La estética y el arte
El ciclo natural
de la vida recibe en Japón el nombre de Sabi; esta palabra se refiere al
envejecimiento, a las secuelas dejadas por el quehacer del tiempo y que no sólo
no debe ser desdeñada sino realzada. Por lo tanto, el concepto de belleza en el
país del "Sol Naciente" tiene mucho que ver con el respeto a la
senectud y el paso inexorable del tiempo. El concepto de Sabi provoca en el
artista la necesidad de fundir en un todo la belleza y la armonía, ya sea en la
cerámica, la arquitectura, etc. La finalidad es la de trasmitir a todo aquel
que observa la obra serenidad, armonía y tranquilidad de espíritu, algo que no
se encuentra en muchas de las obras de arte occidentales. Por encima del
sentimiento personal, el artista japonés sitúa su obra al servicio de la
comunidad, lo que ha derivado en definiciones del arte japonés como decorativo,
debido a su carácter placentero.
A partir del siglo XVI, la secta budista zen tuvo grandes repercusiones
religiosas, artísticas y estéticas en el país. La mentalidad zen iguala las
pequeñas cosas cotidianas con los grandes sucesos y, por lo tanto, hay que
vivirlos todos con la misma intensidad y armonía. Su estética viene definida
por siete características interrelacionadas entre sí, que forman un todo
perfecto imposible de separar; éstas son: asimetría, simplicidad, elegante
austeridad, naturalidad, profunda sutileza, libertad y tranquilidad. Uno de los
mejores ejemplos de la estética zen son los jardines; en ellos, el artista
trata de captar el valor de la naturaleza globalmente y trasladarlo a un
espacio limitado. En los jardines se aprecian dos formas muy japonesas de
percibir la belleza: como una casualidad natural o como una forma perfeccionada
por el hombre; ambas alternativas no tienen porqué excluirse mutuamente sino al
contrario, ya que el cultivo simultáneo y la superposición de ambas es lo que
caracteriza la estética tradicional japonesa. La búsqueda de una especie de
unión místico-estética es el objetivo permanente en la percepción japonesa de
la belleza.
Wabi y sabi
Literalmente,
wabi
significa pobreza.
Pero maticemos más este concepto, no se trata de tener o no tener posesiones,
hablamos de la no dependencia de las posesiones materiales. Quiere decir que
una persona puede ser rica interiormente, teniendo pocas posesiones. Desde el
punto de vista intelectual o artístico, el wabi se asocia con las cosas simples
de la vida, con las personas que no caen en complejidades estructurales, ni en
el exceso de adornos. Como dijo el poeta “una cruz más sencilla carpintero”. Sabi significa soledad. Pero de nuevo hay
que matizar el concepto para entender mejor sus implicaciones en términos
estéticos. El término sabi está relacionado con la antigüedad, como por ejemplo
con los utensilios usados en la antigua ceremonia del té. Así, también puede
significar imperfección antigua a propósito y ausencia de sofisticación.
Uniendo estos dos conceptos, obtenemos siete características que se consideran expresiones Zen de una obra de arte.
·
Wabi: Libertad de ataduras, profundidad sutíl
·
Sabi: Sublimidad austera, asimetría
·
Wabi y Sabi: Simplicidad, tranquilidad, naturalidad.
Y ahora desarrollemos un poco estos conceptos
·
Asimetría: En los bonsais (¿recordáis?, hablámos de un libro de bonsais),
la mayoría de los diseños son asimétricos en la forma y el balance. Muy pocas
composiciones necesitan ser simétricas: la armonía se consigue mediante un
balance de la masa visual, el espacio abierto (o espacio en blanco) y las
proporciones adecuadas.· Simplicidad: A veces, en campos como la filosofía y la ciencia, los pensamientos más profundos se expresan en términos simples. Un exceso de decoración (hablando de bonsáis) en la maceta o el árbol, resta méritos al diseño.
·
Sublimidad austera: Todas las partes sobrantes deben ser eliminadas, manteniendo
únicamente los elementos esenciales que se requieren para transmitir el mensaje
del artista. Un bonsái se puede diseñar mediante una aproximación minimalista:
fuertes líneas del tronco y pocas ramas y follaje.
·
Naturalidad: El propósito de los bonsáis es crear una obra “natural” en una
maceta. Debe evitarse cualquier rastro de artificialidad: el objetivo es
observar y copiar las características de la naturaleza para crear una impresión
de lo accidental ó incidental. Como si no se hubiese tocado por el hombre.
·
Profundidad sutil: Es un término complejo, y de difícil transmisión implica
insinuaciones de inagotabilidad y reverberaciones interminables. Hay una
sugestión de profundo espacio que implica alguna escondida habilidad o
cualidad.
·
Libertad de ataduras: Romper con los convencionalismos, costumbres, ser original,...
·
Tranquilidad: Esta característica, un profundo sentimiento de calma profunda y
reposo, está muy asociada al arte chino y japonés y también está presente en
los bonsáis.
Bajando a su esencia más pura, wabi-sabi es el arte japonés de
encontrar la belleza en la imperfección y la profundidad de la naturaleza, de
aceptar el ciclo natural de crecimiento, decadencia y muerte. Es simple,
lento y ordenado, y ante todo respeta la autenticidad. Wabi-sabi es
mercadillos, no almacenes; madera envejecida, no pergo; Papel de
arroz, no de vidrio. Celebra grietas y grietas y todas las demás marcas
que el tiempo, el clima y el uso amoroso dejan atrás. Nos recuerda que
todos somos seres transitorios en este planeta, que nuestros cuerpos, así como
el mundo material que nos rodea, están regresando al polvo del que venimos. A
través de wabi-sabi, aprendemos a abrazar las manchas del hígado, el óxido y
los bordes deshilachados, y la marcha del tiempo que representan.
Wabi-sabi está minimizado y es el tipo
de belleza tranquila y no declarada que espera ser descubierta pacientemente. Es
una visión fragmentaria: la rama que representa a todo el árbol, las pantallas
shoji que filtran el sol, la luna 90 por ciento oculta detrás de una cinta de
nubes. Es una belleza ricamente suave que llama la atención pero no es
obvia, que puedes imaginar tener a tú alrededor durante mucho, mucho tiempo:
Katherine Hepburn contra Marilyn Monroe. Para los japoneses, es la
diferencia entre kirei, simplemente "bonita", y omoshiroi, la
curiosidad que hace que algo entre en el reino de lo bello. (Omoshiroi
significa literalmente "cara blanca", pero su significado varía de
fascinante a fantástico.) Es la paz que se encuentra en un jardín de musgo, el
olor a humedad de los geranios, el sabor astringente del té verde en polvo. Mi
frase japonesa favorita para describir wabi-sabi es "natsukashii
furusato" o un antiguo recuerdo de mi ciudad natal. (Esta es una
mentalidad prevaleciente en Japón en estos días, ya que las personas nacidas en
áreas urbanas importantes como Tokio y Osaka se vuelven nostálgicas por las
casas de campo de los abuelos que quizás nunca lo fueron. Incluso pueden
"alquilar" abuelos que viven en casas de campo prototípicas y pasar
el fin de semana allí.
Daisetz T. Suzuki, que fue una de las
principales autoridades de habla inglesa en budismo zen y uno de los primeros
eruditos en interpretar la cultura japonesa para los occidentales, describió a
wabi-sabi como "una apreciación estética activa de la pobreza". Se
refería a la pobreza no como lo interpretamos (y tememos) en Occidente, sino en
el sentido más romántico de eliminar el enorme peso de las preocupaciones
materiales de nuestras vidas. "Wabi debe estar satisfecho con una
pequeña choza, una sala de dos o tres tatamis, como la cabaña de troncos de
Thoreau", escribió, "y con un plato de verduras recogidas en los
campos vecinos, y tal vez escuchar el golpeteo de una suave lluvia de primavera".
En Japón, hay una marcada diferencia
entre un wabibito tipo Thoreau (persona wabi), que es libre en su corazón, y un
makoto no hinjin, un personaje más dickensiano cuyas pobres circunstancias lo
hacen desesperado y lamentable. La capacidad de arreglárselas con menos es
venerada; Escuché a alguien referirse a un wabibito como una persona que
podría hacer algo completo con ocho partes cuando la mayoría de nosotros
usaríamos diez. Para nosotros en Occidente, esto podría significar elegir
una casa más pequeña o un automóvil más pequeño, o simplemente como un medio
para comenzar, negándonos a vender nuestras papas fritas.
Las palabras wabi y sabi no siempre
estaban vinculadas, aunque han estado juntas durante tanto tiempo que muchas
personas (incluido DT Suzuki) las usan indistintamente. Una maestra de té
con la que hablé me rogó que no usara la frase wabi-sabi porque ella cree que
el matrimonio diluye sus identidades separadas; un maestro de té en Kyoto
se echó a reír y dijo que estaban juntos porque suena pegadizo, algo así como
ping-pong. De hecho, las dos palabras tienen significados distintos,
aunque la mayoría de las personas no están totalmente de acuerdo con lo que
podrían ser.
Wabi proviene de la raíz wa, que se
refiere a la armonía, la paz, la tranquilidad y el equilibrio. En términos
generales, wabi tenía el significado original de triste, desolado y solitario,
pero poéticamente ha llegado a significar simple, inmaterialista, humilde por
elección y en armonía con la naturaleza. Alguien que es perfectamente ella
misma y nunca anhela ser otra cosa sería descrito como wabi. El maestro
del té del siglo XVI, Jo-o, describió a un hombre del té wabi como alguien que
no siente ninguna insatisfacción a pesar de que no posee utensilios chinos con
los que conducir el té. Una frase común que se usa junto con wabi es
"la alegría del pequeño monje con su túnica desgarrada por el
viento". Una persona wabi ejemplifica el zen, es decir, está contento
con muy poco; libre de la codicia, la indolencia y la ira; y entiende
la sabiduría de las rocas y los saltamontes.
Hasta el siglo XIV, cuando la sociedad
japonesa llegó a admirar a los monjes y ermitaños por su ascetismo espiritual,
wabi era un término peyorativo utilizado para describir a los marginados
tristes y tristes. Incluso hoy en día, los trasfondos de la desolación y el
abandono se aferran a la palabra, a veces se utilizan para describir el
sentimiento de impotencia que tiene cuando espera a su amante. También
tiene un indicio de insatisfacción en su crítica infundada a Gaud y la
ostentación, la marca definitoria de las clases dominantes cuando el wabisuki
(un gusto por todas las cosas wabi) explotó en el siglo XVI. En un país
gobernado por señores de la guerra que se esperaba que fueran consumidores
conspicuos, wabi se conoció como "la estética de la gente", el estilo
de vida de los samurai cotidianos, que tenían pocas comodidades materiales.
Sabi por sí mismo significa "la
flor del tiempo". Esto connota progresión natural, deslustre,
escarcha, óxido, el brillo extinguido de lo que alguna vez brilló. Es la
comprensión de que la belleza es fugaz. El significado de la palabra ha
cambiado con el tiempo, desde su definición antigua, "estar
desolado", hasta el más neutral "envejecer". Para el siglo
trece, el significado de sabi había evolucionado hacia el placer de las cosas
viejas y descoloridas. Surgió un proverbio: "El tiempo es bueno para
las cosas, pero desagradable para el hombre".
Las cosas de Sabi llevan la carga de sus
años con dignidad y gracia: la fría superficie moteada de un cuenco de plata
oxidada, el gris cedente de la madera desgastada, el elegante marchitamiento de
una rama otoñal sin valor. Un automóvil viejo dejado en un campo para
oxidarse, mientras se transforma de una monstruosidad en una parte del paisaje,
podría considerarse la contribución de Estados Unidos a la evolución de sabi. Un
granero abandonado, cuando se derrumba sobre sí mismo, contiene esta mística.
Hay una poesía dolorida en las cosas que
llevan esta pátina, y trasciende a los japoneses. Los estadounidenses nos
sentimos inefablemente atraídos por las antiguas ciudades europeas con sus
calles de adoquines torcidos y escayola, a lugares marcados por la historia con
una historia mucho más profunda que la nuestra. Buscamos sabi en antigüedades
e incluso intentamos fabricarlo en muebles en dificultades. Sin embargo,
el verdadero sabi no puede ser adquirido. Es un regalo de tiempo.
Así que ahora tenemos wabi, que es
humilde y simple, y sabi, que está oxidado y desgastado. Y hemos reunido
estos términos en una frase que sale de la lengua como Ping-Pong. ¿Significa
eso, entonces, que la casa wabi-sabi está llena de cosas que son humildes,
simples, oxidadas y desgastadas? Esa es la respuesta fácil. Sin
embargo, la amalgama de wabi y sabi en la práctica es mucho más profunda.
En la decoración del hogar, wabi-sabi
inspira un minimalismo que celebra lo humano en lugar de la máquina. Las
posesiones se reducen y se reducen de nuevo, hasta que solo queden las
necesarias para su utilidad o belleza (e idealmente ambas). ¿Qué hace el
corte? Elementos que ambos admiran y aman usar, como las batidoras de
manivela que aún funcionan bien. Cosas que resuenan con el espíritu de las
manos y los corazones de sus creadores: la silla que hizo su abuelo, la grumosa
alfarería de su hijo de seis años, un afgano que usted mismo tejió (tal vez con
lana de oveja hecha a mano). Piezas de tu propia historia: fotos
ancestrales en tonos sepia, zapatos de bebé, los misterios de Nancy Drew que
lees una y otra vez de niño.
Los interiores de Wabi-sabi tienden a
ser apagados, tenuemente iluminados y a la sombra, lo que da a las habitaciones
un sentimiento envolvente y parecido al de una mujer. Los materiales
naturales que son vulnerables a la intemperie, a la deformación, a la
contracción, al agrietamiento y al pelado le dan un aire de perecibilidad. La
paleta se extrae de marrones, negros, grises, verdes terrosos y óxido. Esto
implica una falta de libertad, pero en realidad ofrece una oportunidad para la
innovación y la creatividad. En Japón, los kimonos vienen en cientos de
diferentes tonos de gris. Simplemente tienes que perfeccionar tu visión.
Para que puedas verlos y sentirlos a
todos.
WABI, NO SLOBBY
Wabi-sabi puede ser explotado de muchas
maneras, y una de las más tentadoras es usarlo como una excusa para quitarse
una cama sin hacer, un piso sin barrer o un sofá sucio. "Oh, eso.
Bueno, eso es solo wabi-sabi". A mi hijo de nueve años, Stacey, le
encanta esta táctica.
Qué tentador sería dejar que la división
que recorre la costura del cojín del sofá continúe en su camino alegre,
llamándolo wabi-sabi. Para pasar el sábado por la tarde en el cine y dejar
que el polvo se asiente en las alfombras: wabi sabi. Para comprar cinco
minutos adicionales de sueño cada mañana al no hacer la cama, como una
declaración de wabi-sabi, por supuesto. ¿Y cómo sabe cuándo ha ido
demasiado lejos, cuando ha pasado de seriedad, sereno y rústico a
Uber-angustia?
Una línea amarilla sólida separa jirones
y restos, polvo y suciedad de algo digno de veneración. Wabi-sabi nunca es
desordenado o desaliñado. Las cosas gastadas adquieren su magia solo en
entornos donde está claro que no albergan insectos ni mugre. Uno siente
que han sobrevivido para llevar las marcas del tiempo precisamente porque han
sido muy bien cuidados a lo largo de los años. Incluso las antigüedades
más raras y caras nunca jugarán bien en una casa desordenada o sucia.
La limpieza implica respeto. Tanto
los maestros de té antiguos como los modernos enseñan que incluso la persona
más pobre del té wabi siempre debe usar utensilios frescos de bambú verde y
nuevos paños blancos para limpiar el tazón del té. En el té, la limpieza
del huésped se considera un claro indicador de su estado mental y su devoción
por el té. Chanoyu Ichieshu, un libro de texto de té publicado en 1956,
incluso va tan lejos como para aconsejar a los huéspedes que miren en el baño
del huésped si desean comprender su entrenamiento espiritual.
Definitivamente no estoy defendiendo
este extremo. De hecho, estoy mortificado ante la idea de que alguien me
juzgue por el estado de mis propios inodoros. Pero el punto de los
maestros del té es válido: los espacios que se han limpiado a fondo y con amor
son, en última instancia, más acogedores. Cuando la cama está bien hecha,
florece el romance de una colcha deshilachada. El carácter impartido por
los nudos y grietas de un piso de madera brilla cuando las migajas se barren. Un
kilim fregado pero descolorido, arrojado sobre un sofá que ha visto demasiadas
manchas, lo transforma en un lugar irresistible para descansar.
Las raíces de Wabi-sabi se encuentran en
el budismo zen, que fue traído de China a Japón por Eisai, un monje del siglo
XII. El zen, con sus principios de vasto vacío y nada santo, destaca la
austeridad, la comunión con la naturaleza y, sobre todo, la reverencia por la
vida cotidiana como el verdadero camino hacia la iluminación. Para
alcanzar la iluminación, los monjes zen vivieron vidas ascéticas, a menudo
aisladas y se sentaron durante largos períodos de meditación concentrada.
Para ayudar a sus compañeros monjes a
permanecer despiertos durante estas insoportables sesiones de meditación, Eisai
les enseñó cómo procesar las hojas de té en una bebida caliente. Una vez
que Eisai se fue, sin embargo, el té adquirió una vida muy diferente. Alrededor
del siglo XIV, las clases superiores desarrollaron rituales elaborados con té. Los
salones de té grandes se construyeron en un estilo ostentoso conocido como
shoin, con numerosos pergaminos chinos colgados y un arreglo formal de mesas
para jarrones de flores y quemadores de incienso. Los practicantes del té
demostraron su riqueza y estatus a través de sus colecciones de elegantes
utensilios de té de estilo chino durante los fines de semana de tres días en
los que se sirvieron hasta cien tazas de té, además de comida y sake.
Luego vino Murata Shuko, una influyente
maestra del té que también resultó ser un monje zen. De manera radical,
Shuko comenzó a usar utensilios subestimados producidos localmente durante sus
reuniones de té. Diciendo que "es bueno atar un caballo elogiado a
una casa con techo de paja", combinó objetos ásperos y lisos con los
famosos utensilios chinos, y el sorprendente contraste hizo que ambos se vieran
más interesantes. El sucesor de Shuko, Jo-o, fue aún más crítico con los
hombres cuyo celo por los utensilios raros o famosos era su principal
motivación para conducir té. Jo-o comenzó a usar artículos de uso diario
como el mentsu, un tazón de madera para peregrinos, como un recipiente de aguas
residuales y un Shigaraki onioke, un cubo de gres utilizado en teñido de seda,
como un recipiente de agua. Trajo el celadón sin adornos y las mercancías
campesinas coreanas al salón de té.
Sin embargo, se reconoció ampliamente
que el discípulo de Jo-o, Sen no Rikyu, estableció la ceremonia tranquila y
sencilla que hizo posible que todos, no solo los ricos, practiquen el té. En
el siglo XVI, el comienzo de una era de paz después de varios siglos de guerra
civil en Japón, la indignación causó furor, y el té de Rikyu se convirtió en un
oasis de sabor tranquilo y simple. Sirvió té en tazones hechos por
alfareros anónimos y artesanos indígenas japoneses, los más famosos de los
cuales son el estilo de la familia Raku. Creó pequeñas chozas de té (una y
media colchonetas de tatami, a diferencia de las cuatro y media y dieciocho
salas de colchonetas que habían sido la norma) basadas en la choza tradicional
de granjeros de paredes de barro en bruto, un techo de paja, y elementos
estructurales de madera expuesta de forma orgánica. La cabaña incluía un
nijiriguchi, una entrada baja que obligaba a los invitados a inclinarse y
experimentar humildad al entrar. Rikyu hizo algunos de sus propios
utensilios de bambú no lacado (tan común como el crabgrass en Japón, pero hoy
en día un original de Rikyu vale lo mismo que un cuadro de Leonardo da Vinci), y
arregló las flores de forma sencilla y natural en jarrones de bambú
(shakuhachi) y cestas. . La ceremonia de Rikyu se conoció como wabichado
(chado significa "el camino del té"), y perdura en Japón hasta el día
de hoy.
Los occidentales solemos rascarnos la
cabeza al pensar en las cuatro horas que pasamos sentados de rodillas,
participando en un ritual elaborado durante el cual se construye un fuego de
carbón, se sirve una comida de delicias estacionales con sake, se hace un tazón
de té verde y compartidas entre los invitados, y luego se hacen tazones
individuales de té espumoso y fino batiendo agua caliente y matcha. Lo que
la mayoría de nosotros no nos damos cuenta, sin embargo, es que el té encarna
gran parte de la belleza que conforma la cultura japonesa. Para entender
realmente el té, también debes estudiar poesía, arte, literatura, arquitectura,
legado e historia. Los practicantes del té se realizan en las artes de las
flores, la buena cocina y, quizás, la etiqueta más importante (sarei). Y
los cuatro principios de la armonía del té (wa), el respeto (kei), la pureza
(sei) y la tranquilidad (jaku) podrían, por supuesto, ser el medio para
cualquier buena vida.
El té, en su forma actual, nació de una
sociedad medieval llena de guerras terribles, pero los samurai estaban
dispuestos a dejar de lado su rango y sus espadas para convertirse en iguales
dentro del salón de té. El diseño de la habitación es deliberadamente
simple y limpio; Está destinado a ser un santuario. "En esta
cabaña con techo de paja no debería haber una mota de polvo de ningún tipo; se
espera que tanto el maestro como los visitantes estén en términos de sinceridad
absoluta; no se deben seguir medidas ordinarias de proporción o etiqueta o
convencionalismo", declara Nanbo. Roku, uno de los libros de texto más
antiguos e importantes sobre el té. "Se hace un fuego, se hierve el
agua y se sirve té; esto es todo lo que se necesita aquí, no hay otras
consideraciones mundanas que puedan interferir". Tan pronto como entramos
en el salón de té, se nos pide que nos deshagamos de nuestros males y
preocupaciones y nos conectemos con los demás, "nos enfrentamos a la
armonía, a las palabras que aman".
"El té reúne a las personas en un
lugar no amenazador para escapar del mundo moderno, luego pueden salir y
llevarse eso", me explicó Gary Cadwallader, un maestro del té nacido en
Estados Unidos que enseña en el Centro Urasenke en Kioto. Me parece que
los estadounidenses que carecemos del tiempo, o el deseo, de aprender el té, podemos
tomar la esencia de esa afirmación y aplicarla a nuestras propias vidas.
"Si un amigo lo visita, hágale el
té, le deseamos una cálida bienvenida con hospitalidad", escribió Jo-o,
uno de los primeros maestros de té de Japón. "Coloca unas flores y
haz que se sienta cómodo". Esto está plasmado en una frase japonesa
común, "shaza kissa", que se traduce como "Bueno,
siéntate y toma un poco de té". ¿Qué pasaría si adoptáramos
esa frase y aprendiéramos a decirla más a menudo, cuando los niños regresan a
casa de la escuela (antes de la prisa por el hockey y el ballet), cuando
nuestro vecino se acerca, cuando sentimos que nuestro nivel de molestia cuando
nuestro cónyuge comienza a aumentar? Si nos permitiéramos detenernos por
un momento, sentarnos juntos y compartir una taza de té, ¿qué podría traer ese
momento?
Al aprender a tomar té, recordamos
constantemente que cada reunión es una ocasión única en la vida para disfrutar
de buena compañía, bellas artes y una taza de té. Nunca sabemos lo que
podría suceder mañana, o incluso más tarde hoy. Detener lo que sea que sea
tan importante (platos, pago de facturas, plazos de trabajo) para compartir
conversaciones y una taza de té con alguien que ama, o podría querer, es una
oportunidad fácil para promover la paz. Es desde este lugar de paz,
armonía y compañerismo que emerge el verdadero espíritu wabi-sabi.
Wabi-sabi no es un "estilo" de
decoración, sino una mentalidad. No hay una lista de reglas; no
podemos colgar cristales o mover nuestras camas y esperar a que la paz nos
caiga encima. Crear un hogar wabi-sabi es el resultado directo del
desarrollo de nuestro wabigokoro, o mente y corazón wabi: vivir modestamente,
aprender a estar satisfecho con la vida como puede ser una vez que eliminemos
lo innecesario, viviendo el momento.
ARTE JAPONÉS
Obra de Hokusai,
quizá el más célebre pintor japonés. Son famosas sus distintas imágenes del
Fuji Jama o de las olas. Aquí, la desigualdad entre la pequeñez de los hombres
y el tamaño del árbol subraya la superioridad de la naturaleza que el alma
japonesa tradicional, como lis viajeros en la imagen de Hokusai,
contemplan y veneran.
El arte permite
comprender la sensibilidad y la cosmovisión de otras culturas. El arte japonés
evidencia la proximidad entre la creación artística y una profunda intuición
filosófica de la realidad. El zen, rama del budismo iniciada por Bodhidharma (o
Daruma en el Japón), impregnó vigorosamente la cultura japonesa y sus diversas
expresiones artísticas como la pintura, poesía, arquitectura, el arte de los
jardines o la célebre ceremonia del té. El zen, el perfil místico del budismo,
vincula su ideal de realización humana con la experiencia de lo real en su
nervadura más profunda entendida como un subyacente, inasible e infinito vacío
del que misteriosamente procede la multiplicidad de las cosas. Lo vacío es la
fuente primaria del sentido, de la plenitud, la belleza y la expansión vital.
El arte japonés, mediante la apelación a la espontaneidad creadora, la economía
de formas, la percepción íntima de la naturaleza y la elaboración de formas
irregulares o asimétricas, pretendió expresar la experiencia vivificante del
vacío creador.
Aquí, en este
espacio de Galerías de arte en Temakel, podrán hallar una galería con numerosas
imágenes representativas de diversas variantes del arte tradicional japonés.
Asimismo, se incluye un esclarecedor estudio introductorio de Jean Riviere; y
dos textos de D. Suzuki, el gran difusor en Occidente del budismo zen.
También hallarán
un largo ensayo personal donde se abordan varias cuestiones esenciales del arte
zen japonés y su relación con algunas corrientes artísticas occidentales. Por
último, al final, se incluye un listado bibliográfico como mapa de sugerencias
para continuar la exploración de esta temática.
EL
ARTE JAPONÉS
Al estudiar el
arte clásico del Japón, nos sentimos impresionados por ciertos aspectos
extraños, desconcertantes incluso, de algunas de sus manifestaciones; la
violencia al lado de la contemplación, lo ridículo junto a lo sagrado, la
afectación aliada a una dureza agresiva. En el Japón, el arte exige un esfuerzo
de atención, de conocimiento y de simpatía mayor que en China, país al que
deben gran parte de su cultura.
Como todas las
artes de las culturas asiáticas, los fundamentos de la estética japonesa
descansan sobre el elemento sagrado, sobre el contacto con mundos suprahumanos,
sobre la comunión con las esferas sutiles....Si el budismo aportó su
elemento místico al arte del período chino Sung, el largo éxito de esta
estética se debía a la cualidad de los monjes artistas que la concibieron; las
aguadas monocromas salieron de los monasterios zen impresionadas de la fe y de
la contemplación mística que reinaba en ellos.
Este mismo
fenómeno se producirá en el Japón, con la particularidad, no obstante, de que
las primitivas creencias, las prehistóricas formas religiosas que reinaban en
este pueblo continuarán vivas y activas en la religión nacional del sinto,
palabra que significa "el camino de los dioses", y que los japoneses
oponen al butsudo; "el camino del Buda". Fue un animismo
generalizado, no sangriento, en contraposición a las formas similares de África
o de la América precolombina; el sinto cree en la activa existencia de
múltiples fuerzas invisibles, dioses locales, genios protectores, espíritus de
las cosechas, del hogar, de los antepasados y de los parientes fallecidos,
fuerzas de la fertilidad, de la generación de la vida, poderes que mueven tanto
al cosmos como a los humildes objetos. Estas fuerzas no están individualizadas
ni personalizadas; son los kami, representaciones de todo lo sagrado. El
universo fue creado por los tres kami, nacidos sin progenitores, y por una
jerarquía descendiente que recuerda los eons gnósticos; los kami se
multiplicaron y se hallan presentes en todas las actividades de la vida diaria
del japonés. Su culto forma el sinto, la religión nacional, muy viva todavía en
el país. Hasta 1945, el emperador era venerado como descendiente de la diosa
del sol, Amaterasu-o-mi-kami, "el kami, gran iluminador del cielo".
El culto y las
creencias del sinto han impregnado la vida diaria japonesa desde hace muchos
años; la liturgia de esta religión recordaba a los japoneses que existían
fórmulas mágicas que favorecían la pesca, los trabajos de la granja, la
fabricación de objetos; la esencia del elemento sagrado reside en todo, tanto
en los más humildes objetos como en las piedras preciosas, en los pescadores de
un pueblecito o en los dignatarios de la Corte imperial, en los árboles, en los
bosques o en las montañas y en los volcanes. Las fuerzas de la vida, los kami,
están presentes en las llamas del hogar, en los jarrones de la casa, en las
cacerolas de la cocina, en las vasijas, en todos objetos domésticos. Los kami
velan todo los gestos de los vivos, hacen sólidos los muros, hermosos los
árboles, maravillosas las flores; el humo, el fuego, el ruido del trueno, el
relámpago, las terribles lavas, son kami; la fragua que llamea, la destellante
espada en manos del guerrero, los licores que embriagan, el agua que apaga la
sed, las cascadas que cantan en los valles, los árboles que murmuran con la
acción del viento, todos son kami, es decir, fuerzas vivas, todos son kami, es
decir, fuerzas vivas que se presentan bajo la apariencia insensible, rígida y
dura de la materia.
Así pues, tocar
esta materia es tocar lo sagrado. Fórmulas de protección, de ayuda y de súplica
acompañan los trabajos de los artesanos; cada oficio tenía su cofradía cuyos
miembros guardaban en secreto las palabras eficaces, las técnicas de éxito para
edificar una casa, construir un barco, levantar un puente, cocer una cerámica,
trabajar el hierro, cincelar la madera, tejer las telas, modelar imágenes
santas. El sinto enseñaba los formulismos y los gestos adecuados. Esta
mentalidad, esta visión del mundo aún no ha desaparecido del Japón y permanece
en el subconsciente colectivo de este pueblo.
