sábado, 21 de diciembre de 2024

Capítulo 82, Romanico soriano-Berlanga de Duero y el sur de Soria, Caracena, Montejo de Tiermes, Caltojar, Aguilera

 

Románico en la comarca de Berlanga de Duero y el sur de Soria
Berlanga de Duero
Esta localidad, capital de la comarca conocida como Marquesado de Berlanga, se encuentra en el sector centro-sur de la provincia, aproximadamente a 50 km de la capital, sobre las riberas del río Escalote, muy cerca de su confluencia con la ribera meridional del Duero.
Como lugar fronterizo de la Marca Media musulmana, en el área próxima a la fortaleza de Gormaz, aparece por primera vez en la documentación histórica en el año 975, durante la campaña de socorro que el general en jefe de esta frontera, Galib, dirigió a Gormaz, que entonces sufría asedio cristiano. Berlanga aparece como lugar de paso, aunque cabe suponer que, por la existencia de esta misma referencia, ya era uno de los lugares principales de la comarca. En esa misma campaña militar, en la llanura que rodea a la población, el conde castellano García Fernández trató de preparar una emboscada a Galib, aunque sin éxito, permaneciendo aún el territorio en manos musulmanas hasta el año 1060, cuando el rey Fernando I conquista todo este sector del Duero, también con Gormaz, Vadorrey y Aguilera. Durante estos acontecimientos es conocido con detalle del episodio de la conquista de civitatem Berlanga, cuando los musulmanes asediados, abrieron varios boquetes en los muros para poder escapar, dejando abandonados a sus esposas e hijos.
A partir de entonces Berlanga empieza a conformarse como cabeza de una Comunidad de Villa y Tierra de la que dependieron 33 aldeas –trece de ellas actualmente desaparecidas–, aunque en 1113, en el contexto de los enfrentamientos matrimoniales de Urraca de Castilla y Alfonso I de Aragón, estuvo a punto de ser recuperada por los musulmanes, debiendo acudir en su socorro la reina castellana. A pesar de ello, por estas fechas quedó bajo la órbita del rey de Aragón, hasta su fallecimiento en 1134, en que pasó definitivamente a Castilla.
En 1136, mediante el acuerdo suscrito entre los obispos de Sigüenza y Osma para delimitación de ambas diócesis, Berlanga y sus aldeas quedarán dentro del territorio seguntino, donde ha permanecido hasta los años centrales del pasado siglo XX. Ya en aquellos primeros siglos debió ser una activa población, que llegó a contar con siete parroquias, según Gonzalo Martínez Díez: Santa María, San Gil, Santo Tomé, San Nicolás, San Miguel, San Esteban y San Andrés, aunque la presencia de una Puerta de San Pedro en el primer recinto amurallado, hace pensar en otra iglesia bajo esta advocación.
A lo largo del siglo XIV, durante el proceso de señorialización que caracteriza la vida de los reinos peninsulares, Berlanga sale del realengo, donada por Alfonso XI a su hijo bastardo Tello, partidario después del usurpador Enrique de Trastámara. En 1370, Tello dona esta villa y la de Velamazán, junto con sus fortalezas, a su amante doña Elvira de Lezcano, con quien tuvo una hija, Leonor de Castilla, casada con Juan Fernández de Tovar, a cuyo linaje se incorporará definitivamente Berlanga, con excepción del breve lapso entre 1448 y 1457 en que estuvo integrada en la Corona, por confiscación de Juan II. En 1466, siendo señor Luis de Tovar, se otorga privilegio para la realización de ferias y por entonces, sobre restos anteriores, comienza la construcción del poderoso castillo que se nos ha conservado. Su hija y heredera, María de Tovar, casó con Íñigo Fernández de Velasco, hijo del duque de Frías y condestable de Castilla, a quienes finalmente, en 1512, llegarán esos títulos, acompañados de una importantísima fortuna. A partir de este momento el matrimonio empieza una campaña de renovación edilicia en la villa, comenzando la construcción del palacio –incendiado por el general francés Duvernet durante la Guerra de la Independencia–, continuando con las obras de la fortaleza y fundando la colegiata de Santa María de Mercado, que aglutinó al conjunto de las parroquias medievales de la villa, que fueron mandadas derribar en el año 1526.
En 1517 el hijo segundo de ese matrimonio, Juan de Tovar, asume el mayorazgo creado para él, que poco después se convertirá en marquesado, agrupando a las aldeas de Hortezuela, Aguilera, Alaló, Arenillas, Abanco, Bayubas de Arriba, Bayubas de Abajo, Bordecorex, Brías, Cabreriza, Caltojar, Casillas de Berlanga, Cihuela, Fuentelpuerco, Lumías, La Riba de Escalote, Paones, Morales y Rebollo, es decir, los lugares que conformaron su antigua Comunidad de Villa y Tierra.

Tímpano en el convento de La Concepción
Cerca de la colegiata, en la fachada que da a la calle Bedoya del convento de las concepcionistas franciscanas se empotró, junto a una chambrana abiselada y dos dovelas con decoración de círculos concéntricos, un tímpano románico especialmente interesante tanto por la iconografía que desarrolla como por su excelente factura
Este convento de clausura fue fundado en 1547 por doña Juana Enríquez, viuda del primer marqués de Berlanga, Juan de Tovar.
Desconocemos cuál era edificio de Berlanga al que pertenecía esta pieza, labrada en arenisca y aún con restos de policromía en tonos ocres y azules. Iconográficamente, el tímpano nos presenta una sintética visión celestial presidida por la Teofanía, bajo la forma del Pantocrátor rodeado del Tetramorfos. La Maiestas aparece inscrita en una mandorla almendrada, con la solemne figura del Padre, barbada y de larga cabellera que cae sobre sus hombros, sentado en un trono rematado por cabecitas felinas, apoyando sus pies descalzos en un escabel. Viste túnica y manto, porta corona y bendice con su diestra mientras sostiene el Libro sobre su rodilla izquierda. La fractura que afecta a la parte superior del relieve no permite concretar si la forma que se dispone sobre la figura corresponde a la paloma del Espíritu Santo o bien se trata de un añadido dispuesto en el momento de ser reutilizada la pieza (Gaya pensaba que el personaje se tocaba con una mitra, error repetido ulteriormente en numerosas publicaciones).

En el extremo derecho del tímpano aparece la Virgen sentada con la mano derecha alzada para bendecir y con los dedos índice y pulgar de la mano izquierda extendidos en idéntica postura que en Santo Domingo.

Rodean a la figura divina los símbolos de los cuatro evangelistas, en forma de prótomos sostenidos en lienzos por figuras angélicas, salvo Mateo –en la parte superior izquierda– que se representa como un ángel desplegando una filacteria. Este recurso iconográfico es también utilizado en los tímpanos de Santo Domingo de Soria, San Esteban de Moradillo de Sedano, etc.

Las respectivas figuras del lado opuesto no coinciden en Soria y en Berlanga; allí aparece un personaje nimbado y con barba que se supone que es San José, mientras que aquí se trata de un joven imberbe de cuya mano derecha pende una balanza. Este personaje, como el que se ve en el capitel inferior de una de las pilastras de la panda norte del claustro de San Pedro de Soria, simboliza la psicostasis o pesaje de las acciones buenas y malas del alma. 

A ambos lados de esta visión celestial se sitúan dos personajes que precisan el mensaje del tímpano. A la derecha de la Maiestas aparece la figura de la Virgen, sentada sobre un cojín, coronada y ataviada con calzado puntiagudo, túnica, velo y manto, mostrando la palma de su diestra mientras recoge un borde del manto con dos dedos de su otra mano, en un amanerado gesto que se repite en las imágenes de los tímpanos de Santo Domingo de Soria, Gredilla de Sedano, Butrera, etc. A la izquierda del espectador vemos una Psicostasis, con el arcángel San Miguel sosteniendo la balanza con su diestra y realizando el gesto de respeto y adoración de mostrar la palma con la otra mano. En uno de los platillos de la balanza vemos una cabecita que debe representar el alma del justo, mientras que, en el otro lado, una descabezada figurita, desnuda y realizando una forzada contorsión, intenta asirse al otro platillo.

En realidad, y como ocurre con la inmensa mayoría de las visiones celestiales de la iconografía medieval, el contenido del mensaje expresado es el resultado de una síntesis de pasajes extraídos tanto del Apocalipsis (Ap 4, 6-8 y 5) como de los textos vetero (Ez 1, 1-28; Dan 5,27 y 12; Job 31, 3, entre otros) y neotestamentarios (Mt 24, 27-31 y 25, 31-46), a los que la elaboración patrística dotó de interpretaciones diversas (San Ireneo, Honorio de Autun, Guillermo Durando, etc.). En Berlanga, acompañan a la visión celestial, a la que el cristiano tendrá acceso sólo en el momento del Juicio, la figura intercesora y mediadora de María –interpretable a nuestro juicio como Madre de Dios y como Iglesia, sin otras connotaciones apocalípticas– y un Juicio Final resumido, bajo la forma del pesaje de las acciones morales. Podríamos pues “leer” ese relieve del modo lineal siguiente: el alma del justo, guiada por la Iglesia, tendrá una vez producida la muerte física y tras salir con bien del Juicio, acceso a la revelación facie ad faciem de la gloria divina.
Estilísticamente el cuidado relieve responde a las filiaciones ya insinuadas en lo iconográfico, es decir, se inscribe dentro de la mejor corriente plástica del último cuarto del siglo XII, desarrollada casi simultáneamente por los talleres burgaleses de Santo Domingo de Silos, Moradillo de Sedano, Butrera, etc., y otros navarros, aragoneses y riojanos, como los de San Miguel de Estella, Tudela, Santo Domingo de la Calzada y Alcanadre, entre otros. Esta renovación plástica penetra en Soria a través del taller que trabaja en los años 70 del siglo XII en la sala capitular de la catedral de El Burgo de Osma, de donde su estilo parece extenderse hacia Soria –donde confluye con el hacer de maestros de formación navarro-aragonesa– y Almazán.
Tanto compositiva como plásticamente, nuestro tímpano se acerca al de Santo Domingo de Soria, con las mismas forzadas posturas de los ángeles y similar profusión y abarrocamiento de los pliegues de las vestiduras: abombados en las articulaciones, rodeados de haces de fruncidos, pliegues escalonados en zigzag en el borde de las telas, en tubo de órgano en las partes bajas de las túnicas, etc. El amanerado modismo de sujetar el borde del manto con dos dedos extendidos es, como veremos al hablar del tímpano soriano, un rasgo repetido miméticamente en numerosas imágenes tardorrománicas de María que emergen del citado núcleo estilístico.
Con tales premisas, la cronología de esta pieza debe rondar las últimos años del siglo XII, no pudiendo compartir la apreciación de Gaya Nuño, para quien “el arte de los relieves de este tímpano es muy inferior al de Santo Domingo”, considerándolo copia tardía del soriano.

También como en la soriana iglesia de Santo Domingo, se posiciona en torno a la mandorla un tetramorfos compuesto por cuatro ángeles con sus alas extendidas, tres de los cuales muestran las cabezas de los animales que simbolizan a los evangelistas (el león por san Marcos, el toro por san Lucas, el águila por san Juan), siendo el cuarto ángel la representación misma de san Mateo. 

A pocos kilómetros de Berlanga y en el entorno de la aldea de Casillas está la ermita mozárabe de San Baudelio, antiguo monasterio, que conserva restos de pintura románicas de la mayor importancia dentro del patrimonio español.

 

Casillas de Berlanga
Esta localidad se encuentra en la comarca del Marquesado de Berlanga, a 7 km al sureste de Berlanga de Duero, sobre las riberas del río Escalote.
Cabe suponer que la zona cayera en manos cristianas en 1060, cuando Fernando I conquista Berlanga y todo este sector del Duero, aunque seguramente sufriera también con las escaramuzas que se produjeron en 1113, cuando los musulmanes pusieron cerco a la villa, sin que llegaran a tomarla. Tras este episodio la zona estuvo bajo dominio del aragonés Alfonso I, hasta que con su muerte, acaecida en 1134, pasó a Castilla. Dos años después los obispos de Osma y Sigüenza firman un acuerdo para la delimitación de sus diócesis, correspondiendo al seguntino la zona en que se halla Casillas. El lugar quedó encuadrado dentro de la Comunidad de Villa y Tierra de Berlanga, con la que pasó, durante la Baja Edad Media a dominio de los Tovar y de los duques de Frías.

Ermita de San Baudelio de Berlanga
Se encuentra la famosísima ermita de San Baudel, o Baudelio, aproximadamente a 2 km de Casillas, asentada en las áridas laderas que conforman la cabecera de un pequeño y apartado vallejo que desciende rápidamente hacia la margen izquierda del río Escalote.
La primera referencia documental conocida se remonta a 1136, cuando el cardenal Guido emite una sentencia que pone fin a las diferencias sostenidas entre los obispos de Osma, Sigüenza y Tarazona sobre los límites de sus respectivas diócesis, citando, entre otros lugares adscritos a Sigüenza, Berlanga cum omnibus terminis suis et cum monasterio sancti Bauduli. Y en esos mismos términos aparece en la confirmación del acuerdo suscrita por el rey Alfonso VII en el mismo año y en bulas que emiten los papas Inocencio II, en 1138, y Eugenio III, en 1146.
Este monasterio no tuvo ser muy numeroso –a juzgar por el tamaño de su iglesia–, aunque debió tener su importancia, al ser uno de los escasísimos cenobios que en un momento tan temprano existían en la zona. Algunos años después, en 1144, el propio obispo seguntino, Bernardo de Agen, conquistador de la ciudad episcopal y restaurador de la sede, lo entregó al cabildo (monasterium nichilominus sancti Bauduli, quod circa Berlangam situs est, vestris usibus cum omnibus pertinentiis suis adhabendum concedo), pasando en el siglo XIII, según recoge Minguella, a depender de una nueva institución, también vinculada a la catedral, el deanato.
El sin duda exiguo monasterio debió extinguirse pronto, para Banks y Zozaya más o menos en torno a la segunda mitad del siglo XII, aduciendo que cuando en 1229 su titularidad es asumida por el deán, se cita como domus Sancti Bauduli y no expresamente como monasterio. Desde entonces debió subsistir más bien como simple granja, con algunos colonos y en 1300, cuando de nuevo retorna a los canónigos de Sigüenza, se habla una vez más de la domus quae dicitur de Sant Bobal. Minguella habla de una familia que vivía en el lugar al menos en 1640, aunque quizá se tratara ya simplemente de los ermitaños encargados de la custodia y mantenimiento del edificio, pues al fin y al cabo hasta hace algunas décadas se celebraba una romería el día 27 de mayo que concentraba a numerosos vecinos de los entornos. Ya a comienzos del siglo XIX pasó a manos particulares, siendo propiedad en 1866 de don Pedro José de Cea y, a partir de 1884 de una docena de vecinos de Casillas.

El edificio se asienta directamente sobre la roca, habiéndose nivelado al efecto el suelo interior, donde sólo la cabecera aparece en cota más elevada y con suelo de losas. Su orientación trata de mantener la canónica medieval este-oeste, aunque fuertemente desviada, de modo que resulta un eje noreste-suroeste. La construcción es a base de mampostería, con esquinales y vanos de sillería caliza, organizándose mediante una cabecera cuadrada, una nave igualmente cuadrada, a cuyo costado sur una covacha natural se adentra en la roca, mientras que la portada principal se halla al norte. Otra entrada menor se dispone en la parte alta del muro de poniente, mientras que hoy puede verse en el entorno la necrópolis medieval exhumada por las excavaciones arqueológicas. 

Cabecera
La cabecera, en el exterior, es sumamente sencilla, con una pequeña saetera en el testero y con cubierta a dos aguas que apoya en una cornisa de anchas lajas, toscamente trabajadas, que pretenden dar idea de una imposta achaflanada. La nave, más ancha y alta, es también de reducido tamaño, con muros igualmente macizos, tan sólo con una ventanita en el lado norte que debía arrojar una débil luz sobre el coro, y con cubierta a cuatro aguas, con la misma cornisa. Presenta dos entradas, la principal, situada al norte, por ser el punto más accesible, es un sencillo arco de herradura doblado; la de poniente, situada en el lado más meridional del paño, en la parte superior del muro, consta simplemente de un alto y estrecho arco de medio punto.

Interior
El interior es mucho más rico, tanto por su arquitectura como por la ornamentación pictórica que cubrió la práctica totalidad de sus muros. El ábside queda algunos escalones por encima de la nave y su interior aún queda compartimentado por otros dos peldaños que elevaban la zona sobre la que se disponía el altar; se cubre con bóveda de cañón, hecha a base de lajas, partiendo de los muros directamente, sin impostas. El testero queda presidido por la saetera, aquí rematada en medio punto, con amplio derrame. En cuanto al arco triunfal, repite el esquema de la puerta principal, doblado y en herradura, aunque en este caso de mayor luz, con pequeñas dovelas de toba y con sillares de caliza para las pilastras.
La nave es casi un espacio cúbico en cuyo centro se dispone un gran pilar cilíndrico, asentado en un plinto cuadrangular tallado en la propia roca, y de cuyo extremo superior parten radialmente ocho nervios cuadrangulares, formando arcos de herradura que sostienen una cúpula, con trompas en los ángulos.
Prácticamente todos los autores destacan la imagen de palmera que tiene este soporte, sobre el que se ubica además un pequeño habitáculo, casi inaccesible, rematado por cupulilla de sillares soportada por dos pares de nervios cruzados, más otros dos –simples–, en aspa, siguiendo una estructura que en cierto modo recuerda a la del cimborrio de la cercana iglesia de San Miguel de Almazán.

Ocho arcos de herradura, también pintados, descargan en un pilar central redondo. En su centro forman un cubículo, bien terminado, abovedado con nervios cruzados y próximo al metro de diámetro. 

El tercio posterior de la nave está ocupado por un coro o tribuna, elevado sobre un bosquecillo de columnas, unas exentas y otras adosadas, con arcos de herradura y delgados fustes, que conforman diez pequeños espacios cuadrangulares, cinco en sentido norte-sur y dos en el este-oeste, rematados en cupulillas esquifadas. Sus capiteles son sencillos cuerpos prismáticos con planta de cruz griega sobre los que parten, en las cuatro direcciones, toscos arquillos de herradura que flanquean cada una de las cupulillas. Este sotocoro fue la única parte de todo el interior que no estuvo decorada con pinturas murales.

Pilar central y tribuna
 

La tribuna superior, a la que se accede desde la puerta occidental o por una escalera de peldaños volados, embutidos en el muro de la epístola –seguramente de cronología posterior–, consta de simple antepecho macizo, en cuyo centro se ubica un pequeño habitáculo, a modo de capilla, avanzando sobre el frente hasta contactar con la columna central del templo. Está formado el templete por un espacio cuadrangular, de corta altura, con dos arquillos ciegos en el muro norte, con cubierta de bóveda de cañón trasdosada a dos aguas y con arco de herradura en el acceso. Como el conjunto del templo, también se decoró con pinturas murales.
Naves bajo la Tribuna
 

Desde hace más de un siglo los más prestigiosos estudiosos han dedicado incontables páginas a analizar tanto el edificio como sus revestimientos pictóricos. Junto a ellos, la particular morfología edilicia, el pilar central y sobre todo la celda que lo remata, han despertado también la fantasía de no pocos ilustrados en diversas “ciencias de lo oculto”, cuyas interpretaciones, por desgracia, suelen tener generalmente más calado a nivel popular.

