Iglesias
románicas en la Comarca del Río Pirón y Turégano
Muñoveros
Una vez llegado a Turégano, que dista unos 32
km de la capital siguiendo la N-603, se ubica esta localidad a escasos 8 km,
por vía secundaria. Situado en terreno llano, en tierras regadas por pequeños
arroyos que vierten en el cercano río Cega, este núcleo cuenta en su entorno
con la presencia de pastos y extensiones que se han dedicado sobre todo al
cultivo del cereal.
Se encuentran referencias a Mannuveros en 1247,
en la relación de parroquias de la diócesis elaborada con carácter recaudatorio
en tiempos del cardenal Gil de Torres, respondiendo este nombre, según González
Herrero, a su repoblador, de origen vasco; tanto Martínez Díez como Martínez
Moro señalan la peculiar situación jurídica vivida por esta localidad, ya que,
si bien se incluía en la comunidad segoviana, dentro del sexmo de Posaderas,
eclesiásticamente se vincula a la vicaría de Pedraza.
Su presencia documental vuelve a constatarse en
1256, en la confirmación que realiza Alfonso X del privilegio sobre posadas al
concejo de Segovia.
Iglesia de San Félix
De la original iglesia medieval de San Félix
únicamente quedan las portadas y algunos restos aislados en el interior tras
las grandes reformas que vivió en los siglos XVI y XVII.
En la fachada occidental una sencilla portada
de arco doblado sigue cumpliendo su función de acceso al templo; se compone de
dos jambas con mocheta de listel y chaflán que dan paso a un par de
arquivoltas, la menor con flores heptapétalas dentro de círculos cóncavos y la
mayor con cuatro baquetoncillos en zigzag.
La portada meridional, dispuesta de extraña
manera lo que hace pensar en un posible cambio de ubicación, reúne un
interesante conjunto ornamental; se compone de tres arquivoltas de medio punto
que apean en pilastras de arista viva y una columna acodillada sobre basamento
y doble plinto moldurado. La menor de las arquivoltas presenta un bocel
estriado junto a unos dientes de sierra y simplísimas hojas, mientras que a la
externa la recorre un triple baquetón en zigzag, arrancando todo el conjunto de
una imposta de doble bocel sobre un friso de cordón pareado y entrelazado
formando recuadros que se convierten en sencillas hojas lanceoladas y nervadas
al llegar a la menor rosca. Es por tanto en la segunda arquivolta y en los
capiteles de las columnas donde se concentran los motivos de mayor interés;
sendas parejas de cabezas masculinas ocupan los capiteles, con ruda talla y
restos de policromía, apareciendo las de la izquierda barbadas, aspecto en el
que no parecen coincidir aunque el estado de conservación no ayuda a
asegurarlo, y remarcando el interés de caracterizar los peinados.
La segunda arquivolta reúne un conjunto de
representaciones masculinas y femeninas, desproporcionadas en las que se pone
todo el acento en las cabezas y rostros, insertas estas representaciones en el
arquillo que se corresponde con cada dovela; de esta manera se va a distinguir
toda una serie de peinados, tocados y gestos en los que todavía se aprecian
restos de policromía –rojo y negro–, siendo su intencionalidad un tanto oscura,
puesto que su número de diecisiete y la caracterización que presentan hacen difícil
identificarlo con algún tema conocido. Se completa la singularización de los
personajes con el trabajo realizado en el intradós del arco, que se dedica a
mostrar los largos mantos que visten la figuras, todos ellos cerrados excepto
el del personaje situado en la clave del arco y el de la izquierda de este, que
se abren y muestran sus pequeñas manos, sencillamente trabajadas.
El interior de este templo vuelve a poner de
manifiesto lo que debió ser una gran reforma sobre un templo románico original,
del que han quedado algunos testimonios además de recuerdos de su estructura.
De esta manera, se trata de una iglesia de tres naves, con cabecera recta y
capilla mayor y laterales, aunque todo parece indicar que esto no es otra cosa
que el resultado de una intervención sobre un pequeño templo de nave única
cubierta con madera, con cabecera recta cubierta con bóveda de medio cañón, estando
construido en sillería. Las huellas de esta primitiva construcción se
evidencian en el arco triunfal, doblado de medio punto, que apea en
semicolumnas sobre altos basamentos de perfil abocelado; los capiteles por su
parte presentan un deteriorado aspecto, después de haber sufrido graves
agresiones; apenas son perceptibles los motivos que los ornamentaban, así como
los detalles de la imposta de tacos que corría sobre ellos. Se completaba la
organización de esta cabecera con un fajón, aún hoy visible a pesar de la
renovación del conjunto.
Conserva el interior además de lo visto, unos
pilares que parece pertenecieron a los muros de caja del antiguo templo,
realizados en sillería y dispuestos sobre un basamento abocelado, con una
imposta de listel y nacela que señala el arranque de amplios formeros. Por su
parte, a ambos lados de la cabecera se abrieron unas capillas laterales,
comunicadas por amplios arcos de medio punto sobre pilares con imposta de
listel y chaflán, para albergar nuevos retablos; en la correspondiente al lado
del evangelio, se remontó un arco doblado de deformado medio punto apeado en
semicolumnas; éste conserva unos capiteles con una decoración vista también en
otros ejemplos no lejanos como Fuentesoto..., que representa esquematizadas
hojas de helecho, con marcado nervio central y leves incisiones a lo largo de
su haz.
Alberga esta iglesia una pila bautismal de
perfil semiesférico con decoración de abultados gallones sobre lo que se sitúa
la embocadura, con decoración incisa de un friso de líneas rectas formando
triángulos; se dispone sobre un plinto y cuenta con un tenante compuesto cinco
molduras de distinto perfil; de esta manera, de abajo a arriba, se encuentra un
achaparrado toro ornado con semibezantes y garras en los ángulos, una marcada
escocia, un listoncillo liso, un perfil ligeramente abocelado luciendo una decoración
de pequeñas hojas triangulares y un baquetón en la parte superior, decorado con
un motivo sogueado.
En el retablo mayor se dispone una talla de la
Virgen Theotokos, Virgen como trono, con el Niño centrado en sus rodillas,
sosteniendo este a su vez el Libro. Ambos visten túnica y manto, portan corona
y parecen haber sufrido procesos de dulcificación de sus facciones. Sus medidas
son de 68 cm x 24 cm x 20 cm y Mª Elena Gómez-Moreno le atribuye una datación
de finales del siglo XII.
No resulta por tanto sencillo proponer una
fecha para un edificio tan transformado, sin embargo, considerando la portada
meridional como parte de la construcción primigenia, no se debe hablar de antes
de la primera mitad del siglo XIII para los elementos más antiguos.
Sotosalbos
La localidad de Sotosalbos se sitúa a 21 km al
noreste de la capital, al pie de la sierra de Guadarrama y junto a la carretera
N-110 que conduce a Riaza y Soria, desde la que se accede tomando el desvío que
conduce a Pelayos del Arroyo y Caballar.
La historia del lugar nos es relativamente bien
conocida debido a su pertenencia al dominio episcopal segoviano, formalizado
mediante donación de su concejo al obispo Pedro de Agen en documento de hacia
1116, confirmado en 1136 y 1139 por Alfonso VII. La transferencia de la hereditatem
illam de Sotis Albis incluía la capacidad para repoblar y la propiedad de
los bienes y los vasallos, tal como se alude en el diploma de Alfonso VII de 7
de diciembre de 1149 por el que concede al prelado similares potestades en Pozolos
(Pozuelos) de las que ya gozaba en Turégano y Sotosalbos. La donación de 1116
nos acota además los términos territoriales: ab illa carrera que vadit a
Septempuplica in Secobiam usque ad summitatem serrem et ab illa semita que
vadit a Torodano ad Butraco usque a Pirum, los mismos que ratifica en Fresno
de Cantespino Alfonso I el Batallador en documento fechado en diciembre de
1122, esto es, durante el dominio aragonés de esta parte de la “Extremadura”.
El 11 de noviembre del año siguiente es la reina Urraca quien en otro documento
de donación al obispo Pedro de Agen ratifica la propiedad que uocatur Collad
Formosum, coincidente con la anterior, dentro de la particular batalla
diplomática que libraban las cancillerías de tan mal avenidos esposos.
Del término entregado por el concejo segoviano
en febrero de 1133 desgajaron el obispo y el cabildo un tercio, que donaron al
monasterio de Santa María de la Sierra (ecclesie beate et gloriose semperque
Virginis Marie, sanctique Iacobi apostoli, que iuxta iam dictos terminos
edificata est, et fratribus ibidem sub regula beatissimi Benedicti Deo
servientibus, ut perenniter habeant), el cual aparece citado como
monasterium de Sotis Alvis en la concordia de 1201 entre los monjes y el
prelado. Se conserva en el archivo catedralicio la carta de población y
condiciones del vasallaje, datada en enero de 1220, que rubrica el acuerdo
entre los concejos de Sotosalbos y Pelayos del Arroyo por un lado y el cabildo
segoviano por el otro, cuya cátedra presidía por entonces el conflictivo obispo
Giraldo, y ello tras multas controversias habitas inter nos. Validan con
su presencia esta carta foral, por parte de los vecinos de Sotosalbos, el
iudex Gomez Dominici, los alcaldes Dominicus Remolido y Martinus
Martini y varios de los boni homines del lugar. Un año después, en
documento de 10 de junio, Fernando III garantiza la concordia entre el
monasterio de Sotosalbos y los concilia aldearum de Sotos Albos, de Pelaios,
de Eglesuela Guendul [La Cuesta], de Losana, de aldea de Sancto Dominico
[de Pirón], de Torreiglesia, sobre derechos de riego con el agua del
Pirón.
A mediados de este siglo XIII, en 1247, en la
distribución de las rentas pactadas por el obispo y canónigos de la Catedral,
le correspondían a Bernardus Calataud diecisiete maravedís y medio por la
ración prestamera y la tercia clericorum, y a Petrus Roderici, nepos
episcopi, nueve maravedís por el Collado de Sotosalbos. Ante las disputas
generadas por el anterior reparto de rentas hubo de confirmarlas meses después
el legado pontificio, cardenal Gil de Torres. En su sentencia incluye entre las
posesiones de la mesa episcopal el Palatium de Sotosalbos cum pertinentiis
suis.
El 7 de julio de 1277, Alfonso X concedió a los
lugares del señorío episcopal, esto es, ”a los concejos de Turegano et de
Fuente Pelayo, et de Baguilafuente, et de Sotosalbos, et de Cavallar, et de
Riaza, et de Navares, et de Laguniellas, villas del obispo de Segovia y del
cabildo”, el privilegio de no pechar más que cinco maravedíes y la “tercia
de los dineros que fueron fechos en tiempos de la guerra”, y ello “por
este servicio que nos agora prometieron”. Se conserva también en el Archivo
de la Catedral un documento de 1309 en el que el rey Fernando IV media entre el
concejo segoviano y el cabildo sobre ciertos derechos de pastos en Sotosalbos y
otras villas episcopales. A mediados de ese siglo XIV, en 1348, Alfonso XI
concedía a los vecinos de Sotosalbos la dehesa y el ejido “para que el dicho
lugar se pueble mejor”, donación confirmada y ampliada en 1351 por Pedro I.
