ICONOGRAFIA DE JESUCRISTO
REFERENCIAS DE JESUCRISTO EN EL NUEVO TESTAMENTO CON ESPECIAL IMPORTANCIA EN LA ICONOGRAFIA
Natividad de Jesús
Mt. 1, 18-25
Lc. 2, 1-7
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Adoración de los Pastores
Lc. 2, 8-20
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Circuncisión del Niño Jesús
Lc. 2, 21
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Presentación en el Templo y
Purificación de la Virgen
Lc. 2, 22-38
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Adoración de los Magos
Mt. 2, 1-12
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Huida a Egipto
Mt. 2, 13-15
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Matanza de los inocentes
Mt 2, 16-18
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El regreso de Egipto
Mt 2, 19-22
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El Niño Jesús perdido en el Templo
Lc 2, 41-50
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Bautismo de Cristo
Mt. 3, 13-17
Mc. 1, 9-11
Lc. 3, 21-22
Jn. 1, 29-34
|
Expulsión de los mercaderes del Templo
Mt 21, 12-13
Mc 11, 15-17
Lc 19, 45-46
Jn 2, 14-16
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Última Cena
Mt. 26, 17-29
Mc. 14, 12-25
Lc. 22, 7-20
Jn. 13, 21-30
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Oración de Jesús en el Huerto
Mt. 26, 36-46
Mc. 14, 32-42
Lc. 22, 40-46
Jn. 18, 1
|
Prendimiento de Jesús
Mt. 26, 47-56
Mc. 14, 43-52
Lc. 22, 47-53
Jn. 18, 2-12
|
Flagelación
Mt. 27, 26
Mc. 15, 17
Jn. 19, 1
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Coronación de espinas
Mt. 22, 28
Mc. 15, 15
Jn. 19, 2
|
Ecce Homo
Mt 27, 27-31
Mc 15, 16-20
Jn 19, 4-5
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Subida al Calvario con la cruz a
cuestas
Mt. 27, 31
Mc. 15, 20
Lc. 23, 26-32
Jn. 19, 17
|
El Cireneo es obligado a ayudar a
llevar la cruz
Mt. 27, 32
Mc. 15, 21
Lc. 23, 26
|
El Expolio (Jesús desnudado para
ser crucificado)
Mt. 27, 35
Mc. 15, 24
Lc. 23, 34
Jn. 19, 23-24
|
Descendimiento de Cristo y Santo
Entierro
Mt. 27, 57-61
Mc. 15, 42-47
Lc. 23, 50-55
Jn. 19, 38-42
|
Guardia ante el sepulcro
Mt. 27, 62-66
|
Bajada de Cristo a los Infiernos (Anastasis)
(Con la idea de que "resucita de entre los muertos")
Mt. 27, 52-53
I Corintios 15, 20
|
Resurrección de Cristo
Mt. 28, 1-7
Mc. 16, 1-8
Lc. 24, 1-8
Jn. 20, 1
|
Aparición a María Magdalena (Noli me
tangere)
Mt. 28, 8-10
Mc. 16, 9-11
Jn. 20, 11-18
|
Aparición a los Apóstoles
Mc. 16, 14-18
Lc. 24, 36-43
Jn. 20, 19-23
|
Incredulidad de Santo Tomás
Jn. 20, 24-29
|
Aparición a los discípulos de Emaús
Mc. 16, 12-13
Lc. 24, 13-35
|
Ascensión de Cristo a los Cielos
Mc. 16, 19-20
Lc. 24, 50-52
Hechos 1, 9-12
Efesios 4, 9-10
|
Diferenciaremos primero Jesús niño (nacimiento, infancia)
Aconteció, pues, en los
días aquellos, que salió un edicto de Cesar Augusto para que se empadronase
todo el mundo. Fue este empadronamiento primero que el del gobernador de Siria,
Girino. E iban todos a empadronarse, cada uno en su ciudad. José subió de Galilea,
de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por
ser él de la casa y de la familia de David, para empadronarse, con María, su
esposa, que estaba encinta. Estando allí se cumplieron los días de su parto, y
dio a luz a su hijo primogénito, y le envolvió en pañales, y le acostó en un
pesebre, por no haber sitio para ellos en el mesón.
El nacimiento de Cristo en
Belén tiene una circunstancia humana inmediata. Cesar Augusto dio un edicto
para que "todo el mundo," es decir, el ecumenismo romano, se
empadronase. De Augusto se conocen varios censos parciales y tres totales. Uno
de éstos fue el 746 de Roma, que corresponde a unos ocho años antes de la fecha
actual del nacimiento de Cristo.
Este empadronamiento crea
una dificultad clásica. Se dice de él que "fue el primero", siendo
gobernador de Siria Quirino. Josefo dice que Quirino fue gobernador de Siria
del 6 al 12 después de Cristo, y que el 6 d. de C. hizo un censo de Judea. Pero
el empadronamiento bajo el cual nace Cristo, se hace siendo rey Herodes el
Grande. Y no consta que Quirino fuese también prefecto de Siria reinando
Herodes.
Además, Tertuliano parece
excluirlo, pues dice, tomando los datos de los archivos de la Iglesia romana,
que este censo se hizo siendo prefecto de Siria Sentio Saturnino.
Para solucionar esta
dificultad se han propuesto varias soluciones:
1) Quirino, sobre el año 9,
dio principio al empadronamiento que llevó a cabo Sentio Saturnino (9 a 6 a.
C.)· Pero no consta positivamente de otra prefectura de Quirino, y habría
además que adelantar acaso demasiado la fecha del nacimiento de Cristo.
2) Se sabe que se
simultaneaban a veces los legados imperiales en la misma región. Así, el 73 d.
C. había en África un legado al frente de las tropas y otro tenía la misión de
hacer el censo. Cabría suponer una simple legación de Quirino simultaneada con
la de Saturnino.
3) Siendo Quirino prefecto
de Siria, Aemilius Secundus, "duxmilitum," hizo por mandato de
Quirino el censo de Apamea y combatió a los itureos del monte Líbano. Los
legados tenían frecuentemente adscritos como "epítropos"
(procuratores) otros sujetos. Hay varios casos. Cabría que hubiese sucedido
esto con uno de los prefectos de Siria que hubiese tenido adscrito a Quirino,
ya que la frase puede tener cierta amplitud. De hecho, del 10 al 6 a. C. estuvo
en Oriente en una campaña en Cilicia.
4) Otra interpretación que
parece lógica es la de dar al numeral "primero" el sentido de
"antes", como lo tiene en muchos casos. Así, el sentido de la frase
es: que este empadronamiento, bajo el que nace Cristo, es anterior al que hizo
el año 6 d.C. Quirino, siendo gobernador de Siria. Este censo fue sumamente
famoso por las revueltas que hubo en Judea con su motivo. Y de él, por lo
mismo, se hacen eco los Hechos de los Apóstoles (5:37). Sería preciso
diferenciar bien estos censos, y hacer ver en qué relación estaba éste, bajo el
que nace Cristo, con el otro, tan famoso en Judea.
Como Roma solía respetar
las costumbres locales, este empadronamiento se hace al modo judío, yendo a
censarse al lugar de origen. Por eso José, que era de la casa de David, sube a
Belén, unos 140 kms, lugar originario de la familia davídica. El texto dice que
por ser de "la casa y familia de David." La frase puede ser
simplemente un pleonasmo, para indicar que José era verdaderamente de esta
estirpe, o acaso por proceder estos informes de fuentes literariamente
distintas. Algunos entendieron "casa" como equivalente a tribu, y por
"familia" el ser de la misma estirpe davídica.
Para ello "sube,"
frase consagrada para ir de un lugar de Palestina a Jerusalén o cercanías de
ésta, ya que topográficamente es siempre una subida. Pero va a "empadronarse
con María, su esposa". Gramaticalmente, la frase es dudosa: sea que sube
para que se empadrone también María, máxime si era hija única y heredera, o
simplemente que María le acompaña, pues se ve que pensaban abandonar definitivamente
Nazaret (Mt 2:23). Pero el primer caso también estaba en las costumbres, como
se ve por el decreto censal del prefecto de Egipto, Cayo Vibio Máximo, en 104
d. C., en el que las mujeres casadas tenían que presentarse también en su lugar
de origen. Y María era de la casa de David. Por eso, si el verbo µste puede
significar "desposar" o "casar," es el contexto, aquí
casada, el que decide. "Si María hubiera sido entonces sólo la prometida
(contra Mt 1:24), hubiera supuesto una clara violación de las buenas costumbres
el hecho de emprender juntos el viaje a Belén y convivir allí (José) con
ella".
Y estando en Belén
(Bethlehem: casa de pan, por su fertilidad agrícola) sucedió el nacimiento de
Cristo. Es notable la sobriedad con que lo describe el evangelista.
"Dio a luz a su hijo
primogénito". El poner "primogénito," siendo Cristo unigénito,
nada dice en relación a la perpetua virginidad de María. Es término
"legal," con el que Lc prepara la escena de la presentación en el
Templo. En un principio eran los "primogénitos" los que ejercían el
sacerdocio. Pero, cuando este privilegio se adjudicó a la tribu de Leví, quedó
la obligación de "rescatar," simbólicamente, a los
"primogénitos" (Núm 3:12-13; 18:15-16; cf. Ex 13:2; 24:19). En 1922
se descubrió en Egipto una estela sepulcral en Tell el-Yeduieh, del año 5 a. C.
En ella se dice que una judía de la Diáspora, llamada Arsinoe, murió entre los
dolores maternos al dar a luz a su hijo "primogénito." Como se ve, el
término "primogénito" no se dice por relación a otros hijos, sino por
el sentido "legal" de la expresión.
Lo "fajó" y le
acostó en un pesebre. Este debió de ser como los que se utilizan en las grutas
de Belén. Unas piedras apiladas junto a la pared, y en cuyo recipiente se echa
forraje para los terneros y ganados. Allí fue acostado el Hijo de Dios. El
hecho de que ella misma lo faje y atienda podría incluso ser un índice, muchos
lo piensan así, del milagroso parto virginal indoloro. Este hecho de fajarlo prepara
el "signo" de la escena de los pastores. Pero el motivo que se da
para recostarlo allí, es que "no había sitio para ellos en el mesón"
Este "mesón" corresponde al actual tipo de "khan," un patio
cuadrangular, a cielo descubierto; en el centro se deposita el bagaje, y en los
cobertizos se acomodan los viajeros. Por eso es extraño que no hubiese sitio
para ellos, ya que en Oriente la hospitalidad es sagrada, máxime para una
mujer que acusaba los signos de próxima maternidad. Además no es creíble que
todos los descendientes de David coincidiesen para empadronarse en aquellos
mismos días, ya que el empadronamiento podía durar hasta más de dos años. Ni
sería improbable que hubiese familiares que le ofreciesen allí hospedaje. Ni es
creíble (Gaechter) que María fuese rechazada de todas partes por impurificar
"legalmente" todo lo que tocaba después que diese a luz. Por encima
de todo esto está la ley natural de convivencia social, más que sagrada en
Oriente, máxime ante el caso de parientes, en el momento de su maternidad.
Hecho que no contaba en los alumbramientos en el hogar. Todo esto hace ver que
el motivo es otro. Se piensa en la pobreza. Esta era una realidad, y con riqueza
hubiesen obtenido un hospedaje adecuado. Por eso, la frase "no había lugar
para ellos" debe de tener un valor enfático. Eran razones de pureza
exquisita. María no podía evitar en su parto las asistencias que otras mujeres
le iban a prestar. Y esto es lo que desea evitar. Si no es que sabía que su
parto iba a ser virginal, por lo que esta reserva se imponía por un doble
motivo.
La localización del lugar
del nacimiento de Cristo está arqueológicamente bien lograda. Ya habla de ella
San Justino, nacido sobre el año 100 en Palestina, señalándola y llamándola
"cueva". El emperador Adriano, para profanarlo, instaló un
"bosquecillo" sacrílego. Y con ello vino a lograr la perpetuidad de
su identificación.
Cristo debió de nacer en la
"noche," pues se ve relación entre el anuncio del ángel a los
pastores y el nacimiento del Niño. En cuanto a la fecha, hay un error en el
cálculo. El monje escita Dionisio el Exiguo (t 544), basándose en la
"plenitud de los tiempos," que dice San Pablo de la venida de Cristo
(Gal 3:19), dividió la cronología de la Historia universal en dos épocas: antes
y después del nacimiento de Cristo. Y fijó éste en el año 754 de la fundación
de Roma. Pero por Josefo se sabe que Herodes murió en la Pascua del año 750. Y
Cristo nació bajo Herodes. Es ya un error de unos cuatro años. Pero como, en la
escena de los Magos, Herodes, teniendo en cuenta la fecha del nacimiento de
Cristo, da orden de matar a todos los niños de dos años para abajo, y, sobre
todo, no muestra señales de su grave y larga enfermedad que lo alejó de
Jerusalén; habrá que suponer aún unos dos años antes o más. Por eso, la fecha
del nacimiento de Cristo debe de estar entre el 747 y 749 de la fundación de
Roma. Sobre unos seis años de la fecha actualmente fijada.
En Oriente se fijaba esta
fecha el 20 de mayo, el 20 de abril o 17 de noviembre (Clemente R.). Pero llegó
a prevalecer el 6 de enero la fiesta de las "Epifanías"
(manifestaciones) del Señor: conmemoración de su nacimiento, Magos y el
bautismo. Esto vino a ser bastante general en el siglo IV. Las iglesias de
Occidente no conocían en un principio la fiesta de las "Epifanías,"
aunque se va introduciendo posteriormente. Pero en 336, en la Depositio
Martyrum filocaliana, se cita la Navidad de Cristo en 25 de diciembre (VII
Callan.). ¿Por qué Roma fijó esta fecha? Aún no se sabe.
Como hipótesis muy
probable, dentro de la pedagogía de la Iglesia primitiva para desarraigar los
restos paganos, está que el 25 de diciembre se celebraba la fiesta pagana
"Natalis Invicti," del Sol que nace. Son los cultos de Mitra, que
tanto influjo tuvieron en aquella época. Así se sustituiría esta festividad
pagana del Sol por la de Cristo, como "luz del mundo." En Roma, en
ocasión parecida, para desarraigar las fiestas paganas robigalia, del 25 de
abril, se sustituyó el cortejo que iba al puente Milvio por un cortejo
cristiano que iba al Vaticano, para celebrar la misa en el sepulcro del Apóstol.
Representaciones
en el arte
Las escenas del nacimiento
de Jesús fueron cambiando a través de los siglos y conforme a las costumbres y
modas impuestas por los propios artistas. Durante la Edad Media lo más común es
la representación de María tendida en su lecho con el niño a su lado, envuelto
en refajos. En el siglo XIII Jesús está metido en el pesebre y hay un
intercambio de miradas entre la madre y el hijo. A finales de la Baja Edad
Media se empieza a representar a María con su hijo en brazos. Durante los
siglos XIV y XV la escena se hace más cálida e íntima pues se representa a
María alimentando al niño.
Los artistas flamencos van
añadiendo detalles más o menos pintorescos, como la participación de José a la
hora del baño del recién nacido.[1] A partir del siglo XVI
entran en escena los pastores adorando al Niño. Los pastores ofrecen animales
de granja, frutos y otros obsequios. A veces en una misma obra se añade al tema
central otros que pueden estar relacionados, como la anunciación del ángel a
los pastores, el coro de ángeles, etc. El siguiente paso se da en los
abundantes retablos monumentales del siglo XVII en que todo el retablo es una
descripción de la Natividad y todo lo relacionado con ella. Aparece además el
símbolo del cordero.
INFANCIA
La Natividad. Aparece solo en
Mateo Mt 1, 18-25 y Lucas Lc 2,
1-7.
Ante la falta de temática se echa mano
de los evangelios apócrifos.
Representación: la figura de la Virgen. En el mundo bizantino, aparecía
tumbada en el suelo con la cuna del Niño y la Virgen tumbada (parto con dolor).
Natividad de Cristo, Maestro de Peribleptos. Menologio de 1591 de Jerusalén (Arte armenio).
Icono de Theófanes de
Creta.1546. Monasterio Stavronikita. Monte Athos. Grecia.
La escena está encuadrada
por una montaña en forma piramidal que domina todo el espacio visual. Es la
montaña mesiánica tal como Isaías lo profetizo: “El monte del Señor será
erigido sobre la cima de las montañas y será más alto que las colinas”...”Él
agitará la mano hacia el monte de la hija de Sión, hacia la colina de
Jerusalén”.” No se hará más daño ni mal sobre mi monte santo, porqué el país
estará lleno del conocimiento del Señor” Is. 2,2; 10,32;11,9
El centro de la escena lo
ocupa una plataforma donde esta María arrodillada (por influencia occidental) y
la cueva del nacimiento en la que Dios se manifiesta.
La Madre de Dios se halla
colocada próxima al corazón de la montaña; “representa la luz que mana de la
zarza del Sinaí” Gregorio Niseno, sermón 21, 119.
María va vestida con su maforion o manto donde las tres estrellas (frente y ambos hombros) proclaman su virginidad antes, durante y después del parto.
María va vestida con su maforion o manto donde las tres estrellas (frente y ambos hombros) proclaman su virginidad antes, durante y después del parto.
Arriba se hallan
representados un grupo de ángeles que cantan mirando al cielo y a la tierra:
“Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres que ama el
Señor”. Representan la naturaleza angélica que acude al extraordinario
acontecimiento; uno de ellos, destacado del grupo, se encuentra hablando con
uno o más pastores.
Este ángel anuncia al
pastor la gran alegría de la salvación y lo hace extendiendo la mano y haciendo
el signo de la Encarnación-Trinitaria. : dos dedos juntos y tres tocándose por
las puntas. Su significado es la salvación viene del Dios Uno y Trino a través
de la Encarnación de Cristo.
El pastor y el ángel están
en dialogo. Con la Encarnación de Jesucristo, el mundo divino y el humano
empiezan un diálogo que ya nunca se perderá. Dios estará en medio de los
hombres y Él mismo les hablará y cada hombre podrá hablar directamente con
Dios, sin intermediarios.
A los pies del pastor hay
un niño tocando una flauta, es la antítesis de la música celestial y hace
referencia a un himno de maitines de la vigilia: “Interrumpiendo el sonido de
las flautas pastorales, la armada celestial gritaba...”.
Entre la Virgen y la
entrada de la cueva aparece el Niño envuelto en pañales, colocado más que en un
pesebre, en un sepulcro de forma rectilínea.
En el interior de la cueva
se distinguen el buey y el asno, representan la Palabra del profeta Isaías: “el
buey conoce a su dueño y el asno el pesebre de su amo; Israel, en cambio, no
entiende, mi pueblo no tiene conocimiento” Is. 1,3
En la parte inferior
aparece José pensativo y apartado. Delante de él un hombre vestido con pieles
.José personifica el drama humano: el hombre ante el misterio.
La literatura apócrifa atribuye a José esta duda y el pastor que habla con él, apoyado sobre un bastón, alimenta y confirma los pensamientos de José ya que es el diablo que suscita una tormenta de sentimientos encontrados en el interior de José.
La literatura apócrifa atribuye a José esta duda y el pastor que habla con él, apoyado sobre un bastón, alimenta y confirma los pensamientos de José ya que es el diablo que suscita una tormenta de sentimientos encontrados en el interior de José.
El diablo vestido con piel
de cabra, le tienta sobre la virginidad de María, diciéndole según los
apócrifos: “Como este bastón que yo llevo no puede producir brotes, del mismo
modo un viejo como tú no puede engendrar y una virgen no puede alumbrar”. Más
tarde se representará a José con un bastón con brotes de plantas y se extenderá
esta representación por occidente.
Junto al pastor demonio hay un arbolito que brota de un tronco seco. “un vástago brota del tronco de Jesé, un rebrote sube desde las raíces. Sobre él reposara el Espíritu del Señor... por él rescatara el Señor a su pueblo” Is. 11,1-2.
El arbolillo representa una respuesta a las palabras del pastor-demonio. “Dios no es esclavo de las leyes que regulan la vegetación, es su Creador y si hizo brotar la vara de Aarón, mucho más puede hacer que una Virgen florezca y de fruto”. Cirilo de Jerusalén. Catequesis XII, 28.
Junto al pastor demonio hay un arbolito que brota de un tronco seco. “un vástago brota del tronco de Jesé, un rebrote sube desde las raíces. Sobre él reposara el Espíritu del Señor... por él rescatara el Señor a su pueblo” Is. 11,1-2.
El arbolillo representa una respuesta a las palabras del pastor-demonio. “Dios no es esclavo de las leyes que regulan la vegetación, es su Creador y si hizo brotar la vara de Aarón, mucho más puede hacer que una Virgen florezca y de fruto”. Cirilo de Jerusalén. Catequesis XII, 28.
Asombro de lo creado.-
Viene representado por las ovejas o cabras que hay delante del niño que toca la
flauta y que miran hacia lo alto. Ellos expresan el asombro de la creación ante
tan gran misterio: Dios se hace Hombre. Nadie consigue proseguir en su acción
natural, tal es el estupor y temor del Universo que reconoce la presencia de
Dios y se detiene extasiado ante su gran misericordia.
