajo la cella del templo se halla una cripta con bóveda de idéntica disposición, pero hecha de hormigón y menor ornamentación.
Templo de Júpiter reconstrucción.
La parte más sorprendente del templo es la excelente bóveda de medio cañón que sustituye al tradicional techo adintelado. Está decorada con ocho filas de otros tantos casetones de piedra, decorados con elementos florales y cabezas humanas. Bajo ellos sobrevuela una cornisa sostenida por mútulos cubiertos por abigarrada decoración de ovas y motivos vegetales.
Bóveda de cañón decorada con casetones del templo de Júpiter. También se
puede ver la cornisa.
El panteón de Diocleciano.
En el lado este del peristilo, se levanta el
mausoleo imperial, muy trasformado en su aspecto actual. El edificio era
de planta octogonal por fuera y circular por el interior. Se alzaba sobre un
podio de tres metros de altura y, originariamente, poseía un pórtico
o porche octogonal adintelado sostenido por columnas. Hoy se conserva en
seis de sus lados.
Reconstrucción
del panteón del emperador, alzado y planta según Adam. Otros autores recrearon
el exterior sin esculturas en sobre el peristilo y le dieron un tejadillo.
En principio, la puerta de acceso al mausoleo
se hallaba en lado occidental, justamente en el lugar en que hoy se levanta la
torre campanario. El acceso al interior del recinto funerario se hacía mediante
una escalinata que estaba flanqueada por dos esfinges egipcias, originales
de la época del Imperio Nuevo, que descansaban sobre las antas.
Curiosamente estas esculturas, pese a su carácter extremadamente pagano,
han sobrevivido: una en el lado derecho en el que se colocó en un
principio y la otra, mutilada y desplazada, delante del templo de Júpiter.
Reconstrucción del
Mausoleo de Diocleciano. Exterior e interior.
La planta es central y octogonal. El muro del
cuerpo prismático sostiene una cúpula semiesférica que actúa como techo. Ésta
está construida con un sistema original de doble materiales que contrarrestan
los empujes y que recuerda la solución renacentista de Brunelleschi. Hay una cúpula interior, la
que se ve, realizada de ladrillo con un ingenioso sistema a través de
pequeños arcos de descarga que se apoyan unos sobre otros, formando una especie
de escama de pez, de tal manera que cada ladrillo es la dovela de un arco y
cada arco viene a descargar sobre las dovelas centrales o claves de los
inmediatos inferiores. Y una cúpula exterior, que no se ve, hecha de hormigón
ligero, vaciado dentro del polígono externo. La cubierta exterior o tejado
debió ser de bronce refulgente o de cerámica en lugar de la actual cobertura de
tejas.
Mausoleo de Diocleciano. Actual catedral de Split. Cúpula interior.
Cornisas, columnas y relieves del mausoleo de Diocleciano junto a
estatuaria exenta en piedra y bronce de época gótica. La ruptura del
entablamento es una solución arquitectónica muy barroca, refrendada por un
decorativismo escultórico excesivo.
El interior del mausoleo ha sufrido muchas reformas desde que fue adaptado desde el siglo VII como catedral de culto cristiano. Su planta que hemos es circular, no es exactamente así en la planta baja, porque allí se alternan ocho nichos de forma cuadrada y semicircular. Tiene dos pisos de columnas corintias y monolíticas que sólo ejercen una labor decorativa puesto que, como ya hemos dicho, son los espesos muros los que sostienen el techo. Las del piso inferior soportan un rico entablamento con cornisa sobresaliente, solución que en otra época nos haría pensar en el barroco. Sobre este tramo separado se apoya un segundo cuerpo de columnas cuyo entablamento, semejante al inferior, tampoco ayuda a sostener a la media naranja que lo cubre. Este segundo piso conserva todavía varios relieves historiados, entre los que aparecen dos medallones bastante deteriorados con el busto del emperador Diocleciano y de su esposa Prisca, junto a otros relieves de carácter funerario como un Hércules Psicopompo o conductor de almas al más allá.
En el centro del mausoleo se encontraba el
sarcófago imperial, hoy desaparecido. Seguramente en las capillas se erigirían
estatuas de Diocleciano y
de la familia imperial, hoy sustituidas por el altar, tumbas de obispos y
estatuas cristianas medievales. Bajo el pavimento existe una cripta a la que se
accede desde el exterior por el lado sur del mausoleo. Parece irónico que la
tumba de uno de los mayores perseguidores del cristianismo se convirtiera en
una gran iglesia medieval.