Este monarca extendió un privilegio en 1353 por el que eximía del pago de la
fonsadera y acémilas a los lugares del obispo y cabildo segoviano, entre ellos
el que nos ocupa, ya que los mismos pagaban al rey 6000 maravedíes anuales.
Unos años más tarde, otro privilegio de Pedro I liberaba a los referidos
concejos de todo pecho siempre que tuvieran prestos para su servicio a
cincuenta ballesteros armados.
El cabildo de Segovia se desprendió de la
propiedad de Pelayos, Sotosalbos y Aguilafuente cuando fueron vendidas a don
Pedro de Zúñiga, hijo bastardo del duque de Béjar don Álvaro de Zúñiga, por
32.000 ducados de oro, según escritura roborada en Segovia el 22 de octubre de
1536. Sotosalbos se integró así en el señorío del marqués de Aguilafuente. En
este siglo XVI, los lugares de Sotosalbos y Pelayos contaban con 128 vecinos
pecheros; en 1587 tenía el pueblo 110 vecinos, estando integrado en lo eclesiástico
dentro de la vicaría de Turégano.
La primera mención expresa a la iglesia
parroquial nos la proporciona el acuerdo de 1271 entre el concejo de
Sotosalbos, que se confiesa vasallo del cabildo segoviano, y éste, instrumento
por el cual los vecinos o moradores del lugar se comprometen a pagar veinte
maravedís a los canónigos caso de que “escogiere sepultura en otro lugar o
en otra iglesia si non en Sant Miguel, eglesia de Sotos Albos”.
Iglesia de San Miguel Arcángel
La iglesia parroquial, dedicada a San Miguel,
se alza en el centro del caserío, cerrando por el oeste una pequeña plaza; la
rodea un recinto delimitado por un murete y una verja, viéndose hoy
parcialmente liberada de aquellos añadidos que aún en 1968 reprobara Carlos de
Parrondo.
Se trata de un notable edificio de nave única
rematada por cabecera de testero plano sin división de tramo presbiterial, al
norte de la cual y en una segunda fase se añadió una robusta torre, con portada
única abierta al sur, protegida por una hermosa galería porticada que recorre
toda esta fachada meridional. Mantiene en lo fundamental el carácter románico
de la fábrica, únicamente alterado en la fachada septentrional y la cubierta de
la nave, con bóveda de lunetos con yeserías. Manifiesta pese a su cierta
simplicidad formal ciertas peculiaridades, como la fábrica mixta de mampostería
y ladrillo combinados con total naturalidad en la cabecera, al modo de otros
ejemplares más modestos como la arruinada parroquia de Agejas, hermanamiento de
materiales bien románico y bien ajeno a cualquier mudejarismo que viene a
reforzar las opiniones de Ruiz Hernando sobre el particular.
Ábside
El ábside se levanta en mampostería enfoscada,
reforzados los esquinales con ladrillo, viéndose hoy libre tras la demolición
de la sacristía que se le había añadido al sur, de la que restan huellas sobre
todo en la parcialmente rehecha cornisa que lo corona, con perfil abiselado y
sostenida por sencillos canes de nacela, proa de nave y finos rollos, así como
en la hoy condenada puerta adintelada que le daba servicio. Mantiene en el
testero la saetera que da luz al altar, fuertemente abocinada al interior, mostrando
sus muros simplemente enfoscados. Llama la atención, al interior, tanto la
falta de articulación de espacios en la cabecera, esto es, la ausencia de
presbiterio, como que la bóveda de medio cañón que la cubre parta directamente
de los muros, sin interposición de impostas, así como la solución del arco
triunfal, alterado en el siglo XVIII, pero que mantiene su doble rosca de
ladrillo sobre pilastras del mismo material, que si albergaron semicolumnas hoy
se ven privadas de ellas. Esta solución la encontramos en los triunfales de San
Justo y San Pedro de los Picos de Segovia, pudiendo suponer que así sería el de
San Juan de Requijada.
Interior
Decoran la cabecera unas muy desleídas
pinturas, románicas en su iconografía y composición aunque probablemente de
tardía cronología dentro del siglo XIII. El testero, enmarcado por una greca
plisada, se divide en dos niveles aproximadamente a media altura, y en el
superior se dispone una Maiestas Domini rodeada por el tetramorfos. Poco es lo
que resta del Cristo en majestad, reconociéndose apenas parte del manto, con
pedrería, en tonos ocres y trazo negro. A su derecha se debía disponer el ángel
Mateo, del que apenas es visible un ala, mientras que al otro lado resta parte
de las garras del águila-Juan. Bajo una cenefa de zigzag, en la zona inferior,
a la derecha de la Maiestas estaba el león símbolo de Marcos, del que es
visible el nimbo y un ala, conservándose algo mejor el toro que representa a
Lucas. En la zona baja simplemente se imita el despiece de sillería. En la
bóveda se figuraron estrellas, separadas por una cenefa de zigzag del
apostolado que adornaba los muros laterales, sólo en parte conservado en el
septentrional, pues el muro sur sufrió la apertura de una ventana y la puerta
de acceso a la sacristía, vanos ambos hoy cegados. Vemos, según el esquema
tradicional, a seis de los apóstoles bajo arquerías apuntadas con arquitecturas
figuradas de torrecillas con almenas y ventanas en las enjutas. De las figuras
se reconocen los nimbos y parte de las siluetas, perfiladas con trazos ocres,
ataviadas con mantos que alternan los colores ocres con los azules y amarillos,
en los que también se pintan las roscas de los arcos. A la derecha del
apostolado, junto al testero, se representó una figuración arquitectónica.
La nave fue igualmente levantada en
mampostería, aquí con sillares en los esquinales, encintado de vanos, cornisas
y antecuerpo de la portada. Se cubría seguramente con madera a dos aguas, a
tenor de la ausencia de refuerzos en los muros, hoy oculta por tres tramos de
bóveda de lunetos y entre ellos dos breves de cañón, realizada en ladrillo y
enyesada. Probablemente en época bajomedieval se construyó una irregular
colateral al norte, abierta a la primitiva mediante dos grandes formeros
apuntados de aristas achaflanadas, que apeaban en machones y un pilar central
con impostas de nacela. Esta nave, levantada en mampostería en parte sobre un
afloramiento rocoso, parece reutilizar la cornisa primitiva, achaflanada y
sobre canes con perfil de proa de nave.
Fue notablemente alterada a fines del siglo
XVIII por el añadido de dos exedras para albergar retablos, de dudoso gusto y
que provocan una cierta confusión espacial. Se conserva aunque alterado el
alero del muro meridional, que hasta no hace muchos años no era visible al
haberse uniformizado la cubierta de la nave con la del pórtico. Se orna la
cornisa con friso de tetrapétalas inscritas en clípeos y bifolias entre ellas,
de factura similar a las que vemos en la torre de San Miguel de Turégano,
soportándola una serie de muy rozados canes, unos con perfil de proa de nave o
rollos, y otros decorados con tallos entrelazados, prótomos de animales y
maltratadas figuraciones.
Portadas
La portada meridional se abre en un antecuerpo
de sillería rematado por un hoy destrozado tejaroz, del que subsisten completos
dos de los canecillos, uno ornado con un descabezado lector y el otro de proa
de nave, así como un fracturado exhibicionista mostrando sus partes y otra
fragmentaria figura de la que resta la parte inferior de su atavío. Consta de
arco de medio punto liso de retallado intradós y dos arquivoltas, la interior
moldurada con baquetón y la exterior lisa, apeando la primera en una pareja de
columnas acodilladas. Una imposta de rosetas tetrapétalas en clípeos, de
espinoso tratamiento, marca la línea sobre la que voltean los arcos,
continuándose por los machones del antecuerpo.
Las citadas columnas muestran rudas basas
áticas de grueso y avanzado toro inferior con garras y sobre plinto, fustes
monolíticos y maltratados capiteles.
Se decoran éstos, el más occidental (izquierdo
del espectador) con una sirena de cabellera partida y doble cola que alza con
sus manos, flanqueada por sendas aves, bajo gruesos caulículos; la otra cesta
repite el conocido esquema de la pareja de felinos afrontados de cuerpos
incurvados agachando las testas y asiendo el collarino con las garras, estilema
que se repite en numerosas iglesias segovianas desde Ayllón a Sepúlveda y la
capital (San Quirce, Santo Tomás o San Sebastián).
Al norte de la cabecera se adosó una potente y
en parte desmochada torre de planta cuadrada, levantada en mampostería de
grandes bloques con refuerzo de sillares en los ángulos, a la que se accede por
puerta de arco de medio punto desde la cabecera. Consta de dos pisos bajos y
ciegos que forman el basamento, el inferior cubierto por una bóveda de cañón en
calicanto encofrado, de eje paralelo al del templo y sin impostas. Soluciona el
paso al piso superior horadando un vano en el encofrado de la bóveda, luego
recercado de sillería y al que se accede median te una escalera de fábrica que
parte pegada al muro meridional y asciende por el oriental sobre un arco
rampante, todo realizado en mampostería y sillería labrada a hacha. Esta
curiosa solución es parangonable a los accesos vistos en la Torre de Hércules o
la de El Salvador de la capital, aunque aquí las escaleras se alojan entre las
dos hojas del muro. El resto de los forjados interiores, seguramente de madera,
han desaparecido, restando al interior los mechinales sobre los que apoyaban
las vigas.
Separados por imposta de cuarto de bocel se
alzan sobre los dos pisos bajos otros dos, ligeramente retranqueados,
aparejados con forro exterior de sillería y con esquinas achaflanadas en las
que se disponen columnas entregas. Se conserva perfectamente el inferior, con
dos arcos ciegos por frente, todos de medio punto, abocelados y sobre columnas
acodilladas, rodeados por arquivolta lisa y chambrana de cuarto de bocel. Apean
en pilar central y machones de aristas aboceladas, continuándose como imposta
corrida –sin invadir las columnas angulares– la decoración de los cimacios de
las columnas, a base de flores de cuatro pétalos en medallones perlados.
Los capiteles de los arcos reciben sumaria
ornamentación vegetal y animalística, con hojas lanceoladas, espatuladas, lisas
con nervio central y cogollos o bolas en las puntas, doble corona de hojas
nervadas de escaso resalte, otro de hojitas afalcatadas con bayas centrales
trepanadas, tallos entrecruzados, etc., así como una pareja de arpías enredadas
por las ramas con brotes que surgen de un tallo central, y otro par de aves de
cuerpos incurvados.
El piso superior se alza sobre imposta de dos
medias cañas escalonadas, y aparece truncado y sumamente transformado,
combinando la sillería original con mampostería. En él se abrían los vanos para
campanas, dos por muro, de los que no resta sino su parte baja, habiendo sido
este piso superior objeto principal de una muy reciente restauración (2006).