Esto viene narrado en los Apócrifos: Protoevangelio de Santiago 18, 1-3 y del Himno de la gran Hora de Navidad de la Iglesia Ortodoxa que se inspira en este Apócrifo.
Esto viene narrado en los Apócrifos: Protoevangelio de Santiago 18, 1-3 y del Himno de la gran Hora de Navidad de la Iglesia Ortodoxa que se inspira en este Apócrifo.
Debajo de los ángeles que
cantan el gloria aparecen los tres reyes de oriente a caballo y guiados por la
estrella.
Tríptico
de la Epifanía Hans Memling (ca. 1470), Museo del Prado
El Tríptico de la
Epifanía representa las escenas de la Natividad, la Adoración de los Magos
y la Purificación, y por su tamaño puede considerarse una de las obras
monumentales de Hans Memling.
El tríptico abierto ilustra
tres escenas de la infancia de Jesús. La hoja izquierda representa la Natividad
en un establo ruinoso. La Virgen ha colocado al Niño desnudo sobre una
esquina de su manto. Dos ángeles arrodillados admiran al Niño. San José, detrás
de la Virgen, sostiene en la mano un cirio encendido que simboliza la presencia
de la luz divina. El asno y el buey están bajo una hornacina. A la izquierda,
la silueta de una ciudad evoca el mundo exterior y conduce la mirada hacia el
fondo.
Surge en la Edad
Media el parto sin dolor, aparece arrodillada una vez que ha dado a luz.
Rezándole.
En la Edad Moderna,
casi siempre aparece arrodillada. Va a ser la formula general.
Natividad, Ghirlandaio (1492),
Pinacoteca Vaticana
Natividad
Juan Correa de Vivar (1546-1550) Museo del Prado
La Virgen y San José se
inclinan hacia el Niño Jesús, desnudo y sobre un paño blanco en un sillar de
piedra. Sobre ellos, siguiendo el texto del Nuevo Testamento, ángeles músicos
alaban al recién nacido entonando “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra
paz a los hombres en quienes él se complace” y, al fondo de la composición, los
pastores son anunciados del Nacimiento del Mesías, entrando en el establo por
la derecha de la composición (Lucas 2, 8-20). Esta obra corresponde a la
primera etapa de la actividad del artista en la que muestra una fuerte
dependencia de Juan de Borgoña (h. 1470 - 1534), como se aprecia en las figuras
y en la arquitectura, con una rica ornamentación renacentista.
Parto sin dolor. En
alguna ocasión se le quiere dar un sentido realista como en el cuadro de
Caravaggio, que realmente aparece cansada por el parto y con dolor (como en la
Bizantina).
La adoración de los pastores, Caravaggio. Museo Nacional Messina
La escena muestra una pobreza
extrema, la Virgen y San José en pose de humildad mientras los pastores
reverencian al niño, un poco gordo pero cariñoso y tierno.
Desaparición de motivos. Aparece la
tentación de San José por un demonio (frecuente en la bizantina) y el baño del
niño Jesús (tanto en la bizantina como en la medieval). En la Edad Moderna, nos
vamos a encontrar con que desaparecen por completo. Son extraídos de los
evangelios apócrifos. Dentro de la Reforma que critica estos temas desparecen
de su iconografía pero también de la Contrarreforma. Desaparecen también
durante un tiempo el buey y la mula, porque tampoco aparecen en los evangelios.
Aparecen por referencias forzadas del Antiguo Testamento. (Porque nace en un
establo). Desaparecen durante un tiempo y al final lo que ocurre es que ya
estaban consagrados y se mantendrán porque no tiene referencias históricas pero
no alteran el hecho en sí.
Adoración de los pastores es la denominación
convencional de un episodio evangélico y un tema muy frecuente en el arte
cristiano.
Como parte del ciclo de la
Natividad, se sitúa inmediatamente después del nacimiento de Jesús y de la
anunciación a los pastores. Tras recibir el mensaje angélico de que el Mesías
ha nacido, los pastores acuden a su lugar del nacimiento, típicamente descrito
como un pesebre, cobertizo o portal de Belén. Se basa en el relato del
Evangelio de Lucas, que no aparece en ningún otro de los canónicos.
Sucedió que cuando los
ángeles se fueron de ellos al cielo, los pastores se dijeron unos a otros:
Pasemos, pues, hasta Belén, y veamos esto que ha sucedido, y que el Señor nos
ha manifestado. Vinieron, pues, apresuradamente, y hallaron a María y a José, y
al niño acostado en el pesebre. Y al verlo, dieron a conocer lo que se les
había dicho acerca del niño. Y todos los que oyeron, se maravillaron de lo que
los pastores les decían. Pero María guardaba todas estas cosas, meditándolas en
su corazón. Y volvieron los pastores glorificando y alabando a Dios por todas
las cosas que habían oído y visto, como se les había dicho.
Las convenciones del tema
permiten a los pintores lucirse con el tratamiento de la luz, al tratarse de
una escena nocturna, y poderse establecer el cuerpo del Niño Jesús como un foco
de luz espiritual (como hace Corregio en su versión, denominada popularmente La
Notte -"la noche"-); también permite la pintura de animales y el
tratamiento diferencial de los ropajes, de las expresiones y las carnaciones,
contrastando la rusticidad de los pastores y la vejez de San José con las
figuras del Niño y la Virgen María.
Adoración
de los pastores,
Correggio1530. Gemäldegalerie de Dresde (Alemania).
El sobrenombre de «La
noche» expresa una de las peculiaridades de este cuadro, con escasos
precedentes en este sentido, entre los que puede citarse la escena del «Sueño
de Constantino» en la Leyenda de la cruz de Piero della Francesca,
datada de unos ochenta años antes. La representación de esta Adoración de
los pastores en una ambientación nocturna es extremadamente sugerente
gracias a los efectos de la luz que emana del Niño Jesús e irradia a los demás
personajes y las nubes o el torbellino de ángeles relacionan esta obra con los
frescos de la cúpula de la catedral de Parma.
El estudio lumínico
de los artistas, hacen que el punto de luz, sea el Niño. Más luminoso que un
candil.
El buey y la mula
Analizaremos concretamente
el simbolismo de los dos animales que tradicionalmente arropan al Niño Jesús
junto al pesebre, presentes todavía hoy en buena parte de los populares
‘belenes’ navideños: la mula y el buey. Estamos ante uno de esos símbolos
apócrifos que decíamos antes, pues no hay evidencia escrituraria de ellos en
los cuatro evangelios canónicos, tan solo la conocida cita de Isaías, pero esto
no les quita nada de su valor esotérico ni los convierte en sospechosos de no
ser conformes a la Tradición.
Tanto en la tradición
iconográfica griega como en la latina ha sido clásica la representación del
buey y la mula en la escena de la Natividad, presentándose los animales en
actitud de contemplación o adoración al Niño Jesús.
La cita de Isaías que a veces
se toma como origen de este simbolismo es la siguiente:
El
buey conoce a su dueño, y el asno el pesebre de su señor;
pero Israel
no conoce, mi pueblo no tiene entendimiento.
(Is.
1:3)
En primer lugar veamos qué
caracteriza a estos animales. Se trata de dos animales domésticos, muy
abundantes en el mediterráneo de la época, empleados por lo general para la
carga y el trabajo del campo. Pero si prestamos atención descubriremos
que ambos animales poseen una característica muy particular: ambos
son estériles.
•
Tradición antigua
•
Se tomaron como imagen del judaísmo y la gentilidad
•
En la Edad Moderna, y al no aparecer en los Evangelios
canónicos, en ocasiones no se representaron
•
En todo caso, no ocuparon ya un lugar prioritario en la
escena.
El Evangelio apócrifo del Pseudo
Mateo, cap. 14, dice que le adoraron un buey y un asno para dar
cumplimiento a la Escritura:
Conoce el buey a su señor y el asno al
pesebre de su amo (Isaías, 1, 3)
Te darás a conocer en medio de dos
animales (Habacuc, 3, 2) [Traducción de la Vulgata. En otras traducciones el texto
aparece redactado de otra forma]
Adoración de los pastores. Lc. 2, 8-20
San José, aparece
como ausente. El Niño aparece tumbado, desnudo, sobre unas pajas. Como esto
parecía algo desaprensivo, le colocan en una cuna. Aparecen los pastores, en la
Edad Moderna, aparecen tres. Las comadronas y el coro de ángeles de la parte
superior. Es en esencia el que se va a mantener. Hay un aspecto que es el del
Niño Jesús como foco de luz. Es el punto de iluminación. Esta luz es tan fuerte
que la pastora queda cegada.
La
adoración de los pastores. Nicolas Poussin 1633-4. National Gallery
de Londres.
Es, sin duda, una de las
obras más populares de Poussin, repetida y copiada innumerables veces. Es,
curiosamente, una de las pocas obras firmadas de Poussin, tal y como puede
verse en la inscripción sobre la piedra, en primer término: "N. Pussin fe[cit]".
Fue, posiblemente, pintado para el Cardenal Gian Carlo de Medici, en cuyo
palacio Mezzamonte de Florencia se encontraba en 1637. En cualquier caso, la
fecha de esta obra parece ser 1631-33, con anterioridad a La adoración de los
Reyes Magos, conservada en Dresde, datada en 1633. La obra se articula en dos
planos: al fondo puede verse un anuncio a los pastores, entre las columnas. En
primer término, la adoración propiamente dicha, con los personajes canónicos:
Jesús niño, María y José, los pastores, entre los que una muchacha le ofrece un
cesto con fruta, y los animales añadidos por la tradición.
La composición es de un
equilibrio perfecto, basado en la armonía de la arquitectura, a la que Poussin
dedica buena parte de su atención, y en el juego de líneas curvas, horizontales
y verticales. Es un exponente claro de su estilo en esta década, antes de su
viaje a París, en que se esfuerza por alcanzar la claridad y serenidad en sus
obras, aislando y estudiando los gestos y emociones de los personajes por separado,
que es lo que confiere un toque personal a un tema tan frecuente en los
artistas de todas las épocas. El colorido es también el propio de estos años,
suave, musical, con una preferencia por el azul y el naranja.
Adoración de los Pastores, Anton
Raphael Mengs
1770. Museo del Prado
La Adoración de los pastores es la obra
de Mengs que mejor pone de manifiesto su atracción hacia el mundo clásico,
iniciándose el Neoclasicismo. Las figuras monumentales se adueñan de la
composición, reduciendo al máximo el espacio representado por una columna. Las
posturas de los personajes son de lo más variado, indicando el deseo del pintor
de demostrar su acierto a la hora de situar las figuras y el control de la
anatomía. Todos los integrantes de la zona baja de la tabla se manifiestan al
espectador con tranquilidad y sosiego -incluido el propio Mengs que se
representa detrás de san José- contrastando con el movimiento escorzado de los
ángeles de la zona superior, en un recurso muy habitual. Los colores empleados
recuerdan al mundo renacentista, especialmente rojos, azules y amarillos, al
igual que la iluminación inspirada en la escuela veneciana al ser el Niño Jesús
el foco de luz. Resulta una de las obras cumbres de este estilo neoclásico,
carente quizá de algo de vida. La tabla fue pintada en Roma en 1770, teniéndose
noticias de su estancia en Madrid en 1772, durante el inventario realizado ese
año, lo que indica que sería un encargo de Carlos III al mejor pintor de su tiempo.
La
adoración de los pastores" de Murillo
La obra conforme a la
tradición pictórica del Nacimiento que sigue la descripción facilitada en el
Evangelio, nos representa el Nacimiento de Cristo en un pesebre (pobreza y renuncia
a los bienes materiales) junto a su Madre con la tradicional ropa roja
(copartícipe de la Pasión de su hijo) y manto azul (la esperanza en el cielo) y
su padre putativo representado como un anciano (circunstancia de la que no se
tiene constancia pero que se quiere así hacer hincapié en la
virginidad de María), rodeados por unos pastores (mujer, viejo, joven, niño, es
decir todas las edades, todos los sexos: Toda la humanidad va a adorar el
Nacimiento de Dios) que le adoran y traen presentes (la caridad y el
reconocimiento de la divinidad del nacido) y unos animales, el buey en este
caso, siguiendo de esta manera una tradición que surge en los relatos apócrifos
de la infancia de Jesús, y un gallo y un cordero, el primero se constituiría en
símbolo del animal que canta a la salida de un dios (en este caso en lugar de
ser Helios representado por el sol es Cristo), el segundo, el cordero como
símbolo eucarístico de la razón de ser de este Nacimiento. La escena se
complementa con un pequeño “rompimiento” en el que unos querubines adoran la
escena divina, tal es su función como hemos explicado en el comentario de la
primera obra.
La escena se sitúa en una
dentro de una construcción pobre y derruida inserta en un fondo oscuro e
indeterminado que realza el tono intimista de lo representado.
Como obra barroca que es,
trata un tema religioso por excelencia, a través del cual se pueden llegar a
descubrir una serie de valores religiosos como la pobreza, la caridad, la
adoración de Dios, la humildad o la familia y otros valores dogmáticos como el
Nacimiento de Cristo, la Divinidad de su persona (atestiguada por los ángeles
que dan fe de esta manera de su doble naturaleza encerrada en una misma
persona) o la Virginidad de su Madre, todo ello por medio de unos valores plásticos
que tratan de conmover.
Adoración de
los pastores,
El
Greco, Museo del Prado
La composición está
desarrollada en espiral, creando un movimiento de ascensión. La distorsión
extrema de los cuerpos caracteriza la Adoración de los pastores como
toda la obra tardía de El Greco. Los colores brillantes, «disonantes», y las
formas y poses extrañas crean una sensación de maravilla y éxtasis, al celebrar
los pastores y los ángeles el milagro del niño recién nacido.
El Niño Jesús aparece
envuelto en brillantez y blancura, lo que es un recurso tomado de los iconos y
parece emitir una luz que juega en los rostros de los pastores descalzos que se
han reunido para rendir homenaje al nacimiento milagroso. Una energía rítmica
anima la pintura, expresada en los movimientos de las figuras, como si
bailasen. Fuertes contrastes entre la luz y las zonas oscuras realzan el
sentido del drama. El grupo de ángeles que sobrevuelan la escena puede que se
parezcan a la parte que falta de la Visión del Apocalipsis o la Apertura
del séptimo sello.
En 1618 el ayudante del
Greco, Luis Tristán, dijo que su maestro estuvo trabajando en La adoración
de los pastores hasta su muerte. La pintura fue más tarde transferida al
altar mayor del monasterio de Santo Domingo El Antiguo. En 1954 fue adquirida
por el Museo del Prado de Madrid.
El Greco se autorretrató en
el pastor arrodillado del primer término. El pastor de la derecha podría ser un
retrato de su hijo, dado que el destino de la obra era presidir el panteón
familiar.
Basado en el relato de san
Lucas, la Adoración de los pastores es un tema que El Greco trató en varias
ocasiones.
Aunque san Lucas no precisa
el número de pastores, lo habitual es que sean 3, como pinta el Greco, los
mismos que Reyes Magos. Al igual que los Reyes Magos, los pastores presentan
edades diferentes -juventud/madurez/vejez, símbolo de que representan a toda la
humanidad. Se disponen en círculo frente a la Sagrada Familia y quedan
conmocionados por la potente luz que irradia el Niño Jesús. Los gestos de los
pastores, la agitación de los ángeles y la luz fantasmal los sumergen en un
aire de irrealidad.
Llama la atención el
protagonismo que adquiere el buey, muy próximo al recién nacido. Sin embargo la
mula queda relegada al fondo y apenas se percibe su blanco hocico en la zona
derecha de la composición. De elegantes figuras y cuidada composición, es una
de las obras más importantes de la producción tardía de El Greco. Destacan el
equilibrio compositivo, pronunciados escorzos, pincelada fluida y nerviosa,
sentido dl color/iluminación. Y su característico alargamiento de las figuras y
el cuidado y destacado cromatismo de sus cuadros. Impresionante.
Adoración
de los pastores, Rembrandt. National
Gallery Londres
La luz se convertirá en la
principal protagonista de esta composición; al iluminar fuertemente al Niño se
provocan unos interesantes contrastes entre zonas de luz y zonas de sombra. Las
figuras de alrededor de Jesús se aprecian con absoluta claridad mientras las
que se encuentran más alejadas quedan en semipenumbra. La pincelada rápida que
emplea Rembrandt en esta escena parece heredada del "Impresionismo
Mágico" de la última etapa de Tiziano, donde la luz y el color se adueñan por
completo del lienzo.
La Noche Sagrada, Carlo Maratta. Gemäldegalerie Alter Meister Dresde
LA VIRGEN MUESTRA
EL NIÑO A LOS PASTORES
Adoración de los pastores, Francisco de Zurbarán Musée des
Beaux-Arts, Grenoble.
Zurbarán hace gala en este
lienzo de sus mejores dotes para el realismo de una escena sagrada, como pocos
pintores lo consiguieron durante el Siglo de Oro. Recurre al Naturalismo
tenebrista para pintar una escena llena de solemnidad e intimismo a un tiempo.
Las figuras están dotadas de un volumen casi tangible, gracias a los efectos
lumínicos que el pintor aplica sobre ellas: el nacimiento de Jesús tuvo lugar
durante la noche, lo que crea un ambiente oscuro y misterioso. Este ambiente es
iluminado con fuerza desde un único punto, que no es otro que el cuerpecillo
del bebé recién nacido, en referencia a la luz que ilumina el mundo. La Virgen,
muy bella, descubre al Niño con suavidad para que ángeles y pastores puedan
dedicarle su homenaje. Todos están revestidos de una digna quietud que no
contradice sus ropajes toscos, como corresponde a su humilde condición.
Zurbarán renuncia a las típicas escenas principescas del siglo anterior para
presentarnos personajes populares que sólo denuncian su condición superior en
sus actitudes. Las ropas son de paño y lana, pero lo milagroso de la escena
hace que todos ellos tengan la expresión de príncipes. Destaca, sin embargo, la
pastorcilla que ofrece la cesta de huevos, muy realista, probablemente un
retrato auténtico frente a las idealizaciones de los demás personajes. Debajo
de ella está el típico papelito fingido con la firma de Zurbarán y la fecha. La
composición se completa con un catálogo de objetos cotidianos que prestan mayor
naturalidad a la escena, como son el pesebre lleno de paja en que reposa el
niño, la cesta de huevos, la loza talaverana y el corderillo ofrecido a la
Sagrada Familia.
Adoración de
los Pastores
(Trittico Portinari) Hugo
van der Goes,
Galeria Uffizi, Florencia
La tabla central del Tríptico
se dedica a la Adoración de los pastores. La figura central es la de la Virgen
María, con rostro de suave expresión, vestida de azul, que adora a Jesús que
acaba de nacer. El niño está desnudo, en el suelo. La escena se refleja según
el relato de las Revelaciones de Santa Brígida de Suecia, con las
adoraciones simultáneas de la Virgen, los pastores y los magos.
En primer plano, un bodegón
de flores: un jarro de cerámica azul y blanca de reflejo metálico, sin duda de
Manises, y otro de cristal, con flores. A su lado, los ángeles. A su alrededor,
los pastores son representados como campesinos, con rostros más realistas y
ropas severas. Igualmente, se presenta un paisaje típicamente invernal.
El número de
pastores y pastoras
•
Se planteó el número de tres pastores para
equipararlo con los Reyes Magos
•
A veces sólo se representan dos para componer
simétricamente (San José y la Virgen, buey y mula, dos pastores)
•
Más tarde se supuso que los tres pastores iban
acompañados de dos pastoras
•
Los autos sacramentales les dieron nombres
•
Rubens influyó en la costumbre de la pintura del siglo
XVII de incluir pastoras
En algunos casos el
cielo se abre, de manera que se conecta el Cielo con la Tierra a través del
Niño.
LA APERTURA DEL
CIELO
Adoración de los pastores, François Boucher. Musée des Beaux-Arts
Lyon
Adoración
de los pastores
(Luca Giordano) Museo del Louvre
El cuadro muestra a la
Virgen María que está sosteniendo al Niño Jesús en brazos, mientras José está
en pie a su lado (a la derecha del cuadro). Diversos querubines, admirando a la
Sagrada Familia, iluminada por un fuerte haz de luz, están colocados en
cambio sobre el lado izquierdo, en posición sobreelevada frente a la misma. Un
grupo de pastores se aproxima por la izquierda, llevando regalos, como signo de
adoración para el Niño Jesús. El pastor de pie en primer plano frente a
los otros da a la composición un sentido de dinamismo, mientras el pastor de
rodillas, con los brazos cruzados sobre el pecho crea una atmósfera de
contemplación.
El papel de San José. En
la Edad Media era como un personaje despreciado, anciano, gran diferencia
de edad con la Virgen. San José aparece adormilado cuando nace el Niño. Le
dejan de esta manera en un segundo plano.