La zona residencial.
La zona de residencia privada del emperador se
encontraba traspasando desde el foro por el pórtico en dirección sur. De los
apartamentos imperiales sólo queda en su aspecto original el vestíbulo, que
está cubierto con una cúpula que reposa sobre un cilindro en el que se abrieron
cuatro amplios nichos o exedras laterales en la parte baja, dispuestas de forma
diagonal, y otros varios a diferentes alturas posiblemente para aligerar los
muros.
Vista de la sala vestíbulo desde el campanario. Detrás no se conserva
nada del palacio salvo parte de la galería que daba hacia el mar.
Es de suponer que el interior de esta sala abovedada estuviese recubierto de mosaicos y aplicaciones de mármoles para lograr un efecto ornamental de gran vistosidad, pero no quedan restos de unos y otros. Algunos especialistas estiman que la cubierta tendría forma de cúpula semicircular totalmente cerrada, aunque también podría ser que tuviera un óculo a modo de lucernario como el Panteón de Roma.
El vestíbulo desnudo. A través de la puerta vemos el espacio del foro.
Del resto de las
estancias imperiales no nos queda nada salvo la fachada marítima, una galería
corrida a modo de loggia, respetada porque las columnas sirvieron de puntos
fuertes para que se trazaran muros en los intercolumnios y poder levantar
viviendas. La galería tenía dos grandes arquerías que se interrumpían en
el centro y en los dos extremos mediante tres arcadas de mayor tamaño con arcos
de medio punto que doblaban los arquitrabes de una forma parecida a como hemos
visto en el pórtico del peristilo.
Los sótanos.
Sin embargo podemos suponer como era en cierta
manera las dependencias desaparecidas porque se conservan en muy buen estado
sus sótanos. Estos fueron rescatados en los años 50 y habían sido preservados
porque en algún momento en que se sustituía el piso superior por nuevas
construcciones sirvieron de escombreras de estas últimas. Todas las salas están
abovedadas con una variedad y calidad sorprendente, desde las bóvedas de arista
y de medio cañón hasta las de horno y cúpulas. En su ejecución se empleó el
ladrillo, la piedra y, sobre todo, el mortero.
Sala subterránea basilical sostenida por pilares y cubierta con bóvedas
de arista.
Las salas poseen todos los tipos de plantas
conocidos: cuadrada, rectangular, circular, tremolada, basilical o de cruz
griega. Pero no podemos decir mucho sobre su uso. Conocer la verdadera
función de tan imponentes salas, podría aclararnos el sentido final
del edificio. Su estado subterráneo las acercan a las dependencias de la Domus Áurea, pero éstas fueron salas
clausuradas premeditadamente para destruir un edificio que era descubierto y
construir encima unas termas. Pero éste no es el caso de las que nos
ocupan, hechas ex profeso para ser subterráneas. Posiblemente las razones
estructurales de estos subterráneos fueran aislar el palacio de las humedades
procedentes de la vecindad del mar y salvar el desnivel desde el nivel del foro
y el mar. De hecho desde el peristilo central hasta la puerta sur que daba al
embarcadero existía un paso directo descendente a través de varias salas y
pasillos.
Sin embargo, esto no es suficiente para entender para que servían la mayor parte de ellas. Por ejemplo, una de las salas principales es basilical con tres naves y está finalizada en un ábside semicircular. Las conjeturas de un uso privado de este espacio nos harían pensar en una sala del trono con un lugar de presidencia, pero al encontrarse en un piso subterráneo tal idea parece improbable. En cambio, si esta misma sala pudiera ser de acceso público, entonces la basílica, que acabamos de describir, tendría su sentido pleno como lugar destinado a mercado y juicios, evidentemente en una escala que en nada tiene que ver con las grandes basílicas que se levantaban en Roma en aquellos momentos como la de Majencio- Constantino.
Dependencias subterráneas. Sala pasillo o criptopórtico, cubierto con
bóveda de cañón.
El
Palatino. Los palacios de emperadores romanos. La domus de Livia y de Augusto,
la domus Tiberiana, la domus Áurea, la domus Flavia, la domus Augustana y la
domus Severa.