Por lo que se refiere a la estructura constructiva, prácticamente siempre se ha puesto de manifiesto su vinculación al fenómeno eremítico, como punto de partida de la organización monástica de que hablan las fuentes, aunque sin llegar a concebirse un complejo arquitectónico monástico como el de los grandes cenobios benedictinos, cistercienses o premonstratenses que caracterizan los siglos posteriores.

La morfología del interior ha hecho que desde el principio Lampérez o Gómez-Moreno destacasen su gran vinculación con la arquitectura musulmana y que autores como Zozaya o Fontaine hablen de ciertas influencias orientales y de unos conocimientos técnicos y matemáticos no muy corrientes en la época, explicando además el pequeño habitáculo que corona la columna central como un espacio propio para el retiro espiritual de un eremita, casi con ánimos estilitas. Más complicada es la cronología, donde el término “mozárabe” se hace omnipresente, resaltado además por las relaciones con lo musulmán que se han puesto de relieve en la arquitectura del templo, aunque no son menos frecuentes sus vinculaciones con otros edificios prerrománicos del norte peninsular, como señala Fontaine. Este autor habla del “mozarabismo del siglo XI en franca decadencia” que caracteriza a la ermita, mientras que autores como Martínez Tercero, más recientemente, no dudan en suponerla edificada “en el siglo X o principios del XI por un grupo mozárabe, que, huido de Córdoba, se instaló en estos territorios fronterizos de la marca media, que permanece musulmana hasta fines del siglo XI”. Por nuestra parte creemos harto arriesgada esta última hipótesis, compartida por muchos más autores, dentro de la idea general desarrollada a partir de noticias epigráficas, como las que se hallan en el origen del monasterio leonés de San Miguel de Escalada, y que se hacen extensibles a cualquier otra zona y edificios. No cabe duda de que estamos ante un templo prerrománico, aunque es posible que en sus orígenes conviviera ya con las primeras manifestaciones del arte románico que estaba llegando a Castilla y ya había entrado en Aragón y sobre todo en Cataluña. A este respecto creemos que resultaría casi imposible para una comunidad monástica cristiana sobrevivir en una zona de frontera como era este sector del Duero ya desde comienzos del siglo X, y además dentro de territorio musulmán, por lo que sólo cabe explicarse su fundación tras las conquistas de Fernando I en 1060, seguramente de forma inmediata, en el mismo contexto cultural que por entonces estaba confeccionando el Beato de El Burgo de Osma (ca. 1086). Así, el monasterio de San Baudel, sería una forma más de consolidar una incipiente y necesaria colonización de las tierras recién conquistadas y que, según parece, sólo serán definitivamente repobladas a partir de la década de 1120. Estaríamos hablando casi del último edificio hecho según los modos prerrománicos, cuando ya está a punto de extenderse masivamente el gran fenómeno románico, una idea que podemos aplicar también a la cercana ermita de San Miguel de Gormaz, con la que San Baudel guarda estrechas relaciones, tanto en la construcción como en la ornamentación pictórica.

Cabecera ábside 

En el momento de su construcción el interior del templo se revistió con un revoco blanco, en el que recientemente se ha localizado pintada una cruz griega, con vástago, en color rojo, que posiblemente corresponda a un testimonio del rito de la consagración. Tiempo después, ya en plena época románica, esos muros se decoraron con pinturas murales, siguiendo una técnica que Teógenes Ortego describe como “temple fresco”, y de las que desgraciadamente no es mucho lo que queda in situ. Tradicionalmente se han dividido por paneles en dos series, conocidas como “pinturas bajas” y “pinturas altas” por su ubicación en los muros –aunque todas las del ábside se encuadran dentro de estas últimas–, coincidiendo además con dos estilos pictóricos muy diferentes. Las primeras (PB) se caracterizan por un dibujo más simple y por el uso de unos colores muy básicos, con predominio de rojos y ocres, blancos, grises y amarillos, y componiendo escenas de tipo profano. Las “pinturas altas” (PA) presentan un dibujo mucho más rico y un colorido más variado, a la vez que las escenas, habitualmente con multitud de personajes, se refieren a episodios de la Vida de Cristo. Para su descripción haremos un recorrido por paramentos, comenzando por el ábside, siguiendo por los muros de la nave y concluyendo en la tribuna y columna; para facilitar su identificación indicaré la serie a que pertenece cada escena, así como el lugar donde se hallan actualmente los paneles, en el caso de que no se hayan conservado en el sitio original. 

Ábside, muro oriental: Aparece dividido en tres alturas de paneles, el inferior representando un zócalo casi perdido, con cortinajes, rematado por una cenefa de zarcillos, una decoración que se repetirá en otros muros y que seguramente nos transmita la habitual ornamentación que podían presentar muchas iglesias románicas –al menos las de cierta importancia–, con sus muros revestidos de telas y tapices, que en este caso se dibujan. El segundo registro (conservado en Cincinnati, aunque con restos tan vivos en el propio muro que parecen hallarse todavía in situ) se divide en tres paneles, a la izquierda de la ventana un personaje sedente (PA), barbado y nimbado, sostiene un báculo, enmarcado por una arquitectura de arco con despiece de sillares; está acompañado de las letras … AVS, que han permitido identificarlo como Nicol(aus) o San Nicolás. A la derecha de la ventana otro personaje (PA), sentado sobre sitial almohadillado, e igualmente barbado y nimbado, con vara flordelisada, y enmarque arquitectónico como el anterior, representa a San Baudelio, según la inscripción en dos líneas que le acompaña: BAV/DILI. El fondo en el que se disponen estos dos personajes, dentro del marco arquitectónico, está organizado en anchas bandas de colores, como ocurre en todas las escenas de esta serie de las “pinturas altas” y como suele ser habitual en las viñetas que ilustran los Beatos. Entre ambos se dispone un ave de delgadas patas y largo cuello (PA), picoteando el suelo, bajo el que aparece la leyenda … IN DEI NOMINE … AVLA DEI …
El abocinamiento de la ventana aparece coronado por la paloma del Espíritu Santo, dentro de mandorla y las jambas se llenan con decoración geométrica de bandas de colores, de perfil zigzagueante, que Grau interpreta como rayos resplandecientes.
El registro más alto (PA), adatándose al semicírculo de la bóveda y bastante deteriorado, representa a Caín y Abel ofreciendo sus frutos al Señor, que estaría representado en el centro mediante la figura del Cordero Místico, dentro de un círculo.
Todo este muro se cubrió por un retablo gótico, con una inscripción que hablaba de que fue donación de los marqueses de Berlanga. Teógenes Ortego supone que pudo ser hecho hacia 1484, pero el marquesado no se constituyó hasta 1529. 



Pintura (s. XII) de San Baudelio, titular de la ermita mozárabe, en el ábside de la misma. 

Ábside, muro norte: Está formado por un zócalo de cortinajes, con medallones, muy perdido. Encima se dispone una cenefa de zarcillos, entre dos bandas rojas, y sobre ella una escena (PA, Cincinnati) –con el tercio occidental perdido– relativa a la Vida de Cristo, el episodio Noli me tangere, donde Jesús resucitado se encuentra con las santas mujeres, en el campo –representado por un árbol–, según el relato de Mateo. Un tercer registro, ya casi en contacto con la bóveda, muestra a varios personajes en una escena de compleja identificación, dado su estado.

Maria Magdalena y Jesus en el jardin, from the Ermita de San Baudelio, by the Master of San Baudelio and the Master of Maderuelo, Spain, c. 1125-1150, fresco transferred to canvas - Cincinnati Art Museum –

Ábside, muro sur: Estos paneles se hallan muy perdidos, quedando sólo un retazo en el ángulo sureste, en el inicio de la bóveda (PA). Se llega a ver el enmarque arquitectónico de alguna escena o personaje desaparecidos; sobre ello una estrecha banda oscura con restos de epigrafía en blanco, seguida por otra banda en rojo y lo que parecen los pies de un personaje. 

Ábside, muro oeste: El corto espacio que flanquea el arco triunfal tiene también las pinturas muy perdidas, aunque al menos el zócalo parece ser el habitual. Sólo quedan restos de la cenefa de zarcillos que recorre el arco, sobre el que se llegan a ver dos pies desnudos.

Bóveda: Se ha perdido por completo, tanto la pintura como el revoco, aunque la mayoría de los autores coinciden en afirmar que pudo estar ocupada por la habitual imagen de Cristo en Majestad, dentro de mandorla, como aparece también en San Miguel de Gormaz o en la ermita de la Vera Cruz de Maderuelo.

Arco triunfal: La rosca exterior tiene en el frente una composición geométrica, salpicada de medallones con cabezas de toros –en parte en el Museo de Cincinnati–, mientras que su intradós muestra grandes zarcillos, con mucho detalle, cuya traza nos recuerda a los que decoran muchas pilas bautismales sorianas; por su parte los pilares han perdido la decoración. La rosca interna está presidida en su lado frontal por un medallón sostenido por ángeles apoyados en árboles, con la Mano de Dios, la Dextera Domini, entre ondas que representan nubes. El intradós está articulado en casetones, con aves de largas patas y prominentes cuellos que picotean el suelo, como la que veíamos en el testero del ábside, con un crismón en la clave. Las jambas se hallan igualmente perdidas.

En la nave los paneles pictóricos se organizan en tres alturas, la inferior generalmente ocupada por cortinajes, la intermedia con escenas pertenecientes a la serie de las “pinturas bajas” –de ahí su nombre– y la superior con paneles de la serie de las “pinturas altas”, cuyas escenas tienen más o menos un recorrido lineal, siguiendo los pasos de la vida pública de Jesús. En el muro sur convergen el último episodio (Las Tres Marías ante el Sepulcro), con dos de los milagros de Cristo: la Curación del ciego de Jericó y la Resurrección de Lázaro. Continúan, en el muro oeste, las Bodas de Caná y las Tentaciones de Jesús; en el norte, la Entrada Triunfal en Jerusalén y la Última Cena; finalmente, en el muro oriental sólo ha sobrevivido la escena del Camino del Calvario, pudiendo suponerse que las lagunas que hay en ese paramento serían relativas a la Crucifixión. Un friso de zarcillos separa el primer nivel del segundo; otro con esquemas geométricos cuadrangulares, a modo de grecas, separa el segundo del tercero; mientras que otro más, de ajedrezados, daba paso a las escenas que se ubicaban en la plementería de la bóveda.

Nave, muro sur: El friso inferior se ha supuesto que fue rehecho cuando se construyó la escalera de acceso a la tribuna, con posterioridad al resto de las pinturas. En su extremo oriental aparecen dos toros afrontados, tal vez en actitud de lucha, sobre fondo negro azulado, superados por una cenefa de zarcillos en greca. El tramo ascendente de la escalera que lleva a la tribuna se decora con cortinajes adaptados a la rampa, rematados en puntilla, con líneas negras y fondo azulado. Entre las telas quedan restos de dos medallones, en uno de los cuales se han conservado las patas de un león.
El espacio intermedio, sobre este conjunto, ha desaparecido por completo y el tercer nivel queda conformado por dos paneles que en realidad corresponden a tres escenas. El más oriental representa, según el relato de Marcos, a Las Tres Marías ante el Sepulcro (PA, Boston), en un desarrollo tripartito: el ángel anunciador de la Resurrección de Cristo ocupa el extremo izquierdo, bajo una estructura arquitectónica, con columnas de capiteles vegetales; esta misma construcción ocupa el sector central, donde se hallan cuatro soldados –los custodios del sepulcro–, vestidos con cota de malla y armados de escudos de cometa y casco puntiagudo con protector nasal; mientras, a la derecha, las tres mujeres, en idéntica postura, portan los tarros de perfumes.
Uno de los nervios de la cúpula separa el otro panel superior, que ocupa toda la mitad occidental, sobre la tribuna, pero que a su vez muestra dos diferentes milagros (PA, Nueva York), sobre la tribuna. La parte izquierda reproduce la escena, contada por San Marcos, en la que Cristo cura al ciego Bertimeo, que se muestra arrodillado, desarrollándose el milagro dentro de una arquitectura a dos aguas soportada por columnas con capiteles vegetales –el derecho– o de ondas puntiagudas vueltas –el izquierdo–. El otro es el milagro de la Resurrección de Lázaro, una escena en la que las hermanas del difunto levantan la tapa del sarcófago en el que se halla el cadáver, envuelto en un sudario. Cristo le toca con un delgado cayado rematado en cruz, mientras que, a su espalda, San Juan está atento al suceso, para dar fe del hecho en su evangelio.

Metropolitan Museum of Art 

La Curación del ciego y la Resurrección de Lázaro.

Las Tres Marías ante el Sepulcro (Museum of Fine Arts de Boston). 

Nave, muro oeste (sobre la tribuna): Otras dos escenas decoraban este paramento, sobre la tribuna. La mitad sur representa el milagro de las Bodas de Caná (PA, Indianápolis), con Cristo sentado al lado de los esposos, bajo una arquitectura abovedada de arco escarzano. A la izquierda, dentro de un marco arquitectónico similar, dos sirvientes que portan odres llenan una gran tinaja.

Bodas de Caná 

La escena de la mitad septentrional reproducía las Tentaciones de Cristo en el Desierto (PA, Nueva York), dispuestas según el relato evangélico de San Mateo: en primer lugar un harapiento demonio, cuyos pies son garras, incita a Jesús a convertir las piedras en pan; otro feo y negro diablo trata de convencerle de que se arroje de la torre del templo de Jerusalén para que le recojan los ángeles antes de tocar el suelo; la tercera tentación, en la que Satanás ofrece a Cristo todos los reinos del mundo, está representada mediante el colofón en el que un ángel ordena al maligno que se aparte. 

Nave, muro norte: Este espacio se organiza igualmente en tres alturas, las dos inferiores ocupando el espacio que deja libre la tribuna y la superior recorriendo ya el conjunto del muro, bajo la bóveda y sobre esa tribuna. El registro inferior estuvo recorrido por los habituales cortinajes, ya casi perdidos, sobre los que se disponían dos escenas de carácter cinegético. En la más occidental (PB, Museo del Prado), rodeando la puerta, se encontraba un ballestero, a pie, vestido con túnica y manto y disparando sus dardos a un ciervo, ya herido, todo sobre plano fondo ocre. Un arbolillo daba paso a la siguiente escena (PB, Prado), en la que un caballero armado de tridente, azuza a un podenco y dos galgos– en palabras de Ortego–, que conducen a dos liebres hacia una red, todo acompañado de dos árboles que parecen querer representar un ambiente boscoso. Este mismo autor reproduce un grafito ubicado sobre la cabeza de una de las liebres que lee como “+ MINGO PEDRET ME FECIT”, que en todo caso considera posterior a las pinturas, pero que después ha dado lugar a algunas manifestaciones en apoyo a la relación entre las pinturas murales catalanas y las meseteñas, como recoge Grau.
Sobre estas escenas actualmente sólo existe un panel gris pero, hasta su venta, se ubicaron dos escenas. La occidental (PA, Indianápolis), sobre la tribuna, representa la entrada de Cristo en Jerusalén, de acuerdo al evangelio de Mateo, con Cristo sobre la mula, a la que acompaña un pollino, seguido de los apóstoles, todo sobre un fondo en bandas de color negro, ocre, amarillo, verde y ocre más oscuro. Ante las puertas de la ciudad –sobre cuyas murallas aparecen varias cabezas–, dos personajes extienden ramas.
La escena contigua representa la Santa Cena (PA, Boston), con marcada composición geométrica, en la que diez apóstoles nimbados flanquean a Cristo, mientras Juan, sin nimbo, se recuesta sobre el Maestro, quien a su vez da el pan acusatorio a Judas, el único que se halla delante de la mesa. Los personajes –especialmente sus pies–, así como las viandas que hay sobre la tabla, o los pliegues del blanco mantel guardan una composición absolutamente regular. La misma escena se repite en las pinturas parietales de San Justo de Segovia y San Isidoro de León, aunque en composiciones muy distintas. 




Cacería de liebres Pintura al fresco trasladada a lienzo, 1,85 × 3,60 m Depósito del Metropolitan Museum of Art, Nueva York Museo Nacional del Prado, P7265

Entrada de Cristo en Jerusalén 

Nave, muro oriental: Se ha perdido toda la mitad sur y del resto el tercio inferior, que parece que también tuvo cortinajes. Sobre este zócalo y tras un friso de zarcillos se disponía la figura de un halconero (PB, Cincinnati), cabalgando un caballo, con larga espada a la cintura y con el ave de presa sobre su mano izquierda. El fondo es plano y ocre, uniforme, típico de los paneles que configuran la serie de las “pinturas bajas”. Sobre él aparece una cenefa de grecas que da paso a una borrosa composición (PA) donde Teógenes Ortego describe el Camino de Jesús al Calvario.

Frente de la tribuna: El pretil de la tribuna queda partido en dos mitades por la columna central, o más bien por el templete superior, cuyo perímetro estaba igualmente pintado. La parte meridional se conservaba hasta el momento en que fueron arrancadas las pinturas en un 50 ó 60%, aunque después se perdió casi todo el antepecho. Se decoraba a base de dos grandes cuadros de similar composición, conservado el más septentrional en el Museo del Prado, decorado con 12 medallones tangentes, de doble círculo en rojo y blanco, en los que se inscriben águilas explayadas. El lateral sur, exterior, del templete representaba la figura de un dromedario (PB, Nueva York), de cuerpo amarillento, perfilado en líneas blancas y negras, con puntiagudas pezuñas bífidas. El fondo es blanco, con decoración geométrica perimetral a base de sencillas flores de lis, y con una cenefa superior donde dos clípeos acogen a sendos leones pasantes.
El frente oriental del templete, en el exterior, apenas cuenta con dos estrechos espacios, por la presencia de la columna central. A cada lado se disponía un lebrel rampante (PB, Cincinnati) superado por un medallón con león pasante.
El otro lateral exterior del templete, bajo la misma cenefa de dos medallones con felinos –cada uno a un lado de la ventanita de herradura que arroja luz al interior de aquél–, se halla un guerrero (PB, Prado) vestido de túnica roja, calzado con borceguíes, armado de gran rodela y lanza y quizá tocado por un casquete. Habitualmente se ha supuesto que representa a un soldado musulmán y es muy posible que así sea, dada la decoración de borlones que muestra la rodela, cuyo uso es muy habitual en los escudos de los soldados andalusíes a lo largo de toda la Edad Media. La figura se halla en fondo blanco, bordeado de flores de lís, mostrando tras el guerrero una cenefa vertical con motivos vegetales en blanco sobre fondo grisverdoso.
La mitad septentrional del pretil de la tribuna constaba de dos paneles, separados por una banda vertical, blanca, con perímetro de delgadas flores de lis, como las que venimos viendo en algunos motivos de las pinturas bajas y que en cierto modo recuerdan motivos de rejería. En el lado izquierdo, sobre fondo ocre, aparecía un imaginativo elefante blanco, enjaezado para la batalla, pues sobre su grupa se dispone un pesado castillete con la mazonería dibujada. A la derecha había un deformado oso pardo, en su tono natural, sobre fondo blanco bordeado del habitual esquema flordelisado. Este mismo motivo, entre vegetal y geométrico, decora las enjutas de los arcos frontales que soportan la tribuna.