Tríptico de Miraflores Rogier van der Weyden (ca. 1440). Berlin,
Staatliche Museen. Detalle de la Natividad.
El tríptico está dedicado a la Virgen María y su relación con su hijo en
tres momentos de su vida. A pesar de que el rey Juan II de Castilla lo regaló a
la Cartuja de Miraflores, no parece que fuera encargado para este lugar, puesto
que desde su fundación hasta el 1453 la cartuja pertenecía a la orden
franciscano. Lorne Campbell piensa que la obra podría haber sido encargada por
la reina María de Aragón, con el asesoramiento iconográfico de Lope de
Barrientos quién había sido confesor real de Juan II, tutor del niño Enrique IV
y que fue obispo de Segovia en 1438.
Cada plafón está enmarcado
por un arco y parece estar ubicado dentro de portales de iglesia, dentro de
espacios de interior que dan el aspecto de tener lugar en un escenario. El
frente de cada marco muestra la contrahuella, un hecho que, según el
historiador de arte Jeffrey Chipps Smith, implica "la proximidad del
espectador al escenario divino, y el potencial para -imaginativamente- entrar
en él". En contraste con la mayoría de los trípticos de la época, los
paneles eran originalmente fijas en vez de articuladas, aunque más tarde fueron
separadas y retornos a montar porque se puedan mover. Las composiciones están
libres de las tradiciones pictóricas utilizadas generalmente en las
representaciones de estos episodios.
La sección izquierda
muestra a María vestida con una túnica blanca y violeta, mirando al Niño Jesús
quien, a su vez, le retorna la mirada. Junto a ellos San José, vestido con un
largo tocado rojo, dormitando mientras se apoya en un bastón. El borde de la
túnica de María tiene una inscripción en oro que contenía el texto del
"Cántico de Maria" de Lucas 1:46–48: Mi alma magnifica el
Señor.... Este panel fue considerado mucho tiempo como una Natividad, hasta que
el historiador del arte Erwin Panofsky lo describió como una simple
representación de la Sagrada Familia.
Tríptico Hans Memling (ca. 1470), Museo
del Prado
El Tríptico de la Epifanía
representa las escenas de la Natividad, la Adoración de los Magos y la
Purificación, y por su tamaño puede considerarse una de las obras monumentales
de Hans Memling. A pesar de que es imposible ponerle una fecha, comparaciones estilísticas
con las pinturas de otros maestros y referencias a la producción de Rogier van
der Weyden, nos hacen considerar este tríptico como una referencia del final de
primer periodo de Hans Memling.
El tríptico abierto ilustra
tres escenas de la infancia de Jesús. La hoja izquierda representa la Natividad
en un establo ruinoso. La Virgen ha colocado al Niño desnudo sobre una esquina
de su manto. Dos ángeles arrodillados admiran al Niño. San José, detrás de la
Virgen, sostiene en la mano un cirio encendido que simboliza la presencia de la
luz divina. El asno y el buey están bajo una hornacina. A la izquierda, la
silueta de una ciudad evoca el mundo exterior y conduce la mirada hacia el
fondo.
En el panel central, una
arquitectura también ruinosa sirve de decorado a la Adoración de los Magos. La
Madonna, de frente, tiene al Niño desnudo sobre las rodillas. El más viejo de
los reyes, que besa los pies de Jesús, está arrodillado a la derecha. Este
grupo, con san José un poco retirado, está situado en el eje del primer plano.
El rey de mediana edad, a la izquierda, arrodillado, ofrece un recipiente
labrado de orfebrería con su mano derecha. Al otro lado, el rey moro hace su
entrada descubriéndose con un amplio ademán del brazo izquierdo, mientras en la
derecha lleva un regalo. En los textos apócrifos se menciona que los tres reyes
o los tres sabios simbolizan los tres continentes, así como las tres edades de
la vida: el rey que viene de Oriente es el de más edad, el rey que representa a
Europa es de mediana edad, mientras que el más joven representa el África
negra. Ofrecieron oro, incienso y mirra. La escena se completa con unos
personajes que llevan las banderas de los Reyes Magos. La cabeza que hay a la
izquierda parece ser un retrato, aunque no represente, sin embargo, el papel de
donante. El grupo principal está situado en primer término delante de la
construcción de piedra roja con su deteriorado tejado de bálago. En segundo
plano, los soportales de la arquitectura, sobre plano semicircular, dan a un paisaje
con una ciudad fortificada. A la izquierda, en el primero de los arcos, vemos
el asno y el buey detrás de su pesebre.
Panel
izquierdo
Panel
central
Detalle
panel central
La hoja derecha ilustra la
Presentación en el templo. Tiene lugar en el interior de una iglesia. La puerta
abierta permite vislumbrar la plaza de una ciudad medieval. La Virgen presenta
al Niño, y en el centro de este grupito se encuentra Simeón. Entre ambos
reconocemos a la profetisa Ana. A la izquierda, un poco hacia atrás, vemos a
san José con una tórtola dentro de una jaula: la ofrenda de los pobres. El
joven que hay entre dos columnas, a la derecha, también está inspirado en un
retrato. Las grisallas, en el envés de las hojas, están pintadas en el siglo
XVI y representan a un Cristo doliente y a una Mater Dolorosa. En esta obra,
Hans Memling es particularmente tributario de las fórmulas de Van der Weyden.
Las composiciones del panel central se inspiran en el Retablo de la santa
Paloma (Alte Pinakothek, Múnich). Sobre todo la Madonna con el rey arrodillado
se aproxima mucho a la obra de Rogier, así como la tipología del Niño Jesús. La
hoja izquierda con la Natividad se inspira en el panel central del tríptico Bladelin
(Staatliche Museen, Berlín) del maestro bruselense. Además, el dibujo
subyacente presenta, en ciertas zonas, similitudes con el estilo de dibujo de
Rogier van der Weyden. Todo ello indica que Hans Memling, en la época en que
realizó la Epifanía de Madrid, aún hacía uso de las fórmulas de su maestro.
Este procedimiento en el trabajo, en que los alumnos o compañeros repetían los
modelos del maestro era habitual en aquella época. No obstante, en este
tríptico se descubren elementos específicos del estilo de Hans Memling. Ya en
el dibujo subyacente identificamos la mano de Memling. Al lado de un dibujo
minucioso, tomado de los modelos, vemos su dibujo típico, muy libre, incluso
garabateado con numerosas modificaciones. Esta búsqueda permanente y creativa
proseguirá con la aplicación de capas pictóricas para llegar finalmente a un
resultado que respira paz, causado por esa búsqueda de la simetría e
integración de los personajes en el ambiente. El cuadro de Madrid es tan
interesante porque se nota que el pintor trata de elaborar el espacio y el
decorado de una manera lógica. El estudio de la construcción arquitectónica
está muy pensado. El piñón del establo está situado en el eje de la composición
del panel central.
La decoración de la hoja
izquierda es, de hecho, la hornacina vista desde el primer arco detrás de san
José sobre la parte central frente al buey y al asno. La figura de la Virgen,
tanto en la escena del Nacimiento como en el panel central, está colocada en el
eje. Sin embargo, otros personajes no han sido aún integrados en la composición
con esa lógica que encontramos en su periodo de madurez, como en el tríptico
encargado por Jan Floreins para el Hospital San Juan de Brujas en 1479. Las
dimensiones de este último son más pequeñas, pero el parecido iconográfico es
sorprendente. La preparación del panel de roble, el dibujo subyacente y la
técnica de «glacis» en las capas de pintura del cuadro de Madrid son deudores
de las tradiciones de la pintura flamenca. El tríptico madrileño sorprende por
los colores brillantes, que aún resaltan más después de la restauración que en
1984-1986 hicieron en el Prado. Hay argumentos para datar este cuadro hacia
1470-1472, argumentos que nos proporciona el Tríptico de Jan Crabbe, hoy
desmantelado (Pierpont Morgan Library, Nueva York, Groeningemuseum, Brujas,
Museo Civico, Vicenza), en el que el donante, abad de la importante abadía de
Dunes, en Flandes, está arrodillado al pie de Cristo crucificado. Se sabe que
este cuadro fue encargado hacia 1467-1470, por algunos elementos estilísticos
pero también por documentos de archivo.
Sobre la hoja izquierda,
vemos a la madre del abad, Anne Willemszoon, como donante. Sobre la hoja
derecha hay un hombre joven arrodillado, también representado como donante,
cuya identidad se desconoce.
Panel
derecho
Natividad de Cristo, Robert
Campin (1420) Musée des Beaux-Arts, Dijon
Entre las cosas que pueden
llamar la atención al contemplarla, está la aglomeración de personajes, que
como dice Todorov, más que integrarse se yuxtaponen; la tosca representación de
algunos de ellos que contrasta con la técnica exquisita del realismo empleado
en otros; o cómo el artista nos da a conocer los pensamientos de algunos
personajes a través de las filacterias o cintas con textos que llevan en sus
manos, como si se tratase de un cómic moderno.
Para la narración de este episodio, el pintor se ha basado fundamentalmente en la narración recogida en uno de los apócrifos, concretamente el Evangelio del Pseudo Mateo, que luego recoge igualmente en su obra Jacobo de la Vorágine. En él se cuenta como José, al darse cuenta que el parto era inminente, sale en busca de dos comadronas, pero cuando éstas llegan el nacimiento ya ha tenido lugar. A una de ellas, llamada Zebel (Jacobo de la Vorágine) o Zelomi (Pseudo Mateo), nos la muestra Campin de rodillas y de espaldas a nosotros, con una filacteria en la que puede leerse "la Virgen ha dado a luz".
Para la narración de este episodio, el pintor se ha basado fundamentalmente en la narración recogida en uno de los apócrifos, concretamente el Evangelio del Pseudo Mateo, que luego recoge igualmente en su obra Jacobo de la Vorágine. En él se cuenta como José, al darse cuenta que el parto era inminente, sale en busca de dos comadronas, pero cuando éstas llegan el nacimiento ya ha tenido lugar. A una de ellas, llamada Zebel (Jacobo de la Vorágine) o Zelomi (Pseudo Mateo), nos la muestra Campin de rodillas y de espaldas a nosotros, con una filacteria en la que puede leerse "la Virgen ha dado a luz".
La otra comadrona, Salomé,
situada frente a ella le contesta incrédula en otra cinta escrita "¿Una
virgen que da a luz? Lo creeré si tengo pruebas". E inmediatamente su mano
derecha, con la que iba a tocar a María, se seca o paraliza, de ahí la angustia
de su rostro. Sin embargo, ante las súplicas de Salomé un ángel vestido de
blanco próximo a ella le dice "Toca al niño y te curarás",
produciéndose el milagro.
De este modo el artista nos resume la escena narrada por el Pseudo Mateo y que
completa sería como sigue:
Y Zelomi, habiendo entrado,
dijo a María: Permíteme que te toque. Y, habiéndolo permitido María la
comadrona dio un gran grito y dijo: Señor, Señor, ten piedad de mí. He aquí lo
que yo nunca he oído, ni supuesto, pues sus pechos están llenos de leche, y ha
parido un niño, y continúa virgen. El nacimiento no ha sido maculado por
ninguna efusión de sangre, y el parto se ha producido sin dolor. Virgen ha
concebido, virgen ha parido, y virgen permanece.
Oyendo estas palabras, la
otra comadrona, llamada Salomé, dijo: Yo no puedo creer eso que oigo, a no
asegurarme por mí misma. Y Salomé, entrando, dijo a Maria: Permíteme tocarte, y
asegurarme de que lo que ha dicho Zelomi es verdad. Y, como María le diese
permiso, Salomé adelanté la mano. Y al tocarla, súbitamente su mano se secó, y
de dolor se puso a llorar amargamente, y a desesperarse, y a gritar: Señor, tú
sabes que siempre te he temido, que he atendido a los pobres sin pedir nada en
cambio, que nada he admitido de la viuda o del huérfano, y que nunca he
despachado a un menesteroso con las manos vacías. Y he aquí que hoy me veo
desgraciada por mi incredulidad, y por dudar de vuestra virgen.
Y, hablando ella así, un
joven de gran belleza apareció a su lado, y le dijo: Aproxímate al niño,
adóralo, tócalo con tu mano, y él te curará, porque es el Salvador del mundo y
de cuantos esperan en él. Y tan pronto como ella se acercó al niño, y lo adoró,
y tocó los lienzos en que estaba envuelto, su mano fue curada. Y, saliendo
fuera, se puso a proclamar a grandes voces los prodigios que había visto y
experimentado, y cómo había sido curada, y muchos creyeron en sus palabras.
(Evangelio Apócrifo de
Pseudo Mateo 13, 3-5)
Otros detalles de la obra,
en cambio, están tomados de las Revelaciones de Santa Brígida de Suecia.
Por ejemplo, la vela que porta en la mano un anciano San José, y que se hace
innecesaria ante la luz que desprende el propio Niño. También la descripción de
la Virgen, con largos cabellos rubios sueltos sobre la espalda y vestida con un
manto y una túnica blancos, corresponden al relato de la santa, tal como lo
expuso en el capítulo 12 de su obra.
Estaba yo en Belén, dice la
Santa, junto al pesebre del Señor, y vi una Virgen encinta muy hermosa, vestida
con un manto blanco y una túnica delgada, que estaba ya próxima a dar a luz.
Había allí con ella un rectadísimo anciano, y los dos tenían un buey y un asno,
los que después de entrar en la cueva, los ató al pesebre aquel anciano, y
salió fuera y trajo a la Virgen una candela encendida, la fijó en la pared y se
salió fuera para no estar presente al parto.
La Virgen se descalzó, se
quitó el manto blanco con que estaba cubierta y el velo que en la cabeza
llevaba, y los puso a su lado, quedándose solamente con la túnica puesta y los
cabellos tendidos por la espalda, hermosos como el oro. [...]
[...] y en un abrir y
cerrar los ojos dió a luz a su Hijo, del cual salía tan inefable luz y tanto
esplendor, que no podía compararse con el sol, ni la luz aquella que había
puesto el anciano daba claridad alguna, porque aquel esplendor divino ofuscaba
completamente el esplendor material de toda otra luz.
Al punto vi a aquel
glorioso Niño que estaba en la tierra desnudo y muy resplandeciente, cuyas
carnes estaban limpísimas y sin la menor suciedad e inmundicia. Oí también
entonces los cánticos de los ángeles de admirable suavidad y de gran dulzura.
Así que la Virgen conoció
que había nacido el Salvador, inclinó al instante la cabeza, y juntando las
manos adoró al Niño con sumo decoro y reverencia, y le dijo: Bien venido seas,
mi Dios, mi Señor y mi Hijo. Entonces llorando el Niño y trémulo con el frío y
con la dureza del pavimento donde estaba, se revolvía un poco y extendía los
bracitos, procurando encontrar el refrigerio y apoyo de la Madre [...]
La tercera fuente de
inspiración de la historia que nos cuenta Campin es el propio Evangelio de
Lucas, de donde toma la adoración de los pastores y el lugar del nacimiento, un
pesebre. En cuanto a la adoración de los pastores, al principio de la Edad
Media solían representarse en el momento que recibían la noticia y quedaban
como petrificados ante el acontecimiento sobrenatural que acontecía, como en
las bóvedas de San Isidoro de León, pero con el paso del tiempo, empieza a
recogerse por los artistas la idea expresada en el Evangelio de Lucas, según la
cual, los pastores acudieron al establo y glorifican al Niño Dios, tal como
hace Campin en esta ocasión.
En cuanto al escenario
donde se produce la historia, tanto los apócrifos, Jacobo de la Vorágine y
Santa Brígida señalan que se produjo en una cueva o gruta subterránea. Sin
embargo, Campin abandona aquí esta idea y retoma la del Evangelio de Lucas,
situándolo en un pesebre en ruinas. La idea del establo en ruinas la introducen
precisamente los pintores flamencos en el siglo XV, y simboliza la antigua ley
o antiguo testamento (el judaísmo), con cuyas piedras se edificaría la nueva
ley, encarnada en el nuevo testamento (el cristianismo).
El escenario está
reproducido con la riqueza de colores, la minuciosidad y el detallismo propio
de la escuela flamenca, que no pudo menos que asombrar y maravillar a sus
contemporáneos, como lo sigue haciendo hoy con nosotros. Ese mismo detallismo
lo emplea en el paisaje luminoso que se abre al fondo del cuadro, y podemos
descubrir un paisaje invernal del norte de Europa, con árboles podados, mujeres
por un camino con cestos en la cabeza o a la puerta de una casa, veleros
navegando, un cielo tímidamente azul con algunas nubes. Un paisaje pues que
ayudaría al espectador flamenco a identificarse más fácilmente con la escena.
De esta manera, Campin representa tres escenas o momentos distintos de la vida de Cristo: el nacimiento, la adoración de los pastores y el castigo por la incredulidad de Salomé. Mientras los dos primeros son recurrentes, el tercero, en cambio, no es demasiado frecuente. Los tres episodios se muestran juntos, en un único panel, con lo cual, no sólo se entremezclan las fuentes que inspiran la obra sino los propios episodios narrados, subrayando esa idea de yuxtaposición de elementos que indicaba Todorov y que antes mencionábamos.
De esta manera, Campin representa tres escenas o momentos distintos de la vida de Cristo: el nacimiento, la adoración de los pastores y el castigo por la incredulidad de Salomé. Mientras los dos primeros son recurrentes, el tercero, en cambio, no es demasiado frecuente. Los tres episodios se muestran juntos, en un único panel, con lo cual, no sólo se entremezclan las fuentes que inspiran la obra sino los propios episodios narrados, subrayando esa idea de yuxtaposición de elementos que indicaba Todorov y que antes mencionábamos.
Antes del Concilio
de Trento, aunque ya es Renacimiento, todavía hay fuertes conexiones con el
periodo anterior. Aparece distraído en el cuadro de Ghirlandaio.
Adoración de los pastores Doménico Ghirlandaio (1482-1485), Santa
Trinità, Florencia.
Podemos observar una de las
escenas más representadas en la historia del arte relativa a la Navidad. Se
trata de la Adoración de los pastores, en este caso, absolutamente
sorprendente y considerada una de las obras maestras del pintor. Está fechada
en 1485, realizada en témpera sobre tabla, y muestra claramente como
Ghirlandaio quiere subrayar el hecho de que el Dios cristiano nace en medio de
la cultura pagana. Es evidente que la imagen nos presenta varios elementos de
arte clásico perfectamente integrados tanto en el paisaje como en la narración
del momento. De hecho, la mula y el buey tienen como pesebre un singular
sarcófago romano de magnífico mármol. Este motivo fúnebre no solamente entronca
con el arte clásico, también lo hace con la tradición medieval de representar
el pesebre donde duerme Jesús, literalmente como un sarcófago, una tumba,
presagio de su trágica muerte humana.
María aparece en actitud
orante y arrodillada, adorando a su propio Hijo y totalmente ajena a lo que
acontece a su alrededor. No es el caso de José, el cual se vuelve, curioso, con
la mano en la frente, para poder mirar detalladamente el cortejo que se
aproxima. No es una visita cualquiera: son los reyes de Oriente que llegan con
su opulento cortejo para rendir homenaje al recién nacido. A la derecha de la
escena y en primer plano, vemos a tres pastores adorando al pequeño Jesús. Los
estudiosos ven en esta composición la influencia del Tríptico Portinari
del flamenco Hugo van der Goes, donde se nos presentan tres pastores retratados
de manera totalmente realista, así como a María arrodillada en actitud de
adoración al Niño, lo mismo que Ghirlandaio, como señalábamos
anteriormente, nos propone en la Cappella Sassetti.
Entre los pastores de
Ghirlandaio, vemos a uno de ellos que señala con su dedo índice de la mano
izquierda al pequeño Jesús. Ese pastor es probablemente el propio pintor que se
autorretrata con todo realismo y asume un papel muy relevante en la
composición:
Es extraordinario el
realismo de estos retratos y la precisión en la ejecución de todos los detalles
que se pintan, influencia clarísima de los maestros flamencos que el pintor
italiano asume y explota con auténtica maestría. De este modo, la veracidad de
lo que se representa también pasa por gestos comunes, como por ejemplo el hecho
de que el Niño se lleva el dedo a la boca, no sabemos si con la mera intención
de mostrar que podría ser un bebé cualquiera o para dar muestras de
cotidianeidad. Distinguimos la divinidad de este recién nacido, obviamente por
la aureola que Jesús luce detrás de su cabecita, el nimbo crucífero, que una
vez más nos recuerda el futuro de sacrificio que deberá vivir.
