viernes, 7 de marzo de 2025

Capítulo 34-1, Barcelona, una Ciudad Condal y Episcopal

 

Barcelona, una Ciudad Condal y Episcopal
Barcelona era en la alta Edad Media una ciudad heredera de su pasado romano, con una clara per vivencia en muchos de sus aspectos urbanísticos y marcada por una continuidad de las funciones administrativas y religiosas. Este fenómeno se puede ver en la topografía urbana, la ocupación de la muralla y la situación del centro de poder. El palacio condal, más tarde palacio real mayor de la Corona de Aragón, tiene su origen en una edificación del siglo VI vinculada al poder visigodo en la ciudad, el comes ciutatis; el episcopium se localiza en el mismo lugar en el que originó en el siglo IV; es evidente la superposición de las distintas catedrales (desde la primera basílica paleocristiana hasta la catedral gótica), y otro tanto sucede con la mayoría de los edificios de culto de época medieval, cuyo origen se remonta a la antigüedad tardía.
Tampoco se puede olvidar la continuidad de la red viaria antigua, y el aprovechamiento de algunas de las grandes obras públicas. así pasa, por ejemplo, con un tramo del acueducto romano que traía agua del río Besós, el cual fue incorporado en el trazado de la acequia que se construyó por iniciativa del conde Ramon Berenguer I para impulsar los molinos harineros, el llamado Rec Comtal.
La ciudad tuvo durante la etapa visigoda dos centros episcopales (una sede arriana y otra católica), uno bajo la catedral actual y la otra en la iglesia de los Santos Just i Pastor. El hecho de que Barcelona fuera elegida como sede regia en distintos momentos de los siglos V y VI, debió de comportar la permanencia en la ciudad de un staff vinculado a la corte y a la administración visigoda, así como un destacamento militar. Los visigodos eran arrianos, lo que se tradujo, entre otras cosas, en la construcción de una nueva sede episcopal. Las fuentes documentales ya dejaban entrever esta situación, la cual recientemente la arqueología ha puesto de relieve a través de la existencia de una iglesia y un baptisterio bajo la actual basílica de los Santos Just i Pastor.
En los siglos XI-XII, Barcelona era un centro de producción e intercambio. La actividad marítima y su papel como puerto importante del Mediterráneo aumentaron durante toda la alta Edad Media. En el siglo XII, la zona del puerto y del mercado eran los principales núcleos de actividad económica. Barcelona había crecido considerablemente, y se denotaba una importante concentración de población dentro de la ciudad. En el suburbium habían ido surgiendo nuevos núcleos de hábitat, lo que llevó a la construcción de una nueva muralla en el siglo XIII.
La mayoría de la población era cristiana pero también vivía una importante comunidad judía que se agrupaba en el Call, un barrio intra muros, situado junto al Castell Nou, que ocupaba el cuadrante noroeste de la antigua ciudad romana. Sabemos que en el siglo XI, residían en el mismo sesenta familias, y que tenían su cementerio en Montjuïc (monte judío), de donde procede el nombre de la montaña. La comunidad judía contaba con una organización autónoma, con instituciones y equipamientos propios que regulaban la vida religiosa, económica, social y educativa de sus miembros. También había una pequeña comunidad musulmana que se había quedado a vivir en la ciudad después de la conquista franca.
Si bien en el interior de la ciudad, el episcopium con su catedral y las iglesias de los Santos Just i Pastor y de Sant Miquel fueron los núcleos religiosos alrededor de los cuales giraba la vida diaria de la población, en el suburbium, las parroquias, los conventos y monasterios, como los de Sant Benet de Bages, Santa Eulàlia del Camp, Sant Cugat del Rec y Sant Pere de les Puel·les, fueron igualmente focos de atracción de la ciudad medieval.

Conjunto urbano del centro histórico de Barcelona 

Dos murallas, dos recintos: la transformación de la muralla romana y la construción de una nueva cinta defensiva
La muralla romana, con algunas transformaciones, continuaba en pie y marcando la imagen de la ciudad. a partir del siglo x comenzaron a levantarse edificaciones de particulares (sobre todo de familias nobles) y de instituciones oficiales adosadas directamente a la muralla, edificaciones que incorporaron las torres romanas a las nuevas viviendas, normalmente una torre por casa, aunque las más nobles (como el Palacio Condal) podían incorporar dos o hasta tres. La potente muralla roma na iba perdiendo su papel y la colonización de sus torres y lienzos defensivos, tanto por dentro co mo por fuera, acabaría ocultando la obra romana. En el siglo XIII y para poder ganar superficie para las viviendas adosadas a la muralla, se construyeron arcos entre las torres romanas, y se ampliaron las viviendas con estancias en voladizo por el exterior, una imagen que aún perdura en la ciudad actual. En el siglo XIII, a lo largo del perímetro de la muralla se podían encontrar residencias como la de la familia March, vinculada a la curia real, junto al Castell de Regomir, el palacio del obispo, en la puerta decumana, o el propio palacio condal.
La muralla romana protegía la ciudad y marcaba su imagen, pero también la comprimía y hacía más difícil la comunicación con la población extramuros. Por este motivo, se abrieron calles transversales a la muralla para conectar la urbs y el suburbium; son los actuales viales conocidos como baixades (Baixada de Sant Eulàlia, Baixada de Sant Miquel, Baixada de Caçadors, Baixada de la Canonja...).

Murallas junto a la plaza de la Catedra 

Las puertas fortificadas de la muralla romana de la ciudad se habían convertido en auténticos castillos urbanos, lugar de residencia y símbolo del poder local. Las puertas situadas a los dos extremos de uno de los ejes principales romanos, el cardo maximus (actuales calles del Call y Llibreteria), eran el Castell Nou y el Castell Vell, estaban en manos del conde y de sus representantes. Las estructuras vinculadas a estas dos puertas sirvieron más tarde como prisiones.
En sentido contrario, las otras dos puertas, las del decumanus maximus (actuales calles del Bisbe y Ciutat) quedaron bajo el control del obispo. En la antigua puerta de mar se localizaba el Castrum Regumirum. En el año 975, esta puerta ya aparece en la documentación escrita como Porta Regumiro. En el otro extremo y en el siglo XII, el obispo se había construido su propio palacio, la puerta de cumana pasaría a ser conocida como la Puerta del obispo.
El crecimiento de la ciudad se aceleró a partir de finales del siglo XII, los burgos y las villas nuevas continuaban creciendo, lo que llevó en el siglo XIII, a la construcción de una nueva muralla para proteger a toda la población que había quedado en el exterior. En 1285, Pedro el Grande, ante el riesgo de un ataque por parte del rey de Francia, ordenó fortificar la ciudad por todos los límites, menos por el que daba al mar. Para hacer frente a la situación de peligro se levantó un sistema defensivo de emergencia (muros de tapial y torres de madera). Pasada la crisis, el Consell de Cent asumió la máxima responsabilidad y construyó un recinto fortificado en piedra, la primera gran obra pública bajo la dirección y tutela del gobierno de la ciudad.

La Topografía Medieval urbana
El trazado medieval urbano de la ciudad intra muro sera heredero directo de la planificación reticular romana. Muchos de los viales definidos por la planificación ortogonal romana continuaban vigentes, aunque sus anchuras se habían visto sensiblemente reducidas. En otros casos, se había producido una desviación del vial que rompió la retícula romana. algunas de las edificaciones de cierta entidad levantadas durante la antigüedad tardía, como el palacio del obispo o la iglesia de los Santos Mártires Just i Pastor, habían fijado algunos de los límites que condicionarían la nueva organización urbana. El proceso de modificación viaria, con la aparición de callejones o andrones en el interior de las ínsulas romanas continuaría durante toda la Edad Media, hasta constituir un entramado ciertamente denso.
El centro de poder, que aglutinaba los edificios del episcopium y el palacio condal, continuaba dominando la ciudad. al Este, cerca de antiguo foro romano, se levantaban las iglesias de Sant Miquel, de los Santos Just i Pastor, y de Sant Jaume. La iglesia de Sant Miquel se había construido utilizando el frigidarium de las termas romanas para el edificio de culto, y conservando como pavimento el mosaico del siglo II. Aunque la primera mención documental de la iglesia es del año 951, los restos arqueológicos asociados nos llevan a pensar en el siglo V como fecha de amortización de las termas romanas y su reconversión en iglesia. La basílica de los Santos Justo y Pastor tiene igualmente un origen antiguo, ya que fue sede episcopal en época visigoda, aunque no hay datos sobre el edificio medieval. Si bien la arqueología ha aportado muchas novedades para la etapa más antigua de esta iglesia, no ha pasado lo mismo para el edificio de culto inmediatamente anterior a la actual iglesia gótica.
El templo romano seguía en pie, aunque desconocemos cuál había sido su destino. En el siglo XI, se le conocía como el Miraculum, seguramente por lo imponente del edificio y la fuerza de su arquitectura, solo atribuible para los habitantes de la época a un milagro. Esta grandiosidad también llevó a atribuir su obra a Hércules o a considerarlo como la tumba monumental del conde Berenguer de Barcelona. También hay alguna referencia documental del siglo XII en la que recibe el nombre de meschig (mezquita). En unos casos, los apelativos responden a leyendas populares, pero en otros quizás puedan tener una base histórica que desconocemos totalmente.
A partir del siglo XI, se produjo un crecimiento importante de las parroquias, lo que llevó a precisar los términos y las adscripciones de las familias a un determinado templo para celebrar el culto y enterrar a sus muertos. Alrededor de las iglesias parroquiales se situaban las sagreras (donde estaban los cementerios). Con el cristianismo, los muertos (que en época romana habían sido enterrados en el suburbium) entraron en las ciudades. al principio solo lo hicieron los privilegiados que buscaban el abrigo y la protección de las reliquias.
Más tarde y con la creación de las sagreras (terreno sagrado e inviolable de una extensión de treinta pasos alrededor del edificio de culto), acabaría incorporándose el resto de la población. Se había pasado de una gestión particular y familiar de la muerte a una estandarización de la misma y una apropiación del mundo funerario por parte de la iglesia, procesos que había comenzado a partir del año mil.

La Construción de la Catedral románica y las Transformaciones del entorno
La continuidad como lugar de culto de la catedral de Barcelona es un hecho bien documentado. Su precedente se ha de buscar en el primer cristianismo, cuando en el siglo iv se originó una primera basílica y un baptisterio, basílica que debió ser ampliada y monumentalizada en época visigoda, y reformada y renovada durante la etapa carolingia de la ciudad. En el siglo XI, las nuevas estructuras y necesidades de la iglesia llevaron a acometer una obra de nueva planta: la catedral románica consagrada por el obispo Guislabert en el año 1058. Si tenemos en cuenta las donaciones a la catedral se puede decir que, entre los años 1037 y 1040, ya estaban en marcha las obras del nuevo templo gracias a la iniciativa del conde Ramon Berenguer y la condesa Almodis.
Esta obra comportó igualmente la reordenación de los espacios anexos y vinculados al poder religioso y al poder condal. En el mismo período parece que se construyó la escuela episcopal (1005), el hospital de la seo (1024), la residencia de los canónicos (994), el refectorio (1020), l’aula canonicorum (1045), etc., situados en su mayoría al sector oeste de la catedral.

Hipótesis de la planta de la catedral románica de Barcelona, según J. Beltrán de Heredia e I. Lorés. 

De todos estos edificios vinculados a la catedral no sabemos prácticamente nada, ya que las continuas reformas de los espacios catedralicios fueron haciendo desaparecer los testimonios de los edificios más antiguos, y la ausencia casi total de excavaciones no permite apuntar nada más, por el momento. La arqueología únicamente ha evidenciado algunas trazas en relación a la catedral románica, así como un conjunto importante de elementos escultóricos, fundamentalmente impostas, a partir de los cuales se ha planteado una hipótesis razonada de planta. Según esta, se trataría de un edificio de tres naves y transepto, con una galilea al noroeste, y con unas proporciones cercanas a la catedral de Vic. La cabecera se desconoce totalmente, pero podría responder a una solución de tres ábsides, el principal más profundo y los dos laterales más pequeños. La documentación apunta a la existencia de un campanario seguramente adosado al primer tramo de la nave de la epístola. alrededor de la cabecera y delante de la galilea se configuraron sendas zonas de necrópolis, sin descartar otras, también contiguas al edificio religioso, de las que no tenemos constancia arqueología.
Las impostas atribuidas a la catedral constituyen un grupo de nueve piezas con un repertorio ornamental de carácter vegetal; solo en un caso la temática es estrictamente geométrica. Funcionalmente, se ha propuesto una posición en unos pilares (en forma de “T”) que servirían de separación de las naves. El conjunto presenta vinculaciones con la decoración escultórica de Sant Pere de Rodes (Girona) o de Sant Pere de les Puel·les, en la propia ciudad de Barcelona. Vale la pena destacar la pila bautismal, hoy conservada en el Museo de la Catedral, ya que se trata de una pila realizada en un elemento arquitectónico romano, una pieza de mármol de Luni (Liguria, Italia) que aún conserva elementos decorativos originales. Esta pila se ha puesto siempre en relación con la catedral románica, aunque también podría estarlo con las basílicas precedentes. de las excavaciones contiguas a la catedral procede una lipsanoteca de plomo, de cuerpo cilíndrico y tapa plana para guardar reliquias, que habría sido depositada en el reconditorio de algún altar. Conserva el agujero para pasar la cuerda que servía para cerrar la lipsanoteca con la ayuda de un sello de cera. Por su tipología se le puede atribuir una cronología amplia, entre los siglos IX-XI.
Con la construcción de la catedral y el claustro románico, levantado al oeste del templo catedralicio, comienza a darse un desplazamiento del barrio episcopal hacia este sector y un abandono del sector este, donde, desde la antigüedad tardía y hasta aquel momento, se había localizado la residencia episcopal, un palacio-fortaleza construido en el siglo vi. El proceso culminó en el siglo xii, con la construcción de un nuevo palacio episcopal junto a la puerta de la muralla y con el paso de las antiguas propiedades episcopales a manos del poder condal, operación que le permitiría ampliar su residencia.

El palacio condal del siglo XII, un palacio de continuidad
En el siglo XII, seguramente de la mano de conde Ramon Berenguer, se construyó un nuevo palacio condal. Las crónicas de Jaime I ya hablan del palau antich lo qual el comte de Barcelona feu bastir. La localización y la existencia de la residencia palatina, junto a la muralla romana, se documenta desde antiguo. de hecho, su precedente ha de buscarse en la residencia del comes ciutatis en época visigoda, edificio en forma de “U”, que fue reformado en época carolingia y destinado a sede de los condes francos en la ciudad. Para la construcción del nuevo edificio condal del siglo XII, se aprovecharon las paredes del palacio antiguo como cimientos. Las continuidades son muy elocuentes; de hecho, tres de las fachadas del palacio condal mantienen las alineaciones antiguas (dos de época visigoda y una creada con la ampliación del palacio en época carolingia), únicamente la fachada sudoeste es de nueva creación, pues se desplaza unos doce metros en dirección al palacio del obispo. Como ya hemos expuesto, en el siglo XII, el obispo ya residía en el nuevo palacio junto a la puerta de entrada de la ciudad, lo que permitió al conde ampliar su residencia ocupando parte de la de aquel.
Se configuró así un edificio palatino de planta rectangular (20 x 34 m), dividido por una crujía longitudinal, con una planta baja y dos pisos superiores, como ponen de manifiesto los dos niveles de ventanas geminadas conservadas en la fachada principal que da a la plaza del Rey. además de esta fachada, se conservan dos más, la que da al patio-jardín interior del palacio (actual patio del Museu Frederic Marès) y la fachada sudoeste que se conserva en el interior del Museu d’Història de Barcelona.
El cuerpo principal del palacio se adosaba a la muralla romana e integraba las dos torres contiguas. El nivel de la primera planta del palacio coincidía con el nivel del paso de ronda de la muralla, lo que facilitaba la incorporación de las torres romanas al edificio palatino. La planta baja estaba cubierta por dos bóvedas de cañón, en la fachada que daba a la plaza del Rey y en el desarrollo de la propia bóveda, se abrieron cuatro aspilleras para dar luz a este espacio que quedaba en un semi sótano. de la disposición de las ventanas geminadas conservadas se puede deducir que el lado que daba a la plaza del Rey tenía dos pisos de altura, mientras que el que daba al patio interior o jardín, donde se localizaba la sala mayor, ocupaba la totalidad de la altura del edificio, como corresponde a una sala noble. El palacio tenía también una capilla privada dedicada a santa María, aunque no tenemos datos precisos sobre su localización. En cualquier caso, es seguro que no estuvo en el lugar en donde se construyó la capilla real dedicada a santa Ágata en el siglo XIV.

Hipótesis del estado del conjunto episcopal de Barcelona en los siglos XI-XII, según J. Beltrán de Heredia y Ch. Bonnet. (Dibujo de E. Revilla) 

A lo largo de los siglos xii-xiii, el palacio condal se fue extendiendo hacia el noroeste a costa de las antiguas propiedades del obispo que iban pasando por compra o donación a manos de los condes-reyes. Junto al cuerpo principal, se fueron configurando otros más pequeños de planta rectangular que dieron lugar a un patio o espacio abierto interior. Este patio parece que fue primero destinado a caballerizas y más tarde convertido en el jardín del palacio. En el palacio se convocaron las cortes para tratar la conquista de Mallorca, tema que se utilizó en la pintura que ornamentaba la sala mayor, una pintura de temática profana, como podemos ver en otras residencias señoriales de la ciudad.
El Palacio Condal llamado Mayor, ya que había uno Menor, se fue ampliando y transformando a lo largo de los siglos, hasta formar un conjunto de edificaciones bastante complejas (la mayoría solo conocidas por la documentación) que constituyeron el Palacio Real Mayor de la Corona de Aragón. Testimonio de las reformas del palacio a través de los siglos son los capiteles localizados en las excavaciones, los cuales responden a distintas corrientes estéticas. Queremos destacar la localización de un capitel corintio del siglo xi decorado con unas hojas de acanto de factura muy simplificada, un tipo similar al localizado en otros lugares de la Cataluña Vieja.
Otro sentido se le ha de atribuir al conocido capitel califal de la primera mitad del siglo x, igualmente encontrado en las excavaciones del palacio, en este caso, testimonio de los presentes que se intercambiaban entre las distintas cortes y no de un proceso de obras. además, sabemos que el conde Borrell mantuvo buenas relaciones con el califato de Córdoba, lo que justificaría su presencia en Barcelona.

La ciudad, un centro productivo y de intercambio: artesanos y obradores
Barcelona había pasado de ser en el siglo IX un centro administrativo y militar que absorbía las excedentes de la población rural, a un centro de producción e intercambio. además de las fuentes documentales y las arqueológicas, los estudios paleoambientales y las dataciones de C-14, han permitido establecer las fluctuaciones de las actividades agropecuarias y productivas de la ciudad.
Este tipo de estudios muestran, para la segunda mitad del siglo x, un suburbium con una actividad agrícola escasa y, sin embargo, una actividad artesanal de cierta entidad, mientras que a finales del siglo x o en la primera mitad del siglo XI, se detecta una expansión agrícola y una reducción de las actividades artesanales, actividades que vuelven a crecer a partir del año 1020. El siglo XII se muestra como un período de retracción agraria y, al mismo tiempo, de un desarrollo importante de las actividades artesanales, probablemente consecuencia de la consolidación urbana. En el siglo xiii, Barcelona ya se había configurado como un gran centro económico y comercial, comparable a otras ciudades del ámbito mediterráneo como Génova, Pisa o Venecia.
Sabemos que había una concentración de obradores a la zona del Castell Vell y en el suburbium oriental, alrededor de la iglesia de Santa Maria del Mar. Justamente en el sector litoral de la ciudad, es donde se detecta una importante actividad comercial y económica. al entorno del palacio condal y la catedral se fue configurado igualmente un barrio artesanal, donde, a finales del siglo XI, ya se agrupaban diversos artesanos. Precisamente, una parte del palacio del obispo había sido vendido a unos particulares para construir obradores.
En el siglo XII, la producción artesanal se diversifica y aparecen los oficios. Entre los oficios des tacan los moleros, las muelas de Barcelona tenían fama y se exportaban por todo el Mediterráneo. asimismo, estaban bien considerados los oficios del cuero y las pieles, en general.
En la zona que daba a la plaza del Rey se habían establecido talleres que hacían cofres, armaduras y otros objetos de metal para los caballos. Junto al palacio, en la actual calle de la Freneria, había también una concentración de oficios relacionados con el trabajo del metal donde se podían localizar escuderos, cuchilleros, herreros, freneros, etc., al servicio del conde y de los nobles que llegaban al palacio. También había quien trabajaba la madera y el cuero, y se hacían cofres, arma duras y objetos para equipar los caballos. Siglos más tarde, continuaban existiendo obradores junto al palacio, ya que hay una disposición de 1378 que ordena que no se realice en la plaza del Rey ningún oficio que comporte ruido y pueda molestar al monarca.