El budismo
penetró en el país en el siglo VI de nuestra era y aportó, como en China, el
elemento religioso contemplativo, místico e intelectual de que adolecía este
pueblo. Pero, simplemente, se superpuso al antiguo ritual del sinto; cada
familia continuó teniendo su altar doméstico y venerando los kami. La
edificación de templos, la elaboración de estatuas búdicas, el tejido de los
vestidos de los sacerdotes, las pinturas sagradas de la nueva religión fueron
realizadas por artesanos que utilizaron los formulismos del sinto e invocaron
los espíritus, los genios, los dioses, los kami, de la madera, del bronce, del
tejido, del color y de la tinta. No existía ninguna contradicción en todo esto
para los budistas japoneses; se trataba sencillamente de jerarquizar el manejo
de las fuerzas complejas y múltiples de lo sagrado, de los espíritus de las
cosas, de la esencia de la vida. Actualmente, cuando cada veinte años se
rehacen los templos sinto de Ise, con madera de hinoki (cedro), obra maestra de
una belleza impresionante, sin ornamento alguno, totalmente de madera sin pulir
y apenas escuadrada, se escogen para este trabajo ciertas lunas del año; los
plazos, igualmente calculados en períodos lunares, intervienen en el corte a
escuadra de las maderas de construcción: hay que dar tiempo a los kami, que
"agonizan" en estas vigas trabajadas por el hierro cruel, para que
puedan transformarse...
La estética
japonesa
Estos
fundamentales conceptos dominan toda la estética del Japón. Esta profunda e
inimitable armonía con la Naturaleza, esta evocación de los dioses y de los
genios que forman la sustancia de las cosas, esta búsqueda de lo sagrado por el
ritmo de las formas y de los colores son los aspectos sinto de la estética
japonesa. La belleza extraordinaria y casi diáfana de las estatuas de Buda del
período Asuka (552-646), la espiritualidad del período Nara (646-794) en los
bodhisattwas y las estatuas que presentan monjes, la claridad interior de las
aguadas zen y la densa atmósfera de los jardines japoneses son los aspectos
"búdicos" de esta estética.
La primera
manifestación artística del sinto fueron las haniwa, pequeñas figuras de
terracota que se hallaron dispuestas en círculos alrededor de las tumbas
antiguas; sus formas son abstractas, de un gusto muy seguro y de gran valor
estético. Estas figuras estuvieron influidas por las estatuillas funerarias
chinas de los Han, pero tenían ya su propia personalidad dentro de una variedad
considerable de tipos, muchos de los cuales aún perduran en los humildes
artesanos japoneses. Estos haniwa poseen todas las características futuras del
arte japonés: su diversidad, su flexibilidad, su adaptación a las
circunstancias, su armonía con la Naturaleza, su sentido dinámico de la
decoración. Estos humildes cilíndros de tierra oscuras, simples figuras
geométricas de forma humana, poseen una vida extraordinaria; posteriormente,
también representaría casas, animales, caballos, armas. Desaparecieron de las
tumbas hacia el siglo VII a.C. Se discute el papel exacto que desempeñaron los
haniwa, pero, en general, se admite que el aspecto puramente decorativo debe
ser descartado; parece que su valor mágico fue importante; eran portadores de
lo sagrado, fuentes de fuerzas benéficas para el difunto y le servían de
soporte en la larga y peligrosa marcha en el más allá, que le introducía en el
mundo de los muertos (ver galería imagen 1). Personalmente, creemos que los haniwa
eran figuraciones antropomórficas de los kami.
Idéntico halo
difuso y sagrado se encuentra en los primeros templos sintoístas en los que
tenían lugar las ceremonias mágicas-religiosas destinadas a los espíritus
invisibles, poderosos y multiformes, los kami, entre los que cabe destacar las
almas de los antepasados, los muertos que se mezclaban con los vivos, que les
aconsejaban, les ayudaban, les estimulaban o les castigaban. El sinto enseñaba
las fórmulas precisas para controlar a los espíritus, para que fueran
favorables los kami de la materia que el artesano iba a trabajar con respecto y
veneración. El arte era, pues, un culto, un sacerdocio permanente. El gran
templo sinto de Ise, dedicado a la diosa del Sol, el más antiguo del Japón,
siempre venerado, reconstruido cada veinte años, según unos ritos litúrgicos
muy estrictos, es un ejemplo de esa sacralización de la materia. Edificado de
una forma muy primitiva y compuesto de vigas de madera, con el techo recubierto
de juncos, ofrece una arquitectura de extrema simplicidad, pero de gran
elegancia. En él, la atmósfera es santa; sólo los sacerdotes y el Emperador
pueden penetrar en su interior. En esta construcción la humilde materia es
venerada y respetada; los dioses siempre están ahí...
El templo principal de
Ise, construido de madera de cedro sin pulir. Es un ejemplo de un arte de
arquitectura religiosa, de sencilla belleza, carente de adornos. Cada veinte
años el templo se rehace a fin de renovar el santuario que alberga a los kamis,
los espíritus divinos.
La llegada del
budismo a través de China en el año 552 a.C., transformó profundamente la
cultura japonesa, pero no modificó los conceptos en que se basaba. La cultura
búdica fue introducida por una China ya muy evolucionada, cuya fuerza cultural
modificó la evolución del pensamiento japonés y tuvo una influencia duradera
sobre su arte. Pero los postulados fundamentales de la estética sintoísta
japonesa no desaparecieron, sino que, por el contrario, al entrar en contacto
con un pensamiento más refinado, los artistas japoneses aún acentuaron más las
características de sus técnicas.
El sinto ha sido
y es todavía el gran preservador de las artes del Japón; gracias a su espíritu
impregna profundamente a todo japonés, las constantes estéticas de su arte han
sido salvaguardadas, cultivadas, refinadas. Las principales parecen ser la
interioridad, la concentración natural e intensa en un único objeto, el
extraordinario sentido de simplificación y la incesante adaptabilidad a las
diversas circunstancias. El artista japonés descuida la apariencia de la cosas,
su forma exterior, para llegar a la verdad esencial; su pincel dibuja una forma
siguiendo unos trazos convencionales, pero la idea esencial se trasluce a
través de esta pintura abstracta donde el objeto natural, familiar, sólo es
utilizado como un símbolo, como por ejemplo, el bambú, la roca, la cascada. En
todo esto volvemos a encontrar un elemento de la estética china, pero parece
ser que en el Japón esta búsqueda ha sido más sistemática. El empleo de esta
"estenografía del pincel", de estos signos convencionales para
representar objetos naturales, se ha hecho instintivo, innato, en el artista,
el cual usa estos símbolos comprendidos y admitidos desde hace mucho tiempo por
todo el mundo. Existe una especie de comprensión tácita y popular de estos
símbolos por parte de los japoneses que es muy interesante observar, incluso en
nuestros días.
La simplicidad
domina la estética japonesa. La pobreza de los medios y de la materia, el wabi
japonés, caracteriza el gran arte de este país. El elemento ornamental
desaparece, las líneas se simplifican, el artista persigue ante todo las formas
naturales: una vieja cepa torcida, una simple piedra de extraño aspecto, una
flor silvestre..., pero su ojo ha sabido captar con toda seguridad una cosa
bella en sí misma, rica en evocaciones estéticas. En esto, el arte japonés es
austero. Uno se siente impresionado ante la elegante simplicidad de las
cerámicas, de las estatuas, de la pintura, de las artes menores, y descubre una
distinción natural, una finura instintiva, un gusto infalible. El arte japonés
es aristocrático, es decir, no fácil, no relajado, no descuidado.
Otro elemento
importante de la estética japonesa es la importancia del vacío, de la soledad,
sabi, alrededor del objeto representado, la gravedad y la pesadez del espacio
que lo rodea. Las pinturas zen son notables desde este punto de vista; tres
cuartas partes del cuadro están vacías y, sin embargo, el conjunto resulta de
una gran riqueza evocadora. El artista ha sabido disponer su objeto (rama de
árbol, pájaro, pico de una montaña, orilla del mar) y rodearlo de nada, en una soledad
pictórica absoluta; también se puede considerar que esta soledad habla, ese
vacío que se impone y atrae, son una nada que es a la vez un todo. El moderno
arte abstracto occidental utiliza también el vacío, pero, a menudo, sorprende
comprobar cuán evidente resulta el esfuerzo de abstracción, el intento de
conseguir este efecto, mientras que en el arte oriental resulta de una
espontaneidad extraordinaria, de una riqueza sugestiva que muy a menudo falta
en la artificial y complicada obra europea. La razón, creemos, está en el valor
religioso que impone el sinto al objeto, en su sacralización estética que hace
aparecer su luz interior tras un detalle insignificante o la aparente
vulgaridad material. Esta luz es la razón de ser del choque estético.
Esta vulgaridad,
esta familiaridad del objeto, el shibu, es visible en la apariencia inacaba de
la obra de arte; la trivialidad externa atrae al artista japonés porque es la
prueba de que el objeto está vivo, es rico en posibilidades, luminosos por la
presencia de los kami. La escoba de la cocina, el cazo, el vaso de agua, el
bastón de un viejo campesino han desempeñado un importante papel en el arte y
sin ningún esfuerzo para situarse esos objetos en el cuadro: la escoba está
allí, en un rincón del monasterio, como en la realidad y, sin embargo,
interviene en el diálogo zen con Buda...Hay un sentido de lo inacabado que
subraya la asimetría de los rasgos; la estética japonesa no ha esperado el
cubismo ni el tachismo para comprender el valor de esta técnica.
El budismo en
el arte japonés
El sinto había
preparado del tal modo el terreno de la estética japonesa que la llegada del
budismo en el siglo VI provocó un completo desarrollo espiritual de este arte.
Esta perfección ya es visible en las primeras obras de esta época, el período
Asuka. El gran propagandista y protector de la nueva religión fue el príncipe
Shotoku Taishi (572-621). Los templos que hizo levantar son de una belleza y un
equilibrio rayanos en la perfección. El más importante, el Horyu-ji, cerca de Nara
(607), aun en pie y venerado, es un emotivo ejemplo. Situado en medio de la
naturaleza, al borde de un estanque, y construido de madera -los templos
japoneses apenas emplean la piedra-, la capilla central, el kondo, encierra la
imagen de Buda; todo es simple, elegante, austero. Nos encontramos con la
estética sinto puesta al servicio de la espiritualidad búdica. La arquitectura
es típicamente japonesa y la escultura refleja influencias coreanas y china, en
la que entonces imperaba la belleza simétrica y tranquila de la dinastía Wei.
La nueva capital
del imperio Nara, dio su nombre a la edad de oro del budismo; este período duro
desde 646 hasta 794, fecha en que la capital fue traslada a Heian, Kioto en la
actualidad. Este período coincide con la dinastía T'ang en China, y fue también
la época en que los monjes budistas chinos fueron a la India a buscar los
textos y a beber en las fuentes vivas de la doctrina. El arte del Nara se
caracteriza por el desarrollo de la escultura búdica que unió la vitalidad, la
naturalidad, la sensibilidad de la estética sinto con la gran espiritualidad
del budismo mahayana. Tanto si se trata de la Sho Kanoon, como de los Budas de
Tachibana y de Jindaiji, o del grupo Yakushi-ji -los dioses guardianes-, la
producción plástica de este período posee un valor religioso, un poder de
contemplación de singular fuerza. Hay que destacar una tendencias hacia lo
gigantesco, símbolo de los dones suprahumanos de Buda, que es particularmente
sensible en el gran santuario, el Butsuden, de Todai-ji; el edificio es el
mayor templo de madera que existe en el mundo, aunque fue reducido en un tercio
en relación con la construcción original. Mide 57 m de ancho, 50 de profundidad
y 49 de altura; la doble cúpula de madera trabajada es impresionante (ver
galería imagen 9). En su interior se halla la famosa estatua de bronce de Buda
meditativo que data del año 749, una de las mayores estatuas de bronce que
existen (mide 16 m de alto, su rostro tiene casi 5 m y pesan 452 toneladas).
Sus proporciones son armoniosas y la visión de este inmenso ser, reluciente en
la penumbra del templo, es grandiosa.
Las demás
producciones artísticas de esta época que todavía quedan -un terrible incendio
destruyó en 1949 los frescos de las paredes de Horyu-ji- son indicativas del
alto nivel del arte japonés del siglo VIII, formando por las escuelas coreanas
y chinas. Las pinturas murales, los tejidos, los objetos de metal y de laca
conservados en el Shoso-in, depósito del tesoro imperial de Nara, son de un
gusto inefable e indican una cultura refinada, en la que la influencia de la
estética china era todavía muy fuerte.
La escultura del
período siguiente, el Heian (794-1185), fue menos realista que la anterior; la
influencia de una nueva iconografía decadente de origen indio aportó un
elemento de exageración que desequilibró el admirable realismo de la escultura
Nara. En cambio, la arquitectura llegó a ser espléndida; los templos
abandonaron su soledad austera y se convirtieron en lugar de reunión de la
sociedad aristocrática japonesa. Los edificios eran de una refinada elegancia y
su interior de una riqueza y una opulencia extremas. El templo quiso reproducir
las maravillosas tierras celestes budistas. Sus frescos recuerdan este
simbolismo, y las piedras preciosas, las gemas y las lacas doradas crearon una
atmósfera irreal que aún se percibe en el templo de Byodo-in, en Uji, cerca de
Kioto. Los fieles tenían la impresión de penetrar en los espléndidos paraísos
que les estaban prometidos. La gran familia aristocrática de los Fujiwara, que
detentaba el poder absoluto al final del periodo Heian, pudo hacer gala de su
poder y riqueza.
Si la escultura
budista mostró signos de decadencia durante este período, la pintura, en
cambio, se hizo típicamente japonesa y se liberó de la influencia china. La
aristocracia de Kioto se desenvolvió en una atmósfera refinada y preciosista,
en la que el artificio reemplazó al arte. Los monasterios y los monjes salvaron
la pintura de esta decadencia, pero, contrariamente a la pintura china, hacia el
siglo X, se produjo una separación entre la pintura religiosa búdica, realizada
por monjes, y la religiosa, profana, destinada a las clases refinadas de la
sociedad japonesa. Los frescos del templo de Gaigo-ji, cerca de Kioto, muestran
el estilo de este período.
Las pinturas
religiosas Heian realizadas sobre seda de color o en las paredes de los
monasterios se caracterizan por un lirismo desbordante que corresponde a las
diversas posiciones religiosas de las escuelas budistas a que pertenecían esos
monasterios. Los personajes que rodeaban a Buda en el momento de su muerte, el
paraíso del Buda Amida, su descenso a la Tierra, los diversos discípulos de
Buda, son de una gran simplicidad y de una naturaleza muy estudiado. Los
artistas se sirvieron de paisajes llenos de nubes y de flores para crear una
atmósfera irreal; sin embargo, los personajes mantienen una actitud rígida y
artificial.
La pintura
profana hizo su aparición bajo los Heian, se denominó yamato-e, es decir,
pintura puramente japonesa, y se opuso a kara-e, la pintura china de los T'ang.
Las paredes de las casas, los biombos y las puertas se decoraron con pinturas
inspiradas en los cuentos y las novelas que estaban de moda: la Historia de
Ise; el Libro de la almohada, y la Historia de Henji. Las pinturas
ilustrativas, en unos grandes cilindros, los emakimono, acompañaban el texto.
El análisis de los detalles de estas representaciones ofrece notas curiosas; el
cilindro se desenrollaba lentamente y la lectura del texto seguía la visión de
las escenas descritas. Los personajes apenas estaban esbozados para que el
lector pudiese imaginarse a sí mismo en su lugar, y los techos de las casas
estaban levantados para que se pudiera ver su interior. La perspectiva estaba
tomada desde el ángulo superior de la parte derecha para acompañar el
movimiento del texto, enrollándose de derecha a izquierda. Su ejecución era muy
cuidada, y los movimientos de los personajes tenían un realismo, una vivacidad
y una plasticidad sorprendentes. Eran un lejano preludio de la pintura profana
y ligera ukikoe-e (ver galería imagen 6) que aparecerá a partir del siglo
XVIII.
En el período
siguiente, llamado Kamakura (1185-1333), fue el fin de la escultura búdica en
el Japón. El idealismo religioso de las épocas de fervor del Nara se transformó
en una búsqueda personal de la individualización; es un fenómeno que recuerda
el Renacimiento italiano, en el que los artistas afirmaron su personalidad. En
este período, cada escultura representa un personaje determinado: el fundador
de una escuela filosófica, un monje, un superior de monasterio. En él impera un
total realismo (ojos de cristal, pliegues en los vestidos, expresiones de las
caras, ademanes). Estas estatuas impresionan por la vitalidad que desprenden,
por los habituales movimientos que adoptan, por el dramatismo que impregna su
actitud. De esta época data el inmenso Daibutsu, el gran Buda de bronce, de 14
m de altura, del templo Kotokuin, de Kamakura. Fue una época en que dominó un
dinamismo expresivo que a veces se transformó en gesticulante. La estatuaria
japonesa ya no se renovó más y se mantuvo en unos cánones invariables.
La pintura y
los jardines zen
Nuevas escuelas
religiosas búdicas llegaron de la China durante el período Kamakura; la
"escuela de la tierra pura", jodo, resaltó el papel del salvador del
Buda Amida y sus imágenes se multiplicaron; su culto se hizo muy popular (ver
en galería imagen 12). La escuela shinshu, variante de la primera, fue más
austera y sólo aceptó la imagen de su fundador, el monje Shinran.
La pintura religiosa
siguió estas tendencias: descenso de Amida de su paraíso para ayudar a los
hombres, y representaciones de los suplicios del infierno budista, donde el
genio Fudo castigaba a los infiernos y a los pecadores; estas últimas obras
recuerdan las escenas de los suplicios infernales de las pinturas medievales
cristianas. El realismo es extremado y la fantasía sarcástica; son unas
visiones de pesadilla como Dante nunca hubiera soñado.
Es admirable el
retrato del general Minamoto Yoritomo, fundador del régimen militar de
Kamakura, realizado por Fujiwara Takanobu (1142-1205); el fondo neutro y el
vestido negro, en el que reluce el puño cincelado de la espada, hacen que
destaque el rostro pálido, duro e impasible del gran jefe militar del Japón
medieval.
En el período
siguiente, el Muromachi (1333-1573), la pintura emprendió un nuevo camino con
la llegada del arte budista chino sung. La pintura ch'an de los Sung conquistó
rápidamente la sensibilidad de los artistas-monjes japoneses que practicaban el
zen. Esta palabra es una transformación fonética del término ch'an, que a su
vez es traducción china de dhyana, expresión hindú que significa meditación,
concentración mental.
Todo cuanto se ha
dicho sobre la influencia del ch'an en la pintura china, se aplica naturalmente,
a la influencia del zen sobre la estética japonesa. Pero, el temperamento
japonés, su sensibilidad por la Naturaleza y su sentido cósmico de la unidad
total del universo permitieron a los conceptos zen penetrar mucho más
profundamente en el alma de los artistas. La nueva doctrina transformó las
ideas, las creencias, las actitudes del pueblo japonés; y no sólo fue
modificado el arte, sino que el modo de vida, y la cultura se impregnaron
también de la nueva ideología. Los guerreros, los samurais (ver galería imagen
2), adaptaron su código de honor militar, el Bushido, a los principios severos
y austeros del zen. Los jardines reflejaron, en su cuidado, la búsqueda de la
paz búdica. La ceremonia del té, típicamente zen, fue un ritual simple, pero de
gran sutileza, para reunir en torno a él a los espíritus refinados. Durante más
de seiscientos años, los ideales religiosos del budismo zen dirigieron el alma
japonesa y la impregnaron profundamente. El sinto y el zen forman los
fundamentos psicológicos del pensamiento nipón y explican su comportamiento y
sus reacciones ante la vida, incluso en la época actual.
Pintura de Sessuhu
La pintura fue la
más bella expresión de estos ideales metafísicos; se volvió a los temas
estéticos de la pintura china sumi-e, a la aguada, a la tinta del período Sung.
Por otro lado, el período Muromachi fue una época de renacimiento artístico y
religioso que favoreció intensamente la propagación cultural. Los
monjes-artistas de los cincos grandes monasterios zen imitaron en un principio
las obras chinas, pero después las trasformaron según el genio propio de su
raza. Las aguadas, suiboku, de Mokuan (siglo XIV) muestran la tendencia
japonesa de representar personajes conocidos: monjes y ermitaños, siguiendo en
esto uno de los rasgos permanentes de este arte. La rigidez de los retratos del
período Kamakura desapareció gracias a la intensa vida interior y la excelente
técnica de los artistas. Cabe citar al monje zen Josetsu (siglo XV), cuyas
aguadas quieren provocar el satori, voz técnica zen que significa el choque de
la liberación espiritual. Este choque puede producirse después de un acto sin
importancia en una persona en estado de "sobresaturación espiritual"
provocado por un largo período de meditación dirigida. La pintura zen quiso
reproducir estos momentos psicológicos al tiempo que los sugería.
Su discípulo
Shubun, del monasterio zen, de Shokoku-ji, superó a su maestro por la técnica y
la profundidad de su arte; los rostros de sus personajes poseen una vida
extraordinaria que pone al descubierto sus íntimos sentimientos. Pero, el gran
maestro de este período fue, sin duda alguna, el monje Sesshu (1420-1506) (ver
en galería imagen 11), quien estudió las aguadas monocromas en China y
estableció después en Yamaguchi, Japón. Esencialmente fue un paisajista; su
estilo varió mucho y a menudo utilizó varias técnicas de aguadas en una misma
obra. Creó una pintura abstracta zen, en la que la simplificación de la forma
es casi total; Sesshu quiso provocar la iluminación interior, simbolizar el
estallido espiritual del alma humana por la presión de la contemplación; sus
pinturas, de trazos picados, contrastados, de contornos indefinidos, recuerdan
a menudo los dibujos vanguardistas de la pintura occidental.
Sus discípulos
Sesson (1504-1589), Hakuin (1685-1786) y Sengai (1751-1837) entre otros, siguieron
esta tradición de la pintura metafísica por medio de la aguada que aún
permanece viva en nuestros días. Puede admirarse, por ejemplo, en la obra del
maestro moderno Yokoyama Taikan (1868-1959).
La influencia de
la doctrina zen con su sobriedad y su interés por la Naturaleza se encuentra en
el arte de los jardines japoneses de esta época. La aparente pobreza de medios,
la simplicidad, la pureza de líneas se utilizaron en la edificación de la
pequeña casa de té y en el jardín que la rodea. Los más grandes artistas zen
diseñaron jardines acordes con las reglas del budismo y empezaron por los
parques que rodeaban los monasterios; el más célebre es el del templo del
Rysan-ji, en Kioto. Los principales elementos del jardín zen se obtienen
únicamente de la Naturaleza y, a primera vista, son los más
"vulgares": piedras recubiertas de musgo, árboles, un pequeño
estanque, plantas corrientes. Algunos se reducen sólo a rocas y arena fina, en
un intento artístico de obtener lo abstracto (ver galería imagen 8). En el jardín
japonés todo se reduce a lo esencial y todo es simbólico; la presencia del
sinto recorre esa naturaleza que, en pocas palabras, ofrece la refinada belleza
de sus formas y de sus colores. Todo es cuestión de ambiente, de sensaciones
estéticas, de evocación interior. El efecto es sorprendente: en medio de los
ruidos y de la agitación del mundo, el jardín zen, por su economía de medios,
la armonía de la disposición de sus elementos, la utilización sabia y refinada
de la Naturaleza, es un lugar de paz, de recogimiento y de meditación:
principios que busca el budismo zen.
Los netsuke
son esculturas en miniatura que fueron inventadas en el siglo XVII en Japón
para prestar una función práctica (los dos caracteres japoneses ne+tsuke
significan "raíz" y "fijar"). Las vestimentas tradicionales
japonesas denominadas kosode y kimono—no tenían bolsillos; sin embargo, los
hombres precisaban disponer de algún medio para guardar sus elementos
personales tales como pipas, tabaco, dinero, sellos o medicinas.
La solución que
encontraron fue almacenar dichos objetos en pequeños contenedores o bolsas
(denominados sagemono) que se colgaban de sogas de las fajas de sus vestimentas
(obi). Los contenedores eran bolsas pequeñas o cestas tejidas, pero los más
populares eran unas cajitas muy bellas denominadas inro, que se mantenían
cerradas mediante el ojime, que eran cuentas o cuerdas deslizables. Más allá de
la forma y tipo de contenedor, el seguro que retenía el cordel en la parte
superior del recipiente era un elemento tallado pequeño denominado netsuke.
El netsuke, al
igual que el inro y el ojime, evolucionaron a lo largo del tiempo de un uso
estrictamente utilitario a pasar a ser objetos con un gran mérito artístico y
que presentaban el trabajo de avezados artesanos. Tales objetos poseen una
larga historia que recoge aspectos importantes del folclore y la vida en Japón.
La producción de netsuke fue muy popular durante el período Edo en Japón, hacia
1615-1868. El arte ha perdurado hasta la actualidad, y algunas obras modernas
se cotizan a precios elevados en Gran Bretaña, Europa, Estados Unidos y Japón.
Existen buenas reproducciones baratas que se pueden adquirir en los museos y
negocios de recuerdos.
Tipos de netsuke
katabori netsuke
o "escultura netsuke" - Este es el tipo más común de netsuke. Son
figuras tridimensionales compactas talladas en una forma esférica y por lo
general poseen de 3 a 9 cm de diámetro.
Netsuke Katabori.
anaborinetsuke
o "netsuke ahuecado" - es un subconjunto de los katabori los cuales
se tallan para tener un centro hueco. Unos de los motivos más comunes de este
tipo de netsuke son las valvas.
Netsuke Anabori.
sashinetsuke
- Esta es una forma alargada de katabori, literalmente netsuke
"pincho", de longitud similar a los palillos y gourds utilizados como
netsuke improvisados antes que se comenzaran a utilizar piezas talladas. Tienen
unos 15 cm de largo.
obi-hasami
- Otro netsuke alargado con extremos superior e inferior redondeados. Se ubica
detrás del obicon los extremos curvados visibles por encima y por debajo del
obi.
Netsuke Obi-hasami
sashi.
netsuke men
o netsuke máscara - la categoría más voluminosa luego de los katabori. A menudo
estas son imitaciones de máscaras noh de mayor tamaño y comparten ciertas
características tanto con los netsuke katabori como con los manju/kagamibuta.
Netsuke máscara.
netsuke manju
o manju netsuke- un netsuke redondeado grueso y chato, con tallas realizadas en
relieve relieve, a veces fabricado con dos trozos de marfil. Toman la forma del
manju, una especialidad de la cocina japonesa.
Netsuke Manju.
netsuke ryusa-
posee la forma de un manju, pero se encuentra tallado como una cinta, por lo
cual la luz se transparente por la pieza.
Netsuke Ryusa.
netsuke kagamibuta
o "netsuke tapa de espejo" - posee la forma del manju, pero con un
disco metálico que sirve de tapa a un bols poco profundo, por lo general de
marfil. A menudo el metal se encuentra muy decorado mediante diversas técnicas
metalúrgicas.
Netsuke Kagamibuta.
Netsuke karakuri
o "netsuke con truco/mecanismo" - todo netsuke que posee partes
móviles o sorpresas escondidas.
Netsuke con truco.
Galería de arte japonés
Los Haniwa son
figuras de terracota que fueron elaboradas para su uso en rituales y enterradas
como objetos funerarios durante el período Kofun de la historia de Japón,
periodo durante el cual se desarrolló una clase aristócrata de gobernantes
militares, los cuales quedaron representados en los haniwa.
Los haniwa más
importantes fueron encontrados en Honshū, especialmente en la región Kinai, y
la parte norte de Kyūshū.
Debido a que los
haniwa muestran la vestimenta, arquitectura y herramientas de ese periodo,
estas esculturas constituyen un archivo histórico de gran importancia.
Las grandes
sepulturas de los emperadores Ōjin (346-395) y Nintoku (395-427), donde
aparecieron diversas joyas, armas, sarcófagos de piedra o terracota, cerámica y
unas figuras antropomórficas de terracota llamadas haniwa, formadas por un
pedestal cilíndrico y un medio busto. Estas estatuillas eran de unos 60
centímetros, sin apenas expresión, tan sólo unas hendiduras en los ojos y la
boca, aunque constituyen una muestra de gran relevancia del arte de esta época.
Según su vestimenta y utensilios se distinguen diversos oficios en estas
figuras, como granjeros, soldados, sacerdotisas, cortesanas, músicos y
bailarines. A finales de este período también aparecieron figurillas de
animales, especialmente ciervos, perros, caballos, jabalís, gatos, pollos, ovejas
y peces.
Haniwa de
un gobernante (Funazuka Kofun).
Haniwa de
un cacique, Ibaraki, circa 500 d.C.
Un figurilla de
terracota haniwa, que eran abundantes en las tumbas japonesas anteriores al
siglo VII. Se desconoce el significado exacto de estas estatuillas, pero se
rechaza un rol únicamente decorativo dado que estas imágenes eran receptáculos
de lo sagrado, una fuente de fuerzas protectoras del difunto que podrían ayudar
al alma en la incierta y desconocida marcha por el más allá, por el mundo de
los muertos. Los haniwa son así una expresión antropomórfica de los kami, de
los espíritus presentes en las diversas formas o seres según la religión
tradicional del Japón, el sinto.
En el periodo Edo
es el apogeo del predominio de la elite militar de los samurais. El samurai
seguía un camino de vida, el Bushuido, "el camino del guerrero".
La palabra samurái (también samuray) generalmente
se utiliza para designar una gran variedad de guerreros del antiguo Japón,
aunque su verdadero significado es "el que sirve" de una élite
militar que gobernó el país durante cientos de años.
El origen del
samurái data de alrededor del denominado siglo X y se fortaleció al
concluir las Guerras Genpei a finales del siglo XII, cuando fue instituido
un gobierno militar bajo la figura del shōgun, por el cual el Emperador de
Japón quedó a su sombra como un mero espectador de la situación política del
país. Su momento cumbre tuvo lugar durante el período Sengoku, una época de
gran inestabilidad y continuas luchas de poder entre los distintos clanes
existentes, por lo que esta etapa de la historia de Japón es referida como
«período de los estados en guerra». El liderazgo militar del país continuaría a
manos de esta élite hasta la institución del shogunato Tokugawa en el
siglo XVII por parte de un poderoso terrateniente samurái (conocidos como daimyō)
llamado Tokugawa Ieyasu, quien paradójicamente, al convertirse en la máxima
autoridad al ser nombrado como shōgun, luchó por reducir los privilegios y
estatus social de la clase guerrera, proceso que finalmente culminó con su
desaparición cuando el emperador retomó su papel de gobernante durante la
Restauración Meiji en el siglo XIX.