Pórtico y Galería
El pórtico de Sotosalbos es uno de los más
completos del románico segoviano, y mantiene su carácter pese a que en su
aparejo sean evidentes las huellas de reformas y reparaciones. Alzado sobre un
banco corrido presenta dos amplias portadas al mediodía y oriente, curiosamente
de algo mayor desarrollo ésta última, que casi llena el cierre lateral de la
estructura. En el cierre occidental se abrió una ventana geminada, exterior e
interiormente recercada con tres boceles quebrados y chambrana de nacela sobre
cabecitas. Alberga este arco otros dos, también de medio punto, moldurados con
boceles entre mediascañas, que apean en parteluz de doble columna con
capitelillo decorado con desgastadas aves entre hojas.
La galería se organiza con tres modificados
arcos, uno de medio punto y los otros levemente apuntados hacia los pies, la
portada, y cuatro arcos de medio punto hacia el este, en cuyo cierre se dispone
el segundo y monumental acceso. Es probable que el sector occidental fuese
parcialmente remontado, lo que explicaría el apuntamiento de los arcos y el
resto de las diferencias constructivas respecto a la parte oriental, caso de la
disposición de los salmeres, la irregularidad de las chambranas y la diferencia
de perfil de los arcos, en arista viva los del este y matada por mediacaña en
los otros.
Apean los arcos en estilizadas columnas
pareadas coronadas por cestas dobles de muy maltratados relieves. En lectura de
oeste a este, vemos, en el capitel entrego, dos parejas de híbridos de cuerpo
de ave, cola de reptil y cabeza felina enredados en las ramas que brotan de un
tallo central, bajo cimacio de roleos y piñas.
En la siguiente cesta, bajo cimacio de círculos
secantes y palmetas pectiformes, se dispone el combate entre seis parejas de
soldados ataviados con cascos cónicos y cotas de malla; sigue otro, bajo
cimacio de tallos y hojas de hiedra, con cuatro parejas de arpías masculinas
afrontadas de largos cuellos, unas con rostro de efebo y larga y acaracolada
SOTOSALBOS / 1689 melena, y otras barbadas, tocadas bien con corona o bien con
gorro frigio.
El capitel inmediato a la portada recibe dos
parejas de toscos grifos rampantes afrontados, mientras que su correspondiente
por el lado oriental muestra dos basiliscos luchando con sendas serpientes
enroscadas y en los ángulos dos mascarones –uno humanoide y el otro de felino–
atacados por dragoncillos, bajo cimacio de palmetas acogolladas.
En el siguiente se disponen cuatro leones
opuestos bajo caulículos, mostrando su cimacio clípeos formados por entrelazos
y tallos entrecruzados que brotan de dos lises enfrentadas, diseño que con
mejor o más ruda ejecución se repite en las portadas de La Cuesta y Caballar,
en un cimacio del interior de Ortigosa del Monte, en las portadas meridional de
Santa Eulalia, oeste de La Trinidad, atrio de San Millán de Segovia, etc.
La cesta contigua decora sus frentes con sendos
combates de jinetes, que cruzan respectivamente sus lanzas y espadas
protegiéndose con escudos de cometa, mientras en los laterales se dispone, al
norte una arpía masculina y hacia el exterior Sansón desquijarando al león.
También figurado es el siguiente, con el tema
de la Epifanía al estilo de las vistas en los pórticos de Duratón y San Pedro
de Gaíllos, pero de más ruda factura. Bajo arquillos de medio punto vemos a dos
de los Magos dirigiéndose a caballo hacia Belén, y luego a los mismos
ofreciendo sus presentes a la Sagrada Familia, con el más próximo a ésta
arrodillado frente a la Virgen y el Niño, aquí bajo arquillos trilobulados y
arquitecturas figuradas, entre las que se reconoce la estrella que les guió.
Tanto María, portando una flor o cetro, como el Niño –dispuesto sobre su regazo
en complicado escorzo– aparecen coronados, apareciendo en la cara interior de
la cesta un atribulado San José, apoyado en su bastón. Por último, coronando la
columna entrega del machón vemos un capitel ornado con dos parejas de aves
afrontadas de cuellos vueltos picando brotes.
Portadas del atrio
Las dos portadas del atrio se ornan con
sucesión de boceles y medias cañas alternándose con triples haces de boceles
quebrados en zigzag y chambrana de bocel y nacela, continuándose la efectista
molduración en arcos y jambas sin solución de continuidad. El esquema –que aquí
se repite aunque simplificado al interior de los accesos– relaciona íntimamente
el pórtico de Sotosalbos con las portadas de la ermita de la Virgen de las
Nieves de Rebollo, las de los atrios de San Pedro de Gaíllos y de San Juan del
Arenal de Orejana y la ventana de la torre de la ermita de Nuestra Señora de
las Vegas de Requijada. Los dos primeros ejemplos citados, además, repiten
fielmente el ritmo de intercalar tres boceles entre medias cañas y tres boceles
quebrados, rodeando el arco con chambrana sobre ménsulas con cabecitas humanas,
pareciendo así obra de un mismo equipo.
Corona la estructura una cornisa sumamente
ornamentada con arquillos trilobulados que albergan figuraciones, sobre canes y
entre estos metopas, según el sistema que vemos en el tejaroz de la Virgen de
la Peña de Sepúlveda, en los pórticos segovianos de San Juan de los Caballeros
y San Martín, y en San Vicente de Ávila.
Entre los temas representados –algunos de
difícil interpretación debido al deterioro– dominan en las metopas los
florones, un entrelazo de cestería y otros motivos vegetales, junto a los
híbridos como arpías, felinos de colas rematadas en brote vegetal, dragoncillos
o grifos, junto a dos figuras, quizás ataviadas con ropas talares, una de ellas
alzando lo que parece una cruz.
En los canecillos se combinan los de rollos con
una probable escena amorosa, un acróbata contorsionista, dos infantes luchando,
bustos masculinos y femeninos, figuras simiescas, máscaras monstruosas, dos de
ellas devorando animales, prótomos de animales, una arpía con cola de reptil,
una serpiente enroscada, una cigüeña, etc., destacando entre ellos la figura de
un infante alanceando a un mascarón monstruoso que engulle uno de sus pies,
motivo y composición muy similar a otro can del pórtico de Duratón.
Alojadas bajo los arquillos trilobulados se
disponen numerosas figuras, la mayoría de ellas masculinas y vestidas con
pesados mantos o con sayas con capirote, algunas desplegando filacterias con
ambas manos, o con una y señalando el contenido con la otra, otras elevando la
cabeza y aún una realizando un gesto burlón enseñando los dientes. No faltan,
sin embargo, mascarones monstruosos o descabezados cuadrúpedos, bustos
femeninos de largas cabelleras partidas, o bien velados o con tocas, escenas
como la poda de la viña con un corquete y otra labor agrícola de difícil
interpretación –quizá la labranza, como sugiere Castiñeiras–, un peón
arrodillado haciendo sonar el olifante, un rústico con un odre a cuestas, el
combate de un infante alanceando a una serpiente que muerde su escudo, un
músico tocando un instrumento de viento, un exhibicionista, un escribano
sentado ante su mesa, un personajillo sentado en un escaño sosteniendo un gran
códice abierto sobre sus rodillas, bien leyendo bien en actitud de cantar, Sansón
desquijarando al león o la asociación escénica, en arquillos contiguos, de dos
infantes ataviados con cota de malla y cascos cónicos, con escudos de cometa y
alzando sus espadas. Destacaremos de esta serie una mano bendicente, que el
taller quizás retuvo del repertorio ornamental de la portada sur de la Virgen
de la Peña de Sepúlveda, aunque en su transposición lo que aquí se representa
es una mano izquierda; y también la escena circense de otro de los arquillos,
con un descabezado rabelista en el centro, acompañado de una juglaresa
percutiendo un pandero cuadrado de tradición musulmana y de un perro danzante,
con los cuartos delanteros alzados, asociación temática que volvemos a
encontrar en tres canes de la nave del santuario sepulvedano.
Al fondo de la nave, bajo el coro, se conserva
un bello ejemplar de pila bautismal románica, de copa semiesférica ornada con
gallones sobre bocel sogueado, interiormente avenerada y de notables
dimensiones: 134 cm de diámetro en la embocadura (148 contando los gallones)
por 60 cm de altura. Se alza sobre un basamento de 45 cm de altura, compuesto
por una basa ática de fino toro superior y una moldura con decoración vegetal
de palmas acogolladas y alargadas piñas con puntos de trépano, que recuerda
similares modelos de Turégano, Caballar, Rebollo, Valle de San Pedro, etc.
Cronológicamente, y aunque las certitudes en
esta materia sean bien pocas, parece la iglesia obra de mediados del siglo XII,
con la torre añadida en una campaña probablemente consecutiva. Ya en los
primeros años de la siguiente centuria se completó esta estructura con el bello
pórtico, cuyos artífices eran conocedores tanto del hacer de la capital –San
Juan de los Caballeros, San Lorenzo, etc.– como de las realizaciones del taller
de Duratón, del de San Juan del Arenal de Orejana y la nave de Santa María de
la Peña de Sepúlveda.
Pelayos del Arroyo
Se sitúa Pelayos a 25 km al noreste de la
capital, en un vallejo regado por un arroyo tributario del río Pirón. El cómodo
acceso se realiza desde Segovia siguiendo la carretera de Soria (N110), hasta
el desvío que, en dirección a Turégano, conduce a Sotosalbos y Pelayos.