En primer plano, en el
suelo, podemos observar un pequeño montón que se compone de una piedra y dos
ladrillos. Los estudiosos creen que posiblemente sea una alusión al apellido de
los comitentes, es decir, Sassetti. La palabra sasso en italiano quiere
decir piedra. Encima de la piedra vemos a un jilguero que, como todo en el arte
de esta época, no aparece sin razón. Este delicado pájaro es símbolo de la
pasión y resurrección de Cristo. Cuenta la tradición que un jilguero arrancó
una espina de la ceja de Cristo cuando estaba padeciendo en la Cruz y que al
hacer este gesto para aligerar el dolor del crucificado, le cayó una gota de sangre
del mismo encima. Por eso los jilgueros tienen el plumaje de la parte delantera
de su cabeza de color intensamente rojo. Fijémonos en el fondo de la obra:
Detalle
del fondo
Arriba, en la parte
izquierda podemos ver el Anuncio a los pastores donde un ángel completamente
azul, como un querubín con una llama en la frente, sorprende a pastores y
ovejas con la Buena Nueva. A la derecha de la imagen y en primer plano vemos
una de las columnas que componen el singular portal de Belén de la obra. Encima
del capitel de orden corintio, Ghirlandaio nos pinta claramente en cifras
latinas el año en que realiza la pintura: MCCCCLXXXV. Y en el paisaje del fondo
podemos apreciar dos ciudades, según los estudiosos de la obra, Roma y
Jerusalén. Todo es símbolo, todo es significado, todo importa.
En la Edad Moderna.
Desde la devoción de los conventos crece la imagen de San José, que se
convierte en la persona que ayuda en silencio. Crece su papel a partir de este
momento, y esto se va a ver en el arte. A partir del XVI aparece con otra
actitud. Va a ser en ocasiones el introductor del Niño. Es quien presenta al
Niño a los pastores. Aparece como conductor (como San Rafael, con Tobías que en
este caso aparece detrás).
Veamos dos pinturas del pintor Fray Juan Bautista Maíno
Adoración de los pastores Fray Juan Bautista
Maíno 1613.
The Hermitage, St. Petersburg.
Adoración de los pastores Fray Juan Bautista Maino (1612-1614), Madrid.
Museo del Prado
Siguiendo con fidelidad el
evangelio de San Lucas (2, 7-14), la composición ilustra el momento en que un
grupo de pastores y ángeles contemplan y veneran al Niño Jesús. La escena tiene
lugar en un edificio arruinado, en un momento del atardecer a tenor de las
luces crepusculares que se aprecian al fondo. Las figuras se disponen en tres
niveles espaciales bien diferenciados aunque la radiografía ha demostrado que
esta triple composición no fue la que inicialmente ideó el pintor. Maíno
abandonó la composición inicial y dio protagonismo a la visión longitudinal de
la obra aproximándola a obras de Tintoretto y del Greco que se hallaban en
ámbitos cercanos a Toledo pero revisadas por las novedades aprendidas en Roma,
destacando las de raíz caravaggista, con una apreciación del colorido claro y
esmaltado que enlaza igualmente con Orazio Gentileschi
Los personajes están
captados de la manera más realista posible, y podría decirse que los ángeles
que aparecen entre las nubes son en realidad chicos de pueblo que el pintor ha
utilizado como modelos. El primer plano, con la ofrenda de los pastores, ofrece
a Maíno la oportunidad de llevar a cabo un precioso bodegón, que se había
introducido en España también por influencia italiana.
Detalle
Veamos la
diferencia entre Rogier
van der Weyden y Fray Juan Bautista
Maíno.
Tiene por tanto un
papel importantísimo en la Edad Moderna.
Los regalos de los pastores. Los textos
evangélicos hablan de pastores, pero en la iconografía se fija el número de
tres para ponerlos en relación con los Reyes Magos, e incluso se les da nombre.
Esto ocurre en la Edad Media. En la Edad Moderna, aparecen las pastoras también
en número de tres. Tampoco se habla de los regalos en los evangelios, pero se
dibuja. Llevan tres objetos. Un cordero
en alusión al sacrificio de Cristo. Las pastoras les llevan leche, aves y huevos....
Con frecuencia en
la pintura aparece:
1.
Cordero (alusión al
sacrificio de Cristo)
2.
Cayado (Cristo será
pastor de almas)
3.
Caramillo (sus discípulos le
seguirán como a un nuevo Orfeo)
4.
Las pastoras llevan leche, huevos, etc.
Adoración
de los Pastores, Anton Raphael Mengs 1770. Museo del Prado.
La Adoración de los
pastores es la obra de Mengs que mejor pone de manifiesto su atracción hacia el
mundo clásico, iniciándose el Neoclasicismo. Las figuras monumentales se
adueñan de la composición, reduciendo al máximo el espacio representado por una
columna. Las posturas de los personajes son de lo más variado, indicando el
deseo del pintor de demostrar su acierto a la hora de situar las figuras y el
control de la anatomía. Todos los integrantes de la zona baja de la tabla se
manifiestan al espectador con tranquilidad y sosiego -incluido el propio Mengs
que se representa detrás de san José- contrastando con el movimiento escorzado
de los ángeles de la zona superior, en un recurso muy habitual. Los colores
empleados recuerdan al mundo renacentista, especialmente rojos, azules y
amarillos, al igual que la iluminación inspirada en la escuela veneciana al ser
el Niño Jesús el foco de luz. Resulta una de las obras cumbres de este estilo
neoclásico, carente quizá de algo de vida.
La presencia del cordero en ocasiones nos
encontramos un cordero con las patas atadas (entonces es la imagen del Agnus
Dei).
Lo hemos visto en
el cuadro Juan Bautista Maino: Adoración de los pastores Museo del Prado y en el cuadro de Zurbarán Adoración de los
pastores.
Agnus Dei, Francisco de Zurbarán. Museo del Prado.
Pero también puede
tener otras connotaciones. En el cuadro de Juan Ribalta, lleva el cordero un
pastor sobre los hombros (es una alusión al Buen Pastor). Viene de la imagen
del Buen Pastor, del arte paleocristiano, que a su vez, viene del mundo griego
(el Moscó foro).
Adoración de los pastores, Juan Ribalta (1616) Museo de Bellas Artes. Bilbao.
El perro, que se encuentra
en el primer plano de la composición de Juan –su representación se ha captado
perfectamente y la textura de su pelo ha sido trabajada con especial cuidado–,
puede considerarse una referencia directa a las obras de Orrente. De acuerdo
con el enfoque de este último, las humildes figuras de los pastores en el
cuadro de Ribalta tienen un aspecto relativamente digno. Acaban de llegar al
establo dos pastores con sus modestas ofrendas de corderos –símbolos de Cristo–.
Una vieja, también recién llegada, trae una gallina, y un niño, una cesta de
fruta. Aquí no existe un equivalente con el pastor de aspecto tosco,
representado de perfil cerca de Cristo, del cuadro localizado en Torrent. Sin
embargo, puede que Juan haya ensayado una especie de broma visual, referida a
la naturaleza ruda de los pastores, mediante los cuernos del buey, que parecen
surgir de la cabeza del rubio pastor de rodillas ante el Niño.
Juan Ribalta ha
situado la narración en un establo realista, con una casa de labranza
entrevista al fondo. Esta sencilla construcción consiste en unas columnas de
ladrillo –con troncos de árboles sirviendo de contrafuertes–, sobre las que se
apoyan unas vigas de madera, y una techumbre de un entramado de ramas revestida
con tejas de barro. Algunas hierbas cuelgan de la cubierta del refugio, y a
través de algunos agujeros en la misma, se vislumbra el cielo. Es evidente que
el suelo de tierra ha sido desgastado por los animales; en primer plano del
exterior crecen matojos de hierbas. A la derecha se aprecian un muro de
mampostería y un arco, probablemente representando un pozo.
La preocupación de
Ribalta por la verosimilitud de este elemento puede apreciarse en los cambios
que realizó al contorno de la estructura detrás del buey y de San José; la
especie de terraplén se sustituyó por el perfil escalonado de mampostería del
pozo. Los palos de madera que se proyectan en la parte superior del muro pueden
haberse utilizado para bajar los cubos dentro del pozo.
Una alcarraza
blanca sobre el muro podría servir como recipiente apropiado para que las
personas bebieran agua. El platillo blanco, delante del pesebre, contendría
agua destinada a los perros o gallinas. El buey y el asno de San José,
presencias tradicionales en las representaciones de este tema, también se
encuentran en este escenario realista.
El buey está atado
con una cuerda anudada a un anillo de hierro inserto en el muro trasero. Parece
estar colocado sobre un escalón que conduce al pozo, lo que provoca que el lomo
del animal esté levantado. Quizá se alimenta en el pesebre, aunque da la
sensación de haberse arrodillado ante Cristo, de acuerdo con la tradicional
forma de narrar la historia de la Natividad.
El Niño se
encuentra en un pesebre lleno de paja para los animales, lo que supone otro
detalle tradicional. La lúcida organización del espacio de la composición, en
términos de ubicación y dimensiones de las figuras dentro de un amplio campo
visual, sugiere que la pintura podría transferirse a un formato mayor sin
pérdida alguna de coherencia plástica, algo que también sería válido para las
figuras, cuyos movimientos y gestos son claros e inteligibles.
Esto se puede
apreciar, por ejemplo, en la postura del pastor que se apoya en una vara, con
el pie izquierdo sobre el derecho. En términos narrativos, Juan pone en
conexión a todas las figuras con el centro neurálgico de la escena, en el que
la Virgen enseña el recién nacido a los pastores. A fin de garantizar la
relación y la unidad de acción entre las distintas figuras, el artista ha
abusado quizá de las actitudes gestuales: un niño indica el camino a los
pastores que van llegando, un pastor arrodillado muestra el Niño a un compañero
que acaba de presentarse y San José lo señala a dos viajeros. San José está
envuelto en una «histórica» indumentaria intemporal azul y verde. La Virgen
viste una túnica color morado y manto azul, que utiliza para tapar al Niño.
Los pastores, sin
embargo, visten la ropa de los campesinos de la época. En este sentido, Ribalta
parece haber seguido el ejemplo de Orrente, en cuyas obras los temas bíblicos
se actualizan con figuras de condición humilde ataviadas con ropa
contemporánea.
El pastor del
centro en el cuadro de Ribalta viste una montera roja, cuyo color sirve como
foco de atracción para llevar la vista del espectador hacia el núcleo narrativo
de la composición. Viste un sayo corto con mangas, y de un cinturón cuelga una
calabaza para llevar agua. Otro tipo de vestimenta corta, el jubón que llevan
otros pastores, hubiera sido identificado igualmente como atuendo típico de los
campesinos, a los ojos de los espectadores urbanos.
Los pastores van
descalzos, siendo éste uno de los indicios más evidentes de su pobreza y, en este
contexto, de su virtud «apostólica» como humildes seguidores de Cristo.
También están
desgastados y raídos los rudos calzones cortos de las tres figuras descalzas,
al igual que el paño blanco sobre el que el Niño descansa. Un toque de pigmento
color ocre insinúa el muslo del pastor arrodillado, que se vislumbra a través
de un agujero en el pantalón blanco.
El desgarrón en la
entrepierna del pantalón rojo del pastor que lleva un cordero nos permite ver
su ropa interior blanca. La vieja lleva un chal marrón sobre una larga túnica
verde, pantalón rojo y zapatos. La figura que viste una chaqueta roja, pantalón
verde y zapatos acaba de unirse al grupo.
Un pastor señala al
Niño mientras se arrodilla para adorarlo. Como se ha mencionado, San José
también muestra el Niño a dos viajeros, uno de los cuales lleva un cayado y una
capa con capucha de lana sin teñir, cuyo tejido y bordes raídos se han creado
mediante pinceladas lineales. Su pantalón calado, pasado de moda, aparece ahora
raído; debajo lleva unos leotardos grises, atados en la parte inferior con una
cuerda, y zapatos rotos. Su compañero de la derecha, vestido con chaleco rojo y
chal de rayas y borlas, mira con curiosidad hacia el pesebre.
Son signos que evocan una
idea o realidad, llaman la atención sobre algo espiritual. Así ocultan los
cristianos su identidad. Señalan verdades de fe.
El buen pastor es Jesús que
ha encontrado a la oveja para llevarla sobre sus hombros y en el corazón. Así
la salva del enemigo. Los pasajes de la parábola descarriada (Lc 15, 3-7) o del
Buen pastor (Jn 10, 1-16) dejaron fuerte huella en los primeros cristianos.
Antes al Buen Pastor, en el siglo II a. C. Estaba el MOSCÓFOROS / CRIÓFOROS, son dos prototipos griegos.
Antes al Buen Pastor, en el siglo II a. C. Estaba el MOSCÓFOROS / CRIÓFOROS, son dos prototipos griegos.
La Adoración de los
Reyes
Es una escena dentro de la
historia que hace referencia a estos personajes. En la religión cristiana los
Magos son unos personajes que aparecen en el Evangelio de Mateo (Mt 2-12) en el
libro del Nuevo Testamento. Sin embargo, no aparecen en el relato de la
infancia de Jesucristo que está en el Evangelio de Lucas.
Mateo hace un relato muy
escueto en el que no aparece ni el número ni el nombre de estos magos. A partir
de Orígenes (185-224) y con los Evangelios apócrifos se van añadiendo datos y
detalles que la Iglesia va aceptando y los artistas aprovechan en sus obras. La
historia de los Reyes Magos ha tenido siempre una gran atracción para las
narraciones artísticas.
La escena de la adoración
en Belén es una de las más antiguas en el mundo artístico. En ocasiones viene a
tomar parte del episodio de la Navidad. El pasaje de la adoración
ya se representaba en las catacumbas romanas donde puede verse
a María en el extremo de la obra y a los tres magos llevando sus regalos sobre
bandejas muy simples. El antecedente de esta representación está en las obras
de la Roma Antigua en que las personas del
pueblo sometido llevan presentes al romano vencedor durante la ceremonia
conocida como triunfo.
En el siglo V cambia la disposición de
la escena situando a María en el centro entre los Magos y añadiendo la comparsa
de los camellos. Más tarde en época bizantina aparece en la escena un ángel que
lleva una estrella y uno de los Magos hace una genuflexión. En Occidente y
durante la Edad Media se suele vestir a los Magos con manto real y con corona.
Sus regalos van en recipientes lujosos que se suponen hechos de metales
preciosos. En el siglo XIII es frecuente un modelo en
el que el primer rey se arrodilla y el segundo mira al tercero para mostrarle
la estrella.
La
adoración de los Magos.
Fray Juan Bautista Maíno. 1611-1613.
Museo del Prado.
La Adoración de los Reyes es, sin duda, una de las más importantes y alabadas de la producción de Maíno y fue pensada para ocupar el lado de la Epístola. Se convertía así en el contrapunto compositivo de la Adoración de los pastores y, como en esa obra, el pintor tuvo en cuenta la visión más cercana del espectador y la relación de ambas con todos los elementos del retablo. Maíno concibió el tema a partir de una cuidada composición, muy sencilla en cuanto a su estructura espacial y en la inclusión de figuras y elementos. Sin embargo, los personajes se conciben cargados de cordialidad y emotividad, al tiempo que se les hace encajar entre sí de manera eficaz. La escena tiene lugar entre las ruinas de uno de los edificios más significativos de Roma, el Coliseo, icono de la época imperial que aparece, tal y como podemos ver en representaciones de la Edad Moderna, invadido por plantas.
La Adoración de los Reyes es, sin duda, una de las más importantes y alabadas de la producción de Maíno y fue pensada para ocupar el lado de la Epístola. Se convertía así en el contrapunto compositivo de la Adoración de los pastores y, como en esa obra, el pintor tuvo en cuenta la visión más cercana del espectador y la relación de ambas con todos los elementos del retablo. Maíno concibió el tema a partir de una cuidada composición, muy sencilla en cuanto a su estructura espacial y en la inclusión de figuras y elementos. Sin embargo, los personajes se conciben cargados de cordialidad y emotividad, al tiempo que se les hace encajar entre sí de manera eficaz. La escena tiene lugar entre las ruinas de uno de los edificios más significativos de Roma, el Coliseo, icono de la época imperial que aparece, tal y como podemos ver en representaciones de la Edad Moderna, invadido por plantas.
En el cuadro, el colorido
intenso se combina con zonas oscuras que contrastan con áreas fuertemente
iluminadas, como puedan ser las pieles desnudas de algunos personajes. La
composición aglomera varias figuras de gran tamaño en un espacio reducido y
tanto las poses como los gestos ofrecen una imagen dinámica, llena de acción y
movimiento.
Aparece el rey negro como
un tipo africano, perfectamente plasmado con gran realismo, y no como se solían
representar, estereotipos de europeos teñidos de negro. Este rey aporta un
toque de exotismo con su turbante, joyas y plumas.
Por magos hay que entender hombres
sabios, y en este caso estudiosos del firmamento. Seguramente pertenecían a
alguna corte real, pues podían dedicarse al estudio de las constelaciones, y a
viajar. No sabemos cuál era su número (antiguas tradiciones hablan de tres) ni
exactamente dónde se sitúa ese “oriente” tan inconcreto del que habla el texto.
Muy probablemente venían de Persia, de los valles del Éufrates y el Tigris,
donde había una cultura de observación astronómica milenaria, según sabemos
históricamente (hasta el punto de adorar el misterio de los astros, como
Zaratrusta).
El fenómeno astronómico supuso para
estos sabios un hecho de grandísima importancia. La leyenda arcana hace ver que
–tal vez comandados por alguien superior– fueron hacia occidente, al lugar que
tal fenómeno indicaba, de manera bastante precisa, y que estaba, según sus
cálculos matemáticos, próximo a Jerusalén. Aquí constituyó un acontecimiento de
gran relevancia el hecho de que unos ilustres cortesanos se acercaran desde
cientos de kilómetros y afirmasen que su idea era agasajar y adorar a un rey,
tal y como los astros habían indicado. Las tradiciones cristianas nos refieren
que el episodio del nacimiento del Salvador no pasó inadvertido a otros pueblos
que, de buena fe, esperaban una salvación para una humanidad vulnerable.
Maíno dibuja a tres personajes, adorando
a Jesús, de tres razas distintas, con ropajes ricos y exóticos y de gran
nobleza, ofreciendo al niño, continúa Mateo, “oro, incienso y mirra” (Mateo 2,
11), siendo el oro evidentemente, y los otros ungüentos y resinas, de
preciadísimo valor. Tal era el que daban los sabios al acontecimiento. Habría
que notar el asombro y la turbación, no sólo de los sabios, sino también de
María y José. Pero, qué duda cabe, que enseguida hubo empatía ya que no se
produjo rechazo entre ellos y de algún modo los astrónomos entendieron que
tenía que realizarse la adoración y la entrega de los regalos ante aquel
humilde niño, que no aparentaba nada más que cualquier otro del pequeño pueblo.
Estos estudiosos pudieron ver una manifestación
material de la divinidad, lo que los cristianos, llaman en griego “epifanía” o
manifestación pública. Maíno dibuja “la estrella” en el cénit de la escena.
La actitud humilde de los príncipes es
–nuevamente– una situación paradójica, en la que el más pudiente se rebaja ante
el más humilde.
La ausencia de San José. Porque en la
adoración de los Reyes, no se dice que aparezca José. Solamente hablan de la
Virgen con el Niño.
Libro de Horas, Anónimo, fl. 73, c. F. 133, Torre do Tombo, Lisboa.
Adoración de los Magos, Duccio (1308-1311) Siena,
Museo dell'Opera del Duomo.
Adoración
de los reyes Magos,
Maestro desconocido 1540, Museo
Nacional de Arte Antiguo de Lisboa.
El cuadro trata del clásico
tema del misterio de la Epifanía, un hecho muy narrado en la historia del arte
en la época medieval. Aquí se ve a la Virgen María en el patio de una casa
importante, el centro de la imagen esta la Virgen que sujeta al niño con la
mano derecha, lleva el clásico vestido azul, los reyes magos la rodean la
escena con caras de asombro, sobre una escalera los reyes han depositado los
regalos, en las ventanas se ve como la gente espera para poder entrar para
adorar al niño y, en el paisaje se ve como al fondo hay una fila de personas
que espera su momento para entrar a la casa.
Adoración
de los Magos,
Alberto Durero, 1504. Galería Uffizi,
Florencia
Se trata de una obra de
madurez, encargo de Federico el Sabio. En principio, era el panel central de un
retablo, conocido como el «retablo Jabach» y cuyas alas laterales se encuentran
en el Instituto Städel de Fráncfort, el Museo Wallraf-Richartz de Colonia y la
Alte Pinakothek de Múnich. Fue realizado después del viaje a Venecia del autor,
por lo que se nota influencia de la pintura renacentista italiana, en particular
en el vivo cromatismo y la luz muy veneciana que ilumina el cuadro. En la
figura de la Virgen se observan influencias de Giovanni Bellini. La
arquitectura de los fondos revela la influencia de Andrea Mantegna.
Destaca en esta obra el
tratamiento de la perspectiva. En efecto, la dirección del punto de fuga es
diagonal. Con gran precisión estudia esta perspectiva y las proporciones.