Soldado o montero Pintura al fresco trasladada a lienzo, 2,90 × 1,34 m Depósito del Metropolitan Museum of Art, Nueva York Museo Nacional del Prado, P7266 

Elefante Pintura al fresco trasladada a lienzo, 2,05 × 1,36 m Depósito del Metropolitan Museum of Art, Nueva York Museo Nacional del Prado, P7264 

Columna y bóveda: La columna central presenta un fondo blanco con puntos ocres, seguramente queriendo aportar la textura de tronco de palmera que trataría de representar la estructura arquitectónica. En su lado que mira hacia el norte se aprecia otro guerrero armado de rodela y lanza (PB), similar al descrito.
Los nervios de la bóveda arrancan del gran pilar central con imágenes de columnillas de fustes entorchados, con basas y capiteles vegetales, y se decoran con motivos diversos: grecas, lebreles, tallos sinuosos y enlazados, hojas de hiedra, clípeos, para descansar en el lado sur del muro sobre pequeñas torrecillas. Durante la restauración concluida en verano de 2002, que ha vuelto a implantar algunos paneles retirados para su tratamiento, se han recuperado, en las enjutas que forman estos arcos, motivos decorativos hasta ahora inéditos, de carácter vegetal, geométrico, arquitectónico, animal y humano. Entre estas nuevas imágenes podemos destacar a un personaje contrahecho mostrando el miembro viril, a un centauro sagitario, y a un nuevo elefante con torreta, cuyo estilo, por cierto, nada tiene que ver con el anterior.
La plementería de la bóveda es quizá una de las partes peor conservadas, a consecuencia de la entrada de aguas por el tejado, tras largos años de abandono. Aquí también la última restauración ha permitido recuperar la parte inferior de los paneles e identificar unas escenas que hasta la fecha sólo eran intuidas. Los ocho sectores en que se divide la bóveda parten de cenefas decoradas a base de geometrías de cuadrados –a veces partidos en triángulos–, y rematadas en ocasiones por bandas de triángulos o folias de vértices enrollados, el mismo motivo que aparece en Gormaz y en Maderuelo y que puede dar a entender un ambiente sobrenatural. Estos paneles narran el ciclo del Nacimiento de Cristo y pueden considerarse dentro de la tipología de las “pinturas altas”, aunque ciertos rasgos denotan la presencia de una mano distinta, que se sumaría a las de los artistas que trabajan en las escenas de los muros. Comenzando por el sector que remata el muro norte, junto a la esquina noreste, y siguiendo un desarrollo circular, hacia la derecha, según se contempla la bóveda, los episodios que aquí se han dispuesto son los siguientes: 1. Anunciación y Visitación. 2. Natividad. 3. Anunciación a los Pastores. 4. Llegada de los Reyes Magos. 5. Viaje de los Reyes Magos. 6. Matanza de los Inocentes. 7. Presentación en el Templo. 8. Huida a Egipto. Prácticamente en todos ellos sólo se ven los pies de los protagonistas, por lo general sobre el típico fondo de bandas horizontales de distintos colores.




 
Interior del templete de la tribuna: Está presidido por la Diestra de Dios, en actitud bendicente, sobre la clave de la bóveda. En su entorno se dispone la Adoración de los Magos (PA), con la Virgen y el Niño, en majestuosa actitud, ocupando en centro del testero y con un rey a cada lado ofreciendo sus regalos, todo sobre un fondo de bandas horizontales de colores. El tercer rey se dispone ya sobre el muro norte y tras él se halla un ángel; esta escena no queda en la misma horizontal que la anterior, sino que se ubica en un plano más alto, en el arranque de la bóveda, seguramente obligada por la existencia de la ventanita de herradura en ese lado del edículo. Dos ángeles más –tal vez arcángeles– se disponen en el lado sur, ocupando el muro y el arranque de la bóveda y entretenidos en alancear dragones.
La parte inferior de los muros está muy deteriorada y Teógenes Ortego habla de que bajo las escenas se dispone un friso de franjas rojas, seguido de una banda quebrada, después una cenefa de arquillos y más abajo medallones de águilas espaciadas.
El intradós del arco de herradura que sirve de entrada a este habitáculo se decora con medallones de águilas, mientras que el frente, muy deteriorado, presenta ajedrezados.
Este conjunto pictórico, considerado como uno de los grandes testimonios de la pintura románica castellana, ha dado lugar a muy distintas interpretaciones artísticas y cronológicas, ya desde muy pronto, en las que a veces aparecía implicado el edificio. Uno de los primeros estudiosos que se ocuparon por analizar con detalle la cuestión, Walter William Spencer Cook, suponía, allá por 1930, que en San Baudel intervinieron tres pintores: el llamado maestro de Maderuelo, que pintaría arquerías, bóvedas, las escenas de la Vida de Cristo y las del ábside; un segundo maestro, “de cortos alcances”, decoraría el templete del coro, mientras que un tercer artista, al que bautiza como maestro de San Baudel, sería el autor de las escenas cinegéticas y demás paneles de las llamadas “pinturas bajas”. Reconoce por un lado la orientación europea del primer maestro –autor también, lógicamente, de las pinturas de la ermita de Santa Cruz, en la segoviana localidad de Maderuelo–, frente al carácter netamente hispánico, arraigado en lo musulmán, que caracteriza a las figuras planas del maestro de San Baudel, si bien considera que ambos pudieron trabajar perfectamente a la vez en esta ermita, en algún momento de la primera mitad del siglo XII.

En parecidos términos se manifestó Camón Aznar, aunque reconoce una actuación primera del autor de las “pinturas bajas”, cuyo carácter más mozárabe le llevaría a las últimas décadas del siglo XI. La idea, seguida después por Francisco Javier Sánchez Cantón, Teógenes Ortego, Juan Zozaya y muchos más, siempre ha puesto de manifiesto la orientación musulmana del autor de las pinturas bajas, con una iconografía que en cierto modo recuerda a la que aparece en los Beatos, y también con una idea de enseñanza religiosa. A la vez el autor de las “pinturas altas” no sólo es identificado con el de Maderuelo, sino que se le halla estrechamente relacionado con las pinturas de Santa María de Tahull.
En 1982 Milagros Guardia, en el extenso estudio que dedicó a las “pinturas bajas”, defiende la tesis de que todas las pinturas son contemporáneas, obra de un mismo taller, aunque no necesariamente de un mismo maestro, excluyendo de tales conclusiones los dos toros afrontados del muro sur. Fundamenta su idea, entre otros argumentos, en el hecho de que los marcos decorativos son comunes a ambas series, que los ropajes de algunos personajes de unas y otras son también muy similares, e igualmente en que el castillete que porta el elefante es idéntico a las arquitecturas de las “pinturas altas”. Por otro lado, su concienzudo análisis de las escenas de cacería le llevó a buscar numerosas fuentes de inspiración en lo musulmán oriental, e incluso en los mosaicos tardorromanos, aunque no duda en calificarlas de “cacerías románicas”, en la línea de otras que aparecen en la ornamentación escultórica de todo el período. La presencia de un tema aparentemente tan profano lo justifica ya desde la vieja idea romana de la caza como manifestación suprema de la virtus, un aspecto que pudo alcanzar a la mentalidad del hombre religioso medieval pero cuyo hilo conductor reconoce que se halla aún lejos de desenmarañar. Por lo que respecta a la cronología y su posible relación con Tahull, manifiesta que la fecha de 1123 que se baraja para la iglesia catalana es probable pero no segura, que la relación de ésta con Berlanga y Maderuelo, aunque resulta clara no implica que necesariamente se deba a una misma mano y que, finalmente, la idea de que Berlanga debe ser posterior a Santa María de Tahull tiene tantos argumentos para defenderse como de ser al revés.
Poco después, Joan Sureda, asumiendo estas mismas tesis, aboga por “una ejecución coetánea, bajo una dirección única”, manteniendo que aunque no se pueda hablar de un mismo maestro para los distintos paneles, sí hay que considerar al conjunto dentro de un mismo círculo estilístico, en el que además se pueden incluir varios talleres que trabajan en la frontera entre Castilla y Aragón, y que en cierto modo comparten los mismos modos de hacer que aparecen en el Pirineo. Así, este autor propone una cronología para San Baudel en torno al año 1125.
Más recientemente Luis Grau, aceptando esta unidad cronológica del revestimiento pictórico, cree que arquitectura y ornamentación fueron obras casi consecutivas “enlazando ambos procesos en una misma voluntad estética y de significado”, recalcando la inspiración islámica y musivaria romana de algunos motivos, así como la de la miniatura de los Beatos, incidiendo en los planteamientos cronológicos de Tahull-Maderuelo-Berlanga que mantenía Milagros Guardia.

Por mi parte poco o nada podemos añadir a tanto debate, salvo quizá que arquitectura y pintura no nos parecen tan consecutivas como plantea Grau, ni tan apartadas en el tiempo como quisieron defender otros autores y como aún lo hacen algunos. Como ya manifestamos líneas arriba, creemos que la construcción del templo bien pudo realizarse de forma inmediata a la conquista de la zona en 1060. Por lo que se refiere a las pinturas, no tenemos argumentos contrarios a su ejecución en la década de 1120, compartiendo las dudas de Guardia relativas a la relación cronológica de anterioridad-posterioridad respecto a Tahull. Creemos también que las pinturas del templete y los toros del muro sur son del mismo momento, pues los primeros siguen el mismo dibujo de las “pinturas altas” y los bóvidos están inscritos en un friso con cortinajes que se adapta perfectamente a la arquitectura de la escalera que sube a la tribuna –acceso que se realizaría seguramente ahora– y que vemos también en otros muros. En todo caso parece que la obra en su conjunto se debe a una cuadrilla en la que sin duda participaban numerosos miembros, con muy distintos papeles y destrezas. Así no sólo puede haber tracistas que dibujen la base, otros que pinten diferentes tipos de orlas, unos que hagan un tipo de figuras más acordes con su mano y otros que se hagan cargo de los detalles o escenas más complejas; de este modo, por ejemplo, la diferencia entre las tradicionales “pinturas altas” y las que decoran el interior del templete, consideradas siempre posteriores y obra de un artista con menos recursos, así como las nuevas escenas recuperadas en los nervios y plementería de la bóveda, no serían más que expresión de distintas manos de un mismo colectivo de pintores, como, por otro lado, manifiesta el fondo común de bandas horizontales coloreadas. La misma vinculación estilística con Santa María de Tahull, o también con la iglesia de San Julián y Santa Basilisa de Bagüés (Zaragoza) –según se ha apuntado recientemente en relación con las escenas de la bóveda de la nave–, serían expresión no de un mismo taller trabajando en lugares tan diversos, sino de un mismo ambiente cultural –como bien apuntó Sureda–, donde posiblemente los cartones y los libros de copias podían viajar de manera más rápida y distante que los operarios. Aún así, parece bastante evidente que Maderuelo sí es obra de estos mismos artífices, como también lo son los murales de Gormaz.

 

Caracena
Caracena se sitúa a 80 km al sudoeste de Soria y a 29 al sur de El Burgo de Osma, en un espectacular marco natural entre la tierra de Gormaz y la sierra de Pela.
Su secular abandono, aún en la actualidad, ha permitido conservar uno de los paisajes monumentales más impresionantes de la provincia. Como si el tiempo se hubiera detenido donde termina el asfalto, los vestigios de su muralla, sus dos iglesias románicas, el puente medieval, el hospital, el rollo, la prisión y el castillo se combinan con la agreste orografía –que determina un terreno en ladera entre dos profundos tajos– para transmitirnos la sensación de ingresar en tiempos pretéritos.
La localidad, hoy semiabandonada, fue durante la Edad Media uno de los principales núcleos de articulación de las tierras del sur del Duero soriano. Siguiendo el curso del río Caracena –antiguamente denominado Adante–, discurría la antigua ruta que unía San Esteban de Gormaz con las tierras segovianas de Atienza. Parece pues plausible –en la documentada opinión de Chalmeta y Martínez Díez– que en las inmediaciones de Caracena tuviese lugar la famosa derrota de Abd alRahmán III en Alhandega, consecuencia de la batalla de Simancas del 6 de agosto de 939.
La zona participaría así de los primeros intentos cristianos de consolidación del territorio soriano en los inicios del siglo X, quienes, desde sus bases de San Esteban y Osma, establecerían un sistema defensivo que protegiese la vía de penetración meridional –desde Atienza– de este territorio recién ganado a los musulmanes. Las graves derrotas de los castellanos en el último tercio del siglo X supusieron un freno en el impulso de la reconquista. Las campañas de Almanzor obligaron a un retroceso de la línea de frontera, volviendo a caer Caracena y su tierra en manos árabes, no retornando a poder cristiano sino casi un siglo después. Como opina Martínez Díez, es probable que la villa fuese reconquistada en la campaña de Fernando I de 1060 que recobró Berlanga, siendo en esta segunda mitad del siglo XI cuando se acomete su definitiva repoblación.
Caracena aparece ya como cabeza de una serie de aldeas en la sentencia de hacia 1136 en la que el cardenal Guido dirime las disputas por los límites diocesanos entre las sedes de Osma, Sigüenza y Tarazona (Caracenam cum omnibus aldeis suis et cum duobus monasteriis sancti salvatoris et sancte marie de termis), dictamen confirmado por Alfonso VII en 1136 y por bula de Inocencio II en 1136-1137. La villa y los pueblos que componían su Tierra, que eran de realengo, fueron objeto de un cambio entre el Emperador y el obispo de Sigüenza. En virtud de un documento fechado el 7 de octubre de 1140, Alfonso VII entregó el señorío de Caracena y Petro videlicet Termis et Castravo et cum ceteris omnibus aldeis ad has tres vel ad ipsam Caracenam pertinentibus, junto a una aceña bajo Almazán al prelado a cambio de la villa de Serón cum omnibus suis terminis et decimationes regalium redditum in Almazano et in Valamozan, in Berlanga, in Aquilera et in Alione. Sin embargo, el 7 de mayo de 1146, el propio Alfonso VII realizó una nueva permuta con el obispo Bernardo de Agen, retornando Caracena y Alcubilla al realengo a cambio de la zona alta de Sigüenza y su castillo. El obispo retuvo, sin embargo, in Caracena illam serna de Taranconia et molendinum de palatio et omnes hereditates de Sancte Marie de Termis et hereditates Sancte Salvatoris et suum palatium, entre otros bienes.
Pese a dictaminarse en la sentencia de 1136 su pertenencia a la diócesis seguntina, Caracena, junto a Almazán, Berlanga y Ayllón, serán objeto de enconados intentos de apropiación por los prelados oxomenses. Entre 1159 y 1165 el papa Alejandro III emite al menos nueve documentos en los que se conmina –amenazando con la excomunión, extremo que parece llegó a materializarse– al obispo y clérigos de Osma a la restitución de los derechos usurpados al obispado de Sigüenza. Las propias villas y sus clérigos habían tomado partido del excomulgado prelado oxomense (al que en otra bula niega por parte de sus canónigos nullam pontificalem reverentiam vel obedientiam), y omitido la obediencia al seguntino, por lo que les amenaza con la excomunión. En el largo conflicto llegó a mediar, junto a los obispos de Toledo, León, Zamora y Burgos, el propio monarca leonés, Fernando II, quien por entonces ejercía de tutor del joven Alfonso VIII. En abril de 1165 se puso fin a esta disputa, actuando como juez el arzobispo de Toledo, siendo restituidas Ayllón, Caracena, Berlanga y Almazán a la diócesis seguntina, quien desde entonces volvió a cobrar las décimas de estas iglesias, como confirma la bula del papa Celestino III en 1191; las disputas entre Osma y Sigüenza, no obstante, continuaron. En 1221 se documenta una donación a los clericis sancti Petri de Caracena por parte de Pascasio Domínguez y su mujer María. Esta donación fue confirmada por el obispo don Lope en 1222.
Como cabeza de una Comunidad de Villa y Tierra, Caracena agrupaba en su territorio a veinte aldeas y doce despoblados. A mediados del siglo XIV Pedro I donó la villa a Pedro Ruiz de Villegas, señor de Moñux, aunque poco después, en 1366, recayó en don Pedro de Luna y dos años más tarde en la familia Tovar. Ya en el siglo XV, como consecuencia del apoyo del concejo de Caracena a los partidarios de Juana la Beltraneja en la guerra civil castellana y una nueva insurrección tras ésta, Juan de Tovar perdió el señorío de la villa, que recayó, por venta de Fernando el Católico en 1491, en el conflictivo Alfonso Carrillo de Acuña, quien mantuvo continuos enfrentamientos con el concejo. Parece que la prácticamente total reconstrucción del viejo castillo románico, situado casi más como defensa de su tenente respecto a la villa que como protección de ésta, habría que adscribirla a la década de los setenta del siglo XV, cuando estaba bajo el mando de Juan de Tovar, hacia 1473 (Cobos y Castro), o bien ya a la tenencia de Alfonso Carrillo (Cooper).
La Estadística de 1353 de la diócesis de Sigüenza nos sitúa a Caracena como cabeza de arciprestazgo. En la villa se documentan tres iglesias, la de sta. maria barrio gormaz, la de sant pedro y la de Santo Domingo. Al menos desde el siglo XV se documenta una judería de una cierta entidad, de la que no tenemos referencia ni resto alguno. Sí se mantienen, maltrechos y en muchas zonas perdidos, los vestigios de la recia cerca de mampostería que envolvía el caserío, sobre todo por el flanco septentrional, pues por el sur se alza el castillo sobre el monte que domina el pueblo, y por el este y oeste lo protegen impracticables cortados.

Iglesia de Santa María de la Asunción
Santa María de Caracena se sitúa en el barrio bajo o arrabal “de Gormaz” de Caracena. Ocupa el extremo oriental del actual caserío, junto a la profunda hoz que labró el río Adante por los costados oriental y meridional del templo, y próxima a uno de los descarnados restos de una torre que reforzaba la primitiva muralla. El edificio aparece hoy exento, aterrazándose el terreno hacia los barrancos.
Se trata de una iglesia de planta basilical, compuesta de alargada nave única sin división de tramos –que avala una original cubierta de madera– y cabecera compuesta de tramo recto presbiterial y ábside semicircular, cubiertos, respectivamente, con bóveda de medio cañón y de horno, sobre impostas de listel y chaflán.
El edificio, que se levanta en mampostería enfoscada, aparece adosado a una robusta torre anterior de carácter defensivo, en cuya mampostería son perfectamente visibles los mechinales del encofrado. Posee esta estructura de planta cuadrada y potentes muros de 1,30 m de grosor, apareciendo notoriamente descentrada respecto al eje de la nave, desde la que se accede por un grosero vano que perfora el muro bajo el primitivo acceso, a través de arco de medio punto. Fue reutilizada como campanario, habilitándose la subida al cuerpo alto mediante una escalera de caracol interior en madera. Probablemente ya en el siglo XVIII se abrieron los tres vanos para campanas, de medio punto.


La cabecera, exteriormente enfoscada y construida en mampostería, muestra en el eje del hemiciclo una ventana en torno a un rehecho vano. Consta de arco de medio punto decorado con bocel en la arista, mediacaña con puntas de diamante en el intradós y cadeneta de fino entrelazo en la rosca, rodeándose de una chambrana ornada de un tallo serpenteante anudado, motivo que rastreamos en San Pedro de Caracena y en las cercanas iglesias de Villanueva de Gormaz, Carrascosa de Arriba, Barriopedro (Guadalajara), etc., aunque es con la portada de San Juan de Hoz de Arriba con la que son más evidentes las similitudes, hasta el punto de prácticamente repetirse los motivos. Apea el arco en dos columnillas acodilladas coronadas por capiteles de gruesos collarinos, bajo cimacios moldurados con junquillos y mediascañas. Sus capiteles, con una pareja de descabezados leones afrontados y un tallo con brote entre ambos el derecho, y el izquierdo con dos bellos grifos afrontados, de cuellos anudados por tallos que brotan de un tronco rematado en cogollo, muestran un estilo más evolucionado que el resto de la escultura del templo, cercano al de San Pedro y la corriente de progenie burgalesa que tiene otro ejemplo, próximo al nuestro, en el descontextualizado capitel de ventana con grifos de Fresno de Caracena. Se labró esta ventana en la buena caliza procedente de las canteras situadas al norte de la localidad, que aquí ha adquirido un bello tono anaranjado.