Históricamente la
imagen de un samurái estuvo más relacionada con la de un arquero a caballo que
con la de un espadachín, y no fue sino hasta que reinó una relativa paz que la
espada adquirió la importancia con la que se la relaciona actualmente; la
fantasía y la realidad de los samuráis se ha entremezclado e idealizado y sus
historias han servido de base tanto de novelas, como de películas e
historietas.
Fotografía
de guerreros samuráis de la provincia de Satsuma durante la Guerra Boshin.
Aunque no existe
certeza del origen exacto de la palabra samurai, la mayoría de los
historiadores concuerdan en que tiene su origen en una variación del verbo, en japonés
antiguo, saburau que significa «servir», por lo que el término derivado saburai
se convierte en «aquellos que sirven».
El primer
registro que se ha encontrado de la palabra samurái data del siglo VIII y
no era aplicado con un carácter marcial, sino que se utilizaba para referirse a
los sirvientes domésticos encargados de atender a los ancianos. La palabra
finalmente derivó a un aspecto militar y su significado como lo conocemos hoy
en día surgió con los gunkimono, una serie de historias de guerra del siglo XII
gracias a las cuales se ha podido estudiar el comportamiento, metodología y
apariencia de la élite militar.
Los términos bushi
y samurai han sido utilizados como sinónimos, pero la diferencia radica en que
la palabra bushi significa sencillamente «guerrero» sin importar la posición o
jerarquía, mientras que la palabra samurái se refiere a los miembros de una
élite militar.
Antecedentes
Era
Kofun
Haniwa de un soldado de
la era Kofun, exhibido en el Museo Nacional de Tokio
Durante el período
Kofun (250 - 530), la clase aristocrática estaba constituida por guerreros a
caballo, los cuales eran enterrados junto con sus armas, armaduras, espejos de
bronce y joyas en túmulos que generalmente solían tener la forma de un ojo de cerradura.
Estos sepulcros eran conocidos como kofun («tumba antigua» o «túmulo antiguo»).
Era común depositar además estatuillas de barro con formas de sirvientes,
animales y soldados. Estas figurillas eran conocidas como haniwa y con ellas se
reemplazaban los sacrificios humanos. Del estudio de los haniwa encontrados, se
puede deducir que estos aristócratas son los antepasados directos de los que
más adelante serán conocidos como samuráis, término que no fue acuñado
oficialmente para referirse a la clase guerrera de élite sino hasta el siglo XII.
Durante este
periodo, Japón estuvo íntimamente relacionado con las situaciones bélicas en Corea
y China. Durante el año 400, un ejército de infantería acudió en auxilio del
reino de Paekche, pero sufrieron una gran derrota a manos de la caballería del
reino de Koguryo. Esto les hizo recapacitar seriamente sobre la forma en que
desarrollaban sus tácticas de guerra. Aunque en Japón ya se utilizaban los caballos
para labores en el campo, el adiestramiento de estos animales para la guerra se
intensificó, así como la capacitación de los jinetes. En el año 553, Paekche
buscó nuevamente el apoyo de tropas japonesas, pero solicitaron arqueros y
caballería, muestra de la importancia que jugaron estos elementos en las
guerras de la época.
Era Asuka
En 602, el
Príncipe Kume lideró una expedición a Corea acompañado por 120 a 150 caciques
locales, cada uno de los cuales ostentaba el título de Kuni ni Miyatsuko. Cada
uno de ellos iba acompañado de un ejército personal, dependiendo de las
riquezas del feudo. Estas tropas constituyeron lo que sería el prototipo de un
ejército samurái siglos después.
Los conflictos
bélicos siguieron ocurriendo en China y Corea. En 618 la dinastía Tang tomó el
poder en China y se unió con el reino coreano de Silla con el fin de atacar a
Paekche. Los japoneses enviaron tres ejércitos expedicionarios (en 661, 662 y 663)
para auxiliar al reino de Paekche. Durante estas expediciones sufrieron una de
las peores derrotas en su historia antigua, perdiendo 10.000 hombres y
cuantiosos barcos y caballos. Japón comenzó a preocuparse por una invasión por
parte de la nueva alianza entre Silla y China. En 670 se ordenó censar a la
población para reclutar elementos para el ejército. Además se fortificó la
costa norte de Kyūshū, se colocaron guardias y se construyeron almenaras en las
orillas de las islas Tsushima e Iki.
Los japoneses se
olvidaron de la guerra exterior a la muerte del Emperador Tenji en el año 671.
En 672 sus dos sucesores se disputaron el trono en la Guerra Jinshin. Después
del triunfo del Emperador Tenmu en 684, este ordenó que todos los funcionarios
civiles y militares dominaran las artes marciales. Los sucesores del Emperador
Tenmu culminaron en el año 702 las reformas militares con el Código Taihō (Taihō-ritsuryō),
mediante el cual se logró un ejército numeroso y estable conforme al sistema
chino. Cada heishi (soldado) era asignado a un gundan (regimiento) durante una
parte del año y el resto se dedicaba a tareas agrícolas. Cada soldado estaba
equipado con arcos, un carcaj y un par de espadas.
Establecimiento del sistema imperial
Durante esta
época, en el siglo VIII, los gobernadores de Yamato ordenaron que se
dejara constancia de los mitos existentes como una forma de legitimarse frente
a la población. La más importante de esas leyendas es la referente a la
creación de Japón, atribuida a los kami Izanagi e Izanami. Según la leyenda, de
estos dos habrían nacido los tres kami mayores: Amaterasu —diosa del sol y
señora de los cielos—, Susanoo —dios de los océanos— y Tsukuyomi —diosa de la
oscuridad y de la Luna—.Un día, Amaterasu y Susanoo discutieron, por lo que
Susanoo se emborrachó destrozando todo a su paso. Amaterasu se asustó tanto que
se escondió en una cueva, negándose a salir, por lo que el mundo fue privado de
la luz. Con el objeto de hacerla salir, un kami femenino, Ame-no-Uzume, efectuó
una danza obscena que fue acompañada por la risa de la miríada de dioses que
estaban reunidos en asamblea. Al momento en que Amaterasu preguntó por lo que
sucedía, le dijeron que había una kami más poderosa, por lo que salió de la
cueva y poco a poco se fue acercando a un espejo que pusieron frente a ella.
Fue tal su sorpresa de ver su propio reflejo, que quedó deslumbrada unos
momentos y fue justo entonces cuando aprovecharon para capturarla, y la luz
volvió a iluminar la Tierra, por lo que el espejo formó parte de las Insignias
Imperiales de Japón.
El segundo
elemento de las tres joyas de la Corona japonesa se describe más adelante en la
misma leyenda. Susanoo fue desterrado por los males causados, y mientras vagaba
por las tierras de Izumo, escuchó que una serpiente de ocho cabezas, llamada Yamata-no-Orochi,
atemorizaba a los pobladores. Susanoo mató a la serpiente emborrachándola con sake
y le cortó las cabezas. En la cola se encontró una espada, que decidió dársela
a su hermana en señal de paz. Esta espada representa el segundo icono de las
insignias imperiales.
La tercera y
última insignia es una joya curvada, la cual Amaterasu dio a su nieto Ninigi
cuando este fue enviado al mundo terrenal a gobernar. La joya pasó a su vez a
su nieto, el Emperador Jinmu, primer emperador japonés. De esta forma,
auspiciados en las creencias populares, los gobernadores de Yamato legitimaron
el proceso mediante el cual Japón sería gobernado por un sistema imperial,
apoyados fuertemente por la creencia Shintō.
Era Nara
Con el nacimiento
del Estado Unificado de Silla desapareció la amenaza de una invasión coreana de
Japón, por lo que la Corte de Nara centró su atención en los emishi
(«bárbaros»), habitantes del norte de Japón con quienes habían tenido numerosos
altercados. En 774 estalló una importante revuelta, conocida como la guerra de
los Treinta y Ocho Años, donde los emishi utilizaron un sistema de guerra de
guerrillas y una espada de hoja curva, que tenía mejor desempeño cuando se
montaba, a diferencia de la espada recta del ejército de la Corte de Nara. No
fue sino hasta 796, a través de Sakanoue no Tamuramaro, cuando lograron
vencerlos finalmente. Sakanoue recibió el título de Seii Taishōgun («Gran
General Apaciguador de los Bárbaros»), expresión que después se utilizaría para
designar al líder de los samuráis.
El sistema de
alistamiento de campesinos terminó en 792, al reconocer que la principal fuerza
militar venía de los caciques y sus soldados y no de los campesinos, que no
tenían un entrenamiento y disciplina adecuados para los campos de batalla. Esta
medida se reflejó en la proclamación de un edicto que especificaba que todos
los kondei («hombres fuertes») serían puramente guerreros, no plebeyos. Además
debían pertenecer al mismo linaje de los terratenientes locales. Estos últimos
deberían tener a su servicio dos mozos de cuadra.
El samurái en la era Heian
Hacia 860, se
pueden apreciar la mayoría de las características de los samuráis: jinetes a
caballo diestros en el uso del arco, además del empleo de espadas de hoja
curva. Estos guerreros a caballo gozaban de la total confianza del «Trono del
Crisantemo» y se encargaban de la seguridad de las ciudades, así como de
sofocar las revueltas que sucediesen.
Durante el siglo IX
Japón sufrió un grave declive económico a consecuencia de plagas y diversas hambrunas.
A principios del siglo X se produjeron numerosos disturbios, desórdenes y
rebeliones debido a la situación que se vivía. El gobierno tomó la decisión de
conceder amplios poderes a los gobernadores locales para reclutar tropas y
actuar contra las crecientes rebeliones conforme a lo que creyeran conveniente,
lo que les dio a dichos gobernadores un enorme poder político. Es durante este
periodo que se documenta por primera vez la palabra «samurái», «aquellos que
sirven», en un contexto meramente militar.
La primera gran
prueba de estabilidad del sistema tuvo lugar en el año 935 con una revuelta
protagonizada por Taira no Masakado, descendiente del Príncipe Takamochi, a
quien la autoridad imperial había enviado a sofocar los disturbios en Kantō y
que recibía el apodo de «El Pacificador». Al principio la corte Heian consideró
que el incidente protagonizado por Masakado era tan solo un incidente local,
hasta que este llegó a autoproclamarse «nuevo emperador». Debido a lo anterior,
se envió un ejército provincial para sofocar su rebelión, muriendo decapitado en
940. A partir de este momento y debido a su origen social, estos líderes
guerreros se comienzan a definir como una aristocracia local.
Durante este
periodo, los linajes de mayor importancia política fueron los Taira, los Fujiwara
y los Minamoto. Minamoto no Yoriyoshi se vio envuelto en un conflicto
importante de la época llamado la Guerra Zenkunen o «guerra de los primeros
nueve años». Este conflicto duró de 1051 a 1062, siendo la primera guerra que
se vivía en el país desde los enfrentamientos contra los emishi. El incidente
se originó cuando Abe no Yoritoki, descendiente de los emishi y miembro del clan
Abe, no entregó a la Corte los impuestos recaudados, por lo que Yoriyoshi fue
enviado a tratar con él. Yoriyoshi y Yoritoki habían llegado ya a un acuerdo
pacífico, pero estalló un conflicto interno en el clan Abe y Yoritoki fue
asesinado. Por este motivo se declara la guerra entre Abe no Sadato, hijo de
Yoritoki, y los Minamoto. Hasta 1062 Yoriyoshi no pudo vencer a los Abe en la Batalla
de Kuriyagawa, llevando la cabeza del rebelde hasta Kioto en señal de triunfo. Minamoto
no Yoshiie, hijo de Yoriyoshi, estuvo al lado de su padre durante todo el
conflicto, ganando un gran prestigio por sus proezas militares. Esto le valió
el apodo de Hachimantarō o «el primer hijo nacido de Hachiman, dios de la
guerra».
En el año de 1083
estallaría nuevamente un conflicto armado en el que los Minamoto se verían
envueltos, ahora en la Guerra Gosannen o «guerra de los últimos tres años»,
originada por diferencias entre los líderes de los antiguos clanes aliados
Minamoto y Kiyowara. Después de una feroz contienda de tres años en que la
Corte se negó a auxiliar a los Minamoto, estos lograron, sin embargo, salir
finalmente victoriosos. Cuando Yoshiie asistió a Kioto con la finalidad de
buscar una recompensa, la Corte se negó y aun le recriminó los impuestos
atrasados que debía, con lo que se inicia un claro distanciamiento entre ambos.
Mientras tanto, sus rivales, los Taira iban mejorando las relaciones con ellos
debido a sus hazañas en el oeste del país. La rivalidad entre los clanes
Minamoto y Taira fue aumentando y haciéndose cada vez más evidente. En 1156
tuvo lugar un conflicto entre ambos clanes, cuando Minamoto no Yoshitomo se
unió a Taira no Kiyomori contra su padre Minamoto no Tameyoshi y su hermano Tametomo,
durante la Rebelión Hōgen. La batalla fue muy breve y al final Tameyoshi fue
ejecutado y Tametomo fue castigado con el destierro.
En 1160 se
produjo un nuevo enfrentamiento conocido como Rebelión Heiji, donde Yoshitomo
se enfrentó con Kiyomori. La victoria del clan Taira fue tan decisiva que los
miembros del clan Minamoto huyeron para salvarse. Los Taira los persiguieron y
Yoshitomo fue capturado y ejecutado. De los miembros de la rama original de la
familia Minamoto, solo quedaron algunos pocos, siendo aniquilados casi por
completo. En 1167 Taira Kiyomori recibió del emperador el título de Daijō
Daijin (Gran Ministro), el cual constituía el rango más alto que podía conceder
el emperador, por lo que se convirtió en el gobernante de facto del país.
Guerras Genpei
Escena de las Guerras
Genpei (panel del siglo XII).
Las Guerras
Genpei fueron una serie de guerras civiles protagonizadas nuevamente por los
clanes más influyentes de la escena política del país: los Taira y Minamoto.
Estas guerras tuvieron lugar entre 1180 y 1185. En 1180, estallaron en el país
dos rebeliones independientes y protagonizadas por dos generaciones distintas
del clan Minamoto: en Kioto por el veterano Minamoto no Yorimasa y en la Provincia
de Izu por el joven Minamoto no Yoritomo. Ambas revueltas fueron sofocadas con
relativa facilidad, por un lado obligando a Yoritomo a escapar a Kantō,
mientras que Yorimasa fue vencido en la Batalla de Uji, en donde cometió seppuku
antes de ser capturado.
Después de dos
años, durante los cuales ambos bandos protagonizaron escaramuzas menores, los
Taira decidieron enfrentarse a Minamoto no Yoshinaka, primo de Yoritomo, en 1512
- 1514, para la guerra de los pollos Yoshinaka venció a los Taira en la Batalla
de Kurikara y enfiló su ejército hacia donde se encontraba Yoritomo. Los
ejércitos de Yoshinaka y Yoritomo se encontraron finalmente en la Batalla de
Uji en 1184. Yoshinaka perdió la batalla y trató de huir, pero fue alcanzado en
Awazu, donde fue decapitado. Con esta victoria, la rama principal de los
Minamoto enfocaría sus esfuerzos en vencer a sus principales enemigos: los
Taira. Yoshitsune encabezó el ejército del clan en nombre de su hermano mayor
Yoritomo, quien permaneció en Kamakura. Finalmente, en la Batalla de Dan no Ura
los Minamoto se alzaron con la victoria. Yoritomo consideró que su hermano
representaba una amenaza y un rival, por lo que sus hombres persiguieron a
Yoshitsune hasta que lo vencieron durante la Batalla de Koromogawa en 1189, en
donde este último se suicidó.
Minamoto no Yoritomo
estableció el shogunato en 1192.
En 1192 Minamoto
no Yoritomo se autoproclamó shōgun, título que hasta ese entonces había sido
temporal. Con esto se instituyó el shogunato como una figura permanente, el
cual duraría cerca de 700 años hasta la Restauración Meiji. Con la nueva figura
del shōgun, el emperador se convertiría en un mero espectador de la situación
política y económica del país, mientras que los samuráis serían los
gobernadores de facto.
Shogunato Kamakura
Después de tan
solo tres shogunes del clan Minamoto, el país volvió a vivir una guerra civil.
El clan Hōjō había usurpado la regencia a los Minamoto. Por este motivo, en 1219
el Emperador Go-Toba, buscando restablecer el poder imperial que gozaban antes
del establecimiento del shogunato, acusó a los Hōjō de proscritos. Las tropas
imperiales se movilizaron, dando lugar a la Guerra Jōkyū (1219 - 1221), la cual
culminaría con la Tercera batalla de Uji. Durante esta, las tropas imperiales
fueron derrotadas y el Emperador Go-Toba exiliado. Con la derrota de Go-Toba se
confirmó el gobierno de los samuráis sobre el país.
Invasiones de los mongoles a Japón
Un samurái es atacado
por diversos arqueros y explosivos lanzados desde catapultas durante las
invasiones de los mongoles a Japón.
Después de que Kublai
Khan reclamara el título de Emperador de China, decidió invadir Japón con el
propósito de someterlo a su dominio. Esta sería la primera vez que los samuráis
podrían medirse con las fuerzas de enemigos extranjeros. Por otro lado, estos
últimos no sentían ningún tipo de interés en la forma tradicional japonesa de
hacer la guerra.
La primera
invasión tuvo lugar en 1274, cuando las tropas mongolas desembarcaron en Hataka
(actual Fukuoka). Los ruidos de los tambores, campanas y gritos de guerra
espantaron a los caballos de los samuráis. Durante esta batalla las tropas
japonesas se enfrentaron a una técnica muy distinta en el empleo del arco de la
que estaban acostumbrados, ya que los mongoles disparaban a grandes distancias
y al mismo tiempo generaban «nubes de flechas», a diferencia de los disparos
solitarios y a corta distancia efectuados por los arqueros japoneses. Otra gran
diferencia entre ambas formas de combate era el uso de catapultas por parte del
ejército mongol. Durante la noche de ese mismo día, una fuerte tormenta
infligió graves daños a la flota invasora, por lo que decidieron regresar a
Corea para rearmar su ejército. Después de la retirada del ejército enemigo,
los japoneses tomaron una serie de medidas preventivas, como la construcción de
muros en los puntos vulnerables de la costa, así como la implementación de una
guardia.
El segundo
intento de invasión tuvo lugar en 1281. Los samuráis efectuaron incursiones a
los barcos enemigos desde pequeñas balsas que solo tenían capacidad para
transportar a doce guerreros con el afán de evitar el desembarco de tropas en
las costas. Después de una semana de enfrentamientos, un emisario imperial fue
enviado para pedir a Amaterasu, la diosa del sol, que intercediera por ellos.
Un tifón arrasó la flota mongola, que se hundió casi en su totalidad. Este
hecho dio origen al mito del Kamikaze (lit. «Viento Divino»), considerado como
una señal de que Japón era el elegido por los dioses y, por lo tanto, estos se
encargarían de su seguridad y supervivencia. Los pocos sobrevivientes
decidieron retirarse y de este modo el país no volvería a enfrentarse a una
invasión de grandes proporciones hasta varios siglos después.
Restauración Kenmu
A principios del siglo XIV,
el clan Hōjō se enfrentó a un nuevo intento de restauración imperial, ahora
bajo la figura del Emperador Go-Daigo. Cuando los Hōjō se enteraron de esto,
enviaron un ejército desde Kamakura, pero el emperador huyó antes de que
llegaran, llevándose las insignias imperiales con él. El Emperador Go-Daigo
buscó refugio en Kasagi entre monjes guerreros que le dieron la bienvenida y se
prepararon para un posible ataque.
Después de
intentos de negociación por parte de los Hōjō con el Emperador Go-Daigo para
que abdicara y ante la negativa de este, decidieron subir al trono a otro
miembro de la familia imperial. Sin embargo, debido a que Go-Daigo se había
llevado las insignias imperiales, no pudieron llevar a cabo la ceremonia. Es en
este momento en que la figura de Kusunoki Masashige cobra importancia y
renombre, no solo por sus destrezas militares, sino por el apoyo incondicional
que brindó al emperador. Este ejemplo a la postre serviría de referencia y
modelo para los futuros samuráis. Masashige luchó por el Emperador Go-Daigo
desde un yamashiro (castillo en la montaña). Aunque su ejército no era muy
numeroso, la orografía del lugar le brindaba una defensa extraordinaria. El
castillo cayó finalmente en 1331, por lo que Masashige decidió huir para
continuar después la lucha. El emperador fue capturado y llevado hasta el
cuartel general de los Hōjō ubicado en Kioto y posteriormente sería exiliado a las
islas de Oki. Los Hōjō intentaron terminar con el ejército encabezado por
Masashige, quien edificó otro castillo en Chihaya aún con mejores defensas que
el anterior, por lo que los Hōjō se vieron inmovilizados. La férrea defensa de
Masashige motivó a Go-Daigo a regresar nuevamente a la escena en 1333. Al
enterarse los Hōjō de su regreso, mandaron en su persecución a uno de sus
principales generales, Ashikaga Takauji. Ashikaga pensó en ese momento que
sería más beneficioso para él y su clan aliarse con el bando del emperador. Por
esta razón, decidió lanzar el ataque de su ejército contra el cuartel general
de los Hōjō en Rokuhara.
El golpe recibido
por la traición de Ashikaga tuvo graves consecuencias para los regentes, siendo
su ejército mermado severamente. El poderío del clan Hōjō se extinguió
definitivamente ese mismo año de 1333, cuando un guerrero llamado Nitta
Yoshisada se unió a los partidarios imperiales e incrementó sus fuerzas. Nitta
y su ejército se dirigieron a Kamakura y vencieron a los Hōjō.
Shogunato Ashikaga
Después de haber
ayudado al emperador a volver al trono, Ashikaga Takauji esperaba recibir una
cuantiosa recompensa por sus servicios. No obstante, debido a que consideró que
lo ofrecido no era suficiente, decidió rebelarse. Los Ashikaga eran
descendientes del clan Minamoto, por lo que podían acceder al trono imperial.
Por esta razón, el emperador decidió actuar rápidamente y mandó un ejército
contra Takauji, siguiéndolo hasta Kyūshū. Takauji no fue vencido y regresó a la
escena en 1336. El emperador mandó a Masashige a enfrentar las tropas rebeldes
en Minatogawa (hoy Kobe), resultando en una decisiva victoria para Takauji.
Ante esta situación, Masashige decidió cometer seppuku. En este momento el
shōgun nombró a su propio emperador, por lo que durante los siguientes
cincuenta años existirían dos cortes imperiales: la Corte del Sur en Yoshino y
la Corte del Norte en Kioto. Este conflicto se conocería como Nanbokuchō
('Nanbokuchō' literalmente, «Cortes del Sur y del Norte»).
No fue sino hasta
1392 y gracias a las habilidades diplomáticas de uno de los mayores gobernantes
de la historia de Japón, el shōgun Ashikaga Yoshimitsu, que ambos linajes se
reconciliaron. Yoshimitsu fue además un gran impulsor de las artes. Esto se vio
reflejado en el Kinkaku-ji ('Kinkaku-ji' Templo del Pabellón Dorado), el cual
ordenó construir durante su mandato.
Periodo Sengoku
Después de un
breve periodo de relativa estabilidad, se creó un vacío político durante el
shogunato de Ashikaga Yoshimasa, nieto del célebre Ashikaga Yoshimitsu.
Yoshimasa solía dedicar todo su tiempo a cuestiones artísticas y culturales,
por lo que desatendió completamente la situación económica y política del país.
Debido a esto, terratenientes oportunistas comenzaron una lucha interna por
poder y tierras, tomando para sí mismos el título de daimyō ('daimyō' lit.
«grandes apellidos»).Este periodo de la historia de Japón, comprendido entre 1467
y 1568, es conocido como período Sengoku (Sengoku jidai) o «periodo de estados
en guerra». Es precisamente bajo este clima de inestabilidad y conflictos
armados, en que los samuráis tienen su mayor participación.
Entre las figuras
más importantes de este periodo tenemos a Takeda Shingen y Uesugi Kenshin, cuya
legendaria rivalidad ha servido de inspiración en diversas obras literarias.
Los ejércitos de Shingen y Kenshin se enfrentaron en las conocidas Batallas de
Kawanakajima. Aunque algunas de ellas fueron meras escaramuzas, la Cuarta Batalla
de Kawanakajima tuvo gran importancia.
Con esta lucha
interna desmedida con el afán de obtener más poder y tierras, era solo cuestión
de tiempo que algún poderoso daimyō intentara llegar hasta Kioto para buscar
derrocar al shōgun, lo que sucedió en 1560. Imagawa Yoshimoto marchó hacia la
capital acompañado de un gran ejército con la finalidad de derrocar al entonces
dirigente. Sin embargo, no contaba con enfrentarse con las tropas de Oda
Nobunaga, un daimyō secundario a quien superaba en una proporción de doce a uno
en el número de soldados. Yoshimoto, confiado de su poder militar, solía
celebrar la victoria incluso antes de terminar la batalla. Oda Nobunaga logró
atacarlo desprevenido durante una de sus famosas celebraciones en la Batalla de
Okehazama. Cuando Yoshitomo salió de su tienda debido al escándalo que había,
fue sorprendido y asesinado en ese mismo lugar. Nobunaga pasó entonces de un
personaje secundario a una figura prominente del periodo. En 1568 Nobunaga
marchó hacia Kioto y destituyó al shōgun. Este hecho marcó el inicio de lo que
se conoce como período Azuchi-Momoyama.
Periodo Azuchi-Momoyama
Oda Nobunaga fue
famoso por introducir y entrenar soldados ashigaru (pies ligeros) en el uso de arcabuces.
Este hecho cambiaría radicalmente la forma en que se hacía la guerra en Japón.
La batalla más representativa es la Batalla de Nagashino, en la que las fuerzas
de Oda vencieron la legendaria y temida caballería del clan Takeda mediante el
uso de armas de fuego. A partir de este momento su empleo se volvió típico en
el campo de batalla y fue considerado como un factor vital para obtener la
victoria.
Nobunaga estaba
muy cerca de unificar el país, pero en 1582 fue traicionado por uno de sus
principales generales, Akechi Mitsuhide, y obligado a cometer seppuku en el templo
Honnō. Este suceso es conocido como el «Incidente de Honnō-ji». Toyotomi
Hideyoshi, otro de los principales generales de Nobunaga, vengó la muerte de su
señor venciendo a Mitsuhide durante la Batalla de Yamasaki, levantándose con la
autoridad del fallecido Nobunaga. Después de la Batalla de Shizugatake,
Toyotomi continuó con la tarea de unificar el país. Sin embargo, debido a su
origen humilde, nunca pudo ser nombrado con el título de shōgun.
Se define la figura del samurái
Es Hideyoshi
quien define finalmente la figura del samurái, ya que ordena y define los
lineamientos para el adiestramiento, disciplina y especialización de los
soldados del país. Los soldados ashigaru fueron capacitados tanto en el uso de
la naginata como del arcabuz. Un edicto proclamado en 1588, conocido como
«cacería de espadas», buscaba separar formalmente a los soldados y samuráis de
los campesinos, por lo que se les confiscan sus armas. Otro edicto de 1591
termina de separar y distinguir entre las clases sociales de los samuráis y de
los campesinos. A diferencia del tipo de reclutamiento histórico realizado en
el pasado, donde los campesinos tomaban las armas por algunos periodos del año
y el resto lo dedicaban a sus labores en el campo, se enfatiza la especialización
de los miembros del ejército.
Invasiones de Hideyoshi a Corea
Hideyoshi, ya
como figura principal del país, convocó a los principales daimyō a dos
invasiones a Corea. La primera invasión comenzó en 1592 y tan solo veinte días
después del desembarco de las tropas japonesas en las costas coreanas, ya
habían tomado Seúl. Corea solicitó apoyo a la dinastía Ming, los gobernadores
de China, a lo que estos respondieron enviando un numeroso ejército. Los
samuráis se enfrentaron entonces a condiciones adversas y se encontraron con
una fiera resistencia tanto de civiles como de irregulares, entre los que se
encontraban monjes guerreros budistas, campesinos e incluso mujeres. Después de
diversas derrotas en tierra y agua, Hideyoshi decide retirar a sus tropas.
No obstante el
primer fracaso, Hideyoshi convocó a una segunda invasión en el año de 1598. En
esta campaña encontró una mayor resistencia que la primera ocasión. Hideyoshi
falleció mientras las tropas se encontraban en Corea. Estas, al enterarse de la
noticia, deciden regresar de inmediato a Japón, abandonando definitivamente la
idea de conquistar aquella nación.
Shogunato Tokugawa
Antes de morir,
Hideyoshi había nombrado el «Consejo de los Cinco Regentes» con la finalidad de
que ellos gobernaran a su muerte y hasta que su hijo Hideyori tuviera la edad
suficiente para hacerse cargo del país. Tokugawa Ieyasu había servido primero
bajo las órdenes de Oda Nobunaga y después bajo las órdenes del mismo
Hideyoshi. Además había sido nombrado como uno de los «cinco regentes». Este
personaje comenzó a disputar el gobierno para sí, lo que culminó en la Batalla
de Sekigahara. En este suceso, Tokugawa y su «Ejército del Este» salieron
victoriosos. Tokugawa era descendiente del clan Minamoto, por lo que fue
nombrado como shōgun en el año 1603, por parte del Emperador Go-Yōzei.
Asedio de Osaka
La última amenaza
real para el gobierno de Ieyasu era la figura de Toyotomi Hideyori, quien ahora
era un joven daimyō que ocupaba el Castillo Osaka. Muchos samuráis que se
oponían a Ieyasu se unieron en torno a Hideyori alegando que él era el legítimo
gobernador del país. Ieyasu le ordenó que abandonara el castillo, por lo que
comenzó a reclutar simpatizantes. Los Tokugawa, bajo el liderazgo del Ōgosho (大御所, shōgun enclaustrado) Ieyasu y del
shōgun Hidetada dirigieron un numeroso ejército al castillo en lo que se conoce
como «La Campaña de Invierno de Osaka». El asedio empezó el 19 de noviembre,
cuando Ieyasu guio tres mil hombres a través del río Kizu, destruyendo el
fuerte que estaba allí. Una semana después, atacó el pueblo de Imafuku con
1.500 hombres, contra una fuerza de defensa de 600. Con la ayuda de una escuadra
equipada con arcabuces, las fuerzas shogunales consiguieron otra victoria.