Representa la escena de la
Adoración de los Reyes. Son cuatro figuras monumentales cuyas expresiones, sin
embargo, resultan bastante simples. La Virgen María, a la izquierda, sostiene
al Niño sobre sus rodillas. Frente a él se encuentra Melchor, arrodillado,
siempre representado como el más viejo de los tres. Detrás de él es reconocible
la figura de Baltasar, representado como un joven negro. Prácticamente en el
centro quedaría el tercer rey mago, Gaspar, vuelto hacia Baltasar, y que tiene
el rostro del propio Durero.
Estas figuras dialogan con
naturalidad con el entorno en el que se sitúan, lo cual recuerda a Leonardo. Se
trata de un paisaje que recuerda un poco a la pintura flamenca. Junto a los
elementos de la naturaleza, aparecen estructuras o edificaciones en ruinas
dispuestas a lo largo de la diagonal, que lleva la mirada a las siluetas de
castillos en el fondo. El paisaje recuerda a la pintura flamenca.
Durero pinta con un gran
detallismo: insectos en el primer plano, pedrerías en el vestido del mago
Melchor. Los colores son intensos, lo que es un rasgo típico de Durero.
Adoración de los Magos, Jorge
Afonso (Ca. 1520-1530), Retablo de la iglesia del convento de Jesús Museu
Municipal de Setúbal.
PRESENCIA DE SAN
JOSÉ
En otras sin
embargo sí que le colocan. Aparece en segundo plano. Observa la escena, no
tiene una actitud importante como la de la madre.
Adoración de los Reyes, Bartolomé
Esteban Murillo The Toledo Museum
of Art
Toledo (Ohio).
Toledo (Ohio).
Cuando Jesús nació en Belén
de Judea en días del rey Herodes, vinieron del oriente a Jerusalén unos magos, diciendo:
¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto
en el oriente, y venimos a adorarle.
Oyendo esto, el rey Herodes se turbó, y toda Jerusalén con él.
Oyendo esto, el rey Herodes se turbó, y toda Jerusalén con él.
Y convocados todos los
principales sacerdotes, y los escribas del pueblo, les preguntó dónde había de
nacer el Cristo.
Ellos le dijeron: En Belén
de Judea; porque así está escrito por el profeta:
Y tú, Belén, de la tierra de Judá, No eres la más pequeña entre los príncipes de Judá; Porque de ti saldrá un guiador, Que apacentará a mi pueblo Israel.
Entonces Herodes, llamando en secreto a los magos, indagó de ellos diligentemente el tiempo de la aparición de la estrella; y enviándolos a Belén, dijo: Id allá y averiguad con diligencia acerca del niño; y cuando le halléis, hacédmelo saber, para que yo también vaya y le adore.
Y tú, Belén, de la tierra de Judá, No eres la más pequeña entre los príncipes de Judá; Porque de ti saldrá un guiador, Que apacentará a mi pueblo Israel.
Entonces Herodes, llamando en secreto a los magos, indagó de ellos diligentemente el tiempo de la aparición de la estrella; y enviándolos a Belén, dijo: Id allá y averiguad con diligencia acerca del niño; y cuando le halléis, hacédmelo saber, para que yo también vaya y le adore.
Ellos, habiendo oído al
rey, se fueron; y he aquí la estrella que habían visto en el oriente iba
delante de ellos, hasta que llegando, se detuvo sobre donde estaba el niño.
Y al ver la estrella, se
regocijaron con muy grande gozo.
Y al entrar en la casa,
vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus
tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra.
Adoración de los Magos, Velázquez. Museo
del Prado
El cuadro representa la
Adoración de los Reyes Magos según la tradición cristiana que concreta su
número en tres y, a partir del siglo XIV, imagina a Baltasar de color negro,
ofreciendo tres regalos al Niño Jesús: oro como rey, incienso como Dios y mirra
como hombre, tras haber tenido noticia de su nacimiento gracias a la estrella
de oriente. Con los tres magos, la Virgen y el Niño, Velázquez pinta a san José
y a un paje, con los que llena prácticamente toda la superficie del lienzo y
deja solo una pequeña abertura a un paisaje crepuscular en el ángulo superior
izquierdo. La zarza al pie de María alude al contenido de su meditación,
expresada en el rostro reconcentrado y sereno.
En los personajes
representados se han buscado retratos de miembros de la familia del
propio pintor, relacionando un autorretrato de Francisco Pacheco, maestro y
suegro de Velázquez, con la cabeza del rey Melchor, el de barba blanca.
Conforme a esas interpretaciones, la Virgen sería la esposa de Velázquez, Juana
Pacheco, con la que había casado un año antes, el Niño Jesús sería la propia
hija mayor del pintor, y este, o su hermano Juan, daría rostro a Gaspar. Tales
identificaciones, sin embargo, en opinión de Julián Gállego y otros críticos,
no están probadas. El propio Pacheco se sintió en la obligación de justificar
en el Arte de la Pintura la inclusión de su autorretrato entre los
cuerpos resucitados del Juicio Final que había pintado para el convento
de Santa Isabel, conservado actualmente en el Museo de Castres, «pues es cierto
hallarme presente este día», según decía, pero también «siguiendo el exemplo de
algunos valientes pintores que, en ocasiones públicas, entre otras figuras
pusieron la suya, y de sus amigos y deudos; y principalmente Ticiano, que se
retrató en la gloria que pintó para el Rey Felipo II». No parece razonable que
desaprovechase la oportunidad de señalar que también él, con toda su familia,
habían sido retratados por el yerno en un cuadro de la Adoración de los
Magos expuesto en público y en el que serían fácilmente reconocidos en
Sevilla, de haber aprobado, y no es probable, una acción así.
Adoración de los Magos, Rubens.
Musée des Beaux-Arts Lyon.
La Adoración de los Magos
es una de las obras destacadas dentro de la colección de Rubens que atesora el
Museo del Prado, no solamente por ser la de mayores dimensiones sino también
por la importancia histórica y técnica de la misma. Iconográficamente representa
el momento en el que los tres reyes, acompañados por un gran cortejo, presentan
sus regalos al niño Jesús. Éste, en brazos de su madre, parece juguetear con el
incienso que le presenta Gaspar, arrodillado ante él. La escena se sitúa al
exterior, con una referencia al pesebre en la parte izquierda, transformado en
una arquitectura clásica. Los ropajes de los reyes, con capas bordadas de rico
colorido y gran riqueza, como los adornos de piedras preciosas y joyas de
Baltasar, y el número de acompañantes, muestran el lujo de este cortejo.
La escena tiene lugar de
noche, como se observa en el cielo del segundo plano. Sin embargo la
luminosidad es clara y el foco surge desde la figura del niño Jesús, que
irradia la luz que incide al resto de los personajes. La grandiosidad de la
obra se observa en la multitud de personajes, cuya posición permite trazar una
diagonal desde la esquina superior derecha que confluye en la figura del niño,
punto central de la obra. Es una composición llena de movimiento y dinamismo,
donde cada uno de los personajes se estudia de manera individual y en su
conjunto, mostrando diferentes posturas y planos.
Adoración
de los Magos, Francisco
de Zurbarán 1638. Museo de Grenoble
Esta Adoración se pintó
para la Cartuja de Nuestra Señora de la Defensión, en Jerez de la Frontera.
Representa la Epifanía, es decir, el momento en que el Niño Jesús es mostrado
al mundo, que se representa en la figura de los tres Reyes Magos. Cada uno de
ellos representa a un continente: Asia, África y Europa. Es por ello que uno de
los reyes es de raza negra, una licencia que no fue admitida hasta muy avanzada
la Edad Media. Hasta entonces los tres eran blancos. Así mismo, cada uno de los
reyes representa una de las edades del hombre: la juventud en Gaspar, con su
barba negra y sus vestidos de aire militar, la madurez en Baltasar, con barba
más poblada y más años, y la vejez en Melchor, un anciano arrodillado con
devoción a los pies de la joven madre y su encantador bebé, mucho más vivaz y
simpático que en otras representaciones. Zurbarán combina con gran efectismo el
tenebrismo habitual en su paleta con dos focos de luz: la diurna al fondo, para
crear un espacio abierto, y una artificial lateral que da de lleno en la calva
de Melchor, el niño y su madre. La composición resulta algo forzada, pues la
Sagrada Familia parece un poco relegada a un lateral, desplazada por la
imponente presencia de los lujosos personajes y su séquito.
Adoración de
los Magos,
Gregorio
Lopes y/o Jorge Leal, MNAA de
Lisboa.
El cuadro es una estudiada
composición donde podemos ver un Palacio renacentista italiano con dos columnas
de mármol rojo, en el interior se encuentra San José vestido con un traje rojo
despide a los visitantes con un brocado verde en la mano. La escena principal
la desarrolla la Virgen con un bonito vestido azul con ribetes dorados, sujeta
con especial cariño al niño Jesús cruzando las dos manos, el niño entresaca la
mano para saludar a los visitantes. Es especial la belleza de la Virgen en
contrasta con el rostro del niño. En su frente se han colocado los tres Reyes
Magos, destacan el vestido del rey Melchor con brocados verdes y dorados y el
pendiente de perlas del rey Baltasar, después de estos se encuentran los tres
pajes de los reyes y posteriormente tres personajes de túnicas negras que son
seguidos de soldados armados con banderas y lanzas. Por su aspecto los tres
personajes vestidos de trajes flamencos y que están en el cuadro fuera de su
tiempo corresponderían con los tres ordenantes del cuadro, incluso pueden
representar a la dirección de armadores o de gentes relacionados con el mar.
Aunque cabe la posibilidad que pudieran ser los autoretratos del taller donde
trabajan los dos pintores Gregorio Lopes y Jorge Leal. Al fondo del cuadro se
puede un paisaje que debe corresponder con algún lugar en la vida de Jesús
donde se encuentra difuminada una muchedumbre entre un paisaje rocoso.
Detalles
Es considerada como una de
las obras más bellas y refinadas del pintor junto con El Jardín de Las
Delicias. En este cuadro, el Bosco asocia lo divino a lo fantástico de una
manera más serena que en obras anteriores.[3]
Aunque el título no lo
sugiere, se trata de un tríptico con un gran contenido simbólico, donde las
intrusiones extrañas, frecuentes en las obras del pintor, se deslizan en esta
apacible escena.
Existe un paisaje luminoso
que sirve de fondo común a los tres compartimentos del tríptico: predominan los
tonos dorados y azules en la representación de bosquecillos, suaves
ondulaciones del terreno, algún río y una ciudad. En este tipo de
representación de ciudades, El Bosco tiende a un cierto exotismo, representando
estructuras cilíndricas y cúpulas de cebolla que pueden recordar a la Cúpula de
la Roca de Jerusalén.
En el ala izquierda está el
donante, Peter Bronckhorst, identificado gracias al escudo familiar con la
inscripción «Een voer al» (Uno para todos). En segundo plano aparece un hombre
sentado sobre una cesta y protegido bajo un precario tejadillo, seca sus ropas
al fuego. La opinión generalizada es que se trata de san José intentando secar
los pañales del Niño. Mediante la desaparición de José de la tabla central,
desplazándose a la izquierda, hace de esta compleja epifanía, además, una
escena de género.
Detalle del ala izquierda: San José secando los pañales del
Niño
En la tabla central está la
Adoración de los Reyes Magos, en tonos suaves y dorados. En general, es
una composición caracterizada por su extrema dulzura y sencillez. Fuera de una
cabaña precaria se sienta la monumental Virgen, eje de la composición, que
tiene en el regazo al Niño. Melchor, el más viejo de los reyes, representa a
Asia; está arrodillado ante ellos, y ha puesto su regalo sobre la tierra: una
escultura de oro (según Koldeweij, la mirra; según otros, es una corona que
descansa sobre el suelo) con el Sacrificio de Isaac, prefiguración de la
Pasión de Cristo, que aplasta a los sapos, símbolo de herejía. Al lado está la
corona depuesta, símbolo de sabiduría y poder inútil frente al divino. Al lado
está Gaspar, blanco y de mediana edad, representando a Europa; sobre la
esclavina que viste aparece la visita de la reina de Saba a Salomón, tema en
que el Antiguo Testamento prefigura el Nuevo: lleva sobre un plato el incienso
(el oro, según Koldeweij). Al final, Baltasar, joven negro que representa a
África, lleva en la mano un cáliz esférico, en el que está representada
mediante un relieve la oferta de agua al rey David por parte de los tres
campeones (2 Sm 23, 14-17), conteniendo la mirra (el incienso, según
Koldeweij). Detrás de él, se ve a una criada negra, joven. Probablemente deba
identificarse a la Virgen con el altar de la misa que porta las sagradas
«especias» y a los tres Reyes como los primeros oficiantes.
El pintor representa a
personajes extraños, que realizan movimientos inexplicables dentro del contexto
sagrado que se presupone. Toda la escena principal se encuentra rodeada de
símbolos del mal, como los dos pastores sobre la cabaña o los ejércitos que
atraviesan la escena; incluso las construcciones sobre el fondo tienen un
aspecto antropomorfo e inquietante. La actitud de los pastores, además, parece
sobrepasar la mera curiosidad ante la presencia de los poderosos reyes, y se
convierten de este modo en personajes grotescos que han trepado al tejado del
pesebre para contemplar la escena; tras ellos, dos ejércitos se encuentran en
un violento encontronazo, completamente desligado de la serenidad del tema
principal. Se añade a la situación, un grupo de personajes siniestros que
asoman en el umbral de la cabaña, tras la Virgen, en particular una especie de
rey oriental semidesnudo que aparece con una sonrisa que más bien parece una
mueca. Lleva un manto rojo, un turbante o una tiara y tiene en la pierna
derecha una herida repugnante y purulenta. Se ha interpretado de diversas
maneras: Herodes; el Anticristo que amenaza la llegada de Cristo y que padece
lepra; una representación de la herejía espiando a los creyentes; una
prefiguración de la Pasión de Cristo; incluso la representación de América,
nuevo continente recién descubierto y que no estaría representado, a diferencia
de los otros tres conocidos hasta entonces, en los tres reyes Magos
tradicionales.
En el ala derecha está
representada santa Inés con la donante Agnese (o Inés) Bosshuysse (o Bosshuye),
a la que se reconoce por la santa y su escudo de armas; en segundo plano, un
oso y un lobo atacan a algunos viandantes.
La matanza de los inocentes Mt 2, 16-18
La matanza de los
Inocentes es un episodio relatado en el Nuevo Testamento con carácter
singular: de los cuatro evangelios canónicos, el único que lo relata es el
Evangelio de Mateo (Mt 2,16-18). Tampoco aparece en ningún otro manuscrito de
los primeros siglos de la era común. Si bien se presenta nuevamente en uno de
los evangelios apócrifos, el Evangelio armenio de la infancia de autor
desconocido, la fecha de composición de esa obra es muy tardía, no anterior al
siglo VI. El relato trata sobre la orden dada por Herodes I el Grande de
ejecutar a los niños nacidos en Belén y menores de dos años. Según el pasaje de
Mateo, Herodes dio esta orden al verse engañado por los sabios del oriente que
habían prometido proporcionarle el lugar exacto del nacimiento de Jesús. Mateo
dice que este acontecimiento cumple con la profecía de Jeremías (31:15).
Entonces Herodes, al ver
que había sido burlado por los magos, se enfureció terriblemente y envió a
matar a todos los niños de Belén y de toda su comarca, de dos años para abajo,
según el tiempo que había precisado por los magos. Entonces se cumplió el
oráculo del profeta Jeremías: «Un clamor se ha oído en Ramá, mucho llanto y
lamento: es Raquel que llora a sus hijos, y no quiere consolarse, porque ya no
existen.»
El relato inspiró numerosas
obras artísticas, en particular en la pintura y escultura, y su difusión en la
cultura universal tornó la figura de Herodes en el arquetipo de los opresores,
que no dudan en cometer crímenes —incluso el asesinato múltiple de víctimas
indefensas— por miedo a perder el poder.
El trágico episodio de los
inocentes no se menciona en ningún otro escrito, canónico o profano; esto
suscita serios problemas sobre el carácter histórico del incidente. Raymond
Edward Brown indicó que el historiador judío Josefo no aludió a la matanza de niños
en Belén, a pesar de haber documentado minuciosamente los hechos brutales
cometidos por Herodes
I el Grande
en los últimos años de su vida. De tratarse de un hecho histórico, la matanza
no fue lo bastante notoria como para que llegara a oídos de Josefo quien, de
conocerla, la habría mencionado dado su interés por denigrar a Herodes.
La brutalidad del episodio
está en armonía con el carácter de Herodes, tal como Josefo lo describió (Antigüedades
judías, 15.3, 3 § 53-56). Josefo presentó a Herodes como un ser
patológicamente celoso de su poder: varios de sus familiares fueron asesinados
por orden suya, ya que sospechaba que trataban de suplantarlo. No cabe duda de que
Josefo quiso describir a Herodes con los tintes más oscuros que le fue posible,
y resulta difícil de explicar la ausencia de la matanza de Belén en Josefo,
excepto suponiendo que no tuviera noticia alguna de ella.[2] En consecuencia, habría
que tomar en consideración la posibilidad de que los incidentes del capítulo 2
del Evangelio de Mateo sean una presentación simbólica de la mesianidad regia
de Jesús, a la que se oponen los poderes seculares. La oposición a Jesús
terminaría por lograr sus fines con su pasión y muerte.
Matanza de los Inocentes, Guido
Reni. Pinacoteca Nacional Bolonia.
Muestra una serie de
episodios al mismo tiempo, pero está compuesto de manera clásica, con cada
elemento cuidadosamente reflejado en una respuesta.
Dos soldados están matando
a los niños, uno retratado desde detrás, está corriendo tras una mujer que
grita, y el otro está arrodillado hacia las madres con sus niños: ambos
mantienen cuchillos en la mano derecha. Las madres están reaccionando de
maneras diferentes: una está chillando e intentando huir de los soldados,
que han agarrado su cabello; otra está huyendo hacia la derecha, mientras
abraza a su niño, mientras que otra, en la esquina izquierda de abajo, está
aguantando al niño en sus hombros. Otra madre intenta parar a un soldado con su
mano izquierda, y una mujer arrodillada está rezando al cielo por encima de los
niños que ya han sido sacrificados.
El sentimiento dramático
parece perfectamente controlado y dosificado para contribuir a la perfecta
expresión del tema elegido, en este caso la matanza de los inocentes decretada
por Herodes.
Las madres poseen
la digna solidez de las estatuas romanas, mientras que los verdugos todavía
recuerdan a los oscuros personajes que protagonizaban los cuadros de
Caravaggio. Por encima de la matanza, unos angelotes rubios vienen a repartir
las palmas del martirio a los bebés asesinados. Pese a los contrastes de luz y
movimiento, el poso clasicista de Rafael puede rastrearse en la distribución de
las figuras y en la estabilidad con que están dispuestas en el escenario.
La matanza de
los Inocentes,
Nicolás Poussin. Musée Condé.
Chantilly
Evoca un pasaje tomado de
San Mateo, el terrible momento en que el rey Herodes ordena el asesinato de
todos los niños recién nacidos en Belén, asustado por las profecías que
anunciaban un futuro rey de Israel nacido en la localidad. Pero el tratamiento
que otorga Poussin a la escena es bien diferente a la que se puede encontrar en
Rafael. La obra es la más clara expresión de las emociones humanas a través de
la articulación de formas corporales. Mientras en la escena bíblica la matanza
tiene lugar en el poblado, entre una multitud angustiada, para reforzar el
efecto dramático y simbólico Poussin aísla la escena, la concentra en un acto
concreto y la eleva a la categoría de universal. Sobre un fondo de inmutable
clasicismo, sitúa, como las máscaras de la tragedia griega, las expresiones de
terror de la madre, la determinación asesina del soldado, la angustia de la
mujer que porta a su hijo... en una composición de perfecta geometría.
Matanza de los
inocentes, Giotto
di Bondone 1302-05. Capilla de los Scrovegni
La matanza de los inocentes
puede ser la escena que mayor fuerza dramática y dinamismo compositivo presenta
de entre todos los demás episodios narrados sobre la
infancia de Cristo,
en la capilla
Scrovegni,
con detalles absolutamente llenos de patetismo. La composición la centra el
verdugo que con su arma intenta arrebatar a un niño de los brazos de su madre.
La diagonal que describe su cuerpo y la contundencia de la acción ilustra
plásticamente el contenido principal de la escena: la violencia de los hechos y
el desvalimiento y sufrimiento de los inocentes, potenciado además con detalles
tan explícitos como los niños degollados que yacen en el suelo. La escena está
enmarcada por dos estructuras arquitectónicas, de colores muy claros que
contrastan con las tonalidades variadas del primer término. En uno de los
balcones, Herodes contempla la terrible escena. Si el grupo de las madres es de
una expresión de sufrimiento absolutamente estremecedor, las figuras de los
esbirros están altamente caracterizadas, casi diríamos auténticas caricaturas.
Cierra la composición por la izquierda el grupo de hombres, que se apartan del
grupo central con expresión de vergüenza e incredulidad.