El suburbium de la ciudad: los burgos, las viles noves y los centros de religiosidad
Fuera murallas, la red de caminos establecida en época romana se había ido consolidando durante la antigüedad tardía. Las basílicas martiriales y unas áreas de necrópolis muy extensas se ordenaban a lo largo y ancho de los caminos. a partir del siglo x, junto a las puertas de entrada a la ciudad o alrededor de los edificios religiosos del suburbium (una basílica o un monasterio) surgieron núcleos de población que se fueron urbanizando hasta llegar a formar barrios estables: los burgos y las vilesnoves que –en muchos casos– tomaron el nombre del edificio de culto contiguo.
a partir del año 966, se habla del “burgo de la ciudad”, junto a la puerta de Regomir, o del “burgo de la zona del mercado”, junto a la puerta del Castell Vell, que se extendía hacia el norte, en la zona contigua al palacio condal.
Los acueductos romanos fueron los elementos a partir de los cuales se desarrolló uno de los arrabales de la ciudad: el burg dels Arcs Antics. Muchas casas utilizaron el acueducto como pared medianera de sus viviendas, lo que contribuyó a la preservación de este elemento. Para los siglos IX-X, la arqueología evidencia en este sector del suburbium una fase de ocupación de carácter más estacional, con parcelas bien delimitadas y presencia de hogares y silos; todo apunta a una explotación agrícola sin zonas de población estable. Un poco más tarde, pero también dentro de los siglos IX-X, se irían generando les primeras estructuras de ámbito doméstico.
Los centros de culto formados en la antigüedad tardía se habían consolidado y constituyeron núcleos importantes de religiosidad en la Edad Media. Se puede decir que gran parte de los edificios de culto de la ciudad tienen un origen de cristianización muy antiguo. La arqueología ha puesto de relieve de una manera muy clara este factor de continuidad. así pasa, por ejemplo, en las iglesias de Santa Maria del Mar, Sant Cugat del Rec o del Camí, Sant Pau del Camp o Santa Maria del Pi, alrededor de la cual se forma el burg del Pi.
En el monasterio de Sant Pau del Camp se han localizado testimonios de una iglesia de los siglos VI-VII, en concreto la cabecera de la misma en forma de herradura, así como amplias zonas de necrópolis. La primera noticia documental del monasterio data del siglo xi, aunque se ha atribuido su fundación al conde Guifredo Borrell o Borrell I, hijo de Wifredo el Velloso (Guifrè el Pilòs) (897 911).
Es interesante destacar su lapida funeraria, localizada en el mismo monasterio, la cual fue realizada en un pedestal honorífico del foro romano, elemento que debió de ser desplazado en la antigüedad tardía. actualmente, del monasterio solo se conserva la iglesia de nave única y cabecera triabsidal y el claustro, obra que se ha situado en un siglo xiii avanzado.
También alrededor del monasterio benedictino de Sant Pere de les Puel·les se configuró un nuevo burgo; la iglesia fue consagrada en el año 945, aunque no se puede descartar un origen más antiguo. Hemos de mencionar igualmente el monasterio de Santa Eulalia del Camp, fundado en el siglo xii a partir de una comunidad de canónigos agustinos, y el conjunto conventual de Santa Caterina, en un primer momento probablemente ubicado en la capilla de El Salvador, capilla que recibirían los predicadores al llegar a la ciudad. El nuevo convento se edificaría a mediados del siglo xiii. La arqueología ha puesto de relieve toda su estructura conventual, la iglesia, de cabecera triabsidal, con su zona de necrópolis vinculada, el claustro, el dormitorio canonical, el refectorio, la sala capitular, etc. y, cómo no, una amplia zona de huerta.
En el siglo XII, la lepra se extendió por toda Europa. La imposibilidad de encontrar un remedio para luchar contra la enfermedad, comportó la marginación y aislamiento del enfermo. alejada de la ciudad y en el cruce de dos caminos romanos, se levantó el Hospital de Santa Maria dels Malats, más tarde de Santa Margarita dels Mesells, y finalmente de San Lázaro. El hospital era conocido también como la domus infirmorum, casa de los enfermos.
El hospital estaba formado por una capilla, mandada construir por el obispo Guillem de Torro ja (1144-1171), que aún se conserva, un huerto y un edificio anexo, donde se alojaba el rector de la capilla, el personal al servicio del hospital y los propios enfermos. La capilla es de planta sencilla, nave única y cabecera semicircular. El ábside está formado por siete paños de pared separados por lesenas. En la parte superior, se sitúa una cornisa con decoración de arcuaciones, ménsulas esculpidas y dientes de sierra.
Junto a la capilla, se situaba el cementerio destinado a los leprosos, pero los estudios antropológicos nos han confirmado que la mayoría de los allí enterrados no tenían lepra. En realidad, debía de tratarse de enfermos de la piel. El miedo al contagio y el desconocimiento de la enfermedad condujo a que los enfermos con afecciones de la piel fueran internados en las leproserías como apestados. ni tan solo podían entrar a la iglesia de su propio hospital, por lo que se veían obligados a escuchar la santa misa desde una ventana abierta en la parte alta de pared de la nave, ventana que ha llegado hasta nuestros días perfectamente conservada.
Además de este hospital y del de la catedral (en el interior de la ciudad), estaba en el suburbium oriental, el hospital de Marcús. Este había sido fundado en el siglo xii, junto al camino que man tenía el trazado de la Vía augusta, por un rico comerciante. actualmente, se conserva la pequeña capilla románica del hospital (que tenía una advocación a la Virgen de la Guia) con arcuaciones de tradición lombarda y un campanario de espadaña

La fachada marítima de la ciudad: del castell Regomir a Santa Maria del mar
Uno de los espacios más activos de la ciudad fue el entorno de Santa Maria del Mar y de la via marina (actualmente calle Argenteria). Esta vía era un antiguo camino romano que partía de la puerta septentrional de la muralla (el Castell Vell) –donde se localizaba el mercado– y desembocaba en el puerto medieval.
Al final de la via marina, a pocos metros del puerto y en plena playa, se localizaba la iglesia de Santa Maria de les arenes o Santa Maria del Mar, iglesia que aparece por primera vez en las fuentes documentales en el año 985, pero que tiene su origen en la antigüedad tardía. Parece que el edificio medieval no se situaba en el lugar del edificio gótico. Todo apunta a una localización al sudeste de la iglesia actual y con la misma orientación que los edificios religiosos del grupo episcopal. A su alrededor se fue formando la Vilanova del Mar con casas y obradores que se iban configurando en relación con las estructuras vinculadas al mar y al comercio marítimo: las alhóndigas, la lonja, las tiendas para vender pescado fresco, el Maell de Mar, y un poco más al Sur, frente la fachada marítima de la ciudad y la playa, la primera atarazana, todo una red de servicios vinculados al puerto, la costa y el comercio.
En los siglos IX y X, las redes de intercambio de Barcelona con el exterior eran débiles y comercialmente informales, pero en los siglos xi-xii se consolidaron unas rutas estables de comercio con al-andalus, la Mallorca islámica y el Magreb, así como con el Imperio Bizantino, período en el que se evidencian también los contactos comerciales con Provenza y Languedoc. Las rutas comerciales y los consulados catalanes que se establecieron por todo el arco del Mediterráneo son un buen exponente de esta actividad. Esta franja marítima se iría urbanizando a lo largo del siglo XIII. Hacia mediados de la centuria debía de estar muy urbanizada, ya que al año 1243, el rey Jaime I prohíbe levantar más construcciones en dirección al mar, ya que se debía dejar un espacio libre para los navíos.

Catedral. Puerta del claustro
En 1298 se puso la primera piedra de la nueva catedral gótica de Barcelona que, construida en lo fundamental a lo largo de los siglos xiv y xv, sustituiría la fábrica románica consagrada en 1059. Las únicas evidencias materiales del viejo templo del siglo XI son algunas impostas decoradas y ciertos vestigios arqueológicos, pero nada se conserva en pie de un edificio que sigue presentando muchas incógnitas. La puerta románica que se conserva en el claustro de la catedral es posterior a esa fase creativa y anterior a la gótica, con lo que resulta una obra singular, rodeada de incertidumbres que afectan tanto a su cronología como a su contexto físico y artístico.



Detalle de las arquivoltas.

Los capiteles de la parte izquierda son figurativos mientras que los de la derecha son vegetales.

Se trata de una gran puerta esculpida en mármol blanco ubicada en el ángulo noroeste del claustro y desde la cual se accede al extremo del brazo sur del crucero del templo. Este emplazamiento no se corresponde con las aberturas del templo del siglo xi en ninguna de sus distintas reconstrucciones hipotéticas, y su lógica funcional y constructiva es la propia del edificio gótico, en el cual está perfectamente integrada a pesar de ser manifiestamente ajena a él. de este modo, la hipótesis que mejor explica esta situación y que ha sido repetidamente planteada es la de su traslado desde otro emplazamiento y su reconstrucción en la estructura gótica. diversas evidencias materiales y estilísticas confirman esta posibilidad, pero no aportan ninguna certeza sobre su pro cedencia y su organización original, sin duda hoy alterada. August Font, el arquitecto que a partir de 1897 construyó el cimborrio neogótico, al excavar la zona en que este debía de asentarse para reforzar su cimentación, creyó descubrir los cimientos de una puerta que, según él, podría ser la de los pies del edificio románico y encajar con la que conservamos, aunque ampliando su anchura para que recuperase la forma semicircular de sus arquivoltas, ahora apuntadas, y dotándola de un parteluz que aproximaba su aspecto al de la puerta del claustro de la catedral de Tarragona. Esta atrevida hipótesis ha sido desestimada tanto por la imposibilidad de alterar la estructura del dovelaje como por la dificultad de casarla con las más recientes relecturas arqueológicas. así, no está nada claro que se pudiera encajar la puerta de mármol en la facha da del templo vinculada a la galilea construida a sus pies, y la noticia de la renovación de este ámbito en 1173 podría parecer en principio poco adecuada para encuadrar la construcción de una obra que se viene datando desde principios hasta finales del siglo xiii. Sin embargo, podría replantearse el tema insistiendo en dos evidencias: que la puerta actual es fruto de la manipulación de una o diversas obras antiguas, y que no es nada inverosímil situar su creación cerca del 1200 e incluso algo antes. a esa última conclusión se llega comparando algunos de sus aspectos formales con otras obras barcelonesas y catalanas, como ya hicieron J. Camps y I. Lorés, lo que permite evitar el excesivo aislamiento historiográfico de la obra catedralicia y desmentir cualquier posibilidad de considerarla la importación tardía de una obra italiana acabada, como propuso J. Bassegoda, cosa distinta a la de valorar las fuentes italianas de algunas de sus características.
Un elemento fundamental en esta consideración de la puerta como un elemento descontextualizado es su ejecución en un mármol blanco de origen itálico, poco frecuente en el románico de la zona. no consta ningún estudio geológico de este material que, en cualquier caso, fue reutilizado a partir de estructuras romanas amortizadas, como demostró un estudio de F. P. Verrié inventariando los diversos fragmentos de inscripciones antiguas aun visibles. Posiblemente la reutilización fuera hecha con los despojos de la Barcino romana, y es muy probable que en la decisión de conservar y aprovechar una estructura antigua por su calidad material fuese un elemento determinante, junto a una buena factura que, sin embargo, desvela notables desequilibrios ante una observación detallada. En realidad, una de las dificultades más notables de la obra estriba en sus desigualdades e incoherencias internas, que solo en parte se pueden achacar a las evidentes manipulaciones a que fue sometida durante la reinstalación. aunque esta fue ejecutada con esmero, se detecta claramente como se la completó con elementos nuevos de diseño gótico, y como en distintos lugares los originales fueron amputados o recolocados. así, no solo es obvia la modernidad gótica de la tracería que forma el gablete que enmarca las arquivoltas o rellena el tímpano bajo ellas, sino que el gran dintel liso fue, al menos, recolocado sobre unos soportes que reclaman una ubicación distinta, a la misma altura que los capiteles cuya configuración prolongan. La pérdida de los encajes origina les obligó a suplementarlos con fragmentos esculpidos que imitan los románicos. Los elementos vegetales del lado derecho fueron copiados en una mímesis casi perfecta, mientras que en la izquierda se añadió un peludo animal de dos patas en la imposta y, en el capitel, un no menos peludo diablo simiesco con escudo y un rostro en el vientre, figuras de fac tura claramente gótica, aunque hábilmente integradas en el conjunto románico. Mientras por un lado se añadían elementos –esculpidos en un mármol aparentemente idéntico al de origen– por otro estos mismos capiteles fueron recortados en la parte que forma el intradós de la puerta, como queda claro mirando los ábacos incompletos o la figuración fragmentada en el lado izquierdo.
Mencionaremos más adelante otras alteraciones de la forma original de la puerta, pero como decíamos, otras rarezas se nos aparecen como propias de su factura inicial. destaquemos de entrada el contraste estético entre las cinco arquivoltas y sus soportes, tan acusado que es muy probable que, como planteó M. Macià, procedan de contextos distintos, acoplados forzadamente en el remontaje de época gótica. Las arquivoltas, ligeramente apuntadas, están recubiertas con decoración exclusivamente geométrica, con formas quebradas en zigzag con distintas orientaciones y boceles seguidos o anillados. Este tipo de repertorio es el que, en el contexto catalán, sugiere la relación con la escultura de área leridana y empuja la cronología hacia las décadas centrales del siglo xiii. Sin embargo, los diseños de la puerta barcelonesa no coinciden con los leridanos y obligan a rastrear en un radio de relaciones más amplio y a constatar la difusión europea de estas fórmulas alrededor del 1200. Es en este contexto donde toma sentido la propuesta de J. Bracons de anotar las similitudes con las puertas del duomo de Génova, no determinantes pero sugestivas en la medida que aluden también a otros aspectos, alguno tan singular como la extrema longitud y la esbeltez de las seis columnillas exentas, con fuste de dos piezas. de no ser por sus proporciones excesivamente alargadas, se llegaría a pensar que, junto a sus basamentos acanalados, son mate riales antiguos reutilizados, más cuando dos de ellas –las más interiores– están recubiertas de acanaladuras clásicas. nada de ello es común en el románico catalán, ni en ámbito leridano, ni en otros, y podría añadirse a los argumentos en contra de la factura catalana de la obra, a favor de la cual pesan poderosamente, sin embargo, algunas de las características de los capiteles colocados sobre estas columnas y también sobre los pilares angulares que las separan, legibles unitariamente a modo de friso escultórico continuo, aunque manipulado para estrecharlo y hacer encajar encima suyo unas arquivoltas menos amplias.
así como sorprende el distinto diseño de la acanaladura de las dos columnas interiores, lo hace aún más la asimétrica acumulación de todos los capiteles figurativos en el lado izquierdo de la puerta, en tanto que el lado derecho es de temática exclusivamente vegetal. Este curioso desequilibrio haría dudar de la coherencia creativa del conjunto esculpido si no subrayásemos al mismo tiempo la correspondencia de formatos y dimensiones entre los dos lados, o nexos comunes como el mismo diseño de ábacos punteados. Incluso el único capitel vegetal del lado izquierdo, manifiestamente distinto de los del derecho, remite a paralelos catalanes coincidentes. La completa serie de la derecha está formada por capiteles corintios con punzantes hojas de acanto de extremo pro minente, con un marcado juego de claroscuros a base de profundas hendiduras hechas con trépano, a veces en largas acanaladuras y en estrías paralelas. Su aspecto marcadamente clásico remite a algunos de los capiteles de la mencionada puerta de mármol del claustro de la catedral de Tarragona que, sin ser idénticos, coinciden poderosamente con los barceloneses en material, técnica y aspecto general. En ambas obras comprobamos la importancia de la imposta continua, también vegetal y con palmetas hendidas que puntualmente se enroscan adoptando formas redondeadas, más pequeñas y delicadas en Barcelona, donde los tallos de las hojas terminan en bellotas o en diminutas y delicadas cabezas de pájaro o felino, además de cabezas humanas ubicadas en algunos de los ángulos prominentes del friso.
Pero los capiteles de Tarragona no son el único referente para los corintios de la catedral de Barcelona, sino que, a pesar del cambio de material y conservación, es necesario constatar su coincidencia aún más notable con algunos capi teles del claustro de Sant Pere de Galligants, en Girona, así como con los en general más modestos del claustro barcelonés de Sant Pau del Camp, unidos en una familia estilística que ya fue perfilada por J. Camps e I. Lorés y a la que corresponde una cronología dentro del último cuarto del siglo XII.
allí vemos el mismo tipo de hojas de acanto estriadas y punzantes, y también un detalle que aparece en las puertas de las dos catedrales, el de los ábacos con una fila de puntos hecha con trépano y situada entre dos hendiduras horizontales. La asociación es tanto más significativa en cuanto alude también a otros aspectos de la puerta barcelonesa, empezando por el único capitel vegetal del lado izquierdo, el más exterior, con dos niveles de hojas lisas giradas hacia fuera y con frutos redondeados colgando de sus extremos, estriados en el nivel bajo, granulados en el superior, un tema que aparece tanto en Galligants como en Sant Pau del Camp. En este último encontramos puntos de referencia para valorar el capitel catedralicio situado más a la derecha –el único con hojitas en el ábaco en lugar del trepanado de los demás– cuyas formas más blandas y enlazadas y más alejadas del corintio clásico se aproximan discretamente a una familia de capiteles catalanes que incluye otras piezas barcelonesas, en Sant Pau y en el Palacio Episcopal, y otras más alejadas, en Sant Martí Sarroca (alt Penedès) o en Camarasa (noguera). Sant Pau del Camp ofrece también sintomáticos paralelismos en el terreno figurativo, aunque siempre con un aspecto subordinado respecto de la catedral, donde las resoluciones son siempre de mayor nivel.
La figuración abunda en el lado izquierdo de la puerta catedralicia, y recubre tanto los cuatro capiteles restan tes –dos sobre columnas y dos sobre los pilares angulares entre ellos– como el pseudocapitel sobre las jambas y bajo el dintel, como las impostas sobre todos ellos. Pero una vez más nos falta claridad y coherencia, ahora en el plano significativo. El tema narrativo más inequívocamente identificable es la anunciación visible en el capitel cercano al dintel y artificiosamente pegado a él. María en pie levanta la mirada y la mano derecha hacia las alturas, sin prestar mucha atención al ángel frente a ella, también con la cabeza inclinada hacia arriba, con la diestra alzada en acto de bendecir y con un cetro cruciforme sostenido con la otra mano, una singularidad iconográfica que debe ser destacada. Menos evidente, pero también relevante, es el hecho que los dos personajes no están o no estaban solos en la cesta del capitel. Una visión acercada en el ángulo correcto permite detectar la presencia de un tercer personaje situado detrás del ángel, en la cara contraria a la que ocupa María. aunque aparentemente es imberbe, el gesto de apoyar la cabeza inclinada en una mano se corresponde con el propio de san José en las anunciaciones que lo incluyen. además de la perspectiva iconográfica que la cuestión abre, reaparece el tema de las manipulaciones del conjunto dada la colocación del capitel en una situación distinta a la que previó su autor.
Como observó M. Macià, ocurre lo mismo con el segundo capitel en principio exento. En sus dos caras visibles vemos a cuatro figuras en pie con largas túnicas, y su identificación sería compleja sin el nombre de JOB inscrito en la filacteria en manos del más interior. Job debe de ser el único barbado del conjunto, que levanta las manos, atadas y unidas en oración casi en el ángulo visible del capitel. Sus tres acompañantes elevan rostro y manos en gesto de súplica o inclinan la cabeza mostrando su pesar, bien claro en el que apoya la mejilla sobre la palma, a la manera de un san Juan de Calvario. a ellos hay que añadir, como decíamos, al menos a un personaje más, cuya presencia se entrevé en la cara hoy casi invisible.
El resto de las imágenes se aleja de la narración temática y se mueve en el campo de los elementos simbólicos, de fon do moralizante y fuerte componente ornamental. El primer pseudocapitel de pilar, empezando por la izquierda, muestra una composición simétrica con dos aves monstruosas de garras enormes y rostros terribles que exhiben su dentadura apretada y se giran hacia dos cabezas similares que surgen de los extremos de sus colas peludas, entrelazadas en el vértice del capitel. El segundo pilar está coronado por otro pseudocapitel de dos caras; en una vemos otra de esas convencionales imágenes del mal y el pecado, otro monstruo también alado y con garras, pero esta vez con una piel escamosa que recubre tres gruesos y largos cuellos con sendas cabezas de fauces entreabiertas. Este fantástico animal se enfrenta esta vez a un guerrero con casco, escudo, espada y larga cota de malla que recubre una túnica de extremo ondulante. Una versión del mismo tema, tan cercana que exige una confrontación ya detectada, se encuentra en el claustro de Sant Pau del Camp, donde podemos señalar además el parecido entre la gruesa serpiente de la tentación de adán y Eva y los diversos cuellos del monstruo catedralicio, a pesar de que en el monasterio todo resulta más sumario y se pierden las delicadas texturas de las escamas y la cota metálica que el mármol conserva.
Si el virtuoso caballero parece enfrentarse enérgicamente contra el mal, la figura humana aparece derrotada, como pecador castigado, en el capitel de la jamba bajo el dintel. Se trata de un hombre semidesnudo a quien arrastra por el brazo un demonio o monstruo antropomorfo de dientes feroces y recubierto de pelo, que se repite, en la versión gótica del tema, detrás del condenado. En la otra cara de la pieza, correspondiente al intradós de la puerta, aparece una magnífica sirena-pájaro, con grandes garras y alas como los otros monstruos pero con bella cabeza femenina de larga cabellera. Por detrás de su cuerpo surge un nuevo cuello escamoso acabado en una cabeza animal que debía de morder el brazo a alguien de quien solo conservamos una mano y un elemento roto en la parte baja. También en la imposta situada sobre esta pieza vemos una similar fractura: el relieve acaba cortando limpiamente un animal del que queda solo el hocico y una garra, más o menos simétricos a los del monstruo que tiene enfrente, de nuevo alado y con cola peluda. Tras él cubre el ángulo de la imposta otra sirena-pájaro, de alas extendidas y cuerpo plumoso, seguida por dos nuevos animales, un ave de rostro canino con la lengua hacia afuera y, en el extremo extrañamente recortado para dejar paso al fuste de la columna, aquella versión gótica de zoología imaginaria ya mencionada, acorde con los modelos románicos pero nítidamente diferenciable.
de regreso al friso figurado que recorre la imposta sobre los capiteles altos, veremos allí la continuación de la temática de castigo de pecadores, empezando por leones alados que devoran tanto figurillas humanas como otros animales. Tres imágenes femeninas de rostro muy similar sugieren de forma distinta pero complementaria el recurrente pecado de la lujuria. La más grande es una bella y tentadora sirena con larga, sinuosa y escamosa cola de pez. Su inactividad parece complementarse con la reaparición de su rostro en el torso de mujer que agarra por el cuello y la cabeza a la figura tumbada de un hombre derribado, probablemente el pecador lujurio so, no sabemos si tendido en brazos de su amada o derrotado por la doble del monstruo marino, que M. Macià propone identificar con Eva. La personificación del pecado de la carne aparece aún en la convencional imagen de la mujer desnuda a quien muerden los pechos el batracio y la serpiente. Completan esta lectura de derecha a izquierda cinco dinámicas aves ubicadas en el último tramo de la imposta.
El último de los capiteles si prescindimos, claro está, de los añadidos góticos, ya que en los dos extremos hay un fragmento suplementario de imposta, ahora con temática vegetal entre boceles, que cubre los dos capiteles también añadidos en el punto de descarga de las molduras del gablete. Mientras que el lado derecho del capitel es a base de hojas carnosas co mo las que pueden verse en zonas cercanas de la catedral, el de la izquierda muestra tres figuras, una mujer con palma y libro y dos hombres barbudos, que con sus gestos y mirada hacia la altura parecen querer imitar a los personajes de uno de los capiteles románicos. Tanto su estilo, de buena calidad, como el de la figura del Varón de los dolores que centra el gablete, deberían ayudarnos a orientar la fecha en que se realizaron estos complementos, que no es descabellado relacionar con el momento de remontaje y rediseño de la puerta, del cual no tenemos documentación precisa. Bassegoda mencionó la noticia inédita de la compra de herrajes y maderas para la puerta del claustro en 1375, pero no es seguro que eso se refiera a algo más que a un cerramiento mueble. Podría pensarse lo mismo de la documentación publicada por M. R. Terés que menciona la compra, en verano de 1402, del portal que mete men lo claustre al canónigo Berenguer de Matamala, pero el hecho que el dato aparezca rodeado de noticias sobre cantería y construcción cuyo objetivo es fer lo portal de la claustra, abre la perspectiva sobre la posibilidad que sea entonces cuando se estaba colocando, ajustando y cerrando el portal marmóreo o que, al menos, se esté completando entonces una operación comenzada en un incierto momento anterior.
Recordemos también que, según Carreras i Candi, en septiembre de 1386 se terminó la bóveda del portal del claustro, un dato impreciso que podría aludir al crucero inmediato a la puerta, pero no a la bóveda del claustro frente a ella. En cualquier caso, es evidente que para poder precisar el desarrollo de la operación deberían tenerse en cuenta las características y las fechas de los distintos sectores de la catedral gótica que afectan la obra, sea el brazo del crucero, sean las bóvedas y capillas del claustro, con una constante agregación de elementos que revelan sus superposiciones y desencajes, significativos en la lectura del monumento. así, viendo como las impostas añadidas se superponen a estructuras preexistentes, o como las hojas del gablete colocado sobre las arquivoltas ocultan las ménsulas de la moldura que cierra el muro, en el cual recae una bóveda de avanzado el siglo XV, nos damos cuenta de la necesidad de un minucioso análisis material del conjunto por ahora pendiente, en el que cabría tomar también en consideración el uso de elementos marmóreos también por los maestros góticos, tanto en los elementos figurativos ya mencionados, como en algunos elementos arquitectónicos, especialmente en la zona del basamento izquierdo.
Este uso y aprecio del mármol, que se combina con la omnipresente piedra de Montjuïc en una construcción gótica que se levanta cuando ya se han agotado los materiales de saqueo de los despojos romanos, vuelve a darse en la puerta de Sant Iu, en el extremo opuesto del transepto de la catedral. Tanto la combinación arquitectónica de las dos piedras como, sobre todo, los grandes relieves marmóreos de filiación aún no resuelta plantean nuevas incógnitas y nuevas vías de investigación al tema de la reutilización en la catedral gótica de elementos existentes en la fábrica que se iba substituyendo.