La vivienda de los poderosos llega a su máxima
expresión en Roma con la institución del Imperio. Las domus de la
nobleza, quedaron pequeñas para la tarea de representación del soberano y para
albergar la burocracia que administraba el Estado.
El hecho de que Augusto hubiese nacido
en la colina Palatina marcó el destino de este monte y la denominación
de la vivienda imperial. El lugar también tenía su simbolismo, según la
leyenda, era donde Rómulo y Remo fueron acogidos por la Loba (Lupercalia)
y donde el primero de los hermanos, el fundador de Roma, instaló su cabaña (de
las que los romanos conservaron restos). Por todo ello, cuando Augusto
consiguió el poder compró al senador Hortensio una domus típica
republicana al suroeste de la colina, que amplió en años sucesivos con otras
vecinas. Su idea era que al instalarse allí el nuevo soberano se recuperara el
sitio y el culto a los orígenes del espíritu romano. La casa de Augusto fue,
por tanto, un modesto recinto residencial ampliado en medio de un barrio
aristocrático. Sus sucesores también eligieron este lugar para su vivienda por
legitimar su poder, pero además lo ampliaron considerablemente hasta
hacerse con la totalidad de la colina, creando los verdaderos palacios
imperiales.
El Palatino
con todas sus construcciones palaciales hacia el siglo IV d. C.
Entre el siglo I y III d. C. surgieron los palacios de Tiberio (ampliado por Calígula); el de Nerón (la Domus Transitoria y la Domus Áurea que llegaba hasta allí); el de los Flavios (la Domus Flavia y la Domus Augustana); y el de Septimio Severo. A finales de la época imperial, el conjunto era un único e inmenso edificio denominado Palatium (Palatino), como la colina.
Entre el siglo I y III d. C. surgieron los palacios de Tiberio (ampliado por Calígula); el de Nerón (la Domus Transitoria y la Domus Áurea que llegaba hasta allí); el de los Flavios (la Domus Flavia y la Domus Augustana); y el de Septimio Severo. A finales de la época imperial, el conjunto era un único e inmenso edificio denominado Palatium (Palatino), como la colina.
La casa de Livia y la Casa de Augusto.
Al noroeste de la colina (en el Germalus)
hay un espacio ocupado por un grupo de casas de fines de la República (casa de
Livia y casa de Augusto), que nunca fueron destruidas para dar lugar a los
palacios imperiales. Este hecho insólito, junto con las descripciones que se
hicieron de la casa de Octavio Augusto, ha hecho pensar que ésta fue su
residencia. Se conservan habitaciones de dimensiones modestas decoradas con
frescos del estilo segundo.
Casa de Augusto. Habitación de las
máscaras.
El modelo no difería mucho de las viviendas de
cualquier noble de la época, si no fuera por los espacios sagrados dependientes
del sector público de su casa: la gruta donde la loba amamantó a los
gemelos o Lupercal, la cabaña de Rómulo, el templo de la Gran Madre
(Cibeles) y el templo de Apolo. Recientemente se ha descubierto
el Lupercal y han sido restaurados y reabiertos para su visita pública
los frescos de cuatro habitaciones de la Casa de Augusto.
En el círculo rojo dependencias públicas y privadas de la casa de Augusto y Livia. 1.- Palacio de Tiberio. 2.- Domus Flavia. 3.- Casa de Livia. 4.- Casa de Augusto. 5.- Templo de la Gran Madre. 6.- Templo de Apolo. 7.- Supuesto Lupercale.
Domus de Livia
El conjunto monumental
se dividió en dos áreas: una en el suroeste, zonas residenciales y grandes baños,
y el otro hacia el noreste, una zona con una plaza ajardinada.
La casa era una
estructura en terrazas, con el apoyo de las paredes de opus reticulatum. En la
gran terraza central, M 160 x 80, con vistas
a los edificios residenciales. De ellos se ha conservado una habitación
semi-subterránea con pinturas, que tenía que ser un cubículo con triclinium. En
esta misma zona están los baños termales, con pisos de mosaicos y pinturas en
blanco y negro del tercer estilo, el sur ha sido recientemente excavado un
nuevo complejo de habitaciones alrededor de un atrio con cuatro columnas y tal
vez un impluvium lararium. Rodeado de varias esculturas.