El lugar pertenecía al dominio territorial de
la catedral de Segovia por donación de su concejo al obispo Pedro de Agen,
recogida en documento de hacia 1120. En él se concede la heredad de Sotosalbos
con sus términos, que delimitan ab illa carrera que vadit a Septempublica in
Secobiam usque ad summitatem serrem at ab illa semita que vadit a Torodano ad
Butraco usque ad Pirum. Fue confirmada y ampliada esta dote por Alfonso I el
Batallador en 1122 y la reina Urraca al año siguiente, y luego en 1136, 1139 y
1149 por Alfonso VII. Ese dominio suponía la propiedad de los bienes y
vasallos, así como la potestad para repoblar el territorio, forjándose así el
conjunto del señorío territorial del obispo y cabildo segoviano, denominado por
Gonzalo Martínez como Episcopalía de Segovia, que incluye entre las Comunidades
de Villa y Tierra. En cualquier caso, en estas referidas donaciones, y aunque
el marco geográfico al que se hace referencia engloba sin duda a nuestra
localidad, ésta no aparece citada como sí lo es Sotosalbos, por lo que es
posible que, o bien la puebla de Pelayos no se había aún materializado, o bien
aún no se había desligado su concejo del de Sotosalbos. Sí que aparecen ya como
pueblos distintos –aunque asociados– en el documento de concordia entre el
cabildo segoviano y los concejos de Pelayos y Sotosalbos, datado en enero de
1220. Tras multas controversias habitas inter nos, se establecen en el acuerdo
las cantidades que debían pagar los vecinos por San Miguel al cabildo; éstas
eran proporcionales al valor de su patrimonio, oscilando entre el 1,6 y el 6%
del mismo. Por parte del concejo de Pelayos actuaron como garantes del acuerdo
Dominicus Dominici y Marchos. En junio del año siguiente se data el convenio
sobre derechos de riego con las aguas del Pirón entre el convento de Sotosalbos
y los concejos limítrofes, entre ellos el que nos ocupa. Volvemos a
encontrarnos referencia a la localidad en el recurrentemente citado documento
de confirmación de rentas del obispo y cabildo, establecido por el cardenal Gil
de Torres en 1247. Se dice en él que entre los “prestamos del Refitor”
en el arcedianato de Segovia contribuían con dieciocho maravedíes los vasallos
de Pelayos. Unos años más tarde, en sendos documentos de 7 de junio de 1271,
los concejos de Sotosalbos y Pelayos rubrican un acuerdo con el cabildo por el
cual todo vecino que decidiese enterrarse en otra iglesia que no fuera la de
ambos pueblos debía pagar veinte maravedíes, en lo que constituye la primera
referencia documental a la parroquia de San Vicente (“…todo omme et toda
mugier que fuere vezino o morador de Pelayos et escogiere sepultura en otro
lugar o en otra eglesia si non en Sant Veceynt de Pelayos…”).
El cabildo de Segovia se desprendió de la
propiedad de Pelayos, Sotosalbos y Aguilafuente en 1536, cuando fueron vendidas
a don Pedro de Zúñiga, hijo bastardo del duque de Béjar don Álvaro de Zúñiga,
por el precio de treinta y dos mil ducados de oro.
A mediados del siglo XIX, según recoge Madoz en
su Diccionario, la localidad de Pelayos –aún sin su hidrográfico apellido
moderno– compartía municipalidad con la de Tenzuela, cuya iglesia era aneja a
la que de inmediato nos ocupará.
Iglesia de San Vicente
El templo se emplaza en el extremo oriental y a
cierta distancia del núcleo del caserío, exento de edificaciones,
constituyendo, pese a su modestia, uno de los más hermosos y completos
ejemplares del tardorrománico de la cuenca del Pirón, tanto por su buen estado
de conservación como por la riqueza ornamental que encierra.
Se trata de un sencillo edificio de planta
basilical, con nave única coronada por cabecera compuesta de tramo recto y
ábside semicircular, con la portada abierta en un antecuerpo de la fachada
meridional. El conjunto se levantó en mampostería, reforzada por buena sillería
careada a hacha en el banco corrido sobre el que se alza la cabecera, en los
esquinales, encintado de vanos, aleros y la precitada portada. La nave se cubre
hoy con una moderna parhilera, aunque tanto el grosor de sus muros como la ausencia
de refuerzos indican que el primitivo cierre debió ser del mismo tipo,
reservándose los abovedamientos para la cabecera, con cañón apuntado en el
presbiterio y de horno –generada por arco de idéntico perfil– en el ábside,
ambas sobre impostas de listel y nacela.
Como es habitual, la cabecera es, junto a la
portada, donde se concentran los mayores esfuerzos constructivos y decorativos.
Exteriormente manifiesta gran simplicidad, mostrando el ábside su tambor liso y
enfoscado, con una simple ventana rasgada en el eje, abocinada al interior y
rodeada por arco de medio punto y jambas lisas, con impostas y chambrana
molduradas con nacela. Corona los muros del ábside y presbiterio un ornamentado
alero, dispuesto sobre una hilera de sillería que regulariza el muro.
Consta de cornisa moldurada con doble nacela
escalonada, soportada, como es habitual en tierras segovianas, por hilera de
canes entre los que se disponen metopas decoradas. Éstas reciben en su mayoría
florones de anchas hojas de nervio central en cuyo centro, a modo de botón, se
disponen rosetas, aunque no faltan algunas con entrelazos de cestería o
formando motivos geométricos, y aún otras con animales, como el felino pasante
del hemiciclo o un estilizado pavo real en el muro norte del presbiterio.
En los canes del hemiciclo se disponen motivos
recurrentes en las iglesias cercanas de la cuenca del Pirón: aves varias, entre
ellas dos lechuzas y otras tantas zancudas –probablemente cigüeñas como las que
hoy día pueblan los tejados del templo–, bustos humanos masculinos y femeninos,
ataviados con mantos de gruesos pliegues y las damas con altas tocas, formando
asociaciones de muy difícil interpretación dada la representación frontal de
las figuras, el prótomo de un rugiente felino y otros de cérvidos y bóvidos, un
híbrido de ave con cabeza felina, etc. En la cornisa del muro septentrional del
presbiterio encontramos, junto al codillo del ábside, un canecillo decorado con
un rudo diablillo antropomorfo de abultado vientre y ataviado con calzas, de
grotesco rostro barbado, orejas puntiagudas y cabellera llameante, dispuesto
con los brazos en jarras. Junto a él, tras una estilizada cigüeña, en los
cuatro canecillos siguientes asistimos a una probable escena de caza, con un
venado al que flanquean dos infantes armados con lanzas y haciendo sonar el
olifante, así como un fracturado lebrel, el antes citado pavo real en la metopa
inmediata al ciervo y una liebre en el modillón inmediato al codillo de la
nave.
Interior
Al interior, da paso a la cabecera un arco
triunfal netamente apuntado y doblado, que reposa en sendos machones con
semicolumnas adosadas que parten, sobre el banco corrido en el que se asienta
toda la capilla, de basas áticas de fino toro superior, escocia y grueso y
desarrollado toro inferior, con bolas y sobre plinto. Coronan estas columnas
hermosos capiteles figurados. El del lado de la epístola se decora con dos
parejas de aves, enredadas en un follaje que se devanan en picar con sus
cuerpos encorvados, uno de los motivos más recurrentes del románico segoviano,
presente tanto en los edificios del Pirón como en los de la zona de Fuentidueña
o la iglesia de La Trinidad de la capital.
Mayor interés, estilístico e iconográfico,
manifiesta el capitel correspondiente al lado del evangelio del arco triunfal,
que recoge el tema de la despedida –o, como entiende Margarita Vila, el
reencuentro– de la dama y el caballero. Éste último aparece en el lateral que
mira a la nave, en forma de jinete barbado y tocado con corona, ataviado con
túnica corta y capa, sobre cuyo vuelo reposa lo que parece un mutilado halcón.
Sujeta el caballero los estribos con su mano izquierda, mientras que alzaba la
mutilada diestra hacia la figura de una dama dispuesta frente a él. La montura,
ricamente enjaezada, aplasta con su pata delantera izquierda a un personajillo
acuclillado bajo cuya saya asoma una forma hoy irreconocible.
Compone así esta primera viñeta, enmarcada como
las restantes por arquitecturas de arcos trilobulados sobre columnillas, la
escena denominada como “caballero victorioso”, estudiada por Crozet,
Apráiz y Ruiz Maldonado. En nuestro caso, acompaña y completa el oscuro
significado de la imagen la pareja que ocupa la arquería inmediata. La primera
figura corresponde a una dama, ataviada con túnica, manto y velo, que parece dirigirse
al jinete con un gesto de su diestra. Junto a ella aparece un joven realizando
el gesto de asirse la muñeca de su brazo izquierdo, ademán interpretado por
François Garnier como signo de desesperación. ¿Podríamos estar ante la
despedida del caballero que parte a la guerra por parte de su familia? Es
plausible que tanto la corona como el halcón sean símbolos que refuercen el
carácter noble, aunque no necesariamente regio, del jinete, y que el motivo de
su marcha o llegada no sea así cine gético sino militar, simbolizándose en la
pequeña figura acuclillada al enemigo, que en el contexto político y social al
que responde la escena no podemos considerar sino musulmán. Más problemática es
la interpretación de los dos agrupamientos de figuras que completan la cesta
hacia el altar, tras la supuesta esposa y vástago del caballero.
En el frente vuelven a aparecer dos figuras,
femenina y masculina respectivamente, aunque aquí de la misma estatura; en el
lateral que mira al altar son tres los personajes, aunque el desgaste del
relieve dificulta aún más la interpretación. Margarita Vila, al buscar
paralelos iconográficos a la despedida de la dama y el caballero de San Vicente
de Ávila, considera que aquí en Pelayos la escena “parece indicar más bien
una acogida, pues el jinete se dirige triunfalmente hacia la dama y demás
gentes de su castillo”. Temas similares al aquí representado, ya sea éste
partida o llegada, los encontramos en las iglesias de Aguilar de Bureba
(Burgos), los zamoranos de la Colegiata de Toro y San Juan del Mercado de
Benavente, San Pedro de Villanueva (Asturias), un relieve del Museo de la
Catedral de León, etc. Conserva restos de policromía este capitel, del mismo
tipo que la del arco triunfal, en tonos ocres y azules, de cronología
imprecisa.
Los muros del presbiterio se animan, como en
Tenzuela, con series de dos arcos de medio punto abocelados, que descansan en
las pilastras de ángulos igualmente matados con boceles y en dobles columnas en
el centro, en las que restan vestigios de policromía de tonos rojos. Apean
éstas en basas áticas de fino toro superior y toro inferior aplastado, sobre
plinto, coronándose con capiteles dobles figurados. El correspondiente al lado
de la epístola muestra una abigarrada composición con cuatro arpías enredadas en
tallos resueltos en hojas acogolladas, tres de ellas con rostro de efebo y una
cuarta barbada, mientras que en los ángulos de la cesta aparecen dos híbridos
de cuerpo de ave y cabeza leonina, de cuyas fauces parecen protegerse dos
personajillos dispuestos cabeza abajo, en difícil contorsión. Más que la
supuesta progenie silense de este relieve, señalada por Ruiz Montejo,
retendremos la combinación del significado de las arpías como híbridos
tentadores con el de los personajes acosados por trasgos maléficos. En el
capitel frontero del muro norte del presbiterio encontramos otro de los temas
recurrentes en el románico de la comarca, como son las dos parejas de leones
afrontados en los ángulos de la cesta, de agachadas testas y enredados por un
ramaje, resuelto en la parte superior como brotes acogollados que se devanan en
morder. La composición encuentra numerosos paralelos, como los de Peñasrubias
de Pirón, San Quirce o San Sebastián de Segovia, aunque constituye aquí un
elemento distintivo el uso del trépano en las melenas de los felinos y las
acanaladuras que recorren sus cuerpos.
