miércoles, 8 de noviembre de 2017

Capítulo 4 - LA GRECIA HOMÉRICA


CAPÍTULO IV
LA GRECIA HOMÉRICA   

1. Vida económica y régimen social de la sociedad homérica 
Con el período al que corresponden las grandes migraciones de las tribus griegas se halla vinculada también la aparición de notables epopeyas creadas por los antiguos griegos: la Ilíada y la Odisea. 
Los propios griegos, como es sabido, atribuían la aparición de estas dos obras poéticas a la creación de un anciano rapsoda ciego, Homero. La certidumbre en cuanto a la existencia histórica de Homero estaba entre ellos tan arraigada, que varias ciudades griegas, ya en épocas relativamente bien conocidas por nosotros, se disputaban el honor de haber sido su lugar natal. En la ciencia actual, lo concerniente al origen de ambos poemas y a sus particularidades temáticas, históricas y de elaboración, ha engendrado una enorme bibliografía, calculada en millares de volúmenes y otros textos de investigación e información. Pese a su variedad y a su carácter polifacético, todas las opiniones exteriorizadas acerca de la llamada «cuestión homérica» convergen en que ambos poemas fueron componiéndose gradualmente y a lo largo de un lapso bastante prolongado. Probablemente, algunos cantos griegos anidaban aisladamente entre la población de la Grecia europea, incluso durante el período micénico. Aun así, los poemas épicos compuestos sobre la base de tales cantos, a juzgar por su lenguaje básicamente jonio, pero con el aditamento de algunas formas eólicas y aqueas, estaban vinculados por su procedencia con el litoral occidental del Asia Menor. 
Ambos poemas, compuestos a lo largo de un extenso período, se transmitieron oralmente de generación en generación, y una vez adoptado el alfabeto fueron recopilados por escrito. Como resultado de ello, el contenido de ambos poemas refleja diversas épocas históricas. Episodios separados, de carácter semilegendario, que se exponen en los mismos, estamparon las relaciones y el género de vida característicos de la época micénica, mientras en la mayor parte de otros episodios encontró su reflejo el denominado período homérico, al que por lo general se lo ubica aproximadamente entre los siglos XII y IX a. C. Finalmente, en los poemas halló también cierto reflejo un período bastante posterior, el de los siglos XIII al VI a. C., que precediera inmediatamente e incluso coincidiera con la época de las primeras anotaciones escritas de los mismos. 
Los descubrimientos arqueológicos han venido a esclarecer el contenido de los poemas. Los hombres de ciencia que se ocupan de esta cuestión han prestado atención, desde hace mucho ya, al hecho de que los monumentos de la época micénica se encuentran infaliblemente en los lugares mencionados en la epopeya, no hallándoselos jamás, en cambio, en los lugares desconocidos para la misma. En otros casos, objetos que figuran en los poemas, tales como, por ejemplo, la copa de Néstor mencionada en la Ilíada o el yelmo con colmillos de jabalí, son confirmados directamente por los hallazgos en las excavaciones de los monumentos de la época micénica. Ciertamente, no todas las descripciones homéricas, ni mucho menos, se ven confirmadas arqueológicamente, y algunos de esos objetos pertenecen manifiestamente a una época considerablemente posterior, a los siglos VIII al VI a. C., como, por ejemplo, las hebillas, la descripción de los peinados y tocas femeninas, etc., mencionadas en la Ilíada y en la Odisea. A este respecto, Lorimer, autor de una obra publicada en Londres en 1950, dedicada especialmente a la confrontación del epos homérico con el material arqueológico, previene, no sin fundamento, contra el excesivo entusiasmo puesto en la búsqueda de rasgos de la edad del bronce en la epopeya, considerando que de tales rasgos había mucho menos de lo que antes habíase supuesto. 
Se puede abrigar la seguridad absoluta de que el desciframiento de la escritura micénica aportará una mayor claridad al conocimiento no sólo de la época micénica, sino también al llamado período homérico. Sin embargo, en tanto el estudio de la «escritura lineal B» siga aún muy distante de la perfección y no todas las dificultades en el camino de su total desciframiento se hallen superadas, hay que observar al respecto mucho cuidado. Gran parte de las muchas deducciones planteadas se presenta por el momento como algo prematura. Aun cuando toda una serie de denominaciones toponímicas y nombres de dioses que aparecen en la epopeya ha coincidido con las inscripciones, las descripciones homéricas de las economías de Alcinoo y de Ulises, en las que muchos ven reminiscencias típicas de la época micénica, apenas si pueden ser reconocidas como plenamente coincidentes con la economía del castillo de Pilos reflejada en sus inscripciones. Por ejemplo: si en el primer caso nos encontramos con un aprovechamiento muy limitado aún del trabajo de los esclavos, cuyo número no supera todavía los 50, o quizá los 100, en el segundo caso, en cambio, tenemos ante nosotros un sistema económico completo y desarrollado, vinculado con la explotación del trabajo de muchos centenares de esclavos, dependientes y artesanos. Y quizá no sea casual que el término doulos esclavo que, al parecer, corresponde al término que le es cercano fonéticamente, doe-ro, de las inscripciones de Pilos, casi desaparezca del lenguaje del período homérico, para renacer posteriormente y recibir nueva difusión en la época de las relaciones esclavistas desarrolladas en la época clásica. La falta de coincidencia del epos homérico con las inscripciones, aun en aquellos casos en que contamos con bases para suponer que hay reminiscencias de la época micénica en los poemas, apenas si puede ser reconocida como casual. 
No debe perderse de vista que el contenido básico de los poemas, según el punto de vista sólidamente establecido en la ciencia y hasta el momento incólume, se había creado ya en la edad del hierro y que, en lo fundamental, refleja la situación de los siglos XI a IX a. C. En ese entonces, los palacios y castillos micénicos se hallaban en ruinas desde hacía ya largo tiempo, y muchas de las particularidades económico-sociales de la época precedente habían sido barridas por completo por la invasión doria; en la memoria del pueblo se habían conservado de las mismas apenas unas vagas reminiscencias. Por ello, aun cuando ambos poemas están concebidos y mantenidos conscientemente como un relato de tiempos muy remotos, y el poeta invoca a las musas, «hijas del gran crónida», para que le ayuden a revivir en su memoria el pasado lejano, nosotros estamos en el derecho de suponer que no siempre lo lograba y que, intencionadamente o no, interpretaba frecuentemente esos lejanos recuerdos dentro de los conceptos y de las categorías de sus contemporáneos. Se ha podido advertir así, hace mucho ya, que al mencionar en su orden (cuando en el relato se habla de los metales) el bronce, y no el hierro, el poeta no se atiene rigurosamente a la consecutividad histórica en sus imágenes y aforismos; encontramos en sus páginas, por ejemplo, la expresión «alma férrea», o el aforismo «el hierro sólo llama a sí a los varones» (en el sentido de que los empuja a que tomen armas), esto es, expresiones que atestiguan incondicionalmente que en el siglo en que se formó definitivamente el contenido de estos poemas el hierro había penetrado con solidez en la vida del pueblo. 
Dadas todas estas condiciones, el epos homérico representa una importantísima fuente para el conocimiento de la vida histórica griega no tanto del período micénico como del postmicénico, con el predominio, característico para él, de rasgos del régimen del clan familiar, de la gens.   