Ábside
Ventana del ábside. Es de doble arquivolta: la exterior que apoya directamente sobre las jambas, y la interior de primoroso trenzado que voltea sobre dos columnillas encapiteladas.

El capitel de la columna izquierda representa dos grifos de apostura silense cuyos cuellos se entrelazan mediante tallos que emergen de la planta que ocupa la arista.

El capitel derecho también aparecen dos cuadrúpedos difíciles de definir, puesto que han perdido la cabeza, pero cuyas colas leoninas pasan por entre las patas traseras y voltean sobre el lomo en una actitud muy común.  

La nave, ligeramente recrecida en 1783, recibe la iluminación a través de cuatro óculos fruto de esa reforma, responsable también de la actual cubierta. En ella se abren las dos portadas, enfrentadas.
La meridional, protegida por un mezquino pórtico moderno que la encajona, se abre en el espesor del muro y consta de arco de medio punto levemente ultrapasado moldurado con un bocel, una arquivolta con perfil de cuarto de caña y saliente tornapolvos con cinco filas de menudos billetes, similares a los de la portada norte. Apean los arcos en jambas escalonadas en las que se acodillaban desaparecidas columnas, manteniéndose únicamente dos basas de buena factura, con perfil ático de toro inferior aplastado, con lengüetas y sobre plinto, así como el cimacio del lado derecho, de perfil achaflanado con entrelazo romboidal.

Portada de Santa María de Caracena, iglesia románica. 

La portada septentrional –hoy cegada y encerrada por el recinto del cementerio– presenta un mayor desarrollo que la sur. Se compone de arco de medio punto de rosca ornada con rosetas labradas a bisel y dos arquivoltas, la interior con bocel y la externa con lóbulos incisos o semibezantes en el intradós y rosca, rodeándolas una chambrana de cinco filas de billetes y listel sogueado. Apean estos arcos en jambas escalonadas con una pareja de columnas en los codillos extremos, de fuste monolítico, basas sobre plinto de perfil ático y toro inferior aplastado y cimacios con motivos de entrelazo similares al de la portada sur.
El capitel izquierdo, de collarino sogueado, se decora con hojas lanceoladas taladradas por rombos que acogen bolas en sus puntas, mientras que el derecho presenta seca hojarasca de aire gotizante. La ornamentación del arco y arquivoltas repite el modelo de la portada meridional de Miño de San Esteban, pudiéndose establecer también contactos con la portada de Rejas de San Esteban o incluso una de Campisábalos (Guadalajara).

Soportan la cornisa achaflanada, realzada en la nave como ya dijimos, una hilera de sencillos canes de nacela. En la fachada meridional, bajo las dos claraboyas abiertas en el siglo XVIII, se conservan dos fragmentos de celosía –quizá pertenecientes a una misma pieza– finamente caladas; en ellas vemos una especie de rueda solar llameante y en la otra se caló un lazo estrellado en torno a una cruz central y recuerdan estrechamente las celosías del ábside de Santa Coloma de Albendiego (Guadalajara). Otra celosía, ésta completa, con entrelazo calado y más pequeña, cierra el vano de medio punto, abocinado al interior, abierto en el ángulo del hastial occidental que deja libre la torre.
 
En el interior, da paso a la cabecera desde la nave un arco triunfal doblado y de medio punto –preocupantemente deformado– que apea en semicolumnas adosadas. Sus basas presentan un curioso perfil, con toro superior –sogueado en un caso–, escocia y descomunal toro inferior, decorado sobre el plinto con garras en forma de volutas y una cruz inscrita en un clípeo, ambas sobre un zócalo abocelado. Ambos capiteles son figurados; el del lado del evangelio muestra, en la cara que mira a la nave, un centauro-sagitario barbado disparando su arco, y una pareja de bárbaros grifos afrontados en el frente. El capitel del lado de la epístola se orna con dos aves rapaces afrontadas y entre ellas un mascarón monstruoso, una torpe espiga, y dos arpías de largos cuellos, también opuestas. Su talla es sumamente ruda, a bisel, muy alejada de la mayor plasticidad de los capiteles de la ventana absidal, obra sin duda de una mano más experta.
A los pies de la iglesia, en el lado de la epístola, se conserva una pila bautismal en caliza de traza románica. Su copa es semiesférica y lisa, con un bocel en la embocadura, y mide 1,04 m de diámetro por 0,55 de altura, sobre un tenante moldurado de 0,25 m de alto y el tradicional basamento escalonado.
Carecemos absolutamente de datos cronológicos sobre la construcción de este templo, aunque, tanto los arcaísmos que lo emparentan con las ya aludidas iglesias de la zona de San Esteban de Gormaz (Rejas y Miño), como los buenos capiteles de su ventana absidal, nos llevan a las últimas tres décadas del siglo XII como el margen más probable para su erección. Creemos que anterior, probablemente de la segunda mitad del siglo XI, es la robusta torre –originalmente defensiva– que aprovechó el templo como campanario. El edificio se presenta, además, en un aceptable estado de conservación, con los únicos añadidos del atrio meridional y la sacristía que oculta parcialmente por el norte la cabecera, en cuyo aparejo se reutilizó una gran estela funeraria decorada con una cruz. La capilla que se adosaba al muro meridional de la nave, junto a la cabecera –visible en las fotografías publicadas por Cabré– fue modernamente eliminada, restando sólo un fragmento del muro este, la roza y el arco mediante el que se abría al cuerpo de la iglesia. 


Iglesia de San Pedro Apóstol
La iglesia de San Pedro se ubica en el barrio alto de Caracena y en sus inmediaciones se situó el hospital, cuya fachada gótica es aún visible en la calle inmediata a la cabecera.
De su pasado románico conserva el templo su cabecera y la magnífica galería porticada que flanquea el costado meridional de la nave, sin duda el elemento más llamativo del conjunto y una de las más logradas de la provincia. La nave, dividida en tres tramos cubiertos con bóvedas de lunetos, es fruto de una reforma del siglo XVII y de las intervenciones del XIX, que afectaron sobre todo al sector occidental, añadiendo el coro y reformando el hastial. Ya en el primer tercio del siglo XX el conjunto adquirió su actual aspecto, con el añadido de la sacristía adosada al sur de la cabecera. El conjunto se levantó en mampostería, enfoscada como la de Santa María, reservándose la sillería para el pórtico, encintado de vanos, ángulos y elementos escultóricos.

Al exterior, rematan la abiselada cornisa del ábside decorados canecillos, en los que vemos, junto a alguno liso, de nacela, cuatro rollos y otros de hojas lanceoladas, lobuladas o de puntas enroscadas, un mascarón monstruoso, trifronte, de rasgos negroides, con los cabellos rizados y mostrando los dientes; una arpía de cola vegetal enroscada; un rugiente prótomo de felino; y una curiosa agrupación escénica que ocupa cinco canes, en los que asistimos a una batida de caza, con un personaje armado con una lanza y tocando el olifante, un jabalí entre dos lebreles y otro personaje lanza en ristre. La torre la remata una cornisa sobre sencillos canes de nacela o perfil de proa de nave.

Ábside 

Canecillo del ábside de la Iglesia de San Pedro, Caracena (Soria). 

Canecillo del ábside de la Iglesia de San Pedro, Caracena (Soria). 

Canecillo del ábside de la Iglesia de San Pedro, Caracena (Soria).

Canecillo del ábside de la Iglesia de San Pedro, Caracena (Soria).

Canecillo del ábside de la Iglesia de San Pedro, Caracena (Soria).

Canecillo del ábside de la Iglesia de San Pedro, Caracena (Soria). 

Canecillo del ábside de la Iglesia de San Pedro, Caracena (Soria). 
Canecillo del ábside de la Iglesia de San Pedro, Caracena (Soria). 
Canecillo del ábside de la Iglesia de San Pedro, Caracena (Soria). 
Canecillo del ábside de la Iglesia de San Pedro, Caracena (Soria). 

Galería porticada
La galería porticada es el elemento más notable del conjunto. Construida en buena sillería con predominio de sogas, se eleva sobre un banco corrido de arista abocelada, con trazas de haber sido reformado en algunas zonas.
En su actual configuración, que circunscribe su longitud a la de la nave, presenta dos portadas, una al este y otra en el frente sur, abriéndose dos arcos a su izquierda –hacia el oeste– y cuatro hacia el este. Un atento examen revela, sin embargo, las evidencias de una mayor longitud original de la estructura, que continuaba hacia el oeste y así, se observa el arranque de otro arco junto al extremo de ese lado, así como que el capitel hoy adosado al machón era en realidad una cesta exenta. Las excavaciones realizadas en julio de 1986, cuyos resultados fueron publicados por Fernando Morales y María Jesús Borobio, confirmaron este extremo, apareciendo la cimentación original de la galería y el ángulo desde el cual cerraba hacia el oeste. En su estructura primitiva, el frente sur constaba –tras confirmarse la existencia de dos arcos más hacia el oeste– de cuatro arcos a cada lado de la portada, distribución similar a la de la galería de Villasayas.
Todos los arcos son de medio punto –con chambranas decoradas con mediascañas– apeando en dobles columnas, salvo los del acceso meridional a la galería. Sus cimacios, que se continúan como imposta por los machones, presentan perfil achaflanado, moldurado con dos junquillos bajo listel. Las dos portadas se individualizan mediante una mayor flecha y luz de su arco, que recibe chambrana de tallos trenzados y anudados (idénticos a los de la ventana absidal de Santa María), recayendo en haces de cuatro columnas, las de la derecha de fustes torsos, en la meridional. En la portada oriental el tornapolvos se orna con cuatro filas de finos billetes.






Comenzando la descripción –de oeste a este– por el capitel doble hoy adosado al machón occidental del pórtico que era, como acabamos de ver, una cesta exenta, en su cara visible observamos un tosco centauro-sagitario con carcaj en bandolera flanqueado por dos arpías, hacia una de las cuales dirige su arco.

Es el primer capitel del ala meridional mirada desde fuera por la izquierda. En su cara central, la única que queda completa, se repite con algunas variantes la figura del arquero centauro ya encontrado en la galería de San Ginés en Rejas de San Esteban, en el claustro de San Pedro en Soria y en uno de los templetes de San Juan de Duero también en Soria. Está flanqueado por dos aves del estilo de las de Silos que ocupan las dos aristas que quedan del primitivo capitel.

Cara sur del capitel

Cara norte. Tanto la cara sur del capitel como la cara norte dejan ver que originalmente tenían una composición simétrica que han perdido al mutar el arco adyacente por el machón actual.

En los rasurados ángulos pegados al muro se ven los vestigios de otras dos arpías, por lo que suponemos que su decoración sería simétrica en ambas caras.
En el capitel siguiente asistimos a dos escenas de combate; en una vemos un jinete que, armado con cota de malla, yelmo y embrazando una rodela arremete con su lanza sobre su ricamente enjaezado caballo contra un infante vestido con cota de malla, el cual se protegía con un rasurado escudo mientras preparaba su diestra para descargar un golpe de su espada.
Tras el caballero, en la cara corta meridional, un infante con escudo circular blande una lanza. En las caras norte y este de la cesta asistimos al duelo de dos jinetes, uno con escudo de cometa –tras el que camina un infante con escudo de cometa, cota de malla, yelmo y lanza–, que cruza su lanza atravesando el cuello de su oponente. Estas escenas de combate son relativamente frecuentes en el románico hispano, asociándose en ocasiones a la lucha del soldado cristiano contra el musulmán, que se identificaría por la rodela (así en la galería burgalesa de Rebolledo de la Torre).


Cara sur 

Cara norte

Cara oeste. caballero lucha de forma desigual contra un soldado a pie que blande su espada contra la lanza del jinete. 

El capitel izquierdo del acceso sur al pórtico, sobre fuste cuádruple, se decora con cuatro parejas de leones afrontados, de fauces rugientes y cuellos enlazados por tallos, sobre cuyos lomos se disponen pequeñas arpías tocadas con capirote, hacia las cuales vuelven sus cuellos los felinos. En el otro capitel del acceso vemos cuatro parejas de grifos afrontados, de cuellos enredados en tallos que brotan de ramas, cuyo tronco remata en un cogollo bajo los cuernos del ábaco. Su factura recuerda a uno de la ventana de Santa María, hasta el punto de parecer aquél obra del mismo escultor que trabaja en San Pedro.
La cesta siguiente muestra la Visitatio Sepulchri, con las Tres Marías ataviadas con túnicas y tocas con barboquejo, portando los óleos en sus manos veladas. Preside la cara occidental el sarcófago, decorado con arquillos ciegos y sobre tres columnillas, cuya tapa es alzada por dos ángeles, uno de ellos portador de una cruz. El resto de la superficie del capitel está ocupada por la guardia del sepulcro, compuesta de cinco soldados que alzan sus espadas, en actitud de caer a tierra.

En este capitel representa en él el pasaje bíblico de la Resurrección. En la cara oriental, tres soldados cabizbajos y alicaídos, como dormidos, montan una supuesta guardia ante el sepulcro.

En la cara sur, otros dos soldados de la misma guisa completan el piquete. 

La cara occidental contiene el elemento central de la escena: el sepulcro vacío observado por dos ángeles que mantienen levantada la tapa, portando además una cruz, el uno, y un incensario, el otro.

En la cara norte, las tres Marías permanecen de pie. 

El capitel siguiente nos presenta al colegio apostólico, con los Doce en conversación, con peinado a cerquillo y ataviados con largas túnicas de pliegues paralelos, sosteniendo filacterias y realizando el gesto de bendición; sólo identificamos por su atributo a San Pedro, que porta las llaves. Completan la serie de este lado del pórtico, un bello capitel con entrelazo de cestería y piso superior de hojitas con puntos de trépano, y una doble cesta decorada con dos pisos de hojas lobuladas con fracturados cogollos en sus puntas.


Los dos capiteles dobles que reciben el arco de la portada oriental de la galería reciben decoración iconográfica. En el izquierdo vemos una muy erosionada representación de la bestia apocalíptica de siete cabezas (Ap 12, 1-10), bajo la forma de un cuadrúpedo de abultado vientre de cuyo lomo surgen las siete cabezas monstruosas. Como en el más que cercano ejemplo del capitel procedente de Santa María de Tiermes y hoy en la catedral de El Burgo, a esta representación maligna la flanquean dos cuadrúpedos rampantes, especie de osos o leones.

Capitel derecho del arco-portada oriental. Representa en sus tres caras una escena de caza del jabalí con los mismos elementos que, descompuestos, aparecen en los modillones del alero del ábside. En la cara sur, un individuo armado con una lanza toca el cuerno de caza. En la cara mayor, dos perros acosan y muerden al jabalí, uno de ellos subido a su lomo, mientras otro personaje le alancea por delante. 

Un tema similar, aunque resuelto de distinto modo, lo volveremos a encontrar en uno de los capiteles del baldaquino del evangelio de San Juan de Duero, en la capital. En el capitel frontero se desarrolla una estampa de la caza del jabalí, con la presa atacada por dos lebreles mientras tres infantes, vestidos con túnicas cortas y portando lanzas se disponen en los extremos; uno clava su arma en la cabeza del jabalí, otro espera tras él lanza en ristre y el otro, apoyado en la lanza, hace sonar su olifante. Ya vimos que el tema se volverá a repetir, individualizando las figuras, en cinco de los canecillos del ábside.


La cornisa de la galería, con perfil de nacela, se decora con una fina cadeneta de entrelazo y es soportada por una rica serie de canes, de idéntica factura a los capiteles de la arquería, de los que extraen además algunas de las figuras que los decoran.
Vemos así un centauro-sagitario tensando su arco, una máscara humana de rasgos grotescos, nariz ancha y boca gesticulante, otra de mofletes hinchados y cabello acaracolado, un dragón rampante de larga cola alzada, un cuadrúpedo bicéfalo, una cabeza de lobo engullendo un animal o personaje erosionado, un infante armado con lanza que se dirige a dos cánidos, representados en sendos canes, un combate entre un guerrero y una bestia, un personaje sedente leyendo un libro, al estilo del de San Miguel en San Esteban de Gormaz, un grifo, una arpía con capirote, otros con botones vegetales, hojas lanceoladas o de puntas vueltas, etc.

Del tipo y tratamiento de la decoración de la cabecera y la galería parece deducirse la contemporaneidad entre ambas, dentro de fechas avanzadas del siglo XII. A falta de otros datos debe tomarse como referencia la cronología aportada por una inscripción de Santa María de Tiermes –1182–, fecha que conviene tanto a la evolucionada arquitectura como a los temas y tratamiento de la plástica. La decoración e iconografía del pórtico de San Pedro de Caracena ha sido estudiada, en paralelo a la galería de Santa María de Tiermes, por Isabel Frontón, resultando de su análisis la casi total fidelidad entre ambas, que nos garantiza la presencia de unos mismos modelos en su concepción, pese a que su traslación plástica revele diferencias. El mayor volumen y mejor acabado de los relieves de Tiermes (por ejemplo en los capiteles de grifos afrontados o en el combate de jinetes), puede deberse tanto al concurso de un escultor dotado de mejores recursos técnicos, junto al que se formaría el autor de la galería de Caracena, como a dos momentos distintos de la evolución de un mismo escultor o taller; en este último caso, la galería de Tiermes representaría un estadio algo más evolucionado del estilo, lo que lógicamente nos llevaría a un momento algo posterior. En cualquier caso, es innegable la estrecha conexión entre la escultura de ambos edificios y sus artífices, relación que, a nuestro juicio, revela algo más que una mera relación modelo-copia.

El ambiente estilístico en el que se mueven estos escultores, pese a la rudeza formal que manifiestan, aparece claramente conectado con la gran corriente del tardorrománico castellano que, a través de los talleres burgaleses cuya actividad se constata desde el último tercio del siglo XII en El Burgo de Osma, Soria y Almazán, renueva el lenguaje plástico del románico soriano, hasta entonces marcado por el tosco repertorio que emanaba del foco de San Esteban de Gormaz. De hecho, como bien señala Isabel Frontón, tanto en Tiermes como en Caracena, pero sobre todo en la iglesia de Tiermes, pervive la inspiración en el primer románico de San Esteban, que aquí confluye con los modelos de Santo Domingo de Silos, indudablemente tamizados por el taller de la sala capitular de El Burgo de Osma. De su vulgarización se encargaron talleres secundarios como los que aquí trabajan, que incorporan a su repertorio formal motivos como los fustes entorchados, las bandas trenzadas, el entrelazo de cestería, los grifos afrontados o la propia iconografía. 