El segundo punto donde se concentra el interés
escultórico del edificio es la portada, abierta en un antecuerpo de sillería
labrada a hacha de la fachada meridional. Muestra éste sus ángulos abocelados,
alzándose sobre un zócalo y coronándose por tejaroz con cornisa de nacela
sostenida por diez maltrechos canes, entre los que reconocemos un prótomo de
cérvido, un ave, una figura femenina de bello rostro y larga cabellera partida
en mechones que con gesto oferente parece dirigirse hacia arriba, una hoja de acanto,
dos descabezadas figuras ataviadas con túnica y manto abrazándose y un
acróbata. La portada se compone de arco de medio punto y dos arquivoltas, que
apean en jambas escalonadas en las que se acodilla una pareja de columnas
recogiendo la arquivolta interior, rodeándose los arcos por chambrana de nacela
y junquillo. El arco, que apea en jambas de aristas aboceladas, aparece
exornado por un junquillo con trama romboidal incisa trasdosado de hojitas, y
decora su rosca con doce casetones que acogen florones de hojas nervadas con
botón central, rosetas, árboles de tallos ondulantes y simétricos que se
resuelven en brotes acogollados con granas, un nudo geométrico de tallos, así
como una cigüeña atrapando una serpiente con el pico. La arquivolta interior recibe
tres cuartos de bocel en esquina retraído, y la externa se orna con rosetas
octopétalas inscritas en clípeos con banda de contario.
Marca el arranque de los arcos, prolongándose
por el antecuerpo, una imposta en la que se combinan la cadeneta de tallos
entrelazados con otros ondulantes que acogen brotes o flores acogolladas. En
los capiteles de las columnas acodilladas vemos repetirse el asunto de los
leones afrontados de testas encorvadas, mordiendo con sus fauces los tallos que
los enredan, resueltos en la parte alta de la cesta como brotes acogollados. A
diferencia del similar motivo que vimos en la arquería del presbiterio, el tratamiento
de los felinos es aquí más sumario y rudo, con estereotipadas guedejas de
mechones entrelazados. En el capitel del lado derecho se oponen dos esfinges
entre tallos, de similar deficiente factura.
La escultura, generosa en el uso de trépano
–así en las pupilas– y el recurso a las acanaladuras, como en los cuerpos de
los leones, parece obra de un mismo taller, en el que, sin embargo, creemos
poder distinguir al menos tres facturas. Una mano más experta es la responsable
del capitel con la despedida del caballero, otra labra los capiteles de las
arquerías presbiteriales y algunos canes, mientras que unos modos más rudos y
descuidados caracterizan el capitel del lado de la epístola del arco triunfal y
los de la portada, así como parte de los canecillos.
A los pies del edificio, bajo el coro, conserva
la iglesia un buen ejemplar de pila bautismal románica, labrada a hacha en un
bloque de caliza. Muestra copa semiesférica decorada con abultados gallones
entre junquillos sogueados, de 117 cm de diámetro en la embocadura (133 cm en
sección por los gallones) por 76 cm de altura, sobre un maltrecho tenante a
modo de basa, que se eleva 34 cm de altura.
En el muro meridional de la nave, entre la
portada y la cabecera, se conservan unos interesantes testimonios de pintura
mural, parcialmente descubiertas en 1967 y finalmente restauradas en 1983.
Consta de dos niveles, con un panel superior recuadrado por una cenefa, a modo
de tapiz pictórico, en el que se narran episodios de la vida de San Vicente.
Bajo estas pinturas se disponen otras, carentes de marco, en las que se
representa a un centauro sagitario persiguiendo a un ciervo, el combate de dos
jinetes y la lucha de dos infantes, amén de otros trazos difícilmente
reconocibles. El Marqués de Lozoya (1967) o Cook y Gudiol (1980) contemplaron
sólo fragmentariamente estas pinturas, que por ello los últimos consideraron
como “el complemento pictórico de un sepulcro de un caballero emplazado
junto al muro lateral de mediodía”. El único estudio monográfico que han
merecido, amén de las valiosas notas publicadas por Sainz Casado en 1984, se
debe a Carmen Espinosa y Javier Huidobro (1987), ya que curiosamente Gutiérrez
Baños, en su tesis sobre la pintura del gótico lineal castellano, atiende
exclusivamente a las del registro inferior, pues considera románicas las del
superior. Sin querer extendernos en una inútil diatriba sobre su clasificación
estilística, que las dejaría en una especie de limbo historiográfico,
realizaremos su descripción consciente de que aunque tanto por estilo como por
cronología escapan a los marcos comúnmente aceptados para el románico,
participan en su carácter popular de los mismos.
En la banda alta del registro superior comienza
la historia del titular de la iglesia, en lectura de derecha a izquierda, con
la entrevista entre el obispo de Zaragoza Valerio, ataviado de pontifical, con
mitra y báculo, acompañado de su tonsurado diácono Vicente, ricamente vestido
con dalmática y portando un libro, y el prefecto Daciano, enviado a Hispania en
el marco de las persecuciones contra los cristianos de Diocleciano.
Los personajes aparecen identificados por
cartelas en la cenefa superior –DACIAN(us), VICE(n)CI(us) y [VAL]ERI(us)–
a la que se añade claramente hVESCA como identificación de la ciudad donde
tiene lugar el encuentro, representada a modo de un castillo de cuatro pisos y
remate almenado, que sirve además de “trono” al romano. Hay aquí una
cierta interpretación libre de la tradición, pues si bien ésta señala a la
madre de San Vicente como natural de Huesca, y por extensión él mismo, es
Zaragoza la ciudad que sirvió de marco al pasaje. Tras llevar la voz cantante en
la conversación y las amenazas de Daciano, éste ordena que la pareja sea
conducida a pie, cargados de cadenas, hasta Valencia. Se representa el pasaje
con San Valerio, desposeído de su mitra, siempre detrás del diácono, ambos con
gruesas argollas aprisionando su cuello y manos, y seguidos por una pareja de
soldados armados con cota de malla, lanza y rodela. En Valencia son encerrados
en prisión, representada como una torre almenada y vigilada por soldados, y
sometidos a privaciones. Tras ellas vuelven a entrevistarse con Daciano, quien
exasperado por su actitud, decide desterrar al obispo y someter a tortura a
Vicente. En la escena extrema de la banda superior asistimos al martirio del
santo, atado a una rueda a modo de potro y atormentado por cuatro verdugos que
lo laceran con palos o pinchos, entre los que, en una cartela, aparece el
letrero CIVLCO (quizás CIVICO), que no acertamos a interpretar, al igual
que el texto VIDCOLVS o VIDCOI.VS, inserto en la cenefa que divide los
dos niveles del recuadro. Ya en el registro inferior, la lectura se desarrolla
de izquierda a derecha, comenzando con la muerte de San Vicente, acostado por
sus verdugos en un lecho con la intención de que sanase para volver a
torturarlo, y el tránsito de su alma, ya nimbada, elevada en un lienzo por dos
ángeles. La siguiente escena es identificable, pese a la pérdida de parte de
las pinturas en esta zona, con el pasaje en el que Daciano ordena que el
cadáver del santo sea abandonado en el campo para ser devorado por las
alimañas, hecho que no se consuma al ser ahuyentadas éstas por un cortejo de
ángeles ayudados por un cuervo. Acertamos a ver al santo yaciendo en tierra
siempre con el Libro que simboliza su fe en las manos, y junto a su cabeza, un
enorme cuervo que monta guardia ante varias aves y parte de un cuadrúpedo, a
buen seguro el lobo del que habla el relato hagiográfico. Tras el nuevo
fracaso, el prefecto romano ordena que el cadáver sea troceado y arrojado por
unos marineros en alta mar, dentro de un odre atado a una piedra de molino,
asunto que ocupa la siguiente viñeta. Pero, y con ello concluye el relato, en
vez de ser devorado por los peces y serpientes marinas, las olas empujaron el
santo cuerpo a la orilla, junto a una ciudad –la tradición sitúa la playa en
Cullera– antes de que el barco arribase a puerto, siendo entonces sepultado por
un grupo de cristianos. Espinosa y Huidobro apuntan la posibilidad de que en
esta última escena, separada de la anterior por una cenefa vertical, se
represente el traslado de los restos del santo a Lisboa. Excepto algunas
licencias y elipsis, el ciclo sigue fielmente la pasión de San Vicente, cuyo
culto –su fiesta se celebra el 22 de enero– gozó de una rápida y notable
extensión, propagado por escritos y sermones de influyentes Padres de la
Iglesia como San Agustín, San Ambrosio, San León Magno o San Isidoro, así como
por su contemporáneo el poeta calagurritano Aurelio Prudencio, en su Libro de
las Coronas o Peristephanon.
No muy alejadas en estilo y cronología son las
tres escenas dispuestas bajo el marco del ciclo de San Vicente.
No conservan fondo que las enmarque ni
unifique, e ignoramos si éste existió. Vemos en la zona más cercana a la
capilla, en primer lugar, a un centauro-sagitario persiguiendo a un ciervo de
grandes astas, contra el que dirige un venablo que vuela hacia la cabeza del
animal, ya herido en el cuello por otro dardo. La traducción simbólica de este
tema como el pecado acosando al alma del cristiano era conocida, y así la
encontramos en un capitel de la ventana absidal de Soto de Bureba (Burgos) o en
otro del claustro de San Pedro de Soria o en otro de la cabecera de Rebollo. La
escena central muestra el combate de dos caballeros, tocados con casco, que
cruzan sus lanzas protegiéndose uno con rodela y el otro con un escudo de
cometa ornado con una cruz roja. Quizás represente el combate entre el
caballero musulmán y el cristiano, como suponen Espinosa y Huidobro y Gutiérrez
Baños, o bien se relacione como la escena anterior con un combate espiritual,
sin connotaciones políticas, caso del capitel de la cabecera de La Asunción de
Duratón, entre otros muchos ejemplos. A la derecha de este combate se
desarrolla otro, esta vez de peones, igualmente protegidos uno con rodela y el
otro con escudo de tipo normando, ambos blandiendo una especie de varas o
látigos. Entre esta escena y la puerta se adivinan más trazos, que no acertamos
a identificar.
El conjunto de las pinturas debió ser realizado
ya en la segunda mitad del siglo XIII, cronología aseverada por el tipo de
letra de las cartelas, coincidiendo los autores que se han ocupado de ellas en
señalar la cercanía temporal y estilística entre los dos registros. Bien que
pertenezcan al denominado gótico lineal, en ellas, como en las de San Nicolás y
San Clemente de la capital, se manifiesta un fuerte arraigo a la tradición
románica. Gutiérrez Baños las data en torno a 1260.
A la estructura románica se añadió en época
moderna una espadaña de mampostería y sillar cuyo muro de carga prolonga el
esquinal sur del presbiterio, acodándose hacia el este un husillo de sillería
que alberga la escalera de caracol que da servicio al cuerpo de campanas,
dispuestas en dos troneras de medio punto, bajo el remate a piñón de la
estructura. Dos impostas marcan sendos pisos del campanario, la inferior de
listel y bocel aplastado, y la superior de cuarto de bocel. A este añadido,
obra probablemente del siglo XVII, se une el del atrio cerrado que recubre la
fachada meridional, igualmente de mampostería reforzada con sillar en los
esquinales. Le da acceso una puerta de arco de medio punto, cuya rosca aparece
pintada imitando despiece de ladrillos, rodeada por enfoscado de trama
romboidal a modo de alfiz y zócalo en tonos ocres. En el enfoscado interior de
este atrio, junto a la jamba derecha de la porta da y bajo una bárbara
representación de la lujuria, un tosco letrero aporta la fecha de 1673. También
al norte del presbiterio, y con acceso desde el mismo a través de puerta con
arco de medio punto, se adosó una sacristía de planta cuadrada y muros de
mampostería, cubierta por bóveda de cañón de eje normal al del templo,
realizada en sillería.