A-El desmembramiento de Grecia 
En la Ilíada y la Odisea, si se toma en cuenta no las reminiscencias micénicas, claro está, sino su contenido fundamental, Grecia aparece más desmembrada y aislada que en épocas posteriores. Toda pequeña comunidad, formada por grupos consanguíneos, vive su propia vida, aislada; cada una tiene sus órganos de gobierno y administración, su gobernante (basileus), un consejo de ancianos, una asamblea popular; cada una posee su territorio compuesto de campos de labranza, praderas y viñedos, su polis, no con la acepción de ciudad-Estado, que tuvo más adelante este término, sino sólo como villorrio, al parecer ni siquiera siempre amurallada. Sólo de tanto en tanto las comunidades autónomas aúnan sus fuerzas para acometer empresas bélicas conjuntas: tal es el caso que sirvió de base al relato de la Ilíada. 

Mas también bajo los muros de Troya, los jefes de los destacamentos que integran la milicia unificada continúan guardando celosamente su independencia y autonomía. El poder de Agamenón, quien había recibido el mando sobre todo el ejército aqueo, no se distingue ni por su plenipotencia ni por una especial autoridad. Todas las cuestiones de importancia vinculadas con la conducción de la guerra son resueltas no por él personalmente, sino en reunión de «los rizados hijos aqueos», y esto solamente después de haber consultado con los «nobles ancianos, poseedores de cetros», basileus como el mismo Agamenón. Es característico que, en una de esas reuniones, Aquiles considere posible dirigirse a Agamenón, en presencia de los guerreros, de la siguiente manera: « ¡Oh, saco de vino, con mirada de perro, pero con alma de cervatillo!» «Oh, rey sin honor, devorador de tu pueblo!» El aislamiento de cada destacamento guerrero repercute en la organización general de la unificada milicia aquea. El botín de guerra se reparte de inmediato entre los jefes de destacamentos, o cae directamente en manos del que los ha arrebatado al enemigo. Entre los guerreros comunes se conservan las subdivisiones tribales. Néstor, que para Homero representa el ejemplo de la sabiduría, le dice a Agamenón: «... separa a los hombres por tribus y por fratrías, para que las fratrías ayuden a las fratrías y las tribus a las tribus...». De esta manera, incluso en un conflicto bélico común, perdura la autonomía propia de las comunidades en tiempo de paz, y las distintas partes de la milicia aquea no se fusionan para formar una verdadera unidad. Inclusive cuando en la vida social y económica de las comunidades del período homérico comienzan a apuntarse los primeros pasos que llevarían a la formación de uniones territorial y políticamente más amplias, en dichas uniones «gens, fratrías y tribus siguen conservando por completo su independencia». Así, las fratrías (hermandades), como unión de varias fratrías ordenamiento del que restan supervivencias en muchas polis griegas de tiempos posteriores, constituyen todavía durante la era de Hornero la subdivisión social fundamental. 
  
B-El papel de la organización en forma de «gens» 
El carácter gentilicio de la sociedad homérica se manifiesta en todos los ámbitos de la vida. Así, por ejemplo, un hombre que, por una u otra causa, había perdido los vínculos con su gens y se veía en la necesidad de buscar refugio en una región extraña, era tratado como un métanastes, un refugiado errante y sin familia, despreciado por todos. Ofendido por Agamenón, Aquiles le dice: «Se enciende en cólera mi corazón cuando me acuerdo de la manera infame con que me ha tratado ante el pueblo aqueo el rey Agamenón, como si yo fuera un miserable refugiado, un vil advenedizo!» 
Por otra parte, la aparición misma de tales refugiados emigrantes, excluidos de la gens, testimonian el comienzo de las diferencias sociales, la aparición al lado de las relaciones gentilicias, de relaciones sociales nuevas. 
Era la fratría la que asumía la defensa de sus integrantes frente al «mundo exterior». La Grecia homérica no conoce órgano alguno capaz de llenar dicha función dentro de un ámbito cuya amplitud sobrepasa los límites de la organización de gens. Y por ello, el métanastes que acabamos de citar (así se llamaba en los poemas a los hombres que habían roto con su gens y con su fratría), resultaba privado de defensa social y cualquiera podía atentar impunemente contra su vida, su honor y sus bienes. Más también la vida del hombre que había conservado sus vínculos con su gens era defendida en primer lugar no por los órganos sociales, sino por sus parientes más cercanos, que tomaban venganza del asesino de acuerdo con el principio de «sangre por sangre». En el último canto de la Odisea, los parientes de los pretendientes de Penélope muertos por Ulises, «tan pronto como tuvieron sus pechos revestidos por fuertes corazas de brillante cobre», se reunieron fuera de la ciudad, con el propósito de dar cuenta del asesino mediante la unificación de sus fuerzas. Uno de ellos, Eupites, se había dirigido a los habitantes de Itaca, conmovidos por el acontecimiento, y les había dicho llamándolos a tomar venganza en Ulises: «Hermanos, os suplico, salid conmigo en su busca, antes que fugue de Itaca a Pilos, o se salve en la divina Elida, la tierra donde reinan los epeos: salid conmigo contra el asesino y castiguémosle, pues, si no, nos cubrirá el oprobio y la vergüenza que caerá sobre nuestra memoria no podrá borrarse jamás». 
De este modo, la iniciativa de la venganza pertenecía a los parientes consanguíneos directos, y sólo después, a requerimiento de estos últimos, intervenían los otros congéneres del asesinado. Era natural que el asesino, temiendo la venganza por parte de los miembros de la gens o de la fratría, optara por abandonar su patria: «... el que mata a un hombre cualquiera, aunque su víctima no deje a muchos para vengarle, huye de su patria abandonando a sus deudos...» 

Además de la venganza por sangre, Homero menciona el rescate pagado por el asesino como medio de compensar a los parientes de la víctima: «Hasta por la muerte de un hermano, incluso por la de un hijo, se acepta del asesino una compensación; de esta manera, uno permanece en su aldea, una vez satisfecho el pago, y el otro apacigua su alma y su soberbio corazón con la indemnización recibida.» 
Una disputa en torno del rescate es descrita en una de las escenas grabadas en el escudo de Aquiles. Las menciones, tanto del rescate como de la venganza familiar, permiten suponer la coexistencia de ambas instituciones, lo cual pone al descubierto uno de los rasgos típicos del período homérico: su carácter de período de transición. Desde luego, en muchos casos las descripciones de relaciones sociales muy primitivas, junto a otras más complejas y desarrolladas, deben considerarse como consecuencia de la estratificación de ambos poemas, debida, como ya señalamos, a su prolongada formación; más en otros casos estamos indudablemente frente a los reflejos de la realidad histórica de las épocas que se describen. 