Otros pequeños fuertes y pueblos fueron atacados antes que el asedio al mismo
castillo de Osaka comenzase el 4 de diciembre.
El Sanada-maru
era un enclave defendido por Sanada Yukimura y 7000 hombres, alineados con los
Toyotomi. Los ejércitos del shōgun fueron repetidamente repelidos, y Sanada y
sus hombres lanzaron un gran número de ataques contra las líneas de asedio,
rompiéndolas tres veces. Ieyasu entonces recurrió a la artillería, llevando 300
cañones, junto con otros hombres para excavar bajo las murallas. El 22 de enero,
el asedio de invierno terminó. Toyotomi Hideyori hizo un llamado para prevenir
una rebelión y accedió a que se rellenara el foso del castillo y se derrumbaran
las murallas exteriores.
Después de que
Hideyori comenzó a cavar de nuevo el foso del castillo, el castillo fue
asediado, en lo que se conoce como «Asedio de Verano de Osaka». Finalmente,
después de la decisiva Batalla de Tennōji de 1615, el castillo cayó bajo el
ejército de los Tokugawa y los defensores fueron asesinados, incluyendo a
Sanada Yukimura, Hideyori, su madre Yodogimi y Kinimatsu, el hijo de Hideyori
de tan solo ocho años. La esposa de Hideyori, Senhime (nieta de Ieyasu), fue
devuelta con su familia a salvo. Con los Toyotomi finalmente exterminados, ya
no existían amenazas para la dominación de los Tokugawa de Japón. Fue
precisamente esta batalla la última en la que Ieyasu participaría activamente.
Medidas contra los samuráis
Desde el momento
en que Ieyasu estableció el shogunato Tokugawa, inició un proceso para quitar
el estatus social y legal a la clase samurái. Del mismo modo, estableció la
clase social de los soldados ashigaru como un rango menor a la de los samuráis.
Durante este periodo la mayoría de los samuráis perdieron la posesión directa
de las tierras y se les plantearon dos opciones: dejar las armas y convertirse
en campesinos o trasladarse a la ciudad principal de su feudo y convertirse en
sirvientes a sueldo del daimyō. Solo algunos pocos samuráis permanecieron en
las provincias exteriores del norte como vasallos directos del shōgun. Estos samuráis
fueron conocidos como «los 5000 hatamoto».
Samurái del periodo Edo
con armadura completa.
En el año de 1650,
el shogunato expidió una ley con la cual se prohibían los duelos entre los
samuráis. En 1690 se prohibió formalmente la práctica de las diferentes artes
marciales. En esta época, la destreza y la formación en el uso del arco, la
lanza, la espada y el combate cuerpo a cuerpo sufrieron un gran declive.
Con las medidas
tomadas por el gobierno, muchos samuráis se dedicaron al campo y a fabricar
artesanías. Algunos se convirtieron en rōnin ('rōnin' lit. «hombre ola»), es
decir, samurái sin señor. Muchos otros se embarcaron en el tráfico, contrabando
y robo de mercancías en los puertos y en alta mar, lo cual también terminó en
el año de 1639 con el edicto de «Fronteras Cerradas». Mediante este edicto se
buscaba controlar y evitar la influencia de los extranjeros, sobre todo de
misioneros católicos, considerados por el gobierno como «subversivos».
Las quejas hacia
la figura de los samuráis durante este periodo fueron frecuentes, tal y como
evidencia la siguiente cita de Ogyu Sorai (1666-1728):
Se pasean por la ciudad con ese aspecto amenazador y se van
abriendo paso a empujones.
Con su fuerza, reprimen a la gente y crean el desorden en
la sociedad [...] Simplemente estudian historias de guerra y métodos de
combate. Tal vez crean que el mundo del guerrero solo supone hacer alarde de
unas destrezas profesionales.
Ogyu
Sorai
Otra de las
críticas al carácter samurái es la descrita por Murata Seifu (1746-1811):
[...] la espada colgada en el cinturón es lo único que les
recuerda a los samuráis que lo son.
Murata
Seifu
La restauración Meiji
La apertura
comercial obligatoria que sufrió Japón después de que apareciese el Comodoro
Perry en la bahía de Edo en el año 1853 trastocó la situación política del
país. Diversos grupos nacionalistas comenzaron a presionar al gobierno con el
afán de mantener fuera de las fronteras a los extranjeros. El eslogan Sonnō jōi
(«Reverenciar al Emperador, Expulsar a los Bárbaros») se convirtió en un movimiento
político para derrocar el shogunato Tokugawa bajo el pretexto de cobrar
venganza por la «tibieza» con que había respondido ante la «amenaza
extranjera». Por primera vez en muchos siglos, el emperador de Japón, bajo la
figura del Emperador Kōmei, tomó un papel protagónico en la política nacional,
uniéndose a él diversos grupos de samuráis relegados de las esferas políticas.
La presión dentro del país llevó al shōgun a tomar la decisión de romper las
relaciones con los extranjeros. Esto provocó que diversos comerciantes
provenientes de países europeos fueran asesinados y consecuentemente se
desencadenaron una serie de hostilidades, como el bombardeo de Shimonoseki.
La muerte tanto
del emperador como del shōgun fueron prácticamente simultáneas. El sucesor del
difunto shōgun Tokugawa Iemochi, Tokugawa Yoshinobu, tomó posesión a mediados
de 1866. Mientras tanto, Mutsuhito, el segundo hijo del Emperador Kōmei,
fallecido en 1867, se convirtió en el nuevo Emperador Meiji. Yoshinobu trató en
vano de hacer los ajustes necesarios para evitar un claro enfrentamiento con
las fuerzas pro-imperialistas, que contaban con los clanes de Chōsu y Satsuma
como líderes. Sin embargo, al aumentar la posibilidad de un conflicto interno,
decidió renunciar en 1868. Con esto terminó el bakufu o shogunato Tokugawa.
Fuerzas que
pretendían restablecer la figura del shōgun se levantaron en armas, por lo que
una guerra civil conocida como Guerra Boshin tuvo lugar entre 1868 y 1869.
Nuevamente, tanto samuráis y rōnin hicieron su aparición en uno y otro bando,
hasta que finalmente las fuerzas pro-imperialistas se levantaron con la
victoria. Ya con la guerra ganada, el Emperador Meiji comenzó a modernizar el
país. Se abrió nuevamente el comercio con el exterior, se compraron armamento,
barcos y se copió la organización del ejército de las potencias europeas. Se
abolieron los privilegios de la clase samurái, por lo que los nacionalistas,
que en un principio habían apoyado la figura del emperador así como la
filosofía del Sonnō jōi, se sintieron traicionados.
El último samurái
Saigō Takamori
(sentado, con uniforme del Oeste), rodeado de sus oficiales. Artículo en el
periódico «Le Monde Illustré», 1877.
Los cambios tan
abruptos y masivos en la cultura japonesa, como en el caso de la vestimenta,
les resultaba a los samuráis como una traición del jōi, parte del Sonnō jōi,
que había servido para justificar la expulsión del shogunato Tokugawa. Saigō
Takamori, uno de los líderes más ancianos en el Gobierno Meiji, estaba
particularmente preocupado por la creciente corrupción política. Después de una
serie de diferencias con el gobierno, renunció a su cargo y se retiró al
dominio de Satsuma. Ahí estableció academias donde todos los estudiantes
tomaban un entrenamiento e instrucción en tácticas de guerra. Las noticias
acerca de las academias de Saigō fueron recibidas con gran preocupación en Tokio.
El gobierno acababa de hacer frente a algunas pequeñas pero violentas revueltas
de samuráis en Kyūshū, y el número de partidarios con que contaba en la región
de Satsuma resultaba alarmante.
El 12 de febrero
de 1877, Saigō se reunió con sus terratenientes Kirino Toshiaki y Shinohara
Kunimoto y anunció su intención de marchar a Tokio para entrevistarse con el
gobierno. Sus tropas comenzaron a avanzar, y para el 14 de febrero la avanzada
arribó a la prefectura de Kumamoto. El General Tani Tateki, comandante del Castillo
Kumamoto, contaba con 3.800 soldados y 600 policías a su disposición. Ya que
muchos de sus hombres eran de Kyūshū y muchos a su vez originarios de Kagoshima
(pueblo natal de Saigō), decidió no arriesgarse a deserciones o traiciones y permaneció
a la defensiva.
Representación de la
Batalla de Shiroyama.
El 19 de febrero
a las 13:15 horas se hicieron los primeros disparos por parte de los defensores
del castillo, al momento en que unidades de Satsuma intentaban forzar la
entrada al mismo. El 22 de febrero, la armada principal de Satsuma arribó y
atacó el Castillo Kumamoto en un movimiento de pinzas. La batalla continuó
hasta la noche y las fuerzas imperiales que habían salido a su encuentro se
retiraron. Aun con el triunfo, el ejército de Satsuma no pudo tomar el castillo
y se dieron cuenta de que los conscriptos que integraban las fuerzas imperiales
no eran tan ineficientes como habían supuesto en un principio. Después de dos
días de infructuoso ataque, las fuerzas de Satsuma cavaron alrededor del
castillo y trataron de asediarlo. Durante el asedio, muchos de los ex-samuráis
de Kumamoto desertaron hacia el bando de Saigō, aumentando sus fuerzas
alrededor de los 20.000 hombres. Mientras tanto, el 9 de marzo, Saigō, Kirino y
Shinohara fueron despojados de sus cargos y títulos oficiales desde Tokio. No
obstante, Saigō argumentaba que no era un traidor, sino que solo buscaba
quitarle al emperador las malas influencias de consejeros equivocados y
corruptos.
El principal
contingente de la Armada Imperial, bajo las órdenes del General Kuroda Kiyotaka
y con la asistencia del General Yamakawa Hiroshi, arribó a Kumamoto en auxilio
de los ocupantes del castillo el 12 de abril. Esto hizo que las tropas de
Satsuma, que ahora estaban en completa desventaja numérica, huyeran. Después de
una constante persecución, Saigō y sus samuráis restantes fueron empujados de
vuelta a Kagoshima, donde se llevaría a cabo la batalla final: la Batalla de
Shiroyama. Las tropas de la Ejército Imperial comandadas por el General
Yamagata Aritomo y los marines comandados por el Almirante Kawamura Sumiyoshi
sobrepasaban las fuerzas de Saigō sesenta a uno. Las tropas imperiales pasaron
siete días construyendo y elaborando sistemas de presas, muros y obstáculos
para prevenir que se escaparan. Cinco barcos de guerra se unieron al poder de
la artillería de Yamagata y redujeron las posiciones de los rebeldes. Después
de que Saigō rechazó una carta solicitando su rendición, Yamagata ordenó un
ataque frontal el 24 de septiembre de 1877. Para las 6 de la mañana, solo 40
rebeldes estaban aún con vida y Saigō estaba herido de muerte. Sus seguidores
aseguran que uno de ellos, Beppu Shinsuke actuó como kaishakunin y ayudó a
Saigō a cometer seppuku antes de que pudiera ser capturado. Después de la
muerte de Saigō, Beppu y el último samurái en pie alzaron sus espadas y se
dirigieron cuesta abajo hacia las posiciones imperiales, hasta que cayó el
último de ellos por los disparos de las ametralladoras Gatling. Con estas
muertes, la rebelión Satsuma llegó a su final.
Saigō Takamori
fue etiquetado como «héroe trágico» por la gente el 22 de febrero de 1889 y el
Emperador Meiji perdonó a Saigō post mórtem en 1891. Actualmente es considerado
por algunos historiadores como el verdadero último samurái.
Estructura
Los vínculos
familiares, así como la lealtad de vasallos hacia el daimyō eran sumamente
fuertes, y eran estos factores los que regían sobre la estructura de un
ejército samurái. Cualquiera que naciera en una casa de guerreros era entrenado
desde su niñez con el fin de convertirlo en un digno representante de sus
antepasados. Por otro lado, las alianzas entre clanes representaron los
vínculos más débiles y a lo largo de la historia se repitieron episodios donde
un clan traicionó a su «aliado» al momento mismo de la batalla.
Hasta mediados
del siglo XVI, la organización común de un ejército samurái fue casi la
misma: al término de las campañas, el ejército se disolvía y la gran mayoría de
los ashigaru y algunos samuráis regresaban a sus labores del campo. No fue sino
hasta el periodo Sengoku en que algunos daimyō con suficientes recursos
mantuvieron un ejército estable y buscaron un grado de especialización en el
ejército, incluyendo la infantería.
La estructura
jerárquica dependía de factores como el nacimiento, el vasallaje vitalicio y
aspectos sociales y militares. En el vértice de la pirámide estaban los daimyō
y a su lado sus parientes cercanos y familia; seguían los criados vitalicios de
la familia, los cuales servían a su señor por muchos años; el siguiente escalón
lo constituían los vasallos, ya fuera que se hubieran unido a su servicio o
fueran obligados después de la derrota de sus antiguos señores. Los ashigaru
del periodo Sengoku estaban en el último escalón y estaban divididos en tres
secciones según el arma que manejaran, ya fueran arcabuces, lanzas o arcos.
Había también ashigaru dedicados a servir a los distintos samuráis, otros eran
portaestandartes y algunos otros estaban asignados a tambores.
Reclutamiento
Durante gran
parte del periodo Sengoku, se esperaba que todo samurái estuviese listo para
presentarse en el campo de batalla con sus respectivas armas, armadura y
caballo al momento de existir algún conflicto. Además se deseaba que cada uno
proporcionara tropas al servicio de su señor acorde con la riqueza del feudo al
que pertenecieran. De este modo el reclutamiento de las tropas necesarias
recaía en los samuráis. Estos últimos llevaban consigo a otros samuráis o a
jornaleros que dejaban sus tierras para convertirse en ashigaru.
Cuando había que
reunir al ejército, se les notificaba la fecha y el lugar en que se pasaría
revista. Cada ashigaru reunía sus armas y armadura a la espera de que sonara el
horagai (trompeta de concha), el tambor o campanas, los cuales indicarían la
hora de partir. Al llegar al punto acordado, el samurái les pasaba revista.
Desde ese punto marcharían juntos para presentarse en el castillo y unirse al
resto del ejército.
Armadura
Las primeras
armaduras, encontradas mediante excavaciones en los kofun, recibieron nombre de
tankō. Eran fabricadas en hierro macizo, las planchas de blindaje se sujetaban
unas a otras con correas de cuero y estaban específicamente diseñadas para ser
usadas de pie. Para proteger la parte baja del cuerpo, los guerreros llevaban
una falda acampanada llamada kusazuri. Los hombros y antebrazos se cubrían con
planchas curvas que llegaban hasta el codo. Desde esos tiempos, la superficie
de metal se cubría de laca laminar para protegerla del clima, tal y como se
seguiría aplicando a los modelos posteriores. La característica particular del
casco era que parte de adelante tenía forma de visera, además de dientes de
hierro en la parte superior cuyo objeto era sujetar plumas de faisán.
Posteriormente se diseñó un tipo de armadura laminar, la cual se conoce con el
nombre de keikō, de la cual a su vez se desprendió el estilo yoroi, que es la
armadura clásica samurái. Debido a que si la armadura era hecha completamente
de hierro tenía un peso considerable, solo se empleaban piezas de ese metal en
las zonas donde se requería de más protección y en el resto de la armadura se
alternaban piezas de hierro con cuero. En promedio, una yoroi tenía un peso
aproximado de 30 kilogramos y proporcionaba una buena protección.
La armadura que
cubría el cuerpo era llamada do y constituía la base de esta indumentaria
defensiva. Con los siglos se marcó una tendencia a reemplazar la yoroi por una
armadura llamada do-maru. Esta última surgió como la evolución de la armadura
de los soldados de infantería, mucho más sencilla y resultando más cómoda a la
hora de la lucha sobre el terreno. La armadura desarrollada en el siglo XVI
es conocida como tōsei gusoku o «armadura moderna». Su rasgo característico es
que le fueron añadidas protecciones para la cara, el muslo y un sashimono, el
cual era un pequeño estandarte en la espalda.
Armadura samurái
exhibida en el Museo de Arte Asiático en San Francisco.
Indumentaria
En el campo de batalla
Debajo de la
armadura o de su propia vestimenta, la ropa interior que utilizaban los
samuráis era conocida como fundoshi, el cual era una especie de taparrabos
hecho a base de lino o algodón. En el campo de batalla, los samuráis
utilizaban unos calcetines conocidos como tabi, unas sandalias de tiras
llamadas waraji o zori y, en algunas ocasiones, un par de geta (unos zapatos
parecidos a los zuecos). La primera sección que se ponían eran las Suneate o
espinilleras, además de unas haidate o protecciones en los muslos. Estas
últimas se volvieron famosas hasta el periodo Sengoku, cuando los kusazuri
(protecciones para el antemuslo) se redujeron. Se usaban además unos guantes
denominados yugake, junto con los kote (mangas), para proteger brazos y manos.
Un uwaobi —o cinturón exterior— mantenía todo el conjunto de ropa y armadura
unido. Para proteger su cuello se utilizaba un nodowa. Además se colocaba un hachimaki
alrededor de la cabeza para recibir el peso del kabuto (casco).
El kabuto y las menpō (máscaras)
eran elementos de suma importancia en la armadura japonesa.
Algunos samuráis
acostumbraron utilizar algún tipo de máscaras para proteger el rostro, las
cuales eran conocidas como hoate. Estas podían ser completas o media máscara
que protegía hasta debajo de los ojos, y podían o no incluir una pieza para la
nariz. Los samuráis de alto rango solían portar también un jinbaori
(guardapolvos) que se colocaba sobre la armadura. Estos no se solían usar en
combate, pero sí dentro del campamento para dar un toque ceremonial a la
reunión, así como para reflejar la importancia del personaje que la portaba.
Ropa normal
La evolución
final de la armadura tuvo lugar durante el periodo Edo cuando cesaron las
guerras por lo que las armaduras se convirtieron entonces en lujosos regalos y
solo se utilizaban en los castillos. La vestimenta típica era el hakama y el kimono,
mientras que para ocasiones de mayor formalidad utilizaban una chaqueta sobre
el hakama llamado kataginu, los cuales combinados se conocían como kamishimo.
Ante situaciones
de suma importancia, como por ejemplo, en una entrevista con el shōgun, se
esperaría que un daimyō vistiera un nagabakama, unos pantalones sumamente
largos que arrastraban por el suelo.
Armas
De hoja cortante
Fotografía de tres
samuráis con diversas armas, el de la izquierda un yumi, el del centro una
espada y el de la derecha porta una yari.
El nihontō,
conocido más comúnmente en occidente como katana, es el arma más estrechamente
relacionada con el samurái e incluso se le llegó a considerar durante el
periodo Edo como «el alma del samurái». Un samurái nunca abandonaba su espada,
aun en tiempos de paz. El mejor regalo que podía recibir un samurái de parte de
su daimyō era una espada forjada por un célebre maestro. No obstante, cabe
resaltar que durante la mayor parte de la historia japonesa, las principales
armas fueron el arco y la lanza. No fue sino hasta que terminaron las guerras
que la espada adquirió la fama que tiene actualmente.
Las primeras
espadas utilizadas por soldados yamato eran rectas, algunas con empuñadura en
forma de bulbo y eran conocidas como «espada con cabeza de mazo». Algunas
otras, como las llamadas «espadas coreanas», tenían empuñadura en forma de
argolla terminando con el aspecto de la silueta de algún animal. Estas armas
medían 90 centímetros en promedio.
Representación de
Ishi-jo, esposa de Oboshi Yoshio, uno de los 47 rōnin portando un naginata.
La tachi fue la
clásica espada samurái y colgaba con la hoja hacia abajo. Este tipo de espada
tenía que ser empuñada con ambas manos, por lo que se tenía que dejar el arco
para utilizarla. Más tarde se logró desarrollar la katana, la cual, junto con
el wakizashi, eran conocidas como daishō ('daishō' lit. «grande y
pequeña»).Cuando un samurái portaba su armadura completa, la katana colgaba con
la hoja hacia abajo y el wakizashi era a veces reemplazado por un tantō, el
cual llegó a ser considerado como una de las armas más importantes en el campo
de batalla. Se decía que una buena espada debía ser capaz de dos cosas: cortar
siete cuerpos apilados uno encima del otro y estar lo suficientemente afilada
como para que al sumergirla en el agua pudiera cortar un nenúfar que flotara en
la superficie.
La fuerza
impresionante de la katana se debía a su curvatura, que hacía posible que el
corte producido pudiera incluso seccionar el hueso del oponente. Ya que se la
debía de empuñar con ambas manos, el portador de la espada se tenía que colocar
en ángulo recto con respecto al enemigo. Los samuráis no utilizaban ningún
escudo para su protección, dado que la katana era un arma defensiva y ofensiva
al mismo tiempo. Debido a su gran resistencia, podía golpear el arma del
oponente para desviar el ataque y acto seguido asestar un golpe mortal. Debido
a todas estas características, no es exageración que muchos historiadores
afirmen que la katana es muy superior a las espadas diseñadas por otras
culturas.
Otro tipo de
espada desarrollada fue la nodachi, conocida como «espada de campaña». Esta
contaba con una hoja extra larga y apareció a comienzos del siglo XVI.
Existen escasos registros de que esta arma fuera usada efectivamente en el
campo de batalla, ya que, debido a su gran peso, el portador debía de tener una
gran fuerza física para esgrimirla de pie, más aún si se portaba mientras se
cabalgaba. La mayoría de los registros documentan que este tipo de espadas
fueron creadas con la finalidad de servir como ofrendas a santuarios y templos.
La naginata (un
tipo de archa) es el arma más citada en las crónicas samurái. Constaba de una
hoja curva montada sobre un mango de madera y su aspecto de asemejaba al de las
alabardas chinas. La naginata era un arma sumamente versátil, ya que con ella
se podía golpear, apuñalar o acuchillar al enemigo. Los sōhei, una clase de
monjes guerreros, fueron reconocidos por el grado de especialización que
alcanzaron esgrimiéndola.
Otra arma muy
recurrente fue la yari, una especie de lanza japonesa que apareció como el arma
utilizada por las tropas de infantería durante el siglo XV. Un tipo de
yari, conocida como mochi yari, pasó también a formar parte del arsenal de los
samuráis.
Proyectiles
Durante la mayor
parte de la historia de los samuráis, el arco japonés (llamado yumi) fue su
arma preferida y solo se solía recurrir a la espada al descender del caballo y
entablar combate cuerpo a cuerpo. Los samuráis solían ser expertos en el kyūba
no michi «camino del arco y el caballo». Los arcos utilizados en aquella época
se asemejan en gran medida a los que se utilizan actualmente en el kyūdō. El
arco tenía que ser levantado a la altura de la cabeza del jinete para poder
disparar adecuadamente. La práctica del caballo y el arco dieron lugar al yabusame,
el cual es practicado hasta nuestros días. La técnica del uso del arco a
caballo necesitaba de mucha práctica, ya que solo se podía disparar por el lado
izquierdo del jinete y se contaba con un ángulo de disparo de 45º. Esto se
complicaba en mayor medida si el jinete portaba una armadura. Durante el
periodo Sengoku el tiro con arco se combinó con el uso de arcabuceros ashigaru.
Durante 1510, los
samuráis conocieron el cañón de metaly en ese mismo año, Hōjō Ujimasa compró
una pistola china. Para 1548, durante la Batalla de Uedahara, se registró el
uso de armas de fuego, con lo que de una forma u otra su uso se había extendido
entre los distintos clanes. En 1543, comerciantes portugueses arribaron a Japón
buscando un intercambio comercial. Entre los artículos que intercambiaron
estuvieron los arcabuces europeos. A partir de 1549, diversos artesanos
desarrollaron la técnica necesaria para reproducir estas armas y comenzaron a
fabricar arcabuces japoneses llamados Teppō ('Teppō' lit. «cañón de acero»). Para
1553 el ejército de Oda Nobunaga ya contaba con 500 arcabuceros, los cuales
darían muestras de su efectividad con las tácticas adecuadas como disparos
circulares utilizados en la batalla de Nagashino. Aunque muchos samuráis se
opusieron a su implementación debido a que con estas nuevas condiciones
cualquier soldado estaba en posición de matar de un solo tiro a un entrenado y
diestro maestro de las artes marciales (aun si fuera un humilde ashigaru), su
implementación se propagó por todo el país y se volvió un elemento típico en
los conflictos bélicos.
Cabe destacar que
el uso de grandes cañones no se difundió ni causó el mismo impacto emocional
que se vivió con los resultados de las armas de fuego. Existen diversos
registros que mencionan el uso de pequeños cañones que se obtuvieron de barcos
europeos adaptados para su uso en el campo de batalla. Sin embargo, debido a
que las tácticas de guerra no consistían en el derribo de fortalezas, sino más
bien en el asedio y la lucha a campo abierto, no se desarrollaron técnicas para
producir cañones de grandes dimensiones.
Técnicas de combate
Durante la
existencia de los samuráis, reinaron dos tipos opuestos de organización. El
primer tipo eran ejércitos basados en reclutas: al inicio, durante el periodo
Nara, los ejércitos samuráis se basaron en ejércitos de reclutas del tipo chino
y hacia el final en unidades de infantería compuestas por ashigaru. El segundo
tipo de organización era el de samurái a caballo que luchaba individualmente o
en pequeños grupos.
Al inicio de la
contienda se disparaban una serie de flechas con cabeza de bulbo, las cuales
zumbaban en el aire. El objeto de estos disparos era llamar a los kami a que
presenciaran las muestras de valentía que estaban a punto de desarrollarse.
Después de un breve intercambio de flechas entre uno y otro bando, se
desarrollaba una contienda llamada ikkiuchi, donde grandes rivales de uno y
otro lado se enfrentaban. En este tipo de duelos influían muchos aspectos como
el rango, el nombre, la posición dentro del ejército, etc. Después de estos
combates individuales, se daba paso a los combates mayores, generalmente
enviando tropas de infantería lideradas por samuráis a caballo. Al comienzo de
las batallas samurái, era todo un honor ser el primero en entrar en batalla.
Esto cambió en el periodo Sengoku con la introducción del arcabuz. Al comienzo
del uso de las armas de fuego, la metodología del combate era la siguiente: al
inicio se hacía un intercambio de disparos de arcabuz a una distancia de 100
metros aproximadamente; cuando se encontraba el momento oportuno se ordenaba
que avanzaran los lanceros ashigaru y finalmente los samuráis atacarían, ya
fuera a pie o a caballo. El jefe del ejército solía estar sentado en una silla
de tijera dentro de una tienda semi abierta llamada maku, que exhibía su
respectivo mon. Como muestra del simbolismo tan fuerte que esto representaba,
otra forma de llamar al shogunato instituido por Minamoto Yoritomo era el
término bakufu, que significaba «gobierno desde la maku».
En medio de la
contienda, algunos samuráis decidían bajar del caballo y buscar cortar la
cabeza de un rival digno. Este acto era considerado todo un honor. Además,
mediante el mismo ganaban respeto entre la clase militar. Después de la
batalla, los samuráis de alto rango celebraban normalmente la ceremonia del té,
y el general victorioso pasaba revista a las cabezas de los miembros más
importantes del enemigo que habían sido cortadas.
Es importante
hacer notar que la mayoría de las batallas no se resolvieron de la forma tan
idealista antes expuesta, sino que la mayoría de las guerras se ganaron
mediante ataques sorpresas, como incursiones nocturnas, incendios, etc. El
reconocido samurái Minamoto no Tamemoto aseguraba:
De acuerdo con mi experiencia, no hay nada más ventajoso a
la hora de machacar al enemigo que un ataque nocturno [...]. Si prendemos fuego
a tres de los lados y cerramos el paso por el cuarto, quienes huyan de las
llamas serán derribados por flechas, y quienes busquen escapar de estas no
podrán huir de las llamas.
Minamoto
Tamemoto.
Cobro de cabezas
Cortar la cabeza
de un rival digno en el campo de batalla era motivo de gran orgullo y
reconocimiento. Existía todo un ritual para embellecer las cabezas cortadas:
primero eran lavadas y peinadas y una vez efectuado esto, se ennegrecían los
dientes aplicando un tinte llamado ohaguro. El motivo de ennegrecer los dientes
radicaba en que unos dientes blancos era un signo de distinción, por lo que
aplicarles un tinte para oscurecerlos era una forma metafórica de quitarles un
poco de la misma. Finalmente las cabezas eran dispuestas cuidadosamente sobre
una tabla para su exposición.
Durante las
invasiones de Hideyoshi a Corea, era tal el número de cabezas cortadas de los
enemigos que tenían que ser enviadas a Japón, que por motivos logísticos se
envió solamente la nariz. Estas eran cubiertas con sal y enviadas en barriles
de madera. Estos barriles fueron enterrados en un túmulo cerca del «Gran Buda»
de Hideyoshi, donde permanecen al día de hoy bajo el nombre equivocado de
Mimizuka o «túmulo de orejas».
Representación de
Onikojima Yatarō Kazutada con la cabeza cercenada de un enemigo en la mano, por
Utagawa Kuniyoshi.
Formaciones militares
Durante el
periodo Azuchi-Momoyama y gracias a la introducción de armas de fuego, las
tácticas de combate cambiaron drásticamente. Las formaciones militares
adoptadas tenían nombres poéticos, entre las cuales destacan:
·
Ganko
(pájaros en vuelo).- Era una formación muy flexible que permitía que las tropas
se adecuaran dependiendo de los movimientos del oponente. El comandante estaba
situado en la parte trasera, pero cerca del centro para evitar problemas con la
comunicación.
Formación Ganko.
·
Hoshi
(cabeza de flecha).- Era una formación agresiva en la que los samuráis
aprovechaban las bajas ocasionadas por los disparos de los ashigaru. Los
elementos de señalización estaban cerca de los principales generales del
comandante.
Formación Hoshi.
·
Saku
(cerrojo).- Esta formación estaba considerada como la mejor defensa en contra
de la formación Hoshi, ya que dos hileras de arcabuceros y dos de arqueros
estaban en posición para recibir el ataque.