En cuanto a la cronología de la iglesia
románica, varios son los argumentos que nos hacen situarla dentro del primer
tercio del siglo XIII. Así parece inducirlo la combinación del arco netamente
apuntado en la cabecera con los de medio punto en las arquerías presbiteriales,
ventana de la cabecera y portada. También la escultura nos muestra la “decadencia
de las formas” –en expresión de Ruiz Montejo– del románico de la Tierra de
Segovia por su pura y acomodaticia reiteración, aunque aquí en Pelayos
introduciendo elementos gotizantes, sobre todo en el capitel de la despedida
del caballero. En este relieve, aunque las figuras muestran rasgos apegados al
románico, la composición dividida en viñetas marcadas por arquillos
trilobulados nos acerca, si mentalmente realizamos su proyección al plano, a la
de algunos sepulcros góticos. Esta asimilación de estéticas, nada infrecuente
en el románico segoviano –así en los pórticos de Sotosalbos o Duratón–, no
resta un ápice de interés al edificio. Bien al contrario, es prueba evidente de
que los estilos artísticos encuentran también en estas “bisagras”
temporales no sólo decadencia formal, sino también amalgama de revitalización y
germen de nuevas maneras, obligándonos así a matizar las consideraciones
cronológicas y acabar desechando esa absurda sinonimia que minusvalora lo “tardío”.
Caballar
Desde la N-110, que comunica Segovia con Soria,
y tomando después un desvío a la altura de Sotosalbos (20 km), se llega a
Caballar por vía secundaria, una vez pasadas las localidades de Aldeasaz y La
Cuesta, distando en total de la capital algo más de 30 km, en dirección norte.
Esta localidad está ubicada en la ladera de una
escarpada colina, en cuya cima se emplaza el templo, corriendo por el cauce
situado en la parte más baja las aguas del arroyo de las Mulas, que riega esta
fértil ribera. Estas circunstancias hacen que su paisaje se caracterice por la
presencia de pastos, monte y manchas boscosas, teniendo reconocida fama su
producción de fruta y verdura. Indica Siguero Llorente que la denominación de
esta localidad, Cova Cavallar, responde a que allí existió una cueva que se empleaba
para guardar caballos.
Es efectivamente con esta denominación como
aparece en el documento de donación que Doña Urraca, hija de Alfonso VI, hace a
la iglesia de Santa María y al obispo don Pedro de Agen, de Torodano (Turégano)
y de esta localidad, en 1123; donación confirmada más tarde (1136 y 1139) por
Alfonso VII, siendo este último año cuando se fecha una bula del papa Inocencio
II donde se confirman los dominios del obispado. Poco más de un siglo más
tarde, en el documento con fines recaudatorios elaborado por el cardenal Gil de
Torres, aparece ya con la única denominación de Cavallar, incluida en el
término de Turégano, nombre que se repite en 1258 y 1277, tiempos ya de Alfonso
X. Hacia 1300, según recoge Represa Rodríguez a partir de un censo de población
de las villas pertenecientes al señorío episcopal, debía incluirse en las
villas que contaban con 20 y 30 vecinos, aproximadamente.
Como se ha visto documentalmente, perteneció
Caballar al señorío secular de la iglesia segoviana, terrenos citra serram,
desde 1123; señala Martínez Díez cómo este señorío se fue originando desde la
misma formación de la diócesis, caracterizándose principalmente por la
discontinuidad de sus límites, ya que se formaba a partir de dominios aislados
incluidos en otras comunidades. Esta situación jurisdiccional permaneció hasta
tiempos de Felipe II, cuando a partir de una bula de Gregorio XII se permitió
desmembrar, a cambio de proporcional recompensa, cualquiera de los términos de
la Iglesia, misma suerte que corrieron otras localidades como Laguna de
Contreras, Navares de las Cuevas o Fuentepelayo.
En Caballar se ha venido celebrando, al menos
desde el siglo XVI como ha estudiado Calleja Guijarro, la rogativa conocida
como Las Mojadas, vinculada a San Valentín y Santa Engracia –considerados
hermanos de San Frutos–, en la que los fieles en años de extrema sequía sacan
en procesión las reliquias de los hermanos mártires y las sumergen en la Fuente
Santa implorando lluvia
Iglesia de La Asunción de Nuestra Señora
Templo situado a las afueras de la localidad,
en paraje aislado, sin construcciones en su entorno; el terreno en que se
asienta está elevado con respecto al caserío, en una ladera de marcada
pendiente, y donde todavía se perciben restos de alguna construcción anterior que
quizá respondiese a una advocación anterior de esta iglesia, Santa María del
Castillo, y hablaría de una fortificación; estas circunstancias quizá sean la
causa de presentar una disposición anómala para un templo cristiano, puesto que
su eje se encuentra algo girado con respecto a la canónica ordenación
oriente-occidente.
Fachada oeste de la Iglesia de la
Asunción. Los dos arcos son lo que queda de una antigua galería porticada.
Iglesia románica del siglo XIII, bajo la advocación de Nuestra Señora de la
Asunción; en la ladera occidental del cerro del Castillo.
En origen presentaba una estructura de nave
única, con cabecera compuesta de tramo recto y curvo, portadas a ambos costados
y torre adosada al muro septentrional en cuyo cuerpo bajo se sitúa el
baptisterio; posteriormente se dispuso un pórtico meridional, que ha
reaparecido parcialmente después de una restauración y más tarde se abrieron
las capillas laterales en el tramo recto de la cabecera, presentando ahora una
disposición de falso crucero. Está realizado con una combinación de materiales,
destacando el empleo de la sillería aunque también se constata la presencia de
bandas de mampostería tanto en el muro de los pies como en la torre.
Al exterior, la cabecera está realizada
íntegramente en sillería y organiza sus muros en tres calles por semicolumnas
que entregan en la cornisa sin ningún otro elemento de intermediación; presenta
tres vanos de idéntica composición, siendo esta un arco doblado de medio punto,
estando el exterior enrasado con el paramento, con perfil de arista viva, y el
interior presentando un grueso baquetón. Debían apear estos arcos en columnas
cuyos fustes han desaparecido, conservando los capiteles y cimacios; en el ejemplo
más septentrional se sitúan una pareja de leones, deteriorados, y un motivo
vegetal de gruesas hojas lisas que llenan toda la copa, todo ello a partir de
un marcado collarino abocelado.
Los cimacios por su parte, con perfil de listel
y chaflán, son recorridos por un tallo ondulante que va formado clípeos donde
se cobijan diferentes tipos de tetrapétalas; este motivo se repite en el resto
vanos, donde sin embargo las cestas han sufrido mayores daños haciendo
prácticamente imposible identificar los motivos que fueron tallados, como se
puede apreciar especialmente en el central y en uno de los del vano situado más
a mediodía, donde sin embargo se aprecia en el que ha sufrido menos daños un conjunto
de tres figuras de cuerpo desproporcionado, ruda talla, que parecen vestir
túnica y manto y llevar la cabeza destocada, en lo que parece ser una singular
representación de arpías.
La cornisa, también realizada en sillería,
presenta un perfil de listel y nacela, siendo sostenida por una serie de
canecillos con diferentes motivos tallados –tanto en su tramo recto como en el
curvo– en los que predomina la sencillez ornamental; de este modo se pueden
distinguir las hojas de punta vuelta, modillones de rollos, perfiles de nacela…
En el muro septentrional, se sitúa la que hoy
es entrada habitual al templo enmarcada por un añadido rematado en piñón sin
duda posterior; está realizada en sillería, si bien el enjalbegado del resto
del muro hace pensar que este debe estar realizado en materiales más humildes.
Se trata de un vano de medio punto compuesto de tres arquivoltas que apean
alternativamente en jambas y columna acodillada, trasdosando el conjunto un
guardapolvos con motivo de tacos; las arquivoltas extremas, con perfil de
arista viva, lucen en su dovelaje variaciones de temas vegetales, predominando
abstractos tallos entrelazados insertos en clípeos decorados con puntas de
clavo; opina Ruiz Montejo que la geometrización a la que se ha llegado en la
elaboración de este motivo dificulta ya incluso su identificación; por su
parte, la arquivolta intermedia presenta un sencillo motivo de bocel liso, en
su perfil, trasdosado por una moldura de nacela, de igual suerte que el ejemplo
menor de este conjunto.
Los cimacios, con perfil de listel y chaflán,
se decoran con motivos vegetales, predominando las hojas dentadas situadas en
los clípeos originados por tallos entrelazados en disposición de ocho, aunque
también se puede ver un motivo que se repetirá en la portada opuesta compuesto
de hojas acogolladas que vuelven sus puntas, cobijando su fruto gramíneo.
Las columnas acodilladas se sitúan sobre un
alto basamento y se componen de basa con doble toro y escocia intermedia,
estilizado fuste y capitel con perfil troncocónico invertido; entre los motivos
que decoran la copa se distinguen las flores realizadas con variaciones sobre
el tema del círculo, a la izquierda de la portada, y una pareja de leones que
muestran su fiereza entre una maraña de tallos y carnosas hojas acogolladas.
La cornisa septentrional presenta un perfil de
listel y chaflán, ornamentado este último con tetrapétalas inscritas en
círculos, disponiéndose entre estos últimos la representación de pequeñas
hojas; los canes por su parte, de listel y nacela y con desigual estado de
conservación, presentan toda una serie ornamental en la que abundan la figura
humana, rostros tanto masculinos como femeninos así como distintos animales
(toro, liebre, aves o cuadrúpedo tañendo la lira).
En el costado meridional se puede apreciar la
ampliación que sufrió el templo para incorporar el pórtico, que parece
indudable vino a sustituir a otro anterior; se apoyó esta estructura en los
muros de nave y de la torre, abriendo un esbelto y sencillo acceso compuesto
por un único arco de medio punto trasdosado por una moldura de nacela, que
señala su arranque con unas piezas achaflanadas a modo de cimacio. En su parte
occidental, se conserva un arco geminado de medio punto, realizado en sillería
y enmarcado por alfiz, que tiene como soporte central una doble columna; esta
apea en un plinto único, componiéndose de basa abocelada, fustes lisos y
capiteles ornados con hojas de acanto de marcados nervios y perfil remarcado
con trépano, rematando su punta en frutos colgantes.