C-Diferenciación económico-social. Aparición de la aristocracia 
Aunque en la época homérica los lazos de parentesco de la gens constituían los cimientos de la estructura social, y en la vida de la sociedad continuaban en vigor y uso muchas antiguas instituciones, el período homérico en su integridad constituía ya, sin lugar a dudas, una época de intensa descomposición de las primitivas relaciones comunales. Al comparar la gens iroquesa con la griega, Engels anota que entre ambas «... se extiende cerca de dos períodos de desarrollo que los griegos de la época heroica llevan de delantera respecto a los iroqueses». 
La igualdad social y la libertad de los miembros de la primitiva sociedad gentilicia se habían transformado considerablemente. Se había destacado y separado la aristocracia gentilicia, poseedora «de honroso lugar y cebadas ovejas y ánforas llenas de vino dulce y selecto...». Engels define ese proceso de la siguiente manera: «La cifra de la población aumentó con la extensión de la ganadería, de la agricultura y hasta de los oficios manuales; al mismo tiempo crecieron las diferencias sociales, y con éstas el elemento aristocrático en el seno de la antigua democracia primitiva.» 
El poema trata de subrayar a cada paso la diferencia entre la nobleza gentilicia y el resto de la población. En las batallas que describe, los guerreros nobles, en carros tirados «por corceles de espesas crines», o bien a pie, combaten contra los enemigos al frente de sus hombres. Tienen el cuerpo protegido por coraza de cobre «adornada con oro», la cabeza con un yelmo con crin de caballo y blancos colmillos de jabalí. Las vainas de sus espadas son de plata pura. Y también en tiempo de paz un hombre noble difiere notablemente de los demás por su modo de vivir: lleva túnica de un tejido tan fino como la seca envoltura de la cebolla y sobre la misma una capa de alto costo hecha de lana púrpura, con una hebilla de oro exquisitamente trabajado. 
El poeta no escatima colores al describir las mansiones de los nobles: «Paredes de bronce la rodeaban, coronadas por una brillante cornisa de acero azulado. Cerraban la entrada al soberbio palacio puertas de oro cuyas jambas, que arrancaban del broncíneo umbral, eran de plata, como de plata también era el dintel que en ellas se apoyaba, y de oro macizo una aldaba. A ambos lados, perros, áureo uno, argénteo el otro, fabricados sabiamente por Hefaistos... Detrás de la casa se hallaba el jardín «rodeado de tupido seto», y en él «crecían magníficos árboles frutales: perales, granados, manzanos de espléndidas formas, dulces higueras y verdes olivos...». Le seguían el viñedo y la huerta, en la cual «hortalizas y verduras de todas clases se cosechaban en abundancia todo el año» (ibíd., 128). Desde luego, la época homérica no conocía mansiones tan lujosas. En el caso dado, al igual que en la descripción de las armas, con el deseo de subrayar el lujo, fabuloso desde el punto de vista de sus contemporáneos, que caracterizaba la vida de sus héroes, el poeta había aprovechado, al parecer, los ejemplos de la época pretérita conservados en la memoria popular. 
Es lógico que el rapsoda subraye las diferentes situaciones sociales de los personajes y las peculiares relaciones entre ellos. Acerca de Ulises, por ejemplo, se narra en la Ilíada: «Cuando encontraba a un hombre del pueblo gritando, golpeábale con el cetro y le increpaba con palabras severas: ¡Detente, desdichado, y no alborotes, escucha a los que te aventajan en valor; tú, débil y cobarde, jamás tuviste importancia en el combate, ni en el Consejo!» (Ilíada, II, 198 y sig.). Pero, al encontrarse con nobles guerreros, Ulises se acerca a cada uno de ellos y les dice: «Ilustre varón: ¿eres acaso presa del temor cual un cobarde? Detente, tranquilízate y tranquiliza a los otros». 
Podríamos traer a colación muchas otras citas análogas, dispersas en el texto de ambos poemas, y que dan testimonio de la tendencia, propia del epos homérico, a idealizar la aristocracia de abolengo y promoverla al primer plano a todo lo largo del relato. Tal tendencia tiene su explicación en la vida económica de ese período. 