La huida a Egipto Mt 2, 13-15
El relato del Nuevo
Testamento, muy breve y propio del evangelio de Mateo, narra cómo un ángel se
aparece en sueños a José y le ordena que huya a
Egipto junto con la Virgen María y el Niño Jesús, pues el rey Herodes lo estaba
buscando para matarle (la matanza de los inocentes). José obedece; y al cabo de
un tiempo indeterminado, muerto ya Herodes, se le ordena volver de un modo
similar. El propio evangelista ve en el episodio un cumplimiento de una
profecía del Antiguo Testamento: de Egipto llamé a mi hijo. (Oseas, 11,
1).
En la exégesis bíblica,
esta presencia de Cristo en Egipto se asocia a la historia de José, el hijo de
Jacob, que continúa con la cautividad de los judíos en Egipto y culmina con la
historia de Moisés narrada en el Éxodo. La presencia de judíos en Egipto es una
constante de la historia del Antiguo Oriente Próximo. En la época de Jesús se
trataba de una comunidad muy próspera y helenizada, asentada en Alejandría y la
zona del Delta del Nilo. Ya a principios del siglo XX, Jean Juster enumeró una
larga serie de ciudades egipcias bajo el régimen del Imperio romano en las que
moraban colonias judías.
El verbo «huir» utilizado
en el evangelio de Mateo como parte de la expresión del ángel: «...toma al
niño y a su madre y huye a Egipto...» (Mt 2:13), acompañado por la
sobriedad del relato, es contrario al tono usado por la literatura apócrifa en
general (ver sección siguiente), que se basa en milagros para hacer más fáciles
las cosas. Egipto era el país clásico de refugio político por ser provincia
romana. Allí había muchos judíos, colonias florecientes y barrios habitados por
ellos que prestaban socorro a sus conciudadanos.
En los Evangelios apócrifos
y en la tradición cristiana posterior, este episodio se amplía con multitud de
anécdotas y milagros acaecidos a lo largo del viaje.
El sueño de San José. Representar el sueño es difícil.
Aparece san José durmiendo (vemos el cuadro de Vicente López de 1805). San
José, es quien tiene en este caso el Niño en brazos.
Está dando una
cabezada, apoyado en una mano. Aparece el ángel por encima que con una mano le indica
algo.
Hay otro momento en
el que sueña, que es cuando duda de la virginidad de la Virgen y también se le
aparece un ángel que le dice que no se preocupe, pero en este no aparece el
Niño.
El
sueño de San José,
Francisco de Herrera el Mozo, Museo del
Prado.
San José duerme cuando se
le aparece un ángel que señala a la paloma del Espíritu Santo. Esta asoma en el
cielo creando un luminoso rompimiento de gloria. Bajo ella, unos ángeles llevan
un espejo y flores en alusión a la virginidad de María pese a que esperaba un
niño. Junto al santo vemos un capacho con una azuela, un berbiquí y otros
instrumentos propios de un carpintero, que sirven para identificar al
durmiente. La escena procede del Evangelio de san Mateo (1,18-22).
El sueño de san José fue un
tema relativamente frecuente en la España del Siglo de Oro, pues en él
confluían el interés por el santo impulsado por santa Teresa, y la muy
arraigada devoción mariana. En la mayor parte de los casos, la escena tiene
lugar en un interior, por lo común un taller de carpintero. Herrera el Mozo la
sitúa en un exterior, y ese cambio tiene consecuencias muy importantes desde el
punto de vista estético, pues permitió a su autor demostrar sus mejores
habilidades.
La atribución de esta
pintura a Herrera el Mozo se debe a Jonathan Brown, que llamó la atención sobre
esa autoría al Chrysler Museum de Norfolk (EE. UU.), donde se exponía. Para
ello se basó no solo en sus características estilísticas, sino también en la
biografía que dedicó Antonio Palomino en 1724 a Herrera el Mozo en su Parnaso.
Allí, al referirse a la capilla de San José, en la iglesia de Santo Tomás de
Madrid, escribió: donde
también tiene un peregrino cuadro del sueño de san José [...] en el remate del
retablo; que aseguro es de lo más regalado y de buen gusto que he visto suyo.
Su ubicación en el remate del retablo es la causa de que originariamente la
parte superior del cuadro fuera curva, aunque una intervención posterior adaptó
el conjunto a un formato cuadrangular.
En esa misma capilla lo vio
Antonio Ponz en 1776, aunque en 1800 ya no lo cita Juan Agustín Ceán Bermúdez,
lo que sugiere que abandonó su emplazamiento original entre esas dos fechas.
Por otra parte, la referencia de Palomino obliga a fechar el cuadro a partir de
1660, cuando el pintor se estableció definitivamente en Madrid (Texto
extractado de Portús, J. en: Donación
de Plácido Arango Arias al Museo del Prado, Museo Nacional del
Prado.
El sueño de San José, Vicente López Portaña (1805), Museo del
Prado.
Acodado en una mesa mientras
dormita con el Niño Jesús en su regazo, José es avisado en sueños por un ángel
para que huya a fin de evitar la matanza de niños decretada por Herodes,
ordenándole huir a Egipto llevándose al Niño y a la Virgen (Mateo 2,
13), que aparece recostada a la izquierda con los brazos cruzados, contemplando
la aparición celestial.
Se trata de uno de los
lienzos religiosos más importantes conocidos de la primera madurez valenciana
de Vicente López, seguramente pintado como cuadro de altar o destinado quizá a
un oratorio privado, que tiene además la curiosidad iconográfica de representar
al Niño Jesús con su Sagrado Corazón en el pecho, advocación que no se difundió
hasta mediados del siglo XIX.
La
Huida a Egipto
La
huida a Egipto, Francesco Bassano. Museo del Prado.
Esta escena, la huida a
Egipto de la Sagrada Familia para eludir el infanticidio de Herodes,
habitualmente se representa de día. En este caso, Francesco Bassano la muestra
de noche, a diferencia incluso de otras versiones anteriores del propio autor.
Mientras que el Evangelio sí sitúa de noche la escena de la Adoración de los
pastores, la ambientación nocturna de la huida de la Sagrada Familia fue
interpretación libre del pintor, ya que Mateo solo narra que un ángel advirtió
a San José mientras dormía, pero no que partieran de noche o a la puesta del
sol.
Se conserva en el Museo del
Louvre un diseño preparatorio para esta obra, de mano de Francesco, lo que
confirmaría la autoría del cuadro del Museo del Prado.
Huida
a Egipto (Giotto) 1305 y 1306. Capilla de los
Scrovegni de Padua
Esta es una de las escenas
más famosas del ciclo paduano. Representa a José, María y Jesús Niño huyendo a
Egipto para evitar la persecución de Herodes, que había ordenado la matanza de
los inocentes. Habían sido advertidos en sueños por un ángel, que les marca el
camino. María, montada en un asno conducido por José, lleva al Niño sujeto por
un pañuelo; del grupo forma también parte una figura joven, con la cabeza
coronada de hiedra, y con una cantimplora al cinto, junto a José y otros tres
jóvenes por el mismo camino de la caravana. Posiblemente, la muchacha que
acompaña a María sea la figura con un vestido rojo, inmediatamente detrás del
asno. La escena está descrita conforme aparece en el evangelio apócrifo del
Seudo Mateo.
Se evidencia en este fresco
el apartamiento de Giotto del estilo bizantino: a las representaciones
frontales opone aquí posturas de espaldas o de perfil; además, no representa a
los personajes en un fondo dorado, sino en un paisaje agreste y montañoso,
menos anguloso y más realista. Es un páramo grande y árido, escenario desierto
que resulta un entorno más amenazador para la pareja que viaja con un niño
recién nacido; sólo algunos árboles dispersos rompen la monotonía de este
paisaje lunar, árboles delgados, con todas sus hojas detalladas. Lejos del
hieratismo bizantino está esta representación de la naturaleza y de la vida,
según confirma la "preciosidad cromática de las rocas arenosas y la
sutilidad de la luz y de las sombras, de factura densa, ligera y
aterciopelada" (Carrassat). Adopta el punto de fuga oblicuo, manifestando
su dominio de la técnica a través de escorzos como el del ángel. En esta escena
se afirma el sentido de la percepción del espacio dominante en el paisaje y en
los personajes. Su realismo aparece en los drapeados, que son ligeros, en los
gestos y expresiones de las figuras, así como en la representación detallista
del cántaro recubierto de mimbre o del vestido del Niño.
Huida a Egipto El Greco (ca.
1570), Museo del Prado
Esta escena de devoción,
basada en el evangelio según san Mateo, es una de las primeras obras de El
Greco. Aquí todavía puede apreciarse la influencia de Jacopo Bassano y
Tintoretto, sobre todo en la construcción del paisaje.
Aunque en un principio se
dudó de su atribución, existen varios rasgos característicos de El Greco. El
tratamiento del celaje y el cromatismo están íntimamente ligados.
Su aire anecdótico y
narrativo (Wethey subrayó el aspecto casi cómico de la situación, con el burro
resistiéndose a cruzar el puente) explica que en el pasado fuese atribuida a
Bassano. Debe resaltarse, además, que la concepción global, con las figuras en
primer plano ante un amplio panorama, muestra un interés por el paisaje como
elemento expresivo que aparece asimismo en otras obras tempranas, pero que
desaparecería prácticamente a comienzos del periodo español del artista.
La huida a Egipto se representa ya desde la Edad Media.
No es un tema de ahora. Aparece la Virgen a lomos del borrico. Y José (no tiene
nimbo) de espaldas, más mayor, bebiendo...en la Edad Moderna, en cambio, a San
José sin nimbo pero con una imagen distinta.
Puede haber escenas
sacadas de los apócrifos, pero el núcleo fundamental es el de los tres a lomos
del borrico. Continúa la misma idea, pero hay variantes. Hay un mayor realismo
y un mayor protagonismo de los personajes. Van desapareciendo los temas de los
apócrifos. Puede haber una variante y es la del borrico, si se pone o no. En
las escrituras no dice nada de que hubiera un borrico. Se puede o no colocar,
pero como no interfiere en la Historia generalmente se coloca.
En algunas
ocasiones en lugar de ser San José el que tira del asno, lo hace un ángel.
Puede haber escenas
sacadas de los apócrifos, pero el núcleo fundamental es el de los tres a lomos
del borrico. Continúa la misma idea, pero hay variantes. Hay un mayor realismo
y un mayor protagonismo de los personajes. Van desapareciendo los temas de los
apócrifos. Puede haber una variante y es la del borrico, si se pone o no. En
las escrituras no dice nada de que hubiera un borrico. Se puede o no colocar,
pero como no interfiere en la Historia generalmente se coloca.
En algunas
ocasiones en lugar de ser San José el que tira del asno, lo hace un ángel.
La presencia de la palmera,
es el único elemento de los apócrifos que se mantiene en la Edad Moderna. Está
tomado de uno de los apócrifos (del pseudo-Mateo). Durante el viaje la familia
pasa hambre y sed. En el camino ven una palmera cargada de dátiles a una altura
difícil de alcanzar. Jesús ordena al árbol que incline sus ramas, y se cumple
su voluntad, permitiendo recoger sus frutos. En este momento aparecen tres
ángeles a los que Dios Padre ha encargado llevarle al Paraíso una palma de la
palmera generosa. En adelante la palma será la recompensa de los justos (palma
de los justos); con lo que se utiliza en arte como iconografía del martirio (palma del martirio). Las hojas de
palmera aparecen en otro episodio evangélico: la entrada de Cristo en
Jerusalén, cuando es recibido por una multitud que le vitorea; momento que se
conmemora el Domingo de Ramos y que se interpreta como una prefiguración de la
Pasión precisamente en su momento de mayor triunfo en vida. También relacionado
con la palmera está el personaje de San Cristóbal o Cristobalón, un gigante que
habría cruzado un profundo río con el Niño Jesús sobre sus hombros ayudándose
de una palmera que arrancó para usarla de apoyo. Es un motivo muy utilizado en
la decoración pictórica del interior de las iglesias en España, y se le
considera el patrón de los conductores, aunque ha sido excluido del santoral
desde 1969.
En el siglo XVII,
se representa generalmente de noche. Aparecen con el borrico, y se están
acercando a un campamento donde están los pastores. Es un tema recurrente para
permitir las escenas de paisajes.
Huida a Egipto, Bartolomé
Esteban Murillo. Institute of Arts Detroit
En los primeros años de su
carrera Murillo se interesó por el naturalismo esa es la razón por la que
elimina de esta representación religiosa todos los elementos de carácter
divino, asemejando a una familia campesina que se desplaza de un lugar a otro.
Las figuras de María, san José y el Niño aparecen vestidos a la moda del siglo
XVII y sus rostros, gestos y actitudes parecen tomadas de la Sevilla del
momento. Sólo la luz que impacta en el Niño hace pensar que se trate de Jesús
cuando su rostro es el de un recién nacido absolutamente real, envuelto en una
faja de la misma manera que hizo Velázquez en la Adoración de los magos que
guarda el Prado.
Murillo ha conseguido crear
un acertado efecto de movimiento, acentuado por la cabeza baja del borrico y su
pata delantera levantada. Una arboleda sirve de cierre a la composición en la
izquierda mientras que en la derecha el paisaje se abre para crear una acertada
sensación de profundidad. La suave luz empleada contribuye a crear en el
ambiente cierta melancolía.
La huida a Egipto, Adam
Elsheimer (1609) - Alte Pinakothek, Munich
Representa el descanso de
la Sagrada Familia en su huida a Egipto, donde se refugiaron de la persecución
de Herodes. Este tema se solía tratar en un ambiente diurno, con un tranquilo
paisaje. Elsheimer hace algo diferente, que es crear una escena nocturna. Así
la noche sirve como manto protector que ampara la huida. De hecho, se considera
que es el primer paisaje a la luz de la Luna de la pintura occidental.
El paisaje apenas se ve, ya que la masa boscosa es de color negro. Hay cuatro
fuentes de luz: a la izquierda, los pastores que tienen encendida una hoguera,
cuyas llamaradas ascienden al cielo; en el centro la Sagrada Familia, iluminada
por la antorcha que mantiene baja San José y que débilmente ilumina a las
figuras sagradas; la tercera es la Luna, que se ve en el cielo y su reflejo en
el agua sería el cuarto punto de luz. En el cielo se dibuja la Vía Láctea, la
primera vez que aparece de manera tan naturalista.
Es este enorme espacio
dedicado al cielo lo que hace especial esta obra, que ocupe tanto y que se haya
preocupado por representar a la Osa Mayor y a la Vía Láctea, aunque su
situación no sea enteramente correcta.
Huida
a Egipto, Francisco de Zurbarán 1640. Musée des Beaux Arts
et d'Archéologie.
Esta Huida a Egipto
mantiene los rasgos principales del estilo de Zurbarán, pero añade otros
personales del oficial que realizó el lienzo. Entre ellos destaca el fondo
paisajístico, de gran calidad y lejos de los fondos austeros y restringidos de
Zurbarán. Probablemente, el pintor tomara como modelo estampas de paisajes
italianos umbros o boloñeses, por el estilo de los árboles y los degradados,
con unas pequeñas ruinas al fondo.
Descanso en la huida a
Egipto:
pausa obligada para que el Niño se amamante. En la Gruta de la leche de Belén
(cercana a la Basílica de la Natividad) se venera la roca donde se habría
derramado una gota de leche, que al instante cambió de color, y que tiñe y
proporciona cualidades curativas al agua que entra en contacto con ella. El
"descanso" es muy representado como tema pictórico, así como el tema
denominado Virgo lactans o Virgen de la leche.
En Egipto se encuentra un
viejo sicomoro llamado "El árbol de la Virgen". Está en el-Matariya,
El Cairo, Egipto. La tradición recoge que la Virgen María descansó en él
durante su huida a Egipto.
Descanso
en la huida a Egipto, Joachim Patinir 1522 h. Museo del Prado
En el primer plano, en el
centro, sobre una colina de forma semiesférica, aislada del resto como en la
tabla de la Gemäldegalerie de Berlín, María, con una toca blanca cubriéndole
los cabellos, túnica azul y manto blanco azulado, está sentada en el suelo, amamantando
a su Hijo, totalmente vestido. En el plano medio, detrás de la Virgen, se
inicia el bosque oscuro, integrado en el paisaje del fondo, al margen de la
figura principal. De ese modo, aparecen perfectamente separados el espacio de
campo a la derecha, con la granja, el pueblo en el plano medio y la ciudad a
distancia -motivos habituales en otras obras de Patinir-, del de la izquierda,
con Heliópolis al pie de la alta montaña pétrea de la izquierda. Esta
naturaleza solitaria está unida al primer plano, más elevado, por el color del
terreno y por los caminos intrincados por los que asciende san José con el
recipiente de comida en las manos.
En el Descanso en la Huida a Egipto
del Prado, Patinir siguió con variantes el mismo tipo iconográfico que en las
tablas del Museo Thyssen. De esta forma, continuaba el camino iniciado por
Memling en su tabla del Louvre, de unir al grupo de la Virgen con el Niño
pasajes de la Huida a Egipto, que fue seguido después por Gerar David en obras
como la tabla del Prado, o la de Washington y más tarde por otros pintores,
entre ellos Patinir y Joos van Cleve en su tabla del museo de Bruselas. Según
indica Falkenburg, no existe una tradición previa para representar este tema y
lo que lo define son los episodios de la huida incluidos en el paisaje, a menor
escala. En la tabla del Descanso
del Prado, Patinir incorpora la Matanza de los Inocentes, en el extremo
derecho, al fondo, como en el tríptico de colección particular de Wiesbaden y
en la tabla de la Gemäldegalerie de Berlín. En ese mismo lado, en el plano
medio, sitúa el Milagro del Trigo, igual que en las otras dos tablas. Lo que
varía es la posición y el protagonismo que tiene en la tabla del Prado la
Destrucción de los Ídolos de Heliópolis, que aparece en dos lugares distintos.
A la derecha de la Virgen, la bola de piedra con los pies es el único resto de
una imagen pagana. A la izquierda se alza la ciudad con edificios
románico-góticos, en la que los ídolos caen precipitándose desde la torre,
mientras que en otro edificio anexo los fieles presentan ofrendas ante uno de
sus dioses, cuya cabeza semeja la de una rata. Aluden a la huida a Egipto las
alforjas blancas atadas al bastón de san José, la cesta de mimbre y la calabaza
para el agua con tapón, en primer plano, a los pies de María, lo mismo que san
José, a la izquierda, en el plano medio, y el asno comiendo, representado de
espaldas, en un escorzo pronunciado, al otro lado.
El árbol junto a María y el
manantial que brota entre las rocas a su derecha no tiene nada que ver con el
milagro de la palmera que tuvo lugar durante el descanso en la huida a Egipto.
Ambos pertenecen a una tradición iconográfica distinta, la del Paraíso
terrenal, con la que se vincula la Virgen de la Humildad, con María sentada en
el suelo como en esta tabla del Prado. Patinir la representa en ella como Madonna lactans, como Mater misericordiae -lo que
le otorga un importante papel en la Encarnación y en la Redención-. Pese a
ello, al disponerla en alto, destacada del resto, el pintor consigue que
resalte por su majestad, y no por su humildad.
Patinir amplía el espacio
destinado al Paraíso. El manzano con pocas frutas a la izquierda de María es el
Árbol del Bien y del Mal, seco a raíz del pecado original, pero que brota de
nuevo tras la Encarnación de Cristo, con la que se inicia la Redención. La vid
sin uvas enroscada en este árbol alude a las palabras de Cristo: Soy la vid, y se asocia a su
muerte en la cruz, a la Redención, lo mismo que la hiedra que también se
enrosca en él, que simboliza asimismo la muerte en la cruz y la vida eterna. El
castaño del segundo plano, a la izquierda de María, se asocia con la
resurrección y sus frutos caídos en el suelo -algunos abiertos dejando ver las
castañas-, aluden a la Inmaculada Concepción, a la castidad de María. La gran
cantidad de flores y plantas del primer plano también tienen un significado
cristológico o mariano, del que ha dado cuenta Falkenburg. Tanto ellas como los
dos árboles aluden al pecado original y a la Redención gracias a la Pasión y
muerte de Cristo, pero también a la compassio
de la Virgen, porque no en vano este tema iconográfico es uno de sus Siete
Dolores, como ella misma deja ver con sus bajos ojos pensativos, que aluden a
la Pasión en los días felices de la infancia.
Las características que
muestra este paisaje con el Descanso
en la huida a Egipto confirman su datación posterior a las tablas
de este mismo tema atribuidas a Patinir. Todo parece indicar que debió llevarse
a cabo entre 1518-1520, en los inicios de la última fase de la actividad del
artista, como confirma la dendrocronología. Las notas que muestra el dibujo, el
material empleado, la forma en que se aplica el color, visible tanto por las
radiografías como en superficie, abogan por que se trata de una obra autógrafa
de Patinir.
Descanso
en la Huida a Egipto,
Zurbarán. Museo de Bellas Artes,
Budapest, Hungría.