En esta parte del templo se conservan dos
cornisas correspondientes a la nave y al pórtico; está última presenta un
perfil de nacela, careciendo de todo tipo de ornamentación, del mismo modo que
lo hace toda una serie de canecillos que la sostiene, que lucen el mismo
perfil. La correspondiente a la nave, sin embargo, reúne un rico muestrario
decorativo, tanto en su perfil como en los canecillos que la sostienen,
emparentada sin duda con la vista en el costado opuesto; de este modo, se puede
distinguir en todo su recorrido un perfil de listel y chaflán ornamentado con
el muy conocido motivo de tetrapétalas inscritas en círculos. Los canecillos
por su parte, en número total de diecisiete, presentan diferentes motivos,
algunos de ellos difíciles de identificar por su estado de conservación,
distinguiéndose representaciones de cabezas y figuras humanas, así como de
seres fantásticos e imágenes sacadas del Bestiario. En el interior del ya
citado pórtico se encuentra la portada meridional del templo, protección esta
que le ha permitido conservar su talla en mejor estado a lo visto en el acceso
septentrional; la estructura es idéntica a la vista en el costado contrario,
variando ligeramente los motivos ornamentales, se trata por tanto de tres
arquivoltas de medio punto, de arista viva las de los extremos y de bocel la
central trasdosada ésta por molduras convexas, todo ello abrazado por una
chambrana de tacos. El motivo ornamental de la arquivolta exterior repite el ya
visto de abstracción del tema de la flor de aro entre círculos ornados con
puntas de clavo, mientras que en la interior se sitúa un conjunto de tallos que
van formando conjunto de cuatro clípeos en cada dovela acompañándolos pequeñas
hojitas y frutos.
Apea este conjunto en jambas y columna
acodillada central, de igual suerte que el ejemplo contrapuesto, variando
únicamente la ornamentación de los capiteles, ya que en este caso se incluye a
la derecha dos parejas de estilizados grifos que oponen sus cuerpos mientras
juntan sus picos, al tiempo que a la izquierda se vuelve a encontrar la pareja
de leones entre maraña de tallos ya vista. Las impostas por su parte lucen
diferentes modelos de hojas, donde se pueden distinguir ejemplos de nervadas y
acogolladas folías, junto a otros de tallos perlados que originan puntiagudas y
lisas hojas o triples tallos ondulantes en cuyos meandros se cobijan pequeños
ramilletes.
Cierra la caja en la parte occidental un
paramento realizado en bandas de mampostería reforzando las esquinas con
sillería y rematado en piñón de este mismo material; presenta un único vano
para iluminar la nave aunque sobre él se sitúa una pequeña abertura destinada a
airear el espacio de entrecubiertas. El vano está realizado en sillería,
aparentemente removida, y se compone de un arco doblado de medio punto, de
arista viva el exterior y abocelado el interior, que apea en columnas de basa
tipo ático, fuste liso y monolítico y capiteles con sencillos motivos vegetales
ocupando sus cestas sobre los que sitúa una imposta con perfil de nacela.
Interior
El interior del templo responde a la estructura
vista ya al exterior, una sola nave organizada en cuatro tramos, con cabecera
de tramo curvo y recto de gran desarrollo, baptisterio y capillas posteriores.
El espacio de la nave queda distribuido por la presencia de arcos fajones, los
cuales apean en semicolumnas entre las que se disponen arquerías ciegas,
apuntadas las más cercanas al presbiterio, de medio punto las de los pies.
Estas semicolumnas se disponen sobre un alto
basamento, reduciendo su ornamentación a los motivos presentes en los
capiteles, con predominio de las representaciones vegetales. De este modo,
siguiendo un recorrido circular empezando por el capitel de mediodía más
próximo al arco triunfal, se encuentran: carnosas hojas de punta vuelta entre
las cuales se esconden pequeños “cuadrúpedos”, variación sobre este
tema, con hojas más rígidas y sin animales, parejas de estilizados grifos –una
por cara– que contraponen sus cuerpos mientras juntan sus picos y los extremos
de sus colas y alas; les siguen dos capiteles idénticos situados en el fajón
más occidental, con varios planos de hojas con nervios rectos rematadas en
volutas, una pareja de rugientes leones, de potentes garras y cabeza perruna de
ojos saltones con pupilas perforadas se sitúa en el siguiente, así como otro
que repite el dedicado al tema de los grifos visto en el lado contrario,
concluyendo la serie en otro representando motivo vegetal de hojas con nervios
rectos rematadas en rígidas volutas. La cornisa que corre a lo largo de toda la
nave repite el modelo visto en el exterior de tetrapétalas inscritas en círculos.
El arco triunfal, como todo este conjunto está
llamativamente deformado, en origen debió tratarse de un arco doblado de medio
punto apeado en semicolumnas; éstas, dispuestas sobre un basamento prismático,
cuentan con una basa semicircular desornamentada sobre la que se dispone el
fuste realizado a base de tambores, mientras que en la parte superior, se
sitúan unos ornamentados capiteles. El motivo representado a ambos lados es el
mismo, tratándose de una ingenua representación de un león en la cara mayor del
capitel y de una arpía en cada una de las menores; el león presenta su
desproporcionado lomo encorvado, sobre el que se sitúan la melena rizada y la
cola, luciendo una diminuta cabeza de imaginativo rostro. Las arpías por su
parte corroboran lo tosco del modelo y lo rudo de la talla, en unas figuras con
el cuerpo dispuesto de perfil y la cabeza mirando al frente, siendo
caracterizadas por el grosero trabajo que se ve en rostros, melenas o plumajes.
El espacio de la cabecera se compone, como se
ha dicho más arriba, de tramo recto y curvo cubiertos con bóveda de medio cañón
y horno, organizados por un arco fajón, también hoy visiblemente deformado, que
debía apear en semicolumnas que perdió al abrirse las capillas laterales
(realizadas en el siglo XVII y totalmente abiertas a la nave, dadas de llana y
blanqueadas en 1784, según datos aportados por González Alarcón) y de las que
quedan sus capiteles a modo de ménsulas; se conserva además en el tramo curvo
parte de lo que debió ser el banco corrido que se dispuso para la celebración
múltiple, con su perfil abocelado, y que todavía se puede ver íntegro en el
testimonio conservado en la ermita de San Pedro, en la localidad de La Losa.
Recorre también los paramentos de este espacio una cornisa ornamentada con
diferentes variaciones en torno al tema del zarcillo ondulante que cobija en
sus meandros distintas hojas o las representaciones de tetrapétalas inscritas
en círculos. En correspondencia con lo visto al exterior, tres son los vanos
que iluminan la capilla mayor, también aquí de idéntica composición; alrededor
de un estilizado vano con llamativo derrame hacia el interior, se dispone un
arco doblado de medio punto cuya arquivolta exterior presenta arista viva y
está enrasada con el muro, mientras que la interior luce un baquetón liso,
apeando por su parte estos elementos en jamba y columna acodillada.
La ornamentación de todo este conjunto se sitúa
en los capiteles de los distintos apeos; de esta manera, en los capiteles del
arco fajón se encuentra a la izquierda el motivo vegetal de hojas nervadas
visto en la nave, mientras que a la derecha, la cesta contiene en su cara mayor
un halconero montando y tomando las riendas de un caballo y en la menores, un
guerrero con espada y una tosca representación de un cuadrúpedo.
En los vanos, por su parte, no se han
conservado todos los capiteles, por lo que el conjunto se muestra incompleto;
aún así, todavía se pueden distinguir, en el vano septentrional, una sirena
asiendo los extremos de su doble cola, a la vez que unas aves se disponen sobre
ellos. En el central, a la izquierda, tres personajes femeninos, de frente, con
túnica y manto que quizá haya que relacionar con los vistos en el vano
meridional del exterior; siendo dos parejas de grifos entre tallos el motivo
del capitel enfrentado, motivo que se repite en el vano restante, aunque
trabajado por otra mano.
Como se ha señalado, la torre se dispone
próxima a la cabecera, en el costado correspondiente a la Epístola del templo;
exteriormente se compone de dos cuerpos, el inferior de mucho mayor desarrollo
en altura y el superior donde se sitúa el cuerpo de campanas, estando
organizados por una moldura de mediacaña. Se distingue una diferencia de
fábrica en estos elementos, al estar levantada la parte inferior con cajones de
mampostería y presencia de sillares en las esquinas, mientras que el superior
está construido enteramente en sillería, rematado por una cubierta a cuatro
aguas. Presenta este último cuerpo un vano en cada flanco, siendo este de gran
envergadura y potente molduraje; la composición de estos elementos es en todos
casos idéntica, consistiendo en un vano de medio punto formado por arista viva
apeado en jambas sin moldura ni ornamentación, trasdosando este hueco una
segunda rosca de grueso bocel que descansa en unas estilizadas columnas sobre
plintos cuyos capiteles están dedicados a temas vegetales de esquemáticas hojas
y alguna deteriorada cabeza humana. Una tercera rosca también de arista viva y
un guardapolvos de listel y chaflán completan el conjunto. Sucesivas reformas
han alterado su acceso y subida, realizándose en la actualidad desde un paso
elevado al que se llega desde el coro y ascendiendo después por distintos
tramos de escaleras.
En el cuerpo bajo de la torre está ubicada la
pila bautismal; se trata de un elemento compuesto por un vaso de grandes
dimensiones dispuesto sobre un tenante cilíndrico ornamentado. La copa presenta
decoración de abultados gallones, en número total de veintiocho, sobre los que
se sitúa una moldura a modo de cenefa en las proximidades ya de la embocadura;
esta se compone de un motivo de cuádruple tallo dispuesto en motivo de ocho, lo
que origina perfectos clípeos. Por su parte el tenante, de 39 cm de alto, se
decora con ramilletes de hojas trabajados a bisel. Las medidas exteriores del
vaso son de 144 cm x 59 cm y hay que relacionarla con otros elementos similares
que se pueden encontrar en Valle de San Pedro o en Pedraza, en la iglesia de
San Pedro.
Las vinculaciones que establece Ruiz Montejo
con el taller de Duratón hace que se considere la segunda mitad del siglo XIII
como cronología de este templo.
La Cuesta
Entre la falda de la Sierra de Guadarrama y el
valle del Pirón, sobre la carretera que desde Sotosalbos conduce a Caballar y
Turégano, a unos 28 km de la capital, se sitúa La Cuesta, cuya parroquia emerge
desde el cerro sobre el que se alza, ofreciéndole uno de los emplazamientos más
llamativos de la provincia.
En el documento de acuerdo sobre derechos de
aguas del Pirón, establecido entre el obispado y monasterio de Sotosalbos y
varios concejos aledaños en junio de 1221, aparece citada la localidad de
Eglesuela Guendul, Ecclesia Gandul, que Colmenares identifica con La Cuesta,
anotando el manuscrito que “asi la llaman los repartimientos del cuaderno de
a 4, y entendemos que gandul es arabigo, significa alto”, aunque González
Herrero considera este Guendul como “antropónimo del fundador”. En el documento
de confirmación de rentas del obispo y cabildo, establecido por el cardenal Gil
de Torres en 1247, se cita como Eglesia Guendul, dentro de las aldeas de
Segovia, contribuyendo con “XXI moravedis et medio” a las porciones
prestimoniales. Como Ecclesuela Gandul vuelve a aparecer en el documento de
Archivo Catedralicio de 1332, reseñado por don Hilario Sanz, que versa sobre
los derechos de riego antes referidos.