D-La ganadería y la agricultura 
La economía de la sociedad homérica se basaba fundamentalmente en la agricultura y en la ganadería. 
En los poemas se encuentran frecuentes menciones de «gruesas» ovejas y cabras, de bueyes «de altos cuernos», de cerdas «brillosas de grasa», de potros y «gruesas yegüitas jóvenes orgullosas de sus potrillos juguetones». Son mencionados también los asnos y mulas que se usaban para tirar de los arados. Del importante papel de la ganadería en la economía de esta época da testimonio también el hecho de que el ganado era utilizado como medida de valor, sustituyendo el aún inexistente dinero. Así, una enorme caldera de cobre, junto con su trébode, valía doce bueyes; una «doncella prisionera» era apreciada en cuatro bueyes, una armadura de oro se valuaba en cien terneros y una de bronce en nueve. 
No menor era la importancia de la agricultura. Como cultivos gramíneos básicos aparecen el trigo, la cebada y el mijo. Los trabajos de labranza en el campo se llevaban a cabo mediante la ayuda de bueyes y mulos. El arado, como siguió siéndolo en tiempos muy posteriores, era de madera, sumamente primitivo; levantaba apenas una delgada capa del suelo, en virtud de lo cual debía efectuarse una labranza triple. Se practicaba el abono con estiércol. 
La cosecha, en la escena estampada en el escudo de Aquiles, es descrita en la Ilíada de la siguiente manera: 
«Un campo de altas espigas iban cortando los segadores, relucientes en sus manos las afiladas hoces; a lo largo del surco quedaban los manojos, y con ellos iban formando gavillas tres hombres, que los recibían de manos de niños que se los alcanzaban sin cesar...» 
La trilla se hacía en una era, usando bueyes para esta tarea. Luego se aventaba el grano y se molía en molinillos manuales. 
Además del cultivo de cereales, estaban desarrolladas la vitivinicultura, la horticultura y la fruticultura. De la existencia de varias clases de uva hablan las denominaciones «blancas» y «tintas», aplicadas a la caracterización de diferentes vinos. Estos se conservaban en enormes toneles de barro y transportaba en botas o ánforas. En los jardines se cultivaba manzanos, perales, granados, higueras y olivos. 
La población estaba también familiarizada con la caza y la pesca. El conocimiento y la utilización, en cierta medida, por parte de la sociedad homérica, del hierro facultaban el posterior desarrollo de las fuerzas productivas. Como ya señalamos, el poeta era fiel a la modalidad de «arcaizar» la realidad que estaba describiendo y, al parecer, evitaba muy conscientemente mencionar ese metal, prefiriendo nombrar en su lugar el bronce. Así y todo, en el texto de la Ilíada se encuentran hasta veintitrés y en el de la Odisea veinticinco menciones del hierro, y, como hemos mencionado antes, en forma de imágenes («alma férrea», «paciencia de hierro», «cielo férreo».) La presencia permanente de tales imágenes testimonia, indudablemente, una difusión ya bastante amplia de ese metal. Esto se ha visto confirmado en la actualidad por las investigaciones arqueológicas que permitieron hallar armas y varios instrumentos de trabajo de hierro en las sepulturas del período que estamos considerando. El más antiguo de los hallazgos era, según todos los indicios arqueológicos, un sable de hierro del siglo XI a. C., pero en la actualidad ya se han producido muchos otros hallazgos de objetos de hierro del siglo x, y más aún del ix, todos, sin lugar a dudas, obra de la artesanía local. 
Así, pues, la economía del período homérico distaba mucho de mantenerse en el nivel característico del régimen del comunismo primitivo. El desarrollo de las fuerzas productivas había alcanzado un nivel que posibilitaba ya la acumulación de considerables riquezas en manos de unos pocos. Las denominaciones «nobles» y «ricos» aparecen en los poemas por lo general una junto a la otra. La dimensión de las riquezas es medida principalmente por las cantidades de cabezas de ganado, por las amplias despensas colmadas de toda clase de vituallas y de otros bienes, por el arreglo y mobiliario de las viviendas, por el número de sirvientes, por la calidad de las armas y de los vestidos, etc.; es interesante observar que en los poemas sólo rara vez se menciona la concentración de tierras en manos de una persona acaudalada. Así, por ejemplo, el porquero Eumeo, que habla a Ulises, tras su regreso, acerca de los ricos de Itaca, no hace referencia ninguna a los bienes raíces, limitándose a enumerar los rebaños que les pertenecen. 
Aunque en los poemas homéricos se menciona repetidas veces la tendencia de tierras y se presentan escenas de la vida agrícola, su carácter no resulta completamente aclarado. Por una parte, las tierras que pertenecían a los basileus homéricos eran conocidas como temenos, es decir, el mismo término con que nos encontramos en las inscripciones de Pilos, en las que, como se recordará, se da esa denominación a las tierras recibidas de manos del pueblo por el rey (wanax) y por el jefe del ejército (lawgetas). Cabe pensar que también los basileus homéricos gozaban, respecto a la propiedad de la tierra, de derechos mucho mayores que los hombres del común. Las tierras labradas por estos últimos se designaban con la palabra cleros, cuya traducción literal es «suerte»; el cleros era una parcela que, como lo señala el propio término, se otorgaba por sorteo. En el texto de la Odisea, por ejemplo, se presenta un caso de tal división de la tierra: el jefe de los feacios, Nausítoo, «repartió los campos subdividiéndolos en parcelas». En la Ilíada se mencionan casos en que diferentes personas obtienen campos de labranza y viñedos, es decir, tierras que habían sido puestas con anterioridad en cultivo. Todos estos datos nos permiten suponer la existencia de comunidades rurales en las que se llevaba a cabo sistemáticamente nuevos repartos de la tierra. Más, por otro lado, tal tipo de comunidad comienza ya a poner de manifiesto síntomas de descomposición. 
Al parecer, las parcelas van tornándose desiguales, lo cual provoca altercados y riñas. En la Ilíada, por ejemplo, se lee: «... Como dos hombres altercan, con la medida en la mano, sobre las lindes de campos contiguos, y por un pequeño espacio luchan, cada uno por su derecho...». 
Aparecen, por una parte, hombres que se han apropiado de varias parcelas y, por otra, hombres que no tienen ninguna (acleros). Al mismo tiempo, al tornarse hereditario el poder de los reyes, los basileus reciben los terrenos que les corresponden como propiedad privada y disponen, en consecuencia, libremente de los mismos. 
Esto permite llegar a la conclusión de que, si bien en la sociedad homérica aún no se había afianzado en forma definitiva la institución de la propiedad privada sobre la tierra, sí se hallaban ya presentes las distintas posiciones a su respecto y la desigualdad de su distribución, y al llegar a finales de este período es posible hablar ya de la propiedad privada sobre la tierra. En este sentido interesa la descripción de la escena representada en el escudo de Aquiles, en la que la tierra labrantía comunal contrasta con el temenos. En el primer caso «... los labradores yendo y viniendo guían las yuntas de bueyes, y siempre al llegar a un extremo del campo, les sale al encuentro un hombre que les ofrece a cada uno una copa de dulce vino...». En el segundo caso, se describe la cosecha: los trabajadores siegan el cereal bajo la mirada del propio «amo» (basileus), quien está «en silencio parado entre los surcos, con el cetro en la mano y alegre el corazón». 
Los hombres libres que por diversas circunstancias se veían privados de sus parcelas y, en consecuencia, obligados a abandonar las mismas, son conocidos en los poemas como eritos y tetes. Este último término abarca en su significado, no sólo al trabajador libre, sino, en general, a todo el que ha sido desposeído de su parcela. Las condiciones de paga por el trabajo de tales mercenarios aparecen claras en el trecho de La Odisea, en que Ulises, quien había regresado a su casa disfrazado de mendigo, dialoga con uno de los pretendientes de Penélope: «¿No te agradaría acaso, peregrino, entrar a mi servicio? Te enviaría a trabajar, con gusto, al último rincón de mis campos enderezando setos y plantando árboles. A cambio recibirías de mí alimento abundante, la vestimenta necesaria y calzado para los pies». 
Se ve así que en las grandes propiedades rurales era aplicado ya el trabajo asalariado. La paga por el trabajo se hacía con efectos naturales y se componía, en primer lugar, de la alimentación y de la provisión de vestido y calzado. Habiendo abandonado su patria en busca de trabajo, el asalariado se encontraba totalmente indefenso, lo cual era aprovechado con amplitud por quien lo tomaba a su servicio. En la Ilíada, en la disputa entre Poseidón y Apolo, se describe la arbitrariedad del amo que se ha apropiado del salario del trabajador, al que ha arrojado de su casa: «... A las órdenes del altanero Laomedonte, por el salario estipulado, todo un año trabajamos, y nos trataba muy duramente... ... Más, cuando las deseadas Horas trajeron el día señalado para recibir la paga convenida, Laomedonte, por la fuerza, se apropió de ella y nos despidió con amenazas e injurias. Cruel y terrible, amenazó con atarte de pies y manos para venderte como esclavo en una isla lejana y se vanagloriaba jurando cortarnos las orejas». 
Las condiciones efectivas de vida y trabajo del asalariado lo colocaban en una situación en la cual carecía de defensa y en la cual a veces en poco difería de la situación de un esclavo. Tal como dice el ejemplo que acabamos de citar, el amo podía aherrojarle impunemente manos y pies y, por medio de la venta como esclavo, privarlo para siempre de la libertad. En la Odisea, los esclavos y los tetes (trabajadores libres) son comparados con los hombres libres. Tal confrontación da testimonio no sólo de la situación social de los tetes, sino también de la ausencia de una estricta delimitación entre esclavos y hombres libres, como ocurrirá en períodos posteriores. 

E-La esclavitud 
La esclavitud del período homérico difiere esencialmente de la de los tiempos posteriores. A este respecto son sumamente significativos los términos que sirven para señalar a los esclavos. En los poemas, éstos se designan comúnmente con la palabra dmóes, frecuentemente con la voz oíkies (gente de la casa), y muy raramente con la palabra doulos, mientras que en la época clásica, con la esclavitud desarrollada, el término doulos adquiere mayor difusión. La denominación oíkies no es de ninguna manera casual, puesto que en el tiempo homérico los esclavos, de hecho, formaban parte de la familia de su amo y, al lado de los demás miembros de la misma, participaban en la actividad económica común. En otras palabras, la esclavitud mantenía aún un carácter patriarcal. Por lo demás, tal caracterización sería unilateral si no señalásemos los casos, mencionados en el epos homérico, en que se observan otras actitudes para con los esclavos. En la Odisea, por ejemplo, se describe detalladamente el feroz castigo infligido a las esclavas sorprendidas cuando favorecían a los pretendientes de Penélope: todas ellas fueron ahorcadas con una cuerda de navío. Un castigo no menos feroz le cupo al cabrero Melantios: «Con cobre cruel le cortaron las narices y las orejas; le amputaron pies y manos, y luego le arrancaron las partes pudendas y las arrojaron a los ávidos canes para que las devorasen». 