Capilla de Santa Llúcia (antes de las Once Mil Vírgenes)
La Capilla se alza en la esquina formada por las calles del Bisbe y de Santa Llúcia, en el interior del recinto catedralicio, muy cerca de la Casa de l’Ardiaca, el Palau del Bisbe y la muralla romano-condal.
Los orígenes y promoción de la capilla se vinculan al obispo Arnau de Gurb (1252-1284), arcediano de la catedral desde 1244, consejero de los reyes Jaime I y Pedro el Grande y promotor del vecino Palacio Episcopal. En 1257 Arnau solicitaba al capítulo episcopal la cesión de un espacio para la construcción de una capilla dedicada a la Virgen, Santa Quiteria, las once Mil Vírgenes, santa Ágata y santa Lucía, con el tiempo será esta última la que se alce con la advocación principal. Terminada en 1268, Josep Mas consideró que el solar cedido por los canónigos había sido antes bodega, muy cercano a la antigua necrópolis de la catedral; aunque algunos la creen anexa al Palacio Episcopal, también pudo ser un edificio exento integrado más tarde en el claustro catedralicio. Mantiene bien su estructura original, con planta rectangular cubierta por una bóveda de cañón apuntada que comunica con el claustro gótico. El aspecto actual del edificio es fruto Vista general de la restauración acometida por August Font en 1891, que suprimió además un coro alto de cronología moderna.

Bajo un arcosolio apuntado del muro meridional se instaló la lauda del sepulcro gótico del obispo Arnau de Gurb (†1284), fue descubierto tras retirar el altar de San Lorenzo y restaurado durante la intervención de August Font. En el mismo muro existió un nicho posteriormente clausurado y un espacio destinado a sacristía. El muro septentrional acoge los enterramientos del caballero Jaufred de Santacoloma (†1319) y del canónigo Francesc de Santa Coloma (†1347).
El aparejo de la construcción es bastante uniforme, con sillería bien escuadrada organizada en hiladas que contribuye a ofrecer una sensación de sobriedad y solidez característica de la arquitectura cisterciense del siglo XIII. En el exterior del muro meridional se aprecian bloques con marcas de cantero.
También advertimos la traza de lo que parece un antiguo acceso, supuestamente tapiado en 1821, formado por un arco de medio punto apoyado sobre un sólido dintel soportado por jambas. El tímpano se decoró con un relieve del Agnus Dei inscrito en el interior de un círculo, aparece de perfil e incluye un nimbo crucífero y una vara rematada por una cruz griega apoyada sobre su pata delantera. La talla goza de cierto detallismo en la cabeza y vellón. La representación del cordero místico cuenta con una larga tradición en el románico catalán, y alude al sacrificio de Cristo, base de la Iglesia triunfante y esperanza de salvación. Para Duran i San Pere este acceso cegado comunicaba la capilla con el palacio episcopal antes de abrir la calle del Bisbe. Pero tal hipótesis, retomada por Emma Liaño, fue descartada por otros autores, planteando el simbolismo del Agnus Dei como recordatorio de la tumba del obispo Arnau.
La fachada occidental presenta un ventanal sustituido por un óculo y una espadaña muy alterada por la restauración. Parece mantener la fábrica de mediados del XIII, aunque según señaló Golferichs i Losada (1891), en 1842 una bomba caygué en lo campanar, trencant la clau del finestral y desnivellant la volta de la porta, essent tanta sa pressió, que trencà los capitells del dintell y una columna. El hecho explicaría la presencia de tres columnas de nueva factura, así como el dintel y el tímpano instalados hacia 1900. Las jambas soportan un dintel con un tímpano semicircular recorrido por cuatro arquivoltas –abiertas en derrame hacia el exterior– enmarcadas por una moldura a modo de guardapolvo que apoyan sobre un friso continuo de capiteles e impostas. Media docena de pilares y cuatro columnas descansan sobre altos zócalo adaptados a los escalones de ingreso.



Capiteles lado izquierdo
 

Detalle del capitel 

Capiteles lado derecho 

El guardapolvo se decora con hojas y tallos. Las arquivoltas presentan boceles lisos, motivos zigzagueantes, vegetales y zoomórficos (un cuadrúpedo atacado por otro, aves y un león). En el friso distinguió Agustí Duran i Sampere hojas de roble, anémonas, agrimonias, helechos y otras gramíneas, al estilo de la escultura naturalística de la Ile-de-France y otras facturas francesas de fines del siglo XII e inicios del XIII. Los capiteles presentan dos cuadrúpedos diversos, bustos humanos, una anunciación y una Visitación. El arcángel Gabriel aparece sin alas y con el cuerpo ligeramente inclinado hacia la Vir gen, a la que se dirige con la diestra alzada y señalando con el índice hacia el cielo. María también levanta la mano derecha y sostiene un libro con la izquierda. La portada occidental de la capilla de Santa Llúcia presenta formas características del último románico aunque incorporando elementos góticos. En su conjunto presenta gran unidad constructiva deudora de un único proyecto secundado por Arnau de Gurb, que antes de 1257 viajó a París, Corbeil y Clermont-Ferrand.

Báculo del obispo Arnau de Gurb
En el interior del sepulcro de su promotor se encontraron diversos fragmentos textiles y la parte superior de un báculo de 27 cm de alto y entre 9 cm y 3 cm de anchura, ejecutado en cobre sobredorado. El remate superior perfila un dragón que muerde su propio cuerpo, trazando una circunferencia que no llega a completarse. El cuerpo del animal presenta escamas y está flanqueado por pequeños dientes sobresalientes. Su cabeza tiene hocico y orejas alargadas. La pieza ha sido asociada con talleres catalanes que heredaron fórmulas y repertorios derivados de las manufacturas de Limoges. También se han señalado los paralelismos con trabajos en hierro forjado de la Cataluña meridional y el Rosellón. no parece claro que estemos ante el báculo usado por el propio obispo. Gudiol i Cunill lo asoció al de la tumba de Sant Bernat Calvó, objetos representativos de la dignidad del egregio difunto y no simples piezas litúrgicas.

Sepulcro del obispo Arnau de Gurb 

Fragmentos de tejidos del sepulcro del obispo Arnau de Gurb
El periplo recorrido por los tejidos hallados en el interior del sepulcro de Arnau de Gurb fue reconstruido por Dorothy Sheperd en un artículo de 1978. En el momento de su hallazgo fueron completamente menospreciados por los operarios, aunque fueron adquiridos por Ramon de Montaner i Vila, seleccionando las partes en mejor estado y desprendiéndose de los fragmentos más deteriorados, que fueron a parar a la colección de Francesc Miquel i Badia. a su muerte fueron adquiridos por J. Pierpont Morgan, formando parte de la donación realizada al Smithsonian Cooper Hewitt national Design Museum de Nueva York en 1902.
Los dos fragmentos de Montaner i Vila pasaron a la colección de su hija y su yerno Ricard Campmany, y fueron vendidos tras su fallecimiento en 1966. Uno de ellos fue adquirido por el gobierno español y depositado en el Museo arqueológico nacional, siendo troceado posteriormente e ingresando la otra mitad en el Museo nacional de arte Hispano-Musulmán de Granada. a este respecto, también conviene atender la versión de los hechos expresada por Joan Ainaud de Lasarte. actualmente, los fragmentos conservados se custodian en el Museo arqueológico nacional de Madrid (nº de inv. 1967/15), el Museo nacional de arte Hispano Musulmán de Granada (nº de inv. 6443), The Cleveland Museum of art y The Cooper Hewitt Museum de nueva York (nº de inv. 1902-1-218 A, B, C, D, E, F). Muestran una decoración a base de ocho medallones circulares, con escenas de zoomórficas y antropomórficas, además de cenefas y otros motivos decorativos: un jinete galopando junto a un lebrel, dos personajes afrontados y brindando bajo el árbol de la vida y un par de arpías afrontadas y separadas por un árbol. Irónicamente, los tejidos del obispo Arnau, contienen la inscripción en caracteres cúficos en torno a los medallones: “no existe más dios que alá”. Las cenefas intercalan pequeños medallones con figuras humanas, grifos, gacelas y pavos reales.
El tejido –datado hacia el segundo cuarto del siglo XIII– utiliza la técnica del tapiz aplicado sobre un simple tafetán de base, una serie de puntadas revelan que fue cosido a la mortaja del obispo Arnau. Manuel Gómez Moreno filiaba la pieza en relación al cojín de la reina Berenguela de Castilla. Su significado debe interpretarse desde la iconografía islámica: la representación del Paraíso, el banquete celestial y el jinete como símbolos del más allá prometido al creyente.


Monasterio de Sant Pau del Camp
El Monasterio Benedictino de Sant Pau del Camp se halla en el corazón del barrio del Raval, en el espacio delimitado por las calles de Sant Pau, Tàpies y Abat Safont. En origen estaba emplazado en una planicie rodea da de campos de cultivo extramuros de la ciudad, de ahí la etimología de su nombre. En esta llanura extendida entre los contrafuertes de Montjuïc y la riera de la Rambla se erigió un primer templo dedicado a san Pablo, documentado en el año 985 en la delimitación de un alodio cedido a la catedral de Barcelona. Con todo, la historiografía es unánime en atribuir la fundación de Sant Pau del Camp al conde Guifré II de Barcelona (c. 874-911), que ordenó ser enterrado en el cenobio benedictino. La lápida sepulcral, descubierta en el año 1596 y hoy visible en la sala capitular del claustro, recuerda que su cuerpo fue enterrado bajo la tribuna, el 26 de abril del 911. El hecho de haber elegido Sant Pau del Camp como lugar de enterramiento en detrimento del panteón familiar de Ripoll, es un claro testimonio de la vinculación directa del conde con la fundación del cenobio barcelonés.
Probablemente la iglesia fundada por el conde Guifré II entre los años 879 y 911 fue víctima de la razia de Almanzor, acaecida en 985, que truncó el crecimiento de la comunidad monástica. Este hecho podría justificar la endémica ausencia de documentación de los años siguientes, en los que el monasterio de Sant Pau del Camp es mencionado tan solo en una confirmación de bienes de Sant Pere de les Puelles (991). Posteriormente, un documento del año 1022 habla de una porción de tierra situada in loco quod dicitur sanctus paulus apostolis trans civitatem, en el lugar denominado San Pablo, extramuros. a finales del siglo XI se inició la restauración del edificio y se instauró una nueva comunidad, unida al monasterio benedictino de Sant Cugat del Vallès. En la refundación del monasterio de Sant Pau del Camp tuvieron un papel protagonista Geribert Guitard y su mujer Rotlendis, cuyo patronazgo es refrendado por diversas noticias de carácter epigráfico y documental. así, en el año 1098 dotaron la iglesia y la unieron al mencionado cenobio vallesano, tal y como certifica la bula concedida dos años más tarde por el papa Urbano II, en la que se menciona “la iglesia de Sant Pau, extramuros de Barcelona, con el alodio que dieron Geribert y su mujer y con las cosas que ahora tiene y en adelante posea”. En otro documento de 1127 del cartulario de Sant Cugat, Geribert y Rotlendis, ya difuntos, constan como constructores ipsius ecclesie, de modo que debemos relacionarlos indiscutiblemente con la promoción directa de la obra. a ello cabe añadir la inscripción conservada en el sepulcro de la familia Bell-Lloc, que en el 1307 labraron en la tumba familiar del claustro la inscripción HIC IACENT MONASTERII FUNDATORES. Esta tumba acogía los despojos de Guillem de Bell-lloc, pero también de los fundadores Geribert Guitart y Rotlendis, a quienes consideraban antecesores su yos. La inscripción posee un gran interés documental, ya que confirma que ambos personajes fundaron este monasterio y lo ofrecieron a la iglesia romana el 3 de las calendas de mayo del año 1117 (GVIBBERTI GVITARDI ET UXORIS EIVS ROTLENDIS QVI HOC CENOBIV FVNDAVERVNT ET ROMA NE ECCLIE OBTVLERVNT III KLS MAY ANO M C XVII).



Vista general de la cabecera
 

Sant Pau del Camp no fue un priorato sujeto al monasterio de Sant Cugat del Vallès, sino que gozó siempre de plena autonomía bajo el amparo de la Santa Sede. En este sentido, la documentación conservada en el archivo de la Corona de Aragón aporta algunos datos sobre la emergente comunidad, que osciló entre cinco y ocho monjes. El cenobio estaba dirigido en el 1127 por el prior Ponç, que fue posteriormente destituido por el obispo y los prohombres de la ciudad debido a la mala administración de los bienes del monasterio.
Lo cierto es que entre finales del siglo XII y el último cuarto del XIV el monasterio aglutinó un patrimonio modesto que se tradujo en el dominio sobre diversas fincas y bienes vinculados al cenobio. Además del dominio alodial de las huertas que circundaban el edificio, el monasterio poseía importantes bienes en Montjuïc, cerca de la iglesia de Sant Fruitós (1253) formado por casas, viñas, así como diversas casas en la ciudad de Barcelona. Otro grupo importante de bienes se emplazaba en la parroquia de Sant Andreu de Palomar, alrededor de Vilapiscina (1277). Fuera de la ciudad de Barcelona, poseía la cuadra y el territorio de Cantallops, en el término de Avinyolet del Penedès (1296), la masía de Ramon d’Òdena, en Vilafranca (1296), y el mas Torama, de Montmell (1333) entre otros bienes de menor interés. El prior de Sant Pau del Camp ostentó también la administración del Hospital de Cervelló, de Olesa de Bonesvalls, que el 1328 pasó a la mitra del obispado de Barcelona.
Durante el siglo XIII Sant Pau del Camp fue sede habitual de los capítulos generales de la Congregación Claustral Tarraconense, en la cual estuvo integrada desde sus orígenes.
La joven comunidad prosiguió su andadura durante la primera mitad de la centuria siguiente, en la que se documentan un gran número de donaciones. Las necesidades de la comuni dad, integrada en el 1315 por diez monjes, hizo necesaria la construcción de una nueva sala capitular y dormitorio en el año 1318. Por otro lado, a finales del siglo XIV se llevó a cabo la construcción de un nuevo circuito de murallas, de modo que Sant Pau del Camp quedó finalmente integrado en el recinto amurallado.

Planta del monasterio de Sant Pau del Camp, en 1858, según Miquel Garriga i Roca. "Quarterons", núm. 88 (detalle). Archivo Histórico de la Ciudad de Barcelona. 

El 1577 el papa Gregorio XIII decretó la unión del monasterio a la abadía de Montserrat, integrada entonces a la congregación castellana de San Benito el Real de Valladolid. No obstante, la oposición de los monjes de Sant Pau y de la Congregación Claustral hizo que el Papa anulara la unión el 1593.
Posteriormente, en 1617, se unió definitivamente al monasterio de Sant Pere de la Portella (Berguedà). En 1672 el monasterio Sant Pau del Camp se convirtió en la sede del colegio-noviciado de la Congregación Claustral Tarragonense, y a inicios del siglo XVIII (1710-11) el abad Soler edificó una nueva residencia abacial. La comunidad abandonó definitivamente el cenobio en 1835 tras la ley de desamortización que llevó a la exclaustración. La iglesia fue erigida entonces en parroquia y los edificios monásticos en escuelas (1842) y en caserna militar (1855-90). Un grupo de ciudadanos encabezados por el escritor Víctor Balaguer consiguió que el conjunto fuera declarado monumento nacional el 1879. Entre 1896 y 1907 se emprendieron diversas campañas de embellecimiento y consolidación del conjunto dirigidas por el arquitecto Francesc de Paula Villar.

La iglesia y el portal esculpido
En la actualidad, la iglesia y el claustro son los únicos elementos que se han conservado íntegramente del conjunto monástico del Sant Pau del Camp. A ello cabe añadir algunas dependencias monacales, notablemente transformadas por las diversas intervenciones de época moderna. Las advocaciones tradicionales del templo eran san Pablo, Santiago y san Nicolás. a finales del siglo XIII hay donaciones al altar de Santa Maria (1274) y más tarde al de san Benito (1396).
Se trata de una iglesia de una sola nave, transepto marcado en planta y cabecera triabsidal, cuya tipología planimétrica puede vincularse en planta con la iglesia de Santa Maria de l’Estany (consagrada en el 1133) y en alzado con Sant Ponç de Corbera. No en vano, en la iglesia de Sant Pau hallamos una planta irregular, notablemente descentrada respecto el eje de la nave en el tramo de los pies. En el interior, la nave soporta una airosa bóveda de cañón que prescinde de pilares y fajones y arranca de una moldura biselada, bajo la cual discurre un friso con arcuaciones ciegas de factura moderna que probablemente imitan el léxico arquitectónico original.


Interior
 

En el exterior, la cabecera de la iglesia ostenta decoración del mismo tipo, con un friso corrido de arquillos ciegos en los absidiolos y arcuaciones delimitadas por lesenas planas en el ábside central. Se trata de una estructura sumamente singular, que tiene parangón en la vecina iglesia de Sant Llàtzer, situada al suroeste del barrio del Raval. El recurso es empleado de nuevo en la fachada oeste del transepto y en el hastial occidental, donde las arcuaciones adquieren una mayor monumentalidad. El templo se ilumina, al interior, mediante cinco sencillas ventanas de medio punto: las tres axiales de la cabecera, y las dos situadas en el paramento de la fachada occidental.
Mayor interés ofrece la cúpula semiesférica sobre trompas del crucero, que tiene su mejor paralelo en la mencionada iglesia de Santa Maria de l’Estany (1133).
En el tambor de la cúpula se abren cuatro ojos de buey que perforan el cimborrio octogonal, a los que hay añadir otro óculo de mayores dimensiones situado en el frontispicio occidental. El resto de la volumetría externa se completa con la presencia de un matacán que protege la puerta y una espadaña de factura barroca situada sobre la fachada oeste del cimborrio. Entre la nave y el brazo norte del transepto se construyó en época moderna la capilla del Santísimo, destruida durante las campañas de restauración y embellecimiento del edificio de inicios del siglo XX.

Por último, conviene señalar que el Museu diocesà de Barcelona custodia una imagen gótica de la Virgen tallada en madera de álamo (inv. 268) con restos de policromía y dimensiones importantes (60 x 27,5 x 19 cm). Las semejanzas con otras tallas de similares características –como la Virgen de la Leche de Montblanc– sitúan la pieza en un marco cronológico próximo a finales del siglo XIII.

Portada 

El acceso al templo se resuelve mediante un cuerpo saliente donde se abrió la puerta adintelada, coronada por un tímpano historiado en relieve. Consta de dos columnas con capiteles a cada lado de las jambas que sustentan dos impostas decoradas con bajorrelieves, de las que arrancan la arquivolta lisa y los arcos moldurados. a su vez, el arco exterior presenta una profusa ornamentación con relieves de medias bolas, cabezas humanas y animales. Para la articulación de la portada se aprovecharon elementos de tradición tardoantigua –capiteles corintios de mármol e impostas decoradas– datados tradicionalmente entre finales del siglo VI e inicios de la centuria siguiente. asimismo, sobre los capiteles se extiende una imposta con decoración de círculos con figuras geométricas, flores y una cruz patada.

Uno de los elementos que confiere mayor excepcionalidad al edificio es el dintel que preside la puerta de acceso. Se trata de una pieza de notables dimensiones (2,50 x 0,37 m) decorada con una cruz griega inscrita en el interior de dos círculos, con el alfa y la omega y flanqueada por dos inscripciones que aluden a las dos figuras representadas en el tímpano: Pedro (SCS PETRVS) y Pablo (SCS PAVLVS). Por otra parte, el perímetro del dintel presenta un marco rectangular en la que se labró una inscripción de sumo interés que alude a una donación efectuada por un personaje denominado Renard para la construcción del templo: HAEC DOMINI PORTA VIA EST OMNIBUS HORTA/ IANVA VITE PER ME GRADIENDO VENITE/RENARDUS Q(UI) P(ER) SE (E)T ANIMA VXOR EIUS RAIMUNDA MISIT IN HAC AULA MOABITINOS VII (Esta puerta del Señor es la vía abierta a todos, Soy el portal de la vida; venid pasando por mí. Renard, que para él y por el alma de su esposa Ramona, donó siete morabetinos para hacer esta iglesia). Según Puiggarí, la inscripción del dintel hace referencia, con una ligera variante en el nombre y la omisión de alguna letra, a los mismos personajes de la inscripción de la tumba de Guillem de Bell-Lloc, es decir, Geribert y Rotlendis, fundadores del monasterio. No obstante, las diferencias epigráficas son suficientemente amplias como para afirmar que no se trata de una donación efectuada por los fundadores, sino por dos posibles favorecedores de la iglesia (Renard y Ramona).

Tímpano de la portada principal. Cristo entre San Pedro y San Pablo. 

El tímpano está presidido por la figura de Cristo en majestad, nimbado y sentado en el trono, rodeado por las figuras de los apóstoles Pedro, a su derecha, y Pablo, a la izquierda. Se trata de la representación de la Traditio legis, un tema iconográfico bien conocido en época paleocristiana y que tuvo una extendida difusión en los siglos del medievo.
Los apóstoles, descalzos y vestidos con túnica ceñida al cuerpo, realizan una genuflexión ante la divinidad. El modelo formal de la escena parece tomado de representaciones profanas vinculadas con la liturgia imperial, en concreto con algunas composiciones en las que el emperador es representado entregando un cargo de poder, simbolizado con la entrega del rotulus. En cualquier caso, la colocación de Pedro a la derecha de Cristo no parece fortuita, sino que responde al interés por destacar el papel protagonista del apóstol en la formación de la Iglesia. Según el esquema habitual, Cristo entrega las llaves de la Iglesia a san Pedro, mientras que san Pablo recibe las leyes, evocadas por la filacteria lamentablemente perdida. Es sabido que la Traditio legis fue un tema recurrente en el arte paleocristiano y bizantino, que adquirió notable popularidad en la plástica románica. al ejemplo de Sant Pau del Camp, cabe añadir la representación del mismo tema que se exhibe en un capitel del claustro de Sant Cugat del Vallès, así como en el tímpano de Sant Pol de las Abadesses, de finales del siglo XII. Fuera del territorio peninsular la Traditio legis aparece en una gran variedad de soportes artísticos (pinturas murales, miniaturas, esmaltes), entre los que es preciso mencionar los tímpanos de Saint-Pierre de Sevignac y Saint-Pierre de Tasque (Francia), las puertas de San Michele de Pavía y San Pietro de Somaldi de Lucca (Italia), y los frescos de Berzé-la-Ville (Borgoña, Francia) y de Rasted, en Dinamarca.