Formación
Saku.
·
Kakuyoku
(alas de grulla).- Formación recurrente con la finalidad de rodear al enemigo.
Los arqueros y arcabuceros menguaban las tropas enemigas antes del ataque
cuerpo a cuerpo de los samuráis mientras que la segunda compañía los rodeaba.
Formación
Kakuyoku.
·
Koyaki
(yugo).- Debe su nombre a los yugos utilizados en los bueyes. Era utilizada
para neutralizar el ataque «alas de grulla» y «cabeza de flecha» y su finalidad
era que la vanguardia absorbiera el primer ataque y dar tiempo a que el enemigo
revelara su siguiente movimiento ante el cual la segunda compañía pudiera
reaccionar a tiempo.
Formación
Koyaku.
·
Gyōrin
(escamas de pescado).- Se utilizaba frecuentemente para hacer frente a
ejércitos mucho más numerosos. Su finalidad era atacar un solo sector para
romper las filas enemigas.
Formación
Gyorin.
·
Engetsu
(media luna).- Formación utilizada cuando el ejército aún no era vencido pero
se necesitaba realizar una retirada ordenada al castillo. Mientras la
retaguardia retrocedía, la vanguardia podía aún organizarse de acuerdo a las
circunstancias.
Formación
Engetsu.
De cada niño que
crecía dentro de una familia samurái se esperaba que de mayor fuera también un
guerrero, por lo que gran parte de su infancia la dedicaba a practicar
distintas artes marciales. Un samurái completo debía ser diestro por lo menos
en el uso de la espada (kenjutsu), el arco y la flecha (kyujutsu), la lanza
(sojutsu, yarijutsu), la alabarda (naginatajutsu) y posteriormente las armas de
fuego. Del mismo modo, se les instruía en el uso de estas armas mientras se
montaba a caballo. Además se esperaba que supieran nadar y bucear.
Durante la época
feudal de Japón, florecieron diversos tipos de artes marciales, conocidas en
japonés con el nombre de bujutsu. El término jutsu puede traducirse como
«método», «arte» o «técnica» y el nombre que posee cada una es indicativo del
modo o arma con el que se ejecutan. Los métodos de combate que se desarrollaron
y perfeccionaron son muy diversos, entre los cuales destacan:
Con armas
|
Sin armas
|
||
Importante
|
Secundario
|
Colateral
|
|
Tiro con arco
|
Arte del abanico de guerra
|
Arte de la cadena y otras herramientas
|
aiki
jujutsu
|
kusarijutsu
|
chikarakurabe
|
||
kyūdō
|
Arte del bastón
|
kusariganayutsu
|
chogusoku
|
shagei
|
bōjutsu
|
manrikikusari
|
genkotsu
|
Lanza y alabarda
|
jōdō
|
chigirigijutsu
|
gusoku
|
sōjutsu
|
kanabo/
tetsubo jutsu
|
gegikanjutsu
|
hakushi
|
sojutsu/
|
Arte del jitte
|
Artes ocultas
|
jūjutsu
|
naginatajutsu
|
juttejutsu
|
kyusho
Jitsu
|
|
sodegaramijutsu
|
toiri-no-jutsu
|
kenpō o
karate
|
|
sasumatajutsu
|
kiaijutsu
|
||
Esgrima
|
chikairi-no-jutsu
|
kogusoku
|
|
tōjutsu
|
koshi-no-mawari
|
||
kenjutsu
|
yubijutsu
|
kumiuchi
|
|
koppō
|
roikomiuchi
|
||
iaijutsu
|
fukihari
|
shikaku
|
|
iaidō
|
suihokojutsu
|
||
tantōjutsu
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shubaku
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Equitación
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sumai
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bajutsu
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jobajutsu
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taidō
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suibajutsu
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taidōjutsu
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Natación
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torite
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suiejutsu
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wajutsu
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oyogijutsu
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yawara
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katchu
gozen oyogi
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Hoy día las artes
marciales se clasifican en Koryū budō o artes marciales clásicas, anteriores al
siglo XIX, y a la modernización del Japón. Y las artes marciales tradicionales
modernas o Gendai Budō.
Filosofía y cultura
Bushidō
Durante largos
periodos de inestabilidad, los samuráis se enfrentaron día a día con los
horrores de la guerra y con la posibilidad de su propia muerte, por lo que muy
seguramente todos eran conscientes de ese riesgo. Los preceptos clásicos del bushidō
(«Camino del guerrero») aparecieron por primera vez compilados en un breviario
conocido como Hagakure a principios del siglo XVIII. En él aparecían algunos
consejos prácticos aplicables al comportamiento samurái y el tema de la muerte
tiene una importancia central en la obra.
La principal
diferencia entre el bushidō y la caballería europea está en que, en el primero
hay una total ausencia de amor cortés. Cuando las mujeres hacen aparición en
las heroicas historias samurái, suele ser como una respuesta de autoinmolación,
como cuando se suicidaban debido a que el castillo en el que se encontraban
caía en manos enemigas.
El mayor dogma
del bushidō radicaba en el aspecto de reforzar la idea que tenían los samuráis
de sí mismos como miembros de una élite superior al resto de la sociedad.
Solían referirse a los ashigaru como «sus inferiores» y a los extranjeros como
«bárbaros». El bushidō además, alentaba a los dirigentes —incluso a los del
país— a participar en los conflictos armados. Se suponía que todo comandante
debería de permanecer en un taburete de tijeras en la retaguardia durante toda
la batalla e incluso muchos participaban activamente en las contiendas. Son
escasos los personajes que no estuvieron presentes con su ejército en batalla,
como en el caso de Hideyoshi, cuando envió sus tropas con la finalidad de
invadir Corea.
Zen
El budismo fue
llevado a Japón desde China durante el siglo VI y desde ese momento se
expandió por todo el archipiélago. Durante la época de los samuráis existían
diversas variantes o sectas de esta misma filosofía, aunque la mayoría de los
guerreros optaron por el budismo de tipo Zen. El Zen enseña a sus seguidores a
buscar la iluminación y salvación a través de la meditación, la cual se
conseguía con mucha disciplina. Dado que el objetivo final de esta filosofía es
buscar la armonía espiritual, la cual lleva a un «fluir entre la vida y la
muerte», muchos guerreros se sintieron identificados y atraídos hacia ella.
Seppuku
El seppuku, suicidio
ritual que efectuaban los samuráis para evitar la vergüenza de la derrota,
pagar por una equivocación grave o seguir a su señor en la muerte.
Un aspecto al que
se daba mucha importancia era el anhelo de morir por su señor o por su causa.
Esto se veía resumido en la práctica del seppuku, un suicidio ritual que era
visto en la sociedad japonesa de la época con gran respeto y admiración. Un
ejemplo claro es el caso del famoso samurái Torii Mototada, quien, a pesar de
verse en condiciones adversas enfrentando a un enemigo sumamente superior,
logró ganar el tiempo suficiente para que su señor Tokugawa Ieyasu huyera y
pudiera armar un ejército de grandes proporciones y ganar finalmente en la
Batalla de Sekigahara. Después de resistir el asedio del Castillo Fushimi por
catorce días, cometió seppuku para evitar la vergüenza de la derrota. La
práctica del seppuku también se extendía en el caso de que se buscara reparar
algún error cometido, como un modo de protesta o como una manera de seguir a su
propio señor a la muerte.
Benefactores del arte
Un aspecto de los
samuráis casi desconocido en la actualidad son las aportaciones al arte que
realizaron algunos daimyō durante la historia de Japón. Muchas de estas
familias tenían una excelente formación en literatura y estética del mismo modo
que dominaban tácticas de guerra. Algunos personajes que destacan por sus
aportes hacia el arte son Oda Nobunaga y Toyotomi Hideyoshi, los cuales
comenzaron la unificación del país durante el periodo Azuchi-Momoyama mediante
sangrientas guerras.
Los samurái a
menudo escuchaban y tomaban parte en la ejecución de actividades musicales como
parte de sus prácticas diarias para enriquecer sus vidas y conocimiento.
Hideyoshi fue el
personaje por el cual la ceremonia del té se convirtió en un arte. La gran
ironía es que los recipientes para esta ceremonia eran traídos desde Corea,
país que Hideyoshi invadió en dos ocasiones. Hideyoshi contrató a dos hermanos
quienes, bajo la supervisión del famoso maestro del té Sen no Rikyū, crearon el
estilo raku de recipientes. Otro daimyō que aprovechó los alfareros coreanos
fue el del clan Shimazu de Satsuma, el cual hizo famosa a la región. Otro
ejemplo son las aportaciones que hizo Oda Nobunaga al nō, al cual solía
recurrir frecuentemente.
Gastronomía
El arroz ha sido
desde tiempos remotos la base de alimentación de la sociedad japonesa. Esto se
hizo extensivo también a los samuráis, sobre todo después de mediados del siglo XV,
cuando el arroz formó parte de su dieta regular. El arroz era cocido de
distintas formas, ya fuera en una cacerola mezclado con yasai (verduras) y nori
(algas), solo al vapor o en forma de onigiri (bolas de arroz). Se solían
preparar también mochi (pastelillos de arroz) con harina de arroz o una mezcla
de arroz y harina de trigo. Durante mucho tiempo fue un problema cocinar el
arroz en medio de las campañas, pero Tokugawa Ieyasu ideó un método para ello:
proveyó cascos de hierro a sus miembros de infantería y dentro de ellos se
cocía el arroz.
Además del arroz
se encontraba el tempura, platillo derivado de la cocina portuguesa y cuyo
nombre deriva de «temporal» o «tiempo», y los sashimi tal y como lo conocemos
hoy en día. Durante los banquetes de despedida los guerreros compartían
kachi-guri (castañas secas), konbu (alga marina) y sake. Estos alimentos se
disponían en tres cuencos simbolizando el cielo, el hombre y la tierra. Este
ritual cambiaba considerablemente respecto al realizado por los piratas del
mar, los cuales acostumbraban comer pulpo debido a que estos pueden defenderse
en ocho direcciones al mismo tiempo.
Pederastia
Los samuráis
practicaban un tipo de pederastia similar al griego llamado wakashudō ('wakashudō'
«el camino de la juventud»), o simplemente shudō. En este sistema, el nenja, la
parte activa y protectora de la pareja, era el de mayor edad, y el chigo o
wakashu, la parte pasiva, el aprendiz, era el más joven; su relación se basaba
en las obligaciones y la lealtad mutuas.
[...] la mayoría de los que saltan al campo de batalla,
rechazando a los enemigos y acompañado a sus señores hasta el final, son los
compañeros sexuales de sus señores [gomotsu].
Anónimo, siglo XVII.
El wakashudō era
considerado por algunos moralistas como necesario para lograr «gentileza en el
discurso» y «refinamiento del comportamiento educado», además de que se
esperaba que el amante más joven diera su vida por el otro. Existen
innumerables ejemplos tanto en la vida real como en la literatura de este tipo
de relación, que no impedía a ninguno de los dos componentes tener relaciones
sexuales con mujeres. Por ejemplo, se cree que más de la mitad de los shogunes
entre 1338 y 1837 tenían este tipo de amantes. Existen además una gran cantidad
relatos sobre el tema, como el titulado «Trágico amor de dos enemigos» de
Cuentos del espíritu del samurái (1688) de Ihara Saikaku, sobre dos samuráis
cuyo amor entra en conflicto con sus deberes.
Samuráis famosos
Estos son algunos
de los samuráis más representativos y famosos de la historia:
Samuráis famosos
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Nombre
|
Fecha de nacimiento -
muerte
|
Aspectos importantes
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Minamoto Yoshiie
|
1039 - 4 de agosto de 1106
|
Miembro del clan Minamoto,
debido a sus proezas recibió el título de Hachimantarō (hijo de
Hachiman).
|
Minamoto Yoshitsune
|
1159 - 15 de junio de 1189
|
General del clan Minamoto,
ayudó a su hermano Yoritomo a establecer el primer shogunato.
|
Kusunoki Masashige
|
1294 - 1336
|
Luchó al lado del
Emperador Go-Daigo en contra del shogunato Kamakura. Su lealtad sirvió de
referencia y modelo para los futuros samuráis.
|
Sanada Yukimura
|
1567 - 3 de junio de 1615
|
Recibió varios títulos
como el de «Héroe que solo aparece una vez cada cien años», «Demonio
carmesí de la guerra» o «El guerrero número uno en Japón» debido a sus
habilidades marciales.
|
Uesugi Kenshin
|
8 de febrero de 1530 - 19 de abril de 1578
|
Daimyō que gobernó la Provincia
de Echigo y rival legendario de Takeda Shingen. Tenía el apodo de «El dragón
de Echigo».
|
Yamamoto Tsunetomo
|
1659 - 1719
|
Redactor del Hagakure.
|
Takeda Shingen
|
1 de diciembre de 1521 - 13 de mayo de 1573
|
Poderoso daimyō
gobernante de la Provincia de Kai y rival legendario de Uesugi Kenshin. Tenía
el apodo de «El tigre de Kai».
|
Date Masamune
|
5 de septiembre de 1567 - 27 de junio de 1636
|
Su galeón «Juan Bautista»
fue el primer barco japonés en hacer un viaje alrededor del mundo. Era
conocido como «Dragón de un solo ojo».
|
Oda Nobunaga
|
23 de junio de 1534 - 21 de junio de 1582
|
Después de la Batalla de
Okehazama se convirtió en la figura más importante del país. Es considerado
como el primero de los «grandes unificadores». Fue traicionado por uno de sus
principales generales y obligado a cometer seppuku durante el «Incidente
de Honnō-ji».
|
Toyotomi Hideyoshi
|
2 de febrero de 1536 - 18 de septiembre de 1598
|
Fue el segundo de los
«grandes unificadores» de Japón a la muerte de Oda Nobunaga. Convocó a dos
invasiones a Corea.
|
Tokugawa Ieyasu
|
31 de enero de 1543 - 1 de junio de 1616
|
Fue el último de los
«grandes unificadores» y fundador del shogunato Tokugawa.
|
Akechi Mitsuhide
|
1528 - 2 de julio de 1582
|
Fue uno de los principales
generales de Oda Nobunaga. Es famoso debido a que traicionó a su señor
durante el «Incidente de Honnō-ji».
|
Miyamoto Musashi
|
¿1584? - 19 de mayo de 1645
|
Se dice que participó en
más de 60 combates y nunca perdió uno solo. Se convirtió en un rōnin y
estableció el sistema Niten Ichi Ryu, además escribió «El libro de los cinco
anillos».
|
Honda Tadakatsu
|
1548 - 3 de diciembre de 1610
|
Daimyō bajo las órdenes de
Tokuwaga Ieyasu. Era reconocido por sus proezas militares e incluso Oda
Nobunaga lo llamaba el «samurái entre samuráis», Toyotomi Hideyoshi aseguraba
que los mejores samuráis eran «Honda Tadakatsu en el este y Tachibana
Muneshige en el oeste», Takeda Shingen afirmaba que Tadakatsu era «un lujo
para Tokugawa Ieyasu».
|
Torii Mototada
|
1539 - 8 de septiembre de 1600
|
Samurái al servicio de
Tokugawa Ieyasu. Gracias a que pudo resistir el Asedio de Fushimi por diez
días su señor pudo escapar y ganar finalmente la Batalla de Sekigahara.
|
Ishida Mitsunari
|
1560 - 6 de noviembre de 1600
|
Comandó el «Ejército del
Oeste» durante la Batalla de Sekigahara en apoyo a Toyotomi Hideyori, hijo de
Hideyoshi, a quien consideraba el heredero legítimo al gobierno. Perdió la
batalla y murió decapitado.
|
Saigō Takamori
|
23 de enero de 1828 - 24 de septiembre de 1877
|
Samurái y político japonés
durante la Restauración Meiji. Se levantó en armas desde la Provincia de
Satsuma y su ejército fue aniquilado por la Armada Imperial Japonesa. Es
considerado por muchos historiadores como «el último samurái».
|
Otros grupos de samuráis famosos fueron:
·
Los
Veinticuatro Generales de Takeda Shingen
·
Las
Siete Lanzas de Shizugatake
Los
“Veinticuatros Generales de Takeda Shingen” fue uno de los grupos de
comandantes famosos en Japón durante el período Sengoku. Estos veinticuatro
generales eran los de mayor confianza en la armada de Takeda Shingen. Casi la
tercera parte de ellos perecieron en la Batalla de Nagashino en 1575 cuando se
enfrentaron a las fuerzas de Oda Nobunaga.
Los Veinticuatro Generales
Akiyama Nobutomo
– involucrado en la invasión de la Provincia de Shinano.
Amari Torayasu –
muerto durante la Batalla de Uedahara de 1548.
Anayama Nobukimi
– después de la Batalla de Mikatagahara y la Batalla de Nagashino, se alió con
Tokugawa Ieyasu y ayudó a derrotar a Takeda Katsuyori.
Baba Nobuharu –
peleó en la Batalla de Mikatagahara y en la Batalla de Nagashino donde murió.
Hara Masatane –
muerto durante la Batalla de Nagashino de 1575.
Hara Toratane
Ichijō Nobutatsu
– hermano menor de Shingen, peleó en la Batalla de Nagashino.
Itagaki Nobukata
– muerto durante la Batalla de Uedahara de 1548.
Kōsaka Danjō
Masanobu – tuvo una participación importante durante la Cuarta Batalla de
Kawanakajima, pero no estuvo presente en la Batalla de Nagashino.
Naitō Masatoyo
Obata Toramori –
muerto en 1561, se documenta que recibió 40 heridas en 30 batallas.
Obata Masamori –
llevó el mando del contingente principal de caballería durante la Batalla de
Nagashino.
Obu Toramasa
Ohama Kagetaka –
Muerto en 1597.
Oyamada Nobushige
– peleó en las batallas de Kawanakajima, Mikatagahara, y Nagashino.
Saigusa Moritomo
– muerto durante la Batalla de Nagashino de 1575.
Sanada Yukitaka -
daimyō de la Provincia de Shinano que se sometió a Shingen.
Sanada Nobutsuna
- muerto durante la Batalla de Nagashino de 1575.
Tada Mitsuyori
Takeda Nobushige
– hermano menor de Shingen, muerto en la Cuarta Batalla de Kawanakajima de 1561.
Takeda Nobukado –
hermano de Shingen, muerto en 1582.
Tsuchiya
Masatsugu – peleó en la Batalla de Mikatagahara, murió durante la Batalla de
Nagashino en 1575.
Yamagata Masakage
– peleó en la Batalla de Mikatagahara y en el Asedio de Yoshida, murió en la Batalla
de Nagashino en 1575.
Yamamoto Kansuke
– estratega durante las cuatro Batallas de Kawanakajima, donde murió.
Yokota Takatoshi
– muerto durante el Asedio de Toishi en 1550.
Las Siete Lanzas de Shizugatake
(Shizugatake no shichi-hon-yari) fueron los más altos generales de Toyotomi
Hideyoshi, quien tomó el control de Japón durante finales del siglo XVI. Todos
fueron miembros de su guardia de élite durante la Batalla de Shizugatake en 1583.
Las “Siete Lanzas” de ésta batalla en
particular fueron:
Fukushima Masanori (1561-1624) –
Premiado con el han de Kiyosu (Provincia de Owari) después de esta batalla;
peleó por Tokugawa Ieyasu en la Batalla de Sekigahara.
Hirano Nagayasu
Kasuya Takenori
Katagiri Katsumoto
Katō Kiyomasa (1562-1611) – Uno de los
guerreros samurái más famosos del período Sengoku. Kiyomasa comandó las tropas
de Hideyoshi durante las invasiones japonesas a Corea.
Katō Yoshiaki (1563-1631) – Comandó la
flota de Hideyoshi durante su invasión a Corea.
Wakizaka Yasuharu (1554-1626) – Sirvió a
Akechi Mitsuhide antes de hacerlo para Hideyoshi, es famoso por cambiar de
bando del lado de Ishida Mitsunari del Ejército del Oeste al bando de Tokugawa
Ieyasu a mitad de la decisiva Batalla de Sekigahara.
Mujeres
guerreras
Las mujeres también
efectuaban un suicidio ritual llamado jigai, y a diferencia del seppuku
masculino, se cortaban la garganta.
Durante los
primeros siglos de historia de Japón, fue evidente la fuerte carga matriarcal
que tenía la sociedad. Una muestra de ello es el papel y el énfasis conferido a
Amaterasu dentro del mito de la creación entre todos los kami. Entre las
primeras crónicas japonesas, es recurrente escuchar acerca de reinas dirigiendo
el ejército contra fortificaciones enemigas a lo largo de Yamato o del estrecho
de Corea. De esto también quedó constancia en documentos chinos, donde un
enviado aseguraba que una mujer, Himiko no Yamatai, era considerada como la
máxima autoridad gobernante del país. A partir del periodo Heian las mujeres
dejaron de participar directa y activamente en los campos de batalla. No
obstante, seguían practicando artes marciales y técnicas de auto defensa. El
naginata era su arma preferida debido a su largo alcance y versatilidad, junto
con el yari. Estas armas solían estar colgadas en las puertas de los hogares
militares para en el caso de que algún intruso se presentara. Otra arma en cuyo
manejo eran especialistas era un puñal corto llamado kaiken, el cual era útil
en combates a corta distancia. El kaiken servía también como el arma en que las
mujeres cometían el suicidio ritual conocido como jigai. Este último se
diferenciaba del seppuku masculino en que, en lugar de cortarse el vientre, el
corte se efectuaba en la garganta.
Dentro de las
mujeres guerreras más famosas destaca Tomoe Gozen. De ella se dice que, después
de matar a varios enemigos en un solo combate, el líder de las fuerzas
enemigas, Uchida Iyeyoshi, intentó capturarla él mismo. Durante la escaramuza,
Uchida intentó tirarle de una manga para bajarla del caballo. Esto enfureció
tanto a Tomoe, que giró sobre su adversario y le cortó la cabeza, trofeo que
más tarde presentó a su esposo. Se dice que, en otra batalla, después de varias
horas de combate, ella era una de los últimos siete guerreros de pie. Según la
leyenda, su última acción fue cuando, al enterarse de que su esposo Minamoto no
Yoshinaka estaba a punto de ser derrotado, decidió adentrarse en el campo de
batalla con el objeto de brindarle tiempo suficiente para que pudiera morir
honrosamente cometiendo seppuku. Con el afán de lograr su cometido, cabalgó
hasta donde se encontraba el más diestro de los guerreros enemigos y lo retó,
intentando atraer la atención del resto de los combatientes. Se dice que
efectivamente logró vencer y decapitar a su rival, sin embargo, cuando llegó al
lugar donde se encontraba su esposo, este había muerto por el impacto de una
flecha. Esto la desalentó tanto, que bajó la guardia y murió a manos de varios
guerreros en ese mismo lugar.
Nō
El nō (nō') o noh
es una de las manifestaciones más destacadas del drama musical japonés que se
ha realizado desde el siglo XIV.
Se trata de un
drama lírico japonés que tuvo su apogeo en el siglo XVII, época en que datan
los primeros textos impresos, atribuidos a Kwanami y a su hijo Zeami (ambos de
comienzos del siglo XIV). El Nō procede de las danzas rituales de los templos,
de las danzas populares, de los escritos budistas y de la poesía, mitología y
leyendas populares japonesas y chinas. En oposición al teatro Kabuki, es un
drama aristocrático que sigue teniendo su público en la actualidad y se representa
en un cuadrilátero elevado y rodeado por dos lados de público. En uno de sus
lados hay un balcón con un coro de diez cantantes y en el fondo un estrado para
cuatro músicos. No hay telón de fondo y los decorados se reducen a cuatro
postes con un tejado para representar un palacio, un templo o cualquier otro
lugar. Hay dos actores principales acompañados en algunas escenas, vestidos con
gran riqueza. El primer actor lleva máscara durante la danza que constituye el
núcleo de la obra. Entre las cinco piezas que constituyen un programa dramático
Nō se intercalan interludios cómicos de carácter entremesil o farsesco
(Kyōgen), representados con trajes corrientes, sin máscaras y con un lenguaje
vivo y actualizado. La temática de los dramas nō es solemne y trágica, y
siempre alude a algún tipo de redención usando el simbolismo aparente de alguna
leyenda o hecho histórico; el lenguaje está muy elaborado, es aristocrático y
elevado y abunda en arcaísmos. Un programa Nō contiene cinco piezas y cuatro
farsas Kyogen y dura de cuatro a cinco horas.
Su desarrollo se
remonta al siglo XIV. Junto con la muy emparentada farsa kyōgen, evolucionó a
partir de diversas artes populares y aristocráticas, incluyendo el dengaku, el
shirabyōshi y el gagaku. Kan'ami y su hijo Zeami Motokiyo dieron al nō su forma
actual durante el período Muromachi. Posteriormente, este estilo influiría en
otras formas dramáticas, como el kabuki y el butō.
El nō es único
por su lentitud, su gracia austera y por el uso distintivo de máscaras, y
representa verdaderamente un rasgo específico de la cultura japonesa, que
consiste en encontrar la belleza en la sutileza y formalidad.
Historia
Sarugaku y Dengaku
Hasta el siglo
XIV, el nō era conocido como Sarugaku no nō, o simplemente sarugaku. Este
último término proviene de sangaku que designa toda la gama de artes del
espectáculo, incluida la acrobacia, el malabarismo, la prestidigitación y la
pantomima, importada de China. Progresivamente la pantomima cómica se convirtió
en la principal atracción produciendo el cambio de nombre (sarugaku puede ser
entendido como espectáculo de mímica).
Durante la misma
época, las tradiciones y los ritos campesinos habían dado nacimiento al
dengaku, conjunto de bailes y rituales destinados a asegurar buenas cosechas y
apaciguar a los malos espíritus que eran efectuadas principalmente en los
períodos de las cosechas de arroz. Practicadas en conjunto con las prácticas
adivinatorias del budismo esotérico, estos rituales tenían el apoyo de grandes
señores feudales pertenecientes a grandes templos budistas. Este respaldo
acercó a los bailarines dengaku a enfatizar la dimensión dramática de su arte.
El kagura, a menudo mencionado como una fuente esencial del nō, es asimismo una
forma de dengaku.
Kan'ami y Zeami
La popularidad
del dengaku estaba en su apogeo cuando nació Kiyotsugu Kan'ami (1333 - 1384),
que en 1345, fue patrocinado por Yoshimitsu Ashikaga, futuro shōgun. El apoyo
de este poderoso personaje permitió a Kan'ami desarrollar una síntesis de la
pantomima sarugaku con los bailes y canciones del dengaku dando como resultado
un arte elegante y refinado, adaptado a los gustos de un público aristocrático.
La autoría del nō
se debe, sin embargo, al hijo de Kan'ami, Motokiyo Zeami (1363-1443), actor en
la compañía de su padre, quien también gozó del favor del shōgun. Llevando la
estilización más lejos de lo que había hecho su padre, impuso el yūgen, la elegancia
tranquila, denotando el espíritu sutil y profundo, y el hana, que indica la
novedad, como ideales del nō. Zeami fue al mismo tiempo actor, productor, y
autor prolífico, escribiendo cada una de las piezas y manuales teóricos que
llegarían a ser las fuentes del nō. Es probable que haya revisado y
profundizado la mayoría de las piezas escritas por su padre, como también las
obras creadas con anterioridad. Debido a la limitación impuesta por estas
nuevas reglas, el aspecto cómico del sarugaku encontró su expresión en la forma
cómica del kyōgen cuyas representaciones se vinculan como un contrapunto a las
del nō. El ensayo esencial de Zeami es la Transmisión de la flor y el estilo
(Fushi Kaden), escrito en 1423, que sigue siendo una obra fundamental para los
actores contemporáneos.
Shogunatos y nō
La historia
posterior del nō está estrechamente vinculada a sus relaciones con el poder.
Así pues, después de la muerte de Kan'ami, tres personas compartieron la
dirección del teatro. Él mismo Zeami, su primo On'ami (muerto en 1467) y su
hermano adoptivo Zenchiku Konparu (1405 – 1470). Adeptos a un estilo más
extravagante que el de Zeami, y sin duda mejores actores, On'ami y Konparu
recibieron el favor de los sucesores de Yoshimitsu Ashikaga, los shōgun
Yoshinori Ashikaga (1394 – 1441) y Yoshimasa Ashikaga (1436 - 1490), mientras
que Zeami cayó en desgracia.
La Guerra de
Ōnin, que ocasionó el debilitamiento del poder de los shōgun, fue un grave
golpe para el nō. Con el fin de sobrevivir, los descendientes de On'ami y de
Zenkichu Konparu intentaron dirigirse a un público más amplio presentando más
acción y a más personajes.
Sin embargo, el
renacimiento del nō tuvo lugar bajo los auspicios de Oda Nobunaga (1534 – 1582)
y de Toyotomi Hideyoshi (1537 – 1598), este último un gran aficionado al nō,
quienes garantizaron la protección de las compañías. Al mismo tiempo, la
cultura espléndida de la época Momoyama marcó profundamente al nō,
transmitiéndole el gusto por los trajes majestuosos, la forma de las máscaras
(empleadas hasta el día de hoy) y la forma del escenario. Es también en esta
época que se establece el repertorio del nō.
Esta protección
continuó durante el período Edo bajo la autoridad del shogunato Tokugawa,
siendo designado ceremonia ritual por el gobierno shogunal. Ya profundamente
vinculado a una transmisión familiar, el nō pasó a ser completamente un asunto
de familia, donde cada actor debía pertenecer al clan (la adopción de adultos
era entonces una práctica corriente, permitiendo de esta forma integrar nuevos
actores). Esta evolución debe entenderse en relación con la división de la
sociedad en clases cada vez más herméticas que tiene lugar durante esta época.
Elemento esencial
del entretenimiento de los shōgun y por extensión de los samurái, el nō quedó
prácticamente reservado a éstos últimos. Bajo la influencia de este público,
las representaciones se hicieron más solemnes y más largas, volviéndose un arte
serio que exigía una gran concentración de parte del público.
Hacia el nō contemporáneo
El nō, junto a
sus protectores, casi desapareció durante la era Meiji y aunque había perdido
el apoyo gubernamental, recibió junto al kyōgen el reconocimiento oficial como
dos de las tres formas nacionales de drama. El nō volvería en gracia y majestad
a partir de 1912, siendo en esta época, cuando se comienza a utilizar el
término nōgaku, para designar el conjunto formado por el nō y el kyōgen,
construyéndose además las primeras salas exclusivamente dedicadas a este arte.