En el mismo poema hay otra referencia interesante sobre la evaluación general del trabajo de los esclavos: «Indolente es el esclavo: si con severidad el amo no lo fuerza a cumplir su mandato, por sí solo no se pondría con gusto a trabajar. En cuanto el destino cruel marca a alguien con la amarga esclavitud, Zeus destruye en él la mejor mitad de las virtudes del hombre». 
Esta referencia, más que con la primitiva esclavitud patriarcal, hay que relacionarla con la esclavitud de la Época Clásica, en la que la cruel explotación de la fuerza de trabajo del esclavo es dominante en el sistema económico. De esta manera, las referencias de los poemas homéricos a la situación de los esclavos descubren los rasgos característicos de las épocas de transición. En su conjunto, el siglo de Homero ha de ser reconocido sólo como etapa inicial en aquel complicado proceso que habría de llevar a la antigua Grecia hasta su desarrollado sistema de explotación de la esclavitud. 
La fuente principal de la esclavitud en la época homérica no residió en la diferenciación interna de la sociedad, sino en la guerra y el cautiverio. En este sentido, es muy característico el término mencionado ya, dmóes, derivado del verbo damadzo, que significa someter, domar. Las tiendas de campaña de Aquiles y otros jefes aqueos bajo las murallas de Troya estaban repletas de botín de guerra y, sobre todo, de mujeres cautivas, capturadas durante la marcha de las acciones bélicas. En las guerras, la conversión en esclavos de los enemigos sobrevivientes era una regla que, al parecer, no admitía excepciones. Andrómaca, al deplorar la muerte de Héctor, exclama apesadumbrada: «... Ha perecido el que era su defensor [de la ciudad], tú, que la salvabas, y amparabas a las fieles mujeres y a sus hijos. Pronto serán conducidas al cautiverio en cóncavas naves, y yo con ellas. ¡Y tú, hijo mío, acaso vengas conmigo y hayas de sufrir en trabajos oprobiosos, en provecho de un amo cruel; o quizá un aqueo te haga girar en torno de su cabeza cogido de las manos, para arrojarte desde lo alto de una torre...». 
Evidentemente, el apoderarse de esclavos constituía uno de los objetivos principales de la guerra. Con el mismo fin se emprendían incursiones por mar contra los habitantes del litoral, corno, por ejemplo, en el caso de Ulises, cuando el mismo, con sus compañeros de viaje, arribó a las costas de Egipto, y «... de pronto, dejándose llevar por sus instintos de violencia y pillaje, empezaron a saquear los fértiles campos de los pacíficos egipcios, a raptar a sus mujeres e hijos y a asesinar brutalmente a los varones que se oponían a su furia». El prisionero de guerra era propiedad del vencedor, y en consecuencia podía ser regalado, cambiado o convertido en un trofeo para el vencedor de los torneos. 
Según los datos contenidos en los poemas, la explotación de los esclavos se realiza, en primer lugar, mediante la utilización de su fuerza de trabajo en las tareas domésticas. Por ejemplo, en la casa de Alcinoo: «Había en el espléndido palacio cincuenta esclavas: unas molían el dorado centeno en los morteros, otras hilaban y tejían, sentadas, junto a los husos...». 
Otras tantas esclavas trabajaban en la casa de Ulises. Una parte de las mismas estaba ocupada en la molienda del cereal, otras traían agua de los manantiales y se ocupaban en diversos quehaceres domésticos. Durante los festines, los esclavos servían a sus amos y a los convidados. Entraba en las costumbres poner a disposición del huésped varias esclavas, para el lavado y para impregnar al cuerpo con aceites perfumados y otras sustancias aromáticas. Por lo demás, tampoco las mujeres libres consideraban humillante tal trabajo. En más de una ocasión se menciona en los poemas casos en que las esclavas sirven de concubinas. Los hijos nacidos de estas uniones podían ser libres: «... Y yo nací de una extranjera que mi padre había comprado para hacerla su concubina», cuenta Ulises en un relato por él inventado, «pero mi noble padre me miraba y amaba igual que a sus demás hijos legítimos». 
Los esclavos eran utilizados en la agricultura y en la ganadería. En la Odisea se les menciona con mayor frecuencia como pastores y porqueros, que en tareas propiamente agrícolas, debido a que en esta última eran empleados fundamentalmente trabajadores libres. 
El establecimiento claro del peso específico del trabajo de los esclavos en la actividad social tropieza con insalvables dificultades. Nada definido se dice al respecto en los poemas, y cuando se cita una cantidad figura invariablemente la cifra de 50, y la misma se refiere tan sólo a los esclavos aprovechados en la propia mansión del amo. Tanto en la Ilíada como en la Odisea, los esclavos se mencionan relativamente poco. Sobre estos datos no es arriesgado pensar que en la Grecia homérica la esclavitud no había alcanzado un amplio desarrollo. 
Este escaso desarrollo viene confirmado por el carácter fundamentalmente natural de la economía homérica. Cada Oikos es casi íntegramente autárquico y, en consecuencia, sin necesidad sistemática de intercambios. La producción en la época homérica no estaba dirigida hacia la fabricación de mercancías, sino que estaba orientada primordialmente a satisfacer las necesidades de cada unidad económica. En el Oikos de un basileus, que utiliza el trabajo de esclavos y trabajadores libres, los productos obtenidos en el campo se utilizan, en primer lugar, para satisfacer las propias necesidades del amo, de sus huéspedes, de los miembros de la familia, de sus trabajadores y de la servidumbre de su casa. 
Del trabajo que posteriormente sería considerado como el destino de los esclavos y de la plebe se ocupaban en la época de Homero todas las capas de la sociedad, comenzando por las más elevadas. Aquiles y Patroclo preparan ellos mismos la comida y bebida para sus huéspedes, aun cuando en otras oportunidades se ocupen de ello los esclavos y esclavas. Los jóvenes, hermanos de la princesa Nausícaa, «semejantes a los dioses inmortales», desenganchaban de su carruaje los mulos, que antes habían sido enganchados al mismo por los esclavos». «Parecida ella misma a una diosa», Nausícaa lava la ropa junto con sus esclavas, luego se baña y juega con ellas a la pelota. En las casas ricas, las que se ocupaban de hilar y tejer eran las esclavas, pero sorprendemos ocupada en esta misma labor a Penélope, esposa del rey Ulises. No es menos conocido el arte de tejer por la esposa de Héctor, Andrómaca. Dueño de una lujosa mansión, Laertes trabaja junto a sus esclavos en el jardín y en la huerta, y Ulises en persona va tras el arado. También son conocidas por este último otras clases de trabajo: él mismo construye una cama y expone su habilidad y experiencia en el armado de balsas. 
Participando en el trabajo en común, hombro a hombro, con los libres, el esclavo del período homérico no podía ser, según la definición de Aristóteles, un ser «sólo con las condiciones para comprender lo racional, pero no para ser él mismo un ser racional». De tal concepto no hay en el epos homérico ni el menor rastro. Por el contrario: en la persona de un esclavo, el porquero Eumeo se halla representado en el poema un sabio consejero y amigo de Ulises. Goza de la confianza ilimitada de su amo; a su cuidado están confiados los rebaños y los bienes, de los cuales dispone hasta cierto punto con independencia. Así, por ejemplo, «sin preguntar ni a la reina ni al anciano Laertes», Eumeo edifica una casa y, también sin la anuencia de sus amos, adquiere un esclavo. Y cuando se le acerca un peregrino disfraz bajo el cual se oculta Ulises no tiene reparos en sacrificar para su visitante el mejor cerdo de la piara de su amo y comerlo deleitosamente en su compañía. Al reconocer a Ulises, Eumeo lo besa en la frente. De la misma manera proceden los otros esclavos al encontrar al amo junto al portón de la casa.  