La inclusión de este tema en el tímpano evoca implícitamente a la Jerusalén Celeste, a la vez que enfatiza el papel de la Iglesia como depositaria del camino de la Salvación mar cado por Cristo. En el caso del portal de Sant Pau del Camp, la exhortación del dintel alude decididamente al carácter de la puerta como tránsito a la vida eterna, que los benefactores del monasterio Renardus y Raimunda anhelan alcanzar mediante la dotación del monasterio. Debemos recordar, en este sentido, que autores románicos como Hugo de Fouilloy o Guillermo de Saint Thierry evocaron la puerta del templo como lugar de tránsito a la Revelación. Este mensaje escatológico fue transmitido a través de numerosas inscripciones epigráficas que se conservan en algunas portadas de Cataluña, Navarra y Aragón, como Santa Cruz de la Serós, la ermita de Puilampa y San Pedro de Armentia.

En el plano compositivo y estilístico, la concepción de las figuras del tímpano de Sant Pau del Camp recuerda ciertas formas de la producción de los talleres escultóricos que trabajaron en los claustros de Girona y Sant Cugat del Vallès, ejecutados por Arnau Cadell y su taller entre finales del siglo XII e inicios del XIII.
En el mismo espacio estilístico se sitúa la portada de Sant Pere d’or de Santpedor, que comparte ciertos rasgos –disposición paralela y ondulante de los plegados– con el portal barcelonés. a pesar de la existencia de ciertas semejanzas, especialmente compositivas, es difícil pensar en una relación directa entre estos conjuntos, sino más bien en la superficie de interacción que compartieron diversos talleres a finales del siglo XII, que trabajaron a partir de referencias visuales comunes y repertorios técnicos e iconográficos semejantes.
Enmarcando la portada, los símbolos antropomórficos y alados de los evangelistas acompañan la Traditio legis del tímpano. En las enjutas emergen los símbolos de Mateo (MATEVS) y Juan (IOHS), mientras que en las ménsulas que sostienen la arquivolta externa se tallaron las imágenes de Lucas (LVCAS) y Marcos (--). Culmina el ciclo la Dextera Domini, esculpida en el eje axial de la portada.

El resto de volumetría externa de la portada se completa con la ya mencionada decoración de arcuaciones ciegas que se disponen a dos alturas, una junto al óculo superior y otra a la altura del saliente de la portada, ambas decoradas con cabezas humanas, animales y motivos vegetales estilizados.

En el tratamiento de los muros se hace evidente la existencia de dos tipologías de paramento que debemos atribuir a dos secuencias constructivas. así, mientras en la cabecera, el cimborrio, los muros de la nave y el registro inferior del hastial occidental apreciamos un aparejo homogéneo, en sillería de pequeño tamaño muy bien escuadrada y perfectamente asentada, el registro superior de la fachada occidental y el cuerpo sobresaliente de la portada presentan sillares de mayo res dimensiones, cuidada estereotomía y factura sólida. Todo ello nos lleva a proponer una primera secuencia constructiva del tercer decenio del siglo XII, en la que se erigió el actual templo de nave única, cimborrio sobre transepto y cabecera triabsidal. Esta fecha se ajusta favorablemente al mencionado documento del 1127, en el que Geribert y Rotlendis, ya difuntos, constan como constructores de la iglesia. Probablemente, en los últimos decenios del siglo XII se llevó a cabo una importante intervención en el hastial occidental. Esta consistió en el revestimiento de la fachada original –que quedó disfrazada bajo el nuevo lienzo– con el doble nivel de arcos ciegos y canecillos esculpidos, a lo que cabe añadir la articulación del cuerpo saliente con el portal esculpido.

El claustro
El claustro conserva sus cuatro galerías románicas y algunos vestigios de las dependencias monacales que se proyectaron para la vida de la comunidad benedictina, aunque la mayor parte de los ambientes han sido muy alterados.
Desde fechas tempranas la historiografía ha incluido la escultura del claustro de Sant Pau del Camp en la corriente escultórica que tuvo lugar en Cataluña a finales del siglo XII e inicios de la centuria siguiente, en la que la puerta de la catedral de Barcelona, algunos elementos del Palacio Episcopal, así como la iglesia del castillo de Camarasa (Balaguer, Lleida) y Sant Martí Sarroca (Penedès), esta última consagrada en 1204, participan en distintos grados. Lo cierto es que tras el análisis de la escultura del claustro, se advierte la presencia de un taller conocedor de pautas típicamente cistercienses, perceptible en el rigor arquitectónico y austeridad plástica de sus capiteles frecuente en empresas erigidas en torno al 1200 o principios del siglo XIII, marco a partir del cual hay que situar el inicio de las tareas de la construcción del patio. La refinada fronda vegetal, de brotes entrelazados y hojas de acanto parecen encontrar afinidad en algunos capiteles de Sant Pere de Galligants (J. Camps, 1995) y Sant Daniel de Girona (que puede fecharse dentro de las primeras décadas del siglo XIII). Asimismo, la escultura del cenobio barcelonés mantiene ciertas concomitancias –más bien de repertorio que formales– con la escultura del portal del claustro de la catedral de Barcelona y del Palacio Episcopal. En este último se hacen más evidentes los puntos de contacto, con capi teles vegetales de ascendencia corintia que reproducen las austeras composiciones de Sant Pau del Camp. No en vano, el parentesco de las obras barcelonesas con los capiteles del claustro debe achacarse al conocimiento de fuentes comunes, y no a la producción de un mismo taller como han sugerido algunos autores (J. Ainaud, J. Gudiol, F. P. Verrié, 1947). Probablemente el claustro fue iniciado tras la culminación del portal occidental, por un taller familiarizado con el lenguaje arquitectónico y decorativo del círculo artístico mencionado, lo que proporciona para su arranque una fecha hacia el año 1200 o en las primeras décadas del siglo XIII. 



Desde la iglesia, se accede al patio a través de la sala capitular, erigida en el siglo XIV. Ubicado entre la nave y el brazo sur del transepto, el claustro presenta una estructura cuadrangular con cuatro galerías de columnas pareadas –ya sea exentas o bien adosadas a pilares– y cuatro arcos polilobulados por banda que apoyan en capiteles troncopiramidales.

Contrariamente a lo que viene siendo habitual en los patios catalanes, las columnas sostienen arcadas trilobuladas en las pandas norte y sur, y de cinco lóbulos en las este y oeste. Se trata de un recurso de sabor islámico que tuvo un gran desarrollo en la arquitectura andalusí y mudéjar –con ejemplos notables en la mezquita de Córdoba y en la Alfajería de Zaragoza–, cuya presencia en Sant Pau del Camp denota un alto grado de conocimiento de los repertorios ornamentales hispano-musulmanes. Aparece de forma esporádica en territorio catalán (cornisa que recorre el exterior del claustro de la catedral de Tarragona, puerta de la Anunciata de la Seu Vella de Lleida, arquitectura pintada del frontal de Avià), y adquiere una mayor difusión en la arquitectura románica castellana (ventanales de Navas de Bureba, portada de Gredilla de Sedano, capilla de la Asunción del monasterio de las Huelgas). A los ejemplos mencionados cabe añadir la ventana absidal de la iglesia de Valgañón (La Rioja), que presenta notables analogías con las arcadas trilobuladas de Sant Pau del Camp.
Por otro lado, los arcos están encuadrados en el interior de la galería por una banda en zigzag, un motivo que se repite en el ángulo interior del pilar nororiental, enmarcando una columna, y también en uno de los cimacios del costado oriental del claustro. Este recurso aparece en la puerta del claustro de la catedral de Barcelona y en los restos escultóricos del Palacio Episcopal, así como en otros conjuntos situados tradicionalmente en la órbita de Sant Pau del Camp como Sant Martí de Sarroca y Sant Miquel de Camarasa, que presentan la misma solución.

Las arcadas descansan sobre dos pares de columnas con capiteles de forma troncocónica invertida en los que predomina la temática de carácter vegetal, que abarca del corintio de gusto antiquizante al decorado con entrelazos. nos encontramos ante un repertorio poco variado, en el que la figuración se limita a la representación de animales y seres híbridos, escenas de lucha y un pequeño fragmento historiado situado en el ángulo suroccidental del claustro. Por su parte, la mayoría de los cimacios presentan sus costados lisos, con molduras muy simples, a excepción de cuatro decorados con motivos vegetales –con tijas, palmetas, motivos florales– y otro con un esquema muy geométrico.

En los capiteles adosados al pilar suroccidental asistimos al único episodio historiado del claustro. Así, en el capitel de la izquierda se esculpió el Pecado original, con adán y Eva dispuestos simétricamente en las caras laterales del capitel, mientras que la cara principal de la cesta es ocupada por la serpiente y el árbol del Paraíso. Ambos personajes se llevan la mano al cuello mientras con la otra se cubren el sexo. Por su parte, la cesta contigua acoge una elocuente representación del castigo de la lujuria, con una mujer desnuda y de larga cabellera, cuyos senos son mordidos por sendos sapos a los que la asediada, en vano, trata de separar con las manos. El tema –inspirado en las representaciones de Tellus amamantando a los animales utilizadas en la antigüedad– gozó de un amplio desarrollo en la escultura monumental, ocupando un lugar preponderante en relieves, capiteles y portadas. En este sentido, los ejemplos más significativos se localizan en el pórtico de la abadía francesa de Moissac, en la Porte des Comtes de la basílica de Saint-Sernin de Toulouse y en un capitel de la girola de Santiago de Compostela. del mismo modo, el tema se repite en otros centros como la iglesia de San Bartolomé de Tuy (Pontevedra), en San Martín de Mondoñedo (Lugo) y en la portada de Santa María la Real de Sangüesa (navarra), que reproducen con gran similitud la escena de la mujer amamantando sapos esculpido en Sant Pau del Camp. Por otra parte, la combinación entre Pecado original y la alusión a la lujuria es también común en el claustro de Perelada.

Capiteles con representación del Pecado Original y la Lujuria

Capiteles con representación del Pecado Original y la Lujuria 

En lo figurativo, el taller recurre también a toda una serie de motivos cinegéticos y zoomórficos, con arpías de larga cabellera dispuestas frontalmente, leones enfrentados con cabeza común en los ángulos y aves sobre un registro de hojas de acanto.
En otro vemos un león pasante de fauces rugientes enfrentado a un cuadrúpedo con elementos de gallo, así como una pareja de águilas con las alas desplegadas que encuentra su reflejo casi literal en un capitel del claustro de Sant Pere de Galligants. Mención aparte merece el grupo de capiteles que acoge escenas de lucha, en las que el hombre se enfrenta a los instintos desintegradores. Bajo este principio de psicomaquia pueden explicarse escenas como la esculpida en un capitel de la galería occidental, donde observamos la presencia de un centauro disparando contra un cuadrúpedo, probablemente un ciervo, que parece una mala interpretación de un modelo habitual de sagitario. Para disipar cualquier duda sobre el carácter pernicioso de la escena, en la cara contigua se esculpió la figura de un guerrero provisto con espada y cota de malla que lucha contra un león rampante, que coloca las garras sobre el escudo. En otro capitel de la galería septentrional un hombre armado lucha contra un león, al cual intenta reducir cogiéndole de la cabeza. a la vez, la figura de un ave, probablemente un águila, aparece detrás del personaje. En el capitel contiguo asistimos a la lucha entre un guerrero vestido con indumentaria militar (es cudo, cota de malla y yelmo) y un ser monstruoso de doble cola acabada en dos cabezas, que pone las zarpas sobre el escudo, en una composición análoga a la escena de lucha de la galería occidental.

Capitel con arpías

Capiteles con motivos zoomórficos de la galería septentrional 

Capiteles con psicomaquia de la galería occidental 

Capiteles con psicomaquia de la galería occidental

Capiteles con centauro y guerrero de la galería occidental 

Capiteles con aves picoteando frutos

Capiteles con águilas 

Sin embargo, en el claustro prima el gusto decorativo, con capiteles que presentan una estructura derivada del corintio con un fuerte gusto antiquizante, con cestas en las que predominan los acantos, de marcados nervios, con la superficie de las hojas recortada para determinar los diferentes lóbulos, trabajados en algunos casos a base de aristas e incisiones y golpes de trépano. El grupo más numeroso es el que presenta amplias hojas centradas en los ángulos, fundidas mutuamente en el medio de las caras hasta media altura, bajo un registro con finas volutas (21-22, 31-32, 33-34 y 35-36). En varios capiteles se aplica una decoración con dos niveles de hojas nervadas que derivan en volutas, que presentan concomitancias muy claras con un capitel del ala noroccidental del Palacio Episcopal de Barcelona.

Capiteles corintios de la galería septentrional 

Similares composiciones vemos en los capiteles del pilar del ángulo suroriental (25-26), donde encontramos otro tipo de capitel derivado del corintio compuesto por dos niveles de hojas lisas, con las puntas encorvadas y orientadas hacia abajo, cuyo dado central es ocupado por una cabeza humana. En la galería occidental, dos pares más de piezas siguen una disposición similar, con la diferencia de que se prescinde de las volutas y que de las hojas cuelgan de motivos ovalados (39-40, 47-48). El mismo motivo de palmetas aparece en un capitel del claustro de Sant Pere de Galligants, que nos llevaría a considerar una posible familiaridad entre ambos conjuntos ya sugerida por algunos autores (J. Camps, 1995).

Vemos también capiteles de estructura derivada del corintio que siguen con cierta fidelidad el recurso de dos niveles de hojas de acanto, cuya superficie es recortada para determinar los diferentes lóbulos, trabajados ocasionalmente a base de aristas e incisiones y golpes de trépano (9-10, 19 20, 23-24, 27-28 y 41-42). La misma disposición y naturaleza de motivos florales se observa en el capitel que muestra pa rejas de aves enfrentadas (45-46) sobre un nivel de hojas de acanto, que encuentran correspondencia en un capitel de la jamba derecha de la puerta del claustro de Tarragona y en un capitel del exterior del ábside de Sant Miquel de Camarasa.
Por último, cabe destacar la existencia de otra pareja de capiteles (15-16) cuya decoración se aleja del resto de capiteles del claustro. La cesta es ocupada por un motivo ornamental a base de cintas entrecruzadas a media altura del capitel que se combinan con tijas decorativas. a ello cabe añadir la excepcional decoración de la imposta que remata los dos capiteles –de las pocas que hay decoradas en el patio– con un friso de motivos florales con cuatro hojas que sugieren hojas de acanto. Tanto el capitel como la imposta presentan una estética avanzada, de modo que cabe pensar que posible mente reemplazaron a los antiguos capiteles deteriorados. El hecho de que la basa haya sido sustituida por dos capiteles invertidos formados con cuatro hojas parece confirmar esta hipótesis.

Epitafio del conde Guifrè Borrell
En la sala capitular del claustro se conserva un bloque pétreo de notables dimensiones (83 x 57 cm) con inscripciones grabadas en sus dos caras. Una de ellas contiene una inscripción romana honorífica de un liberto, mientras que en la otra se labró el epitafio del conde Guifré II de Barcelona, que permite contextualizar el origen de la fundación del cenobio.
SUB HAC TRIBV [NA…QUIEST] / CIT CORPVS CONDA(M) [WI FRE] / DI COMITI FILIUS WIFREDI SIMILI MODO CONDAM COMITI BO / NE MEMORIE. DIMITTAT EI D(OMI)N(U)S AMEN. QUI OBIIT VI K(A)L MADII SUB / ERA DCCCCLII, ANNI D(OMI)NI DCCCCXIIII / [ANNO] XIIII REG (NANTE) KARULO REGE POST ODONI +
Bajo esta tribuna yace el cuerpo de Guifré, conde, hijo de Guifré, también conde, de feliz memoria. Que el señor lo perdone, amén. Murió el día 6 de las calendas de mayo de la era 952, año del Señor 911… el año 14 del reinado de Carlos, rey después de Odón.

Epitafio del conde Guifré Borrell 

Sepulcro de Guillem de Bell-Lloc
El claustro tenía además una función funeraria, como demuestran los sarcófagos abiertos en los arcosolios del muro este del recinto. Uno de ellos contiene la lápida sepulcral de Guillem de Bell-lloc, del año 1307. En la inscripción grabada en el sepulcro se hace constar que el sepulcro acoge los despojos de Guillem de Bell-lloc, pero también de los fundado res del monasterio Geribert y Rotlendis.
VI NNS MADII ANNO DNI MCCCVII OBIIT G DE PVLCHRO LOCO QVI ANIVERSARIV / HIC CONSTITVUIT ET EST CVM SVIS PAREN TIBVS HIC SEPULTVS ET FVE / RVNT HIC TRNSLATA CORPORA SPECTABILIVM GVIBBERTI GVITARDI / ET VXORIS EIVS ROTLEN DIS QVI HOC CENOBIV FVNDAVERVNT ET ROMA / NE ECCLIE OBTVLERVNT III KLS MAY ANO MCXVII.
El día 6 de las nonas de mayo del año del Señor del 1037 murió Guillem de Bell-lloc, el cual fundó aquí un aniversario y fue enterrado aquí con sus padres. aquí fueron trasladados los cuerpos de los venerables Geribert Guitard y su mujer Rotlendis, que fundaron este monasterio y lo entregaron a la Iglesia romana el día 3 de las calendas de mayo del año 1117.



Monasterio de Sant Pere de les Puel·les
El antiguo cenobio benedictino de Sant Pere de les Puel·les fue el principal monasterio femenino de la Barcelona medieval. Sin embargo, del otrora notable conjunto arquitectónico no se conserva nada más que la iglesia abacial, además ampliamente transformada en una restauración llevada a cabo a principios del siglo XX. En la actualidad, dicha iglesia tiene solo categoría parroquial, pues la vieja comunidad de monjas benitas, que todavía subsiste, se trasladó a finales de siglo XVIII a una nueva sede en el entonces municipio y ahora barrio barcelonés de Sarrià. la parroquia de Sant Pere preside hoy una pequeña plaza homónima, en el extremo nororiental del casco antiguo de Barcelona.
El monasterio fue fundado a mediados del siglo X, o un poco antes, extramuros de la ciudad aunque bastante cerca del sector septentrional de la antigua muralla romana (ante porta civitatis Barchinona, se dice en un documento de 981). Se conserva, fechada en 945, el acta de consagración y dotación de la iglesia abacial, en la que se confirma además la institución de la vida monástica bajo la regla de san benito, pudiéndose colegir del documento que tal obediencia estaba ya implantada para entonces. aunque se ha perdido el pergamino original, subsisten varias copias bastante fiables del texto primitivo, la más antigua de finales del siglo XII. el acta ofrece información valiosa sobre los primeros tiempos del monasterio, su patrimonio inicial y la identidad de sus principales promotores, los condes barceloneses Sunyer y Riquilda, quienes intercedieron ante el obispo Guilará para consagrar el templo (eiusdem ecclesiam consecrasset).
Son, asimismo, los condes quienes dotan de forma importante el monasterio. En particular la condesa Riquilda, quien suma quizás a la tradicional implicación de las damas de la alta nobleza en la promoción artístico-religiosa un interés especial para con la condición femenina de la comunidad. la implicación de los condes se relacionó en alguna ocasión con la identidad de la primera abadesa del cenobio, llamada Adelaida, quien se quiso identificar antiguamente con una hija de la pareja condal; identificación que se ha revelado incorrecta. años más tarde, sin embargo, sí hubo una abadesa de linaje condal en Sant Pere de les Puel·les: Adelaida Bonafilla, tercera abadesa del cenobio (986-992/994), hija del conde Borrell II y, por lo tanto, nieta de los condes Sunyer y Riquila.
La vinculación de la pareja condal con la fundación inicial del monasterio parece indudable a la vista del interés demostrado por ambos en su dotación. En consecuencia, cabría suponer que el cenobio hubiera sido fundado bajo el gobierno de Sunyer, es decir, con posterioridad a 912 y muy probablemente –como señalaba ya Frederic Udina– tras esposar este con Riquilda, en 917. Si acaso la iniciativa original no correspondió a los condes, está claro que el verdadero empuje al cenobio sí arrancó con el explícito interés de aquellos en la evolución del centro, revelado con entusiasmo en el acta de 945.
Contra esta sólida hipótesis fundacional pretende actuar una fuente literaria catalana de mediados del siglo XIII, conocida como Crónica de Sant Pere de les Puel·les. Esta peculiar crónica historiográfica ofrece una versión muy distinta de los orígenes del monasterio, aunque también muy poco creíble: avanza la fundación hasta comienzos del siglo IX, tras la conquista de Barcelona por las tropas carolingias (801), y atribuye la fundación al conquistador Luis el Piadoso, rey de Aquitania e hijo de Carlomagno. Lo tardío de su redacción (fue elaborada entre 1277 y 1282 con objeto de dotar de mayor antigüedad al monasterio de Sant Pere de les Puel·les, para prestigiar la institución y reforzar la validez de sus privilegios y posesiones, discutidas a menudo por el obispado de Barcelona) y la falta absoluta de noticias documentales sobre el monasterio anteriores a 945 permiten descartar con fundamento la verosimilitud de esta historia, algo en lo que concuerda prácticamente toda la historiografía actual.
Parece demostrado que la razia de Almanzor de 985 destruyó el archivo del cenobio, y es muy posible que causara también daños a las primitivas estructuras arquitectónicas del monasterio. Por ello, en 991 y bajo el abadiado de Adelaida Bonafilla, se redactó un extenso documento de restitución de bienes que permitió al cenobio mantener sus posesiones (y tal vez aumentarlas sutilmente). Por supuesto, este tipo de documentos son bastante habituales en la Barcelona posterior a la algarada de 985, aunque la mitificación y exageración del ataque andalusí ha sido ya convincentemente rebatida por la historiografía desde hace años. De todos modos, que la iglesia de Sant Pere de les Puel·les sufrió directamente el ataque se puede deducir de un documento de 988 una permuta de tierras entre las monjas y el obispo de Barcelona, gestionado propter necessitatem de restauracione ecclesie, qui fuit dissipata a sarracenis in anno quod fuit Barchinona dextructa. las reformas en el monasterio continuaban en 1009, cuando se registra una donación in restaurationme prefatio cenobii. curiosamente, no debió de considerarse necesario reconsagrar la iglesia, lo que se hubiera indicado en el documento de restitución de 991. De todas formas, superado el mal trago de 985, cabe decir que la última década del siglo X marca ya el inicio de una época de auge económico para la comunidad femenina, prosperidad que se alargará hasta el siglo XIII.
El acta de consagración ofrece otro dato de gran interés (y motivo de controversia), al que habrá que volver luego en el análisis de los restos arquitectónicos y, particularmente, escultóricos, del cenobio. al definir la situación de la iglesia abacial dedicada a san Pedro, el texto afirma su ubicación fores menia civitatis Barchinone contra atrium Saturnini Domini testes, es decir: “fuera de las murallas de la ciudad de barcelona, en frente del atrio de San Saturnino, testigo del Señor”. la frase implica, sin duda alguna, la existencia de una –mal conocida– iglesia dedicada a san Saturnino, cuya relación (física e institucional) con el monasterio plantea un problema complejo debido a la falta de información, problema al que la historiografía no ha dado todavía solución definitiva, aunque sí algunas hipótesis.
Siguiendo el texto del acta hay que asumir que la iglesia dedicada al mártir tolosano estaba en pie cuando se procedió a la consagración de la abacial de Sant Pere de les Puel·les, en 945. No parece, por otra parte, que hubiera entonces una relación directa entre ambos templos, pues el primero (o el atrio del primero) se utiliza solo para señalar la ubicación del segundo. en la ya mencionada Crónica de Sant Pere de les Puel·les aparece también la fundación de Sant Sadurní, atribuida nuevamente a Luis el Piadoso. Por supuesto, no es de recibo dar por buena tan fácilmente dicha información al tiempo que se niega la consecutiva fundación ludovica del cenobio de Sant Pere. Sin embargo, hay que reconocer que resulta sugerente la advocación tolosana del titular. aun desestimando el origen carolingio atribuido por la crónica, sí parece que la iglesia de Sant Sadurní hubo de preceder de algún modo la instauración del convento vecino, como se afirma en el acta de 945. recientemente la historiografía se ha planteado la hipótesis inversa, considerando la posibilidad de que el templo dedicado al mártir tolosano hubiera nacido como pórtico de la iglesia de Sant Pere, asumiendo la categoría de ecclesia al disponer de altar propio. lo cierto es que los documentos no apuntan en esa dirección, aunque es difícil llegar a conclusiones definitivas.
Lo más probable es que hubiera, ciertamente, un templo dedicado a san Saturnino, quizás de fundación relativamente antigua, frente a cuyo atrio se habría levantado, más tarde, la iglesia y el monasterio de Sant Pere de les Puel·les. ocasión es esta de recalcar la confusión entre los términos atrio y pórtico en la historiografía (que los suele considerar sinónimos), lo que ha contribuido, creo, a la tradicional identificación de uno de los espacios de la antigua iglesia abacial de Sant Pere como los restos del antiguo atrio (interpretado como pórtico) de Sant Sadurní, tema que se tratará más adelante. la documentación medieval, sin embargo, no confunde ambos términos, y aunque ocasionalmente el vocablo atrio puede ser sinónimo de iglesia (o de conjunto eclesiástico), en general se utiliza para denominar el espacio abierto adyacente a un templo, general mente limitado o incluso vallado, y a menudo con funciones cementeriales. es distinto del término pórtico, que alude a la estructura de entrada o vestíbulo de la iglesia, cubierto.