De nuevo
amenazado, inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, el nō consigue
sobrevivir y constituye en el siglo XXI una de las artes tradicionales más
establecidas y mejor reconocidas. El nō fue la primera forma de arte dramático
en inscribirse, en 2001, en la lista representativa del Patrimonio Cultural
Inmaterial de la Humanidad de la Unesco como parte del nōgaku, conjuntamente al
kyōgen.
Además de los
actores, el escenario está ocupado por cuatro músicos dispuestos en la parte
posterior del escenario en un espacio entarimado de 120 cm de profundidad que
deben en todo momento realizar movimientos que se encuentren en armonía con la
kagami-ita, y un coro de ocho a doce personas que se sitúan al lado derecho en
una extensión de aproximadamente 1 metro. La música se produce por medio de
tres tipos de tambores de tamaño creciente, que llevan el compás; un tambor al
hombro (ko-tsuzumi), cuyo parche requiere humedad para emitir un tono embozado;
un tambor de rodilla (ō-tsuzumi), cuyo parche se seca para emitir un tono alto
y estruendoso; y un tambor aplanado (taiko), que marca el ritmo con dos
baquetas de ciprés. A esto se suma una flauta de bambú, único instrumento que
lleva la melodía, con siete agujeros (fue), construida para hacer sonidos
extraños y precarios. Los dos primeros tambores tienen el cuerpo de cerezo,
mientras que el tercero es de olmo y sus parches son hechos de cuero de caballo
ajustados por cuerdas de lino. La música tiene por función crear el ambiente, a
menudo una atmósfera extraña, en particular cuando intervienen elementos
sobrenaturales, pero no debe interferir de manera alguna ni sobreponerse a la
actuación del bailarín. Debido a que las antiguas máscaras nō se sostenían por
la boca y los actores no podían pronunciar texto, era el coro el que
antiguamente hablaba en su lugar. Actualmente, el coro se encarga de
proporcionar los elementos de narración y de decir las réplicas al actor cuando
éste realiza una danza o de ampliar la intensidad dramática de un monólogo. El
predominio de las percusiones en la música destaca la importancia fundamental
del ritmo en la representación del nō.
El nō, como drama
cantado, es considerado por muchos como la ópera japonesa. Sin embargo, el
canto en el nō involucra un rango tonal limitado, con largos y repetitivos
pasajes en un rango dinámico pequeño. Ciertamente, la melodía no es el centro
de la canción del nō. Aunque, los textos son poéticos, utilizan
considerablemente el ritmo familiar siete-cinco japonés, que se conoce en el
temprano waka y en el posterior haiku, con una economía de expresión y una
abundancia de alusiones.
A causa del
establecimiento del repertorio a finales del siglo XVI, el texto está en
japonés antiguo, incomprensible para los japoneses contemporáneos, por lo que
la mayoría de las salas proponen traducciones del texto.
Actores
Existen cuatro categorías mayores de
actores en el nō y ocho categorías principales de papeles:
·
Shitekata:
corresponde al tipo de actor de obras más representado. Estos actores
interpretan distintos papeles, Shite (actor principal), Tsure (acompañante del
shite), Jiutai (coro, usualmente 6-8 actores) y Koken (ayudantes de escena,
usualmente 2-3 actores).
·
Wakikata,
personifica los papeles de waki, personaje secundario que son la contraparte
del Shite.
·
Kyogenkata,
estilo de obra reservado a los actores que desempeñan los papeles populares en
el repertorio del nō y toda la distribución de las piezas kyōgen (representadas
como intermedio entre dos obras nō).
·
Hayashikata,
son los instrumentistas que tocan los cuatro instrumentos utilizados en el nō.
Los actores que
interpretaran papeles de shite y waki son instruidos separadamente, bajo la
dirección de profesores diferentes. Es imposible pasar de una categoría a otra,
lo que aumenta el contraste, en la obra, entre los dos tipos de protagonistas.
En
el teatro Noh todos los actores son hombres, aunque recientemente es posible
ver mujeres sobre el escenario.
Existe
una clasificación muy clara entre los personajes de Noh:
-Shite
Este es el
personaje principal, que es casi el único que utiliza mascaras para representar
papeles femeninos, de ancianos, dioses, demonios, etc. Aunque es el mismo
actor, cuando aparece en una obra en dos actos se le conoce como Maejite (lit.
Shite de antes) en el primero, y Nichijite en el segundo (Shite posterior). En
muchas de las obras en dos actos el Shite hace de personaje humano en el primer
acto, y de espíritu (dios, demonio, etc) en el segundo.
-Waki
Segundo actor. A
diferencia de muchos géneros de teatro en los cuales el segundo actor es un
personaje antagónico, la función del Waki es la de enfatizar las
características del Shite o personaje principal, a veces por antagonismo, o a
veces simplemente haciendo comentarios sobre el Shite. Usualmente las partes o
líneas del Waki son mucho más cortas que las del actor principal. El Waki
podría aparecer al comienzo de la obra haciendo una introducción a esta, y
luego ser un personaje de apoyo, de oposición o un apaciguador como lo sería un
monje que a través de sus rezos trata de ayudar al espíritu a encontrar la paz.
-Tsure
Tanto el Shite
(principal) como el Waki (secundario) pueden aparecer en escena con una especie
de acompañante que en Noh es conocido como Tsure: Shite-tsure y Waki-tsure. Hay
obras, como Shunkan, en las que el Shite aparece con dos Tsure, mientras que el
Waki no tiene personaje acompañante.
-Ai-kyôgen
Los Ai-kyôgen son
los únicos actores externos que actúan en Noh. Estos son primero que todo
especialista en los interludios kyôgen que se desarrollaron paralelos al Noh
desde el siglo XIV, pero cuando se les requiere en Noh aparecen como
campesinos, sirvientes o barqueros. Llevan los típicos trajes a cuadros de los
campesinos de kyôgen y hablan casi siempre en un lenguaje más informal que el
de los actores de Noh.
-Kokata
Actores niños. En
Japón existe un sistema de transmisión de la tradición conocido como Iemoto en
el cual se hereda un arte de una generación a otra y en lo posible dentro de la
misma familia. Es así como es usual ver en algunas formas de teatro y música a
niños que han sido entrenados casi desde el momento de nacer. En Noh en los
primeros años estos niños representan usualmente papeles de niños, pero ya
entrada la adolescencia pueden llegar a representar papeles de adultos, sin
importar que físicamente no coincidan con la edad del personaje que
representan.
-Koken
Ayudantes en
escena. Una característica de las principales de teatro en Japón es el empleo
de ayudantes sobre el escenario. Estos tienen como función alcanzar objetos,
ayudar a acomodar los trajes y máscaras de los actores en casos necesarios, recordarles
a los actores sus líneas en casos en los que se les olvide, etc. Hay ayudantes
para el actor principal, actores secundarios, y para los músicos. El ayudante
del Shite o actor principal es usualmente alguien que ya ha sido actor
principal y se le considera el gran maestro sobre el escenario, y es la persona
responsable de que la obra llegue a su término sin tropiezos. En el caso de los
ayudantes de los músicos, estos tienen como función principal cambiar los
instrumentos cuando están desafinados. Esto ocurre cuando después de un pasaje
de ritmos rápidos el cuero de alguno de los tambores se ha destemplado y ya no
es posible mantener la afición. En eso momento el ayudante sale por una pequeña
puerta llamada Kirido ubicada al lado derecho del escenario y trae un nuevo
tambor. Este tipo de ayudantes también se pueden apreciar en Kabuki, kyôgen, y
en el teatro de títeres Bunraku.
La división de
roles en el Noh se da en una forma muy clara. Estos se dividen en tres
categorías y para cada categoría existen escuelas o estilos de entrenamiento y
actuación específicas. Las tres categorías son Shitekata, Wakikata y
kyôgenkata. En Shitekata existen cinco escuelas: Kanze, Kongo, Komparu, Kita y
Hosho. Para el Wakikata existen las escuelas Hosho (o Waki Hosho), Takayasu y
Fukuo. (Las escuelas de actores kyôgen serán analizadas en la sección sobre
kyôgen en esta enciclopedia)
Un "Ko-jo"
(viejo) la máscara, en la colección del Museo de los Niños de Indianápolis
Máscara nō de mujer.
Máscaras de demonio
Kitagawa Utamaro
(1754-1806) es el pintor y grabador más célebre del submundo del placer.
Todas las grandes ciudades del Japón poseían sus distritos entregados al
placer, donde también se desarrollaban los teatros kabuki, las sesiones de sumo
y los espectáculos callejeros. Este espacio social constituía el llamado
"mundo flotante" del periodo Tokugawa. Se habla de un "mundo
flotante" porque el orden normal de la sociedad es alterado, rechazado y
trasformado. Era el espacio donde se abandonaba el rigor, el esfuerzo y la
moral y las normas para deslizarse, flotar, hacia el placer, el espectáculo, y
la distracción. Utamaro inmortalizó a numerosas mujeres de este ambiente.
[Utamaro] creó un tipo absolutamente nuevo de la belleza
femenina. Al principio fue contenido para dibujar la cabeza en proporciones normales
y bastante definitivamente ronda en forma; sólo el cuello en el que se planteó
esta cabeza estaba ya notablemente delgado... Hacia mediados de la década
décima estas proporciones exageradas del cuerpo habían alcanzado tal extremo
las cabezas eran dos veces mientras eran amplios, sobre delgados cuellos
largos, que a su vez se mecían sobre hombros muy delgados; el peinado alto
bombeado hacia fuera a tal grado que casi superado la cabeza sí mismo en grado;
los ojos fueron indicados por cortes cortos y fueron separados por una nariz
desmesuradamente larga de una boca infinitamente pequeño; las túnicas suaves
colgaron libremente sobre figuras de una delgadez casi sobrenatural.
—
Woldemar von Seidlitz, Geschichte des japanischen Farbenholzschnittes, 1897
Fujin Sōgaku
Jittai ("Diez fisonomías de las mujeres") y el Fujo Ninsō Juppin
("Diez clases de fisonomía de las mujeres") son los títulos de lo que
pudo haber sido dos series de grabados ukiyo-e diseñados por el japonés artista
Utamaro y publicado c. 1792-93. Sólo cinco impresiones de una serie y cuatro de
los otros sobreviven y una impresión aparece en ambas series, por lo que se
conocen ocho impresiones distintas. Las dos series pueden se hicieron de las
impresiones del mismo, o pueden haber sido la misma serie con un cambio de
título parcialmente a través de la publicación.
Utamaro tenía
otra serie publicada c. 1801-04 titulado Fujin Sōgaku Jittai. esta serie es de
impresiones diferentes de la anterior y se sabe que han tenido diez todas las
impresiones en el conjunto publicado.
Kitagawa Utamaro
(c. 1753–1806) hizo su nombre en la década de 1790 con sus retratos de bijin
ōkubi-e ("cabeza grande fotos de mujeres hermosas"), centrándose en
la cabeza y parte superior del torso, un estilo que otros habían empleado
previamente en retratos de actores de kabuki. Utamaro experimentó con técnicas
de impresión para sacar diferencias sutiles en las características, expresiones
y telones de fondo de temas de una amplia variedad de clases y de fondo, línea
y color. Bellezas individualizadas de Utamaro fueron en agudo contraste con las
imágenes estereotipadas, idealizadas que había sido la norma.
Serie de 1792-93
Los grabados son
retratos de busto ōkubi bijin-ga "cabeza grande" de bellezas
femeninas en ōban-tamaño (sobre 25 por 36 centímetros, 10 × 14 en) están entre lo
más temprano de Utamaro ōkubi bijin-gay entre el más temprano de sus trabajos
con kirazuri, la aplicación de polvo de mica para los fondos para crear un
efecto brillante. Las impresiones se consideran algunas de las mejores
representaciones de la obra de Utamaro. Las impresiones multicolor nishiki-e
fueron publicados c. 1792-93 por Tsutaya Jūzaburō.
Los títulos de la
serie declaran diez copias en cada juego. Cinco son conocido de Fujin Sōgaku
Jittai y cuatro de Fujo Ninsō Juppin; la impresión Popen o Fuku Musume aparece
en ambas series, sugiriendo las dos series puede se hicieron de las impresiones
del mismo. Cada impresión tiene un rebus con espacios para el título de la
serie, el título de impresión y firma de Utamaro, que lee sōmi Utamaro ga
("dibujado por Utamaro el fisonomista"), seguido por el sello de la
editorial.
En el Fujo Ninsō
Juppin imprime Utamaro muestras sí mismo sōmi Utamaro Koga
("cuidadosamente dibujado por Utamaro el fisonomista"). Sólo Uwaki no Sō y Omoshiroki Sō tienen sus
títulos en las impresiones; el resto tienen un espacio en blanco donde el
título sería. No se sabe por qué, pero ha especulado que los títulos hayan sido
retirados después de los primeros en respuesta a algunas quejas, y que quizás
más quejas condujeron a un cambio en el título de la serie, posiblemente sobre
el uso de especializado el término sō Gaku.
Se supone las
palabras Lee sōmi y que se refieren a una persona que lee physionomies, así la
firma puede traducir como, esto tiene que ver con Sōgaku, una pseudociencia que
se creía un análisis de rasgos faciales ("physignomy") podría revelar
rasgos de personalidad. Los textos fueron publicados en el momento en estos
análisis. Análisis de Utamaro no fueron basados en estas observaciones, sino en
las alusiones a otros libros, como la historia ilustrada por Santō Kyōden de
una prostituta disfrazada de bailarina y un libro erótico ilustrado por Utamaro
y Katsukawa Shunchō llama Ehon Hime Hajime ("Libro del cuadro: primera vez
princesas", 1790), en los tipos faciales se comparan a los aspectos de los
órganos sexuales. Los espectadores probablemente eran conscientes de las
alusiones de las impresiones a estos libros.
Eiji Yoshida
registró el título de otro en la serie de Fujo Ninsō Juppin Kasō no Bijin no
Hanshin Zu ("Foto de medio cuerpo de belleza de clase baja"), en el
último volumen de Jiten de Ukiyo-e, pero no se conocen detalles de su
composición. Yoshida señaló también que un catálogo de 1915 para la Yamanaka
Shōkai empresa comercial enumera un Chawan o Noseta Chataku o Motsu Onna
("Mujer que sostiene un plato con una taza de té en él") de la Fujin
Sōgaku Jittai serie. Como no se puede confirmar estas impresiones, existe la
posibilidad de que la serie seguía siendo inacabada después de la publicación
de las impresiones del conocido ocho. Yoshida sugiere puede realmente ha habido
dos series: Fujo Ninsō Juppin quedó incompleta después de cinco copias, y Fujin
Sōgaku Jittai seguido pero también quedó completa. Yoshida basa esta suposición
en el hecho de que, aunque la serie ahd cambiado el nombre, no había razón para
Utamaro cambiar su firma de相見en uno a相観en el otro (leer sōmi y tienen el mismo
lo que significa).
Popen o Fuku Musume
("Mujer joven soplando un vaso de poppen"), que aparece bajo ambos
títulos de la serie de c. 1792-93
Uwaki no Sō
En Uwaki no Sō
una mujer joven, probablemente en sus 20s, se viste descuidadamente en un
yukata, con la cabeza dada vuelta detrás de ella, mirando fuera de la imagen.
Ella probablemente está regresando de un baño de sentō. Limpia las manos con un
paño sobre su hombro derecho.
En japonés
moderno, uwaki significa generalmente "infidelidad sexual"; menos a
menudo significa "alegre" o "frívola" o indica una
disposición vistosa. En Utamaro la palabra hace referencia a tiempo una
personalidad frívola tiende a seguir modas y tendencias.
La mujer tiene
una horquilla kanzashi y un peine colocado casualmente en el pelo. Ella tiene
su boca abierta ligeramente, como si estuviera a punto de hablar, y tiene una
mirada seductora en sus ojos, el fondo es espolvoreado con mica, una variedad
de mica, que produce un efecto brillante. Los pigmentos vegetales se han
desvanecido de sus colores originales; el kimono era más probable un azul
pálido.
Omoshiroki Sō
En Omoshiroki Sō
("El tipo de interés"), una mujer se mira en un espejo en la mano
derecha. Ella examina sus dientes, que se han ennegrecido con ohaguro, que las
mujeres casadas normalmente solamente aplicamos. Las mujeres aplicar ohaguro
normalmente son representadas con el espejo en la mano izquierda y el pincel
del ohaguro en la derecha.
Utamaro utiliza
un número limitado de colores en la impresión, que da la impresión de una
escena interior dim.
Tabako no Kemuri o Fuku
Onna
En Tabako no
Kemuri o Fuku Onna ("Mujer que sopla humo de tabaco"), Utamaro
representa a una joven mujer sosteniendo una pipa de tabaco kiseru. Ella se
sienta en una postura decadente con su kimono abierto, exponiendo sus pechos y
su pelo es que. El tubo se apoya sobre los dedos cuarto y quinto, con su pulgar
en el extremo en su índice y dedo medio, manteniendo en la parte superior. Ella
sopla una bocanada de humo con karasuri de grabación en relieve contra el fondo
con polvo de mica.
Uchiwa o Sakasa ni Motsu
Onna
En o Uchiwa
Sakasa ni Motsu Onna ("mujer que sostiene un ventilador de la mano boca
abajo"), una joven sostiene un redondo uchiwa ventilador de la mano boca
abajo con ambas manos, puede girar en círculos; ella aparece perdido en el pensamiento.
Un marco con
motivos finamente obi que envuelve su luz, verano haori, una chaqueta de
kimono-como. El gris haoride es de Gasa de seda, y sus mangas han resbalado
hacia abajo de los brazos de la mujer, revelando su piel blanca en el centro de
la composición, crestas de mon de cinco hojas de hiedra adornan el kimono, así
como una cresta de tres hojas de hiedra en el ventilador, lo que significa es O
Naniwa-Kita, un famoso chica de casa de té que apareció en muchas estampas de
Utamaro y otros.
Yubi-ori Kazoeru Onna
Yubi-ori Kazoeru
Onna ("Mujer con los dedos"), una mujer cuenta algo con los dedos de
su mano derecha. Su mano izquierda está en su faja obi, y su postura y
expresión facial sugieren que ella está pensando seriamente algo.
En japonés
kazoeru yubi-ori ("contar doblando los dedos") se refiere a un estilo
de dedo cuenta de que una persona comienza con la mano abierta y cuenta
doblando hacia adentro primero el pulgar ("uno"), entonces el dedo
índice a el dedo de bebé.
Sensu o Mochi Higasa o
Sasu Onna
En los coloridos
Sensu o Mochi Higasa o Sasu Onna ("Mujer que sostiene un ventilador de
mano y sombrilla"), una mujer se encuentra en una postura relajada, sin
prisa con un ventilador parasol y de la mano y vistiendo una edad-bōshi peinado
para mantener la suciedad del cabello. Esto fue una moda de verano con las
mujeres durante la era de Kansei.
Fumi Yomu Onna
En Fumi Yomu Onna
("Mujer leyendo una carta"), una mujer dice lo que es sin duda una
carta de amor, por las expectativas en ukiyo-e. Las expectativas también
prediría el destinatario para ser cortesana o chica joven, pero la mujer rapada
de cejas y dientes ennegrecidos con ohaguro muestran que está casada. Ella
tiene la carta cerca de sus ojos y probablemente lo lee secretamente y con poca
luz. El arco en su postura y su adherencia exprime la letra sugieren un
conflicto estado emocional provocado por una relación probablemente enredada.
Popen o Fuku Musume
En Popen o Fuku
Musume ("Mujer joven soplando un vaso de poppen"), una joven juega
con un popen, un juguete de cristal que cambia sonidos dependiendo de si la
respiración es soplada o aspirada a través de él; el cambio hace un
onomatopéyico po – pluma. Era que un tipo exótico de juguete de una niña
protegida de una respetable familia podría tener diversión inocente es probable
que la hija de una familia de comerciantes Rica. Al historiador de arte japonés
Tadashi Kobayshi, "Utamaro ha maravillosamente capturó justo cuando ella
parece a punto de alcanzar una belleza voluptuosa, más madura pero todavía
tiene que perder la inocencia y la ingenuidad de la infancia.
La joven lleva un
furisode, un tipo de kimono usado por las mujeres solteras jóvenes. Tiene un
diseño de dispersas flores de cerezo sobre un patrón a cuadros rojo y blanco.
c. 1801-04 serie
Tarde en su
carrera, Utamaro tenía otra serie Publicada en c. 1801-04 titulada Fujin Sōgaku
Jittai. Mientras que la serie más vieja parece haber quedado incompleta, la
última de la serie tiene un total de diez impresiones. Cada una viene con una
descripción en su de rebus y es firmada Kansō Utamaro ("Utamaro el
fisonomista").
La vertical
ōban-tamaño, color nishiki-e impresiones fueron publicadas por dos empresas:
las de Tsuruya Kiemon y Yamashiroya Tōemon, el número de impresiones por
Yamashiro tiene un contorno rojo alrededor de la cartela del título y llevan su
marca籐.
Las copias no
llevan los títulos siguientes; son proporcionados por los historiadores del
arte y a veces difieren, tanto en inglés como en japonés.
Chōchin wo Motsu Onna
Chōchin wo Motsu Onna
("Mujer que sostiene una lámpara de papel")
Kamisuki
En Kamisuki
("Peinando el pelo"), una mujer lava y peina su cabello en un lavabo.
Su torso desnudo se expone. La inscripción dice:
Diez
tipos en el estudio de la fisonomía de la mujer.
Ella
tiene un buen aspecto personal y en todos los sentidos es un buen tipo.
En
general sus pasiones son profundas, pero ella no es tonto que se deje funcionar
lejos con ella.
Kanetsuke
Kanetsuke
("aplicando el ohaguro")
Enkan wo Motsu Onna
Enkan wo Motsu Onna
("Mujer sosteniendo una pipa")
Kazaguruma
Kazaguruma
("Pinwheel")
Mayusori
Mayusori ("Cejas
afeitado")
Usu wo bolsa Onna
En Usu wo Hiku Onna
("Mujer moliendo en un mortero"), también llamado Hiki-usu
("mortero de piedra; piedra de molino"), una mujer con el pelo
envuelto en una toalla funciona una piedra de molino y riéndose de algo.
La inscripción dice:
Diez
tipos en el estudio de la fisonomía de la mujer.
Este
es un tipo muy tranquilo por naturaleza.
Su
fisonomía es buena y es diligente en todas las cosas; algo raro en una mujer
joven.
Nozoki-megane
En Nozoki-megane
("Peep-box"), también llamado Kawayurashiki no sō, una mujer se ve
dentro de una linterna mágica-como el dispositivo. La inscripción lee:
Diez
tipos en el estudio de la fisonomía de la mujer.
Mucho
mejor que el exterior sugeriría, y tener un exterior lindo y bueno que no
aparece en la superficie,
Este
es un tipo increíblemente encantadora fisonomía.
Fumi-kakushi
Fumi-kakushi
("Escondiendo una carta")
Fumi-yomi
Seirō Jūnitoki Tsuzuki ("Doce horas en Yoshiwara") es una serie de doce
estampas ukiyo-e diseñado por el artista japonés Utamaro y publicado en c. 1794,
representan escenas cortesanas en el distrito del placer de Yoshiwara en cada
hora de las doce horas del sistema tradicional japonés.
Descripción y análisis
La serie fue
publicada en c. 1794 por Tsutaya Jūzaburō. Las multicolor nishiki-e las
impresiones son en tamaño ōban, sobre 37 por 24 centímetros (15 × 9 in).
Seirō
("house[s]") verde se refiere a los barrios de placer de yūkaku con
licencia — específicamente Yoshiwara. El término seirō que se originó en chino
para denotar un pabellón en el que un noble mantuvo a una amante; en vez de
Utamaro, conoce más privilegiadas casas de placer de Yoshiwara.
La serie retrata
un día en Yoshiwara, comenzando con una secuencia después de mañana en la
salida del sol hora de la liebre en las doce horas sistema japonés tradicional,
en el que cada unidad de toki duró dos horas modernas. Los títulos aparecen en
una leyenda en forma de un reloj Japonés en una esquina de cada impresión,
aunque muchos de los grabados demuestran a cortesanas en el medio de
entretenimiento, los visitantes masculinos no aparecen, dejando a los
compradores de las impresiones a imaginarse en el papel de cliente. Las escenas
se enmarcan como si en momentos franca, pero están diseñadas para el beneficio
de la mirada masculina, como no importa el lugar, hora y estado de agotamiento,
las mujeres mantienen su belleza.
U no koku
U no koku es a la hora
del conejo, de 6:00 de la mañana.
Tatsu no koku
Tatsu no koku es la
hora del dragón, de 8:00 de la mañana. Dos cortesanas en la cama a esta hora
temprana, su agotamiento significada por su desaliñado ropa y pelo. Es probable
que sus clientes les vería en tal estado y a tal hora.
Mi no koku
Mi no koku es a la hora
de la serpiente, de 10:00 de la mañana.
Uma no koku
Uma no koku es la hora
del caballo, de 12:00 mediodía.
Hitsuji no koku
Hitsuji no koku es a la
hora de la cabra, aproximadamente 2:00 de la tarde. Esto sería probablemente
justo antes de la presentación por la tarde hiru-puesta de prostitutas.
A la izquierda se
encuentra un montón de bambú de adivinando palos, sugiriendo que las cortesanas
están visitando a un adivino, en cuyo caso los pequeños paquetes envueltos en
el piso por los palos serían ofertas de dinero al cajera. El nuevo, joven
cortesana en el medio parece ser explicando cómo lectura palm funciona a kamuro
a la derecha.
Saru no koku
Saru no koku es la hora
del mono, de 4:00 de la tarde.
Tori no koku
Tori no koku es la hora
del gallo, de 6:00 de la tarde.
Inu no koku
Inu no koku es la hora
del perro, de 8:00 de la tarde.
Una cortesana se
sienta sobre una alfombra de fieltro escarlata, tal vez en un harimise, donde
las prostitutas se sentaron en pantalla. Ella escribe una carta en un pergamino
largo; cortesanas debían escribir a los clientes. Ella dobla en una postura de
la media se eleva a susurrar en el oído de un kamuro, una joven que trabaja
como sirviente de una cortesana. Antes de que la cortesana encuentra una
bandeja tabaco lujoso decorada con makie.
yo no koku
yo no koku es la hora
del cerdo, de 10:00 de la tarde. En ese momento, las cortesanas son entretenido
todavía sus huéspedes; la mujer en la izquierda se sienta erguido, llevar el
plato de un invitado. A la derecha antes de que ella es un kamuro, una joven
que trabaja como sirviente de una cortesana, que parece estar dormido a una
hora. Las diagonales de kamuro's postura y brazo extendido de la cortesana
contribuyen al equilibrio en la composición.
Ne no koku
Ne no koku es la hora
de la rata, sobre medianoche. Las dos mujeres en la impresión se están
preparando para la cama después de terminar con las festividades de la noche.
La cortesana en la derecha ha cambiado en simple de dormir y es apretando su
faja obi con ambas manos. En una postura de levantamiento de media que sus
colegas en la mujer a la izquierda, que parece ser una cortesana joven en
formación, está doblando encima de kimono de uchikake la primera mujer con
ambas manos y la barbilla.
Ushi no koku
Ushi no koku es la hora
del buey, aproximadamente 2:00 de la mañana. Es en la noche, la mujer en la
impresión ha terminado su trabajo y es en su dormir; la nuca de su cuello y su pierna izquierda
sobresale de su manto. Ella aparece agotada, y se cuelga de su pelo despeinado
como su cabeza se cuelga. Tiene alguna cadena de papel torcida en la mano
derecha, luz para iluminar su camino y poco kaishi de papel en su mano
izquierda, como si en su camino al baño. Ella se pone unas sandalias zōri, el
calzado habitual de cortesanas en los pasillos de las casas de placer de
Yoshiwara. Su bolsa de encanto mamoribukuro cuelga de un biombo a la derecha del
espectador. El historiador de arte Julie Nelson Davis señala que la impresión
se puede diseñar como una "representación comprensiva de una mujer
agotada", aunque ella "se representa como una forma elegante en un
escenario diseñado para la mirada masculina".
Tora no koku
Kōmei
Bijin Rokkasen
("Renombre bellezas de las seis mejores casas") es una serie de
grabados ukiyo-e diseñados por el artista japonés Utamaro y publicado en
1795-96. Los temas eran conocidas cortesanas, geisha y otros asociados con los
barrios de placer de Yoshiwara de Edo (moderno Tokio).
Debido a las restricciones legales, los
nombres de las mujeres aparecen no aparecen en las impresiones. Para evitar
esto, hanji-e imagen-rompecabezas aparecen en rebus en la parte superior de
cada impresión; resolverlas revela los nombres. En 1796, el restirctions fue
rechazado incluso el hanji-e. Después de eso, las impresiones fueron reeditadas
como Fūryū Rokkasen ("Elegante seis poetas inmortales"), con el
hanji-e sustituida por cuadros de Rokkasen "Seis poetas inmortales"
del día 9 siglo.
Descripción y análisis
La serie describe
seis bellezas bien conocidos asociados con los barrios de placer de Yoshiwara,
cortesanas, geishas y similares. Un rebus aparece en la esquina de cada
impresión el título Kōmei Bijin Rokkasen ("Renombre bellezas de las seis
mejores casas") y un hanji-e rompecabezas. Esta fue hecha en respuesta a
un edicto shogunal de 1793 (una de las Reformas Kansei) que prohibió la
inscripción de nombres en ukiyo-e, para
conseguir y saltarse esta prohibición y tal vez añadir el placer de un
rompecabezas para los telespectadores pudieran resolver, Utamaro recurrió a
hanji-e para simbolizar el nombre del modelo. Las restricciones se ampliaron
para incluir estas medidas en 1796.
En Fūryū Rokkasen
hanji-e se sustituye por la figura sentada de uno de los rokkasen "seis
poetas inmortales" mitad del siglo 9. Rokkasen es spellt con diferente
kanji caracteres en las dos series; la anterior es una parodia de este último,
que se deriva de los caracteres kanji original para los poetas rokkasen. Ambas
series fueron publicadas por Ōmiya Kenkura y firma hitsu Utamaro. Calcula el
rango de fechas de publicación de 1794 a 1798.