F-El papel del intercambio
La producción de mercancía está escasamente desarrollada en la época homérica. Aunque en los poemas se mencionan casos aislados de intercambio, por ejemplo, de esclavos por bueyes, armas o vino, el Oikos se proveía de objetos que necesitaba primordialmente a través del botín de guerra. En tales circunstancias, el intercambio es episódico. Es significativa en este sentido la inexistencia del dinero en la sociedad homérica como medida universal de valor de cambio. 
Era igualmente muy débil el desarrollo del comercio exterior. Esto se ha visto confirmado por los datos obtenidos en las investigaciones arqueológicas, que hacen constar la ausencia casi total en el territorio de Grecia de objetos importados, hasta el mismo siglo viii a. C. Y si algunos objetos provenían del exterior, los mismos eran preferentemente de lujo, destinados a la satisfacción de las necesidades de un estrecho círculo de la nobleza. En un trecho de la Odisea se describe la llegada de unos mercaderes de allende el mar: «Un día llegaron astutos visitantes del mar, unos varones fenicios, que traían en sus naves infinidad de cosas curiosas y raras». 
Entre esas cosas figuraban, por ejemplo, objetos tales como «un collar de oro engastado en ámbar». En la Ilíada se indican como objetos de importación «vestimentas de lujosos dibujos, trabajo de las mujeres de Sidón», «una bella ánfora de plata... obra espléndida de los hábiles sidonios», los que, «navegando por el brumoso mar, la trajeron a Lemnos para la venta desde Fenicia». 
Dado que Creta ya no desempeñaba en aquel tiempo el papel de vínculo comercial, la importación se efectuaba principalmente a través de los negociantes fenicios. Estos no fundaban factorías comerciales permanentes y se limitaban a descargar las mercancías en la misma costa, o bien a su venta directa a borde de las naves. Los mercaderes fenicios no se detenían durante mucho tiempo en un lugar. En el caso mencionado en la Odisea, su estado se prolongó cerca de un año, durante el cual «cargaban diligentemente su nave y comerciaban con sus productos». No eran raros los casos en que, al abandonar puerto, los mercaderes fenicios saqueaban a la población local llevándose consigo, para venderlos como esclavos, a mujeres y niños. En general, el comercio de aquellos tiempos se hallaba aun estrechamente vinculado con el bandidaje y la guerra, y los mercaderes fenicios no gozaban de las simpatías de las poblaciones. He aquí una cita de la Odisea que puede servir de ejemplo: «... presentóse [en Egipto] un fenicio muy trapacero y falaz, perverso intrigante que ya había causado muchos males a otros hombres, y persuadiéndome con su ingenio, llevóme a Fenicia, donde tenía casa y bienes. Un año estuve con él, y terminado que fue, urdiendo nuevo engaño me llevó a Libia en su nave, con el pretexto de que le ayudase a conducir sus mercancías, pero en realidad venderme allí por una crecida suma».
Víctima de la pérfida intención del fenicio resultó en ese caso un griego que había recibido como herencia una pequeña parcela, en virtud de lo cual había resuelto tentar fortuna en el comercio. Ocuparse en el comercio era, en general, cosa poco desarrollada entre los griegos de los tiempos homéricos, y algo que no gozaba de popularidad. Así, uno de los representantes de la nobleza feacia, Euríalo, se dirige a Ulises, con el deseo de ofenderlo, con la siguiente «burla hiriente», «punzante»: «Peregrino, veo que no eres hábil en ningún juego atlético de éstos en los que descuellan los hombres. En verdad, a mí me has parecido desde el primer momento un patrón de navío, un traficante que recorre los mares en nave de muchos remos, pensando sólo en vender sus mercancías y volver a cargar para obtener más lucro; pero en nada te pareces a los atletas o guerreros». 

G-Los oficios 
El predominio de la economía natural y el escaso desarrollo del intercambio en las relaciones económicas de la sociedad homérica están estrechamente relacionados con la situación de los oficios artesanales. En efecto, siendo una de las caracterizaciones propias del Oikos la autarquía, la actividad artesanal no podía encontrar condiciones favorables para su desarrollo. 
La Grecia homérica, a diferencia de la época micénica, apenas conocía contados oficios de artesanía. En los poemas se mencionan los caldereros, los carpinteros de obra, los curtidores y los herreros a la vez que armeros. La división del trabajo en el seno de cada oficio está ausente casi por completo. Así, los herreros se ocupaban al mismo tiempo de la preparación de objetos de oro y plata, y los carpinteros de obra efectuaban todos los trabajos, comenzando por la preparación de la madera y terminando por la erección de la casa, incluso la confección de muebles y otros objetos de madera. La falta de una especialización detallada se veía también en la labor de los curtidores. 
Referencias a la existencia de talleres aparecen en la epopeya sólo por excepción. Por ejemplo, se habla de las fraguas del dios Hefaisto, protector de los herreros, el que había forjado las armas para Aquiles. Como regla general, los artesanos iban de casa en casa y efectuaban los trabajos utilizando el material de los propios clientes. En este aspecto aparecen alineados con los adivinos, médicos y aedos: «... ¿Cómo se te puede ocurrir que nadie vaya a llamar a su casa sin necesidad? Sólo se busca a los artistas cuando se los necesita, a los adivinos, a los médicos, a los hábiles carpinteros o a los divinos aedos que nos hacen felices con sus cantos» (Odisea, XVII, 382 y sig.). 
Al confeccionar los objetos, lo normal es que el cliente aporte la materia prima y el artesano los instrumentos propios de su profesión. Por lo menos, en el relato de la Odisea acerca de la llegada de un orfebre a la casa de Néstor, se menciona que había traído consigo todas las herramientas de su oficio. 
Algunos artesanos muy hábiles gozaban de gran notoriedad en la Grecia homérica. En la Ilíada, por ejemplo, se habla de un artesano beocio de nombre Tiquio. Cuando el gobernante de Salamina, Ayax, tuvo necesidad de un escudo lo encargó especialmente a ese célebre artesano. 
En general, el trabajo de los artesanos en la Grecia homérica estaba valorizado por debajo del de los agricultores, y los artesanos mismos, que, en su mayoría, procedían del número de los tetes y de los metanastes, estaban ubicados en las gradas inferiores de la escala social. 