Zurbarán recrea en este
precioso lienzo el pasaje bíblico de la huida de Egipto de María, José y el
Niño. Una escena de la historia sagrada recreada en un ambiente sencillo en el
que los padres protegen al hijo. Mientras San José observa con la mirada atenta
al Niño Jesús, la Virgen María le da el pecho en un tierno acto de amor
maternal. El gran pintor barroco se aleja de las grandes pinturas de santos y
mártires para mostrarnos en esta obra una entrañable escena familiar.
Descanso
en la huida a Egipto Anónimo, c. 1540
El artista anónimo del
Museo Thyssen-Bornemisza ha colocado, en el centro, sobre un gran sillar
rectangular, a una Virgen, con la mirada baja y triste, que nos presenta a
Jesús, casi de frente, sentado sobre sus rodillas. A sus pies ha dejado la
cesta de mimbre y una calabaza colgada de una pequeña ramita del árbol. San
José, como es habitual, aparece desplazado, en este caso a la izquierda, para
cuidar al asno que pasta plácidamente. La opción que el pintor ha elegido al
instalar a María en lo alto de una pequeña colina le permite desarrollar un
amplio paisaje cuyos primeros planos están ocupados por una ciudad, Belén, en
la que tiene lugar la matanza de los inocentes. El movimiento y la crueldad de
los acontecimientos que se reproducen en pequeñas escenas en las calles y en
las plazas contrastan con la quietud y rigidez del grupo principal.
El pintor dibuja una ciudad
medieval dominada por un gran castillo, en lo alto de unas rocas, al que se
accede por una puerta próxima al ángulo inferior derecho. El artista, con
cierta ingenuidad, intenta dar un toque oriental a la urbe, al transformar
algunas de las cubiertas abovedadas de los edificios y al insertar, al borde de
uno de los caminos, un obelisco, como el que aparece en el lateral derecho. La
ciudad deja a sus espaldas una vista panorámica en la que se dan cita los
caminos, los campos, las arboledas y las superficies acuosas y de la que
emergen riscos y montañas que remiten a Patinir.
En el centro de la
composición domina un manzano, de esbelto tronco, en cuya copa varios putti juegan y recogen los
frutos para ofrecérselos al Niño. Este motivo lo encontramos en la pintura
germana.
El
descanso de la huida a Egipto, Jean-Honoré
Fragonard
El descanso de la huida a
Egipto un formato ovalado en el que encaja hábilmente las figuras inspiradas en
Carle van Loo y también en François Boucher, dos pintores que Fragonard conoció
en un viaje realizado a Roma.
La Madre de Dios señala con
una mano al Salvador mientras lo rodea de un bello manto azulado para protegerlo
y con la otra mano sostiene ligeramente una Biblia que está leyendo José,
con el propósito de explicar el lazo que les unen con las Sagradas
Escrituras. Esta composición guarda muchas similitudes con la Sagrada Familia de
Rembrandt (San Petersburgo, Museo del Hermitage, actualmente en la colección
Crozat, Paris).
Fragonard se inspiró en
obras posteriores en este cuadro en pinturas semejantes. Sorprende la gama de
colores fríos de esta pintura, muy diferente a la coloración más armónica y
rojiza de Rembrandt. La cabeza del asno que está situada a la derecha posee un
bello sentido naturalista, que muestra la habilidad del pintor de animales que
hace de Fragonard un excelente pintor.
Descanso
durante la huida a Egipto. Nicolas Poussin 1658-60. Museo del
Hermitage.
Esta obra, pintada entre
noviembre de 1655 y diciembre de 1657 para Mme. De Montmort, futura esposa de
su amigo Chantelou, es un exponente destacado de esta tendencia. Fiel a su
formación clásica, el propio Poussin escribió que en esta obra pretendía
"deleitar por la novedad y variedad y mostrar que la Virgen, la
representada, está en Egipto". Es decir, el mandato de instruir deleitando
que se encuentra en los textos clásicos. Para la reconstrucción arqueológica
del fondo arquitectónico se inspiró Poussin en los textos de Plinio y en los
mosaicos del templo de Preneste, en Palestrina. El colorido y la composición,
por lo demás, siguen la tónica de las Sagradas Familias de aquellos años.
La presencia de una
palmera:
Evangelio apócrifo del Pseudo Mateo, 20, 2.
En el capítulo 21 se hace referencia a que en agradecimiento se convierte
en el símbolo de victoria de los santos.
Durante el viaje la familia
pasa hambre y sed. En el camino ven una palmera cargada de dátiles a una altura
difícil de alcanzar. Jesús ordena al árbol que incline sus ramas, y se cumple
su voluntad, permitiendo recoger sus frutos. En este momento aparecen tres
ángeles a los que Dios Padre ha encargado llevarle al Paraíso una palma de la
palmera generosa. En adelante la palma será la recompensa de los justos (palma
de los justos); con lo que se utiliza en arte como iconografía del martirio (palma del martirio). Las hojas de
palmera aparecen en otro episodio evangélico: la entrada de Cristo en
Jerusalén, cuando es recibido por una multitud que le vitorea; momento que se
conmemora el Domingo de Ramos y que se interpreta como una prefiguración de la
Pasión precisamente en su momento de mayor triunfo en vida. También relacionado
con la palmera está el personaje de San Cristóbal o Cristobalón, un gigante que
habría cruzado un profundo río con el Niño Jesús sobre sus hombros ayudándose
de una palmera que arrancó para usarla de apoyo. Es un motivo muy utilizado en
la decoración pictórica del interior de las iglesias en España, y se le
considera el patrón de los conductores, aunque ha sido excluido del santoral
desde 1969.
Al día siguiente
abandonaron el lugar. Mas, en el momento de partir, Jesús se volvió hacia la
palmera y le dijo: «Este privilegio te
concedo, palmera: que una de tus ramas sea transportada por mano de mis ángeles
y plantada en el paraíso de mi Padre. Y esta bendición especial te otorgo: que
a todos aquellos que hubieren vencido en un certamen, pueda decírseles: Habéis llegado hasta la palma de la victoria».
Y, mientras decía esto, apareció un ángel del Señor y voló al cielo
llevándosela en la mano. Al ver esto cayeron todos sobre sus rostros y quedaron
como muertos. Más Jesús les habló de esta manera: «¿Por qué habéis dejado que
el temor invada vuestros corazones? ¿No sabéis que esta palmera que he hecho
trasladar al paraíso, está allí reservada para todos los santos del Edén, lo
mismo que ha estado preparada para vosotros en este desierto?»
(Evangelio apócrifo del Pseudo Mateo, 21)
Descanso en la huida a Egipto, Bartolomé Esteban Murillo Hermitage, San
Petersburgo.
El primer grupo
estilísticamente es el de mejor ejecución, de carácter murillesco: su
delicadeza, su sensibilidad, sus rasgos dulces y serenos, la contemplación y el
misticismo con el que se trata a las figuras, hace pensar que la autoría de
estas figuras fueran del pintor Meneses Osorio. Haciendo gala del título de
haber sido el más fiel discípulo de Murillo, así como el de mayor calidad, se
llega a veces a confundir su mano con la del maestro, como se constata en el
Retablo de Santa Catalina de Cádiz.
El otro grupo de figuras correspondientes al resto de los ángeles y al jumento son tratados de forma menos delicada y excelsa. Podríamos pensar que alguno de estos personajes salieron de la mano de algún colaborador, como Juan Garzón.
Descanso
en la huida a Egipto, Caravaggio. Galería Doria Pamphili,
Roma.El otro grupo de figuras correspondientes al resto de los ángeles y al jumento son tratados de forma menos delicada y excelsa. Podríamos pensar que alguno de estos personajes salieron de la mano de algún colaborador, como Juan Garzón.
Además, este cuadro irrumpe
en la historia de la pintura con una composición insólita. En esta escena
clásica se produce una alteración de la tradición de la pintura sacra. Hay un
personaje que adquiere su peso gráfico y simbólico dando la espalda al
espectador y divide el cuadro en dos. Su desnudez juvenil y sus alas
sombrías, justo al centro, separan a los principales actores de la
historia, a cuya inmovilidad se contraponen sus movimientos, los de las manos,
los del tronco y los de los pies. No sólo toca el violín, sino que parece
contonearse con su melodía. El viejo lo mira con una admiración que el
joven no percibe. La madre, agotada, ha terminado de dar de mamar al bebé y se
abandona a las armonías del violín y a las notas que aluden a ella. La música
de la antífona mece al niño en su dormir y acompaña los sueños de la hermosa
joven.
Un paisaje admirable, más
propio de las orillas de algún río de Italia que de los oasis de Egipto,
envuelve la escena.
Caravaggio no respetaba los
patrones iconográficos al uso y no sólo por la composición de sus cuadros. Los
protagonistas supuestamente sagrados o mitológicos de sus cuadros son gente
común, aunque se llamen Jesús,
María su
madre o José
su padre putativo.
En el “Descanso en la
huida a Egipto” el realismo y la humanidad de Caravaggio se enfrentan al misterio y
lo niegan. Me explico. En mi modesta opinión, el “Descanso en la huida a
Egipto” es un cuadro irreverente, un sacrilegio en su sentido original, la
desposesión del carácter sagrado de un objeto o creencia. Aunque Caravaggio sea
irreverente de forma velada, críptica, pues no puede serlo de otro modo.
En este cuadro hay cuatro
personas: María
con su bebé, un hermoso joven, en funciones de ángel músico, que acoge bajo su
ala oscura a la madre y al hijo, y el anciano José que le sostiene la partitura del “Tota
pulchra es Maria” (antífona del siglo IV), es decir “¡María, toda tú eres
hermosa!”.
El quinto en cuestión, no
es humano ni angélico, es un testigo animal, un burro, cuyo ojo enorme,
interrogante, asoma y lo examina todo a través del follaje, entre José y el ángel. Con
este detalle surrealista, el pintor parece invitarnos a descifrar la escena. Es
como si el burro del portal de Belén, humilde compañero de la fuga, con su
mirada muda formulase una pregunta.
Según el Evangelio, José, devoto
descendiente de David,
fue convencido por un ángel de que el embarazo de su prometida era de origen
milagroso, divino. María
desempeñó su papel, se casaron y la fuerza y el liderazgo mesiánico de Jesús, más la leyenda y
los dogmas hicieron el resto.
Creo que lo que subyace en
la representación de la huida a Egipto de Michelangelo Merisi es lo que no se puede
decir, pero se piensa. Es decir, un “ménage à trois”: el marido que ha aceptado
a la joven madre embarazada y que, además, le sostiene la partitura al joven
amante y padre de la criatura, ángel de alas oscuras, quien entona un canto a
su hermosa (pulchra) amada. El niño Jesús,
fruto de esos amores es el cuarto protagonista, el de insospechable futuro.
Pero este museo
también respeta el dogma con los cuadros de otros artistas. En este caso,
la obra de un fraile artista, que, si bien no cumplió con su voto de castidad
(¡tan hermosa era la monja que le sirvió de modelo y de amante!) al menos se
ajustó a la ortodoxia iconográfica más estricta.
Paisaje con descanso en la Huida a Egipto, Rembrandt. The National Gallery of
Ireland, Dublín.
La Sagrada Familia descansa
en su largo viaje hasta Egipto en un pequeño establo, al calor de un fuego
avivado por unos pastores que hacen compañía a María, san José y el Niño. La
escena se desarrolla al aire libre, en un paisaje protagonizado por la luz de
la luna y el efecto térmico conseguido, transmitiendo la sensación de frío que
contrasta con el calor de la lumbre. En primer plano encontramos un riachuelo
donde se refleja la hoguera y los personajes, pequeñas figurillas que adornan
los oscuros trazos del bosque. Interesado Rembrandt por las iluminaciones en
sus diferentes aspectos, no debe faltar la luz nocturna y la artificial,
siguiendo las últimas obras de Tiziano por el que sentía especial admiración.
La pincelada es corta pero rápida, interesándose más por los efectos
atmosféricos que por los detalles, resultando una escena de gran belleza.
Vemos un cuadro de
Poussin. Es el regreso de Egipto. No confundirlo con la Huida a Egipto. El
regreso suele aparecer con un niño más crecido, que se mantiene en pie. A veces
atraviesan un rio. Puede ir el Niño, caminando entre La Virgen y San José.
Anhela la cruz que llevan los ángeles. Tiene reflejos clasicistas con el tema
de Caronte que transportaba las almas al otro lado.
El
regreso de Egipto, Nicolás Poussin.
Museum of Art Cleveland
Retorno
de la huida a Egipto, Giovanni Francesco
Romanelli
c. 1635-1640. Thyssen-Bornemisza.
La circuncisión del Niño Jesús. Lc. 2, 21
Circuncisión de Jesús es la denominación de un
episodio evangélico (Lucas 2, 21) y un tema iconográfico relativamente
frecuente en el arte cristiano. Trata de la circuncisión que se efectuó a
Jesucristo.
La circuncisión es la
ablación ritual del prepucio (el de Cristo se denomina Santo Prepucio, y es una
de las reliquias cristianas más preciadas). La ley mosaica, por mandato divino,
prescribía: «Serán circuncidados a los ocho días de nacer todos vuestros
varones de cada generación». El evangelista Lucas cuenta cómo se cumplió esta
ley a los ocho días del nacimiento de Jesús; en un acto en que también «le
pusieron por nombre Jesús, el cual le había sido puesto por el ángel antes que
fuera concebido» (en referencia al episodio de la anunciación).
De entre los evangelios
canónicos sólo Lucas lo refiere. Los evangelios apócrifos son mucho más
pródigos en información en este sentido. Así, el Pseudo-Mateo especifica el
sacrificio realizado como pago de la ceremonia, y en el Evangelio árabe de la
infancia -un evangelio apócrifo muy tardío- se narra cómo tras la circuncisión de Jesús,
la matrona de María guardó el prepucio en una jarra de alabastro llena de
nardos, un conservante, y se la dio a su hijo, perfumista de profesión
pidiéndole que guardase bien la jarra y no la vendiese aunque le ofrecieran
trescientos denarios. El Evangelio armenio de la infancia ofrece otra versión,
según la cual el niño sangró durante la operación, pero sin que se produjese
corte alguno.
Posteriormente cuando se
cumplieron los días de la purificación (Lucas, 2, 22), se produjo la
presentación de Jesús en el Templo.
Confusión que se da
entre la presentación en el templo y este momento. Se suelen fusionar ambos
temas. Según la ley mosaica. A los ocho días debía ser circuncidado. A los
cuarenta debía ser presentado en el Templo y la madre purificada. Pero en
realidad, se hacía en casa. Vemos un cuadro donde aparece la Virgen (por lo que
no puede ser) se confunde con la purificación (a los cuarenta).
La importancia de la
circuncisión para el fiel cristiano.
Porque en este momento al
Niño se le impone el nombre. Por esto los Jesuitas, le van a dar importancia a
este tema.
Se produce en este momento
la primera sangre derramada por el Niño que es un anticipo de la Pasión.
Formas de representación.
Vemos el cuadro de
Fra Angélico. Aparece el sacerdote (mohel. Sacerdote hebreo especializado en
circuncidar) que le va a circuncidar. Aparece la Virgen (incorrecta desde el
punto de vista de la Historia). Pero puede ser como símbolo precisamente de esa
pureza.
La Circuncisión Fra Angélico (Ca.
1450) Museo di San Marco Florencia
En el templo, Cristo es presentado para la circuncisión. La tabla
tiene una posición central y su parte superior lleva el retroceso de los ojos
de nuevo al coro. Las formas de las tres figuras en primer plano se ven
reflejados en un segundo plano por las tres paredes arco del coro y de sus
ventanas. Principalmente de la caída vertical de las cortinas de todas las
figuras se pinta con una gran discriminación, y se hace eco de las estrías de
las pilastras.
La Circuncisión, Guido Reni .Iglesia
de San Martín, Siena
En el cuadro de
Reni, aparece el rostro del Niño como rostro de entrega (entrega para la Cruz
en el futuro). Aparece una mujer con dos palomas que se llevan en el momento de
la presentación del Templo por lo que se están uniendo tres temas en este
cuadro. Circuncisión, purificación y presentación.
Detalle
La Circuncisión, Francisco de
Zurbarán. Musée des Beaux-Arts Grenoble
Este cuadro de grandes
dimensiones formaba parte de un retablo en Jerez de la Frontera, que fue
desmontado y diseminado. Otros cuadros del mismo retablo se encuentran en el
Museo de Grenoble, como son la Anunciación, la Adoración de los Pastores y la
Adoración de los Magos. Evidentemente, el retablo estaba dedicado la vida de
Cristo. El tema de la circuncisión tardó en ser aceptado por la ortodoxia
cristiana, que lo consideraba un barbarismo. Pero terminó por ser admitido
cuando se identificó con el bautismo y con el sufrimiento de Cristo, que
derramaba ya su sangre en sus primeros días (el octavo después del nacimiento
según el ritual). Contrariamente a lo que los textos sagrados cuentan, San José
ha llevado a su hijo a un espléndido templo y es atendido por el Sumo
Sacerdote, engalanado con sus mejores ropas, lo que no haría en el caso del
hijo de una familia pobre. En cualquier caso, la escena está revestida de
recogimiento, que se trasluce en la actitud del padre y el sacerdote, mientras
que el pequeño reluce en sus manos con su piel rosada y luminosa. Zurbarán,
como medio para introducirnos en la escena, suele recurrir a personajes
secundarios que miran al espectador y le dirigen con su actitud al tema
principal, ss el papel del paje que lleva la jarra.
La Circuncisión del Niño Jesús, Rubens. Gemaldegalerie der Akademie der bildenden Künste Viena
La Virgen aparece
dada la vuelta porque no quiere ver el dolor del Niño. Aparece con la túnica
roja. San José, también mira al cielo porque tampoco quiere ver el dolor del
Niño.
La presentación del Niño Jesús en el Templo Lc. 2, 22-38 y la Purificación de la Virgen.
Es la denominación
convencional de un episodio evangélico y un tema iconográfico relativamente
frecuente en el arte cristiano.
Se refiere a la presentación
de Jesucristo por sus padres, en el Templo de Jerusalén. Está narrado por Lucas
el Evangelista en el Nuevo Testamento (Lucas 2,22-40).
Tratamiento diferenciado,
tanto en el arte como en el calendario litúrgico o santoral, tiene una escena
previa: la Circuncisión de Jesús, operación ritual prescrita en la religión
judía, y que se le hizo a Jesús a los ocho días de nacer (se celebra el 1 de
enero). La presentación tuvo lugar posteriormente cuando se cumplieron los
días de la purificación.
Y como se cumplieron los
días de la purificación de ella, conforme a la ley de Moisés, le trajeron a
Jerusalén para presentarle al Señor. (Lucas 2:22)
María y José llevaron a
Jesús al Templo y según la costumbre, ofrecieron como sacrificio dos tórtolas.
En el templo se encontraba Simeón que tenía fama de ser un hombre justo. Al
verlos tuvo la convicción de que actuaba impulsado por el Espíritu, le tomó en
brazos y bendijo a Dios diciendo el Nunc dimittis. Las escrituras lo
narran así:
Y los bendijo Simeón, y
dijo a su madre María: He aquí, éste es puesto para caída y para levantamiento
de muchos en Israel;
(Lucas 2:34)
La profetisa Ana vivía en
el templo y al presenciar aquellos acontecimientos comenzó a hablar del Niño a
todo aquel que esperaba la redención de Jerusalén:
Estaba también allí Ana,
profetisa, hija de Phanuel, de la tribu de Aser; la cual había venido en grande
edad, y había vivido con su marido siete años desde su virginidad. Y ésta,
sobreviniendo en la misma hora, juntamente confesaba al Señor, y hablaba de Él
a todos los que esperaban la redención en Jerusalén. (Lucas 2:36-46).
La primera vez que se trata
este tema artísticamente es en el mosaico del arco triunfal de la iglesia de
Santa María la Mayor de Roma, del siglo V donde figuran los cuatro protagonistas.
Por lo general la escena es representada con María ofreciendo al Niño a Simeón,
o Simeón con el Niño y María haciendo la ofrenda de las tórtolas. En algún
rincón se encuentra casi siempre Ana la profetisa y a veces también José.
Había que ofrecer
un cordero y si no había dinero, dos pichones. Vemos un cuadro de Giotto.
Aparece el anciano Simeón. También de la profetisa Ana, que percibe que el Niño
es el Salvador. Podemos ver todos los personajes, excepto a San José que
aparece detrás de una columna. (En la Edad Media). En este caso San José lleva
una vela. (Es la fiesta de las candelas en el momento de la presentación en el
Templo.
Presentación del Niño en el Templo, Giotto (1302-05) Capilla de los Scrovegni
Giotto figura una escena
muy simplificada en la que el centro compositivo viene dado por la estructura
arquitectónica que enmarca ejemplarmente la argumentación principal de la obra.