En el lado sureste del
tanque lleva un complejo de baños cuyo componente principal es una sala grande (frigidarium) con dos tanques
rectangulares. Las estructuras son de ladrillo rojo en la primera fase,
compacto, de factura irregular, roto, y parecen involucrar una serie de
ventanas. En la siguiente etapa de los ladrillos son más delgadas, menos
compacta que data de finales y principios del siglo III. d.C.
Estos cambios sucesivos
en ladrillos en la parte inferior, y en la ampliación de los puertas con algunas
ventanas, el cierre de las mismas y la realización de la gran piscina rectangular
en el NO, con el lado inferior curvo, y dos peldaños de la parte delantera más abajo: en la parte
superior de las paredes dos ventanas laterales abiertas en el fondo de un nicho
semicircular cruzado en la base por un surco.
El nivel del parapeto se mantiene con la preparación para el mármol que cubren con los agujeros de las abrazaderas que poseía, las placas de pared.
Una pipa de arcilla de
escape está en la esquina este de la planta. Incluso en el segundo tanque se
mantenía la preparación para las placas de mármol, así como los restos de la
planta superior del mármol de revestimiento cipollino parapettoi.
El de la habitación,
además se extendió a los parapetos de los tanques, todavía una parte de la
planta, hojas grandes rectangulares y la pared del casco, interrumpido por la
estructura de las puertas.
La planta fue hecha por
el llenado de una gran piscina rectangular perteneciente antes de la primera
construcción de la sala: el colapso del suelo de la piscina sin la parte
visible de un corredor de un servicio subyacente.
Casa de Augusto-Pinturas
Frescos en la domus de Livia
La Domus Tiberiana y la Domus Transitoria.
Tiberio construyó el primero
de los palacios imperiales, en la esquina noroeste del Palatino, y luego Calígula lo amplió hacia
el foro. Domiciano con
un criterio monumental lo reconstruyó por completo al mismo tiempo que la Domus Augustana.
Desgraciadamente todo lo que se puede ver hoy día son los cimientos entre los
jardines Farnesio.
La Domus Transitoria fue
diseñada como parte previa del majestuoso proyecto de la Domus Áurea. Fue
destruida, como gran parte de la ciudad, por el gran incendio que arrasó Roma
el año 64 d. C. Era ya un conjunto que unía la Domus Tiberiana con el monte
Esquilino a través de jardines, columnatas y pabellones.
La Domus Áurea.
La construcción de la Domus Aurea (Casa Dorada) ha
sido considerada como la empresa más extravagante de toda
la historia de Roma. Cuando dos tercios de la ciudad fueron
carbonizados por el gran incendio de 64, el emperador Nerón se sirvió del espacio “libre” para construir
su nuevo palacio. Construída en muy poco tiempo. Nerón se suicidaría en el 68
pero antes pudo disfrutar ampliamente de sus estancias, la enorme cúpula dorada que le dio nombre no
era más que uno de los muchos elementos extravagantes de su decoración: había
oro por todas partes, techos estocados con piedras semi-preciosas y remates en
marfil, mosaicos de acabado preciosista, piscinas y fuentes por doquier, un
lago artificial…
La mayoría de las
paredes estaban cubiertas de frescos, que trataban diferentes temáticas para
cada uno de los grupos de estancias; las habitaciones, rematadas en mármol
blanco perfectamente pulido, con formas que jugaban con la luz y la
concentraban o dispersaban al antojo de los arquitectos. Había piscinas en
muchos de los suelos, y fuentes que repicaban agua en todos los pasillos. Nerón
mostró gran interés en cada pequeño detalle del proyecto, según los Anuarios de Tácito, y supervisó en
todo momento a los dos arquitectos principales del complejo, Severo y Céler. En definitiva, la Domus Aurea radiaba un lujo nunca
visto hasta entonces.
La Domus Aurea ocupaba,
según se ha calculado, alrededor de 50 hectáreas entre las colinas del Palatino
y el Esquilino, en total un área 25 veces la del coliseo, y contaba con nada
menos que 300 habitaciones.