La existencia de dos iglesias distintas (Sant Sadurní y Sant Pere), cercanas aunque físicamente diferenciadas, se evidencia en las fuentes. Por ejemplo, en el testamento de 962 de la vizcondesa Riquildis ciertos alodios son legados ad monasterium Sancti Petri et Sancti Saturnini qui sunt ante Barchinona. en 987, en el testamento de un tal Moción, un huerto es legado al cenobio de Sant Pere de les Puel·les qui est foris muros, penes domum almi Saturnini.
Los dos templos persisten hasta finales de siglo XI: en 1075 se jura el testamento de un clérigo llamado Bonfill Pedró en el altar de san Saturnino cuius aecclesia sita est in territorio barchinonensi, prope aecclesiam Sancti Petri apostoli cenobii Puellarum; en 1076 hay incluso un legado ad opera para Sant Sadurní, en el testamento de un tal Ramón Bernart. al final, la capilla dedicada a Saturnino debió de ser integrada entre las dependencias del cenobio, pues desaparece de la documentación. De todos modos, y al margen de ser originariamente estructuras distintas, es bastante probable que ambas iglesias tuvieran algún tipo de relación institucional desde el principio, cuya naturaleza exacta desconocemos. Tal vez la iglesia de San Saturnino quedase prontamente integrada en el nuevo monasterio, pues ya en el 992 el testamento de la monja Aurucuia (no queda claro si de la propia comunidad puellense) lega ad domum Sancti Petri cenobium barchinonensium un huerto, además de cierta cantidad de pan y vino a coopertura Sancti Saturnini. La relación se sugiere todavía más claramente cuando, hacia 1027-1029, las dos iglesias son concedidas de forma conjunta (monasterium Puellarum Sancti Petri apostoli, situm prope menia urbis Barchinone, cum ecclesia eius et ecclesia Sancti Saturnini) a la catedral de barcelona por los condes berenguer Ramón I y Guisla, a cambio de 1.500 sueldos de plata.
A ese respecto, cabe decir que las relaciones de Sant Pere de les Puel·les con la sede barcelonesa no fueron nunca bue nas. Si se confirmó (y la verdad es que no lo parece) la mencionada donación condal de 1027-1029, las monjas debieron de luchar duramente por su independencia y, ya en 1072, obtuvieron efectivamente del papa Alejandro II la emancipación del poder episcopal, pasando a la protección directa de roma. la bula papal confirma todos los bienes del cenobio y le otorga derecho a sepultura y a recibir oblaciones, con lo que asume de facto prerrogativas parroquiales, hecho que provocó continuos enfrentamientos con la catedral barcelonesa por causa de sus respectivos límites jurisdiccionales. También con la catedral hubo, en el siglo XIII, un enfrentamiento particularmente férreo y duradero por el control de la parroquia sufragánea de Santa Maria de Montmeló, del que las monjas salieron finalmente triunfantes.
Posesión igualmente importante del cenobio barcelonés fue, curiosamente, el lejano monasterio de Santa Cecília d’Elins, situado en las cercanías de la Seu d’Urgell. la relación comienza a finales del siglo XI, cuando el legado papal Amat de Oloron, con la connivencia del conde urgellense Ermengol IV, abolió en 1079 la comunidad masculina (o quizás mixta) que residía en Elins, sustituyéndola por una comunidad femenina que formó a partir de la de Sant Pere de les Puel·les. Elins, que fuera el más importante cenobio femenino del condado de Urgell, se mantuvo más o menos supeditado al convento barcelonés hasta el siglo xiv, pese a que hacia 1135 el conde Ermengol VI quiso entregarlo al poderoso cenobio (masculino) de Sant Serni de Tavèrnoles. aunque la donación parece que no prosperó, los conflictos entre Sant Pere de les Puel·les y Tavèrnoles por el control de Santa Cecília se sucedieron durante décadas.
En Barcelona, el auge del monasterio de Sant Pere se mantuvo de forma bien notable durante toda la baja edad Media. El arrabal o Vilanova nacido al amparo de sus estructuras monásticas se desarrolló veloz e intensamente y, cuando en el siglo XIII se construyeron las nuevas murallas de la ciudad, el monasterio quedó como cabeza del barrio nororiental de la misma, el quarter de sant Pere.
Siempre bajo la protección de la familia condal y real, la comunidad pasó de las primitivas cuatro o cinco monjas del siglo X al medio centenar que se documentan tres siglos más tarde, ostentando además un rico patrimonio inmueble en barcelona y sus alrededores y también en la región relativamente distante del Vallès oriental. Naturalmente, el esplendor económico comportó una notable y continuada actividad constructiva, configurándose con el tiempo un magnífico conjunto arquitectónico a cuyos elementos prerrománicos y románicos de origen se fueron sumando añadidos de época gótica.

La iglesia primitiva (consagrada en 945), en forma de cruz griega y al parecer carente de espacios absidados, pudo quedar afectada de algún modo por la razia de Almanzor, y se ha indicado ya que en las décadas posteriores se hicieron obras de cierta importancia. además de los documentos ya mencionados, otros legados testamentarios ad opera sustentan esta afirmación (así como algunos restos escultóricos analiza dos más adelante). en el año 1050 se documenta una notable donación de treinta mancusos por parte de la fallecida condesa Elisabet, primera esposa de Ramón Berenguer I, dirigida específicamente ad porticum Sancti Petri cenobii Puellarum. Nada sabemos ni se conserva de dicho pórtico, sito quizás en la fachada occidental del templo (y que no debe identificarse con el atrio de Sant Sadurní).
Como muchos otros conjuntos monásticos catalanes, el cenobio de Sant Pere de les Puel·les fue objeto de gran ampliación en el siglo XII. Debió de reformarse notablemente la iglesia, puesto que en 1147, en tiempos de la abadesa Guisla de Llobregat, hubo de ser consagrada por segunda vez. es posible también que se iniciaran por entonces las obras de un claustro porticado, que se documenta ya en 1143 pero cuya escultura, como veremos, revela formas algo más tardías, de finales de la centuria. asimismo, hay que vincular a esta etapa de crecimiento la erección de una torre campanario sobre el crucero del templo, que fue popularmente conocida en Barcelona (en épocas posteriores) como la Torre dels Ocells (torre de los pájaros), y que no se conservó en la restauración moderna de 1909. Sin duda, igualmente se ampliarían entonces las dependencias auxiliares del conjunto monacal, a lo que contribuyeron las nobles familias barcelonesas cuyas hijas profesaban en el convento. Por ejemplo, Beatriu de Rocafort, madre de la abadesa Elisenda de Rocafort (1180-1224) y ella misma finalmente miembro de la comunidad, firma una importante donación en 1186 para la construcción de un claustro (que pudiera ser el claustro principal o, tal vez, otro espacio cerrado en el interior del monasterio).

En época tardomedieval las reformas del conjunto debieron de ser asimismo significativas. Supusieron, por ejemplo, la construcción en el siglo XIV de un gran ábside poligonal para adaptar la iglesia a los usos eclesiásticos del momento, y el añadido de un segundo piso de arcadas en el claustro. También la actual portada, sita en un anexo al costado occidental de la iglesia, es obra de época gótica, de inicios del siglo XV. Desde el punto de vista institucional, a finales de siglo XV la reforma de los conventos femeninos impulsada desde la corte de los reyes católicos afectó profundamente a la comunidad de Sant Pere de les Puel·les, siendo incluso su abadesa depuesta temporalmente debido a su oposición a los ajustes rigoristas de los reformadores. De todos modos, durante los siglos siguientes el monasterio continuó siendo lugar importante de la barcelona moderna.
Debido a su posición geográfica, aferrado a las murallas, sufrió desperfectos y ataques en varios conflictos bélicos, especialmente en el asedio francés de la ciudad durante la llamada Guerra de los nueve años (1697), y poco después durante la guerra de Sucesión española, en el definitivo asalto a barcelona de las tropas borbónicas el 11 de septiembre de 1714.
Tras las consecuentes reparaciones y reformas llevadas a cabo en el siglo XVIII, el siglo XIX fue aún más aciago para la comunidad de monjas y para el conjunto arquitectónico que las albergaba. en 1808 las tropas francesas saquearon el monasterio. en 1814 y 1826 las monjas fueron expulsadas temporalmente. Por entonces el convento se convirtió en presidio de la ciudad, aunque la comunidad regresó en 1828 y se mantuvo allí hasta 1835, siendo entonces definitivamente expulsada en el contexto de los procesos generales de desamortización eclesiástica y deviniendo de nuevo el cenobio presidio. en 1873, el antiguo claustro fue desmantelado junto con muchas de las dependencias monásticas, perdiéndose gran parte de sus elementos escultóricos y pasando otros a manos de coleccionistas. a estos desperfectos vinieron a su marse, ya en 1909, las consecuencias del alzamiento anticlerical de la Semana Trágica barcelonesa, incluyendo la quema de su iglesia abacial. Poco después empezaron los trabajos de restauración que dieron al conjunto su actual aspecto. Dirigidos por el arquitecto Eduard Mercader, dichos trabajos supusieron, en realidad, una recreación algo fantasiosa del antiguo edificio medieval.

La iglesia
La actual iglesia de Sant Pere de les Puel·les conserva pues, en realidad, solo algunos elementos de la obra románica (o de la prerrománica) primitiva. Su aspecto es bastante particular y poco semejante al de sus orígenes, y además su estructura prácticamente no se percibe desde el exterior, siendo la extensa fachada meridional –en gran parte creación goticista de Eduard Mercader– la única visible desde la calle.
En el interior, el templo consta de tres naves orientadas al este y terminadas en sendos ábsides semicirculares, y un complejo sistema de cubiertas con soluciones específicas en cada tramo de las naves: una cúpula ochavada sobre trompas en el segundo tramo de la nave central, varias bóvedas de cañón, una segunda cúpula achatada, una bóveda de arista y una de crucería. De todas ellas, solo la cúpula ochavada parece ser obra medieval, aunque la estructura se hundió en 1909 y fue luego completamente restaurada utilizando los materiales originales. Dispone de dos ventanas de cierto tamaño en los costados norte y sur, así como un gran óculo central que es claramente producto de la restauración.
Sostienen la cúpula cuatro grandes pilares con columnas adosadas, coronadas por grandes capiteles de tipología derivada de lo corintio. evidentemente, el sistema de pilares no es original, pues en la obra primitiva la cúpula reposaba sobre los ángulos del crucero del templo. Sin embargo, la presencia inicial de las grandes columnas parece indiscutible, y aunque es difícil apreciar bien las piezas debido a su altura, por lo menos cuatro de los capiteles pueden ser originales (quizás, incluso, pertenecientes a las obras primitivas del siglo X), así como varios fustes de columna y algunas bases; el resto de piezas siguen esquemas similares, pero han de ser modernas. 

En el actual formato tripartito del templo, solo la nave central y la meridional disponen de un tercer tramo a occidente, actuando en realidad el de la nave sur (que no formaba parte del esquema cruciforme primitivo) como vestíbulo. esta solución espacial de la iglesia, definida en las obras posteriores al incendio de 1909, enmascara completamente su aspecto primitivo, rastreable sin embargo gracias a algunos planos antiguos. la primitiva iglesia abacial (es decir, el templo consagrado a mediados de siglo X) fue alzada con planta en forma de cruz griega, sin ábside en el brazo oriental de la cruz, por lo que el altar mayor debía de estar emplazado en el centro del crucero; ofrece un cierto paralelo para esta forma la estructura de la iglesia visigótica descubierta por la arqueología en el conjunto episcopal de Barcelona.
En Sant Pere de les Puel·les, la imposibilidad de observar el aparejo original (cubierto por un revestimiento consecuencia de las reformas posteriores a 1909), que quizás subsiste en algunos paños de muro, no permite elucubrar sobre la cronología de la fábrica conservada. en realidad, salvo unos pocos restos escultóricos, no parece quedar nada a la vista del templo medieval, a excepción de la mencionada (y restaurada) cúpula sobre trompas que cubría el crucero.
Pero esta cúpula no puede ser obra del siglo X, por supuesto, y aunque Puig i Cadafalch y parte de la historiografía posterior quisieron vincularla a las reformas de la primera mitad del siglo XI, en la actualidad se considera más lógicamente relacionada con la consagración de 1147. Si las cubiertas primitivas eran pétreas o, quizás más probablemente, de madera, es algo difícil de dilucidar.
Como en otras iglesias románicas de tendencia centralizada (Santa Maria la rodona de Vic) o con crucero desarrollado. Imposta (en ángulo sureste) Lladó (Sant Joan de les Abadesses), sobre la cúpula se edificó un campanario, la Torre dels Ocells, que todavía se observa en alguna fotografía antigua; con grandes aperturas, su aspecto parece efectivamente tardío (Puig i Cadafalch lo creyó del siglo XII), aunque el análisis resulta prácticamente imposible solo con las imágenes fotográficas.
Poco sabemos con absoluta certeza de las cubiertas de los cuatro brazos de la iglesia original, aunque es probable que en época románica fueran abovedados con cañón (por lo menos en el siglo xii), solución que se conservó en la restauración dirigida por Eduard Mercader. Las grandes arcadas que separan las naves, igual que los pilares ya mencionados, fueron sin duda restaurados también, pues las imágenes anti guas revelan estructuras menos regulares.
Restos de una doble impostación en alguno de los pilares han permitido apuntar la posibilidad de que los arcos originales fueran de menor altura, quizás incluso en forma de herradura.

La cabecera triple diseñada en 1909 supuso una desviación todavía mayor respecto al aspecto primitivo de la iglesia, que si en origen no debió de contar con ábside alguno, como se ha dicho fue dotada en época gótica de un gran ábside poligonal, perfectamente visible en los planos existentes previos a la restauración. la moderna creación de las naves laterales, que desfigura la planta centralizada, se realizó transformando varios espacios secundarios: en la colateral sur, una sacristía y parte de una antigua capilla; y en la colateral norte, el conflictivo espacio cuadrangular que la historiografía ha identificado comúnmente con el famoso “atrio de Sant Sadurní” mencionado en el acta de consagración de 945.

Imposta (en ángulo nordeste) 

En este último espacio se ubican los restos fragmentarios de unas impostas esculpidas. Se trata de cinco fragmentos distintos, distribuidos ahora en los ángulos del último tramo de la nave septentrional (dos de ellos, distintos, están incorporados en el mismo pilar de separación con la nave central). Presentan todos una decoración ornamental tallada a bisel, fundamentada en la combinación de entrelazos y elementos vegetales de calidad notable, y con presencia de alguna más cara o cabeza humana bastante menos conseguida.
Tienen un parecido muy notable con varias impostas similares procedentes de la catedral de Barcelona, y parece que pueden fecharse como muy pronto a finales de siglo X, y más razonablemente en la primera mitad del XI. Esta datación, acorde con los paralelos catedralicios y con la evolución general de la escultura catalana del momento, permitiría vincularlos a las obras o reformas de la iglesia abacial posteriores a la razia de Almanzor de 985. Una cronología anterior, prerrománica, que también ha sido propuesta en ocasiones, no parece poder sustentarse mediante paralelos o criterios estilísticos.
La cuestión es si dichas impostas proceden de la antigua iglesia de Sant Sadurní, y si su presencia en el espacio cuadrangular de la colateral norte implica que dicho espacio es, como se ha supuesto siempre, un resto del primitivo templo dedicado al mártir tolosano. en realidad, no puede asegurarse que las impostas se encuentren en su lugar de origen, pues, aunque al menos las dos emplazadas en el muro septentrional se identifican en una fotografía anterior a la restauración de 1909, su relación con las estructuras murarias dista mucho de ser coherente. a primera vista, parece que los fragmentos integrados en los ángulos noroeste y suroeste no se corresponden con la estructura muraria, lo que presupone que fue ron recolocadas aquí en algún momento. en cambio, es más posible que las impostas noreste y sureste sí se mantengan en su emplazamiento original.
De confirmarse esta apreciación, es probable que el espacio cuadrangular en cuestión no deba identificarse con el atrio de Sant Sadurní. el espacio, en cualquier caso, existió desde antiguo, adosado al ángulo noreste de la iglesia cruciforme, con la que comunicaba directamente por lo menos desde el siglo XIV, cuando se construyó un coro alto en su parte superior. Dicha estructura (pero no las impostas) se observa en un dibujo de la década de 1870 del pintor Lluís Rigalt (conservado en la reial Acadèmia de belles arts Sant Jordi de Barcelona).

Además, contra la identificación del espacio con el atrio mencionado en la documentación hay que apuntar la cuestión terminológica, que ya se ha mencionado más arriba. es difícil aceptar que el significado del vocablo pueda aludir a un espacio cerrado (a un pórtico) que es lo que delimitarían las impostas en su colocación actual. Si acaso, las impostas podrían proceder de un hipotético pórtico del templo (del que no hay noticia alguna) o de la propia iglesia de Sant Sadurní si consideramos que, en el acta de consagración del 945, el término atrio se utiliza como sinónimo de edificio eclesiástico. el problema es que el estilo de las propias impostas no parece corresponderse con una datación tan avanzada (primera mitad del siglo X).
No hay manera, me temo, de llegar a una definitiva conclusión sobre el asunto.
No puede descartarse del todo la hipótesis tradicional, pero me inclino (aunque con reservas) a considerar que el espacio cuadrangular difícilmente puede identificarse con el atrio de Sant Sadurní, ni siquiera con un hipotético pórtico de esta antigua iglesia. el templo dedicado al mártir tolosano tal vez era muy cercano (¿emplazado en el espacio del actual absidiolo? ¿Tal vez en el sitio de la capilla del Santísimo, lo que supondría la continuidad del lugar de culto?), pero no colindante, lo que se avendría mejor con la referencia del “atrio” en el acta de consagración de 945. Finalmente, también es posible que las impostas no procedan de Sant Sadurní, sino de las obras realizadas a principios del siglo XI en la propia iglesia de Sant Pere o en alguna de las dependencias primitivas del monasterio. Permanecen las incógnitas. 
Dicho todo esto, cabe destacar también la presencia en los muros del mismo espacio cuadrangular (al lado de las impostas) de dos grandes placas cuadrangulares decoradas con sendas cruces. ambas placas se encontraron reutilizadas como sillares en el campanario Dels Ocells, cuando este fue desmontado en las obras posteriores a 1909. La representación de las cruces, de tipo patada y con el alfa y la omega colgantes, refiere evidentemente a la orfebrería tardoantigua y altomedieval, de modo que las placas se han relacionado con un contexto paleocristiano o hispanovisigodo. Uno de los relieves debió de ser reutilizado como lauda sepulcral pues contiene, al parecer, en uno de sus cantos (invisible hoy), los restos de una inscripción funeraria fechada en 891. en cualquier caso, la presencia de estos relieves implica la funcionalidad religiosa del lugar en épocas antiguas, lo que cuadra bien con la existencia previa de la iglesia de Sant Sadurní y de su atrio, que debió tener función cementerial como es habitual en este tipo de espacios.

Para acabar con el estudio de la escultura del templo, debe añadirse que en el tramo más occidental de la (actual) nave central se abre un pequeño arcosolio de función incierta, en donde se conservan cuatro pequeños capiteles en los arranques del arco. Parecen piezas derivadas de tipos románicos, aunque sin duda son muy tardías, de avanzado el siglo XIII. en cierto modo pueden vincularse al estilo de los capiteles del claustro. Tres de ellos son de tipo vegetal, muy simples, mientras que el cuarto alterna con el fondo vegetal cuatro pares de animales cuadrúpedos, compartiendo rostro.
Desconocemos su origen y el motivo de su actual ubicación.

El claustro
El claustro de Sant Pere de les Puel·les se emplazaba al noroeste de la iglesia, siendo sus galerías meridional y oriental tangentes con los brazos norte y oeste del primitivo templo cruciforme. Por supuesto, es improbable que hubiera un espacio porticado vinculado a la iglesia de mediados de siglo X, de modo que su construcción ha de considerarse en cualquier caso posterior a la de la iglesia abacial.
Se ha dicho más arriba que el claustro está documenta do en 1043, aunque las esculturas que se conservan apuntan a fechas más tardías, de finales de siglo XII. Sin embargo, es posible que dicho claustro del siglo XII sustituyera o hubiera reformado un espacio claustral anterior, tal vez ya porticado, pues hay en el año 1095 un legado testamentario ad opera específicamente para un claustro (testamento de Guitard Boet, incluido en los Libri Antiquitatum de la catedral de Barcelona). a la estructura definitiva, que debió de concluirse a finales de siglo xii o a comienzos del XIII y que contaba con un único piso, se le añadió en época gótica (las obras están documentadas en 1322) una planta superior, con esbeltas arcadas ojivales y finos capiteles característicos de la primera mitad del siglo XIV.
Todo fue desmontado en 1873, pasando varios restos, tanto de las galerías inferiores románicas como de las góticas, a colecciones públicas y privadas.