Existen otras
diferencias de menor importancia en copias impresas, impresión de O-Kita, por
ejemplo, tiene ediciones con y sin el sello de saishutsu
("aparición"), y hay ediciones de Hinodeya goke y Hisa O con las
cejas y con las cejas afeitaron.
Naniwaya O-Kita
Utamaro
representa a la muchacha popular teahouse O Kita de Naniwaya cuando tenía cerca
de 18. El Naniwaya fue una casa de té cerca de Santuario de Asakusa. Ella está
en una postura modesta ofreciendo un vaso de agua en un platillo. Lleva una
horquilla adornada con una flor de paulownia en ella y su ropa es con motivos
de hiedra estilizado, ambos símbolos asociados con O-Kita.
El nombre de
O-Kita se descifra de hanji-e como sigue: de arriba a abajo, dos racimos de
colza (ni na - wa; wa es una palabra japonesa contador de paquetes), una flecha
(ya), el mar abierto offshore (y un arroz arrozal (ta). la versión de Fūryū
Rokkasen coincide con O-Kita con Ariwara no Narihira. hay diversas
interpretaciones para por qué algunas ediciones oso el sello saishutsu
("aparición"), como eso Kita O había retirado del público y hace una
aparición.
Versión de Kōmei Bijin
Rokkasen - Versión Fūryū Rokkasen, coincidencia O Kita con el poeta Ariwara no
Narihira
Tatsumi Rokō
Versión de Kōmei Bijin
Rokkasen - Versión Fūryū Rokkasen, emparejando Rokō con el poeta Toba Sōjō
Utamaro retrata a
las geishas Rokō del distrito Tatsumi (Tatsumi Rokō). Ella posa con su mano
derecha colocado detrás de su oreja derecha y el cordón con una bolsa de incienso es visible alrededor de
su cuello.
Rokō era un
nombre artístico de Segawa Kikunojō II, un actor de kabuki que se especializó
en los papeles onnagata jugar a mujeres jóvenes; fue tan popular que algunas
mujeres tenían Rokō anexa a sus nombres. Tatsumi significa "sureste"
y se refiere al sureste zona Fukagawa Edo Castillo; Fukagawa era conocido por
su barrio de placer yūkaku, de esto se deduce que "Tatsumi Rokō" se
refiere a una belleza popular de Fukagawa, pero no está claro quién era ella.
Nombre de Rokō se
descifra de hanji-e como sigue: de arriba a abajo, un dragón (tatsu), una
serpiente (mi en el zodiaco chino), un par de remo scull (ro) y algunos
incienso ardiente (kō). En la versión de Fūryū Rokkasen ella se empareja con el
poeta Sōjō Henjō.
Takashimaya O-Hisa
Versión de Kōmei Bijin
Rokkasen con cejas - Versión de Kōmei Bijin Rokkasen sin eybrows
Utamaro
representa Takashimaya O-Hisa, la hija mayor de Takashima Chōbei, el dueño en una
carretera de una casa de té llamada Senbeiya en que Hisa trabajaba en atraer
clientes. En el momento de la publicación O Hisa fue unos 19. Su kimono lleva
su cresta de tres hojas de roble de daimyo, y tres hojas de roble de daimyo
adorna su horquilla.
Nombre de O-Hisa
se descifra de hanji-e como sigue: un halcón percha (taka), una isla (shima),
kagaribi llamarada fuego (hi, "fuego") y una garza (shirasagi, de que
sa viene de sagi, "heron"). La versión de Fūryū Rokkasen coincide con
O-Hisa con Ōtomo no Kuronushi.
Ōgiya Hanaōgi
Versión de Kōmei Bijin
Rokkasen
Utamaro
representa la cortesana Hanaōgi de la Ōgiya como ella compone una carta,
cepillo de escritura celebrada en la mejilla mientras ella mira fijamente el
papel profundamente en pensamiento. El Ōgiya era una tienda grande y larga en Yoshiwara,
y Hanaōgi su reputación en el 1780 por su belleza y sus habilidades en el
canto, tocar el koto, la ceremonia del té, los Clásicos chinos e incienso.
Nombre de Hanaōgi
se descifra de hanji-e como sigue: de arriba a abajo, un ventilador de la mano
(shàn ōgi), una flecha (ya), flores (min hana) y otro ventilador de la mano
(shàn ōgi). La versión de Fūryū Rokkasen coincide con Hanaōgi con Ono ningún
Komachi.
Goke Hinodeya
Versión de Kōmei Bijin
Rokkasen con cejas - Versión de Kōmei Bijin Rokkasen sin cejas
El tema de esta
impresión no es claro. Ella puede ser la goke Hinodeya ("La viuda de
Hinodeya"), el goke Asahiya ("La viuda de Asahiya"), o el
Karasumori goke ("Karasumori viuda").
ella fue una de las bellezas más populares en Edo en el momento de
publicación.
Utamaro
representa a la viuda tapando su oído derecho con un paño de secado después de
haber tomado un baño, en el momento, la imagen de una mujer con cejas arrasada
después de un baño era considerada particularmente erótica. Existen variantes
de la eprint: la viuda tiene cejas en la copia en el Museo de Bellas Artes,
Boston, pero en la copia en el Museo Nacional de Tokio sus cejas faltan —
rasurado de las cejas era un signo de una mujer casada durante el periodo Edo.
Las explicaciones sugeridas incluyen que reimpresiones aparecieron cuando la
viuda afeitado o regrew sus cejas, pero tal explicación es complicada por el
hecho de que la impresión de la geisha Takashimaya O-Hisa también tiene
variantes con y sin cejas.
Utamaro simboliza
el nombre del modelo del rebus en la parte superior izquierda de la imagen. Sol
naciente puede referirse o a la Hinodeya Asahiya (asahi y significado de hinode
"sol naciente"), o los cuervos volando fuera de la forst pueden
referirse al Santuario de Karasumori (Karasumori, "bosque de
cuervo"). El tablero de Go y mechón
de pelo (ke) se combinan para hacer go-ke, homófono con goke para "la viuda".
La versión de Fūryū Rokkasen coincide con la viuda con el poeta Fun'ya no
Yasuhide.
Tomimoto Toyohina
Versión de Kōmei Bijin
Rokkasen - Versión Fūryū Rokkasen, que Toyohina con el poeta Kisen Hōshi
Tomimoto Toyohina
era una geisha que trabajaba en la Tamamuraya en Yoshiwara. Ella fue apodada
"Tomimoto" haber hecho su nombre música Tomimoto-bushi en el shamisen.
Nombre de
Toyohina se descifra de hanji-e como sigue: un sorteo de la caja en la parte
superior derecha marcado tomi ("riqueza" o "fortuna"),
algunas algas (mo), una piedra de moler (a), una puerta (a), una linterna de
papel, lo que significa "noche" (yo) y una muñeca papel de hina
(hina). La versión Fūryū Rokkasen coincide con Toyohina con Kisen Hōshi.
El artista y la vida en
el zen y el arte japonés
La principal
razón del carácter imprevisible o sorprendente del Zen deriva de su
trascendencia respecto a la conceptualización. Se manifiesta en las formas más insólitas
o irracionales; no permite que nada se interponga entre lo que se trata de
expresar y la expresión. De hecho, lo único que limita al Zen es su deficiencia
a la hora de expresarse. Pero esta es una limitación impuesta a todo lo humano
y, en realidad, a todo lo divino en cuanto a que pretenda tornarse
inteligible.
El espíritu del
Zen consiste en ir más allá de la conceptualización, y esto implica unirse al
espíritu de la manera más íntima. Esto supone, a su vez, la infravaloración, en
una cierta medida, de todo tipo de técnica. La idea podría expresarse mejor
diciendo que el Zen contiene en sí mismo algo que evita toda destreza técnica
sistematizada, pero debe ser de algún modo dominado a fin de llegar al más
estrecho contacto posible con la Vida que todo lo genera, lo penetra y
fortalece.
La principal
preocupación del artista japonés es entrar en íntima relación con esta Vida,
con este Espíritu. Aun cuando haya adquirido el perfecto dominio de la
técnica necesaria para su profesión, el artista no se detendrá en este
punto, pues todavía se encuentra con una carencia; se halla aún bajo la
esclavitud de las restricciones técnicas y del peso de la tradición; su genio
creador se siente de alguna manera encarcelado, no alcanza la plenitud de su
expresión. Ha empleado muchos años en cualificarse para su profesión como digno
continuador de una tradición de brillantes maestros, pero sus obras están lejos
de sus ideales, no fluyen dinámicamente con la Vida, es decir, no está
satisfecho consigo mismo; ni es un creador, sino un imitador.
Cuando el artista
japonés llega a esta situación, acude, con frecuencia, a la puerta de un
maestro y le ruega le conduzca al santuario interior del Zen. Cuando el Zen es
comprendido, su espíritu se manifiesta bajo formas diversas: el pintor lo
expresa en sus pinturas, el escultor en sus esculturas, el actor Noh en su
danza, el maestro de té en la ceremonia del té, el jardinero en sus jardines,
etcétera.
Uno de los maestros
Kano (escuela pictórica de finales del XVI y comienzos del XVII, fundada
por Kano Eitoku), fue requerido en una ocasión con objeto de pintar un dragón
en el techo de uno de los principales edificios pertenecientes a Myosynzi.
Quería hacer del
dragón una de sus obras maestras, pues el templo tiene una larga existencia y
allí se encuentran un gran número de insignes obras artísticas de todo tipo. No
obstante, no acaba de sentirse plenamente capacitado para semejante tarea. El
dragón es, claro está, una criatura mítica, y el pintor no pretendía,
lógicamente, que su obra pareciera un genuino dragón. Aspiraba a crearlo de su
propia imaginación, pleno de vida y espíritu, de manera que el animal, aunque
grotesco en apariencia, sería el propio pintor tomando vida en un mundo
imaginario.
La realización de
tal proyecto no era tarea fácil. La realidad de los sentidos trabajaba
incesantemente en su contra en cuanto se esforzaba por remontarse hacia los
cielos de sus fantasías artísticas. El pintor recurrió finalmente al abad de un
monasterio Zen, un gran maestro de aquella época, y le preguntó sobre la forma
de proceder en su trabajo. El maestro le dijo simplemente: "Conviértete en
dragón".
El artista Kano
no acabó de entender como debía interpretar el consejo, pero tras muchas reflexiones,
la idea comenzó a ser comprendida. Cuando finalmente regresó a donde estaba el
maestro, no era ya un simple artista tratado de pintar un dragón, sino el
propio dragón. El maestro le orientó entonces sobre la forma de avanzar en su
trabajo. Se trataba, pues de un dragón pintándose a sí mismo, no de un artista
humano tratando de representar una criatura mítica. La obra todavía puede ser
contemplada hoy en día, tal como el artista la pintó en blanco y negro, en el
techo del templo.
Una línea
quebrada o una representación imperfecta de un objeto puede ser contemplada
como la sugerencia de algo regular y, por tanto, perfectamente formado; pero
desde el punto de vista Zen, que coincide con la forma japonesa de sentir, una
cosa, aunque deformada, es perfecta y artísticamente válida en su deformada
realidad. Lo que es necesario para hacer algo perfecto a partir de lo
imperfecto es la presencia del amor espiritual hacia el objeto, un amor que
surge del Gran Espíritu por encima del egoísmo.
El pueblo japonés
es conocido por su predilección por las cosas pequeñas y por su facilidad para
conseguir grandes creaciones a partir de ellas. Esto tiene un fundamento
histórico, pero, en realidad, refleja el espíritu del Zen, que convierte a Buda
de dieciséis pies de altura en una simple brizna de hierba y a ésta, a su vez,
en aquel, y que, asimismo, coloca en una semilla de mostaza el gran pico del
Monte Sumeru.
Imaginemos un
amanecer estival con una insignificante rana verde posada sobre unas hojas de
loto en el estanque de un jardín rodeado de árboles frondosos. Un pintor
traspasa esta pequeña criatura a una pieza de seda y la coloca en la hoja del
loto como si estuviera gozando de la vida en la Tierra Pura. Nada queda ya de
su anterior insignificancia, mira a su alrededor contenta consigo misma; la
hoja puede ser ocasionalmente sacudida por una suave brisa, pero sabe donde
está y se balancea sin temor, acogiendo todas las cosas como si todo lo
perteneciera o como si fuera una con su entorno. No es, después de todo, la
rana la que está descansando allí, sino el propio pintor, satisfecho consigo
mismo y con el mundo; o mejor no, no es el propio pintor, sino el Gran Espíritu
del Universo. No sólo el artista, sino también el que contempla la pintura es absorbido
por el espíritu que la penetra.
Esta maravillosa
transmutación realizada por medio de una pequeña rana verde de verano ha sido
posible merced al espíritu de amor con que el pintor Zen abraza el mundo y la
totalidad.
Lo que realmente
lleva acabo un artista Zen no es sugerir lo que es omitido, sino hacer que la
realidad toda se refleje en las pequeñas cosas que están a nuestro lado. Pues
cuando estas son comprendidas, se nos aparecen como algo más que ellas mismas.
Son realidad y no meras sugerencias de sí mismas. Antes de que el Zen se
asentara en el alma japonesa, este proceso no podría ser llevado hasta su
culminación por más que se encontrara ya latente. El espíritu japonés no podría
expresarse de esta forma, pero el Zen lo hizo elocuente y dejo de ser mudo. La
mente primitiva puede albergar muchas capacidades y posibilidades profundamente
enterradas, pero precisa el toque de una más elevada cultura espiritual que la
impulse hacia adelante a través de los sucesivos estadios del acontecer histórico.
El Zen ha cumplido esta misión en su relación con el alma japonesa.
La
pintura sumi-e El zen llego al Japón en el siglo XII y
durante los ochocientos años de su historia influyo de diversos modos en las
vidas japonesas, no solo en la vida espiritual del Samurai sino también en las
expresiones artísticas de las clases ilustradas y cultas. El Sumiye, que es una
de tales expresiones, no es pintura en el sentido propio del vocablo; es una
especie de boceto en negro y blanco. La tinta se prepara con hollín y cola, y
el pincel es de pelo de oveja o tejon; el pincel se confecciona así para que absorba
o contenga mucho fluido, el papel que se emplea es mas bien delgado y
absorbiera mucha tinta, contrastando grandemente con el lienzo utilizado por
quienes pintan al oleo, y este contraste significa mucho para el artista
Sumiye.
La razón de por
que se escogió ese frágil material como vehículo para transferir una inspiración
artística es que la inspiración ha de trasferirse en el del modo mas rápido
posible. Si el pincel se demora demasiado tiempo, el papel se rasga, las lineas
han de dibujarse lo mas rápidamente posible y en la menor cantidad, indicándose
solo las absolutamente necesarias. No se permite la deliberación, ni el
borrado, no la repetición. Una vez ejecutadas, las pinceladas son indelebles,
irrevocables, no están sujetas a futuras correcciones ni mejoras. Cualquier
cosa que se efectué después queda al final clara y dolorosamente visible, por
ser el papel de la naturaleza indicada. El artista debe seguir su inspiración
tan espontanea, absoluta e instantáneamente como se mueve; se limita a dejar
que su brazo, sus dedos, su pincel sean guiados por aquella como si todos
fueses meros instrumentos, junto con todo su ser, en manos de alguien que
temporariamente se apodero de el. O podemos decir que el pincel se ejecuta por
si la obra completamente fuera del artista, que se limita a moverse sin
esfuerzos concientes propios. Si media cualquier lógica o reflexión entre el
pincel y el papel, se arruina todo el efecto. Este es el modo con que se
produce el Sumiye.
Resulta fácil
concebir que las lineas del Sumiye deben mostrar una variedad infinita. En el
no hay claroscuro ni perspectiva. En verdad, no se necesitan en el Sumiye, que
no hace concesiones al realismo. Intenta hacer que el espíritu de un objeto se
mueva sobre el papel. Asi, cada pincelada debe latir con la pulsación de un ser
vivo. También debe estar viva. Evidentemente, el Sumiye es gobernado por un
conjunto de principios muy diferentes de los de una pintura al oleo. Al ser el
lienzo de material tan resistente y al permitir los colores al oleo repetidas
pasadas y capas, un cuadro se confecciona sistemáticamente, siguiendo un plan
ideado deliberadamente. Grandeza conceptual y fuerza ejecutiva, para no hablar de
su realismo, son los características de la pintura al oleo, que puede ser
comparada con un ponderado sistema filosófico, el cual tiene ajustadamente
tejida cada hebra de la lógica; o puede parecerse a una gran catedral, cuyos
muros, columnas y cimientos están compuestos por solidos bloques de piedra.
Comparado con esto, un boceto Sumiye es la pobreza misma, pobre en la forma,
pobre el contenido, pobre en la ejecución, pobre en el material, mas los
orientales sentimos en el la presencia de cierto espíritu móvil que
misteriosamente se cierne en torno de las lineas, puntos y sombras de variadas
formas; en ellos vibra el ritmo de su aliento vital. He aquí el simple tallo de
un lirio florecido, ejecutado aparentemente con descuido sobre un pedazo de
burdo papal, pero alli se revela vividamente el espíritu tierno e inocente de
una doncella refugiada de la tormenta de una vida mundana. Además, gasta donde
un critico superficial puede ver, no hay mucha habilidad ni inspiración artísticas:
un bote de pescadores, pequeño e insignificante, en el centro de una vasta extensión
de aguas; pero al mirar no puede dejar de impresionarnos profundamente las
inmensidad del océano que no sabe de fronteras, y la presencia de una espíritu
misterioso que alienta una vida de eternidad imperturbada en medio de las
rizadas olas. Y todos estos prodigios se realizan con facilidad, sin esfuerzo.
Si el Sumiye,
intenta copiar una realidad objetiva es un fracaso completo; jamas hace esto;
se trata mas bien de una creacion. Un punto ren un boceto Sumiye no representa
un halcón, ni un linea curva simboliza al Monte Fuji. El punto es el pájaro y
la linea es la montaña. Si el parecido es todo en un cuadro, los dos lienzos
dimensionales no pueden representar nada objetivo; los colores distan muchísimo
de reflejar el original, y por mas fielmente que el pintor procure con sus
pinceles recordarnos un objeto de la naturaleza tal como es, el resultado jamas
podrá hacerle justicia; pues en la medida que se trata de una imitación, o
representacion, es una pobre imitación, es un remedo. El artista Sumiye razona
asi: ¿por que no abandonar por completo ese intento? En vez de eso, creemos
objetos vivos, salidos de nuestra imaginación. Mientras pertenezcamos al mismo
universo, nuestras creaciones pueden mostrar alguna correspondencia con lo que
llamamos objetos de la naturaleza. Por este no es un elemento esencial de
nuestra obra, la obra tiene su propio merito aparte de su semejanza. ¿En cada
pincelada no hay algo distintamente individual? Alli se mueve el espiritu de
cada artista. Sus pasajores son creacion suya. Esta es la actitud del pintor
Sumiye con respecto a su arte, y deseo aclarar que esta actitud es la del Zen
para con la vida, y que lo que el Zen intenta con su vida, el artista lo
intenta con su papel, pincel y tinta. El espiritu creador se desplaza por
doquier, y hay una obra de creacion ya sea en la vida o en el arte.
La linea dibujada
por el artista Sumiye es final, nada puede trascenderla, nada puede recobrarla;
es inevitable como el resplandor de un relámpago; ni el artista puede
deshacerla; de alli surge la belleza de la linea, las cosas son bellas donde
son inevitables, es decir, cuando son libres demostraciones del espiritu. Aquí
no hay violencia, ni asesinato, ni copia, sino mostración libre, irreprimida,
pero auto-gobernante, del movimiento-que constituye el principio de la belleza.
Los músculos son conscientes de dibujar una linea, de hacer un punto, pero detrás
de aquellos hay una inconsciencia. Mediante esta inconsciencia la naturaleza
documenta su destino; mediante esta inconsciencia el artista crea su obra de
arte. Sonríe una criatura y toda una multitud se alboroza, porque eso es
genuinamente inevitable, proviene del Inconsciente. El "Wu-shin" y el
"Wu-nien" que tanto utiliza el maestro Zen, como ya vimos en otra
parte, es asimismo, eminentemente, el espiritu del artista Sumiye.
Otro rasgo que
distingue al Sumiye es su intento de capta el espiritu cuando se mueve. Todo
deviene, nada es estacionario en la naturaleza; cuando se tiene la seguridad de
aferrarlo, se escapa de las manos. Porque en el momento en que se lo aferra, no
esta mas vivo; esta muerto. Mas el Sumiye procura atrapar las cosas vivas, lo
cual parece algo imposible de lograr. Si, en verdad seria un imposible si el
esfuerzo del artista consistiese en representar cosas vivas en el papel, pero
puede triunfar hasta cierto punto cuando cada pincelada que ejecuta se conecta
directamente con su espiritu interior, inatascado por asuntos extraños tales
como conceptos, etc. En este caso, su pincel es su propio brazo extendido; más
que eso, es su espiritu, y este espiritu se siente en cada movimiento al ser
trazado sobre el papel. Una vez cumplido esto, la pintura Sumiye es una
realidad, completa en si misma, y no copia de nada. Aquí las montañas son
reales en el mismo sentido en que el Monte Fuji es real; asi son las nubes, el
arroyo, los arboles, las olas, las figuras. Pues el espiritu del artista se
esta articulando a través de todas estas masas, lineas, puntos y
"pintarrajos".
De manera que es
natural que el Sumiye evite toda clase de colores, pues este nos recuerda
un objeto de la naturaleza, y el Sumiye no pretende ser una reproducción,
perfecta ni imperfecta. A este respecto el Sumiye semeja la caligrafía. En caligrafía,
cada rasgo, compuesto por trazos horizontales, verticales, inclinados, fluidos,
ascendentes y descendentes, no indica necesariamente una idea defendida, aunque
no lo ignora por completo, pues primariamente se supone que un rasgo completo,
pues primeramente se supone que un rasgo significa algo. Más como arte peculiar
del Lejano Oriente donde para escribir se usa un pincel largo, puntiagudo y
suave, cada trazo efectuado con el tiene un significado, aparte de su funcion
como un elemento compuesto de un rasgo que simboliza una idea. El pincel es un
instrumento dúctil y obedece prestamente todo movimiento volitivo del escritor
o del artista. He aquí por que el Sumiye y la caligrafía son considerados en el
Oriente como perteneciente a la misma clase de arte.
La evolución del
pincel de pelo suave es un estudio en si mismo. Sin duda tuvo muchísimo que ver
con los accidentes de los ideogramas y escrituras chinos. Fue un suceso
afortunado que se pusiese en manos del artista un instrumento suave, dúctil y
flexible como ese. Las lineas y trazos producidos por el tienen algo de la
frescura, ternura y hasta son perceptibles en los objetos animados de la
naturaleza, especialmente en el cuerpo humano. Si el instrumento usado fuese un
pedazo de acero, rígido e indócil, el resultado seria muy opuesto, y no habría
llegado hasta nosotros el Sumiye de Liang-kai, Mu-chi'i y otros maestros.
El hecho de que
el papel sea de naturaleza tan frágil que no permita que el pincel se demore
mucho en el es, asimismo, de gran ventaja para que el artista se exprese con
el. Si el papel fuese demasiado fuerte y duro, seria posible el dibujo y la corrección
deliberados, lo cual es, sin embargo, demasiado injurioso para el espiritu del
Sumiye. El pincel debe correr rápidamente sobre el papel, audaz, plena e irrevocablemente,
tal como la obra de la creacion cuando nació el universo,.. Tan pronto sale una
palabra de la boca del creador, debe ser ejecutado. La demora puede significar alteración,
la cual es frustración; o la voluntad fue controlada en su movimiento de
avance; se detiene, vacila, reflexiona, razona, y finalmente cambia su rumbo;
este titubeo y vacilación interfieren la libertad de la mente artística.
Si bien la
artificialidad no significa regularidad ni trato simétrico del tema, y la
libertad significa irregularidad, hay siempre un elemento de lo inesperado y
abrupto en el Sumiye. Donde se espera ver una linea o una masa esto falta, y
esta vacancia, en vez de contrariar sugiere algo más alla y es completamente
satisfactoria. Un pequeño trozo de papel, generalmente oblongo, de menos de dos
pies y medio por seis pies, incluirá ahora todo el universo. El rasgo
horizontal sugiere la inmensidad del espacio y un círculo la eternidad del
tiempo -no solo con la mera ilimitación de estos sino también llenos de vida y
movimiento. Es extraño que la ausencia de un solo punto donde convencionalmente
se lo esperaba realice este misterio, pero el artista Sumiye es un consumado
maestro en esta empresa. Lo hace con tanto arte que en su obra no e discierne
para nada no artificialidad ni finalidad explicita. Esta vida de
ausencia-de-finalidad (propósito) deriva directamente del Zen.
“La
arquitectura
Los ejemplos más
sobresalientes de la arquitectura japonesa anterior a la penetración de las
influencias chinas en el país, son los grandes túmulos o tumbas de los jefes de
los clanes poderosos o de los emperadores del periodo prehistórico Kofun y los
santuarios sintoístas.
Los primeros,
también llamados Kofun, estaban constituidos por enormes montículos de tierra,
rodeados por uno o más fosos, de planta circular, rectangular o de ojo de
cerradura, en cuyo interior se situaban las cámaras sepulcrales que acogían el
cuerpo del difunto y su ajuar funerario. Levantados principalmente en la región de Yamato en los siglos IV y V,
dejaron de construirse a partir del siglo VII, coincidiendo con el
asentamiento en el país del Budismo* y
la generalización de los ritos incineración.
Mayor continuidad
tuvieron los santuarios sintoístas. En sus orígenes los ritos propios del
Sintoísmo, como los actos de culto y
veneración de los kami o fuerzas de la naturaleza, se realizaban al aire libre
y no necesitaban de ámbito arquitectónico alguno. Sin embargo, ya en el periodo
Kofun comenzaron a levantarse santuarios de carácter permanente. Dichos
conjuntos estaban conformados por un recinto delimitado por cercas al que se
accedía a través de una curiosa estructura de madera, a modo de puerta,
denominada Torii, consistente en dos
columnas o piezas verticales unidas en
su parte superior por dos piezas, de extensión horizontal. En el interior de
cada recinto se alzaban distintos edificios para ofrendas, guarda del tesoro,
etc., entre los que destaca el santuario propiamente dicho que contenía el
shintai u objeto en el que el kami invocado para su veneración se hacía presente
a los hombres. Dicha dependencia, al igual que el resto, respondían a una
tipología consistente en un edificio construido totalmente de madera (sin
barnices, ni pintura), alzado sobre pilotes, de planta rectangular, estructura adintelada, con un amplio tejado a
doble vertiente, cubierto de corteza de ciprés japonés, de rectas líneas y
ornado por sobresalientes vigas cruzadas en sus ángulos extremos y rodillos
transversales sobre el caballete. A tales características responde por ejemplo
el famoso complejo sintoísta de
Ise., levantado en los siglos IV y V.
Afortunadamente la costumbre sintoísta de reconstruir sus santuarios cada 20
años ha permitido que se haya conservado el
diseño original de este singular conjunto y que podamos conocer las
características de la arquitectura japonesa pre-budista, muchas de las cuales
serán tendencias a seguir por la arquitectura japonesa: su sintonía con la
naturaleza, la utilización de la madera como material fundamental y su
simplicidad.
En los periodos
Asuka, Hakuho y Nara la arquitectura japonesa sufrió una profunda
transformación debido a la influencia de la arquitectura china que marcará para
siempre la arquitectura religiosa y civil de Japón. Fue en estas etapas cuando
se comenzaron a levantar primeros templos budistas que fueron construidos de
acuerdo a los modelos ya experimentados
procedentes de Corea y China. De ellos destaca, por ser el más antiguo
conservado, el Horyu-ji de Nara, cuyo
núcleo original fue levantado en las dos últimas décadas del siglo VII -
principios del VIII.
Estos primeros
ejemplos, responden tanto en lo que se refiere a la distribución de su planta
como a la tipología concreta de sus dependencias, a las pautas marcadas por la
arquitectura china que han sido anteriormente explicadas. Sólo se aprecian
algunas diferencias como son la utilización sistemática de la madera en la
estructura y muros de los edificios, el enorme vuelo de los tejados cubiertos
con tejas de barro, la descarada
predilección de los japoneses por las pagodas de planta cuadrada, más estables
en un tierra con continuos seísmos, las sencillez decorativa del exterior
manifiesta en la ausencia de un uso abusivo del color y la mesura de los
elementos ornamentales y una cierta flexibilidad en la aplicación de los
rígidos principios de axialidad y simetría, tan típicos de la arquitectura
china. En periodos subsiguientes, la arquitectura budista fue de la mano de las distintas sectas que
fueron penetrando en el país desde China. En el periodo Heian se construyeron monasterios de las sectas
Shingon y Tendai, así como monasterios donde se veneraba al Buda Amida, y, a
partir, del periodo Kamakura se levantaron templos Zen que básicamente
siguieron modelos del continente. Asimismo, siguieron construyéndose santuarios
sintoístas que, aun conservando muchas de sus características más esenciales,
no pudieron sustraerse a la adopción de ciertas notas propias de la
arquitectura china como el uso del color, la curvatura de los ángulos de los
tejados, y cierta complejidad estructural. Así lo vemos en el santuario
Itsukushima, auténtico prodigio de la
integración de la arquitectura con la naturaleza.
Fue en el ámbito
de la arquitectura civil, sin embargo,
donde Japón dio sus frutos más personales. Una arquitectura mejor adaptada a la
vida japonesa alcanzó su pleno florecimiento a partir de la época Heian. Las
exquisitas residencias aristocráticas de este periodo, todas ellas realizadas
en madera, responden al llamado estilo shinden
y estaban conformadas por un pabellón o edificio central y otros
secundarios situados a sus lados este, oeste y norte, que se unían por medio de
galerías. Siempre integradas en el ámbito de un jardín, estas residencias en un
principio ofrecían una planta simétrica en forma de U. Esta tipología de
edificio también se utilizó en la arquitectura religiosa, como es el caso de la
Sala del Fénix o Sala de Amida del Byodo-in. En la época Heian tardía, dentro
de este estilo, primaron los diseños asimétricos, más del gusto japonés.