Interior
La cabecera se compone de tramo recto presbiterial cubierto con bóveda de cañón apuntado con yeserías, sobre el que se alza una robusta torre cuadrada a la que da acceso una escalera de caracol –sustituida durante la última restauración por una metálica–, cuyo cubo se adosa en el costado meridional. Corona el templo un ábside semicircular sobre breve zócalo, en cuyo eje se abre una hoy inutilizada ventanita. Lo cubre una bóveda de horno generada por arco apuntado, sobre imposta de listel y chaflán, apareciendo oculto al interior por el retablo barroco. El tránsito entre la nave y el presbiterio se realiza a través de un pilar extraordinariamente recio –debido a que tiene que soportar los empujes de la estructura de la torre, hecho que explica también la potencia de los muros del tramo recto–, compuesto de sendas gruesas semicolumnas en los frentes de ambos responsiones y, hacia la nave, dos parejas de más finas columnas adosadas en los codillos. Sus capiteles, aunque individualizan las cestas, repiten por cada lado el mismo esquema decorativo: dos pisos de hojitas rizadas de nervio central, rematadas en puntas lobuladas, en el lado del evangelio, y tres coronas de hojas de acusadas acanaladuras terminadas en volutas, en el de la epístola. Sobre ellos corren cimacios con perfil de nacela, que debían continuarse como imposta por la primitiva nave. El triunfal, netamente apuntado, se compone así de cuatro arcos, de los cuales los centrales matan su arista con un bocel.
Finalmente, señalemos que en el fondo de la nave del templo se conservan algunos elementos recuperados durante las distintas restauraciones llevadas a cabo en el siglo XX. Destacamos entre ellos, además de dos fragmentadas estelas discoideas, el remate de la primitiva escalera de caracol de acceso a la torre, con un capitel de crochets de somera talla, y dos inscripciones en caracteres góticos, una de ellas funeraria. 


Montejo de Tiermes
Tiermes se sitúa dentro del término municipal de Montejo de Tiermes, en el extremo suroccidental de la provincia, a unos 110 km al sudoeste de Soria y dentro del impresionante marco natural de la vertiente norte de la Sierra de Pela, que divide las vertientes del Duero y Tajo, separando Soria de su vecina Guadalajara.

Ermita de Santa María de Tiermes
La ermita de Santa María representa un eslabón más dentro de la excepcional cadena histórica y cultural del yacimiento de Tiermes, que arranca en la Edad del Bronce, alcanza su culmen con la ciudad arévaca y sobre todo con la Termancia romana –tras su sometimiento en el año 98 a. de C.–, e inicia un lento declive durante la dominación visigoda y los siglos del medievo, hasta su definitivo abandono en el siglo XV.
La historia documental de Tiermes durante el período que nos ocupa va unida a la de Caracena, cabeza de la comunidad de Villa y Tierra a la que se adscribía. La primera mención al lugar aparece recogida en la sentencia de 1136 en la que el cardenal Guido dirime las disputas por los límites diocesanos entre las sedes de Osma, Sigüenza y Tarazona, donde junto a la alusión a Caracena y sus aldeas se habla de duobus monasteriis sancti salvatoris et sancte marie de termis, documento confirmado, en los mismos términos, por Alfonso VII e Inocencio II. También Tiermes fue objeto de la permuta entre el emperador y el obispo de Sigüenza del 7 de octubre de 1140, por la que el primero entregó al prelado seguntino el señorío de Caracenam cum omnibus terminis et aldeis suis, Petro videlicet Termis et Castravo et cum ceteris omnibus aldeis ad has tres vel ad ipsam Caracenam pertinentibus, a cambio de la villa de Serón. No obstante, cuando en 1146 Alfonso VII recuperó Caracena y Alcubilla, dando en compensación a Bernardo de Agen la Sigüenza alta y su castillo, el obispo retuvo, entre otros bienes omnes hereditates de Sancte Marie de Termis et hereditates Sancte Salvatoris et suum palatium.
Varias reflexiones se desprenden de los datos hasta aquí manifestados por la documentación. La primera tiene que ver con la consideración del carácter monástico de Santa María de Tiermes, que parece indudable en la primera referencia al mismo, de 1136. No vemos, sin embargo, ninguna base para pensar en un monasterio dúplice, pues el propio texto habla de duobus monasteriis, ambos en el área geográfica dependiente de Caracena. A este respecto, Gonzalo Martínez Díez considera ese monasterio de San Salvador como “una de las iglesias de Caracena”, basándose en un documento de Alfonso VIII datado en noviembre de 1170, expedido in ecclesia Sancti Salvatoris de Caraçena, demostrando que este monasterio –no localizado– había sido ya secularizado (probablemente antes de mediados del siglo XII). La misma suerte, es decir, la desaparición de la vida monástica en Santa María de Tiermes, puede inferirse del documento de 1140 –en el que se cita a Tiermes como aldea– y se deduce con escasas dudas del de 1146, cuando las heredades de Santa María fueron retenidas por el obispo de Sigüenza. Estos datos adquieren particular importancia en nuestro estudio, pues vienen a rebatir algunos de los argumentos empleados en la interpretación de la compleja fábrica del edificio, como inmediatamente veremos.
El 18 de marzo de 1207 se firmó una concordia entre el concejo de Sotillo de Caracena y las iglesias de Tiermes y Pedro, por la cual se resolvieron los problemas generados por la ausencia de iglesia en dicha localidad, que hacía que los moradores de Sotillo muriesen sin recibir los sacramentos, debido a la distancia que los separaba de ambos templos (cum dicta aldea distaret a predictiis ecclesiis, homines moriebantur sine viatico, et pueri sine baptismo) y a la nula disposición de los clérigos de dichas parroquias a desplazarse. La disputa se resolvió mediante el pago anual a ambas parroquias de 54 fanegas de mensura Toletana, la mitad de trigo y la mitad de cebada, por parte del concejo.
Además de las curiosas circunstancias del conflicto, el documento certifica ya de manera irrefutable el carácter de simple parroquia de Santa María de Tiermes.
Tiermes se fue despoblando irremisiblemente entre finales el siglo XV y principios del XVI, siendo su feligresía acogida por la iglesia de Manzanares y reduciéndose la iglesia de Santa María al rango de ermita. Isabel Frontón hace referencia a una visita pastoral de 1506, en la que se hace constar la obligación de los capellanes de residir en su iglesia, empeño del que desistieron en 1540 ante la total despoblación del pago. Con posterioridad, antes de 1752, se agregó a la parroquia de Sotillo de Caracena.
La ermita de Santa María se enclava en un altozano, en el extremo oriental y dentro del yacimiento de Tiermes. Se trata de una iglesia de notables proporciones, con planta basilical de nave única, con portada principal abierta al sur y protegida por una remontada galería porticada, y cabecera formada por tramo recto presbiterial y ábside semicircular. El templo se levanta en buena sillería arenisca de tonos rojizos, con inclusión de algunos sillares de toba y caliza, mientras que la galería se erigió en caliza. Pese a la aparente unidad, su análisis resulta complejo debido a la sucesión de campañas constructivas y sobre todo a las numerosas reformas sufridas.
La iglesia poseía dos portadas, ambas enfrentadas aproximadamente en el sector medio de la nave. La principal es la meridional, abierta en el espesor del muro y compuesta de arco de medio punto liso y una arquivolta moldurada con un bocel y una amplia mediacaña ornada con granas y frutos, a modo de bolas. Recaen, respectivamente en jambas lisas y una pareja de columnas acodilladas, ambas coronadas por una imposta de tetrapétalas inscritas en roleos vegetales anillados. Las columnas que recogen la arquivolta se coronan con sendos capiteles historiados; el izquierdo con la representación del Pecado Original, con el árbol cargado de frutos y la serpiente enroscada en su tronco, y a ambos lados y entre grandes hojas nervadas, las figuras de Adán –barbado, cogiendo un fruto y tapándose el sexo– y Eva, que oculta sus partes con ambas manos. El otro capitel nos ofrece una tosca figuración de Daniel en el foso de los leones. El rudo estilo de estos relieves, de formas esencializadas y escasa definición, recuerda vivamente la escultura del temprano románico de San Esteban de Gormaz, estrechando aún más los vínculos de nuestro templo con este foco, sobre todo con la iglesia del Rivero. Las basas de las columnas permanecen ocultas por el recrecimiento del suelo de la galería en unos 42 cm, aunque fueron estudiadas durante la excavación de esta zona del templo en agosto de 1980. Presentan perfil ático, con dos finos boceles –el inferior con granas arracimadas sobre el plinto– y una amplia escocia. En el salmer derecho del arco de la portada se grabó una inscripción medieval que reza S(AN)C(T)A MARIA.
Con la eliminación en 1979 de los adobos y enlucidos interiores del templo fue descubierta la portada septentrional del templo, compuesta por un maltrecho arco levemente ultrapasado que interiormente –como la portada principal– se manifiesta como un arco de descarga sobre dintel adovelado. Al exterior esta portada permanece oculta tras la moderna “casa del santero”. La presencia de dos portadas en el templo ha sido utilizada como argumento para avalar su pretendido carácter de iglesia monástica, aunque tal duplicidad de accesos es rasgo común a numerosos templos parroquiales. Más difícil explicación encuentra el arco, aparentemente del mismo tipo que el anterior, que hoy aparece cegado entre la portada sur y el hastial occidental.
Recibía luz la nave a través de dos ventanas abiertas en el muro sur y otra cegada que se practicó en el hastial occidental, sobre el actual óculo. Las del muro meridional, de acusado derrame al interior, fueron cegadas al abrirse las actuales, adinteladas y modernas. 

Ábside
Al exterior, tanto el ábside como el presbiterio se coronan con una cuidada cornisa achaflanada, que apoya con una especie de dados sobre una rica serie de canecillos. Junto a los de simple nacela, otros aparecen decorados con entrelazos, un tosco acróbata, un personaje sedente con un libro abierto –según el modelo de la galería de San Miguel de San Esteban de Gormaz, repetido en el pórtico de San Pedro de Caracena–, máscaras monstruosas, un jinete, prótomos de animales, un rabelista de largos mostachos, un ave de largo cuello con una serpiente en su pico, etc. Los muros laterales de la nave muestran evidencias de haber sido remontados, probablemente en el momento de colocación de las sucesivas cubiertas, pues su cornisa de nacela se completa con otra de gola, bajo reaprovechados canecillos de más somera decoración que los de la cabecera y similares motivos, a base de personajes, máscaras y prótomos de animales, etc. En general, los motivos y el estilo nos aproximan a la escultura de San Esteban de Gormaz.





Galería porticada
Es sin duda la galería porticada de Santa María de Tiermes el elemento que más ha llamado la atención del conjunto. Hemos de comenzar su análisis afirmando que hay un cúmulo de evidencias que nos obligan a pensar que la estructura actual fue totalmente remontada en un momento impreciso, pero muy probablemente posmedieval. Así lo prueba el aparejo, donde se mezclan sillares labrados a hacha con otros tallados a trinchante; la cornisa con perfil de gola que la remata, sin canes; el desorden en la colocación de arcos y chambranas y, sobre todo, la mutilación de cuatro de los capiteles dobles, en origen exentos, para adaptarlos a su nueva condición de capiteles adosados. Hoy día, el pórtico, que se adapta perfectamente a la longitud de la nave, se compone de dos arcos a cada lado de la portada en el frente meridional y otro acceso más en el lado corto oriental. Todos los arcos son de medio punto y apoyan en robustos machones, sobre un banco corrido moldurado con bocel, mediacaña y listel, zócalo en el que son igualmente evidentes los remontes.
Una imposta con perfil de bisel y dos junquillos –idéntica a la del pórtico de San Pedro de Caracena– recorre interior y exteriormente el muro a la altura del arranque de los arcos, integrándose en los cimacios de los capiteles. Los arcos presentan tornapolvos moldurados con sucesión de listel, mediacaña y arista entre dos junquillos, salvo –también como en Caracena– en los dos accesos, donde nos volvemos a encontrar con el tallo ondulante anudado (al sur) y las cinco filas de finos billetes (al este).
Las columnas sobre las que recaen los arcos son todas dobles, bien de fustes individualizados, bien labrados en un bloque, sobre basas de perfil ático, con fino toro superior, escocia, toro inferior aplastado y con garras, sobre plinto. De los capiteles dobles, varios muestran uno de sus frentes rasurado para adaptarlo a la nueva organización de la galería, y otros mantienen su forma primitiva. 


Comenzando la descripción por la arquería más occidental, se inicia la serie con un capitel vegetal de dos pisos de carnosas hojas cóncavas de bordes lobulados y caulículos en las puntas. Frente a él aparece una cesta fracturada para adosarla al machón, en la que vemos un centauro-sagitario que dispara su arco contra una de las arpías que, enfrentadas y enredadas en tallos y hojarasca, ocupan los lados cortos. El siguiente muestra un tosco león pasante entre dos centauros, y a éste sigue una bella cesta de doble tallo de entrelazo de cestería.
El capitel occidental de la portada sur muestra dos caballeros combatiendo con lanza; el de la izquierda, vestido con cota de malla y portador de una rodela, es descabalgado por el impacto en el cuello del arma de su oponente, mientras que éste, muy mutilado, se protege con escudo de cometa. Ambos jinetes van acompañados por sendos infantes, portador de lanza o espada, yelmo y escudo oblongo el del caballero vencedor y con cota de malla, rodela y muy erosionado el otro (sobre él se aprecia una inidentificable inscripción). La escena de combate sigue la disposición habitual, que ad-mite tanto la interpretación de victoria del caballero cristiano contra el musulmán como la del combate espiritual del milites Christi frente al mal. Tanto en el armamento como en los arreos de las monturas el escultor, siempre fiel a su seco estilo, hace una concesión al detallismo.
El capitel derecho de la portada, muy mutilado, nos presenta cuatro parejas de personajes de difícil interpretación, al menos uno de ellos femenino, con velo. Tres de las parejas aparecen en conversación entre sí, mientras que en la cara norte de la cesta vemos una figura vestida con túnica con ceñidor en actitud de asir la mano de su compañero.
El siguiente es vegetal, con profusión de tallos enredados y brotes acogollados horadados por puntos de trépano. Un fragmentario apostolado ocupa las mutiladas cestas siguientes, correspondientes a un capitel exento en origen, al que se ha rasurado una de sus caras.
Las seis figuras hoy visibles, vestidas con largas túnicas de pliegues rectos, paralelos y acanalados, y portadoras de filacterias, se presentan en el frente agrupadas dos a dos, en actitud de conversar y separadas entre sí por tallos verticales de los que brotan cogollos. También fue mutilado el capitel que le sigue hacia el oeste, con una representación de la Visitatio sepulchri.
La cara visible nos muestra a la guardia del sepulcro, representada por seis infantes armados con yelmo, cota de malla bajo forma de sinuosos pliegues, rodelas y lanzas o espadas. Como en Caracena, aparecen en actitud de venirse a tierra, con las rodillas flexionadas hacia atrás y el tronco hacia delante. En la cara norte de la cesta se figura a las Tres Marías miróforas, ataviadas con velos y largas túnicas de pliegues rectos acanalados. En la cara hoy rasurada se dispondrían los ángeles con el sepulcro vacío. El último capitel del frente meridional de la galería es vegetal y repite el esquema del primero descrito, con dos pisos de hojas cóncavas lobuladas y caulículos.
En el capitel izquierdo del acceso oriental del pórtico se reproduce el cartón visto en San Pedro de Caracena, con una escena de la caza del jabalí. La bestia es atacada por dos lebreles, uno le muerde las patas y el otro, encaramado a su lomo, las orejas. A ambos lados aparecen tres personajes: en la cara este uno sostiene la lanza en ristre y hace sonar el olifante, mientras que otro clava su lanza en el jabalí y uno más –tras tallo acogollado–, vestido con túnica corta y sayón con caperuza, avanza portando un venablo.
El capitel frontero nos muestra una pareja de grifos afrontados que apoyan sus garras en el facetado astrágalo y vuelven sus cuellos hacia las hojitas acogolladas que se disponían bajo los cuernos del ábaco. Estas hojas, como las que separan ambos híbridos, brotan de un árbol de ramas paralelas que se enredan en los cuerpos de los grifos. En las caras cortas se esculpieron dos aves de delicado plumaje y cuellos enredados en las ramas, que picotean las granas en las que rematan los tallos.
Dentro de esta serie de capiteles hay que incluir la cesta y el fragmento de fuste torso hoy conservados en la sala capitular de El Burgo de Osma, pues no hay apenas dudas sobre que es en la galería porticada de Santa María de Tiermes donde tiene su procedencia, como ya señaló don José Arranz. Tras el remonte de la galería, la pieza pasó –en fecha imprecisa– a la desaparecida iglesia de la cercana localidad de Manzanares, donde se transformó en pila aguabenditera vaciándose el capitel. Como arriba señalamos, la parroquia de Manzanares acogió desde el siglo XVI a la feligresía de Tiermes, al despoblarse por entonces el lugar y reducirse la iglesia de Santa María al rango de ermita. Al quedar yermo a su vez Manzanares, el capitel y el fragmento de fuste fueron recogidos, en la década de los setenta del pasado siglo, en la catedral de El Burgo de Osma.
El capitel conservado en la sala capitular de El Burgo de Osma resulta una pieza clave en dos de sus aspectos historiográficos más llamativos: la clara conexión iconográfica y estilística de la galería porticada de Tiermes con la de San Pedro de Caracena y certificar el remonte de la galería porticada en una fecha más tardía de la actualmente barajada. Sobre el primero de los puntos no será necesario insistir tras los trabajos bien documentados de José María Izquierdo Bertiz e Isabel Frontón Simón, pero sí en el segundo de los aspectos. El evidente remonte de la galería de Tiermes, del que dan fe las fracturas a las que someten a los capiteles para adaptarlos a la nueva disposición, data de tiempos bajomedievales, quizá un poco anteriores a la total despoblación del lugar.
El capitel que nos ocupa y el cuádruple fuste entorchado, que encuentran su paralelo en el pórtico de San Pedro de Caracena, debió pasar a Manzanares al no ser utilizado en la reconstrucción del pórtico, librándose por ello de verse rasurado; lo mismo podemos decir del fuste, inutilizable en la nueva estructura. Iconográficamente es clara la correspondencia de esta pieza con otra del pórtico de Caracena, situada en la portada oriental de la galería. En ambas domina la imponente figura de la bestia apocalíptica de siete cabezas descrita en Apocalipsis 12, 1-10 y representada como un cuadrúpedo de abultado vientre, de cuyo lomo surgen las siete cabezas rugientes, seis de ellas representadas de perfil y la última en visión frontal. Esta potente visión de la encarnación del Mal, que vemos también en un capitel del baldaquino del evangelio de San Juan de Duero, había atraído ya a los iluminadores de Beatos, como prueba el representado en la miniatura del fol. 120v. del ejemplar de la catedral de El Burgo de Osma. Las otras caras del capitel presentan figuras de cuadrúpedos separados por tallos con cogollos, todo realizado con la rudeza que caracteriza el estilo de Tiermes.