En la actualidad, el mayor número de capiteles y elementos arquitectónicos se conservan, integrados en un tramo de galería ficticio, en el Museu nacional d’Art de Catalunya (núm. inv. 113143); proceden del Museo Provincial de antigüedades de Barcelona, cuyos fondos engrosaron directamente tras la destrucción de 1873. Hay también algunas piezas en el Museu de l’Enrajolada de Martorell, herencia de la colección de su fundador, Francesc Santacana: una arcada completa (núm. inv. 557), y quizás también dos capiteles más (núms. 451 y 452) que, sin embargo, están catalogados como procedentes de otro convento barcelonés, el del Carmen. También desde 1873, otros cuatro capiteles románicos y una decena de arcadas góticas del piso superior pasaron a la colección del industrial y político Francesc alegre, quien los instaló en su finca de Terrassa; desaparecida la finca en 1977, los arcos góticos se instalaron más o menos en el mismo lugar (actual calle Sant Ignasi), mientras que los capiteles románicos forman hoy parte de la colección medieval del Museu de Terrassa. Por último, varios elementos más del claustro románico, incluyendo algún capitel, se encuentran integrados en una masía de época moderna (can Soler) en el municipio de Sant Antoni de Vilamajor (Vallès oriental).
Pese a haber desaparecido en el siglo XIX, el claustro es notablemente conocido gracias a planos e imágenes antiguas, e incluso se le dedicó una extensa monografía en 1903. era de planta cuadrangular, de tamaño mediano, con las cuatro gale rías cubiertas con bóvedas de cañón y un sistema complejo de soportes combinando grandes pilares (en los ángulos, y dos en el tramo central de cada galería) y columnas geminadas (cuatro pares por costado). La escultura conservada es de factura sencilla, sin alardes decorativos y con apenas algún atisbo de ornamentación figurada. Predominan los capiteles con motivos vegetales, de formas rotundas y de ejecución cuidadosa, aunque esquemáticos y simples. Se repite, por ejemplo, en varios capiteles, una estructura formada por una especie de frutos abultados que nacen de unos tallos superiores; el modelo es conocido en otros conjuntos catalanes de similar cronología, y se ha relacionado especialmente con la escultura de la iglesia barcelonesa de Sant llàtzer. otras piezas muestran elementos figurativos y también zoomorfos, de valor esencialmente ornamental. no hay duda de que los capiteles deben incluirse en el contexto de la escultura del área barcelonesa de finales del siglo XII, aunque están bastante alejados de sus mejores consecuciones (entre las cuales, por ejemplo, la escultura de Sant Martí Sarroca).


Museu Nacional d’Art de Catalunya
Aunque el Museu Nacional d’Art de Catalunya (MNAC) se creó en 1990 (Llei de Museus), este no fue inaugurado hasta en el año 2004. está situado en Barcelona, en el Palau nacional de Monjuïc, un edificio construido en el marco de la exposición Internacional de 1929. En él se albergó desde 1934 el antiguo Museu d’Art de Catalunya, cuya función era la de exponer las colecciones de arte catalán. No obstante, el origen del museo se remonta a un largo proceso que tiene su inicio en la segunda mitad del siglo XIX y cuyo objetivo era el de rescatar y preservar la tradición artística local. El nuevo MNAC abarca todas las artes plásticas con el fin de explicar la historia general del arte catalán, desde el período románico hasta mediados del siglo XX. Por ello, está dividido en diversas colecciones, cada una de las cuales consta de un departamento de conservadores (arte Románico, arte Gótico, Renacimiento y Barroco, Arte Moderno, Gabinete de numismática, Gabinete de Dibujos y Grabados). Además, tres museos catalanes son museo-sección del MNAC: la Biblioteca-Museu Víctor Balaguer en Vilanova i la Geltrú (Garraf), el Museu Cau Ferrat de Sitges (Garraf), y el Museu Comarcal de la Garrotxa en Olot (Garrotxa).
Las colecciones permanentes se disponen en diversas galerías, entre las que destaca, por su excepcionalidad y número de obras –si la comparamos con otras de ámbito español o europeo–, la colección de arte románico. esta, inaugurada en 1995 y renovada recientemente (2011), goza de renombre internacional, sobre todo por su amplia serie de pinturas murales arrancadas y frontales pintados, a los que hay que añadir otros objetos de escultura monumental así como de mobiliario litúrgico, como cruces, vírgenes y piezas de orfebrería. Como es bien sabido, la fama del Museu Nacional d’Art de Catalunya se debe sobre todo a su extraordinaria colección de pintura románica, que merece una mención especial. En primer lugar, no hay otro museo en el mundo que tenga un conjunto tan numeroso de obras realizadas en esta técnica, ya que a causa de su gran formato estas no acostumbran a estar en un museo sino que permanecen, como en Francia, todavía en sus lugares de origen. En segundo lugar, es precisamente el hecho de su arrancamiento y traslado al museo lo que las ha convertido en protagonistas de una verdadera epopeya, ya que el ingreso de la mayoría de estos conjuntos en el museo son el fruto de una operación de salvamento propiciada por la Junta de Museus, entre 1920 y 1923, como reacción al arrancamiento en 1919 y posterior venta al Museum of Fine arts de Boston (1921), de las pinturas del ábside central de Santa Maria de Mur. La campaña de arrancamientos, entre 1920 y 1923, fue realizada, bajo la supervisión de J. Folch i Torres, por el italiano Franco Steffanoni, con la ayuda de A. Dalmati y su discípulo Arturo Cividini, mediante la técnica denominada strappo, es decir, el arrancamiento de la superficie cromática de una pintura mural de manera que la película pictórica se separa del intonaco del muro. Fruto de esta primera campaña son los extraordinarios conjuntos procedentes del Pirineo, en su mayoría de la diócesis de la Seu d’Urgell: Santa Maria y Sant Climent de Taüll, Sant Joan de Boí, Santa Eulàlia d’Estaon, Ginestarre, Esterri de Cardós, Sant Pere de la Seu d’Urgell, Sant Miquel d’Engolasters, Santa Maria d’Àneu y Sant Quirze de Pedret. No obstante, en su adquirida condición de gran museo de la pintura mural románica, la institución siguió haciéndose con nuevos y viejos arrancamientos con el objeto de enriquecer su magnífica colección, pero también para garantizar su perfecta preservación. Este es el caso de los conjuntos de Burgal, Argolell y Orcau, adquiridos en 1932 con la venta de la colección Plandiura; el de Sorpe, expuesto por primera vez en 1934; de las pinturas de Sigena, arrancadas durante la Guerra civil; Arlanza (1943), las de Toses y del ábside lateral de Mur, en 1950-1953, a las que se sumaron en los años 60 y 70 otros fragmentos que vinieron a completar Sorpe, Estaon, Santa Maria de Taüll, Burgal y Boí. Por último, cabe señalar la reciente incorporación de un fragmento de las pinturas de la capilla de Santa Caterina de la catedral de la Seu d’Urgell, como depósito del Ministerio de cultura en el año 2008.
Por su parte, el MNAC conserva el conjunto de frontales, baldaquinos y vigas pintadas más extenso y antiguo de Europa. De todos ellos, el grupo más representativo es, sin duda, el constituido por los frontales o tablas de altar, realizados entre los siglos XII y XIII y procedentes en su mayoría de los territorios de la denominada Catalunya Vella. Por su número –veintinueve ejemplares–, formato, variedad de técnicas e iconografía se trata no solo de la serie más completa de Cataluña, donde existen otras colecciones destacables, como la del Museu Episcopal de Vic o la del Museu de Lleida Diocesà i Comarcal, sino también del panorama europeo. Cabe destacar, además, que dichas piezas fueron, en parte, las protagonistas de la formación de las incipientes colecciones de arte románico de los museos de Vic y Barcelona desde finales del siglo XIX.
Así en 1891, año de la inauguración del Museu Episcopal de Vic, se instalaba en el Palacio de Bellas Artes, construido con motivo de la exposición Universal, el Museo Municipal de Bellas Artes de Barcelona, en el que se exponía el Frontal de Ix, una pieza ingresada en 1889, a la que seguirán, sobre todo en los primeros años del siglo XX, una gran cantidad de obras de pintura sobre tabla, como los frontales de Avià (1903), Urgell (1905), Mosoll (1906), Alós d’Isil (1907), Esterri de Cardós, Baltarga y Farrera (1911), o el baldaquino de Tavèrnoles (1906) y la Viga de la Pasión (1907). asimismo, en la década de los años 20, coincidiendo con la campaña de los arrancamientos de las pinturas murales, ingresan en la colección los frontales de Sant Romà de Vila (1922) y Durro (1923). a ellos hay que añadir más tarde los procedentes de la adquisición de la colección Plandiura (1932) –entre otros los frontales de Chía, Boí y “de los Arcángeles”– o del legado Espona en 1958 (tabla de Esquius).
En lo que se refiere a la escultura en piedra, la base de su fondo está constituido inicialmente por la colección del antiguo Museo Provincial de Antigüedades de Barcelona, que durante décadas estuvo instalado en la capilla de Santa Ágata, y que se había ido enriqueciendo con los objetos de escultura arquitectónica, en especial, capiteles, procedentes de las recuperaciones llevadas a cabo a raíz del abandono de los edificios religiosos y las destrucciones motivadas por las reformas urbanísticas de Barcelona en el siglo XIX. Muchas de estas piezas aparecen ya citadas en el catálogo publicado en 1888 por Elías de Molins.
Posteriormente, otras obras se fueron incorporando al Museo de Arte Decorativo de la Ciutadella, como capiteles que se habían localizado a partir de las campañas de búsqueda de inicios del siglo XX, auspiciadas por la Junta de Museus, como los capiteles de Sant Serni de Tavèrnoles (1906). El ingreso de los capiteles de una serie de piezas procedentes del castillo de Camarasa (1929) y la adquisición de la colección Plandiura marcan también un momento importante. A ello cabe añadir, en la segunda mitad del siglo XX, aportaciones de carácter puntual, como el grupo de capiteles andalusíes donados por entidades privadas y anticuarios en las décadas de 1970-1980, o el destacable grupo de capiteles de Santa Maria de Besalú, a raíz de una dación de la colección Godia, en 1994. Más recientemente destaca la donación del año 2000 de dos capiteles procedentes de la colección de Jaume Juan i Arnal, probablemente originarios del claustro del monasterio de Sant Serni de Tavèrnoles.

En el caso de la talla en madera, aparte de alguna imagen, como el Cristo de Sant Cugat del Vallès, que ya formaba parte de los fondos antiguos de los museos que dieron origen al actual museo, los primeros ingresos significativos se produjeron en la primera década del siglo XX, con motivo de las expediciones y gestiones realizadas en el Pirineo. Este es el caso del Cristo de 1147 o de la Majestat de Organyà (1906), o del Calvario de Tragó de Noguera (1912). Por su parte, en 1914 se donaba a la Diputación de Barcelona la célebre Majestat Batlló, que desde entonces se convirtió en una de las obras maestras de la colección románica. como en el caso de otras técnicas, muchas obras son el resultado de la incorporación de colecciones privadas, en particular, la adquisición de la colección Plandiura en 1932, que dio entrada a dos tallas del Descendimiento de Erill la Vall –las cinco restantes estaban en Vic desde 1911–, así como las cuatro conocidas del de Santa Maria de Taüll. Posteriormente el legado Espona, en el año 1958, supuso un significativo ingreso de piezas, entre las que destaca una nueva obra maestra de la colección: la Virgen de Ger. Desde entonces, otras piezas han ingresado en forma de depósito, como el caso del Cristo de Cubels, en 1985, o la Virgen Sant Joan Despí, en 2003.

Por lo que se refiere a la orfebrería, durante los años de gestación de las colecciones del museo, en la primera década del siglo XX, algunas de estas piezas fueron adquiridas gracias a la Junta de Museus, que propició sobre todo el contacto con anticuarios y el mercado artístico de la época. Es entonces cuando se compra la cruz castellana del siglo XI, conocida como cruz de Petrus (1906), o el copón de la Cerdanya (1918). La colección se amplía sobremanera con el ingreso de casi cuarenta piezas fruto de la adquisición de la colección Plandiura (1932), en su mayoría, esmaltes de Limoges que procedían de la Península Ibérica. El legado Espona, en 1958, supuso la llegada de más de sesenta piezas de orfebrería románica, con igual predominio de esmaltes de Limoges, entre los que des tacan la arqueta-relicario de Sant Esteve (65526) o un báculo episcopal con la escena de San Miguel y el dragón (65524). 

Pintura
Frontal de los arcángeles (MNAC 3913)
Tabla de madera pintada al temple (105,3 x 127 x 4,5 cm) con relieves de estuco y restos de hoja metálica corlada sobre madera. Pasó a formar parte de los fondos de la colección a partir de la compra que la Junta de Museos realizó de la colección de Lluís Plandiura en 1932 y actualmente está expuesta en las salas de la colección permanente. Se desconoce su procedencia original. Se trata de un frontal de altar dedicado a san Miguel arcángel dividido en cuatro compartimentos acompañados por sendas inscripciones. Está enmarcado por cuatro tablones, de los cuales los dos verticales desempeñan la función de patas (como también sucede en los frontales de Alós d’Isil o Solanllong). El marco exterior está decorado con bandas de estuco con placas de estaño corladas, que decoran el marco exterior, con roleos vegetales y motivos geométricos, y detalles de las escenas narrativas, con una ornamentación más sencilla a base de ovas y círculos.
La elección de tonalidades también sirve a la composición en la que se combinan fondos rojizos y verdes con figuración en rojo y amarillo. Destaca el uso del blanco para lograr las transparencias de las figuras mientras que el fondo se orna menta con flores de cuatro pétalos en relieve de estuco.
En cuanto a las escenas, el recuadro superior derecho representa a san Miguel luchando, ataviado con escudo y lanza terminada en cruz en su condición de soldado de cristo, contra el dragón. Está colocado encima del animal, del cual emergen dos cabezas que escupen fuego y dos colas también rematadas por cabezas. Flanqueando la figura del santo reza la inscripción MICHEAEL P(RE)LIABATVR CV(M) DRACONE (Miguel se enfrenta al dragón). en el compartimento superior izquierdo se muestra a los arcángeles Rafael y Gabriel llevándose el alma desnuda de un difunto, que abre los brazos como un orante, sobre un trapo blanco. en el espacio interior de las alas se inscriben los nombres que identifican a los arcángeles Rafael / Gabriel. En el recuadro inferior izquierdo se desarrolla la escena de la psicostasis o pesaje de las almas, protagonizada por san Miguel y que forma parte del ciclo iconográfico del Juicio Final.
En él, el arcángel actúa como psicopompo, es decir, el conductor de dichas almas y quien se encarga de pesar sus acciones en una balanza con dos platillos, uno con una cabeza blanca que simboliza las buenas obras y otro con una cabeza negra que simboliza las malas. Al lado del arcángel, un demonio negro con cuernos y pezuñas intenta inclinar el platillo de las malas acciones. San Miguel está identificado por una inscripción vertical situada en la parte interior de las alas Michael. Por último, en la parte inferior derecha se representa una escena de la vida del arcángel identificada con el milagro del Monte Gargano y recogida en la Leyenda Dorada. cuenta la historia que un hombre llamado Gargano y propietario del monte homónimo, situado cerca de Nápoles, perseguía junto con sus siervos a un toro que se había escapado de su rebaño. Lo encontraron en la entrada de una cueva localizada en la cumbre del monte y le dispara ron varias flechas en el momento en que súbitamente cambió el viento y se clavaron en el ojo de Gargano. La población consternada preguntó al obispo por el suceso quien ordenó tres días de ayuno y plegarias para que se esclareciera lo sucedido.
Fue entonces cuando se apareció el arcángel explicando que había sido él, como protector de la cueva, quien había desviado la flecha, pues había decidido que esa gruta sería su morada. La escena del frontal recoge el momento en que Gargano recibe la flecha desviada por el arcángel, mientras el toro aguarda dentro de un paisaje vegetal. Esta escena también aparece en el retablo de San Miguel de Coppo di Marcovaldo en la iglesia toscana de Vico de l’Abate, fechado en 1255 (Castiñeiras, M., 2009). Del mismo modo que los otros compartimentos, una inscripción en la parte superior identifica la escena I(N)VE(N)CIO S(ANC)TI MI/CHAELIS (el descubrimiento de san Miguel).

A nivel estilístico, el frontal de los arcángeles se ha relacionado con las corrientes bizantinas propias de la pintura catalana del 1200, e influido por la miniatura inglesa con temporánea, como pone de manifiesto la figura del dragón, estilísticamente muy cercana al bestiario inglés. Asimismo, se han argumentado notables cercanías con la producción del taller del Maestro de Lluçà, activo en el área colindante de las comarcas de Osona y el Berguedà (obispados de Urgell y Vic) hacia 1220, aunque en el caso del de los arcángeles, se trataría de una versión más dulcificada y algo más tardía. Por este motivo se ha atribuido a la figura del maestro de Sant Pau de Casserres, artífice de las pinturas murales de la homónima iglesia, fechadas en el segundo cuarto del siglo XIII, y con las cuales comparte la figura del demonio de la escena de la psicostasis que intenta desequilibrar la balanza y múltiples detalles ornamentales (MCDS 4) (ALCOY, R., 1987, 2005). También se le ha atribuido la crestería del baldaquino de Tost.
Finalmente, en cuanto a su procedencia cabe esclarecer una confusión de tipo documental y es que en relación a la compra de la colección Plandiura, el frontal aparece como procedente de Ollo (navarra). Con toda seguridad se trataría de una confusión con otros dos frontales, también propiedad de Plandiura, procedentes del municipio de Ollo, como son el de Santa María de Arteta (MNAC 4368) y el de San Miguel de Eguillor, actualmente en la colección Gualino de Turín. esta procedencia no tendría ningún sentido con la vinculación de la tabla con el círculo del maestro de Lluçà y su ámbito de acción, el Lluçanès (Osona).
Además, en el catálogo del museo de Folch i Torres, editado en 1936 poco después de la compra de la colección, se describe sin origen alguno.

Frontal de altar de san lorenzo (MNAC 15795)
El frontal de altar ingresó incompleto en 1906. Las actas de la Junta de Museos de Barcelona del 12 de diciembre de 1906 aluden a la adquisición de “un fragmento de tabla románica del siglo XIII procedente del obispado de la Seu d’Urgell” y a los anticuarios Salvador arpa y Josep ribas. Si bien el libro de registro menciona la pieza como procedente del obispado de Vic.
Se trata de un fragmento horizontal de 29 cm de altura x 130 cm de ancho y 3,5 cm de grosor. Es posible que el frontal original fuera recortado y transformado como batiente de alguna puerta o ventana, lo que explicaría la presencia de un clavo enmedio de la decoración. el fragmento sufrió una fuerte restauración con anterioridad a la publicación de Gudiol i Cunil (1929).
Está pintado al temple como relieves en yeso y restos de corladura en las franjas que dividen las escenas del frontal, decoradas con círculos, imitando seguramente los frontales de orfebrería. el centro de la tabla está ocupado por la imagen de cristo, del que solo conservamos su medio cuerpo inferior, aparece sentado sobre un trono almohadillado, con fondo verde oscuro amenizado con estrellas; viste túnica amarilla con rayas anaranjadas y manto grana, sobre su rodilla sostiene el libro de los evangelios con el alfa y la omega. A ambos lados de Cristo podemos identificar un par de escenas relativas a la vida de San Lorenzo de las que solo conservamos completas las de la parte inferior y los pies de las escenas superiores (tal vez Lorenzo ofreciendo limosna y lavando los pies a los pobres). En el registro izquierdo se representa la popular escena del martirio del santo en la parrilla presidida por el emperador Decio (con una inscripción en la parte superior: DECI(US)), el mandatario aparece sentado sobre un sitial almohadillado, barbado y con el pelo largo, se cubre con un manto verde y luce una corona enjoyada.
Se ha perdido parte del ángulo inferior izquierdo, donde sobresale la mano diligente del emperador. A su lado, el santo desnudo y carente de aureola yace tumbado sobre la parrilla (Laurentius), mientras cuatro sayones, que visten largas túnicas amarillas y ocres (Milites), se ensañan marcando el cuerpo del santo con garfios candentes. La parte inferior de la escena podría haber estado ocupada por otra pareja de sayones atizando la lumbre. En la escena derecha aparece Decio junto a un par de operarios (identificados aquí como servus), mientras que del ángulo superior izquierdo surge el arcángel Gabriel incesante (Gabriel) entre nubes para llevarse el alma de Lorenzo. Uno de los asistentes se agacha hacia el cuerpo del mártir, mientras que el otro alza un objeto reticulado circular, tal vez describiendo el momento en el que, según la Leyenda Dorada, el prefecto Hipólito y el presbítero Justino recogen el cuerpo del santo entre las brasas para su unción y posterior entierro en el campo Verano de Roma.
La pieza debe datarse hacia el primer cuarto del siglo XIII. la ausencia de mandorla en la figura de Cristo sugiere modelos tardíos, pues fue siendo sustituida por una estructura rectangular similar a una hornacina para cobijar la imagen del Salvador o de la Virgen (como en Sant Vicenç de Tresserres, en el Museu Diocesà i Comarcal de Lleida). Desde el punto de vista estilístico parece relacionarse con el “estilo 1200”. la voluntad de crear volúmenes subrayando los pliegues de los ropajes, sobre todo en el emperador Decio y en la figura central del Salvador o en el tratamiento de los cabellos (flequillos, barbas y pómulos), los juegos de miradas entre los personajes, los fondos monocromos y la concepción cerrada de las escenas, son elementos que relacionan la pieza con lo bizantinizante. Una corriente que arraigó en la zona pirenaica catalana, especialmente en las actuales comarcas de la Cerdanya, Berguedà y Ripollès (antiguas diócesis de la Seu d’Urgell y Vic). en 1929 Gudiol i Cunil se refería a la tabla como procedente del obispado de Solsona, tal vez de alguna población frontera con el Lluçanès. la historiografía ha vinculado el frontal con la irradiación del estilo del Maestro de Avià, que debió trabajar en los frontales de Avià (MNAC 15784) y Sant Sadurní de Rotgers (MEV), amén de otras piezas conservadas en la alta Cerdanya (el frontal de la Tor de Carol en el templo de Iravals o el retablo de Angostrina (colección Ametller).
Las escasas iglesias advocadas al santo en el área de influencia del maestro de Avià se limitan a cuatro: Sant Llo-renç de Campdevànol (Ripollès), Sant Llorenç Prop Bagà (Berguedà), Saint-Laurent de Cerdán (Vallespir) y Sant Llorenç Dosmunts (Osona), así que tampoco descartamos la posibilidad de que hubiera presidido un altar secundario en cualquier otro templo.

Viga de la Pasión (MNAC 15833)
La Viga de la Pasión es uno de los escasos ejemplos con servados de madera pintada al temple destinado a presidir la embocadura de un ábside románico. Se trata de un bellísimo ejemplar conservado en estado fragmentario (233,5 cm de longitud x 20 cm de altura y 4 cm de grosor) expuesto en las salas dedicadas al arte del 1200 de la colección permanente. los tres cortes que han destruido parte de la figuración re velan su reutilización en un artesonado gótico. Ingresó en el museo en 1907 mediante adquisición realizada por la Junta de Museos a Josep Pascó, pintor, decorador y profesor de bellas artes, que ofreció un lote de “tres tablas románico góticas” de procedencia desconocida.