También tenía viñedos, campos de maíz, bosques y un lago artificial en el
actual emplazamiento del Coliseo romano. Al parecer, se trataba de una villa
dedicada exclusivamente a fiestas, ya que ninguna de las 300 habitaciones
servía de dormitorio. Más extraño todavía es que aún no se ha encontrado una sola cocina
o letrina en todo el complejo.
Severus y Céler
utilizaron técnicas muy innovadoras. Nada más entrar los invitados podían
maravillarse con una cascada de agua que parecía venírsele encima pero que en
el último momento desaparecía por un canal a sus pies. El palacio contaba con
magníficos vestíbulos y columnatas, bibliotecas e innumerables piscinas y baños
con piletas de plata surtidas de agua de mar o de distintas aguas minerales.
El comedor principal
estaba coronado por una cúpula que giraba día y noche entorno a su eje mediante
la fuerza del agua, y los techos de muchos otros comedores estaban formados por
unas planchas móviles de marfil y oro que, accionados por esclavos durante los
banquetes, se entreabrían para dejar caer pétalos de flores y perfumes variados
entre los invitados. Se dice que en una ocasión cayó tal cantidad de pétalos de
rosa sobre un desafortunado invitado que éste murió asfixiado.
Los frescos cubrían
cualquier superficie que no lo estuviera ya por oro o piedras preciosas. El
principal artista del fresco fue Fabulus.
La técnica del fresco demanda velocidad y un trazo seguro y decidido: Fabulus y
su estudio cubrieron una espectacular área de paredes con sus pinturas al
fresco. Plinio,
en su Historia Natural,
narra cómo Fabulus iba a pintar la Domus Aurea unas pocas horas cada día,
mientras había luz natural. La precisión y rapidez en la ejecución de Fabulus
proporcionó una maravillosa unidad a sus composiciones, rematadas por una
delicadeza preciosista.
Según el biógrafo Suetonio,
Nerón pronunció una frase memorable cuando se trasladó al nuevo palacio: “¡Por fin podré vivir como un ser humano!“
La Domus Aurea sin
Nerón
Tras la muerte del
emperador, la Casa Dorada pasó a ser una molesta extravagancia para sus
sucesores. Fue desmantelada de mármoles, piedras preciosas, oro y marfil en
unos pocos años. Poco después, el palacio y sus alrededores, que englobaban un
área de 2.6 km², fueron totalmente enterrados y se procedió a construir en la
nueva capa de tierra: Vespasiano construyó su Anfiteatro Flaviano (luego
Coliseum) sobre el anterior sitio del lago de la Domus Aurea, los Baños de
Trajano y el Templo de Venus y Roma fueron también construidos en el nuevo
estrato.
En un plazo de 40 años,
la Domus Aurea había desaparecido completamente de la superficie, pero
paradójicamente esto hizo que sobreviviera el paso de muchos siglos,
principalmente sus frescos al tener unas condiciones de humedad prácticamente
nula, aislada de la intemperie idónea para su conservación.
El coloso de Nerón
Se dice que Nerón
solicitó al escultor griego Zenodorus una colosal (35m de alto) estatua de
bronce, que colocó en la entrada de la Domus Aurea. Algunos historiadores dicen
que se trataba de una escultura del mismo Nerón (Colossus Neronis), otros creen
que desde el principio representaba al Dios Sol. Parece que nunca se sabrá a
ciencia cierta dado que posteriores emperadores le cambiaron el rostro a la
estatua. Suetonio, biógrafo de Nerón y que nació unos pocos años después de la
muerte del emperador, es el único que hace referencia a “una colosal estatua del
emperador”. Pero no dice que se llegara a erigir en la entrada de la Domus
Aurea.
Otro cronista de la
época, Plinio el Viejo (23-79), sí que dice que la estatua representaba a
Nerón, pero bien pudiera ser una opinión expresada por los muchos detractores
de Nerón, que quisieron denigrar su imagen al máximo tras su muerte. Plinio
presenció los trabajos de Zenodorus, pero no dice que se finalizaran en la
época de Nerón. El historiador Dio Cassius, del siglo III DC, dice que el
emperador Vespasiano fue quien erigió el coloso muchos años después de la
muerte de Nerón, pero no en la Domus Aurea sino que en la Vía Sagrada. Por todo
ello es poco probable que Nerón viera la colosal estatua de bronce delante de
su magnífico palacio.