En el siglo XVI, ya bajo su actual
denominación, aparece integrada en la Tierra de Segovia, dentro del sexmo de
Posaderas y la vicaría de Turégano, teniendo como anejo en lo eclesiástico a la
cercana aldea de Carrascal, que aparece como barrio a mediados del siglo XIX en
el Diccionario de Madoz, junto a los de Aldesaz y Berrocal. En 1818, los cuatro
núcleos contaban con 98 vecinos.
Iglesia de San Cristóbal
La parroquia de La Cuesta domina por el norte
el caserío desde lo alto de la loma sobre la que se asienta la localidad y que
le da nombre, constituyendo un magnífico mirador de todo el alto Pirón. A la
inversa, tanto desde la carretera que faldea la Sierra en dirección a Soria como
desde las ruinas de Santa María de la Sierra o la carretera que conduce a
Cubillo, se contempla la iglesia majestuosa y emergente de su entorno.
El templo, de planta basilical, presenta tras
su ampliación a principios del siglo XVI tres naves, cerradas las colaterales a
un agua y la central con artesa, comunicándose entre sí mediante dos parejas de
amplios formeros, apuntados y moldurados con boceles y mediascañas los que dan
a la nave del evangelio y de medio punto y achaflanados los de la sur, apeando
los primeros en un pilar cúbico y los otros en uno de sección octogonal. Tal
diversidad nos hace pensar que la ampliación de la nave tuvo lugar en dos
momentos sucesivos, probablemente en el siglo XV la norte y a principios del
XVI la meridional. También tardogótica es la capilla añadida al sur de la
cabecera, rematando la nave de la epístola, de planta cuadrada y cubierta por
bóveda de crucería con terceletes y ligaduras, claves con cresterías y sobre
ménsulas decoradas con bolas. Preside el retablillo barroco de su testero,
datado en 1709, un magnífico Crucificado gótico. Finalizan los añadidos a la
fábrica original con el de un husillo que alberga una escalera de caracol para
dar acceso al primer piso de la torre, adosado a su cara oriental.
El conjunto, tanto la obra románica como los
añadidos, se levantó en mampostería, reservándose el sillar para los
esquinales, encintado de vanos y portadas.
Pese a la diversidad de campañas, estas
trasformaciones respetaron la cabecera original y en lo fundamental las dos
fachadas laterales de la obra románica, trasladando aleros y portadas a su
nueva ubicación. La cabecera, alzada sobre banco de sillería de aristas matadas
por bocel, se compone de presbiterio con sus paramentos laterales animados por
dobles arquerías lisas de medio punto, sobre las que corre la imposta de
tetrapétalas en clípeos encima de la que voltea la bóveda de cañón que cubre el
tramo. Dicha imposta se sigue en el hemiciclo, éste cerrado con bóveda de horno
y que alberga un magnífico retablo que en su piso inferior reutiliza tablas
góticas de otro anterior, con un fragmentario apostolado. Da paso a la cabecera
un arco triunfal de medio punto y doblado, que apea en machones con una pareja
de columnas entregas, sobre zócalos, plintos y basas áticas de grueso toro
inferior aplastado. Las rematan bellos capiteles, el del lado del evangelio,
bajo cimacio de rosetas, se decora con dos parejas de arpías de largos cuellos
afrontadas, mientras un personaje con túnica corta cabalga sobre los lomos de
las centrales, a las que ase por el cuello; el del lado de la epístola recibe
acantos rematados por prominentes volutas y piso superior de caulículos, bajo
cimacio de tallos entrelazados y espinosas palmetas pectiformes.
Al exterior, el ábside muestra su mampostería
revocada con cemento moderno imitando el despiece de sillares, con su hoy
cegada ventana de saetera rodeada por arco de medio punto sobre impostas de
nacela.
Lo corona una cornisa que repite las flores de
cuatro pétalos en clípeos vistas en el interior, sostenida por canes con
lobuladas hojas picudas, prótomos de cérvidos y bóvidos, estilizados grifos
rampantes y, junto al codillo septentrional, un curioso asno tocando la lira
–repetido quizás en otra pieza muy desgastada del mismo hemiciclo– y una
cigüeña. Aunque la adición de la capilla gótica torna difícil la visión de los
canes del muro sur del presbiterio, reconocemos en ellos un descabezado león
recostado, un acróbata y una acuclillada parturienta únicamente ataviada con
velo y toca, como los anteriores, de buena factura.
La fachada meridional, rodeada por el
camposanto, muestra su hoy cegada portada abierta en un antecuerpo de sillería,
con recubierto arco de medio punto y dos arquivoltas, la interior moldurada con
tres cuartos de bocel en esquina retraído y la otra lisa, rodeada por chambrana
de triple hilera de finos billetes. Apean los arcos en jambas escalonadas en
las que se acodilla una pareja de columnas de semienterradas basas áticas y
capiteles animalísticos. En el izquierdo del espectador vemos una pareja de leones
afrontados y encorvados, mientras que en el otro –de perdido fuste– se afrontan
dos parejas de estilizados grifos rampantes enredados en tallos, que con sus
cuerpos dibujan formas acorazonadas, según modelo recurrente en el románico del
Pirón y entorno de la capital. Los cimacios, que se ornan con tallos
entrelazados, dibujando formas geométricas en el segundo caso, se continúan por
el antecuerpo como imposta de palmetas pectiformes en tallos del tipo visto en
el cimacio del capitel sur del triunfal. La reaprovechada cornisa repite las
tetrapétalas caladas en clípeos, sobre una interesante serie de canecillos por
desgracia de maltrecho relieve y diferentes calidades de talla. Además de
algunos vegetales, entrelazos y prótomos de bóvidos, vemos en ellos, junto a
músicos y acróbatas, y una serie de bustos humanos en diferentes actitudes de
difícil interpretación, entre ellos un rústico con caperuza, otros frontales,
uno realizando una mueca con la boca, a su lado una figura con el gesto de
desesperación de asirse la muñeca derecha, cuya mano se lleva a la garganta,
otro personaje mostrando un libro abierto, un híbrido de cuerpo de ave y cabeza
felina que muerde su cola de reptil, una figura blandiendo un garrote, un
lector, aves, esfinges, un grifo, un arquero disparando una flecha, una liebre
y una máscara monstruosa de larga barba partida y aire demoníaco.
También en la fachada septentrional se trasladó
parte del alero y la portada, que repite fielmente el esquema de la antes
descrita, aunque aquí al ser utilizada como acceso se dejó visible el arco,
cuya rosca se orna con clípeos formados por entrelazos y tallos entrecruzados
que nacen de dos lises, según el ornamental diseño que vemos repetido en las
dos portadas de Caballar, en un cimacio del pórtico de Sotosalbos, otro del
interior de Ortigosa del Monte y, en la capital, en la portada meridional recientemente
liberada de Santa Eulalia de Segovia, atrio de San Millán, portada oeste de La
Trinidad, etc.
Acompaña a este motivo una roseta de doble
corola también inscrita en clípeo perlado, similar a la reaprovechada en el
machón del formero cercano a la capilla de la nave de la epístola, quizás
procedente de la portada meridional. En los capiteles volvemos a encontrar las
parejas de grifos afrontados y rampantes que vimos en la portada sur, mientras
que la otra cesta recibe dos descabezados cuadrúpedos enredados en tallos. El
alero repite el modelo de cornisa y la decoración de los canes, con aves, bustos
humanos masculinos y femeninos en variadas actitudes, prótomos de cuadrúpedos,
una cigüeña, una serpiente enroscada con puntos de trépano, etc.
La esbelta torre, que sigue el esquema de la de
Caballar –modelo quizás también de la de Santiuste de Pedraza–, se levanta al
norte de la cabecera en mampostería con refuerzo de sillares en los esquinales,
mostrando vanos sólo en su cuerpo superior, de sillería, sobre imposta de
cuarto bocel y levemente retranqueado. En él se abre un arco de medio punto y
triple rosca por frente, los arcos extremos lisos y el central abocelado y
sobre columnas acodilladas con simples capiteles vegetales que prolongan sus cimacios
como imposta corrida del mismo perfil que la anterior. Su piso bajo, hoy
destinado a sacristía, se cierra con bóveda de cañón de eje paralelo al de la
iglesia sobre impostas de cuarto bocel. Se accede a través de la puerta de arco
de medio punto con molduraciones modernas dispuesta en el presbiterio, y en su
paño norte se abrió posteriormente un arcosolio de arco rebajado tallado a
trinchante.
Además de la dovela antes citada, en el
interior del templo se reutilizaron tres canecillos del primitivo alero, uno en
el interior del muro norte y otros dos en el presbiterio, decorados
respectivamente con un ave y un busto femenino con toca con barboquejo.
Tanto en lo constructivo como en lo decorativo,
la iglesia La Cuesta manifiesta su hermandad con el grupo de iglesias de su
entorno geográfico, principalmente con la próxima de Caballar, filiación bien
visible en cuanto a la torre y las portadas. Estilísticamente podemos
relacionar también su escultura con la de Pelayos del Arroyo, Peñasrubias de
Pirón, Bernuy de Porreros, Sotosalbos, portada occidental de La Trinidad de
Segovia; los canecillos nos recuerdan las series de Adrada de Pirón y del
pórtico de Tenzuela. En definitiva, producciones tardías de los años finales
del siglo XII o primeros del XIII en las que la repetición de modelos y
composiciones en manos cada vez menos expertas termina por degradarlas
formalmente.
A los pies de la colateral sur se conserva un
notable ejemplar de pila bautismal románica, de copa semiesférica con 145 cm de
diámetro por 72 cm de altura, decorándose su frente con los consabidos gallones
que parten de un bocelillo sogueado sobre el tenante, éste ornado con cenefa
vegetal de tallos entrelazados acogiendo hojas acogolladas con ramillete
central. Sobre los gallones, en la embocadura de la copa, se labraron catorce
cabecitas humanas, dos de ellas femeninas, repitiendo el modelo de las que vemos
en las pilas de Rebollo, Requijada, Aldealengua de Pedraza o con muy rudo
tratamiento en la de Cabezuela, aquí bajo arquillos. Completan el registro
cuatro figuras de cuerpo entero, coronadas, ataviadas con ropas talares y
portadoras de libro y filacteria; se muestran descalzas, lo que parece inducir
su carácter celestial, aunque quizá simplemente representen a los evangelistas.
No podemos dejar de señalar las numerosas, notables y recientes fracturas que
ha sufrido la pieza con motivo de su presencia en la exposición de “Las
Edades del Hombre” celebrada en Segovia durante el año 2003, a resulta de
las cuales ha desaparecido una de las cabecitas.
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