La viga está decorada con siete escenas de la Pasión de cristo: Prendimiento, Flagelación, Camino del Calvario, Crucifixión, Descendimiento y llanto sobre cristo Muerto, dispuestas en un friso narrativo enmarcado por recuadros perfilados entre franjas rojas. La secuencia, que se lee de izquierda a derecha, se inicia con una deteriorada oración en el Huerto de los olivos y el beso de Judas, acompañadas de la inscripción AVE RA/BI, según el evangelio de Mateo (Mt. 26,49). La secuencia sigue con la Flagelación de Cristo, infligida por una pareja de sayones de tez oscura, emulando musulmanes, en presencia de Pilato entronizado y rodeado de curiosos. Sigue la escena de Jesús, identificado con la inscripción IH(E)S(US), en el camino del calvario acompañado por dos soldados que exhiben los instrumentos de la Pasión (lanza, martillo y clavos) en presencia de una turba entre la que reaparecen los tres personajes de tez oscura luciendo turbantes en sus cabezas. El siguiente cuadro exhibe una mutilada Crucifixión (flanquean a Cristo san Juan bautista y las tres Marías, de la que solo una se conserva entera) y el arrepentimiento de Judas, frente a los sacerdotes y ancianos devolviendo las treinta monedas de plata y el epígrafe QUID AD/NOS, extraído del evangelio de Mateo (Mt. 27,4). La narración prosigue con el Descendimiento de la cruz en presencia de María, quien besa la mano de su hijo, José de Arimatea, Nicodemo (y los rótulos IO/SEP/AD ARI/MATEA Y NICODE/MVS) y san Juan Bautista. Sigue la secuencia con el llanto sobre Cristo Muerto, José de Arimatea y Nicodemo sostienen el cuerpo del Salvador que yace tendido, mientras la Virgen (Maria) le besa la mano y el bautista y María Magdalena lloran desconsoladamente (ha desaparecido la zona baja de la escena). el último recuadro, con abundante pérdida de materia pictórica, culmina con la Visitatio Sepulchri, donde el ángel que vela el sepulcro anuncia a las tres Marías la buena nueva de la resurrección: [...]-A/ [SUR]RE/[XIT NON EST HIC]/ECCE LO[CVS]VBI PS[UERUNT EUM] (Marcos 16.1-8). Aunque es probable que el programa iconográfico de la viga hubiese sido más extenso que el actualmente conservado (por ejemplo, con las escenas del Noli me Tangere o la ascensión). Para Ángela Franco, existiría una relación directa entre la selección de escenas y las horas de la Pasión, reforzada con las inscripciones que harían referencia al teatro religioso con finalidad ética.
El estilo de la Viga de la Pasión tiene clara afinidad con el trabajo de un miniaturista activo entre fines del siglo XII e inicios del XIII en la corte catalana-aragonesa que pudo participar en la ilustración del Liber feudorum maior (ACA, cancillería real, registro 1) y el Liber feudorum ceritanae (ACA, cancillería real, registro 4), encargados por Alfonso el Casto y su sucesor Pedro el Católico, lo cual permitiría datar la viga del MNAC entre 1192 y 1220. La relación más directa se advierte en la vívida intensidad cromática y su particular gama a base de amarillos, rojos y anaranjados. cabe añadir también otras afinidades compositivas: las figuras delicadas, las vestimentas con acusados pliegues redondeados y la elección de un cristo imberbe de sabor antiquizante. Rosa Alcoy relacionó la actividad de este miniaturista con un grupo más amplio de manuscritos castellanos como el Beato de las Huelgas (Pierpont Morgan Library de Nueva York, ms. 429), la Biblia Sacra de Cîteaux (Bibliothèque Municipale de Dijon, ms. 3) y dos ejemplares del De Virginitate Beatae Mariae (biblioteca nacional de Madrid, ms. 215476 y 10087), relacionados con la miniatura inglesa bizantinizante surgida tras la Biblia de Winchester y las célebres pinturas de la sala capitular del cenobio de Sigena, tal vez realizadas por algún pintor inglés establecido en la corte catalano-aragonesa y que, más tarde, pudo llegar hasta tierras castellanas.
Salvo ejemplos bizantinos e italianos centro-meridionales, las vigas de embocadura son piezas específicas del románico catalán, pues raramente se encuentran en ámbitos latinos. Manuel Castiñeiras considera un posible origen paleocristiano, a modo de estructuras triunfales que resaltaban los sectores sacros más relevantes de los templos. El origen de la tipología entroncaría con los temploi bizantinos adaptados a las modas y usos latinos. La Viga de la Pasión remitiría pues a los epistyles que representaban las doce fiestas litúrgicas, pero en una versión occidental del dodekaorton en clave de liturgia pascual. Por último, no cabe duda alguna sobre su procedencia catalana, tanto por la problemática en torno a la tipología, como por la vinculación de su autor con las miniaturas de encargo real.

Tabla llamada “de Esquius” (MNAC 65502)
Se trata de una tabla de 96 x 123 x 1,6 cm (MNAC 65502), compuesta por cinco tablones longitudinales muy finos, la cual ha llegado hasta nosotros en estado fragmentario, pues carece del marco habitual en este tipo de piezas. Pintada al temple, sobre una sutil preparación de yeso, su composición se organiza a partir de un espacio central, ocupado por una Majestas Domini, a cuyos lados se dispone el colegio apostólico en dos registros.
En el centro, dentro de una mandorla, Cristo, sedente sobre un trono sin respaldo y con cojín, bendice con su mano derecha mientras con la izquierda sostiene el rollo de las escrituras. La figura, que destaca sobre un fondo amarillo, viste túnica roja y manto azul marino tachonado de estrellas y apoya sus pies desnudos sobre un ornamentado arco que, a modo de escabel, representa simbólicamente el mundus. La mandorla, en cuya orla corre el epígrafe en verso +HIC DEVS ALFA ET O[MEGA] CLEMENS MISERATOR ADESTO / +AC PIETATE TVA MISERORVM VINCLA RELAXA AMEN (este es el Dios del alfa y el omega. Ven, oh clemente y misericordioso, con tu piedad, y afloja las cadenas de los miserables. amén), está flanqueada, en cada uno de sus ángulos, por el Tetramorfos, en el siguiente orden: en la parte superior, el ángel de Mateo y el águila de Juan; en la inferior, el león de Marcos y el toro de lucas. a ambos lados del espacio central de la mandorla se disponen, de pie y en grupos de tres, los apóstoles en dos registros. la mayoría de ellos portan, de manera alternada, libros abiertos o cartelas esplayadas. A pesar de la ausencia de tituli es posible identificar, por su retrato tipológico y atributos, en la parte superior izquierda, las figuras de san Pablo –calvo, con barba alargada y con cartela– y san Pedro –con barba corta y llaves–, mientras que en la parte superior de recha destacan el joven san Juan –justo al lado del águila– o san Andrés con la cruz.
Aunque la historiografía, desde mediados del siglo XX, atribuye la pieza a una capilla de Esquius, cerca de Torelló (Cook, W. y Gudiol, J., 1950, pp. 203-204; 1980, p. 131), el mismo Joan Ainaud (1973, p. 67; 1989, p. 90) reconocía que dicho topónimo no había sido nunca identificado con certeza, de modo que lo más probable es que se tratase del típico nombre dado por rectores o anticuarios para desorientar a los historiadores del arte. no obstante, es bastante segura su procedencia de las comarcas montañesas del norte de Vic, ya que así se sugería en 1882, cuando la pieza fue publicada, por primera vez, en el Álbum de detalles artísticos y plásticos decorativos de la Edad Media catalana, como “oriunda de una población de nuestra alta montaña” (Puiggarí, J., 1882), especificándose años más tarde, que era propiedad del señor Barnola (Puigga Rí, J., 1888, p. 109). Sabemos que posteriormente fue vendida a Santiago Espona en 1922, quien la legó al antiguo Museo de arte de Cataluña en 1958. Por ello, el nombre de frontal de Esquius, con el que se conoce tras la venta de 1922, podría derivar de Montesquiu, nombre del municipio homónimo y castillo situados al norte de la comarca de Osona, pero que antiguamente pertenecía al Ripollès (Castiñeiras, M., 2008).
No obstante, hasta finales del siglo XIII, fecha en los que los señores de Besora se trasladaron al castillo de Montesquiu, este no era sino una pequeña dependencia del castillo de Besora, auténtico núcleo de poder de la zona, cuya jurisdicción comprendía los actuales término de Montesquiu, Santa Maria de Besora y Sant Quirze de Besora. la importancia del castillo de Besora está bien documentada desde el siglo IX, y allí, según J. Pujadas (1831, lib. XV, cap. IV, p. 405), se retiró la poderosa condesa de Barcelona, Ermessenda de Carcasona (ca. 975-1058), para hacer testamento en 1057, antes de fallecer. Es probable, por lo tanto, que la pieza proceda de la iglesia castral de Santa Maria, que desde 1017 cumplía también funciones parroquiales (esplendor 2011, p. 144). En este contexto, no se puede descartar que haya sido elaborada bajo la promoción de los Besora en el segundo cuarto del siglo XII. Cabe señalar, además, que el último propietario de la pieza, Santiago Espona, la había adquirido a Antonio de Barnola, un abogado afincado en Barcelona que poseía diversos terrenos en la zona de Orís, población limítrofe con Sant Quirze de Besora y Montesquiu, y que tenía vínculos familiares en la zona. 
Por otra parte, cabe señalar que la pieza, normalmente identificada como frontal, presenta una serie de peculiaridades de factura que conviene subrayar. En primer lugar, no responde exactamente a la tipología coetánea de los frontales de la Seu d’Urgell (102, 5 x 151 x 6 cm) o de Ix (90,5 x 155,4 x 6,5 cm), ya que posee un formato menos rectangular, derivado de una altura y una anchura menores, a lo que evidentemente contribuye la ausencia de marco. En segundo lugar, sus travesaños son más finos de lo normal y presentan, en vez de las habituales dos capas de preparación de yeso (grosso y sottile) del taller de la Seu d’Urgell, una única y sutil capa de preparación sobre la que se aplicó directamente el color, como en el baldaquino de Ribes. en todo caso, el hecho en todo el borde de la tabla carezca de pintura, dejando a la vista la madera desnuda, indicaría la posible inserción original de la pieza en un entramado o marco.

Desde un punto de vista iconográfico, la tabla es el ejemplo más antiguo de un tipo de representación teofánica que gozó de mucho éxito en el románico catalán, en el que la Maiestas Domini con el Tetramorfos ocupa la parte central y se acompaña a ambos lados de dos registros con la figuración de los apóstoles (frontales de Esterri de Cardós, de Farrera de Pallars, de Sant Romà de Vila, de Sallagosa, etc.). Asimismo destaca el fondo de bandas de colores (verde, amarillo y rojo) sobre el que se disponen estas últimas figuras, ya que están en sintonía con la pintura mural contemporánea, concretamente, con los ábsides centrales de las iglesias de Sant Climent y Santa Maria de Taüll, ambas consagradas en 1123. En todo caso, lo que más sorprende de la obra es la esmerada técnica de ejecución que se desprende de las analíticas llevadas a cabo por Antoni Morer y Joaquim Badia, ya que, como si se tratase de una miniatura, en ella se emplearon pigmentos inorgánicos muy costosos y en grandes cantidades, como el oropimente (amarillo), el cinabrio (rojo) y el lapislázuli (azul), pero tan bien triturados que la capa pictórica produce una superficie muy uniforme. De hecho, la figuración del Tetramorfos, con sus inusuales nimbos amarillos –también presentes en algunos de los apóstoles– recuerda a las ilustraciones del códice con las epístolas de San Pablo (Ciudad del Vaticano, Biblioteca Apostolica Vaticana, Ms. 5730), llevado a cabo en la abadía de Ripoll hacia 1130.

Detalle actual del rostro con nimbo de la Majestas Domini 

De hecho, la tabla de Esquius se atribuyó, con muy buen criterio, al taller de Ripoll, y se puso en directa relación con el baldaquino de Ribes (1120-1140) (MEV 3884), si bien su estilo parece ser una versión “edulcorada” de la obra conservada en Vic. En Esquius la brillante gama fría de Ribes ha perdido su variedad y resplandor cristalinos al reducirse y perder fuerza el abanico de colores, ahora más cálidos y uniformes (Ainaud, J., 1981). De la misma manera, el diseño vivo y decidido de los paños de Ribes, lleno de plis soufflés y zigzags geométricos que lo acercaban a la genialidad del maestro de Sant Climent de Taüll, casi se ha perdido en un delineado más blando y plano, que podría indicar una realización posterior, si bien dentro de los parámetros de las primeras producciones del taller ripollés, entre la década de 1120 y 1140. Otro punto de relación entre ambas obras han sido siempre las inscripciones que las acompañan, con unos rasgos paleográficos similares y con el mismo tono invocador del día del Juicio Final. Sin embargo, mientras que en Ribes el epígrafe se lee de abajo a arriba, en Esquius es a la inversa.
No obstante, muchas de estas semejanzas y matices derivados del mero examen organolépitco y de un estudio formalista de la obra de arte, han podido ser refrendadas en los últimos años mediante análisis químicos emprendidos primeramente en Esquius, por A. Morer y Joaquim Badia, y recientemente en el baldaquino de Ribes, en primera instancia, por el laboratorio del MNAC, y en segunda, por el equipo del proyecto de investigación, Artistas, patronos y público.
Cataluña y el Mediterráneo (siglos XI-XV)-magistri cataloniae (MICINN HAR 2011-2015). Ambas tablas están preparadas con una fina capa de yeso sottile, sobre el que se dispone directamente la capa pictórica, en ella se utilizan mayoritariamente pigmentos inorgánicos, muy bien triturados y de elevado coste, como el lapislázuli para el azul oscuro, oropimente para el amarillo y cinabrio para el rojo, el cual para conseguir la carnación se mezcla con blanco de plomo en los rostros. En Esquius encontramos además tierras verdes para el verde y el uso de proteína animal como aglutinante, que bien pudiera ser fabricada a partir de restos blandos de animales o pergaminos. No obstante, las diferencias entre ambas tablas estribarían en la mayor riqueza cromática y sofisticación de Ribes, en la que se utilizan, en ciertas zonas, algunos de estos pigmentos en capas superpuestas o mezclados en busca de mayores efectos pictóricos y estéticos.
Tal es el caso del lapislázuli, que para conseguir diversos azules bien se aplica sobre aerenita, bien se mezcla con carbón, o, de manera excepcional, se usa co mo color verde (Castiñeiras 2012). Este dominio comporta además uso extraños a Esquius, como el color lila conseguido con óleo, plomo y cinabrio o el uso de yema de huevo como aglutinante.
Estas diferencias implican una mayor calidad, y quizás prelación, del maestro de Ribes con respecto al de Esquius, si bien nadie duda de su pertenencia a un mismo taller pictórico, el cual, estaría ubicado en las dependencias del monasterio de Ripoll. Este obrador, posiblemente formado por artistas monjes, o al menos miembros del ordo clerical, y quizás también siervos, explicaría el conocimiento que muestran estos maestros de las técnicas de la miniatura, su acceso a los modelos manejados por el scriptorium de la abadía, así como la presencia de hexámetros latinos, habituales en el aprendizaje de las escuelas monásticas, para acompañar a las imágenes (Castiñeiras 2012). Su anonimato estaría dentro del concepto de humildad benedictina a través de sus obras, cuyos epígrafes (Ribes, Esquius y Planès) anhelan la ascensión del alma al cielo y buscan la loa de la obra de Dios. Se desconoce cuál fue el contexto exacto de su producción y distribución en el territorio de la abadía, si bien todo apunta a una emergencia de la pintura sobre tabla a partir de la década de 1120, tanto en la catedral de la Seu d’Urgell (frontales de la Seu d’Urgell, Ix) como en el monasterio de Ripoll (Ribes, Esquius, Puigbò) que buscaba dotar a iglesias menores de mobiliario litúrgico adecuado para la exaltación de la liturgia y el dogma en sintonía con los preceptos de la reforma gregoriana. En muchos casos, estos frontales y baldaquinos en madera pintada eran una versión “barata” del mobiliario litúrgico en plata y esmalte que existían en los grandes centros eclesiásticos como Ripoll, la Seu d’Urgell y Girona, si bien su técnica y estética, en un primer momento, han de entenderse más como una miniatura monumentalizada que como un reflejo de la orfebrería.
Por último, cabe señalar que la tabla de Esquius ha sido muy restaurada, ya que desde sus primeras reproducciones (1882), se manifiesta una reintegración pictórica en las figuras de los apóstoles de los dos extremos inferiores. Además, cómo se aprecia en una fotografía antigua de principios del siglo XX (Arxiu Mas 1492b), el nimbo de Cristo estaba originalmente realizado en relieve de yeso recubierto con corladura (placas de estaño y barniz), pero desgraciadamente este fue casi eliminado en una abusiva restauración posterior.
Este hecho ha permitido en los últimos años confirmar la aparición de esta técnica en Cataluña en fechas anteriores a las que hasta ahora se habían propuesto así como la directa relación de la obra con la abadía de Ripoll, donde se atesoraban precisamente recetas para la elaboración de la deauratio facilis, tal y como se puede leerse en la Miscelánea de cómputo y astronomía (Madrid, Biblioteca Nacional, ms. 19), realizada en dicho monasterio en 1134 (Castiñeiras 2007; 2008a y b).

Piedra
Capitel historiado (MNAC 5290)
Capitel de mármol blanco historiado (28 x 25 x 24,5 cm), adquirido junto con el resto de la colección de Lluís Plandiura por la Junta de Museos de barcelona el 1932 y que actualmente se expone en las salas de la colección permanente.
La cesta, que se ha dividido en cuatro escenas, presenta en la cara principal dos jinetes identificables como una pareja real que preside la imagen. El monarca, a la izquierda, lleva barba y porta una corona perlada igual que la de su esposa, situada a la derecha. Entre ambas figuras, un hombre de pie hace un gesto con su diestra como si señalase al monarca. La segunda imagen transcurre detrás del rey, en la cara izquierda del capitel, y en la misma un hombre de pelo rizado se lleva una mano a la cara en un gesto de dolor y muestra la palma derecha.
Tras este y bajo el dado del ábaco, otra figura hace un gesto similar. Al otro lado de la pareja ecuestre, en el lado derecho, se ve conformada una tercera escena: dos personajes de pie siguen a la reina, el primero de los cuales se representa con largos cabellos y una vestidura con el cuello decorado. Por último, en la cara posterior, una figura femenina cruza las piernas y alza las manos, mientras su larga cabellera cae sobre su pecho. en cada cara del capitel las cabezas de los personajes de las escenas están colocadas en las esquinas debajo de los dados, así como un tercer personaje que se sitúa siempre en el centro haciendo igualmente la función de dado.
Por lo que respeta a su temática, existen varias posibilidades de lectura. Por un lado, podría tratarse de la figuración de un séquito o una escena cortesana –por la posible presencia de una bailarina en la cara posterior–, en directa relación con una ceremonia o episodio concreto. Por otro lado, en la comitiva se percibe un duelo inexplicable que pudiera hacer referencia a un contexto funerario. no obstante, tampoco es posible descartar completamente una hipotética representación bíblica, tal como un encuentro entre dos reyes, como podría ser Salomón y la reina de Saba o quizás Helena y Constantino. La evidente disparidad de propuestas denota la dificultad para determinar el tema de este capitel, pues hasta la fecha ninguna de las identificaciones ha resultado satisfactoria.
Habitualmente se ha relacionado esta pieza con un grupo de tres capiteles de mármol del mismo museo, vinculados al conjunto edilicio del antiguo Hospital de Sant Nicolau de Barcelona, integrado en el siglo XIII en el convento de Sant Francesc. Este vínculo ha permitido a la historiografía barajar, además de las opciones citadas, alguna posible alusión de la iconografía nicolasiana, pese que aún no se ha encontrado un nexo concreto. los distintos estudios de estas piezas denotan una herencia del estilo del maestro Mateo, uno de los protagonistas de la renovación de las artes entre las últimas décadas del siglo XII y las primeras del XIII, motivo por el cual el conjunto de capiteles fueron fechados en las primeras décadas de este último.
No obstante, existen divergencias plausibles entre los tres capiteles del Hospital de Sant Nicolau y el que nos ocupa. Primeramente, el estado de conservación de las piezas difiere, puesto que el capitel en cuestión se encuentra peor conservado. además, nuestra cesta ha sido trabajada por los cuatro costados mientras que el resto solo lo está en tres, hecho que ha llevado a la historiografía a considerar este capitel perteneciente al conjunto de la galería de un claustro, pese a su reducido tamaño. en segundo lugar, desde el punto de vista estilístico, el tratamiento de los paños, los rasgos fisonómicos, así como las cabelleras resultan ligeramente diferentes aunque con una evocación global semejante. a pesar de ello, en el supuesto caso de que el capitel 5290 no formara parte del mismo conjunto que las piezas barcelonesas, es oportuno subrayar que las similitudes con estos ejemplares serían verdaderamente sorprendentes.
Aún así, otros autores proponen un contexto distinto para este capitel que lo aleja de la irradiación del trabajo compostelano y lo sitúa en los círculos de talleres catalanes de raigambre tolosana, como son el caso de la catedral de Girona, el monasterio de Sant Cugat del Vallès, la catedral de Tarragona, o la Seu Vella de lleida. A esta última localización parece apuntar una misiva conservada en el Arxiu Històric de la ciutat dirigida a Lluís Plandiura –el coleccionista a quien perteneció nuestro capitel antes de ingresar en el museo–, donde se sugiere, de hecho, un origen leridano para la pieza.
Sin descartar estos posibles vínculos estilísticos, no podemos tampoco prescindir a priori del nexo con los tres capiteles del antiguo Hospital de Sant Nicolau de Barcelona, cuya comparación sigue siendo válida a falta de otros parangones más concluyentes. Por ello, todo apunta a que se trataría de una producción barcelonesa de alrededor del 1200, en relación con un obrador asentado en la ciudad condal heredero de modelos mateanos.

Pila aguabenditera (MNAC 5298)
Pila aguabenditera, de procedencia desconocida, tallada en piedra calcárea (76 x 30 x 29,5 cm). Se compone de un Pila aguabenditera (MNAC 5298) vaso, un fuste y un tosco pedestal. Ingresó en el museo en 1932 procedente de la colección de Lluís Plandiura.
El interior del vaso aparece tallado en forma tetralobulada y su exterior, semicilíndrico, se decora con un sencillo roleo e incisiones en diagonal que sugieren gajos. el fuste presenta un registro de baquetones zigzagueantes dispuesto entre boceles y el pedestal escocia y grueso toro sobre podium cúbico fracturado en una de sus esquinas.
Aunque la decoración de la pieza resulta arcaizante, pues ya aparece en los cimacios del siglo XI procedentes de la antigua catedral de barcelona (MNAC 14397 y 14398), en la colegiata de Áger (MNAC 49368) o en la pila bautismal de Sant Andreu de Sureda (Vallespir), esta pila podría datar se entre finales del siglo xii e inicios del siglo XIII. Similares espigados baquetones a los del fuste se aprecian en una silla episcopal rosellonesa conservada en el Philadelphia Museum of Art mientras que los motivos vegetales reaparecen en la pila bautismal de Santa Eulària de Unha (Valle de Arán).