Finalmente, Trajano
hizo trasladar la estatua al lado del Coliseo (de ahí éste tomó su actual
nombre), y finalmente fue destruida en el siglo IV tras una incursión de los
bárbaros.
El legado de la Domus
Aurea
Algunas de las
extravagancias de la Domus Aurea tuvieron repercusión en el futuro. Los
arquitectos diseñaron dos de los principales comedores flanqueando una estancia
octogonal, coronada por una cúpula con un óculos central que dejaba entrar la
luz. Probablemente se trató del primer uso de una cúpula que no estuviera
destinada a un templo dedicado a los dioses, como el del Panteón. Otra innovación
tendría una enorme influencia en el arte futuro: Nerón situó mosaicos en los
techos, cuando hasta entonces su uso se había restringidos a los suelos. Sólo
han sobrevivido algunos fragmentos, pero la técnica fue copiada extensivamente,
convirtiéndose en una característica fundamental del arte cristiano, como se
puede ver en varias iglesias de Roma, Ravena, Sicilia y Estambul.
La Domus Aurea ha
luchado contra el tiempo desde que, a finales del siglo XV, un paseante cayera
por una grieta del Palatino y se rompiera una pierna. El hombre quedó cojo,
pero descubrió unas “grutas” fascinantes, llenas de pinturas y colores. La
pasión por las “grutas” contagió de inmediato a los principales artistas y tuvo
un potente impacto sobre la estética renacentista: Rafael, Miguel Ángel y
Pinturicchio fueron algunos de los que se descolgaron con cuerdas para observar
la decoración neroniana y para dejar, como buenos turistas, su firma. Para
entonces, las pinturas eran una celebridad, y su aparición coincidió con el
redescubrimiento de la Historia Clásica, tan de moda en el Renacimiento. Es
entonces cuando se denominó a algunas de sus escenas bajo el calificativo de
grotesco, y éste estilo pasó a formar parte de la historia del arte.
En los siglos
siguientes prosiguieron las incursiones y los autógrafos: Giacomo Casanova y el
marqués de Sade inscribieron sus nombres en la misma pared, a pocos centímetros
uno del otro. Pero con la gente entró el aire, y con él, la oxidación y el
deterioro de los frescos.
El palacio de Domiciano en el Palatino. La Domus Flavia y la Domus Augustana.
Después del gran incendio del 80 d. C., Domiciano encargo al
arquitecto Rabirius realizase sobre la cima sur de la colina Palatina, junto a
la Domus de Augusto y de Tiberio, un nuevo complejo para servir como residencia
imperial y lugar de dirección gubernamental. La concepción es totalmente nueva
puesto que se crea dos edificios paralelos y a la vez unidos: la Domus Flavia, al Norte,
como palacio representativo y público, y la Domus Augustana, al sur, como palacio
residencial. Ambos se construyen según el principio del peristilo.
La Domus Flavia reunió en el palacio imperial
las funciones de gobierno y de representación incluidas las sesiones del dócil
senado de la época-, que antaño se repartían por otras sedes de la ciudad.
El centro del edificio lo ocupaba un inmenso
peristilo de columnas de portasanta, que rodeaban una fuente central en forma
de laberinto octogonal, muy restaurado hoy día.
Al nordeste se hallaban los dos salones
principales. El primero de ellos era el aula regia, es decir, el salón del
trono, instalado sobre un alto estrado en el ábside de la cabecera. Los
robustos resaltes de las otras paredes formaban ocho nichos, tres a cada lado y
dos a los pies, flanqueados por dieciséis columnas acanaladas de pavonazzetto.
En cada nicho se alzaba una estatua colosal de basalto, de un dios o de un
héroe. Las dos que se conservan en buen estado, el Baco y el Hércules de Parma
(Palazzo de la Pilotta), miden de altura alrededor de tres metros y medio.
El salón contiguo, conocido como basílica y en
realidad el auditorium del senado y del consejo privado o consistorium del
emperador, estaba dividido en tres naves por columnas corintias de giallo
antico[1]
y provisto de un ábside al fondo, deslindado por una balaustrada.
Las columnas de las naves laterales están
bastante próximas a la pared. Tal vez de su entablamento partiese la bóveda de
medio cañón que obligó a erigir contrafuertes que segmentaron el pórtico que
orlaba uno de sus flancos.