Existe una  correlación literal de temas y estilo entre los capiteles de esta galería y los del pórtico de San Pedro de Caracena, ya puestos en paralelo por Isabel Frontón, que nos hablan de un mismo taller –o al menos parte de él– trabajando sucesivamente en ambos edificios.
En el interior de la galería, bajo una hornacina apuntada dispuesta en el momento de su reconstrucción, se colocaron tres descabezadas estatuas de gran tamaño, sobre peanas perladas. La de la izquierda alza su brazo izquierdo, mientras con el otro sostiene una filacteria en la que leemos la reveladora inscripción: ERA / Ma / CC[ a ]/ XXa, datación que corresponde al año 1182 de nuestro calendario. La figura central no porta filacteria, alza su brazo derecho y parece sostener algo en el otro; tras ella, en la placa que le sirve de soporte, se grabó la inscripción: D(omi)NIC(us) MARTIN(us) / ME FECI(t) (Domingo Martín me hizo). La tercera figura sostiene con ambas manos una cartela en la que leemos: DATE ET / DABITUR [VO]BIS (Dad y os será dado), invocación a la limosna extraída de Lc 6, 38, cuyo mensaje nos hace pensar en el acuerdo que alcanzaron los clérigos con el concejo de Sotillo en 1207. Las tres figuras visten túnicas y mantos de pliegues escalonados, paralelos y rectos, con fuertes fruncidos en las mangas, cuyo estilo responde a los mismos estereotipos que manifiesta el escultor en las figuras de las Santas Mujeres del capitel de la Resurrección, por lo que todo apunta a su carácter contemporáneo respecto a los capiteles de la galería, formando un conjunto al modo del que hoy corona el acceso a la galería de Villasayas, aquel con una Anunciación de María y como éste, recolocado. 

Portada
El arco de ingreso es de medio punto, carece de tímpano y está rodeado de una arquivolta decorada con bocel y una hilera de bolas. Dicha arquivolta se apoya en los dos capiteles en los que podemos ver la escena del Pecado Original en el del lado oeste y a Daniel en el foso de los leones en el del lado este. El estilo de ambos capiteles es bastante rudo.
Sobre los capiteles hay una imposta decorada por roleos vegetales en los que se inscriben flores de cuatro pétalos.
La elevación posterior del suelo del pórtico en casi medio metro ha ocultado la parte inferior de la portada
En el capitel oeste de la portada sur se representa a Adán y Eva a ambos lados del Árbol del Bien y del Mal el cual está cargado de frutos y en el que se pueden apreciar restos del cuerpo de la serpiente enroscada en su tronco. A ambos lados de Adán y Eva hay sendas hojas de gran tamaño. Adán es un hombre con barba que con su mano izquierda coge un fruto del árbol mientras se cubre el sexo con la otra mano. Eva, que cubre sus genitales con ambas manos, tiene los pechos representados por sendos círculos abultados tangentes.

Pecado original

La postura de ambos personajes muestra que, como suele ser habitual, se están representando al mismo tiempo el momento en el que se comete el Pecado y el inmediatamente posterior. En la frente de Eva hay grabadas unas letras con su nombre.

Daniel en el foso de los leones 

Interior
El presbiterio, notablemente corto para las proporciones del templo, tal como es costumbre en las iglesias del primer románico soriano y segoviano, se cubre con bóveda de cañón, mientras que el hemiciclo –al que se puede acceder tras el retablo barroco que lo recubre– se cierra con bóveda de horno sobre imposta con perfil de listel y chaflán. Se alza la cabecera sobre un zócalo moldurado con bocel y arista, dándole paso desde la nave un destrozado arco triunfal de medio punto –recercado hacia la nave por un bocel sogueado– que apoya en dobles columnas de fustes entorchados, al estilo de los de las portadas de San Esteban y Nuestra Señora del Rivero de San Esteban de Gormaz. Son reconocibles, pese a las severas mutilaciones que hicieron desaparecer los capiteles, las basas sobre las que apoyaban las columnas, de perfil ático, fino toro superior, escocia que acoge un junquillo sogueado y toro inferior aplastado, sobre plinto y con volutas a modo de garras.
La primera fase románica llegó a trazar la cabecera del templo y el arranque de la nave, con una estructura cuadrada, al norte del tramo inmediato al presbiterio, que funcionó posteriormente como sacristía. La continuidad en esta estancia del zócalo moldurado que recorre la cabecera, y el seguimiento de hiladas en su parte baja, nos parecen argumentos suficientes para asegurar su contemporaneidad respecto a ésta. La extraordinaria potencia del muro –1,36 m– induce a pensar que el primitivo proyecto planteó alzar en esta parte una torre, al estilo de las iglesias de San Miguel de San Esteban de Gormaz, El Salvador y la Virgen de la Peña de Sepúlveda, con las que las concomitancias arquitectónicas son evidentes. A este respecto, la datación de la torre de la última iglesia citada en 1144, ofrecida por un inscripción, parece ofrecer un referente cronológico acorde con la incorporación de nuestro templo a la diócesis de Sigüenza, hecho que quizá motivase el engrandecimiento de la fábrica del viejo monasterio de Santa María. En cualquier caso, esta hipotética torre no debió llegar a alzarse, siendo notoria la discordancia de hiladas en la zona alta del muro. El espacio se cubrió posteriormente con una bóveda de cañón levemente apuntado, de eje paralelo al de la nave, siendo de esta época el arco de medio punto que hoy le da acceso.

Una segunda fase románica –o quizá un mero replanteamiento de la misma– debió continuar el edificio, realzando la cabecera. Así lo denuncia un minucioso análisis de los vestigios de los capiteles del arco triunfal, que parecen revelar la presencia de otras dos cestas bajo los enormes capiteles, observándose claramente los sillares en los que se labran, embutidos en el muro e iniciando la forma troncocónica de la cesta al exterior. En este momento se completa la caja de muros de la nave, abandonando el banco corrido sobre el que se alzaba la primitiva y confiando en la notable potencia de los muros, de 1,16 m de espesor. Los paramentos interiores de la nave muestran, además de algunos sillares romanos reutilizados, las cicatrices dejadas por las sucesivas reformas. Las rozas verticales que hoy muestran los muros, y que compartimentan en seis tramos de igual longitud el espacio de la nave, se corresponden con “los falsos pilares, de caña y maderas con base de cemento y ladrillos, que hacían de soportes de arcos escarzanos rebajados, igualmente falsos” (C. de la, Casa Martínez y E., Terés Navarro, 1984b, p. 328), sobre los que apoyaba el primitivo artesonado, obra del siglo XVIII. La ausencia de contrafuertes parece sugerir, en cualquier caso, que se proyectó originalmente una cubierta de madera para la amplia nave. No encontramos explicación a la notoria diferencia de grosor del muro norte de la nave (± 1,36 m) respecto al meridional (± 1,16 m), salvo que simplemente continuasen la línea de paramentos del reforzado muro de la torre.

En resumen, Santa María de Tiermes es fruto de al menos dos campañas románicas; una primera –que podríamos datar hacia los años 40 del siglo XII– es responsable de la iglesia, con el ya señalado replanteo que no dio continuidad a la torre y probablemente realzó el edificio. Sus principios constructivos y decorativos emanan de las soluciones aportadas por los tempranos focos de San Esteban de Gormaz y Sigüenza. En un segundo momento, precisado epigráficamente en torno a 1182, un segundo equipo de artistas, probablemente comandado por Domingo Martín, acomete la realización de una galería porticada bajo los presupuestos estéticos de la corriente burgalesa que, desde las primeras obras en la catedral de El Burgo de Osma, renueva la plástica de los templos sorianos durante el último cuarto del siglo XII. El taller que trabaja en Tiermes y Caracena, aunque se inspira y repite los motivos silenses y oxomenses, se caracteriza por un seco estilo plagado de estereotipos (cuerpos en posición frontal y extremidades en visión lateral, isocefalia, estandarización de plegados, etc.) y carente de los recursos técnicos que manifiestan las obras más señeras de Almazán o Soria capital.
Pienso que, en época bajomedieval, la galería porticada fue desmantelada y remontada, probablemente coincidiendo con la despoblación del lugar, pese a la cual la ermita mantuvo la devoción de las poblaciones cercanas, como prueban las obras de finales del siglo XVII –estancias adosadas al lado norte de la nave– y principios del XVIII (remodelación del espacio interior del templo, retablo). Aún en nuestros días este alto valor simbólico se refleja en las dos romerías que anualmente se celebran el tercer domingo de mayo y el 12 de octubre.
 
Caltojar
Se sitúa Caltojar 58 km al sudoeste de Soria y unos 10 km al sudeste de Berlanga de Duero, en la confluencia del Escalote con el río Torete.
Pertenecía a la Comunidad de Villa y Tierra de Berlanga, con quien comparte el devenir histórico de los tiempos medievales, no pasando a manos cristianas hasta la campaña de Fernando I en 1060 que consiguió alejar de este sector del Duero la línea de fricción con los musulmanes. Aún así, en 1113 la ribera del Escalote debió ver pasar a sus huestes cuando éstas pusieron cerco a Berlanga, aprovechando las discordias del tormentoso matrimonio de la leonesa Urraca y Alfonso I de Aragón. Con la intervención militar de este último se pacificó la zona, que quedó en manos aragonesas hasta su reintegración en Castilla en 1134.
En lo eclesiástico, y pese a las constantes injerencias del obispado de Osma y la rebeldía de sus propios clérigos, era territorio diocesano de Sigüenza, como establece la sentencia del cardenal Guido de 1136 y las sucesivas ratificaciones de la misma. En la Estadística de la diócesis seguntina de 1353 se cita “en la eglesia de calatahojar son 9 beneficios el uno es curado e vale 250 mrs. e los absentes son 8 beneficios e vale cada uno de renta cada año 50 mrs.”, lo que certifica que, también económicamente, la de Caltojar era la principal parroquia de las aldeas del arciprestazgo de Berlanga.

Iglesia de San Miguel Arcángel
San Miguel de Caltojar es una de las más notables y ambiciosas construcciones del más tardío románico soriano, denunciando ya elementos gotizantes. La iglesia, de planta basilical y levantada en buena sillería arenisca de tono dorado, se estructura en tres naves de notables proporciones –hecho casi excepcional en el medio rural de la provincia–, y cabecera de tres ábsides en degradación, eliminado el de la epístola por la adición de una sacristía a finales del siglo XVIII. 


Exterior desde el sudoeste 

Planta 

Se organiza el paramento exterior del hemiciclo, alzado sobre un alto zócalo, en cinco paños determinados por cuatro haces de tres columnas, más gruesa la central.
Corona este muro, como el del presbiterio, una complicada cornisa compuesta de dos niveles de arquillos-nicho de medio punto en resalte, sobre modillones lobulados; las columnillas laterales que refuerzan el tambor absidal mueren en el primer nivel de cornisa, mientras que las centrales alcanzan el superior, integrándose sus capiteles vegetales –del mismo tipo que los del interior– en la línea de canes de ésta. Este tipo de ornamentales cornisas, que vemos también en San Miguel de Almazán y la iglesia de Bordecorex, tuvo también cierto éxito en el tardorrománico zamorano, quizá debido a la revitalización que del esquema realizaron los monasterios cistercienses. 

Fachada oeste
No existe portada en el imafronte, siendo el óculo de su hastial el único elemento reseñable. Muy abocinado, de doble derrame, presenta arquivoltas lisas baquetonadas a excepción de una de ellas que se decora con corona de laurel.

Fachada norte
Por simetría, esta fachada se configura de modo similar a la opuesta meridional en cuanto a los volúmenes y a la disposición de los vanos de iluminación. Presenta una puerta en desuso de mayor simplicidad compositiva que la principal.

Fachada sur
En esta orientación se encuentra el ingreso al recinto murado en el que se levanta la iglesia. Tras su acceso, enfrente, la portada principal flanqueada por la torre. En planos sucesivos de elevación creciente, el paramento de la nave meridional que se alza sobre la cornisa de la portada con dos lucernarios cuadrados de moderna hechura, y la parte cimera de la nave central horadada por tres aberturas de aspillera (una oculta por la torre), enmarcada la central en un arco genuinamente románico. 

Portadas
Dos portadas, abiertas al norte y sur del tramo de la nave, daban acceso al templo.
La septentrional, que aparece hoy cegada, se abre en un antecuerpo modernamente rematado en talud, y es la de diseño más fielmente románico. Se compone de arco de medio punto con un baquetón en la arista y dos arquivoltas, la interior achaflanada y la externa adornada con un bocel, habiendo sido rasurada la chambrana que las protegía. Apean los arcos en jambas escalonadas –rematadas por imposta de listel, bocel y nacela–, en las que se acodillan tres parejas de columnas, sobre basamento escalonado y baquetonado, basas áticas sobre fino plinto, deteriorados fustes y capiteles vegetales de hojas lisas de marcado nervio central con volutas en sus puntas.

Portal norte 

Capiteles portada norte

La portada meridional se abre frente a la anterior, y también en un antecuerpo, esta vez coronado por una cornisa de nacela sobre canes de rollos. En ella son más patentes los influjos, tanto constructivos como ornamentales, propios de la arquitectura y la decoración del arte monástico rigorista. Se compone de cuatro arquivoltas de medio punto molduradas, la interior y la tercera con baquetón entre mediascañas, haz de dos boceles entre mediascañas la segunda, y chevrons sobre grueso baquetón la exterior, rodeado todo por una chambrana de hojitas tetrafolias a modo de puntas de clavo.

Portada sur 

El esquema decorativo parece extraído casi literalmente –como el de la portada de Barcones– de las portadas de los monasterios cistercienses del entorno, con Santa María de Huerta a la cabeza (portada del refectorio), pero también de otros más alejados, como la portada occidental del claustro de Santa María de la Sierra (Segovia), la occidental del benedictino de Santa María de Mave, una del claustro de San Andrés de Arroyo, en Palencia, etc. El vano aparece cerrado por un curioso tímpano, que alberga dos arcos de medio punto cuya arista se orna con hojitas del mismo tipo que las de la arquivolta externa, y apean en una clave, a modo de capitel pinjante, decorada con cardina y escamas de hojas lisas con bayas y remate bulboso. Los más cercanos referentes a esta peculiar disposición geminada del tímpano los encontramos en las de Santiago del Burgo de Zamora, la catedral de Lugo, San Juan de Portomarín y, con variantes, en una portada del claustro de El Burgo de Osma y en San Vicente de Ávila, ambas con parteluz.

En el centro del tímpano, sobre la enjuta central de la pieza, se dispuso un bajorrelieve de torpe factura con el titular del templo, el arcángel San Miguel, alado, elevando su diestra y blandiendo con la otra mano la lanza.
Apean los arcos en jambas escalonadas de arista achaflanada y ornada con sucesión de hojitas de roble, sobre un maltrecho basamento en derrame. Se acodillan en ellas cuatro parejas de columnas, más otras dos que reciben el tímpano, todas rematadas por capiteles con profusa decoración vegetal corrida, de carnosas hojas lobuladas con profundas escotaduras y crochets en el lado derecho, y hojas de roble con crochets acogollados en el izquierdo, bajo imposta de listel y caveto entre dos boceles.

Capiteles portada sur 

Capiteles portada sur 

Detalle tímpano 

Tímpano de la portada de San Miguel de Caltojar.
Dice Juan Antonio Gaya Nuño en su obra «El románico en la provincia de Soria», en relación con la iglesia que nos ocupa: «... el tímpano, con curioso despiezo radial ...». En sentido estricto, las líneas que sobre el paramento externo del tímpano señalan los planos de unión de sus piezas no son radiales, es decir, no forman un conjunto de radios de una misma circunferencia con obligado centro único. Sólo como forma común de hablar, al margen de la geometría, podría admitirse la expresión de Gaya Nuño en el sentido de que tales líneas no son paralelas, sino que apuntan a un impreciso lugar de convergencia que luego, en la práctica, no existe.
Una mirada atenta a la primera de las adjuntas imágenes ya denota que las líneas de división del tímpano no tienen un origen común. Para ratificarlo basta prolongar las líneas de junta y observar su trazado; es lo que recoge la segunda de las imágenes. Admite algunas consideraciones:
·       El despiece de las dovelas de la arquivolta interior (líneas blancas) sí es radial, como es de rigor, con centro en el de la circunferencia de ese arco (punto de cruce del eje de simetría y de la línea de imposta).
·       Las piezas de ambas mitades del tímpano no son iguales entre sí. Aunque en la planificación estereométrica inicial debieron serlo, la defectuosa ejecución ha producido unos resultados muy distintos. Se aprecia con claridad que las piedras limitadas por las líneas verde y amarilla y por las amarilla y magenta difieren notablemente en tamaño a uno y otro lado del eje de supuesta simetría. Para que tal simetría se diese, cada par de líneas debieran encontrarse sobre el eje vertical, lo que no sucede con exactitud.
·       El mejor comportamiento de las piezas del tímpano en orden a su estabilidad se obtendría haciendo que las situadas en los cuadrantes exteriores de los dos arquitos funcionasen como dovelas de los mismos, esto es, que sus líneas de unión pasasen por los centros de dichos arquitos. En el de la derecha existe una cierta aproximación a tal supuesto, de forma que las líneas verde, azul y roja no se separan demasiado del centro del arquito.
·       El despiece de los cuadrantes interiores no puede seguir el anterior criterio, lo que haría que las líneas de junta se cruzasen por encima de la imposta y quedasen piezas sin acuñación posible. De las variadas formas aceptables, se desprende de la imagen que el artífice eligió trazar la línea amarilla desde el mismo punto que la verde, y la magenta desde el mismo que la azul.
·       Llevando todas estas conjeturas a una representación geométricamente exacta se obtiene un esquema de trazado como el que aquí se presenta. Los puntos C1, C2 y C3 son los orígenes de las líneas divisorias de las piezas externas, líneas que concurren en el centro del arquito. Por esta razón, los círculos trazados con dichos centros, tales como los a-a y b-b, son tangentes a los arquitos en los puntos en los que los intersectan los respectivos radios.
En el tímpano de Santiago del Burgo se eligió otra solución: una gran pieza central dentada para lograr el mejor acodalamiento y unos planos de deslizamiento que operan a modo de arco de descarga. Los arquitos poseen su propio dovelaje tradicional. 
El hastial occidental, donde son bien visibles las reformas que realzaron los muros de las colaterales, se muestra liso, con el cierre de la nave central rematado en piñón volado. Dos simples saeteras daban luz a las naves laterales, mientras que la central la recibía por un amplio óculo profusamente moldurado –al exterior e interior– con sucesión de boceles y mediascañas en torno a una banda con decoración de cardina que recerca el vano.
La torre cuadrada que se dispone al sur del tramo oriental de la nave de la epístola parece tener origen románico en su cuerpo inferior, pues sus muros se entregan a los de la nave con perfecto seguimiento de sus hiladas, aunque fue muy reformada en altura. Se accede a ella desde el interior del edificio, a través de una escalera de caracol.

Interior
Las naves, más ancha la central, se articulan en tres tramos, separándolas pilares cruciformes con semicolumnas adosadas en sus frentes, sobre las que voltean fajones apuntados sencillos y formeros apuntados y doblados. Las naves laterales se cubrían originalmente a más baja altura, permitiendo la iluminación directa de la central mediante ventanas rasgadas –una por tramo– de fuerte abocinamiento al interior, aunque sus muros fueron recrecidos a principios del siglo XVIII en aproximadamente 1,20 m, solapando así hasta la reciente restauración las ventanas de la nave mayor y las del hastial occidental. Las de la nave son simples saeteras, salvo las dos del tramo central, que muestran estructura de arco de medio punto sobre columnas acodilladas. Tanto la nave como las colaterales se cubren hoy con bóvedas de arista, sobre dieciochescas yeserías en el primer caso, por lo que el actual abovedamiento debe ser fruto de tal reforma moderna. Durante la intervención de los años 1990-1992 se recuperaron dos tablas pintadas de un artesonado de mediados del siglo XV. La ausencia de estribos invita a suponer al restaurador que la cubierta original planteó un cierre en madera a dos aguas para la nave, y a una en las colaterales. Sólo la nave central conserva su primitiva cornisa achaflanada sobre modillones de lóbulos, salvo cinco de ellos, que reciben un entrelazo vegetal, un prótomo de bóvido y tres cabecitas humanas, una femenina velada y dos masculinas, respectivamente tocadas con corona y capirote.