2. El Régimen Político de la Sociedad Homérica 
La sociedad homérica, surgida sobre las ruinas de la sociedad micénica, no había evolucionado económica y socialmente lo necesario para alcanzar el estadio de la organización política estatal. Incluso así, en cada una de las muchas comunidades de las que se habla en los poemas, se encontraban ya elementos de organización social que se remontan a la antigüedad más remota y representan al mismo tiempo embriones de órganos estatales. En cada comunidad hay un rey (basileus), un consejo de ancianos (gerentes) y una asamblea popular. 

En el período homérico, los reyes eran los jefes de sus tribus, a las que conducían en las guerras y, en tanto durasen las operaciones bélicas, gozaban de máximo poder. La organización de los asuntos de guerra había alcanzado en aquel tiempo cierta elevación. Los guerreros nobles iban armados de sables y lanzas, y se protegían de los golpes del enemigo con yelmos, corazas, rodilleras y escudos. 
Salían al combate en carros a los que enganchaban corceles de raza. Los soldados de la milicia del pueblo, en cambio, estaban pobre e insuficientemente armados: sólo con armas arrojadizas (venablos) y hondas. En el primer combate junto a las murallas de Troya, cuya descripción figura en la Ilíada, los dos ejércitos enemigos se precipitan uno al encuentro del otro: los troyanos gritando y los aqueos en silencio, guardando el orden en sus filas. Ulteriormente, los aqueos instalan su campamento en la llanura, entre el mar y la ciudad sitiada, rodeándolo de fosas, vallas y torres, con portones que permitían las salidas de los ejércitos y de los carros de combate. 
Para todo ello se imponía la necesidad de cierta organización, lo cual justificaba la concentración del poder en las manos de los conductores de las milicias, que representaban a la nobleza rica y de abolengo. Dichos jefes podían exigir de los simples guerreros una obediencia incondicional bajo la amenaza de severos castigos por las faltas de disciplina. 
También la táctica de combate de aquellos tiempos propiciaba el aumento del poder y de la autoridad de los reyes. Por lo general, las batallas comenzaban con un duelo entre los basileus, que salían al campo en sus carros de combate. Tras ellos entraban en batalla sus amigos, seguidos por los guerreros de infantería. Se entablaba un combate cuerpo a cuerpo, con empleo de lanzas, sables y pesadas piedras. A los enemigos muertos se les despojaba inmediatamente de las armaduras, en calidad de trofeos. A menudo se entablaban luchas a causa de los cuerpos de los caídos. Cada una de las partes trataba de apoderarse del cadáver: una para darle sepultura, y la otra para profanarlo o pedir por él un rescate. Los reyes, con demostraciones de su valor personal, tenían que dar el ejemplo a su séquito y a los guerreros de filas. 
Se sobrentiende, empero, que la posesión de armas de alto precio y, especialmente, de corceles de combate, inaccesible para los guerreros de filas, estaba al alcance no sólo de los basileus, sino también de otros miembros de la nobleza, quienes desempeñaban un papel relevante en los combates. Los reyes homéricos se hallaban estrechamente vinculados con esa nobleza, en cuyo seno eran tan sólo primeros entre iguales. 
En este sentido es elocuente el hecho de que dentro de los límites de los territorios mencionados en los poemas existieran en una serie de casos varios reyes. Así, en la isla Esqueria, se mencionan, además de Alcinoo, a doce basileus más; en Argos había tres; en la Elida cuatro. Incluso durante las operaciones bélicas, algunas tribus salían bajo el mando de varios reyes. De esta manera, el vocablo basileus tenía amplia aplicación. En algunos casos disponían efectivamente del poder de jefes de la tribu; en otros representaban, al parecer, sólo a consejeros del rey o miembros de su séquito en el campo de batalla. Esto, de por sí, hace ver que hasta el poder guerrero del rey distaba mucho de ser incondicional. En tal sentido es muy característica una reunión militar descrita en la Ilíada. En ella, cierto Tersistes («Desvergonzado»), según todas las señas un guerrero del común, injuria «con gritos desaforados» al rey Agamenón, reprochándole haber arrastrado a los aqueos a innumerables calamidades. Ciertamente, la mayoría de los basileus secundarios interceden en favor de Agamenón, «pastor de hombres»; en particular es Ulises quien refrena a Tersites, increpándole, amenazándole y golpeándole. Empero, el solo hecho de registrarse una tal intervención de un simple guerrero de filas evidencia que los reyes homéricos no gozaban, ni con mucho, de una autoridad incondicional. Dadas tales condiciones, las palabras de Ulises a propósito del daño ocasionado por la división del poder entre muchos, y de la necesidad de concentrarlo en las manos de un solo cetro, suenan solamente como un anhelo que está lejos de la realidad de ese momento o, quizá, como una reminiscencia de la época micénica: «Que uno solo nos dirija, tengamos un solo rey: aquel a quien el sagaz Zeus concedió el cetro y las leyes, para que él reine sobre los demás.» 
Es natural que la plenipotencia del rey en tiempos de paz fuera más modesta aún. Su función principal se reducía a la participación en los juicios. En la época homérica se atribuía gran importancia a la Justicia. Si un «soberano poderoso... hace florecer la justicia, bajo su cetro nace en sus campos abundancia de centeno, cebada y mijo, los árboles se cargan de frutos, se multiplican los rebaños y pululan los peces en las aguas». 
Se sobrentiende que en los tiempos que nos ocupan el derecho estaba escasamente desarrollado. Crímenes tales como, por ejemplo, un asesinato, eran considerados sólo en el plano del perjuicio inferido por el autor del mismo a un individuo o al conjunto de sus parientes. En tales condiciones, el juicio tenía las características de un arbitraje entre los litigantes. En el escudo de Aquiles se da la imagen de tal litigio: 
«... querellan dos hombres acerca de una multa que debe pagarse como indemnización por un asesinato...» «Gritan los ciudadanos en torno a ellos, favorece cada uno al que le es más cercano; los heraldos refrenan su griterío y los ancianos de la ciudad, sentados en silencio sobre piedras pulidas en medio del sagrado círculo, reciben a su turno uno de los cetros de manos de los heraldos, se levantan empuñándolo y, uno tras otro, emiten su juicio». 