La famosa coenatio lovis de la "Historia Augusta"
(Pertinax 11, 6) acaso sea el triclinio del centro del ala opuesta de la domus.
Su exedra conserva el suntuoso pavimento de opus sectile que antaño cubría todo
el suelo de este espléndido comedor. Sus ventanas permitían gozar de la vista
de dos fuentes, de tazas ovaladas, que manaban en estancias contiguas. Los
ábsides y los resaltes y nichos con que Rabirio articuló los muros, imprimieron
a éstos un movimiento nuevo y un juego de luz y sombra que enriqueció a la
arquitectura con sus efectos ópticos.
A la Domus Flavia se accedía por el norte
mediante un pórtico columnado sobre podium que dominaba una vasta zona. Tras
atravesar un vestíbulo espacioso se pasaba a un peristilo central en torno al
cual se abrían cuatro secciones.
El ala este debió ser
espectacular. Se componía de tres salas: el Aula Regia un espacio sin compartimentar de
30 metros de ancho, ideal para los actos oficiales, con magnífica decoración de
nichos con estatuas y columnas de mármol pavonazzetto contra los muros
laterales y en el fondo un amplio ábside para el trono. En el lado
derecho tendría la basílica
del palacio destinada a las audiencias y al Consejo de
Domiciano. De nuevo un ábside servía para delimitar el espacio del soberano y
que la atención arquitectónica se centrara en este lugar. En el lado
izquierdo estaría el Lararium
o capilla donde se da culto a los dioses de la casa imperial.
El ala oeste se
levantaba la gran sala de banquetes, la Coenatio
Jovis, entre dos
patios con fuentes o ninfeos. Era un triclinio dotado de un
hipocaustum bajo el suelo que calentaba la habitación en invierno.
De las dos alas de
comunicación, la septentrional servía para dar entrada a la zona pública de la
antigua domus de Augusto
(templos y bibliotecas), y la meridional era el acceso al
peristilo de la Domus
Agustana o residencial.
La parte oriental del
palacio, la Domus
Augustana, estaba exclusivamente reservada para la familia
imperial. Tenía dos niveles y, por lo general muchas habitaciones y de tamaño
más pequeño
En la terraza superior,
los cubículos se abrían a otro peristilo columnado con un estanque y un pequeño
templo en el centro, quizá dedicado a Minerva.
El otro nivel estaba
situado 12 metros por debajo. Aquí también las habitaciones estaban organizadas
en torno a un amplio peristilo
rodeado por pórticos a dos niveles. En el centro había una gran
fuente decorada con un motivo de
peltas.
Al oeste el edificio se
arqueaba formando una fachada cóncava que miraba hacia el Circo Máximo. Se trataba
de una gran exedra
semicircular y columnata detrás de la cual todavía se pueden
ver restos de varias habitaciones con un extraño diseño.
El cuarto sector de la Domus Augustana es el
conocido como Estadio.
En realidad se trataba de un rectángulo oblongo de unos 88 metros porticado en
dos plantas. La función del mismo sería quizás de jardín y de picadero a la
vez.
El peristilo inferior de la Domus Augustana. Reconstrucción y estado
actual.
La exedra era un palco abierto sobre el Circo Máximo.
Estadio de la domus Augustana.
Septimio Severo ampliará el palacio
hacia la fachada del Circo
Máximo con termas y el famoso Septizodium, que era un fachada ninfea de
unos 90 metros de largo con varios niveles sobre la vía Apia. Este
edificio aún se conservaba en parte en el siglo XVI, momento en que fue
demolido por orden de
Sixto V par emplear los materiales recuperados para diversas
obras.
El palacio de Domiciano permanecerá
como centro oficial del Imperio hasta la reforma de Diocleciano en 293/297.
Próximo Capítulo: Las Técnicas de Edificación romanas
Próximo Capítulo: Las Técnicas de Edificación romanas
[1] Stoa poikile originalmente llamado el
Pórtico de Peisianax fue erigida en el siglo quinto antes de Cristo y se
encuentra en el lado norte de la antigua Ágora de Atenas
[2] Iugera, medida agraria
de superficie. Su equivalencia con el sistema métrico va de un cuarto de
hectárea (2500 metros cuadrados) a 32 hectáreas
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