El templete, presentado de forma sesgada para una mayor verosimilitud en la
creación de un espacio en profundidad, determina la disposición de los
personajes. Toda su fuerza constructiva se vale para concretizar el efecto
perspectivo, sin más aditamento en el fondo de la escena, con el azul del
cielo. Muy importante es la expresión de los personajes, sobre todo la figura
de Jesús, que patalea rabioso entre los brazos del sacerdote. O la imagen de la
Virgen, que avanza los brazos para calmar a su hijo. Con su movimiento, la
figura adquiere corporeidad, volumen, con las distintas matizaciones de los
pliegues de su túnica, de extraordinario tratamiento, muy reales. El resto de
los personajes se mantienen en un segundo lugar, pero importantes por su sola
presencia y su individualización, que nos lleva al motivo central de la escena,
reforzando su importancia.
Presentación
en el templo, Hans Memling 1463. National
Gallery (Washington)
La escena es de una
maestría inigualable. El artista muestra la presentación de Jesús a los
sacerdotes de la sinagoga, para circuncidarlo y convertirlo en un miembro de la
comunidad. Los personajes de la historia sagrada aparecen con los ropajes de
corte orientalizante que se les suele pintar. Sin embargo, los tres asistentes,
que parecen retratos de los donantes (el viejo del manto rojo y las niñas),
visten a la moda flamenca. El viejo lleva esos zuecos características del mundo
neerlandés que podemos ver en otras obras de la época y que pretendían unir el
mundo del espectador contemporáneo con el mundo de la historia sagrada,
pretérita en el tiempo. Así mismo, destaca la utilización de los elementos
arquitectónicos: el interior del templo es románico, estilo que los pintores
utilizaban para escenas del Antiguo Testamento. Pero el exterior es ya gótico,
el estilo de actualidad en época de Memling, simbolizando el Nuevo Testamento,
la llegada del Mesías y la inauguración de una nueva época, la cristiana. De igual
modo, las vidrieras del templo muestran escenas con la
caída del hombre en el pecado original, pecado que viene a redimir el
nacimiento de Cristo.
Tríptico de Santa Columba, Rogier van der
Weyden (ca. 1455), Munich, Alte Pinakothek
Detalle de la Presentación del Niño en el Templo
Evangelicae Historiae Imagines,
Jerónimo Nadal Amberes, 1593 La Presentación del Niño y la Purificación
de la Virgen María.
Estaba destinado a reforzar
las meditaciones de los hermanos jesuitas: “(…) para excitar la devoción del
que medita (…)”, de tal manera que no se hiciese necesario el esfuerzo mental
de imaginarse los hechos descritos en el Evangelio, para eso ya estaban las
imágenes. Los destinatarios eran pues los propios religiosos de la Compañía, en
especial los jóvenes estudiantes, y no los laicos, ya fuesen estos gentes
preparadas o poderosas o, simplemente, del “vulgo”.
De esta manera, la
Contrarreforma encontró un muy efectivo método para difundir su espíritu. En
este contexto y en este pensamiento deben situarse las Evangelicae Historiae Imagines,
donde la fijación iconográfica se consigue al seguir el texto de Jerónimo Nadal
y las interpretaciones de las estampas del padre Diego Jiménez. En este caso el
valor estético de la imagen, que lo tiene, queda supeditado al de la devoción y
la catequesis. Cuando el libro se difundió por todo el mundo, saliendo de las
celdas de la Compañía, contribuyó en gran medida a la difusión del espíritu del
referido Concilio de Trento.
La Presentación de Jesús en el Templo, Simón Vouet 1641) Museo del Louvre.
En él, Vouet representa la escena evangélica de la Presentación de Jesús en
el Templo, una de las más representadas en la historia del arte. María presenta
a su hijo al anciano Simeón que lo recibe envuelto en paños. Al lado, José
lleva una pequeña jaula con el sacrificio de dos tórtolas.
El Niño Jesús perdido y hallado en el templo entre los
doctores Lc
2, 41-50
Sus padres iban cada año a Jerusalén
por las fiestas de Pascua.
Cuando Jesús cumplió doce
años subieron a las fiestas según la
costumbre, y cuando éstas terminaron, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó
en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres.
Estos, creyendo que iba en
la caravana, al terminar la primera jornada se pusieron a buscarlo entre los
parientes y conocidos; y, como no lo encontraban, volvieron a Jerusalén en su
busca.
A los tres días lo
encontraron, por fin, en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos
y haciéndoles preguntas: todos los que lo oían quedaban desconcertados de su
talento y de las respuestas que daba. Al verlo se quedaron extrañados, y le
dijo su madre: - Hijo, ¿por qué te has portado así con nosotros? ¡Mira con qué
angustia te buscábamos tu padre y yo!
Él les contestó: -¿Por qué me buscaban? ¿No saben que yo tenía que estar
en la casa de mi Padre? Ellos no comprendieron lo que quería decir. Jesús bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba en su interior el recuerdo de todo aquello. Jesús iba creciendo en saber, en estatura y en el favor de Dios y de los hombres.
Él les contestó: -¿Por qué me buscaban? ¿No saben que yo tenía que estar
en la casa de mi Padre? Ellos no comprendieron lo que quería decir. Jesús bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba en su interior el recuerdo de todo aquello. Jesús iba creciendo en saber, en estatura y en el favor de Dios y de los hombres.
Niño obediente a
sus padres. Tiene su importancia desde el punto de vista social y familiar. El
Niño aparece sentado en la cátedra, enseñando a los doctores, los cuales hacen
gestos de admiración. Los predicadores realizaban el cómputo digital, señalar
con los dedos cada tema, puntualizando.
Jesús entre los doctores, Veronés (1558 ó
1566-1567), Museo del Prado.
La obra representa un
asunto habitual en la iconografía cristiana, pues ilustra el pasaje homónimo
del evangelio de Lucas (2, 41-50), donde se relata la presencia de Jesús entre los rabíes, o exégetas del
judaísmo, a quienes vence en la disquisición teológica, aspecto que se señala
al situar a Cristo en lo alto del centro axial de la composición.
La datación de este cuadro
ha sido muy disputada. Se rechazó aceptar el año de 1548 que aparece en un
libro que sostiene el personaje sentado en la escalera en primer plano, pero
tampoco se prolongaría hasta 1565, fecha que postuló la experta Diana Gisolfi
Pechukas en 1976.
Se trata de un típico
lienzo del Veronés de historia bíblica, que mostró predilección por
composiciones de gran tamaño y numerosos personajes integrados en arquitecturas
monumentales. En Jesús entre los doctores se aprecian hasta veinticinco
figuras humanas en distintas poses y perspectivas vestidas con ricos ropajes
que permite al Veronés hacer gala de alardes técnicos en los drapeados y gran
variedad cromática. En los últimos planos aparecen José y María quienes buscan,
acompañados del pueblo llano, a su hijo. También destaca su maestría en la
expresión gestual.
En cuanto a la anatomía,
procede de un estudio profundo de la estatuaria clásica. Todo ello bajo un
marco arquitectónico que recuerda el estilo de Andrea Palladio, que es uno de
los argumentos invocados para retrasar su fecha de creación, pues los diseños
utilizados en estas arquitecturas no podrían ser anteriores a 1556, año en que
aparecieron en una edición del tratado de Vitruvio.
Detalle de
Jesús
No deja de adoptar esta
obra las características típicas de la Escuela veneciana: preocupación por el
tratamiento de la luz y armonía del colorido. La iluminación contrastada con
efectos atmosféricos y gran variedad cromática.
El comitente podría estar
representado en uno de los sabios barbados que escucha a Jesús y viste hábito
negro de caballero de la orden del Santo Sepulcro y sostiene un bordón de romero,
lo que quizá indicaría que la obra fue encargada como recuerdo de una
peregrinación a Jerusalén.
Jesús entre
los doctores,
Alberto Durero 1506. Thyssen-Bornemisza
En la obra vemos cómo seis
doctores forman un círculo de cuyo centro emerge la figura de Jesús. Las manos
de uno de los rabinos y las del Niño constituyen, por su posición y
plasticidad, el foco de atención de la escena. Las medias figuras y la
colocación de unas cabezas sobre un fondo que casi no existe enlazan este óleo
con composiciones italianas del siglo XV. Sin embargo, las deformaciones
caricaturescas del rostro del rabino que lleva la cofia nos conducen a las
figuras de Leonardo e inclusive del Bosco. Durero funde en esta tabla, con
originalidad, modos italianos y nórdicos. La belleza y la fealdad, la juventud
y la vejez, contrastan con singularidad. La obra, datada y firmada en el papel
que sobresale en primer término, incorpora además una inscripción en latín que
dice: «Obra hecha en cinco días», tiempo este en el que pudo ser pintada sin
contar con los estudios preparatorios de las manos, libros y rostro de Cristo
que se guardan en la Albertina de Viena y en el Germanisches Nationalmuseum de
Núremberg, y que tal vez ocuparon a Durero algo más de cinco días si tenemos en
cuenta el periodo de ejecución de la obra.
El tema se inscribe dentro
de la infancia de Jesús y está reseñado en el Nuevo Testamento y en el
evangelio árabe de la Infancia, donde se destaca su papel como maestro. Los
detalles que estas fuentes facilitan sobre el episodio no son muchos, aunque
sabemos que el hecho tuvo lugar cuando Jesús tenía doce años. La Virgen y san
José habían perdido al Niño, y después de tres días de búsqueda lo encontraron
en el templo de Jerusalén, sentado en medio de los doctores a los que
preguntaba y escuchaba y a los que dejó sorprendidos por sus propias
respuestas. Cristo, en esta composición, emplea el expresivo gesto de contar
sus argumentos con los dedos, cómputo digital que era un recurso empleado en
las disputas teológicas.
Cristo entre los Escribas (Tríptico) Hans Franken (1587) – Catedral de Amberes.
Cristo entre los Escribas (1587) panel central de un
tríptico realizado para la Catedral de Amberes, donde se demuestra su habilidad
como retratista.
Jesús
entre los doctores,
Juan de Valdés Leal (1686) - Museo
del Prado.
Se trata de un lienzo que
muestra al pintor pleno de facultades y sin atisbo de decadencia, capaz de
llevar a cabo una gran disposición teatral de imponentes arquitecturas,
resuelta con una especial sensibilidad para lograr riquísimos matices
coloristas.
Las imágenes del Niño Jesús.
Las imágenes de Jesús Niño,
suponen por su simbolismo una muestra patente de la infancia del Verbo
Encarnado.
Desde los principios de la
divulgación del Evangelio, aparecieron pequeñas figuritas, formando parte de
Belenes de Navidad, o de pinturas, frescos y mosaicos, creados en las
catacumbas romanas y basílicas en los albores del Cristianismo: el Niño Jesús
entre María y José. Durante mucho tiempo, la figurita del Niño en la
iconografía cristiana estuvo algo “eclipsado” por las esculturas de mayor
formato de Jesús como Crucificado o Nazareno y la Madre de Dios. En las épocas
del Arte Románico y Gótico, casi solamente forma parte de escenarios navideños,
y apenas aparece como escultura individual.
En la Antigüedad, el Arte
Romano nos ha dejado muestras de representaciones de carácter religioso, en las
que se puede apreciar cierta analogía con la forma de realizar posteriormente
las imágenes del Niño Jesús, ya que en ambas se ve englobado el sentido del
dominio universal. Podemos citar las figuras de dos infantes: uno de la familia
del Emperador Trajano y el otro, del también Emperador, cuando niño, Marco
Aurelio. Se les representa con el globo imperial en la mano, corona laureada y
reclinados sobre troncos de palmera. La presencia del globo pudiera estar
explicada por las propias palabras de Marco Aurelio en sus “Soliloquios”: “La esfera es viva imagen del alma,
cuando ésta no se extiende a lo que está fuera de sí”.
Estas figuras se encuentran
integradas en la colección Brummer, de Nueva York, y en la Galería Borghese, de
Roma, respectivamente.
Casi todas las órdenes
religiosas cuentan con un santo o santa a quienes se les atribuye una aparición
del Niño y por eso se nos representa en los brazos con él. Otro santo al que se
le presenta en las imágenes teniendo entre sus brazos al Niño Jesús es San
Cayetano, el cual lo que necesitaba lo pedía por los méritos de la infancia de
Jesús.
Posteriormente los santos
que más contribuyeron a difundir la devoción al Niño de Belén fueron Santa
Teresa y San Juan de la Cruz. Santa Teresa de Jesús le tenía un amor tan grande
al Divino Niño que un día al subir una escalera obtuvo tener una visión en la
que contemplaba al Niño Jesús tal cual había sido en la tierra. En recuerdo de
esta visión la santa llevó siempre en sus viajes una estatua del Divino Niño, y
en cada casa de su comunidad mandó tener y honrar una bella imagen del Niño
Jesús que casi siempre ella misma dejaba de regalo al despedirse.
En el Renacimiento, cuando
en Italia, Flandes y España comenzaron a crearlo como estatua exenta para
ponerlo en el foco de la devoción religiosa. Durante el manierismo, en Sevilla
se creó lo que podemos llamar el prototipo del Niño Jesús como escultura exenta
destinada al culto, un paradigma muchas veces copiado (sin lograr del todo su
calidad expresiva) y “exportado” a muchas regiones del Imperio Español. Se
trata de una magnífica obra de Juan Martínez Montañés quien esculpió su famoso
Niño Jesús de madera de cedro en el año 1606 o 1607. Hoy se encuentra en la
Iglesia del sagrario al lado de la Catedral sevillana.
Posturas.
Tenemos
fundamentalmente tres. Tumbado, de pie o
sentado.
El Niño tumbado.
Siempre tiene la cara dulce y tierna. A veces puede ser tomado de un nacimiento
y otras que están hechas para exponerse de forma aislada. Se colocaba el día 24
por la noche. Aparece dormido. Tiene un aspecto realista. Sale siendo un poco
cabezón como todos los niños. Puede aparecer bendiciendo, ya no es tan
realista. Casi todas estas imágenes se hallan en conventos de monjas.
Niño Jesús durmiente Siglo XVII, Convento
madrileño de clausura
(36 x 16 x 10 cm.; madera tallada y policromada)
(36 x 16 x 10 cm.; madera tallada y policromada)
El Niño de pie. Comienzan a surgir en el
XIV en los monasterios femeninos alemanes. La tendencia es a ponerle vestidero,
bendiciendo con una mano con la derecha, y con la izquierda sostiene un cáliz
con un globo dentro (el globo terráqueo). En los niños alemanes podía tener una
paloma. Estos tipos de niños, en el XVII y XVIII van a tener un éxito enorme.
Van a tener distintas vestiduras.
Niño Jesús Infante - Convento de Santo Domingo el
Antiguo Toledo
Potencias (rayos del Niño). En Andalucía son más verticales y en
Castilla más horizontales. Vemos a un Niño con el globo. Dentro del Niño hay
una tipología que es el niño Jesús de Praga. Una tradición de Santa Teresa de
Jesús. (Viene en la diapositiva). Niño Jesús coronado con una corona imperial y
viste con una túnica.
Niño Jesús de
Praga: Convento de carmelitas Praga
Según una tradición:
Entregado por Santa
Teresa de Jesús a la familia Márquez de Lara y llevado a Praga en la segunda
mitad del siglo XVI.
La princesa
Polixena Lobkowitz la regaló a los carmelitas de Praga en 1628.
El Niño Jesús sentado. Felipito o Manolito.
Está sentado sobre
una silla de calidad exquisita. Imitando a las sillas de los reyes.
Niño Jesús “Felipito” Escuela andaluza del siglo
XVIII, Convento madrileño de clausura.
Aparece sentado
bendiciendo normalmente y con el globo del universo en la mano izquierda. Es
una imagen que en los conventos de clausura, la tradición de que el 1 de enero
se le sentaba en una silla, y se le veneraba como rey del Universo. Es la
fiesta del día 1, que es el santo de Manuel y de Felipe. De este tipo hay
muchas imágenes. Lo comparamos con el Pantocrátor de San Clemente de Tahull.
Hay que tener en
cuenta de que en el románico es la idea de Dios Todopoderoso. Sin embargo en el
XVIII es un arte más dulce. Es un cambio de tipo social y religioso.
Puede aparecer
vestido como un pastor. Con tijeras de esquilar por ejemplo,
alpargatas...rostro casi idéntico en todos, con mechones rubios, y lo que
cambia son las vestiduras.
Niño Pastor - Convento de la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora
«Gaitanas» Toledo
Niño Jesús esposo
(va vestido como de calle) y EL Papa (vestido como el Papa, donde las vírgenes
hacen sus votos.
Niño Jesús cocinero. Estaba situado en la cocina de un
convento. Nos indica la finalidad, de devoción.
Niño Jesús cocinero
- Convento de Trinitarias, Madrid, Imagen del siglo XVIII
El Niño Jesús que anuncia la Pasión. Nace para ser
crucificado, por lo que lo sabe desde el primer momento, que va a sufrir la
pasión. De ahí van a surgir toda una serie de imágenes que aparece rodeado de
una serie de símbolos de la pasión.
Vemos el cuadro de
Ribalta. Aparece el Niño durmiendo.
Aparece entre
almohadones abrazado a la Cruz. Lleva una túnica roja, símbolo de la sangre.
Alrededor de él aparece la Virgen, dolorosa, con la túnica roja y la capa azul
oscura o negra. Tiene mirada triste. Virgen que sufre.
Niño Jesús durmiendo, Francisco
Ribalta Museo de Bellas Artes Valencia.
Esto nos lleva a un
aspecto de la Virgen como co-redentora. San Juan Bautista es algo mayor que el
Niño que nos dice que guardemos silencio porque el Niño duerme y una serie de
ángeles con los elementos de la Pasión. Está soñando con la Pasión.
Vemos el de
Murillo. Un Niño que duerme plácidamente al lado una calavera y sobre la Cruz,
donde aparece casi desnudo con la idea de este Cristo clavado en la Cruz
(prefiguración de este momento). Calavera puede ser alusión a la muerte o a
Adán.
Niño Jesús dormido y dos ángeles, Bartolomé Esteban Murillo City Museum Sheffield.
Niño
Jesús dormido: Convento de Santa Catalina, Valladolid - (Siglo XVII)
Niño Jesús Rey vestido de Pasionario Convento de Santo
Domingo el Antiguo Toledo.
El Niño Jesús de la espina Zurbarán (1625-1630) Col. Manuel Sánchez
Ramos
Sevilla. El Niño Jesús de la espina. Se ha pinchado Jesús con la corona que tiene sobre su regazo. Aparece un pájaro que puede ser un petirrojo.
Sevilla. El Niño Jesús de la espina. Se ha pinchado Jesús con la corona que tiene sobre su regazo. Aparece un pájaro que puede ser un petirrojo.
Niño pasionario. (El penitas). Tiene una mirada
triste. Son hechos con esta finalidad y lleva los símbolos de la Pasión.
Niño Pasionario ¿Escuela murciana? Siglo XVIII (Sayo del siglo XIX) Convento madrileño de clausura.
Niño de la Espina Convento de Santa Isabel Toledo
El Resucitadito. Es
más raro. Aparece el Niño Jesús resucitado. Aparece con el estandarte y la capa
roja de triunfo.
El
Pasionario - Convento de Santo Domingo el Real, Toledo
Santo Niño
del Remedio, Madrid - (Fines siglo XVI – principios del
siglo XVII)
(Tiene numerosas restauraciones, p. ej.: cabeza seccionada en el siglo XVIII para ponerle ojos de cristal)
(Tiene numerosas restauraciones, p. ej.: cabeza seccionada en el siglo XVIII para ponerle ojos de cristal)
El Resucitadito, Convento de Santo Domingo el Real
Toledo
Felicidades. Excelente estudio, incluso en la parte bíblica y litúrgica.
ResponderEliminarEn cuanto al día del Nacimiento de Jesús estudios recientes, que usted puede consultar en revistas especializadas, señalan que depende del Turno Sacerdotal de Abías al que pertenecía Zacarías, padre de San Juan Bautista. En algunas Liturgias Orientales se coloca la Fiesta de la Anunciación de Zacarías en el Templo de Jerusalén a finales de septiembre. Efectivamente, el Turno de Abías solía suceder dos veces al año, una alrededor de abril y otra a finales de septiembre. Seis meses después ocurre la Anunciación de la Virgen María. Y seis meses después la Navidad. Esto lo estoy escribiendo de memoria. Lo leí en un artículo de la Revista italiana del Santuario de Loreto "Il Messaggio della Santa Casa". El Padre Manuel Guerra hace mención de todo esto en sus obras. No puedo en este momento precisar más, salvo reitarle mi felicitación por su excelente estudio bìblico, histórico, artístico e iconográfico.
Echo en falta una bibliografía selecta, y no es reproche, porque sus afirmaciones están muy bien documentadas. Sencillamente es una deformación profesional mía.
Quise decir en mi anterior comentario nueve meses después de la Anunciación de María es la Natividad del Señor.
ResponderEliminarCon lo que la fecha tradicional del 25 de Dividmbte sería histórica.
Como decía el Padre Leoncio de Grandmaison SJ en su magna obra "Jesucristo" en estas cuestiones más vale un gramo de tradición que mil kilos de hipótesis eruditas.