La cabecera se componía de tres ábsides, notablemente más desarrollado y avanzado el central por el profundo presbiterio, mientras que los laterales carecen de tramo recto, dando paso el triunfal al hemiciclo. Posteriores reformas y añadidos de los siglos XVII y XVIII enmascararon al exterior el ábside del evangelio y suprimieron el de la epístola.

La capilla mayor se compone de tramo recto presbiterial muy desarrollado y cubierto con bóveda de cañón apuntado, y ábside semicircular cerrado con bóveda de horno generada por un arco apuntado y doblado que reposa en un haz de tres columnas. Se coronan éstas con capiteles vegetales de estilizadas hojas acanaladas y rematadas por volutas, de hojas lanceoladas de nervio central sogueado y pomas en las puntas, y otros de simples crochets. Los arcos triunfales que dan paso al presbiterio desde la nave central y a los ábsides laterales son apuntados y doblados, descargando también en triples haces de columnas. En el caso de la capilla mayor, los capiteles que las coronan en el lado del evangelio muestran una muy esquemática serpiente en el ábaco del central, sobre tres veneras y hojas apalmetadas rematadas en cogollos, mientras que los capiteles laterales se ornan con espigas, alargadas hojas nervadas rematadas en volutas y veneras. Las cestas del lado del evangelio muestran simples hojas acanaladas.
El tambor absidal se articula interiormente en dos pisos delimitados por impostas con perfil de listel y bisel, una marcando el arranque de la bóveda y otra a media altura, sobre la arquería ciega de arcos de medio punto que recorre el piso alto del hemiciclo. Esta arquería decorativa interior, sobre columnillas con sencillos capiteles vegetales, la encontramos también en la iglesia de San Vicente de Almazán, aunque aparece aquí parcialmente oculta por el magnífico retablo mayor del templo. En el eje se abre una ventana rasgada abocinada al interior, y otras dos se abrían para dar luz al altar en los paños laterales, ambas hoy cegadas y visibles sus rozas al exterior.

Ábside 

El ábside que remata la nave del evangelio se encuentra parcialmente embutido en la fábrica de la sacristía renacentista. Conserva su bóveda de horno, así como el arco toral, sobre el triple haz de columnas ya referido, aquí rematadas por capiteles vegetales de hojas lobuladas, con acanaladuras. Sus basas presentan perfil ático de toro inferior aplastado, con garras y sobre plinto. La capilla de la epístola, pese a perder el hemiciclo, mantiene al interior el triunfal que le daba paso, sobre capiteles decorados con hojas de agua con bolas o palmetas en sus puntas.

Sólo el arranque del semicírculo de la capilla norte y el ábside central son visibles al exterior, y ello sólo parcialmente pues se encuentran solapados por la sacristía dispuesta al norte, obra del siglo XVII, cuadrada y cubierta con bóveda de crucería, y la estancia rectangular cerrada con cielo raso con yeserías, adosada al sur en el XVIII (datada por inscripción en 1785), que supuso la eliminación de la capilla de la epístola.
Los capiteles que apean los formeros y fajones de las naves son mayoritariamente vegetales, con hojas lanceoladas de nervio central sogueado y caulículos en las puntas, hojitas de bordes lobulados, hojas lisas de nervio central partido con bolas o caulículos, dos coronas de hojitas lisas lanceoladas, helechos rematados por volutas, hojas digitadas, etc. Aunque sea brevemente, nos fijaremos en un característico tipo de capitel vegetal, de acusada concepción cúbica, que divide la decoración en dos niveles, el inferior muy pegado a la cesta de la pieza y otro superior bruscamente destacado de ésta.

Con ese esquema vemos simples capiteles de hojas nervadas y otros de hojas con puntas lobuladas, separadas por bastoncillos sogueados y rematados por espirales (signo además de la marca de cantero más repetida), todo sometido a una fuerte esquematización y geometrización de los motivos. Similar diseño muestra un capitel de las Claustrillas en el monasterio burgalés de Las Huelgas, así como otros del segoviano de Sacramenia. En la arquería exterior de Valdenebro, las galerías de Andaluz y Berzosa, la portada de Noviales, la ermita de Nuestra Señora del Valle de Muriel de la Fuente, Nafría la Llana, Nódalo, etc., encontramos similares tipos de construcción de las cestas que, en época anterior y mejor estilo, manifiestan los descontextualizados capiteles de Santa María del Castillo y de la ermita de La Soledad de Calatañazor, éstos deudores del taller que trabaja en El Burgo de Osma. Copia servil obra de mano inexperta de los capiteles de Caltojar debemos considerar su torpe repetición en la portada de Fuentegelmes.
Dos de los capiteles de la nave escapan al referido predominio vegetal. El capitel que recibe en el pilar el fajón separa el segundo y tercer tramo de la colateral norte, está decorado con tres cabezas humanas, aparentemente veladas, de ojos almendrados, severo rictus y sumaria definición, completando la cesta hojas lisas con piñas colgando de sus puntas. También figurado es el capitel que recibe contra el muro el formero entre la nave central y la de la epístola, esta vez dos parejas de toscas arpías afrontadas, tocadas con largos capirotes cónicos y luciendo especie de pañuelos en sus cuellos, aladas, con rostros humanos y enormes colas de reptil. Manifiestan una sorprendente similitud con las arpías que decoran la pila bautismal de Abejar, así como las esculpidas en el capitel del lado del evangelio de la ermita de Nuestra Señora de Olmacedo de Valdenebro, en un capitel de la portada de San Juan Bautista de Fuentepinilla y en otro del claustro de San Pedro de Soria.

Capitel de la nave, con máscaras 

Capitel de la nave decorado con arpías 

Capitel de la nave del evangelio 

En el tramo occidental de la nave de la epístola se conserva la pila bautismal, de traza contemporánea a la construcción del templo. Su copa es troncocónica, de 109 cm de diámetro × 68 de altura, y aparece lisa, con un simple bocel en la embocadura, sobre un breve basamento baquetonado de 19 cm de altura. También notables, aunque fuera del marco estilístico de nuestro estudio, son el retablo mayor, de mediados del siglo XVI, un Calvario gótico y el espléndido púlpito.

San Miguel de Caltojar constituye por la ambición de su traza –más propia de un templo urbano–, y por la solidez y buenas maneras arquitectónicas que demuestra, una auténtica excepción dentro del panorama del románico rural soriano, y sólo quizá el alargamiento en un tramo más del cuerpo de las naves le hubiera otorgado mayor esbeltez. La clara inspiración de sus artífices en los modelos propios de la arquitectura cisterciense, sobre todo los del monasterio de Santa María de Huerta, y del foco románico de Almazán, unidos a la gotizante decoración vegetal de sus capiteles y portada sur, hacen pensar en unas fechas próximas a 1215- 1230 como las más plausibles para su realización.

 

Aguilera
Esta localidad pertenece a la comarca conocida como Marquesado de Berlanga, de cuya capital, Berlanga de Duero, dista apenas 4 km en dirección noroeste. El caserío se asienta en la ladera suroccidental de un empinado cerro, no lejos del curso del río Duero, en una zona hoy dedicada al cultivo extensivo del cereal y que durante los siglos altomedievales constituyó uno de los puntos estratégicos de la Frontera Media, una de cuyas fortalezas más importantes, Gormaz, se levanta a 10 km al oeste, al otro lado del río, y es perfectamente visible desde la iglesia de Aguilera, destacando sobre la línea del horizonte.
El protagonismo de la zona arranca desde que en el año 912 los condes castellanos establecieron diversos puntos fortificados en las tierras burgalesas y sorianas del Duero, a lo que el poder cordobés respondió con la creación de una marca militar salpicada de fuertes castillos y pequeñas atalayas, una de las cuales todavía se levanta cerca de Aguilera, aunque en término de Morales. En el año 940 los musulmanes toman Gormaz y poco después comienzan a levantar la ciudadela que conocemos, y es posible que dentro de ese mismo planteamiento estratégico levantaran otro castillo en Aguilera, pues el cerro que corona el caserío reúne inmejorables condiciones. La importancia que tuvo el lugar en esos momentos no se entiende de otra manera y así aparece citado en la Crónica Silense como uno de los sitios que conquistó Fernando I en 1060, tras la toma de Gormaz y Berlanga: Post cuius triunphun oppidum Aquilera inuasit, castroque Santi Iusti triunfato, Sancte Mayre municipium pugnando cepit. La denominación de oppidum que recibe el lugar no deja dudas sobre la categoría que entonces tenía Aguilera. Algunos años después, concretamente el 19 de mayo de 1097, consta el paso del rey Alfonso VI por la villa, camino de Zaragoza, acompañado por su ejército.
De nuevo aparece como un lugar de referencia en el documento de 1136 en el que el cardenal Guido delimita las diócesis de Osma y Sigüenza, quedando Aguilera de la parte del obispo seguntino –a cuya administración ha pertenecido hasta mediados del siglo XX–, acuerdo que sería confirmado el mismo año por Alfonso VII y refrendado por una bula del papa Inocencio II en 1138 y por otra de Eugenio III en 1146. La misma importancia se demuestra cuando de nuevo es uno de los sitios referenciales citados en 1170, cuando el rey Alfonso VIII concede a la catedral de Sigüenza el diezmo de todas las rentas que el monarca tenía en ese obispado. Finalmente, en la Estadística de las iglesias del obispado de Sigüenza, elaborada en 1353, aparece “en la eglesia de Aguilera son 5 beneficios es el uno curado vale 120 mrs. e cada uno de los absentes que son 4 vale cada uno 30 mrs.”
Es evidente que la situación geográfica que ocupaba Aguilera en la Marca Media motivó su papel histórico entre los siglos X y XII, pero el alejamiento de la frontera y el ascenso gradual de Berlanga provocó un rápido declive, pasando a formar parte finalmente de la Comunidad de Villa y Tierra de Berlanga como una aldea más, a la que después se haría extensible el dominio de los duques de Frías, a través del marquesado que obtuvieron en la capital de la comarca. Quizá el último testimonio de su importancia en aquellos primeros siglos fuera la erección de su iglesia románica.
Madoz recoge una curiosa noticia acerca de un supuesto monasterio templario en las cercanías de la localidad: “Fuera del pueblo, en el sitio que ahora es dehesa, como a 200 pasos, hubo un convento que por tradición se dice haber pertenecido a los caballeros del Temple, y del cual no se conservan más vestigios que piedras labradas distintamente y con primor, que se extraen (sic) cavando el suelo”. También, hacia el oeste de Aguilera, en el llano, sobre un pequeño promontorio, se recuerda aún la ubicación de Vadorrey, otra de las localidades conquistadas por Fernando I en 1060 y que reiteradamente aparece en la documentación de la época junto a Aguilera y Berlanga de Duero. 

Iglesia de San Martín
El templo parroquial protagoniza la llamativa estampa de la localidad, coronando un caserío donde aún domina la arquitectura tradicional de adobe.
Se asienta sobre una ladera que desciende hacia el oeste, lo que condiciona fuertemente su construcción, quedando articulada con cabecera de ábside semicircular, tramo presbiterial y nave única, con la portada abierta hacia el sur, cobijada bajo un amplio pórtico; a mediodía del presbiterio se adosa una torre cuadrangular, cuya base sirve de sacristía, mientras que al norte se halla el antiguo cementerio. En su fábrica se combina la sillería y la mampostería, tanto caliza como arenisca.
De época románica se conserva el conjunto del templo y el pórtico, aunque las reformas posteriores son evidentes en algunos casos. Por lo que respecta a la torre, carece de elementos significativos para fecharla, aunque creemos que pudo levantarse en algún momento entre los siglos XV y XVI o incluso en tiempos posteriores, aunque en su fábrica se reutilizaron numerosos sillares románicos con el habitual bocel.
El ábside, semienterrado en la ladera, es de pobre y menuda mampostería revocada, con una saetera en el testero, recercada de sillarejo, hasta cuya base llega la actual cota de tierra. El alero es el único elemento de sillería, arenisca en este caso, con cornisa de nacela sostenida por doce canes igualmente de nacela, todos mostrando una misma marca de cantero.
El presbiterio se ensancha ligeramente, aunque sólo se puede ver en el lado norte, al quedar el sur oculto por la torre. Es muy corto y tiene esquinales de sillería arenisca, quedando el alero a la misma altura que el absidal, aunque ahora hay otra línea de sillares por debajo de los canecillos, que son idénticos a los descritos.
Por lo que respecta a la nave, es igualmente de mampostería revocada, más ancha que la cabecera y con esquinales de sillarejo, aunque los de poniente han sufrido algunas reformas modernas. En el muro norte se conservan 23 toscos canecillos de nacela, que sostienen una cornisa igualmente de nacela; en el sur son 24 los canes visibles –más otros cuatro ocultos por la torre–, en unos casos de nacela y en otros de chaflán. El hastial fue renovado –quizá a consecuencia de un derrumbe– en siglos modernos, recomponiéndose en mampostería, con esquinales de sillarejo y mostrando un óculo en la parte superior, igualmente de factura moderna, aunque el más que probable remate original ha dos aguas fue sustituido por un alero plano que recibe un faldón del tejado. 

Portada
Frente a la sencillez constructiva de los muros destaca la portada, abierta a mediodía, en el centro de la nave, formada por un monumental cuerpo escalonado, de sillería, de casi 8 m de longitud y que avanza sobre el paramento 1,20 m. Los laterales están compuestos por triples pilastras con aristas de bocel, asentadas sobre robusto podium, con la portada enmarcada entre dos de esas pilastras, bajo tejaroz con cornisa de nacela sostenida por canes de proa de nave, cuya factura nada tiene que ver con los de los aleros de cabecera y nave. Con amplio abocinamiento de medio punto, la portada se organiza a base de arco de ingreso seguido de tres arquivoltas, cada una con doble rosca, la interior formada por un grueso bocel y la exterior por simples dovelas cuadrangulares, rematado todo por chambrana de nacela.

El arco de entrada descansa sobre dos mochetas de nacela sobre jambas simples, mientras que las arquivoltas lo hacen en un total de seis columnillas acodilladas, si bien son los arcos de dovelas cuadradas los que descansan directamente sobre tales apoyos, ya que los abocelados lo hacen sobre las pilastras escalonadas que acogen las columnillas y cuyas aristas muestran boceles del mismo grosor que los arcos, dando la impresión casi de ser meras prolongaciones de los mismos, si no fuera por las impostas que los separan. Las columnas muestran basas de doble toro y escocia sobre plinto cuadrangular y se rematan en capiteles decorados, que de oeste a este representan:
1: diez toscos cogollos de marcados nervios, dispuestos en dos órdenes de a cinco, rematados por finas volutas;
2: dos aves afrontadas, quizá cigüeñas, de alas desplegadas, que cogen algo con los picos;
3: arpías afrontadas, con larga cola de dragón;
4: dos personajes matando a un león, al que uno clava una espada a la vez que le agarra por la cabeza, mientras que el otro cabalga sobre el animal e igualmente le coge la cabeza, un individuo éste que a veces se ha identificado con Sansón, creemos que con muy poca lógica;
5: dos personajes agarran a un tercero, cada uno por una mano y un pie, y lo mantienen en vuelo, boca abajo, hallándose la pieza en este caso un tanto desencajada de su ubicación;
6: conjunto de diez hojas palmeadas, carnosas, de marcados nervios, dispuestas en dos órdenes de cinco, una composición muy similar a la del primer capitel, aunque en este caso las hojas aparecen abiertas y en aquél estaban cerradas. Los capiteles, de talla sumamente tosca se coronan con cimacios de nacela.




La portada queda precedida por un monumental y amplio pórtico que recorre toda la fachada occidental partiendo desde la torre –donde el muro de cierre es también románico, con una saetera de medio punto cegada– hasta encontrarse con la esquina suroeste de la nave, a la que se adosa.
Su lado sur discurre en paralelo a la fachada pero el estribo de poniente es oblicuo, tal vez dispuesto en esta forma en alguna reconstrucción, ya que parece bastante evidente que toda la galería ha sido rehecha, quizá al hacerse la torre o al renovarse el muro de poniente de la nave, o tal vez en ambas ocasiones.
Es una pieza levantada íntegramente en sillería caliza, porosa, con un alto bancal –necesario para salvar la acusada pendiente del terreno–, con las aristas en bocel, en cuyo lado meridional hay dos series de arquerías, una a cada lado de la puerta, la oriental de tres arcos y la occidental de dos; por su parte el tramo oblicuo de cierre presenta otra portada y dos arcos. Entre los arcos hay varios tableros incisos para jugar al alquerque.
 



En su lado sur hay dos grupos de arquillos a los lados del acceso actual ante la portada meridional. En su lado oeste, continuando el hastial de poniente, hay otros dos arquillos y a un nivel más inferior otro acceso a la galería.
 
 
La galería sur arranca con un conjunto de tres sencillos arcos de medio punto separados por dobles columnas talladas en una misma pieza, con toscas basas sobre plinto, que parecen inacabadas –o tal vez renovadas– en el caso de la occidental y que en el otro presentan un simple toro con lengüetas.
Los capiteles son muy similares, con hojas de acanto abiertas sobre las que se elevan otras enrolladas, aunque en el caso del oriental en medio de estas últimas, pero sólo en las caras largas, hay otras igualmente abiertas, rematando todo en cimacios de nacela; el motivo recuerda mucho a alguna de las piezas que decoran la galería de la cercana iglesia de Santa María de Tiermes, aunque escultóricamente son muy distintos.
La puerta está enfrente de la entrada al templo y es un sencillo arco de medio punto sobre impostas de nacela. Al otro lado de ella la galería sólo es de dos arcos, semejantes a los descritos, aunque en este caso con columna sencilla de basa cuadrangular de doble toro y escocia, con decoración de lengüetas; el grueso fuste monolítico sostiene un capitel que no es rectangular, como los vistos, sino cuadrangular, aunque el motivo de acantos es idéntico al de los anteriores, también con hojas abiertas rematando en la parte superior, aunque sólo en los lados que miran hacia el intradós; el cimacio presenta perfil compuesto por listel, bocel y nacela.
Por lo que respecta al lado de poniente, la puerta es igualmente de medio punto, sencilla –aunque ahora la imposta es de chaflán–, salvando actualmente un desnivel tan acusado que casi resulta impracticable.
La galería de este arco es de dos arcos separados por columnas geminadas en bloque único, con basas de doble toro y escocia, con lengüetas, y capitel decorado en sus cuatro caras con escenas de enigmático desarrollo y muy tosca talla: una gran cabeza monstruosa ocupa la esquina noroeste a la que sigue, en el sentido de las agujas del reloj, una especie de arbolillo al otro lado del cual, hay un personaje vestido con un mandil –o quizá con un pellote– que sostiene una gran botella en su mano izquierda; le sigue otra gran cabeza, ahora humana, ocupando el ángulo y dando paso a un ave de alas desplegadas que ocupa el lado interior corto y a continuación de la cual –ya en el lado largo– aparece un personaje con los brazos levantados, a cuya vera se disponen otras dos aves afrontadas, con las alas plegadas, a las que siguen otras dos en idéntica actitud, ocupando estas últimas el otro lado corto. El cimacio es también de listel, bocel y nacela.

Capitel doble del lado occidental:
Es el único figurativo; su mal estado de conservación no permite desentrañar correctamente el significado iconográfico. No obstante, se aprecian con claridad dos parejas de aves enfrentadas, un personaje con un utensilio en la mano izquierda que pudiera ser una botella panzuda o una campana, y otro individuo con los brazos elevados.