Anónimo - Pila aguabenditera (MNAC 5298)– Segunda mitad del siglo XII-primera mitad del siglo XIII 

Cimacio con la Matanza de los Inocentes (MNAC 14066)
Bloque pétreo que ingresó en el museo desde los fondos del Museo Provincial de antigüedades de barcelona entre 1888 y 1931. Pudo hacer las veces de cimacio (16 x 32 x 25 cm) en una portada o en un pilar claustral. Sus dos caras talladas componen una única escena con una serie de personajes que emergen desde un fondo vegetal. Distinguimos una cabalgadura provista de arnés conducida por una figura masculina –situada en el ángulo del cimacio y vestida con túnica talar– agarrando a una mujer tocada que parece proteger la cabeza de una criatura. Tras ella, entre un árbol y una estrella, se sitúa un personaje masculino de perfil, que viste saya y capucha, porta un cetro y parece tañer un cuerno. La cruz griega inscrita en el interior de un círculo situada entre el hombre y el equino y la estrella permiten imaginar que se trate de la Matanza de los Inocentes, identificable además por la violenta postura del soldado que intenta arrancar al niño de las manos de su madre. algunos elementos parecen copiar repertorios profanos que nos recuerdan escenas con la despedida del caballero.
El esquematismo de la pieza encuentra parangón en algunos capiteles de la galería oriental del claustro de Santa Maria de l’Estany (bages) datables hacia la segunda mitad del siglo XIII.

Cimacio con la Matanza de los Inocentes (MNAC 14066) 

Grupo de capiteles (MNAC 14213, 14214, 14215)
Conjunto de tres capiteles de piedra arenisca, de me didas similares (14213: 27 x 21,5 cm; 14214: 26,5 x 21 cm; 14215: 26,5 x 21 cm), dos de los cuales ingresaron en el Museo gracias a un depósito de la Reial Acadèmia de Bones Lletres de Barcelona al Museo Provincial de Antigüedades en el año 1879 (MPA 959 y 958 respectivamente). En cambio, las noticias sobre el capitel 14215 son menos precisas, puesto que fue recogido por la Acadèmia de Bones Lletres de Barcelona en una fecha indeterminada. en el año 1880 pasó al Museo Provincial de antigüedades de barcelona (MPa 957) junto con los otros dos capiteles y en 1932 fue almacenado en el Palacio nacional. el 8 de abril de 1967 el Museo de Arte de Cataluña lo entregó al Museo Militar en concepto de depósito de la Junta de Museos de barcelona, y fue instalado en la sala 18 del castillo de Montjuïc (MMCCMB 20-39 PROV). A partir del análisis de la decoración, se supone que todo el lote es de una misma procedencia catalana.

Capitel (MNAC 14213) 

El grupo de capiteles en cuestión presenta una decoración similar basada en dos registros de carnosas hojas de acanto, cuyas nervaduras aparecen muy marcadas. las del nivel inferior, unidas en su parte baja por un tallo, se centran en los ángulos del capitel, mientras que las del rango superior se ven alternadas en las aristas por rostros humanos (14213, 14214) o piñas (14215). encontramos otro capitel muy similar en las mismas reservas del museo (MNAC 15979).
Por el carácter troncocónico invertido de su cesta y la exuberante vegetación esculpida, los capiteles se han datado genéricamente en el siglo XIII, como un ejemplo más de la transición del románico y al gótico en Cataluña. las piezas podrían proceder de algún edificio civil del siglo XIII del casco antiguo de barcelona, o bien de conjuntos religiosos desaparecidos, como el de Santa Caterina, Sant Nicolau o el convento de la enseñanza.

Capitel (MNAC 14214) 

Capitel (MNAC 14215) 

Talla
Cristo (MNAC 3928)
Esta talla de madera, un Cristo crucificado (71 cm x 13,3 cm x 11 cm), todavía presenta restos de policromía y pertenece a los fondos del museo desde el año 1932, cuando ingresó formando parte de la colección de Lluís Plandiura, adquirida por la Junta de Museos. Pertenece a la tipología de christus patients, muy extendida en el Pirineo catalán. Lamentablemente, la imagen ha llegado hasta nosotros muy mutilada, pues han desaparecido las extremidades superiores, parte de los hombros y de la cabeza, así como la cruz a la que iba unido.
Respecto a su composición, el cuerpo de cristo ofrece una disposición zigzagueante, con su cabeza y las rodillas inclinada y dobladas ligeramente hacia la derecha. El torso, que resulta muy prolongado, realiza una sutil contorsión. Las cos tillas y pectorales se reflejan anatómicamente, al igual que el esternón, voluntariamente resaltado, y el vientre, ligeramente emergente. el tratamiento del cabello resulta minucioso y detallista, en forma de espiga y repartido equilibradamente sobre los lados de los hombros en forma de gruesos mechones, si bien solo se han conservado los del lado izquierdo. La barba, corta, se ha tratado con incisiones que la dotan un cierto volumen.
La talla conserva restos de policromía, sobre todo en el perizonium y en algunas carnaciones. El paño de Cristo muestra una decoración floral muy esquemática, en blanco y rojo, estampada sobre un fondo azul oscuro y unos interesantes restos de relieve en yeso en los motivos ornamentales perlados localizados en los bordes del faldón. El ceñidor, también en relieve de yeso, presenta una trenza ondulada y el nudo aparece desplazado a la izquierda, desde donde cuelga una tira también en pasta de yeso. Mediante líneas oblicuas se han destacado los pliegues anteriores del perizonium que se deslizan sobre los muslos. en los lados del faldón, cae el drapeado con pliegues verticales que terminan en zigzag. Las piernas, colocadas en paralelo, aparecen ligeramente inclinadas mediante la torsión de la rótula, marcada de forma sustancial, al igual que las tibias. los pies, en hiperextensión, denotan su relación con la tipología románica del crucificado en cuatro clavos.
A nivel estilístico, la historiografía la ha incluido en el grupo conocido como Taller de Erill, término acuñado por Cook y Gudiol para referirse un taller activo en el Vall de Boí durante la segunda mitad del siglo XII aunque convendría matizar algunos aspectos. Retomando el análisis estilístico de otro Cristo conservado en el Museo (MNAC 3926), nos inclinamos a pensar en la producción de un taller, cuya cronología compartimos, que abastecería a la diócesis de la Seu d’Urgell. El tratamiento del cabello, de talla precisa, la expresión serena del rostro, la ligera inclinación de la cabeza y el detallismo anatómico, sitúan esta talla muy cerca del Crist de Mijaran –procedente de Sant Miquèu de Vielha, en el Val d’Aran–, que podría considerarse una versión mejorada de la que nos ocupa. De igual manera, la Majestad de Salardú, otro soberbio ejemplo de talla aranesa, comparte estrechas relaciones con este Cristo del MNAC, sobre todo en cuanto a la expresión del rostro. La composición del cuerpo en zigzag es una solución que no encontramos en las tallas aranesas, pero si en tallas como el Cristo de Llimiana, El Cristo de Mur o el Cristo de Montmagastre, todas desaparecidas durante la Guerra Civil pero conocidas gracias a documentación gráfica anterior, y con el Cristo de Cubels (MNAC 122672). La talla del MNAC fue adquirida por el coleccionista Lluís Plandiura, probablemente durante los años veinte, motivo por el que se salvó de la destrucción.
Aunque se desconoce su emplazamiento original, tradicionalmente se ha vinculado, a raíz de su inclusión en el taller de Erill, a un edificio de la zona de la Ribagorza. no obstante, proponemos su localización en el entorno de las tallas de Llimiana, Mur, Montmagastre e incluso Cubels, cuatro poblaciones situadas en la zona limítrofe entre las comarcas leridanas del Pallars Jussà y la Noguera y muy cerca unas de otras. 

Cristo crucificado (MNAC 3932)
Talla en madera policromada al temple (53,5 x 42,5 x 5 cm) que formaba parte de la colección Lluís Plandiura, adquirida por la Junta de Museos de barcelona en 1932. Se ha señalado que, junto con otra talla conservada en el museo (MNAC 49696), formaba parte de un calvario, pero la relación estilística entre ambas piezas resulta nula.
Se trata de una figura de cristo crucificado, semidesnudo, con los ojos cerrados, que ciñe una corona dorada de cuatro picos bilobulados, de la que ha desaparecido el remate frontal. Presenta los brazos extendidos de forma casi horizontal y, en las manos, marcas de los clavos con señales de sangre, habiendo perdido su mano izquierda y la cruz. lleva como único atuendo un perizonium azul –con un borde inferior dorado y su reverso rojo–, que arranca bajo su cintura y deja el vientre al descubierto. los pies, con un clavo cada uno y heridas sangrantes, apoyan sobre un supedáneo de color rojo.
La imagen responde al tipo iconográfico del Cristo sufriente románico, que se caracteriza por la expresión grave de su rostro, la ligera inclinación de su cabeza hacia la derecha, sus ojos cerrados o el acento puesto en las heridas sangrantes de pies, manos y costado; y por si esto no fuera suficiente, además presenta los cuatro clavos.
La originalidad de esta pieza recae en su torso, de una acentuada geometrización con el fin de subrayar ciertos elementos anatómicos: el pecho frontal, unas esquemáticas costillas laterales y un amplio abdomen marcado con pliegues en espiral alrededor del ombligo, etc. Destacan también ciertos detalles bien trabajados, como los ojos –con los globos oculares bastante salientes–, las cejas muy perfiladas, la organización de la barba a base de rizos o la cabellera pintada, que cae hasta la espalda. Se aprecian, además, las pestañas, posiblemente producto de una intervención posterior, así como el color de las carnaciones; los brazos, sin embargo, no han sido muy trabajados. a la altura de los tobillos, entre pierna y pierna, se aprecia una hendidura a través del cual se encajaba la imagen a la cruz. el dorso del cristo resulta plano, pues solo se ha tallado a la altura de la cabeza y en la parte en la que las costillas alcanzan la espalda.
Aunque el origen de esta pieza resulta desconocido, Walter Cook apuntaba, a partir de los angulosos y poderosos pliegues del perizonium, que se trataría de una reproducción tosca relacionada con la Virgen del calvario de Castiliscar (Zaragoza). Otras opiniones han señalado, debido a las acentuadas incisiones de las costillas y por su pronunciado carácter anatómico, cierta proximidad con el Cristo de Cap d’Aran (MNAC 3934) o, por sus rasgos, con imágenes del taller de la Ribagorza, sin entrar en más especificaciones. No obstante, nos parece pertinente asociarlo con el cristo de Cubels (122672) y con el calvario de Tragó de Noguera (MNAC 15887), ambos procedentes de la comarca de la Noguera.
En estos ejemplos también destaca la esquematización y reducción de la zona torácica, que deja un amplio espacio para el abdomen de formas curvas, y una misma manera de representar rostros y cabellos. También apreciamos en el calvario de Tragó de Noguera –y en otro Cristo del museo (MNAC 15790)– una parecida disposición de los brazos, casi horizontales, y de las piernas. Aunque hay diferencias entre las tres tallas, como el tipo de perizonium, parece conveniente pensar en una procedencia similar, alrededor de la noguera, para todas ellas. Por lo que respeta a su datación, todo apunta a la primera mitad del siglo XIII, como ya se ha comentado en otras ocasiones.

Relieve con la crucifixión de San Pedro (MNAC 35719)
Esta tablilla de madera, tallada con la escena del martirio de san Pedro (29 x 20 cm), se conserva en los fondos del museo. Ingresó como depósito en 1934 procedente de la colección Bosch i Catarineu hasta que en 1950 fue donada definitivamente por Julio Muñoz Ramonet.
La tabla conserva muy pocos vestigios de su policromía original, rojiza, en el lado izquierdo del relieve de la cruz.
La escena la preside la crucifixión del santo, boca abajo, que se convierte en el eje de la composición; la figura de Pedro, trabajada con cierta intencionalidad, reproduce los modelos reiterados de la misma época en la figura de Cristo. El cabello aparece esculpido en mechones rectilíneos que convergen en la coronilla, del mismo modo que la barba continua con la decoración a bucles y una terminación acaracolada. En su rostro, el eje que conforma la nariz y el arco de las cejas aparece marcado y aunque la pérdida de policromía y su estado im piden juzgar el gesto, probablemente estos detalles técnicos ayudasen a dotarlo de cierta expresividad.
El relieve del torso resulta bastante plano, con el costillar apenas insinuado. El paño (perizonium) del santo sigue los modelos tradicionales de la talla cristológica pirenaica, con el faldón, de pliegues rectilíneos hasta las rodillas y doblado en la zona del ceñidor. Las piernas se muestran rectas, sin flexionar, y los pies se abren en forma de “V”. A ambos lados de san Pedro, los dos sayones que perpetran el martirio arquean sus cuerpos para dotar de plasticidad a la composición y sostienen con una mano el martillo y con la otra el pie del santo que están a punto de clavar en la cruz. Se trata de dos figuras idénticas, simétricas y vestidas al uso de la época, con cota de malla y faldón. La parte superior de la escena aparece rematada con ondas a modo de crestería.
Estilísticamente, resulta muy complejo establecer una filiación clara al carecer de referentes, ya que ciclos escultóricos dedicados a san Pedro no son frecuentes en época románica, al menos teniendo en cuenta los casos conocidos, pero si en fechas más avanzadas, en época gótica. No obstante, los rasgos de la figura del santo resultan muy cercanos a otras imágenes de Cristo conservadas en la zona pirenaica, muy especialmente en cuanto al tratamiento del cabello y del faldón, por lo que se ha datado hacia finales del siglo XII o principios del XIII. A nivel de tipología se puede afirmar –entre otros, por el detalle de la crestería superior– que debió de formar parte de una estructura del tipo retrotabula, característica del período de transición del frontal románico hacia el retablo gótico, co mo se puede ver en una estructura de ese tipo conservada en las reservas del propio museo (MNAC 22997), considerada una obra de la primera mitad del siglo XIII, o en el desaparecido retablo de Obarra (Ribagorza).
Aunque desconocemos el emplazamiento original de es ta tablilla, tanto los rasgos de la figura del santo, cercanos a la producción del denominado taller de Erill, como su vinculación con el estilo figurativo del retablo conservado en el museo (MNAC 22997), hacen que se señale, como posible procedencia, el Valle de Boí, pues en el pueblo de Boí hubo una iglesia, hoy desaparecida, dedicada a san Pedro en época medieval.

Retablo con imagen de la Virgen con el niño (MNAC 22997)
Conjunto compuesto por una predela de madera tallada en bajorrelieve (50 x 168 x 3 cm) y una figura mariana, ambas con restos puntuales de policromía al temple. Procedente de la colección de Oleguer Junyent, en 1934 fue expuesto en el Palacio Nacional y un año después ingresó, por compra, en el museo. Pudo ser contemplada en las salas del románico hasta la remodelación de la colección en los años 1970; actualmente se conserva en las reservas del museo.
El bancal se articula mediante un grupo de siete arcos sobre finas columnas con sus respectivos capiteles. Los fustes de las columnillas desarrollan profusos relieves corlados de estuco que conforman una elegante cenefa perlada en los arcos y graciosos roleos vegetales en las enjutas y frontispicio. Mientras, a cada lado se abre un triple arco que bien pudo haber albergado representaciones esculpidas o pintadas, pues el eje de la composición viene marcado, precisamente, por una imagen de bulto de la Virgen entronizada con el niño (47 x 19 cm) que aparece ubicada en el arco central, de mayores dimensiones y forma trebolada.
La figura de María, que viste túnica y manto, ha perdido los pies y lleva la cabeza cubierta por un maphorion o “santo velo” rematado, curiosamente, por un doble casquete, lo que acaso pudiera significar que la imagen llevaba ceñida una corona. Sobre el lado izquierdo de su regazo aparece sentada la figura del niño, que sostiene con su mano izquierda el orbe, la esfera, y levanta el brazo derecho, del que no se conserva la mano, en una posible actitud de bendición. El dorso de la Virgen es plano, lo que confirma que su adosamiento a la predela.
Esta, la predela, también conserva testimonios de su policromía, negra en el intradós del arco central y roja en los laterales. También podemos apreciar zonas con endrapado, aunque solamente hasta la altura de los capiteles, por lo que es posible que la parte inferior fuera, parcialmente al menos, recreada, y nos haga dudar de la total conexión de esta estructura con la pieza original y la talla.
Ciertas opiniones ya expresaron esta posibilidad, según la cual fueron colocadas, conjuntamente y de forma arbitraria, en 1934. En cualquier caso, su tipología remite a la de los retablos románicos, estructuras rectangulares alargadas con la parte central eventualmente destacada, rasgo evidente en este ejemplar. en cierta manera, es probable –como ocurre en otros casos– que constituya una fusión entre las dos grandes familias de retablos reconocidas para este período: por un lado, los retablos de formato apaisado –propio de los frontales de altar, que acoge una iconografía abundante y narrativa, aquí desarrollada también en los laterales– y, por otro, las estructuras desarrolladas a partir de una imagen central de la Virgen con el niño que destaca por sus dimensiones y el arco trilobulado que la enmarca, que junto con las columnas conforma una especie de baldaquino.
De estas variantes se conserva algún ejemplar aislado, entre otros los que son considerados como los dos primeros retablos conocidos, datados, respectivamente, a finales del siglo xi y mediados del XII: el luxemburgués procedente de Rosport an der Sauer y el francés cercano a la abadía de Saint Denis de Carrières-sur-Seine, con el que comparte, además, la zona central sobrelevada. Dentro del área peninsular, cabría recordar el retablo-tabernáculo procedente de Angostrina (Centre d’Art Sacré Ile-sur-Têt, Rosselló), presidido por una talla de la Virgen emplazada en el interior de una hornacina con dos tablas laterales, y también la tabla pintada de cristo con los doce apóstoles procedente de Sant Martí d’Envalls (Col·lecció amatller d’art Hispànic), o el caso conflictivo del llamado “frontal” procedente del monasterio de Santa Maria de Obarra (Huesca), actualmente en paradero desconocido.
Puede que las imágenes que han desaparecido de los arcos laterales pertenecieran a una Epifanía, a la izquierda (por el gesto del niño, que parece señalar a los reyes Magos), y un san José, junto con una Anunciación, a la derecha. Si así fuera, encontraríamos sus paralelos iconográficos en las composiciones del frontal pintado de Avià (MNAC 15784) y en los retablos de Angostrina o Sant Martí Sarroca (MNAC 15924, 15925), producciones datadas en torno a los primeros años del siglo XIII.
Desde el punto de vista estilístico, la talla de Virgen también parece superar el umbral de la decimotercera centuria: por su inclinación y por la naturalidad del movimiento del niño hacia la izquierda y que manifiesta su interacción con las figuras desaparecidas. A su cronología contribuye también el uso sistemático del estuco, el motivo trilobulado del arco central, así como por ciertos elementos de la Virgen, por ejemplo el uso del maphorion. De hecho, pudiera acaso recordar a la imagen central del frontal de Avià, si bien en este caso María ha perdido su condición de Hodegetria, y no señala al niño como fuente de salvación. Todo ello permite adscribir esta pieza a la primera mitad del siglo XIII, junto con las restantes piezas citadas.
Respecto a su procedencia, fue J. Folch i Torres quien afirmó que el conjunto se adquirió en Lleida y quién propuso un origen en una iglesia del Alt Pallars (Pallars Sobirà). Aunque no se pueda confirmar por el momento tal hipótesis, hay que tener muy presente que en el Museu Episcopal de Vic se conserva un frontal (MEV 4052) de estructura similar –con arcuaciones en madera para albergar figuras– que procede de Sant Pere del Burgal, un edificio de Pallars Sobirà.

Virgen con el niño (MNAC 3923)
Talla de madera con restos de policromía (72,3 x 26,2 x 22 cm), actualmente expuesta en una de las salas del museo. Pasó a formar parte de los fondos de la colección a partir de la compra que la Junta de Museos de barcelona realizó de la colección de Lluís Plandiura en 1932.
Se trata de una talla de mediana factura que, pese a las pérdidas de policromía y alguna que otra grieta, se encuentra en un correcto estado de conservación.
Según la documentación, fue restaurada en 1977, llevándose a cabo la consolidación de los restos de policromía del brazo derecho, así como un tratamiento de desinfección general. la imagen responde a la tipología de Sedes Sapientiae o Trono de Sabiduría que tiene su origen en la kyriotissa bizantina, que presenta a la Virgen como trono del Jesús, que aparece sentado en su regazo.
La composición destaca por su acentuada frontalidad y por la desproporción intencionada de la figura del niño respecto a la de su madre, con el objeto de destacar la importancia de Jesús. María, se sienta sobre un trono –del que solo se conserva un fino sitial– y luce corona por su condición de reina de los cielos.
La corona se compone de una franja lisa rematada por tres amplios florones en forma de trébol y deja a la vista dos volúmenes lisos que configuran el cabello, tra bajado desde el centro y hacia los lados, como en el caso del niño. Los rostros de ambas figuras aparecen notablemente resueltos en su talla y en menor medida en el resto de la figura: sin fuertes incisiones que resalten unos rasgos sobre otros, muestran formas ovaladas y proporcionadas, con los arcos de las cejas poco marcados y ojos almendrados. el armónico rostro de la Virgen se traduce en una expresión serena o incluso transmisora de cierta dulzura, que en el caso del niño se aprecia en la tímida sonrisa que esboza.
En lo que a la indumentaria se refiere, María viste una tú nica de cuello redondo que baja hasta los pies y que presenta restos de policromía rojiza, y sobre la túnica luce un manto de manga larga abierto ampliamente a modo de casulla y con testimonios de policromía azul. Los ropajes solo dejan a la vista los brazos y caen encima del regazo en forma de rectángulo. El niño, en cambio, luce una larga túnica hasta los pies con un manto cruzado, a la manera de las togas romanas y presenta los pies descalzos, como suele ser habitual. En este caso, se han invertido los colores y la túnica es azul y el manto rojo.
El tratamiento formal de las vestiduras, correcto en general, muestra interés en marcar los pliegues y drapeados de las ropas a partir de incisiones horizontales, con una caída bas tante armoniosa, aunque la talla más fina la encontramos en la figura del niño, sentada en su regazo. La Virgen, con la mano derecha sostiene la esfera y con la otra sujeta al niño por el hombro, en gesto protector. Jesús realiza la señal de bendecir con la mano derecha mientras que con la izquierda sostiene el libro, apoyado encima de la rodilla. El conjunto descansa encima de un zócalo unido al sitial, de forma rectangular y con decoración arquitectónica en los laterales a base de una cenefa blanca punteada con contornos oscuros con arcuaciones del mismo color y fondo rojo. La parte posterior del respaldo se decoró con franjas verticales, rojas y amarillas, en alusión a una heráldica catalana-aragonesa.
Estilísticamente, se debería situar en relación con otras tallas procedentes de la zona de la Cerdanya fechadas en el último cuarto del siglo XII. la historiografía ha incluido la imagen que nos ocupa en el grupo de las llamadas “vírgenes con casulla”, del que formarían parte las tallas de Saneja, Ger, Targassona, Talló o Ix. Sin embargo, su rigidez compositiva, su acusada frontalidad y la situación del niño en el centro del regazo, nos remite a la Virgen de Santa Maria d’All (MNAC 15917), expuesta en el propio museo, o a la desaparecida Virgen de Bastanist, ambas localizadas en la comarca de la Cerdaña. asimismo, el motivo heráldico de la parte posterior del sitial también lo encontramos en diversos ejemplos de talla marianas, tanto en ejemplos catalanes (Virgen de Mata Dars) como aragoneses (Virgen de Agüero).

 

 

 

 

 

 

 

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