A este estilo
shinden sucederá el llamado estilo
shoin que, ya presente en los periodos
Kamakura y Muromachi, alcanzará su manifestación más perfecta en las
residencias de los señores feudales de los periodos Momoyama y Edo. Estas
residencias, también edificadas en madera, se caracterizarán por su profunda
unión con el entorno circundante, bien sea naturaleza espontánea o jardín,
potenciada por la presencia de paseadores dispuestos a lo largo del perímetro
del edificio y por la posibilidad de apertura del interior gracias a la disposición en los muros
externos de grandes puertas correderas con marco madera y paneles de papel
translúcido. Asimismo se peculiariza por versatilidad y flexibilidad de sus
interiores que al estar compartimentados por paneles corredizos móviles de
madera y papel y por biombos (todos ellos frecuentemente decorados con
suntuosas pinturas) posibilitan la creación de espacios diferentes. Finalmente,
estas residencias llaman la atención por la simplicidad de sus líneas y
volúmenes externos y por el dinamismo y asimetría de sus plantas, a veces
constituidas por la unión de diferentes pabellones o módulos dispuestos en
línea diagonal. Ejemplo representativo es llamado Ninomaru del castillo de Nijo (periodo Momoyama).
Durante el
periodo Momoyama, y a causa de las numerosas guerras civiles que asolaron el
país, los señores feudales también construyeron enormes castillos fortificados
en sus dominios que fueron símbolos de su poderío. Levantados sobre potentes y
altos basamentos de piedra, los castillos, construidos en madera pintada de
blanco, tenían murallas y fosos defensivos, planta laberíntica y distintas
torres, entre las que destacaba la del homenaje que se alzaba en el centro de
los edificios residenciales. El más famoso e todos ellos, es el imponente
castillo de Himeji que fue construido en 1596-1609. También en el periodo
Momoyama vio la luz una peculiar tipología arquitectónica netamente japonesa
que es la casita de té. La costumbre, de
procedencia china, de tomar te verde en polvo se convirtió en Japón gracias la
influencia Zen y a la labor de distintos maestros de té, en un pasatiempo
estético y en un camino de introspección, purificación y paz interior que es
conocido con la denominación genérica de ceremonia del té. Establecidas sus definitivas reglas y
procedimientos en el periodo Momoyama, esta ceremonia, uno de los más
singulares productos culturales japoneses, generó una serie de elementos u
objetos que están impregnados de una estética netamente Zen, caracterizada por
conceptos tales como sobriedad, simplicidad, pobreza, rusticidad, naturalidad,
asimetría, e incluso aparente imperfección. Tales objetos son los utensilios
empleados para preparar, servir y tomar el té, los elementos decorativos del
ambiente donde se toma el té como los rollos de pintura o una composición
floral y el ámbito arquitectónico específico en el que se desarrolla la
ceremonia que es la casita de té.. Fruto de una profunda y larga planificación,
toda casita de té, ofrece un aspecto rústico, natural, perecedero, ligero e
incluso pobre. Siempre aislada y rodeada de un jardín, está construida
totalmente con madera y bambú, materiales que son utilizados conservando sus
propias cualidades naturales y suele
tener tejado de corteza de ciprés. De pequeñas dimensiones, en su interior sólo
encontramos un vacío salón donde se realiza la ceremonia, con un nicho donde se
coloca algún elemento decorativo (tokonoma), y una pequeña despensa (mizuya).
La estética de la
casita del té influyó con el tiempo sobre la arquitectura residencial y dio
lugar al llamado estilo Sukiya. Nacido como una variante del estilo shoin, con
el que comparte características, adoptó la simplicidad y elegante pobreza de
las casitas de té. Un ejemplo especialmente hermoso de las características del
estilo sukiya lo encontramos en la villa
aristocrática de Katsura en Kioto, construida en varias etapas , entre 1616 y
1660, que es la quinta esencia de los valores más puros de la arquitectura
japonesa que logra alcanzar cotas de máxima belleza con una gran economía de
recursos.
El jardín
La necesidad del
pueblo japonés de estar contacto directo con la naturaleza ha determinado que
el arte del jardín, siempre estrechamente unido a la arquitectura, haya
alcanzado un singular desarrollo, constituyendo una de sus más destacadas manifestaciones artísticas.
Destacan dos
tipos de jardines. El primero, más antiguo y el que ha tenido mayor permanencia
en la historia japonesa es el llamado jardín con lago. Típico de los periodos
Asuka, Hakuho, Nara e Heian, siguió cultivándose en periodos subsiguientes
hasta llegar al periodo Edo. Se trata de un jardín de grandes dimensiones,
generalmente ligado a la arquitectura residencial, destinado a ser lugar de
recreo y disfrute de sus dueños que pueden recorrerlo o contemplarlo desde su
residencia o utilizarlo como marco de celebración de distintas festividades. Al
contrario que en Occidente, donde el jardín tiende, en general, a someterse a
una categorías preconcebidas por el hombre y a sujetarse a unos conceptos
racionales de orden, simetría y trazado geométrico, este tipo de jardín
japonés, fruto de una cuidada planificación, ofrece un aspecto de
extraordinaria naturalidad ya que reproduce las manifestaciones externas de la
naturaleza en toda su espontaneidad, con sus asimetrías, sus movimientos y sus
contrastes. En él se integran diversos elementos como son el agua, que aparece
en forma de río, cascada o lago (este último omnipresente en estos jardines),
la roca, el mundo vegetal en su infinita variedad, diversas estructuras creadas
por el hombre como puentes, pequeños pabellones, sencillas fuentes, linternas
de piedra para iluminar, e incluso el mismo paisaje natural del entorno que
puede ser integrado en el diseño del jardín, mediante de la técnica denominada
Shakkei o de fondos prestados. Una curiosa variedad de este tipo de jardines se
dio en el periodo Edo. Se trata de un tipo de jardín de paseo en el que el
visitante es conducido por un camino que le ofrece una serie de "vistas
famosas" que son reproducciones a escala de bellezas o paisajes naturales
reales.
Más original y
con mayor más impacto en Occidente, es el tipo de jardín Kare-sansui, también
llamado jardín seco. Aunque este tipo de jardín ya apareció en al final del
periodo Kamakura, formando parte de algún jardín con lago (caso del jardín del
Saiho-ji, en el primer tercio del siglo XIV), sus ejemplos más puros y
sobresalientes se dieron en el periodo Muromachi. Íntimamente ligado con el
espíritu Zen este tipo de jardín, de reducidas dimensiones, se caracteriza por
su extremada austeridad, simplicidad, y por la sobriedad de sus elementos que
se limitan a la arena, las rocas y a pequeños toques de vegetación, a través de
los cuales se intenta reflejar la misma esencia interna de la naturaleza.
Estrechamente vinculados a un edificio, estos jardines sirven para la
contemplación y la meditación. El ejemplo más representativo es el jardín de
rocas del templo zen Ryoan-ji de finales
del siglo XV. De una impactante simplicidad, únicamente se compone de quince
rocas alzadas sobre una superficie vacía cubierta con arena rastrillada. Se han
dado múltiples explicaciones y atribuido numerosos significados a este jardín; sin embargo, lo único cierto
es que es una composición abstracta de elementos naturales en el espacio cuya función
es incitar a la meditación, vía esencial del Zen.
La escultura
Las primeras
manifestaciones escultóricas con cierta entidad del arte japonés se encuentran
vinculadas a las grandes tumbas del periodo prehistórico Kofun, antes
comentadas. Sobre la superficie externa de dichos túmulos, aparecían clavadas
en hileras concéntricas un gran número de pequeñas esculturas de arcilla,
denominadas Haniwa que representaban hombres y mujeres, animales y otros
objetos como casas y barcas. El origen
de estas figuras se encuentra en los cilindros cerámicos que, clavados sobre
las tumbas, tenían la finalidad práctica de asentar la tierra y evitar su
corrimiento por causa de la lluvia. Con el tiempo, estos cilindros fueron
adquiriendo diversas formas, momento a partir del cual, se añadió a su función
original, la de servir de acompañamiento del difunto en el más allá. Realizadas
con una extraordinaria sencillez, ofrecen, sin embargo, un gran encanto,
expresividad y humanidad, y muestran una característica muy típica del arte
japonés, lograr con muy escasos medios transmitir una gran gama de emociones.
La escultura
japonesa sufrió una profunda renovación durante los periodos Asuka, Hakuho y
Nara. En estas etapas históricas se desarrolló una intensa producción de esculturas
religiosas budistas, en la que el peso de la influencia continental
(principalmente china, aunque también coreana) se va a dejar sentir no solo en
el lógico terreno de la iconografía, sino también en las técnicas, y en las características
formales. El bronce sobredorado, la laca seca (ambos de origen chino) y las
tradicionales arcilla y madera, generalmente policromadas, fueron los
materiales utilizados para la creación
figuras budistas que poblaron los
templos japoneses. Eso si, a pesar de su fuerte vinculación formal con la
estatuaria china, ya en estos periodos cristalizó una característica que sería
distintiva de la escultura japonesa: la cercanía humana y tendencia al realismo
de las imágenes representadas. Caso evidente es, por ejemplo, el retrato del
monje chino Ganjin (siglo VIII), introductor del secta budista Ritsu en Japón y
personaje muy querido por el pueblo nipón, en la que el autor supo captar con
enorme sencillez y naturalidad la humanidad y la profunda concentración
espiritual del representado.
La laca seca y
bronce, de origen chino, fueron sustituidos en el periodo Heian por la madera que se erigirá como la reina de
los materiales de la escultura japonesa. Dicha técnica se utilizará no sólo en
la representación de figuras budistas sino también en la creación de imágenes
de divinidades sintoístas. De toda la producción Heian la más destacada fue,
sin duda, la del genial escultor Jocho. Su obra maestra, la estatua del
misericordioso Buda Amida (s. XI) en madera dorada y lacada, que se conserva en
la Sala del Fénix del Byodo-in, resalta por la humanidad y suave expresión de
su rostro, muy del gusto japonés, y por el equilibrio de sus proporciones.
No obstante, las
tendencias más típicamente niponas, especialmente el gusto por el realismo, vieron su momento culminante en el periodo
Kamakura, etapa que constituye el cenit de la escultura japonesa. Influidos por
el ambiente de austeridad y pragmatismo que reinó en el país, dominado por un
régimen militar, los artistas del periodo Kamakura produjeron toda una serie de
imágenes, figuras sagradas del budismo, retratos de monjes, fundadores de
templos o maestros, retratos de shogunes y altos dignatarios, de una
excepcional realismo en el que se capta tanto los rasgos físicos individuales
de los representados, sin ninguna idealización, como sus rasgos psicológicos
(carácter, estado de ánimo y sentimientos). La madera, que predominó en la
época por encima de cualquier otro material, la policromía y la utilización de
materiales de incrustación (ojos de cristal, por ejemplo) y los accesorios
reales (de metal o vidrio) potenciaron
la expresión real e individual de las imágenes. Autores fundamentales de esta
época, que superaron su condición de artesanos para ser considerados auténticos
artistas, fueron Kokei, Unkei, Takei, Kosho y Kakei. En cuanto a las obras más
representativas destacaremos la imagen del monje Chogen, obra anónima de
finales del siglo XII - comienzos del XIII, de un valor artístico incalculable,
en la que se retrata con toda perfección un rostro anciano, castigado por el
paso del tiempo, tras el cual subyace una fuerza interior y vitalidad
extraordinarias. Tal fue la calidad de la escultura Kamakura que no pudo ser
superada en épocas posteriores.
La pintura
Aunque las
primeras tentativas de expresión pictórica en Japón datan de la época
prehistórica, no fue hasta los periodos de penetración de las influencias
chinas cuando en el País del Sol Naciente
comenzaron a realizase pinturas de verdadera entidad. Como en las demás
artes, las pinturas japonesas de los periodos Asuka, Hakuho y Nara, de carácter
primordialmente religioso (budista), siguieron las pautas de los estilos y
modas artísticas procedentes del continente. Caso digno de mención fueron las
pinturas murales de la sala de oro o Kondo del Horyu-ji (del último cuarto del
siglo VII) que hoy lamentablemente no se conservan. Fue en el periodo Heian
cuando comenzó a generarse un estilo nacional. La voluntad del pueblo japonés
de escapar a la influencia foránea dio lugar a una forma o escuela pictórica,
típicamente nipona, denominada Yamato-e, que por su estilo, más libre, más
inmediato, dinámico y colorista, y por sus temas, generalmente profanos y
directamente vinculados con la vida japonesa, se contrapone a la pintura
contemporánea de estilo chino y tema religioso denominada Kara-e. Realizadas
sobre biombos, puertas correderas, y, sobre todo en grandes rollos horizontales de papel (los
llamados emakimono) las pinturas Yamato-e vivieron su momento de esplendor el la época Heian tardía y en el periodo
Kamakura. Ejemplo representativo de esta escuela pictórica es el emakimono del
siglo XII que ilustra la historia del príncipe Genji, novela cumbre de la literatura japonesa, escrita por
la dama Murasaki Shikibu, que refleja el refinado ambiente de la corte Heian.
En la época Kamakura predominaron los rollos de tema histórico (por ejemplo las
luchas entre las familias Minamoto y Heike) con tratamiento realista y el
género del retrato.
Desde el final
del periodo Kamakura y durante la época Muromachi, una segunda gran oleada de
influencia pictóricas procedente de China llega a Japón. A partir del siglo XIV
monjes japoneses Zen que regresan del
continente introducen la pintura monocroma a la tinta o Sumi-e en el país. Bajo
la inspiración de algunos pintores chinos de las épocas Song y de la Dinastía
Yuan, artistas japoneses comienzan a ejecutar espléndidas obras de temas
clásicos, paisajes, flores, etc. sobre papel de formato vertical (los llamados
kakemono). Pronto sin embargo se asimilaron las influencias, produciéndose
obras originales sin parangón alguno. Así lo vemos en la producción del maestro zen Sesshu (1420-1506), sin duda
el artista cumbre de la pintura Sumi-e
del periodo Muromachi. Dicho artista, formado en la pintura china y en los
principios espirituales y estéticos del Zen,
cultivo principalmente el tema del paisaje, género en que el supo
captar, como nadie, la profunda belleza, la esencia misma de la naturaleza. Con
su pincelada versátil, monocroma, gestual, rápida, natural, segura y espontánea
y con sus evocadores vacíos y neblinas consiguió plasmar el espíritu que
encierran las apariencias.
La pintura
japonesa tomó un diferente sesgo en el periodo Momoyama. En esta época los
monjes-artistas fueron desplazados por pintores profesionales de la llamada
escuela Kano quienes, habiendo recogido
la herencia de la pintura a tinta y de la tradicional escuela Yamato-e,
decoraron los biombos y paneles móviles de los interiores de los castillos y
residencias de los shogunes y los grandes
señores feudales de la época. Sus obras, en general de gran formato y de variada temática, paisajes,
representaciones de temas naturales como pájaros y flores, animales exóticos
como dragones, tigres y pavos reales, e incluso pintura de género que reflejaba
la vida de la gente popular, fueron realizadas o mediante la técnica de tinta
china monocroma o bajo un nuevo estilo caracterizado por sus colores planos y
brillantes, por su fondos dorados, por la claridad y grandiosidad de las
composiciones y por su marcado carácter decorativista. Tales notas pueden
apreciarse en la obra de Kano Eitoku
(1543-1590), figura cumbre de
pintura Momoyama. Otro autor destacable, distanciado de la escuela Kano y
magistral artista de pinturas monocromas, fue Hasegawa Tohaku. (1539-1610).
Durante la época
Edo, la producción pictórica se diversificó y encontramos muy diferentes
escuelas desde la tradicional Kano,
cuyos miembros siguieron siendo los pintores oficiales del shogunado, la Nan-ga
o Bunjin-ga, expresionista y llena de vitalidad, hasta la llamada escuela Rimpa. De todas ellas destacaremos esta
última que fundada por Hon'ami Koetsu
(1558-1637), ceramista, artista de laca y de la caligrafía, y fue llevada a su
más altas cumbres por los pintores Tawaraya Sotatsu, (primera mitad del s.
XVII), Ogata Korin (1658-1716) y Ogata Kenzan (1663-1743). Aunque sus genios
fueron diferentes todos estos artistas coinciden en su producción de obras de
gran formato (biombos, etc.), caracterizadas por su clara tendencia decorativista,
su composiciones dinámicas, asimétricas, de caracteres rítmicos, por la
simplificación de su figuraciones, tendentes a la abstracción y a la
estilización, por la brillantez y claridad de su colores y por su líneas
fluyentes y ondulantes. Su producción, libre de influencias externas, muestra
en toda su pureza la originalidad de la inspiración japonesa, pudiéndose
afirmar que entender a estos grandes decoradores es apreciar el verdadero arte
japonés.
La laca
El arte del
revestimiento de objetos con laca es una de las manifestaciones artísticas en
las que el pueblo japonés ha llegado a las más altas cotas de calidad,
superando incluso a los productos chinos por la perfección de sus técnicas y
por el refinamiento, exquisitez y modernidad de sus diseños[1].
Este singular barniz, obtenido de la sabia refinada del rhus vernicífera, fue empleado en el revestimiento de
diferentes piezas desde el periodo Jomon. Fue, sin embargo, en los periodos
Asuka, Hakuho y Nara, cuando el arte de la laca, enriquecido a la luz de la influencia de China, comenzó a
utilizarse en la decoración de múltiples tipos de objetos en los que los
japoneses adoptaron del continente diversas técnicas ornamentales, como la
incrustación de metal, cristal y nácar
y la decoración pictórica aplicada con
pincel.
La personalidad
japonesa surgió en el periodo Heian, en el que apreciamos una
"japonización" del arte de la laca. Así, en lo que se refiere a las
técnicas, hemos de resaltar que además de utilizarse los procedimientos
decorativos antes comentados, muy en especial el de incrustación de nácar, en
esta época cristalizó una técnica típicamente japonesa denominada maki-e que,
con el paso del tiempo, ofrecerá múltiples modalidades. Dicha técnica consiste
básicamente en la configuración sobre el objeto, ya lacado, de una serie de
motivos trazados con laca que, antes de que se sequen, son cubiertos por polvo
de metal (oro, principalmente, plata, etc.). El polvo metálico queda adherido a
los motivos y posteriormente recibe una serie de capas de laca protectora. En
cuanto a la decoración, en este periodo aparecen ornamentaciones, muy del gusto
japonés, consistentes en temas extraídos de la naturaleza, con un tratamiento
estilizado, muy decorativo, dispuestas en composiciones asimétricas, llenas de
dinamismo.
Las lacas del
periodo Kamakura se destacarán por el realismo de sus decoraciones figuradas,
paisajes o temas naturales, así como por el volumen de sus ornamentaciones. Es en esta época
cuando surgen la técnica takamaki-e, una variante maki-e que crea motivos en relieve. Por el
contrario, las lacas del periodo Muromachi
revelan una notable influencia china. No sólo fueron muy frecuentes
decoraciones tomadas de los temas de la pintura de la China de los Song y de
los Yuan, sino que también se practicaron técnicas decorativas de ambos
periodos (lacas talladas).
El arte de la
laca floreció sobremanera en los periodos Momoyama y Edo. La gran diversidad de
objetos lacados, la variedad de técnicas ornamentales utilizadas, la riqueza de
los motivos reproducidos, siempre vinculados a la naturaleza, y la coexistencia
de distintas tendencias estilísticas revelan la gran difusión alcanzada por la
laca en la sociedad japonesa de estos periodos. Dada la imposibilidad de
sintetizar en breves líneas la amplia producción de laca durante los periodos
Momoyama y Edo, nos limitaremos a destacar, una de sus más originales y
sugestivas tendencias. Se trata de una tendencia decorativista, cuyos más
representativos ejemplos se encuentran en los objetos lacados de dos excepcionales
artistas, antes mencionados, Hon'ami Koetsu (1558-1637) y Ogata Korin
(1658-1716). Dichos autores utilizaron, además de la tradicional técnica maki-e
de polvo de oro y la de incrustación de nácar, técnicas de aplicación de
láminas de oro, plomo y estaño, para recrear composiciones asimétricas, llenas
de dinamismo y de gran fuerza imaginativa, en las que predominan formas más
bien amplias, muy simples, simplificadas, casi abstractas, de carácter
decorativo. `
La cerámica
Aunque
considerada globalmente la producción de porcelana y cerámica china es superior
a la japonesa, no podemos menos que reivindicar la originalidad, la profunda
belleza y la modernidad de la cerámica producida en Japón en el periodo
Momoyama. Varios factores confluyeron para que se dieran esta excepcional
producción. Por una parte en aquella época Japón había alcanzado un alto
desarrollo en el campo de las técnicas de producción cerámica gracias a su
propia experiencia y a la asimilación, durantes siglos, de técnicas y formas, procedentes
del continente. Fue además un periodo de generosos mecenas y de una gran
demanda de productos cerámicos, intensificada
por el desarrollo y difusión en la sociedad de la práctica de la
ceremonia del té. Fue, por último una
etapa, en la que la extensión del Zen y de sus principios estéticos hará
florecer lo mejor del gusto japonés. En fin, muchos fueron los tipos de
cerámica desarrollados en el periodo Momoyama; Raku, Shino, Seto, Oribe,
Binzen, Iga, son los más famosos. Sin embargo a pesar de su diversidad de
técnicas, formas y diseños, todos ellos coinciden en una serie de notas que a
continuación intentaremos de resumir y que como se podrá comprobar están
absolutamente ligadas a la estética Zen. Las cerámicas del periodo Momoyama se
peculiarizan por su simplicidad y sencillez tanto en su diseños y formas como a
sus colores y decoración. Suelen ser piezas irregulares, asimétricas, de bordes
desiguales e incluso ondulantes, con vidriados no uniformes, que transmiten una
sensación de inacabamiento, imperfección y un aspecto de absoluta naturalidad.
Se caracterizan igualmente por el alto valor que se le otorga a sus cualidades
táctiles, como la rugosidad, los cambios de textura y espesor, los cuarteados,
los agujeritos e incluso los relieves producidos por la presencia de arenas y
piedrecillas. Por fin, destacan por su absoluta individualidad ya que no hay
dos piezas iguales por estar ejecutadas generalmente a mano y porque en su
proceso de producción siempre se permite una cierta intervención del azar que
potencia las diferencias.
El grabado
El grabado
japonés tuvo su momento más esplendoroso durante el periodo Edo, época en que
se desarrolló la escuela gráfica Ukiyo-e, expresión que viene a significar
pintura del mundo que fluye o del mundo flotante, cuyo interés e importancia en
el contexto de la historia del Arte Universal es reconocida por todos. El
nacimiento y desarrollo de la escuela Ukiyo-e se encuentra vinculado al
espectacular auge alcanzado en el periodo Edo por la clase de comerciantes y
artesanos, los llamados chonin, que a lo largo de esta época alcanzaron un
importantísimo poder económico. Este sector social, concentrado en las grades
urbes como Edo, Kioto, Osaka, etc., generó un tipo de cultura propia y
singular, enormemente vital, de carácter hedonista, que gustaba de los placeres
inmediatos, muy diferente a la tradicional cultural de los samurai o de la
refinada corte imperial. Dicha cultura contó con sus propios tipos espectáculos
populares (el teatro kabuki, el teatro de muñecas y la lucha shumo,) con sus
propias formas de expresión literaria (los ukiyo-zoshi, relatos breves que
trataban temas relacionados con la vida de los chonin) y su particular forma de
expresión artística, el Ukiyo-e, escuela que, con enorme frescura y con un lenguaje
renovador, captó los temas cotidianos más queridos por la burguesía emergente,
mediante la técnica del grabado en madera o xilografía.
La técnica de la
xilografía ya se conocía en Japón desde el siglo VIII. Tuvo un uso restringido
hasta que en el periodo Edo avispados editores comenzaron a utilizarla para la
múltiple reproducción de libros ilustrados y colecciones de estampas de temas
de gusto popular, movidos por la enorme demanda existente de este tipo
de obras. Los editores, que financiaban la empresa, encargaban a distintos
artistas la creación o diseño de las ilustraciones de libros o colección de
estampas sueltas. Estos diseños que eran reproducidos en bloques o planchas
madera, por grabadores especializados y luego eran estampados sobre papel de
origen vegetal, el kozo, procedente de la fibra de la morera. Los ejemplares
estampados eran distribuidos y vendidos en mercados ciudadanos y tiendas
especializadas. Las técnicas xilográficas empleadas fueron evolucionando a lo
largo del tiempo a través de sucesivos experimentos. La culminación de tales
experimentos fue la técnica más clásica
y más utilizada, la llamada nishiki-e, descubierta en 1765, que producía estampas multicolores. En este
procedimiento para cada color se grababa una plancha de madera (lo normal era
realizar 10 o más planchas para reproducir 10 o más colores), que a la hora del
estampado eran entintadas con su correspondiente tinta.
Múltiples y
sugerentes fueron los temas tratados por
los artistas Ukiyo-e. El más abundante fue sin duda el de las mujeres bellas.
Muchas estampas producidas por la escuela tiene como protagonistas las bellas
cortesanas o prostitutas de los barrios de placer de las grandes ciudades,
legalizados por el shogunato, que eran frecuentemente visitados por la
población masculina. Estas aparecían en las estampas en retratos individuales
(bien de cuerpo entero o en busto), o colectivos, en muy diversas actitudes,
paseando, danzando, o realizando tareas domésticas y cotidianas. En general se
daba una imagen idealizada, de acuerdo con unos cánones esteriotipados de
belleza femenina, sin intentos de individualización, ni de representación de
sentimientos extremados. No obstante, cada artista de Ukiyo-e supo dar a sus
mujeres un tratamiento especial e imprimirles un particular carácter y así lo
vemos en los más importes autores Por
ejemplo, Moronobu (s. XVII), al que se
considera fundador de la escuela, representó mujeres pausadas, de rostros
redondeados. Ya en el XVIII, Harunobu (1724-1770), descubridor de la técnica
Nishiki-e, se peculiarizó por sus
delicadas mujeres, de movimientos suaves, miembros finos y menudos, en
definitiva, la quinta esencia de la mujer japonesa. Por el contrario, Tori
Kiyonaga (1750-1815) plasmó en sus
estampas sus mujeres altivas, llenas de dignidad y elegancia Kitagawa Utamaro (1753-1806), sin embargo, uno de los
artistas de mayor calidad de la historia del Ukiyo-e y sin duda el que mejor
representó el alma de la mujer japonesa del periodo Edo, dotó a su figuras
femeninas de un carácter enigmático, misterioso y de profunda melancolía y
encanto. Otro de los grandes temas de la escuela Ukiyo-e fueron las imágenes de
actores de teatro Kabuki. Nacido en a
comienzos del siglo XVII, el vistoso y vital
espectáculo Kabuki alcanzó un
enorme éxito durante el periodo Edo entre las clases populares que admiraban y
veneraban a su actores como si fueran héroes. Fue esta enorme popularidad, la
que llevó a que los artistas de Ukiyo-e representasen en sus grabados a dichos
actores en sus papeles más característicos. El más famoso de los artistas
dedicados al tema del teatro fue Sharaku
cuyas estampas, datadas en década de 1790, constituyen los más
expresivos, casi satíricos y caricaturescos, retratos de actores de kabuki de
toda la historia del Ukiyo-e. Ya en el siglo XIX, apareció el tema del
paisaje., género en el que destacaron dos autores, Hokusai (1760-1849), artista de un genio creativo extraordinario
que trató todos los temas de Ukiyo-e y que supo captar como nadie la fuerza de
la naturaleza, e Hiroshige (1797-1858),
que resaltó por lirismo y por su
capacidad para representar los estados atmosféricos de sus paisajes.
En cuanto a las
características formales, aunque cada artista tuvo su peculiar modo de hacer,
todos los grabados Ukiyo-e muestran unas notas comunes como son el predominio
de la línea, clara y precisa, que cierra los contornos y configura las formas;
la aplicación planista del color sin gradación tonal; su tendencia a la
simplicidad y al diseño abstracto; las composiciones asimétricas; las presencia de fondos neutros que resaltan
la figura; y, en caso de representaciones de interiores o paisajes, la
utilización de la perspectivas en diagonal.
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[1] Nota añadida: La laca es
un barniz obtenido mediante el refinamiento de la sabia o resina del árbol de
la laca o rhus vernicífera, que en el Extremo Oriente se utilizó para revestir
objetos muy variados (generalmente prácticos y funcionales, pequeñas piezas de
uso cotidiano, cajas, y cofres de diversos usos, útiles para comer y beber,
instrumentos musicales, muebles, y un largo etcétera), realizados,
principalmente, en madera, aunque también
en otros materiales como el bambú, el mimbre, la cerámica, la seda, el
papel, el cuero y metal. La compacta y sólida cobertura que conformaba la laca
sobre estos objetos les proporcionaba cualidades prácticas (la laca protege a
las piezas de la corrosión y desintegración, las impermeabiliza y, en su caso,
permite la preservación de calor de los alimentos) y cualidades estéticas
derivadas de su brillo, extraordinaria suavidad, color (la laca puede adquirir
distintas tonalidades mediante su mezcla con polvo de metal o diversos pigmentos)
y específica decoración. Esta singular técnica de revestimiento dio lugar a los
más exquisitos productos, autenticas
obras de arte, que hoy asombran a los
occidentales no sólo por su belleza sino también por su laboriosa ejecución. En
efecto, la creación de una pieza lacada requiere un largo y cuidado proceso.
Una vez preparada la pieza a lacar, se le van aplicando sucesivas y finas capas
de laca (hasta 18, según los casos), cada una de las cuales debe dejarse secar
en atmósfera libre de polvo, húmeda y de temperatura controlada, y recibir un
pulimentado uniforme. Posteriormente, pueden añadirse distintas decoraciones
bien pictóricas, bien aplicadas o bien esculpidas, en las que suelen
reproducirse motivos geométricos o figurativos con un claro predominio de los
temas ligados con la naturaleza. Entre las técnicas decorativas más utilizadas
destacaremos la incrustación o aplicación de nácar (raden), de láminas de
diferentes metales, oro, plata, plomo, etc., (heidatsu) , la aplicación sobre
los fondos lacados de polvo de metal y una técnica típicamente japonesa
denominada maki-e que ofrece múltiples modalidades (hiramaki-e, togidashi
maki-e, takamaki-e, shisiai togidashi maki-e, etc).