Como se desprende de esta descripción, los juicios en la época homérica se realizaban en presencia del pueblo y los veredictos eran pronunciados por los ancianos. Al lado de éstos, en el mencionado ejemplo, hay colocados dos talentos de oro, que eran la caución que depositaban tanto el demandante como el demandado el comenzar el proceso. Sorprende la desmedidamente grande suma de oro de esa caución. Evidentemente, en el caso dado se trata de una hipérbole, habitual en la poesía épica, porque se hace difícil admitir que tamañas cauciones pudieran darse a menudo en aquel tiempo. 
En el caso de ganar el pleito, el demandante recibía de vuelta su caución, más la depositada por el demandado; en caso contrario, la perdía, y ambas sumas caían en manos del demandado. El papel del rey durante la ventilación del proceso era a todas luces tan insignificantes, que en la escena descrita en el escudo de Aquiles ni siquiera es mencionado. 
En lo que se refiere a la sucesión real, si nos basamos en los datos del epos, no queda esclarecida. Al parecer, después del fallecimiento de un rey, o en casos de incapacidad para dar cumplimiento a sus funciones, el poder pasaba a su hijo o a otros parientes; más bien podía pasar a otra gens. En esto desempeñaban un papel esencial las virtudes personales del candidato. Es sabido que durante la prolongada ausencia de Ulises de Itaca, tanto su hijo Telémaco como su padre, el anciano Laertes, no eran considerados reyes, no obstante que Itaca estaba sin rey; y es evidente que los pretendientes a la mano de Penélope calculaban apoderarse a través de la boda no sólo de los bienes de Ulises, sino también del poder real. Al surgir la cuestión de la falta de rey, el hijo del ausente Ulises, Telémaco, dijo a los pretendientes: «... entre los aqueos de Itaca, la rodeada de olas, se encontrarán otros jóvenes y ancianos mucho más dignos de reinar; entre ellos podéis elegir, si Ulises, mi padre, en verdad ha muerto». 
Estos datos nos permiten concluir que en los tiempos homéricos no se había establecido de forma definitiva el carácter hereditario del poder real. El privilegio más grande del rey consistía en el usufructo de temenos, la mejor parcela que se le otorgaba del total de las tierras de la comunidad. La explotación de dicha parcela cubría los gastos personales del rey y de los que se ocasionaban al convidar a su mesa a los miembros del consejo. Las fuentes complementarias de ingresos de un basileus eran los variados regalos que le hacía el pueblo y la parte leonina del botín de guerra que se la adjudicaba. 

El Consejo de ancianos 
El Consejo de ancianos no representaba ya durante la época homérica un órgano compuesto por los hombres de más edad y respeto de la tribu. En realidad, lo integraban, en primer lugar, los representantes de las más ricas y nobles familias, sin tomar en consideración la edad. Como ya señalábamos, a menudo se los dominaba basileus, pero por lo general llevaban el nombre de gerentes. Cuando se trata de asuntos muy importantes, el rey consulta con el Consejo, sin cuya participación, al parecer, no da solución a ningún asunto de importancia. Dichas consultas tenían lugar habitualmente durante los festines, que se celebraban en la casa de un basileus o al aire libre, en presencia del pueblo. Es improbable que se pueda aclarar más detalladamente el carácter de las relaciones recíprocas entre el rey y el Consejo de ancianos. 

La Asamblea popular 
La Asamblea popular representaba en los tiempos homéricos al conjunto de los miembros libres de la comunidad. Por lo general era convocada por el rey con diversos motivos; por ejemplo, como se relata en la Odisea, a raíz de la queja de Telémaco contra la arbitrariedad de los pretendientes de Penélope en casa de ésta, y, como leemos en la Iliada, para resolver el problema de la continuación de la guerra, o debido a las causas de la peste que se había descargado sobre el ejército que sitiaba a Troya. En las asambleas populares podían también ser consideradas toda clase de proposiciones que fueran de interés para el pueblo. La convocatoria a Asamblea se efectuaba por heraldos, y en tiempos de paz las mismas tenían generalmente lugar en las cercanías de la casa del rey, en la plaza de la «ciudad» o en cualquier otro lugar muy frecuentado. Empero, en los tiempos homéricos ya faltaba la igualdad de derechos de todos sus participantes: de hecho, las resoluciones eran tomadas por el Consejo de ancianos y el rey. Inclusive en el caso en que Telémaco se había dirigido a la Asamblea popular en busca de ayuda contra la arbitrariedad de los pretendientes de Penélope, los reunidos no pudieron pronunciar una resolución definida y se disgregaron, intimidados por las amenazas de aquellos pretendientes. La Asamblea de los aqueos convocada junto a los muros de la sitiada Troya, tampoco tuvo el poder de hacer cesar la querella que había brotado entre los jefes del ejército sitiador. La supremacía la tenían en las asambleas los representantes de la nobleza, los que imponían al pueblo sus propias resoluciones. El pueblo exteriorizaba su posición respecto a las opiniones del rey y de los gerontes sólo por medio de gritos de aprobación o de repulsa. En los poemas no hay la menor mención acerca de alguna votación en las asambleas populares. 
Asamblea popular en Atenas. El escenario era el Ágora (plaza pública y mercado). En lo alto, como telón de fondo la Acrópolis (1), con sus hermosos templos dedicados a la diosa Atenea. Los ciudadanos aparecen reunidos para manifestarse en torno a un problema y decidir sobre él (voto). Vemos al orador (2) en el centro de la escena, junto a él, el encargado de controlar el tiempo del discurso (5), con el típico reloj de agua antiguo. Si lo deseaba, el orador podía hacer uso del estrado (4). Los políticos más populares como Pericles lo hacían. Alrededor, esperan turnos otros ciudadanos (6), (7), para exponer sus ideas al público presente. El orden de la Asamblea, estaba asegurado por la presencia de soldados (3) custodiando el evento político.

Debido a la ausencia de Ulises, en Itaca no se convocó la Asamblea popular durante largos años. Todo ello sirve como índice de referencia para considerar el descenso del peso específico de tales asambleas, al mismo tiempo que se ampliaba la esfera de competencia del Consejo de ancianos. Por lo demás, la cuestión atingente a las relaciones mutuas entre los tres órganos de la Administración social, dada la ausencia de leyes escritas y de normas más o menos firmemente elaboradas con respecto al derecho jurídico, se resolvía de hecho en función de la correlación real de las fuerzas en cada caso concreto. Una cosa es indudable: tanto la Asamblea popular como el Consejo de ancianos y el rey permanecían aún, durante el tiempo homérico, vinculados mutuamente de manera muy estrecha. El rey no podía pasarse sin el consejo de los gerontes, y éstos sesionaban en presencia del pueblo cuando se trataba de cuestiones muy importantes. De esta manera, la Asamblea popular, a pesar del acrecentamiento de la fuerza de la nobleza, aún no había perdido su antigua autoridad; tenían que tomarla en cuenta tanto el rey como los gerontes. 

La familia 
El régimen familiar de la época homérica seguía siendo patriarcal. El número de miembros de esta clase de familias alcanzaba a veces cantidades bastante considerables; así, por ejemplo, la del rey Príamo contaba con cincuenta hijos varones con sus esposas, y doce hijas mujeres con sus esposos. En otros casos mencionados en los poemas, las familias eran bastante menos numerosas. El paso de la supremacía al padre o al esposo no había alcanzado aún la esclavización de la mujer. Esta continuaba gozando del respeto de la familia y de la sociedad. La esfera de aplicación de la labor femenina estaba constituida por la economía doméstica, en la cual la esposa, en su condición de ama de casa, gozaba de plena independencia. 

Próximo Capítulo: ESPARTA, CRETA, TESALIA Y BEOCIA EN EL SIGLO IX Y COMIENZOS DEL V A.C.   



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