La otra cara del mismo capitel 



Capitel doble meridional derecho: De motivos vegetales como los demás de este lado Sur


El pórtico presenta alero sólo en el lado sur, e igualmente se caracteriza por su tosquedad, con cornisa de nacela sostenida por 23 canecillos: diez de nacela –aunque uno de ellos, el del extremo occidental, no es románico–, dos de proa de nave, dos con figuraciones humanas, uno con cabeza de toro, otro con cabeza de cerdo, uno con lo que parece ser una tortuga, otro con dos cilindros verticales, tres figurando pequeños capitelillos pinjantes, de cestas redondeadas con hojas lanceoladas, otro similar a éstos aunque con cesta angulosa y otro con dos hojas igualmente lanceoladas, piezas estas últimas que se dan en los claustros de San Juan de Duero o de la concatedral de San Pedro, pero que son especialmente típicos del románico zamorano, muy frecuentes en los edificios tardíos de la ciudad de Zamora. 

Canecillo de sencilla labra que se encuentran en las cornisas de la galería porticada: piezas lisas, representaciones zoomorfas, vegetales, geométricas, personajes

Canecillo de sencilla labra que se encuentran en las cornisas de la galería porticada: piezas lisas, representaciones zoomorfas, vegetales, geométricas, personajes 

Interior
La simplicidad del interior del templo contrasta con lo visto en el exterior. El ábside se halla completamente revocado, mostrando la saetera un sencillo abocinamiento, recercada de sillería y con arista abocelada. En el extremo sur se abre una hornacina rectangular que creemos posterior mientras que el muro se corona con una imposta de nacela que da paso a la bóveda de horno, apuntada y fabricada en sillería.
El presbiterio es notablemente más ancho, aunque ahora sus paramentos son de sillería arenisca, al igual que la bóveda, de cañón ligeramente apuntado, en cuya base se dispone una imposta de nacela, que se prolongará en los cimacios del arco toral para derramarse por el muro frontal de la nave.
El pavimento de la cabecera, por imposición de la topografía, queda mucho más alto que el de la nave y está hecho a base de sillares, entre los que se ven algunos románicos, con aristas de bocel. Junto a la mesa del altar se conservan dos laudas sepulcrales, que parecen ser ya de los siglos XV o XVI.
El arco triunfal resulta bastante estrecho, coincidiendo en amplitud con el espacio absidal y en consecuencia cerrándose notablemente respecto a la anchura del presbiterio, aunque sin llegar a formar el tipo de arco-portada que hay en Nafría la Llana o hubo en la desaparecida iglesia de San Miguel de Parapescuez. Sobre los machones laterales se adosan dos columnas dispuestas sobre podium, con erosionadas basas de doble toro y escocia, coronándose con dos capiteles iguales, decorados con toscas hojas palmeadas, de carnosas nervaduras verticales, que ocupan la mitad inferior de la cesta, disponiéndose sobre la mitad superior estrechas volutas de cuyos extremos penden bolas, ocupando el frente una cabecita humana.
Una plataforma también de sillares, entre los que predominan los románicos con bocelillo, ocupan el pavimento en la zona del toral y primer sector de la nave, que queda dos escalones por encima del resto del pavimento de la nave. Al respecto del suelo del templo cabe traer a colación la opinión de Madoz sobre el edificio, del que textualmente dice: “se ignora la época de su fundación, si bien aparece ser muy antigua, a cuya opinión contribuye el hallarse en un pavimento una losa en que aparecen inscritos los guarismos 156, y bajo de ellos dos S con una A en el medio

Por lo que respecta a la nave, sus muros se hallan totalmente revocados, con cubierta de artesonado ochavado y suelo con despiece de tumbas con entrecalles de madera y losetas de barro.
En su parte anterior, en el lado del evangelio, se halla la pila bautismal, labrada en piedra caliza, con vaso cilíndrico de tendencia hemisférica, de 48,5 cm de altura y 107 cm de diámetro, con bocelillo en la embocadura y decorada con gajos, asentándose en pie cilíndrico, de 45 cm de altura, que se ensancha en la base y muestra un collarino central. Este tipo de pilas bautismales se repiten con cierta frecuencia en tierras sorianas, con ejemplares que van desde la de Boós, casi idéntica a la que nos ocupa –incluido el pie–, hasta diversas interpretaciones del mismo motivo, como son la que se custodia en el claustro de la catedral de El Burgo de Osma o las de Brías, Alaló, Cuevas de Ayllón, Carrascosa de Abajo, Ciruela, Madruédano, Hoz de Abajo, Hoz de Arriba, La Laguna, Ligos, Losana, Fresno de Caracena, Peñalba de San Esteban, Peralejo de los Escuderos, Montuenga de Soria, Torresuso, Torrevicente, Valdanzo, Tarancueña, Quintanas Rubias de Arriba, Rello, Rioseco, Vallartoso, Valdenebro y Valderromán, o en Pinilla de Jadraque (Guadalajara), a veces con los gallones de anchuras muy diversas y otras rematados en pequeños arquillos. Su cronología no es fácil de valorar, aunque en este caso el hecho de que la embocadura presente el típico bocel románico nos hace pensar en que pudo hacerse dentro de ese período, aunque seguramente ya en los momentos postreros. Por otro lado, la pila de Villartoso, pieza que conserva una inscripción en caracteres que se pueden fechar a fines del XII o a comienzos del XIII –e igualmente con pie decorado con collarino–, habilita esa misma cronología para la de Aguilera.
También en la nave se halla una losa de 109 cm de longitud, 52 cm de ancho y 18 cm de espesor, que parece ser que procede de un puente que se desmontó. En el fragmento conservado, que llevó una disposición vertical, hay al menos dos escenas con personajes, a modo de viñetas, identificándose claramente en una de ellas un caballo o mula con arreos y carga, y en la otra tal vez un personaje. Desconocemos su significado, utilidad y cronología, aunque pudiera ser una pieza románica.
En todo el entorno, así como embutidos en el muro del atrio que rodea el edificio, aparecen gran cantidad de sillares románicos con aristas de bocel, lo cual, teniendo en cuenta que del conjunto de la iglesia sólo se ha renovado el hastial y que éste, como la nave, tuvo que ser de mampuesto, hace pensar que son piezas de otra procedencia. En este sentido parece ser que pudieron llegar de lo que en la localidad llamaban el convento de los Templarios –del que hablaba Madoz–, completamente desaparecido y situado unos 500 m al norte de pueblo, junto a una fuente. Aún se recuerda en el pueblo cómo se trajeron de allí numerosas piedras hace ya muchos años, quizá entre ellas la losa decorada que acabamos de describir. Igualmente cabe destacar la presencia de una estela medieval en el lado occidental de la torre, a la que  debe sumarse otra publicada hace algunos años, descubierta en el viejo cementerio.
Como conclusión podemos decir que el edificio conserva prácticamente toda su estructura románica, aunque tal vez pudo contar con una torre anterior sustituida por la actual, en cuya fábrica se emplearon las piedras de la demolición. Es un templo que llama la atención por su estampa, aunque no puede decirse que ni arquitectónica ni escultóricamente sea una gran obra. La iglesia propiamente dicha es simple y pobre, aunque destaca la monumental portada con que se dotó, una pieza que alcanza notoriedad constructiva, si bien con una deficiente decoración escultórica. El pórtico es otra pieza destacada, bien construida, pero donde de nuevo los escultores eran de muy reducidos recursos técnicos, especialmente cuando trataban de reproducir escenas figuradas. Posiblemente en la galería trabajaron dos individuos, uno que hizo los capiteles de los arcos meridionales y otro que talló el capitel occidental y los canecillos; este último probablemente fue el mismo que trabajó en la portada de la iglesia, y a ellos habría que añadir seguramente un tercer escultor, el que labró los capiteles del arco triunfal. En cuanto a su cronología Gaya Nuño defendía la idea de que “lo más antiguo de la iglesia de Aguilera procederá de mediados del siglo XII”, aunque no especificaba qué elementos podían ser ésos. En realidad es muy posible que todo el edificio sea más bien de momentos finales de esa centuria, incluido el pórtico, que en todo caso se construiría apenas una vez finalizada la iglesia pues, como acabamos de señalar, parece haber una conexión escultórica entre la portada y alguno de los capiteles de la galería. Por otro lado los capiteles vegetales de esa portada recuerdan mucho un esquema decorativo muy repetido en las iglesias del entorno de Calatañazor y Fuentepinilla, situadas al otro lado del Duero y fechables a finales de la etapa románica; lo mismo ocurriría con los canecillos que imitan capitelillos pinjantes decorados con hojas lanceoladas, harto frecuentes en el románico zamorano, como ya hemos dicho, siempre en templos con fechas del entorno de 1200. Respecto a la presunta influencia silense que, según apuntaba Sáinz Magaña, reflejarían algunas de las piezas escultóricas de esta iglesia y que teóricamente se irradiaría desde El Burgo de Osma, nos parece una idea demasiado forzada.

Próximo Capítulo:  Calatañazor, Nafría la Llana, Rioseco de Soria, Torreandaluz, Ucero, Castillejo de Roblado

 

 

 

 

Bibliografía
ALCOLEA, Santiago: Soria y su provincia (Col. “Guías Artísticas de España”), Barcelona, 1964.
ALMAZÁN DE GRACIA, Ángel: Por tierras de Soria, La Rioja y Guadalajara, Bilbao, 1997.
ÁLVAREZ GARCÍA, Carlos: “Topónimos del despoblado de Santa María de Tiermes. 1752”, Celtiberia, 67, 1984, pp. 137-142.
ÁLVAREZ VILLAR, Julián: “Precisiones sobre San Baudelio de Berlanga”, en Actas del XXIII C.I.H.A., Granada, 1973, t. I, Granada, 1976, pp. 275-281.
ÁLVAREZ, Manuel Aníbal y MÉLIDA, José Ramón: “Un monumento desconocido. La ermita de San Baudelio en término de Casillas de Berlanga (Provincia de Soria)”, BSEE, XV, 1907, pp. 144-155.
ANDRÍO GONZALO, Josefina y LOYOLA PEREA, Esther: “Necrópolis medieval de San Baudelio de Casillas de Berlanga”, en Actas II Symposium de Arqueología Soriana, Homenaje a D. Teógenes Ortego y Frías 19-21 de octubre de 1989, t. II (col. “Temas Sorianos”, 20), Soria, 1992, pp. 1069-1086.
ARGENTE OLIVER, José Luis: “Informe sobre la tercera campaña en Tiermes. Montejo de Tiermes (Soria) en 1977”, Celtiberia, XXVIII, 55, 1978, pp. 65-67.
ARGENTE OLIVER, José Luis y DÍAZ DÍAZ, Adelia: Tiermes. Guía del Yacimiento y Museo. Soria, Soria, 1996.
ÁVILA GRANADOS, Jesús: El sur de Soria, Barcelona, 2000.
BANKS, Philip et alii: “Excavaciones en San Baudelio de Casillas de Berlanga (Soria). Campañas 1976-77- 78”, Noticiario Arqueológico Hispánico, 16, 1983, pp. 381-440.
BASTOS, Victoria y LAFORA, Carlos R.: Ayer y Hoy del patrimonio soriano (Una selección de monumentos y su localización), Madrid, 1990.
BEDOYA, Juan Manuel: Memorias históricas de Berlanga, Orense, 1840.
BERNAL MARTÍN, Salvador: “Soria y las comunidades de Villa y Tierra”, Celtiberia, 52, 1976, pp. 261-281.
BLASCO JIMÉNEZ, Manuel: Nomenclator Histórico, Geográfico, Estadístico y Descriptivo de la provincia de Soria, Soria, 1909 (ed. facsímil, Valencia, 1995).
BOTO VARELA, Gerardo: Ornamento sin delito. Los seres imaginarios del claustro de Silos y sus ecos en la escultura románica peninsular (Col. “Stvdia Silensia. Series Maior”, III), Abadía de Silos, 2000.
CAAMAÑO MARTÍNEZ, José María: “Capitel-pila de agua bendita”, en Catálogo de la Exposición Las Edades del Hombre, “La Ciudad de seis pisos”, El Burgo de Osma, 1997, p. 136.
CABRÉ AGUILÓ, Juan: Catálogo Monumental de Soria y su provincia, ms. inédito en el Instituto Diego Velázquez del CSIC, Madrid, 1916.
CAMÓN AZNAR, José: “San Baudelio de Berlanga”, Goya, 109, 1972.
CASA MARTÍNEZ, Carlos de la: Las necrópolis medievales de Soria, Valladolid, 1992.
CASA MARTÍNEZ, Carlos de la: “Las necrópolis medievales de Tiermes: Sistemas de Enterramiento”, en Actas del I Symposium de Arqueología Soriana (Col. “Temas Sorianos”, 9), Soria, 1984, pp. 499-510.
CASA MARTÍNEZ, Carlos de la e IZQUIERDO BERTIZ, José María: “Excavaciones en la Ermita Románica de Nuestra Señora de Tiermes. Montejo de Tiermes (Soria). Campaña de 1977”, Celtiberia, XXVIII, 55, 1978, pp. 61-63
CASTELLANOS GÓMEZ, Juan: Cabeza de Extremadura: su importancia estratégica en la España hispano-musulmana (siglos X y XI), Soria, 1999.
COBOS GUERRA, Fernando y CASTRO FERNÁNDEZ, José Javier de: Castilla y León. Castillos y Fortalezas, León, 1998.
COOK, Walter Spencer: “Las pinturas románicas de San Baudelio de Berlanga”, Goya, 7, 1955, pp. 2-11. COOK, W. S. y GUDIOL RICART, J., 1950 (1980).
COOK, Walter Spencer y GUDIOL RICART, José: Pintura e imaginería románicas (Col. “Ars Hispaniae”, VI), Madrid, 1950 (2.ª ed. actualizada).
DOMÉNECH ESTEBAN, Manuela y CASA MARTÍNEZ, Carlos de la: “Necrópolis rupestre de Tiermes”, en Actas II Symposium de Arqueología Soriana, Homenaje a D. Teógenes Ortego y Frías 19-21 de octubre de 1989, t. II (Col. “Temas Sorianos”, 20), Soria, 1992, pp. 1063-1068.
DOMÍNGUEZ BORDONA, Jesús: “Sobre la ermita de San Baudelio de Berlanga”, BRABASF, 1953-1954, pp. 93 y ss.
ENRÍQUEZ DE SALAMANCA, Cayetano: Rutas del Románico en la provincia de Soria, Madrid, 1986.
ESCOLANO BENITO, Agustín: San Baudelio de Berlanga. Guía y complementos, Salamanca, 2000.
FRONTÓN SIMÓN, Isabel María: Los pórticos de las iglesias de Tiermes y Caracena: estudio iconográfico, memoria de licenciatura dir. por Dña. Inés Ruiz Montejo, Universidad Complutense de Madrid, 1986.
GARCÍA VALENCIANO, Juan José: Las tierras del Suroeste soriano, Soria, 1986.
GARIJO PUERTAS, Francisco M.: Berlanga de Duero, Madrid, 1995.
GAYA NUÑO, Juan Antonio: El románico en la provincia de Soria, Madrid, 1946.
GONZÁLEZ GONZÁLEZ, Julio: El reino de Castilla en la época de Alfonso VIII. Estudio y documentos, 3 tomos, Madrid, 1960.
HERBOSA, Vicente: El Románico en Soria, León, 1999.
IZQUIERDO BERTIZ, José María: “Arte románico”, en PÉREZ-RIOJA, José Antonio (dir.), Historia de Soria, t. I, Soria, 1985, pp. 263-296.
LAFORA, Carlos: Por los caminos del románico porticado, Madrid, 1988.
LOJENDIO, Luis María de y RODRÍGUEZ, Abundio: Castilla/2. Soria, Segovia, Ávila y Valladolid (Col. “La España Románica”, 3), Madrid, 1981.
LOPERRÁEZ CORVALÁN, Juan: Descripción Histórica del Obispado de Osma, 3 tomos, Madrid, 1788 (ed. facsímil, Madrid, 1978). 
LÓPEZ DE GUEREÑO SANZ, MMADOZ, Pascual: Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España y sus posesiones de Ultramar. Soria, Madrid, 1845-1850 (ed. facsímil, Valladolid, 1993).
MARTÍNEZ DÍEZ, Gonzalo: Las Comunidades de Villa y Tierra de la Extremadura Castellana, Madrid, 1983.
MELERO MONEO, Marisa: “La Mujer Apocalíptica y San Miguel: modelos miniados en San Miguel de Estella”, Lecturas de Historia del Arte, IV, 1994, pp. 166-173.
MINGUELLA Y ARNEDO, Fr. Toribio: Historia de la diócesis de Sigüenza y de sus obispos, 3 tomos, Madrid, 1910-1913.
MORALES HERNÁNDEZ, Fernando y BOROBIO SOTO, M.ª Jesús: “Excavaciones arqueológicas en la iglesia de San Pedro de Caracena (Soria)”, en Actas II Symposium de Arqueología Soriana, Homenaje a D. Teógenes Ortego y Frías, 19-21 de octubre de 1989, t. II (Col. “Temas Sorianos”, 20), Soria, 1992, pp. 1087-1103
MORENO Y MORENO, Miguel: Por los pueblos sorianos, Soria, 2 tomos, 1957.
PÉREZ-RIOJA, José Antonio: “Literatura”, en PÉREZ-RIOJA, José Antonio (dir.), Historia de Soria, t. I, Soria, 1985, pp. 323-329.
ORTEGO Y FRÍAS, Teógenes: La ermita mozárabe de San Baudelio en Casillas de Berlanga, Almazán, 1987.
PALOMERO ARAGÓN, Félix: “Breves apuntes sobre la escultura monumental de San Pedro de Caracena (Soria). Relaciones con otros monumentos y Escuela Silense”, BSAA, LVI, 1990, pp. 351-361.
RUIZ EZQUERRO, Juan José: “Los tímpanos románicos sorianos”, Celtiberia, XXXV, 69, 1985, pp. 35-54.
SÁENZ RIDRUEJO, Clemente: “Soria durante la Reconquista”, en PÉREZ-RIOJA, José Antonio (dir.), Historia de Soria, t. I, Soria, 1985, pp. 215-248.
SÁINZ MAGAÑA, Elena: El románico soriano. Estudio Simbólico de los monumentos 2 tomos, tesis doctoral sostenida en la Facultad de Geografía e H.ª de la Universidad Complutense de Madrid en 1983, Universidad Complutense de Madrid, 1984.
SÁINZ SÁIZ, Javier: El románico rural en Castilla y León, León, 1995.
TARACENA AGUIRRE, Blas y TUDELA DE LA ORDEN, José: Guía artística de Soria y su provincia, Soria, 1928 (1997).
TERÉS NAVARRO, Elías: “Signos lapidarios en el pórtico de la ermita”, en ARGENTE OLIVER, José Luis et alii, Tiermes II. Campañas de 1979 y 1980. Excavaciones realizadas en la Ciudad Romana y en la Necrópolis Medieval (Col. “Excavaciones Arqueológicas en España”, 128), Madrid, 1984, pp. 491-497.
ZALAMA RODRÍGUEZ, Miguel Ángel: Por tierras de Soria, León, 1995.
ZOZAYA STABEL-HANSEN, Juan: “Algunas consideraciones en torno a la ermita de San Baudelio de Casillas de Berlanga”, Cuadernos de la Alhambra, 12, 1976, pp. 307-338.

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario